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jueves, 7 de julio de 2016

Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




DESCARGANDO una TIRANÍA malvada

¿NO LO ENTIENDES? SOY TU PASTOR... ¡¡¡OBEDECE Y NO DISCUTAS...!!!

Hace varios meses, (habla David) me reuní con una pareja joven que estaba buscando un consejo concerniente a un asunto muy importante. Su problema no tenía una respuesta fácil, pero hice lo mejor que pude para darles cierta dirección. Su respuesta a todo lo que yo decía era instantánea y abrumadoramente positiva. En lugar de sentirme excepcionalmente listo o espiritual, me sentía incómodo. ¡Mi consejo no era tan bueno! Empecé a tener la sensación de que sin importar lo que yo dijera, ellos estarían de acuerdo, y además, probablemente harían cualquier cosa que yo dijera.

Por favor comprende mi vacilación: Esta pareja era brillante, inteligente y bastante exitosa en su profesión. Entonces ¿qué estaba mal con ese panorama? Me di cuenta de que cuando se trataba de asuntos espirituales, de alguna manera ellos ponían su mente en «pausa». Me di cuenta de que la responsabilidad total para discernir y decidir había sido entregada al pastor: en este caso, a mí.

Las cosas empezaron a aclararse cuando empecé a preguntar sobre la historia espiritual de la pareja. Era un evidente abuso espiritual bajo un pastor cuyas «palabras vienen de Dios».

  • Cuestionarlo y desobedecerlo significaba cuestionar y desobedecer a Dios. 
  • «No toquen a mis ungidos» era el lema que más se repetía si alguien no estaba de acuerdo con él. 
  • Cualquiera que sugiriera que algo estaba mal, rápidamente se convertía en «el problema».

Como para demostrar la magnitud del poder de tal sistema, los residuos de esta predisposición mental se aferraban a estas personas, aun cuando ya hacía tiempo que habían escapado de eso.

Estaban dispuestos a someterse ciegamente a una figura de autoridad (a mí), y a aceptar mis palabras solo basados en mi posición.

Personas con inteligencia en todas las demás facetas de su vida se volvían plastilina cuando se llegaba la hora de discernir cosas espirituales. Esa responsabilidad me la entregaron. ¿Por qué? Porque soy el pastor, y ya.

Autoridad ILEGÍTIMA
«Porque soy TU pastor, ¡y ya!». 

Las palabras salen inflexibles; su significado penetra: «¡Cómo te atreves a dudar de mí?». «¿Estás cuestionando mi autoridad?». «No seas un buscapleitos». «Mantén la paz». «Sométete a tus ancianos».

Los versículos de las Escrituras se vienen a la mente con rapidez en aparente apoyo a un cierto tipo de obediencia y sumisión ciegas.

Hebreos 13:17: «Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas».
Romanos 13:1-2: «Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo».

Con estos pasajes resonando en nosotros, nos decimos:

  • Creo en la Biblia. 
  • Quiero ser obediente. 
  • Él es el pastor, el apacentador, el siervo de Dios, su portavoz. 
  • Él debe saber más que yo. 
  • En realidad yo debo estar fuera de lugar. 
  • Debo estar equivocado en esto. 
  • ¿Quién soy yo para cuestionar? 
  • Creo que más me vale seguir la corriente. ¿Por qué? Porque él es el pastor, y ya.

Esta manera de pensar es un síntoma de vivir bajo un liderazgo que legisla y demanda obediencia a la autoridad. Descansa sobre una base falsa de autoridad.

Jesús confrontó la autoridad falsa de su tiempo:
Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a sus discípulos, diciendo: Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés (Mateo 23:1 LBLA).

La «cátedra de Moisés» a la que Jesús se refería desde luego que literalmente no es una silla, sino un «asiento de autoridad».

Por ejemplo:

  • La «cátedra» del departamento de filosofía en una universidad no es una silla, sino un lugar o posición de autoridad que se ganó en ese departamento. 
  • «Silla» en griego es cátedra. 
  • El latín tomó esa palabra y la hizo una frase, ex cátedra, que significa «hablar desde un lugar de autoridad». 
  • Si yo digo ex cátedra, usándola para colocarme en una posición por encima de la tuya, lo que yo te digo te ata. La razón por la que te ata es porque yo hablo ex cátedra. Hablo desde el asiento de autoridad.

La confrontación de Jesús es doble.

  • Primero, señaló que «ellos se han sentado» en la posición de Moisés; una posición que solo Dios da. Esos hombres habían tomado la autoridad por sí mismos, no les había sido dada. 
  • Segundo, la única base que tuvieron para arrebatar esa autoridad fue su posición o rango de escribas y fariseos. 
En otras palabras, su autoridad no estaba fundada en el hecho de que fueran sabios, juiciosos y auténticos. Estaba basada exclusivamente en el hecho de que estaban en una posición de autoridad.

Piensa en esto por un momento. ¡Qué bien! Este es un sistema que te permitirá tener el control, incluso si eres un fariseo cuya santidad exterior esconde un corazón vacío, un escriba experto en nada menos que en el aburrido desempeño religioso, un pastor que no quiere ver en su interior o un anciano que no quiere que otros sepan que hay problemas graves en su propia familia.

Una actitud exasperante
El uso del rango, la posición, el estatus o el título como base de la autoridad espiritual nos recuerda la actitud exasperante hacia el papel de las mujeres en la iglesia, un residuo, creemos, del antiguo sistema de gobierno hebreo.

En Israel, el criterio para el liderazgo y la autoridad se basaba en tres cosas:

  1. El primer criterio era la edad: Tenías que ser de edad avanzada. 
  2. Segundo, el género: Tenías que ser varón. 
  3. Y tercero, la raza: Tenías que ser hebreo. 
Obviamente, era un gran sistema para los varones hebreos de edad avanzada. En ese sistema, no tenías que tener la razón, ser sabio, amable, juicioso, dirigido por el Espíritu ni piadoso. Si eras una mujer gentil joven, no importaba que fueras sabia, amable, juiciosa o dirigida por el Espíritu. No tenías autoridad porque no encajabas con el criterio externo.

Pero fíjate en Hechos 2. El Espíritu Santo vino e hizo pedazos ese sistema cuando la profecía de Joel se cumplió en Pentecostés.

«Derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán (vv. 17-18).

Después, en el nuevo pacto, vemos que Jesús estableció una nueva base de autoridad. Ya no es la edad, el género o la raza. Ahora está basada en la evidencia del Espíritu Santo dentro de ti.

Se requieren atributos como:

  1. madurez, 
  2. sabiduría, 
  3. santidad genuina y 
  4. conocimiento verdadero para evidenciar la marca de la autoridad de Jesús. 
«Porque lo digo yo» ya no da resultados. «Porque soy el pastor» no es suficiente.

Así que, si la base de autoridad es solo que mantengo un cargo, tengo una base de autoridad falsa.

Tomemos una perspectiva bíblica sobre la verdadera autoridad espiritual considerando algunos ejemplos de aquellos que la demostraron.

  • El primero es Moisés. Moisés demostró muy bien la autoridad de alguien que llegó a conocer a Dios a través de una relación personal. De hecho, fue precisamente su autoridad la que los escribas y fariseos estaban alardeando que tenían. Para ellos, Moisés era la autoridad. Pero su autoridad ni siquiera era de él. Solo porque Moisés hiciera un pronunciamiento no significaba que automáticamente estuviera fundado en la autoridad. Su autoridad venía del hecho de que verdadera y claramente le decía a la gente exactamente lo que Dios le decía. Si Dios le hubiera pedido a Moisés que dijera algo, y él lo hubiera cambiado, haciéndolo de cierto modo distinto, no habría tenido autoridad. La única autoridad legítima que Moisés tenía era cuando se limitaba a decir lo que Dios le pedía que dijera. ¿Qué significa esto? Significa que la autoridad estaba en la verdad, no en Moisés. No era porque Moisés era Moisés, alguien superior, mejor, más poderoso que otros, sino porque hablaba la verdad. Debido a que Moisés era un siervo que hacía lo que Dios le pedía que hiciera, sin importar el costo, caminó en lo que es la única base apropiada de la autoridad espiritual. De Moisés, debemos sacar esta conclusión: Aunque la gente pueda honrarnos con una posición de liderazgo, no tenemos autoridad a los ojos de Dios solo porque nos nombren pastor, anciano o presidente. 
Para tener autoridad:

  • vamos a tener que hablar la verdad. 
  • Para tener autoridad, vamos a tener que ser sensibles al Espíritu. 
  • Para tener autoridad, vamos a tener que ser sabios y buscar conocer y decir lo que Dios dice de manera clara y precisa.

¿Es posible que haya una persona que tenga un historial así de sólido de dirigir y gobernar con la autoridad de Dios? Sí, pero es poco frecuente. ¿Es posible que un grupo pequeño de ancianos pueda tener un historial así ante un grupo de personas? Sí, pero otra vez esto es poco frecuente.

La cuestión es que también es posible que Dios hable, de algún modo, mediante su Espíritu, a través de cada hombre y mujer de determinado cuerpo, contribuyendo con diversas facetas de la voluntad de Dios, de modo que los líderes puedan obtener un panorama aun más claro de lo que Dios quiere llevar a cabo. En realidad, esto es lo que Hechos 2 indica.

El siguiente ejemplo es Timoteo.

  • Timoteo era el pastor de la iglesia de Éfeso, una iglesia grande que Pablo antes dirigía. Timoteo estaba pasando por dificultades para establecer la autoridad en su ministerio. Seguir al apóstol Pablo en el pastoreo sería una tarea formidable para cualquiera, pero para Timoteo era algo particularmente problemático. Al no tener algunas de las cualidades de liderazgo instintivas y agresivas que Pablo tenía, Timoteo estaba siendo superado por fuertes influencias negativas en la iglesia. Las epístolas de Primera y Segunda de Timoteo son cartas de Pablo para Timoteo donde le instruye sobre cómo tratar con el problema. En ningún momento Pablo sugirió que Timoteo sacara el pecho y anunciara valientemente: «¡Yo soy el pastor!». No. Le dijo cosas como esta: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15). Es como si Pablo se llevara a Timoteo aparte y le dijera: «Hijo, tendrás autoridad cuando interpretes correctamente la palabra de verdad. No la tendrás por hablar fuerte. No la tendrás por proyectar tu peso eclesiástico por todas partes. Si quieres autoridad, descifra lo que Dios ha estado diciendo a través de su Palabra, dile a la gente lo que dice la Palabra, y tu autoridad se fundamentará en esto».

En 2 Timoteo 3:14-17, Pablo dijo:
Pero tú, permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra.

O en palabras más sencillas:
«Si quieres saber qué decir, acude a las Escrituras. Sonarás inspirado, como que sabes de qué estás hablando. Descifra lo que Dios dice. Timoteo, esa es la base de tu autoridad. A la gente dale la Palabra. Dile a la gente la verdad».

¿Es posible que una persona o un grupo de líderes, comprendan absolutamente todo lo que hay en la Palabra de Dios? No es probable.

La Palabra de Dios viva se demuestra a través de todos los que están buscando a Dios, no importa el «rango» que tengan.

En algunas cosas de la vida, muchas quizá, los que están en las bancas de la iglesia tendrán una autoridad más genuina por haber probado y vivido por completo la Palabra de Dios en situaciones por las que Dios nunca permita que el pastor atraviese.

Si Cristo es el apacentador del rebaño, yo como pastor debo escuchar lo que me está diciendo a través del rebaño, pues yo también soy uno de sus seguidores.


  • Pablo es un tercer ejemplo. Mientras hacemos bien en aceptar como legítimo todo lo que Pablo dijo en las epístolas, el mismo Pablo advirtió que no solo porque él dijera algo era cierto. En Gálatas 1:8 dijo: «Si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición!». Es como si Pablo estuviera diciendo: «Escuchen, gálatas. Si comienzo a torcer este evangelio, no me escuchen. Como saben, la autoridad no está en mí. Tendré autoridad mientras hable la verdad. La autoridad no es automáticamente parte de una persona. La autoridad está en la verdad».
  • El ejemplo final es Jesús. Una de las reacciones más comunes de las personas que escuchaban a Jesús cuando enseñaba era el asombro. Se maravillaban porque nunca habían escuchado una enseñanza con tanta autoridad. Era diferente a la enseñanza de los escribas y fariseos. Lo que notaban era la autoridad. 

Autenticidad
Estos son cuatro grandes retratos para relacionar con los textos que registramos anteriormente. Hombres como Moisés, Timoteo, Pablo y Jesús podrían autentificar con las fibras de su vida que su autoridad venía de Dios.

En este contexto deberíamos considerar pasajes como Romanos 13:1-2: Es decir, si alguien se rebela contra una autoridad viva, demostrada, auténtica, que a todas luces es el resultado de una vida sometida a Dios, está oponiéndose al gobierno de Dios. Esto no significa que un líder puede tomar la actitud: «Yo lo dije, y soy la autoridad, así que debe estar correcto. E incluso si estuviera equivocado, debes someterte, porque someterte a mí es lo mismo que someterte a Dios».

Nos sometemos a una autoridad cuando esta demuestra autenticidad.
Aun en la actualidad tenemos líderes que son como los escribas y fariseos que dicen: «Tengo autoridad porque estoy sentado en la silla de autoridad. Te hablo ex cátedra, lo que te obliga a que aceptes y obedezcas todas mis palabras».

Debido a que los escribas y fariseos no tenían autoridad real, tenían que hacer valer su posición. Olvidaban o ignoraban el modelo que Jesús proporcionó cuando él se presentó y habló la verdad. Olvidaban que la base de la autoridad de Jesús no era un cargo, rol o posición, porque Jesús no tenía ninguna de estas cosas.

Siempre y dondequiera que veamos un sistema o a una persona adoptando una postura o asumiendo una posición de autoridad basada exclusivamente en el rol, el cargo o la posición, estamos tratando con una base falsa de autoridad. Si la autoridad espiritual de una persona descansa en el simple hecho de «Yo soy el pastor», hay grandes posibilidades de que haya tomado esa postura porque no tiene una autoridad genuina.

Vamos a ver al mago
Muchos recordarán la historia del «Mago de Oz». Es curioso, pero podemos llegar a comprender bien la autoridad espiritual con este cuento popular.

Dorothy, el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde van a ver al Mago porque tienen la convicción que este tiene el poder de darles lo que ellos necesitan.

  • Dorothy necesita regresar a su casa; 
  • el Espantapájaros necesita un cerebro; 
  • el Hombre de Hojalata necesita un corazón; y 
  • el león necesita valor. 
El mago los envía a buscar el palo de la escoba de la Bruja Malvada del Oeste. Si llevan el palo de escoba, les dará lo que necesitan. Ellos cumplen con su misión derritiendo a la bruja y consiguiendo el palo de escoba; después regresan a la casa del mago para pedirle que cumpla su promesa. Pero, de hecho, no está esperando su regreso, y se siente bastante incómodo cuando se le pide que cumpla su promesa.

Nuestros héroes entran a la enorme cámara donde el Mago de Oz conduce sus asuntos. El Mago de Oz en persona los enfrenta cara a cara. Tenía una cabeza grande y espeluznante, no la de una persona común, y un rostro con expresión grave, rodeado de ondeante humo y de fuego, y mucho ruido.

Con un rugido estruendoso, el Mago demanda saber cómo es que aquellos cuatro se atreven a retarlo. Aquí está el asunto: En este momento es cuando el perro de Dorothy salta a un cuarto pequeño y hala una cortina, y lo que se les revela es un simple hombre de carne y hueso que durante mucho tiempo había estado escondiéndose tras una máscara de poder.

Operaba detrás de una cortina, moviendo palancas, haciendo humo, fuego y ruido. El resultado parece impresionante pero solo es una fachada. Aun cuando quedó descubierto, ruge: «¡No le hagan caso al hombre que está detrás de la cortina!».

El «Mago» en realidad es una persona que abusa del poder. Controla a toda una ciudad con una fachada que adopta una postura de poder y castiga a la gente por notarlo. En un reino donde el problema era que el Mago no podía cumplir sus promesas, Dorothy y su equipo se convirtieron en el problema por haber notado que había un problema.

Es triste pensar con cuánta frecuencia los religiosos influyentes controlan sus reinos espirituales con fachadas de poder. Vierten sobre las personas versículos bíblicos sobre autoridad, sumisión, juicios, prosperidad o el fin de los tiempos. Penalizan a las personas por notar que «el hombre detrás de la cortina» es solo humano, sin ninguna autenticidad ni autoridad.

Como una última lección exasperante de la historia, después de que todo se ha dicho y hecho, el Mago les dice: «Ustedes tienen lo que han estado buscando». Lo habían arriesgado todo por lo que ya tenían.

En demasiadas familias e iglesias cristianas, a los cristianos se les dice que salten a través de los aros del desempeño espiritual para ganarse la aprobación de Dios; algo que ellos ya tienen gratuitamente gracias a la muerte de Jesús en la cruz.

Conclusión
Si el poder y la autoridad falsos fueran los únicos elementos de la fachada de un líder abusivo, sería fácil ubicarlos.

De hecho, en algunos se nota. Pero hay otro elemento de la fachada que ocasiona que muchísimas personas suspendan el buen juicio y el discernimiento espiritual, para pasar de una espiritualidad segura, auténtica, dadora de vida a una simple conformidad externa.

Ahora desviamos nuestra atención a este elemento: el uso indebido de la confianza.

Hipocresía:
Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.

Otra característica de los líderes espirituales falsos es que intentan proyectar virtudes o cualidades que no tienen. Y para ellos mismos tienen un conjunto de reglas diferentes a las de todos los demás. Son hipócritas.
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sábado, 11 de junio de 2016

Estas señales seguirán á los que creyeren: En el Nombre de Jesucristo echarán fuera demonios; hablaran nuevas lenguas; Quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Derrotando a satanás hoy y siempre
Las señales que seguirán a los que creen Hoy
La Unción del Espíritu Santo en el ministerio

La obra de Dios vive tiempos fructíferos en muchos países de América. Las personas están hambrientas de Dios, necesitan descubrir el verdadero camino. Por lo tanto, creo que es necesario estar preparados y para ello necesitamos la unción divina que respalde nuestros ministerios. Toda obra que no lleva la firma ungida de Dios es muerta.

La unción deben reconocerla aun los que no tienen a Cristo en sus vidas. Mientras caminamos, cuando trabajamos o realizamos diversas actividades, las personas que nos rodean deben reconocer algo diferente en nosotros; y aunque ellos no lo expresen con la misma palabra, esto se llama: unción. Si el mundo no ve en nosotros esa unción, no creerá que Dios nos envió. 

La mayor capacitación que un siervo puede tener es la del Espíritu Santo, sin su obra en nuestra vida sería imposible hacer la voluntad de Dios en esta tierra. Por eso es necesario que estemos investidos, que seamos llenos, renovados permanentemente en el poder y la gracia del Espíritu Santo.

Tal fue el caso de una joven mujer que ansiaba con desesperación encontrar a Dios, pero la misericordiosa mano del Señor la guió hacia alguien que sin conocerla le mostró el camino de su salvación. 

Ella misma relató el hermoso testimonio de esta manera:


«No me quite lo que me ha dado»
Mi vida tenía muchas complicaciones. Había tomado la decisión de suicidarme. Por lo tanto, llevaba en mi cartera una carta en la que expresaba mi determinación. 

Desconocía todo acerca de la campaña evangelística que precisamente ese día daría comienzo en la ciudad de Mar del Plata. No sabía nada del evangelista Annacondia, ni siquiera había oído hablar de él.

En ese tiempo trabajaba como jefa de personal de un importante hotel de esa ciudad. Por años llevé una vida de enfermedad y depresión a pesar de tener una familia bien constituida. No me faltaba nada, pero algo no andaba bien en mí.

Una tarde, mientras estaba parada en mi puesto de trabajo esperando que los empleados a mi cargo cambiaran de turno, decidí terminar con mi vida. Ese era el día que había elegido para suicidarme. Como mi trabajo estaba ubicado frente al mar, caminaría penetrando en las aguas sin mirar atrás y de esta manera le pondría fin a mis sufrimientos.

La entrada del hotel es muy hermosa con unas grandes puertas de vidrio y bronce. Desde allí se sienten los ruidos comunes del vestíbulo. A pesar de lo acostumbrada que estoy a ellos, esa tarde me llamó poderosamente la atención el sonido de la puerta que penetró en mis oídos muy profundamente. En ese instante, siento una mano muy fuerte que me toma de la espalda y me levanta, entonces comienzo a caminar bien erguida y me dirijo hacia una persona que estaba entrando por esa gran puerta. 

Me acerco, lo agarro fuertemente de su camisa y le digo:
—Señor, señor, ¿habrá alguien que me hable de Dios? Necesito que alguien me hable de Él.

Este hombre, con unos ojos muy limpios y una sonrisa muy tierna, me responde:
—Sí, yo te puedo hablar de Dios. Te puedo hablar de un Cristo que te ama y te salva, Él es Jesús de Nazaret.

Esas palabras jamás las voy a olvidar; en ese momento comencé a pedir perdón al Señor. Descubrí todos los pecados que había cometido en mi vida, incluso los que había hecho de niña. 

Al pedir perdón a Dios, entró una luz a mi interior y comencé a agradecerle. Luego miré al hombre que me había hablado y le dije:
—Dígame, ¿quién es usted?
—Yo soy un siervo de Dios, soy el evangelista Carlos Annacondia—me respondió.
—No lo conozco—repliqué—, pero no me quite lo que me ha dado.

A los quince minutos llegó mi esposo a buscarme a mi trabajo y no me reconoció. A partir de esa tarde mi vida cambió, nunca volví a ser la misma. Esa noche fui a la campaña de Annacondia y entregué mi vida a Dios frente a una gran multitud. Hoy puedo decir que fui la primera persona que entregó su vida al Señor a través del evangelista en esa primera e inolvidable campaña de Mar del Plata.

A los tres días de haber conocido a Dios, Él me habló con voz audible y me dijo que tendría una hija más. No fue fácil entenderlo y aceptarlo porque debido a una operación en la que me habían extraído algunos órganos reproductores, los médicos habían confirmado que nunca más podría tener hijos; en esos momentos tenía treinta y siete años y tres hijas. Hoy mi cuarta niña tiene once años y es el resultado de haberle creído a Dios.

No mucho tiempo después, Dios me llamó a su servicio. Hoy trabajo para la obra del Señor pastoreando junto a mi esposo un anexo de nuestra iglesia. Dios es nuestra fuerza y aliento.
María, ciudad de Mar del Plata, Argentina.
Sin la unción de Dios, ningún ministerio en la tierra puede ser eficaz. Si hay algo que nosotros necesitamos es lo que Jesús le encomendó a sus discípulos: «Quédense en Jerusalén hasta que descienda el Espíritu Santo y los llene con poder de lo alto» (Lucas 24:49, La Biblia al día). Ellos deberían primeramente ser llenos del poder de Dios para luego ser testigos en Jerusalén, también en Samaria y finalmente hasta lo último de la tierra. 

Cuando estamos investidos del poder, tenemos la capacidad de ser testigos y así es como comienza nuestra vida en el ministerio. Allí es donde veremos las señales que marcarán nuestro camino.

Cierto día llegó un hermano a mi iglesia para invitar a un predicador a realizar una campaña en una villa miseria por tres días. Dentro de la congregación se habían formado muchos predicadores, por lo tanto, cualquiera de ellos podría hacerlo. Sin embargo, el hermano insistió en que debía ser yo el que llevase la Palabra puesto que su esposa me había visto en visión predicando.

Para ese entonces Dios ya me había hablado diciéndome que si quería que Él me usara, solo debía creer. Allí me mostró abiertamente el verdadero significado de Marcos 16:17, Él me reveló que ese era el secreto de las señales: creer.

Entonces le dije a Dios que nunca me iba a proponer para predicar en una campaña, Él siempre enviaría personas que me invitaran, de esta manera me daría cuenta de que Dios estaba en ello. Así sucedió desde aquel momento hasta el día de hoy.

La campaña a la que me invitaron era en medio de una de las más peligrosas villas. La primera noche muchos pandilleros cayeron endemoniados al suelo, revolcándose y echando espumarajos, así fueron libres de todas las ataduras diabólicas. Al día siguiente estos muchachos eran los primeros en esperar el comienzo de la reunión.

La segunda noche de campaña, no sé si fueron aquellos pandilleros u otros, pero alguien cortó la electricidad del lugar. Igualmente junto con el resto de los hermanos comenzamos a alabar a Dios con todo nuestro corazón y el Espíritu Santo descendió de tal manera que los que estaban ubicados a mi derecha cayeron al suelo y la mitad de ellos comenzaron a revolcarse. 

Veía personas que entraban de la calle gritando, otros llorando, algunos se arrastraban, vi a otros golpearse la cabeza contra el púlpito dando gritos. Mientras tanto, todos continuamos alabando hasta que repararon el desperfecto eléctrico. Esa noche pude ver obrar al Espíritu Santo al darle convicción de pecados a tantas personas, además de sanidades y liberaciones.

El tercer día de campaña los espíritus inmundos continuaban saliendo. Algunas personas llevaban a los vecinos del lugar que se manifestaban en sus propias casas. Esa noche la reunión finalizó llena de prodigios y maravillas. Así fue mi primera campaña evangelística. La gloria de Dios estaba allí mostrando señales que respaldaban su Palabra.

Como le ocurrió a esta mujer, el mundo está esperando que alguien enviado les predique, les hable de salvación, sanidad y liberación. En Romanos 10:11 la Biblia nos dice:
Todo aquel que en Él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!
¿Es usted, estimado amigo, o es su ministerio el encargado de este mandato? Si es así, nunca olvide los pasos que describiré a continuación.
Siete pasos para la unción
Hay siete requisitos que cumplir para tener éxito en el ministerio cristiano. Estos son los elementos básicos para alcanzar un ministerio ungido y con éxito. Sin ellos, nuestro servicio será intrascendente y sin frutos. Observemos lo siguiente:
Consagración
Con esto me refiero a la entrega total de una persona a Dios. Ninguno de nosotros puede desarrollar un ministerio eficaz si no rendimos toda nuestra vida a Él.

En la empresa comercial y familiar que dirijo, cuando necesitamos emplear a una persona para trabajar con nosotros, publicamos un aviso en las páginas del periódico. Como respuesta a tal solicitud, se presentan muchos a los que se les hacen los exámenes pertinentes al puesto que se encuentra vacante. De acuerdo a la capacidad de cada aspirante, elegimos a uno de ellos que a nuestro parecer es el indicado. Sin embargo, esto no se hace sin antes evaluar algunas referencias, como por ejemplo: la capacidad para el desempeño de la correspondiente función y la experiencia. Así se suele proceder cuando se necesita contratar a alguien para que cubra un puesto específico.

La iglesia, por lo general, cuando necesita un ministro, un siervo, un colaborador, busca un teólogo que conozca perfectamente las Escrituras, que tenga sabiduría, capacidad, experiencia, etc. 

Pero, ¿qué busca Dios de un siervo? Él solo quiere una vida íntegramente rendida. Dios no busca un teólogo, ni un sabio, ni un dogmático, sino una persona del todo consagrada a Él. Dios no solo busca capacidad o sabiduría, sino consagración y entrega a Él. Lograr esto no es fácil, requiere luchas y demanda de nosotros una total entrega y muchas otras cosas que nos cuestan ceder.

Recuerdo cuando Dios me llamó al ministerio. El primer año fue de verdadera lucha entre Él y yo. La razón de esta batalla era que solo le había rendido el noventa por ciento de mi vida. A pesar de que había recibido el bautismo del Espíritu Santo, de que iba a los hospitales, oraba por los enfermos y se sanaban, de que predicaba y se convertían, había algo en mí que no estaba íntegramente entregado al Señor.

Recuerdo que muchos habían profetizado sobre el ministerio que Dios me había dado. Me decían que Él me enviaría a otros países, que sería un evangelista internacional, que toda América oiría mi voz y muchas otras cosas más. Sin embargo, no sentía una libertad plena en mi vida para desarrollar este ministerio.

Un día, en sueños, el Señor me mostró una villa miseria y me pregunté: ¿Será que Dios quiere que vaya allí a predicar? A lo que respondí de inmediato: No … allí no voy. Otro día Dios me vuelve a mostrar otra villa miseria. Y volví a decir: A ese lugar no voy. ¿Cómo voy a ir yo a una villa miseria? Esa era la lucha. Creía que les predicaría a magnates o artistas, pero Dios quería que predicara a los pobres.

Me sentía tan mal al darme cuenta de lo que Dios me mostraba y de mi negativa, que un día le dije a María, mi esposa: «¿Si regalo todo lo que tengo y nos vamos al norte argentino a predicar el evangelio, sin nada, con lo que tenemos puesto, tú me seguirías?» Y ella respondió: «Si sientes que es de Dios, te seguiré. Donde tú vayas, iré». Pensaba que Dios quería esto. 

Hasta que finalmente comprendí que la voluntad de Él era que predicara de Cristo en esos lugares, a esa gente. Así entendí que ya no me interesaba lo que tenía, había perdido ese amor enfermizo por la empresa comercial que, hasta ese momento, había sido mi vida. Cuando quité mi «yo» y cambié las prioridades de mi corazón, Él me envió a evangelizar a los pobres.

Predicamos en los lugares más marginados de la ciudad, bajo la lluvia, en medio del lodo. Así comenzó el ministerio. Allí realicé campañas entre ladrones, pervertidos, en medio del pecado. En ese lugar estábamos nosotros. En el auto, mi esposa y yo teníamos un par de botas para los días lluviosos en que debíamos caminar por esas calles llenas de barro. Pero, ¡con cuánta alegría predicábamos!

Dios necesitó de mí una entrega total. Ese es el primer paso. Si no hay una entrega total en nuestra vida, Él no nos puede usar. No hablo solamente de estar convertido ni de haber recibido el bautismo del Espíritu Santo, sino que Dios quiere una vida íntegramente consagrada a Él. Alguien que le diga: «Señor, donde me envíes iré».
Visión
El segundo punto es la visión. ¿Cuál es la visión ministerial que Dios le ha dado?
Dentro de la Iglesia de Cristo hay cinco ministerios importantes: apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro. Creo que no todas las personas llamadas al ministerio deben ser pastores, ni que todas deban ser evangelistas porque si no estaríamos construyendo un cuerpo deformado. 

Si Dios aún no le ha dado una visión ministerial para su vida, ¡pídasela! Usted necesita saber cuál es el llamado que Él le ha dado para luego poner sus ojos en ese objetivo. Debe tener una visión clara y exacta del ministerio que va a desarrollar. De no ser así, será difícil alcanzarlo. 

Hay un llamado específico para cada uno de nosotros que debemos cumplir. Cuando tenemos ese llamado, Dios nos da la visión, la forma y la capacitación del Espíritu Santo para poderlo llevar adelante.

¿Sabe cuál es el grave problema en la Iglesia de hoy? El triunfalismo. ¡Cuidado! Esa es una enfermedad que corroe los ministerios. ¿Por qué lo digo? Muy simple, resulta que si un pastor tiene tres mil almas en su iglesia, una cantidad menor de personas le resultaría un fracaso. Entonces para alcanzar ese número de asistentes no importará lo que se deba hacer, ya sea comprar un gran auditorio, dos horas de radio, pedir dinero prestado, etc., Todo esto con el simple propósito de tener una iglesia de tres mil personas. Eso es triunfalismo.

En realidad, no todos los llamados de Dios son iguales. Por lo tanto, si usted se equivoca en la visión, fracasa en el ministerio. Lo importante es que sepamos cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dios llama al hombre y a la mujer para un ministerio, pero usted debe saber que hay pastores para mil, para diez mil y hay pastores para cincuenta o cien almas.
         
Hubo un ministerio en la tierra que creo fue el más hermoso que haya existido. En él todos los enfermos que llegaban se sanaban. El predicador que lo lideraba salía fuera de la ciudad a predicar y la ciudad entera iba tras Él. Y no eran solo los habitantes de una población, sino que llegaban de otros lugares a verlo. A miles les predicó y miles sanaron, a ciudades enteras conmovió, a endemoniados liberó, hasta muertos resucitó. Pero cuando terminó su ministerio público aquí en la tierra, ¿cuántas almas tenía? Apenas ciento veinte. ¿Y a usted le parece que este ministerio fracasó?

Si lo miramos con la óptica actual, tendríamos que decir que Jesús fracasó. Ciento veinte almas estaban en el aposento alto esperando la promesa de Dios. Más de quinientos lo vieron resucitado, pero solo ciento veinte fieles estaban allí. Sin embargo, ellos fueron los que llenaron el mundo de Cristo y hoy nosotros recibimos este evangelio de aquellos ciento veinte.

 Así que estemos conscientes de que quizás Dios nos llame a tener una iglesia de mil, de quinientos, de cincuenta o de veinte. ¿Qué importa la cantidad? Lo importante es cumplir el propósito y el plan de Dios para nuestras vidas.

Cuidémonos del triunfalismo, de tratar de obtener el éxito de cualquier modo. Debemos esperar de Dios lo máximo, pero por sobre todas las cosas, hacer su voluntad. Por eso hay muchos ministerios que fracasan. Por eso hay ministros, que teniendo iglesias de doscientos y de trescientos miembros, se encuentran tristes y amargados porque no se conforman. Pero si esa es la voluntad de Dios, acéptela y no se preocupe por las cantidades.

Dios quiere salvos, pero en su medida y a su modo. No todos van a predicar en las principales ciudades del mundo. Quizás Dios lo envíe a un pueblecito, a esos lugares tan difíciles donde a veces cuesta que la gente entienda el evangelio, pero para Dios esas almas también tienen mucho valor. Por eso nosotros estamos en un ejército, y allí no es valiente solo el que se encuentra en un puesto de batalla, sino aquel que administra, el que prepara los alimentos, los que se preocupan por la atención de los que están en la lucha. Todos los ministerios son importantes. El suyo también lo es.
Conocimiento
Tener conocimiento es fundamental, pero debemos usarlo para servir al Señor y no para demostrarle al mundo nuestro nivel intelectual. La capacitación es esencial para responder adecuadamente a los que preguntan sobre un determinado tema. Los que ministramos somos hombres y mujeres que debemos saber responder puesto que conocemos bien la Biblia, la Palabra de Dios. Si no la conocemos, vamos a estar en desventaja frente al diablo porque él sí la conoce.

Dios también nos capacita para que ministremos el amor y la gracia de Cristo a través de nuestras vidas. Si nos llenamos solo de conocimiento y no tenemos amor por las almas perdidas, no alcanzaremos el objetivo. Por lo tanto, todo tiene que ir ordenado, balanceado, en el ministerio eficaz. Trazando, como todo obrero aprobado, la palabra de verdad y no modificando las Escrituras.
Fe
La fe sin obras es muerta. Podemos tener fe, pero si no la ponemos en práctica, de nada nos sirve. Si cumplimos todos los pasos hasta aquí citados pero no tenemos fe, la unción no resultará. Son necesarios cada uno de estos ingredientes para alcanzar la unción.

El Señor nos dice claramente: «Y estas señales seguirán a los que creen» y menciona diferentes manifestaciones de poder, como por ejemplo: 
  • sanar enfermos, 
  • echar fuera demonios y otras cosas más. 
¿Usted cree que esas señales le seguirán? ¿Para quiénes son estas señales? Sin duda son para todos nosotros sin excepciones. El Señor nos dice hoy: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» y avalará este envío con señales que se accionarán únicamente a través de la fe. (Véase Marcos 16:14–19.)

Cuando usted se para detrás de un púlpito, pone en obra la Palabra por la fe a fin de confirmarla. Todo lo demás corre por cuenta de Dios. Quizás me pregunte qué hago yo. Simplemente predico el evangelio como dice la Biblia en el Evangelio de Marcos: hablo la Palabra. Después que las personas aceptan a Jesús y se acercan a la plataforma como demostración de su paso de fe, echo fuera los demonios en el nombre de Cristo y estos salen. Oro por los enfermos y estos sanan. También en cada reunión oro por el bautismo del Espíritu Santo. Es fundamental cumplir con estas cuatro facetas. No deje de hacerlo, ya que cada una de ellas es necesaria: salvación, liberación, sanidad y bautismo del Espíritu Santo.

Entonces, ¿qué ocurre cuando oramos con fe? Lo sobrenatural comienza a suceder, el mover de Dios se activa con la única llave que puede darle movimiento y esa es la fe. Nosotros debemos creer que lo pedido se cumplirá porque Dios no falla.

Hace un tiempo me llamó un pastor para que fuera a predicar a su iglesia y le respondí: «Sí, iré. Dios me dio algo nuevo y quiero darlo a conocer». Ese día el culto fue una revolución. Pusimos en fila a todos los que querían el bautismo del Espíritu Santo y empecé a orar. A todo el que le imponía las manos comenzaba a hablar en lenguas. Creí que así sucedería y así ocurrió.

Eso es fe. Poner la Palabra en acción y con sencillez. Si creemos con candor en la Palabra, Dios revolucionará nuestra vida. En mi caso, predico el evangelio en la forma más sencilla posible para que todos lo entiendan sin importar el nivel cultural de los que escuchan.

Durante una reunión evangelística en Estados Unidos, Dios me dijo: «Predica una hora si es necesario. Las personas deben entender que son ellas las que necesitan de mí y no yo de ellas». 

Esto es una realidad, Dios le hace falta a los hombres, entonces nosotros tenemos que exponer sus necesidades diciéndoles: «Ustedes necesitan de Dios. ¿Piensan seguir con sus corazones destruidos, emborrachándose, adulterando, mintiendo o desean cambiar? Tengan en cuenta que vivir de espaldas a Dios solo trae dolor, tristeza y amargura».

Así de simple es el evangelio. Aprendamos las cosas sencillas y prediquemos a un Jesús sencillo para que todo el mundo pueda entender las verdades de Dios.
Acción
Para entender este paso deseo que tomemos el ejemplo de Nehemías. Él recibió Palabra de Dios diciendo que debía hacer algo. Y no se quedó sentado esperando que Dios lo hiciera, sino que se puso en acción y dijo: «Ayúdame cuando le presente al rey mi petición. Haz que su corazón sea propicio a mí» (1:11, La Biblia al día).

Muchos oran y oran, y cuando les decimos: «Hermano, ganemos aquel barrio para Cristo», responden: «Estamos orando». Al año siguiente le repetimos: «Hermano, hay que ganar el barrio para Cristo, hay muchos drogadictos». Y ellos vuelven a responder que siguen orando. 

En definitiva, se pasan la vida solamente orando. Debemos orar, pero una vez que Dios nos da la seguridad es momento de pararnos como Nehemías y decir: «¡Vamos! Reedifiquemos los muros de Jerusalén y quitemos de nosotros este oprobio» (Nehemías 2:17, La Biblia al día). Siempre estamos esperando que Dios lo haga todo, que Él sea el que venga a predicar. Oramos dos minutos y decimos: «Señor, salva el barrio», y ya está. Y de esta manera pretendemos que una persona se convierta.

En cierta oportunidad Dios me dio una visión en la que vi un gran oasis, palmeras, plantas exóticas, árboles frutales de todo tipo, arroyos de agua cristalina, flores, césped de color verde oscuro, pájaros y una multitud bebiendo refrescos, comiendo frutas, cantando, riendo, jugando. Y pensé, este lugar es «el paraíso». Mas cuando comencé a acercarme al vallado que lo circundaba vi al otro lado un gran desierto. No había árboles, agua, flores, no había sombra, el sol partía las piedras y vi la multitud agonizante mirando. Muchos tenían la piel agrietada, la lengua hinchada y se sostenían el uno con el otro. Sus manos tendidas hacia los que estábamos en el paraíso imploraban ayuda.

Esta visión de Dios me ayudó a reflexionar como parte de la Iglesia de Cristo. Nuestros templos están cansados de oírnos. Cada ladrillo puede ser un doctor en teología. Saquemos el púlpito a la calle, a las plazas, a los parques. Vayamos de puerta en puerta hablando de Cristo.

 Los lamentos de los que sufren golpean nuestros tímpanos. Despertemos, los noticieros de radio y televisión, los periódicos y semanarios cantan loas al destructor. ¡Prediquemos de Cristo!

Dios quiere hombres y mujeres de acción. Seamos sensatos y sabios. En la vida, si no entramos en acción, no movemos. Si no nos esforzamos, fracasamos. Si no hay acción, aunque tengamos mucha sabiduría, no vamos a ganar las almas para Cristo. 

Aunque nos instalen una iglesia completa con todo lo necesario; ¡olvídese! A todo proyecto hay que agregarle acción y eso se demuestra saliendo a servir al Señor. Si es haragán, renuncie al ministerio o dígale al Señor que le saque la pereza. 

Ningún perezoso va a tener éxito en la obra del Señor porque Él necesita personas valientes y esforzadas. Eso fue lo que Dios le dijo a Josué: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes» (1:9).

¿Qué es esforzarse? Es sobrepasar los límites de nuestras fuerzas. Si por ejemplo nos gusta dormir mucho, el ministerio no resultará en nuestras vidas. En realidad, todo debe tener un límite y una medida. Tampoco es necesario llegar al extremo de tener tanta actividad que nos pasemos el día corriendo y dejemos de orar.
Oración y ayuno
Somos sacerdotes de Cristo. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de tener el fuego encendido, mantener el fuego del altar en nuestra vida devocional a través de la oración constante. Así el fuego del Espíritu Santo no se apagará jamás.
Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz.
Levítico 6:12
Es importante que sintamos amor por las almas perdidas; que doblemos nuestras rodillas para gemir, para clamar por el mundo que se pierde. Cuando aceptamos a Jesús, las llamas del altar llegan hasta el techo. Sin embargo, al pasar el tiempo el amor se va apagando y el altar también. 

Entonces, allí donde había fuego, solo quedan cenizas. Si dejamos apagar el fuego del altar, como le sucedía a los levitas, no servimos como sacerdotes, fracasamos en nuestra función. Si no mantenemos el altar a Dios encendido en nuestras vidas, nos enfriamos. De pronto comenzamos a perder el amor por las almas sin Cristo, por la obra y por los hermanos.

Pero aún estamos a tiempo de recuperar ese primer amor, como la iglesia de Éfeso. Perdió su primer amor y su altar se consumió. Había trabajado mucho, había andado mucho, había obrado mucho, pero algo andaba mal. Dios vio los esfuerzos de la iglesia de Efeso, su trabajo incansable, que resistía a los malos y a los que decían ser apóstoles y no lo eran. Sin embargo, le dijo: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete» (Apocalipsis 2:4, 5).

Podemos mantener el fuego del altar encendido con oración y con ayuno. Buscando a Dios con todo nuestro corazón e intercediendo. Así nos prepararemos para enfrentar los obstáculos, pues, como el Señor nos dice, no tenemos lucha contra carne ni sangre, sino contra principados, contra potestades y contra huestes espirituales de maldad. 

La Biblia es clara al mostrarnos que nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra las potestades del aire. Es allí donde debemos tener victoria, orando permanentemente y diciendo: «Satanás suelta la ciudad. Diablo suelta las finanzas. Satanás, diablo inmundo, tú que traes el pecado sobre la Iglesia, suéltala en el Nombre de Jesucristo».

Satanás es real, pero muchas veces pareciera que lo pasamos por alto, creemos que de esta manera no nos va a hacer nada. El diablo anda como león rugiente, buscando a quien devorar y nosotros debemos librar esta batalla en oración, en el altar; y cada vez que lo reprendemos es como si le echáramos un balde de nafta al altar.

Es importante la consagración, la visión, el conocimiento, la fe, la acción, pero a la oración y al ayuno debemos cuidarlos celosamente. Este es un ingrediente que no puede faltar en su ministerio. Si fracasa en esto, lo demás no sirve. Cada tema debe cuidarse con celo. Cada cosa tiene su componente real para nuestra vida cristiana, pero es importante que le agreguemos una vida de oración e intercesión. Además, como líder de un ministerio, es importante que organice un grupo que esté orando constantemente a su alrededor e intercediendo por su vida.
Amor
A todo lo enunciado hasta aquí debemos abrazarlo con amor. Si no hay amor por las almas perdidas y por las ovejas propias, el ministerio cristiano es ineficaz y no va a tener en nuestra vida ningún resultado. Usted puede ser una persona de acción, de fe o de conocimiento, pero si no tiene amor, ¿de qué sirve? Todo lo que pueda construir lo termina destruyendo por falta de amor.

Diariamente elevo esta oración a Dios: «Señor, dame amor. Porque sé que si no tengo amor, nada soy». Si no amara en verdad al que sufre, me sería imposible continuar en el ministerio. Hay días en que tengo tres personas que me están hablando en un oído, tres en el otro y tres por detrás. Le puedo asegurar que a veces no es fácil, por eso necesitamos Una cuota de amor especial, pues muchas veces la paciencia se termina y si no tenemos amor no podemos continuar.

El amor, dice la Biblia, «no se envanece … no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:4–5, 7). Ese es el amor que debemos tener. 

Si usted tiene una vida de altar y el fuego está encendido, pídale a Dios que lo llene de su amor y Él lo hará. Pero no se olvide, ore a Dios, interceda ante Él, no se conforme con orar cinco o diez minutos, eso no alcanza. Ore a Dios cuanto quiera: una hora, dos horas … pero trate de dedicarle tiempo al altar. De manera que todos los pasos que debemos transitar para lograr un ministerio triunfante estén inundados con el amor precioso de nuestro Señor Jesús.

Hace un tiempo llegó un hermano, que ha escrito muchos libros, enviado por un pastor alemán. Estaba investigando todo acerca de los avivamientos y sus fallas. Habló de Finney, de Moody, de Wesley y de otros. Quería saber el porqué los avivamientos se detienen.

Entonces le respondí, de acuerdo a mi entendimiento, con una ilustración. Si dos boxeadores pelean en un ring, uno ataca y el otro se defiende. Cuando el que atacaba deja de hacerlo, el que se defendía comienza a atacar. Lo mismo sucede con la Iglesia y su lucha con Satanás. Cuando estamos librando la lucha por las almas perdidas, lo que sostiene el ataque es el amor por esas vidas. Cuando la Iglesia deja la acción, el diablo la ataca y pasa a defenderse de él. ¡No pierda su lugar de victoria dentro de la lucha!

Quiero terminar esto con lo que Dios me dijo al respecto:
El amor por los perdidos produce avivamiento. Cuando se termina el amor, se termina el avivamiento. Aquel que tiene pasión por las almas vive en un permanente avivamiento.
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martes, 7 de junio de 2016

En el principio siempre fue el Verbo, y el Verbo siempre estuvo junto a Dios cara a cara: y el Verbo siempre fue Dios mismo.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6







En El Principio era El Verbo... y el Verbo era Dios
¿Quién es el Verbo según Juan?En el principio siempre fue el Verbo, y el Verbo siempre estuvo junto a Dios cara a cara: y el Verbo siempre fue Dios mismo.                                                                                                              Juan 1:1 (Versión libre)
La piedra de toque para toda doctrinaEl mensaje de la Biblia es esencialmente Cristocéntrico (es decir, que Cristo es el centro del mensaje, todo converge hacia Él). Y una de las características de todo error es que de un modo u otro tiende a mermar algo de la grandeza o suficiencia de Cristo.
Se han introducido doctrinas que reconocen la grandeza de la persona de Cristo y que Él es mucho, pero no es todo, por cuanto empequeñecen su obra, diciendo que es el Mediador, pero no es el único.
Otros dicen que Cristo salva, pero que es preciso guardar la Ley, como los antiguos judaizantes que se oponían al apóstol Pablo y a quienes este escribió la carta a los Gálatas. 
De una manera u otra, pues, todos los errores atacan la grandeza de Cristo, sea a su persona, sea a su obra. Por lo tanto, cuando una doctrina se nos abre paso para su consideración,  preguntémonos: ¿qué lugar ocupa Cristo en ella?
Además, otro principio que hay que tener en cuenta para una recta interpretación de la Biblia es que la Palabra de Dios forma una unidad. Toda la Biblia debería ser leída a la luz de todo el contenido. No debemos desarrollar solamente una parte en detrimento de las otras partes de la Escritura. Porque la Biblia es una unidad perfecta.
En efecto: este sistema es el mejor medio que vemos y lo más práctico para combatir las herejías, porque los argumentos bíblicos de los «Testigos de Jehová» no resisten la interpretación total y objetiva de toda la Biblia.
Un tesoro de nuestra Fe«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1:1). 
Este texto es un verdadero tesoro para los creyentes cristianos por su profundo contenido doctrinal. Con tan pocas palabras y con esta expresión tan breve como sencilla, que constituye el prólogo de su Evangelio, el apóstol Juan se remonta hasta la misma eternidad y afirma la existencia del Verbo en el mismo tiempo a que se hace referencia en Génesis 1:1, cuando Dios creó los cielos y la tierra.
Él, el Verbo, ya existía cuando lo que no existía antes comenzó a existir. Su existencia es, pues, sin principio: eterna. El Verbo no fue creado. Esta es una deducción lógica de la declaración de Juan, y también es sugerida por el verbo gramatical que se emplea, como veremos después.
Este texto de Juan 1:1 nos revela grandes verdades teológicas. Veámoslo:
  • La eternidad del Verbo. Es decir, su preexistencia: «En el principio era el Verbo».
  • La personalidad distinta del Verbo. O sea, su coexistencia. 
  • Y también su relación única con Dios el Padre: «y el Verbo era con Dios».
  • La naturaleza y la esencia de la deidad del Verbo. Es decir, su consustancialidad, la cual lleva inherente su propia divinidad: «y el Verbo era Dios».
Además, este versículo tan monumental refuta también de un solo golpe tres graves errores:
  • «En el principio era el Verbo»: que por llevar intrínseca la Deidad misma, derriba el ateísmo (refutando así a aquellos que niegan la existencia de Dios).
  • «Y el Verbo era con Dios»: esta declaración va contra Sabelio (quien negaba la distinción de Personas en la unidad de la Trinidad divina).
  • «Y el Verbo era Dios»: se replica a Arrio (el cual negaba la deidad de Jesucristo).
Una falsificación diabólicaSin embargo, intencionadamente, la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras vierte Juan 1:1 de la siguiente manera:
  • «En (el) principio la Palabra era, y la Palabra estaba con el Dios, y la Palabra era un dios».
Así, los llamados «Testigos de Jehová» tratan de demostrar que Cristo no es Dios. Pero ¿es admisible esta traducción textual que ellos presentan? No, si nos atenemos a las reglas de la gramática griega y a los contextos bíblicos correspondientes. Porque solo el diablo puede tener un interés maquiavélico en atacar la verdad más fundamental de la Biblia: la deidad de Jesucristo.
Análisis gramatical de Juan 1:1Vayamos ahora al texto original. Mi Nuevo Testamento griego, basado en los textos críticos del profesor Eberhard Nestle, de Westcott y Hort, y de Bernhard Weiss, todos ellos reconocidas autoridades en el griego de los documentos novotestamentarios, dice:«En arkhe en ho Logos, kai ho Logos en pros ton Theon, kai Theos en ho Logos».
Vamos a tratar de traducir lo más literalmente posible:«En principio era el Verbo, y el Verbo estaba con el Dios, y Dios era el Verbo».
Aunque la segunda cláusula quizá podría traducirse mejor así:«Y el Verbo estaba junto al Dios» o «y el Verbo estaba con el Dios». Porque el artículo masculino definido «ton» («el»), que precede al primer nombre «Dios», es acusativo.
Además, parece ser, según algunos exegetas, que la idea literal del griego es que el Verbo estaba «dentro de Dios», o más bien que estaba «habitando en Dios». Por lo que a la luz de ello, y sin forzar la exégesis ni torcer la armonía de los contextos correspondientes, la tercera cláusula invita a ser traducida perfectamente de la siguiente manera: «y el Verbo era Dios mismo».
LOS TESTIGOS AL ATAQUE:
Ahora bien: los «Testigos de Jehová» argumentan de esta forma: 
  • el segundo nombre «Dios» no va precedido de artículo determinado, y esto indica que no se trata del mismo Dios. Por consiguiente, al escribirse la segunda vez el nombre de Dios sin artículo, se nos enseña con respecto al Verbo que Juan se refería a un «dios» de menor categoría, de calidad inferior y no igual al verdadero Dios.
  • Por otra parte —dicen—, existen copias de manuscritos griegos del Evangelio de Juan, en los cuales el segundo nombre «Dios» de este texto aparece escrito con inicial minúscula, lo que —siempre según ellos— viene a confirmar que el Verbo era un «dios» de segunda clase.
  • Además, en la gramática griega no existen los artículos indeterminados; se suponen cuando su morfología textual lo permite. Los nombres usados en griego sin artículo se traducen sin él o con el artículo indefinido. De ahí que, muy arbitrariamente, y cegados por su propia interpretación convencional, los «Testigos» hayan optado por traducir que «el Verbo era un dios».

Pero ese sistema de razonar es una hábil argucia, una artimaña sutil ideada por los traductores de la versión Nuevo Mundo para atacar la divinidad de Cristo y engañar así a quienes desconocen las reglas de la gramática griega. Porque, como veremos a continuación, la distinción que se aduce de «el Dios» y «Dios», esgrimida para apoyar y justificar una traducción que carece de fundamento escriturístico, no establece diferencia básica alguna en nuestro texto.
La gramática griega se distingue de la inglesa y de la española en varios aspectos, y el uso del artículo es uno de ellos. Tanto en español como en inglés existe el artículo definido el y el artículo indefinido un. 
En griego, por el contrario, como ya hemos dicho, solamente existe el artículo determinado ho. Asimismo, sabemos que una palabra acompañada del artículo definido (el) expresa identificación; y una palabra acompañada del artículo indeterminado (un) es indefinida.
Pero en griego no es así. La presencia del artículo en el idioma griego identifica a la persona u objeto. La ausencia del artículo enfatiza la cualidad de la persona u objeto. Aunque puede también omitirse el artículo en las máximas, sentencias y expresiones de carácter general.
A continuación citamos la explicación que sobre el artículo griego aparece en Un Manual de la Gramática del Griego del Nuevo Testamento, por H. E. Dana y Julius R. Mantey:«La función del artículo es señalar un objeto o llamar la atención a este. Cuando el artículo aparece, el objeto es ciertamente definido. Cuando el artículo no se usa, el objeto puede o no ser definido… La función básica del artículo griego es señalar la identidad individual» (pág. 137).
«Algunas veces, con un nombre que el contexto comprueba ser definido, EL ARTÍCULO NO SE USA. Esto hace que la fuerza recaiga sobre el aspecto cualitativo del nombre en lugar de su sola identidad. Un pensamiento puede concebirse desde dos puntos de vista: 
  1. identidad, y 
  2. cualidad. 
Para indicar el primer punto de vista, el griego usa el artículo; para el segundo, el anathorous (sin artículo) es usado. También en expresiones que han sido tecnificadas o estereotipadas, y en salutaciones, el artículo tampoco se usa» (pág. 149).

En conclusión: la gramática griega enseña que la ausencia del artículo no hace al nombre necesariamente indefinido, por las siguientes razones:
  • El nombre en griego tiene definitividad intrínseca.Puede suprimirse el artículo al lado de ciertos nombres comunes que designan seres únicos en su especie y de NOMBRES PROPIOS.
  • Cuando un nombre se usa sin el artículo, el autor desea enfatizar la cualidad o carácter de ese nombre.
  • Gramaticalmente, un predicado nominal formado por un verbo copulativo (ser o estar) carece de artículo porque no lo necesita.
Y este es precisamente el caso de la oración sustantiva del verbo ser de Juan 1:1, donde el predicado «Theos» es nominativo al igual que el sujeto «Logos».
Por otra parte, la palabra «Dios» se escribe aquí sin el artículo masculino en nominativo («ho»), de que está habitualmente precedida, porque esta omisión se imponía por tener, al propio tiempo, el sentido de un adjetivo, y el vocablo desempeña en la frase el papel de atributo y no de sujeto (por las razones gramaticales expuestas), no designando a la persona, sino —como ya se ha dicho— la cualidad, el carácter, la esencia, la naturaleza de ella, que en el caso que ocupa nuestra consideración es precisamente la de la Deidad misma. 
En consecuencia, pues, la palabra «Dios», sin el artículo, y en conexión aquí con la palabra «Verbo», sugiere que ambos son coparticipantes de la misma esencia, coiguales en sus atributos o cualidades divinas, y consustanciales en cuanto a propia naturaleza.
Además, escribiendo el nombre «Theos» de la tercera cláusula precedido por el artículo, Juan habría identificado la Palabra y el Dios (o sea, el Padre), minimizando así la distinción que acababa de hacer en la segunda cláusula al decir que «el Verbo era con el Dios», distinción de persona, aunque no de esencia, que los cristianos aceptamos en nuestro concepto de el Padre y el Hijo, pues no somos «sabelianos».
Dios era el VerboPero todavía hay algo más aquí. Nótese que el texto griego no dice que «el Verbo era Dios», como en la versión castellana, sino: «kai Theos en ho Logos»: «y Dios era el Verbo». 
Es decir, que la palabra «Dios» ocupa el primer lugar en esta frase, el predicado precede al sujeto, está en la posición de mayor énfasis. Es una ley fundamental en las reglas del idioma griego que, cuando se desea recalcar una idea básica, la palabra que la especifica se coloca en primer término. 
El orden, pues, en el que las palabras se suceden en el texto original tiene una importancia ineludible, ya que tiende precisamente a hacer recaer todo el peso del énfasis en la plena divinidad de la Palabra, o sea: Cristo. Por eso, para lograr dicha enfatización, el predicado precede al sujeto.
Por lo tanto, al decir que «Dios era la Palabra» se indica que la Palabra divina es Dios mismo. Equivale al mismo tipo de afirmación que: «Juan es médico» (obsérvese la ausencia del artículo determinado por tratarse de un predicado nominal con el verbo copulativo). 
Y usando un término bíblico para ilustrar más claramente nuestro ejemplo, véase cómo la construcción de la frase «y Dios era el Verbo» es precisamente la misma que la de Juan 4:24 («Dios es Espíritu»), donde el vocablo «Espíritu» es enfático y se emplea para definir la naturaleza y la esencia de Dios.
(Algún exégeta había propuesto, un tanto ingeniosamente, dar a la parte final de nuestro texto el significado de: «y el Verbo era divino». Pero la palabra que, enfáticamente, en griego expresa la idea de divino es «theios», y no «Theos»).
Ahora bien: si leyendo el texto griego de Juan 1:1 hemos podido constatar que no aparece ningún artículo indefinido que autorice traducir: «y el Verbo era un dios»,sino todo lo contrario, ¿por qué los «Testigos de Jehová», habiendo interpolado el artículo indeterminado un en su versión Nuevo Mundo, no lo han encerrado entre corchetes? Ahí se ve bien patente la mala fe con que han obrado los traductores para hacer creer al lector ingenuo que dicha partícula indefinida se halla contenida en el texto original.
Ausencia total del artículo «un»Sin embargo, a la luz de todo lo expuesto se llega a la conclusión de que los «Testigos» desconocen muchos de los matices morfológicos y sintácticos que presentan las leyes gramaticales griegas. Porque en el griego novotestamentario sí existen unas partículas que suelen usarse como equivalentes a artículos indeterminados para expresar la idea de un, uno y una. Nos referimos a los adjetivos numerales cardinales y a los adjetivos indefinidos, por cuanto implican unidad predicamental, o también trascendental (unidad en sí misma, indivisible en su estructura), y como tales se emplean en muchos pasajes del Nuevo Testamento.
Veamos algunos ejemplos prácticos. Mateo 8:19: «eis grammateús»: «un escriba» (eis: un; masculino). Lucas 10:25: «nomikós tis»: «un intérprete de la ley» (tis: un; masculino). Mateo 19:5-6: «sarka mían», «sarx mía»: «una carne» (mían, mía: una; femenino). Juan 10:30: «en esmen»: «somos uno» (en: uno; neutro). Aquí la partícula neutra se expresa como “un”.
Por lo tanto, el griego no permite traducir: «y el Verbo era un dios», pues para esto Juan tendría que haber escrito: «kai eis Theos en ho Logos» o: «kai Theos tis en ho Logos», ya que aquí un significaría uno entre otros varios posibles, y el griego no introduce adjetivo numeral alguno. De modo que la filología nos indica claramente que se trata de dos distintos, pero que ambos son divinos. Es decir, que en este texto se nos habla de dos Personas que poseen la misma y única naturaleza divina.
Para acabar de disipar las dudas que el lector sincero pudiera tener en este sentido, demostraremos una vez más —y ruego se nos disculpe tanta insistencia— que la ausencia del artículo delante del nombre no hace que este sea necesariamente indefinido, como los traductores de la versión Nuevo Mundo pretenden hacer ver en Juan 1:1. 
Hasta aquí creemos haber probado suficientemente que el esfuerzo puesto en juego para convertir el vocablo «Dios» en indefinido por carecer del artículo no obedece sino al deliberado propósito de los traductores russellistas de negar la deidad de Cristo.
Mateo 4:4; 5:9; 6:24. Lucas 1:35 y 78; 2:14 y 40; 20:38. Juan 1:6, 12 y 18; 16:30. Romanos 8:8 y 33. 1 Corintios 1:1. 2 Corintios 1:21. Gálatas 1:3; 2:19. En todos estos textos aparece la palabra «Dios» sin el artículo. ¿Podríamos traducir «un Dios»? Como el lector podrá comprobar por sí mismo, intercalar el artículo indefinido un delante del nombre «Dios» en los versículos citados resultaría absurdo y totalmente antiexegético.
Pero aún hay másEn Juan 1:18; 20:28, Hebreos 1:8 y 1 Juan 5:20, Jesucristo es llamado «Dios». ¡Y EL VOCABLO «DIOS», APLICADO A JESÚS, VA ACOMPAÑADO EN EL ORIGINAL GRIEGO DEL ARTÍCULO DETERMINADO! ¿Se quiere prueba más contundente de que a Cristo se le identifica con Dios mismo?
Un argumento que no valeReferente al hecho de escribir la palabra «Dios» con mayúscula o minúscula, no vale la pena que nos entretengamos en refutarlo; es algo que, por carecer de valor escriturístico y no tener la importancia que se le ha querido dar, nada demuestra. (¡A qué subterfugios y detalles insignificantes se ven obligados a recurrir los «Testigos» para negar lo que es innegable!). Porque los textos más antiguos escriben todas las letras mayúsculas (códices unciales) o todas con minúsculas (códices cursivos o minúsculi), así que la diferencia no procede del original, sino de copistas de siglos posteriores que empezaron a usar mayúsculas y minúsculas a su libre antojo.
Una preposición iluminadoraAhora bien, antes de concluir con este argumento es necesario, de conformidad con el significado de los términos griegos que estamos estudiando, profundizar un poco más en nuestro comentario analítico de Juan 1:1. «Y el Verbo era con Dios» es una cláusula que nos interesa mucho, pues la palabra griega «pros» («con») es una preposición que tiene categoría de relación; se trata de una preposición de movimiento en una frase sustantiva porque está el verbo ser, y la idea que expresa está completada en la cláusula siguiente, cuyo sentido es que «el Verbo comunicaba en la naturaleza divina».
En efecto: la preposición que Juan usa aquí no es la acostumbrada preposición griega «para», que significa «al lado de», «estar junto a», sino una que tiene el sentido de «estar cara a cara» y sugiere el compañerismo más íntimo como iguales, indicando simultaneidad, coigualdad entre el Verbo y Dios. Es decir, que el vocablo en cuestión no quiere decir solamente que el Verbo estaba junto a Dios en sociedad, sino que nos lo presenta en movimiento constante hacia Él y expresa la idea de íntima unión, de estar estrechamente apegado a Dios en un contacto activo y dinámico, pero con una unión tan estrecha que ambos comunicaban en la naturaleza divina, eran consustanciales, sin otra distinción que la personal.
Este matiz se halla nuevamente en el v. 18: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo (o “el unigénito Dios”), que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer». Juan vuelve a emplear la misma preposición en su 1.a Epístola 1:2: «(Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)».
Ante una verdad tan portentosa como profunda, el doctor G. N. Clark, conocido teólogo evangélico, escribió: «Por supuesto, la encarnación no quiere decir que Dios fue quitado del universo y localizado en Jesús. Ni quiere decir, tampoco, que el Logos fue separado de Dios al ocuparse en efectuar la encarnación. Erramos si pensamos que el Logos es capaz de una sola actividad a un tiempo. Él es capaz de toda la actividad de Dios. La encarnación no es una división de Dios. 
La verdad es más bien esta: que el Dios que en su actividad despliega una variedad infinita añadió a las expresiones de su carácter otra manera de revelarse haciéndose hombre, lo que es una forma adicional de actividad, en la cual pudo entrar sin retraerse de ninguna otra actividad».
«En principio era el Verbo». La palabra «arkhe» («principio») significa aquí principio en sentido absoluto. Compruebe el lector que en el original griego el nombre sustantivo no tiene artículo, lo cual viene a confirmar, en efecto, que el escritor sagrado quiere expresar duración sin tiempo, sinónimo de eternidad. 
El principio de Juan 1:1 halla, pues, su contexto armónico en el principio de Génesis 1:1. Es evidente, por tanto, que se trata de la misma idea y que ambas expresiones nos sitúan en el vértice de la eternidad misma, donde el Verbo existía eternamente, y en el momento en que los cielos y la tierra, cuando eran inexistentes, comenzaron a existir en virtud del poder creador de Aquel que es eterno por sí mismo.
Pruebas de la inspiración verbal Los cristianos netamente evangélicos creemos en la inspiración verbal de la Biblia según el texto en su lenguaje original. Con esto queremos decir que la Biblia no solo fue inspirada en su contenido general, sino que cada palabra fue escogida e inspirada por el Espíritu Santo como si hubiera sido dictada por Él. 
Como una evidencia notable y concluyente de esta inspiración sobrenatural, vamos ahora a considerar dos verbos griegos por medio de los cuales suele expresarse la idea de existencia, significando uno de ellos la existencia juntamente con la idea de origen, y el otro significando existencia sin ninguna idea semejante.
En los vs. 1 y 2 del capítulo primero del Evangelio según San Juan, aparece cuatro veces una palabra especial: es la palabra usada y traducida «en» («era»). 
En los versículos citados, la palabra usada y traducida «era» es la forma imperfecta de la tercera persona del singular del verbo «eimi», que equivale en su significado a nuestros verbos ser, estar o existir, pero no implica que el sujeto del cual se habla tenga un principio, pues el tiempo imperfecto en que se halla indica una acción continua en tiempo pasado. 
Si se hubiera querido indicar un principio o existencia con origen, se hubiese usado un aoristo, que pertenece al tiempo secundario, y al ser indefinido es el tiempo histórico por excelencia. En tal caso, según los gramáticos, se hubiese empleado, concretamente, el aoristo indicativo, que corresponde a nuestro pretérito indefinido e indica esencialmente una acción que tuvo lugar en el pasado y con principio temporal. O se hubiese usado el tiempo perfecto, que expresa la acción ya terminada.
Ahora pasemos al v. 3. Allí aparecen las palabras «fueron», «ha sido» y «fue». Consecuentemente, pues, cuatro son las formas del verbo ser que encontramos en los tres primeros versículos de Juan 1. Pero las palabras traducidas como «fueron», «ha sido» y «fue», en Juan 1:3, son completamente distintas. Esto es: «egeneto». Y la palabra «egeneto», también traducida era, fue, es la tercera persona del singular de «ginomai», y siempre, sin excepción, implica un principio. 
La palabra significa «engendrar» o «principiar», viene del verbo «ginomai», que también se traduce «engendrar» o «ser creado», «venir a la existencia», «nacer» y «descender». Por lo tanto, la palabra «egeneto», cuando es usada, implica existencia de un sujeto con un tiempo definido de principio, antes del cual no existía.
Ahora bien: los dos primeros versículos, en los cuales la palabra «era» ocurre cuatro veces, se refieren al Creador. Y cuando Juan habla de Cristo como Creador, usa la palabra «en», una forma del verbo «eimi», que significa «existir», pero SIN NINGUNA REFERENCIA DE PRINCIPIO O DE FIN. Esto equivale a: «YO SOY», «YO SIEMPRE FUI». Es decir, denota existencia sin ninguna insinuación o sugerencia de un principio. Así pues, cuando Juan se refiere a la deidad preexistente de Jesús, siempre emplea la forma del verbo «eimi», que, como venimos enfatizando, indica existencia sola, sin mencionar origen temporal alguno.
Pero en el tercer versículo notamos las palabras «fueron», «ha sido» y «fue», que se refieren a la creación. Y cuando Juan habla de la creación que Cristo hizo, entonces sí que la palabra «egeneto» es utilizada, y el uso de este verbo indica la existencia de lo que fue creado y por consiguiente tuvo un principio, denotando que la creación no siempre existió, sino que, como su nombre indica, fue creada, significando, por tanto, el vocablo «egeneto»: EXISTENCIA CON UN PRINCIPIO U ORIGEN BIEN DEFINIDO.
Pasemos ahora al v. 4 y notemos que Juan, al hablar otra vez de Jesús, vuelve a usar nuevamente el verbo SER (en griego «en») (SER SIN PRINCIPIO), utilizada en los vs. 1 y 2, pues está hablando de Jesús el Creador.
Pero notemos ahora la presencia de la forma de los verbos ser, estar o existir, la palabra «hubo», en el v. 6. Aquí la palabra traducida «hubo» es el término griego «egeneto», que denota principio, porque este versículo habla de Juan el Bautista, quien fue un hombre con un principio, por cuanto tuvo un origen humano al nacer. Véase lo que luego se añade en el v. 8. El verbo griego que denota la existencia de Cristo se usa aquí acompañado del adverbio negativo «no», para distinguir a Juan como hombre de Jesús como Dios.
Pasemos al v. 10. Aquí está el texto que habla tanto del Creador como de lo creado. Pero no hubo error al escoger las palabras usadas. El Espíritu Santo utiliza cuidadosamente la forma del verbo «eimi», denotando eterna preexistencia, cuando se refiere a Jesús, y la palabra «egeneto», significando un principio o génesis, cuando se refiere a lo creado.
Ahora llegamos al texto cumbre, la evidencia indiscutible de la divina inspiración de las Escrituras. El versículo 14. La Palabra «fue» en este versículo es el término «egeneto», aplicado al cuerpo físico de Jesucristo. Se refiere a su nacimiento, a su encarnación, cuando la naturaleza humana de Jesús tuvo su principio.
Consideremos el v. 15. Juan el Bautista dice que Jesús existió antes que él. Ahora bien: esto no se refiere al nacimiento humano de Jesús, porque el Bautista fue concebido en el vientre de su madre seis meses antes de que Jesús fuera concebido en el seno de María (Lc 1:26). Jesús, como hombre, fue seis meses menor que Juan el Bautista (Lc 1:36). Por lo tanto, Jesús existió después y antes que Juan. En efecto: como hombre nació después que Juan; pero como Dios existió antes que él.
Examinemos un último ejemplo: «Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: antes que Abraham fuese, yo soy”» (Jn 8:58). La palabra traducida «fuese», en este versículo, es «genesthai», y el verbo puede traducirse: «Antes que Abraham naciera, existiera o llegase a ser».
Pero en la última parte del versículo, Jesús dijo: «Yo soy». Y la palabra traducida «yo soy» viene del mismo vocablo traducido «era» en Juan 1:1. Este es el término «eimi» («Yo soy»), de la raíz de la palabra griega «en», siempre usada para la existencia eterna de Cristo. Por tanto, Jesús afirmó aquí: «Antes que Abraham naciera, YO YA EXISTÍA». Vendremos más adelante a una más detenida consideración de este verso.
Mala gramática y peor teologíaAsí pues, a la luz de todo lo dicho con respecto al análisis gramatical del texto griego de Juan 1:1, la conclusión es obvia: la traducción «y la Palabra era un dios» no es más que una invención de los traductores de la versión Nuevo Mundo, y, además, como ya se ha demostrado, esta traducción de los «Testigos de Jehová» va contra todas las reglas de la gramática griega, por cuanto según las leyes gramaticales del idioma griego no solo resulta imposible dicha versión, sino que es antigramatical traducir «y la Palabra era un dios».
Teniendo en cuenta todos los antecedentes considerados, y sobre todo comparando Juan 1:1 con los correspondientes contextos escriturísticos, la traducción de los «Testigos» fuerza la sintaxis griega de una manera antinatural y, en consecuencia, no puede aceptarse bajo ningún concepto.
No debemos confundir los términos. Una cosa es la exégesis (leer lo que dice el texto). Otra cosa muy distinta, practicada por el comité de traducción de la versión Nuevo Mundo, que confiesa haber permitido que sus creencias religiosas influyeran en sus componentes al traducir su «Biblia», es la «eiségesis» (leer lo que uno desea que diga el texto).
El Logos en los Targums judíosSabemos ahora que la teología judaica de Palestina del primer siglo después de Cristo fue cosa más preciosa de lo que antes se suponía. 
El helenismo se casó con el judaísmo en Alejandría. Ya en Alejandría, había adoptado la doctrina estoica del Logos como Razón y Verbo, y la había usado abundantemente. 
La misma usanza había ocurrido, antes que él, en los libros del Antiguo Testamento, donde la personificación de la Sabiduría es común. Y puesto que la Sabiduría de Dios estaba ya personificada en los escritos sagrados de los judíos, no necesitamos sorprendernos de que Juan use el término «Logos». 
En Éfeso, donde probablemente el anciano apóstol escribió su Evangelio, la obra del filósofo griego Heráclito fue bien conocida. De ahí que Moffat aún sugiere que un estoico muy bien podría haber escrito: «En el principio era el Logos, y el Logos era Dios».
Ciertamente nos permitimos pensar que Juan, muy alerta para aprovecharse del pensamiento de los eruditos de su día, se alegraba de usar esta terminología judaica-platónica-estoica: Logos, para ayudarse a exponer la naturaleza y misión de Jesús en el universo. Es «una forma intelectual» del mundo grecorromano, justamente como «Mesías» pertenecía al mundo judío; pero con esta diferencia: de que la idea de Logos ya estaba aceptada también en el mundo judío.
Es, sin embargo, muy difícil traducir «Logos» al español, a causa de la idea doble, en él, de Razón y Expresión. El poeta laureado Robert Bridges traduce estas palabras en su nuevo libro así: «En el principio era la mente». Y esto, por cierto, es posible. Pero lo que es imposible es derivar el Logos de Juan del de Filón, del de Platón o del de Heráclito, aunque, fuera de toda duda, rasgos de cada uno pueden hallarse en el uso de Juan, además del término dado a la Sabiduría en el libro de los Proverbios de Salomón.
Por otra parte, es bien sabido que los judíos contemporáneos de Jesús ya no hablaban el hebreo, el lenguaje de las Sagradas Escrituras, sino el arameo. No obstante, en sus sinagogas, las Escrituras se leían siempre en el hebreo original; pero para que el pueblo pudiera comprenderlas se hicieron muchas traducciones al arameo. Estas traducciones se conocen bajo el nombre de Targums.
Ahora bien: los judíos observaban escrupulosamente el mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano y, en un maravilloso intento de evitar el mismo uso del nombre divino, lo sustituyeron por perífrasis muy reverentes, tales como: «el Señor», «el Bendito», «el Eterno» y otras expresiones similares que en la mayoría de los casos se reducían a la de «el Logos». O sea, que se usaba libremente la palabra aramea «Memra» («Verbo») como una personificación de Dios y para referirse a Jehová. “Memra” = “Palabra”.
Esto es muy común en los Targums, y de esta manera leemos que nuestros primeros padres «oyeron la voz del Logos que se paseaba en el huerto» (Gn 3:8), y que Jacob tomó «al Logos del Señor como su Dios» (Gn 28:21). Así que, allí donde se usaban los Targums, el pueblo estaba acostumbrado a identificar el Logos de Dios con Jehová mismo. El tema central del Evangelio según San Juan es demostrar la divinidad del Mesías, y el apóstol, conocedor de la común costumbre de usar esta perífrasis escritural entre los judíos de su tiempo para designar a Jehová, la emplea en sus escritos para probar la deidad de Cristo y su eternidad.
Además, por si esto fuera poco convincente, sabemos también que los judíos, especialmente los rabinos, sabían que el Mesías tenía que ser divino, y debido a esto la antigua sinagoga reconocía que Jehová era uno de los nombres del Mesías.
Por lo tanto, la conclusión no puede ser más obvia y lógica: si a Jehová se le llamaba «el Verbo», y al Mesías se le aplicaba el nombre de Jehová, se evidencia claramente que ambos son un mismo Ser.
La Escritura no conoce dos dioses de categoría diferenteTodo lo hasta aquí expuesto está, pues, en perfecta armonía con nuestra exégesis de Juan 1:1. El Verbo era (y es) Dios mismo: Jehová. Y los siguientes contextos son una confirmación contundente de que el Verbo en modo alguno podía ser «un dios», como pretende inútilmente demostrar la secta de los «Testigos» con sus malabarismos atextuales y malévolas artimañas:
  • «Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo» (Dt 32:39).
  • «Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí» (Os 13:4).
  • «Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve» (Is 43:10-11).
  • «Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios… No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”» (Is 44:6 y 8).
Según la interpretación de los «russellistas», resulta que hay un Dios grande y un dios pequeño, el Todopoderoso, que es Jehová, y el Poderoso, que es Cristo; y, por consiguiente, el Dios grande creó al dios pequeño. 
¡Absurdo y ridículo politeísmo! Pero ¿qué se infiere de estos textos que acabamos de citar? Pues que Jehová nunca creó otro dios y que no hay otro Salvador aparte de Él. Por lo tanto, el Verbo jamás podía ser un dios: TENÍA QUE SER DIOS MISMO.
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