sábado, 16 de mayo de 2015

Los escritos de un autor serán tanto más incomprensibles para nosotros cuanto más difieran de las nuestras su época y sus circunstancias, y la dificultad se aumentará si su manera de hablar y de expresarse nos es desconocida

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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DIFICULTADES AL QUERER ESTUDIAR LA BIBLIA
 
Si recibimos una larga carta de un amigo nuestro con quien vivíamos anteriormente, describiéndonos los incidentes de un viaje que realiza para visitar a unos parientes, que también son conocidos nuestros, no tendremos dificultad alguna en comprenderla toda, hasta las alusiones pasajeras, pues conocemos su estilo de escribir,estamos familiarizados con sus circunstancias y con las de sus parientes, y tenemos en común un fondo de recuerdos que compartimos como una herencia general. Si pasamos la carta sin comentario a otro amigo que acaba de llegar del Canadá, quien desconoce la persona del escritor, y no tiene la menor idea de quiénes sean sus párientes y sus familiares, no sacará más que una idea muy vaga de la sustancia de la carta, y ciertos párrafos y frases le serán un enigma.
Esta sencilla ilustración servirá para subrayar un hecho evidente: los escritos de un autor serán tanto más incomprensibles para nosotros cuanto más difieran de las nuestras su época y sus circunstancias, y la dificultad se aumentará si su manera de hablar y de expresarse nos es desconocida. Veremos ahora la aplicación de este principio al estudio de la Biblia. Reiteramos, sin embargo, que nadie debe asustarse por la consideración de las dificultades, porque detrás de los autores humanos se halla nuestro Dios, quien quiere revelarse a las almas deseosas de conocerle, y quien nos da la ayuda de su Espíritu en el difícil cometido.

1.      Dios nos ha dado la Biblia en forma de una biblioteca de 66 libros, muy diversos entre sí.
La Biblia es un libro en cuanto es la revelación cristiana que Dios ha dado de sí mismo, siendo a la vez la historia de la redención. Pero cada libro, o grupo de libros, tiene sus propias características, y necesita un estudio propio y especial, relacionado con el de todos los demás en vista de su origen divino y de su unidad espiritual.

2.      Los libros surgen de las condiciones religiosas y espirituales de pueblos, hombres y mujeres, que vivían en aquella parte del mundo que ahora llamamos el Media Oriente.
No sólo encontramos una gran diversidad en las condiciones espirituales de los miles de protagonistas, sino que todo el escenario es muy diferente de aquel que ofrece nuestra vida occidental del siglo XX. Es obvio que hemos de estudiar este fondo con mucho cuidado si queremos llegar a ver los incidentes y entender los escritos dentro de una buena perspectiva.

3.      La antigüedad de los escritos.
Moisés escribió sobre el año 1500 antes de Cristo, pero recogió sin duda antigus crónicas de su pueblo redactadas en los tiempos patriarcales. Todo documento antiguo necesita estudios especiales, no sólo a causa del lenguaje, que será ya lengua muerta solamente accesible a los eruditos en la materia, sino también por la lejanía de la época que se echa de ver en los conceptos e ideas. Existen en las bibliotecas facsímiles de la primera edición del Quijote, que se leían con facilidad por nuestros antepasados del siglo XVI, pero que cuesta un gran esfuerzo al lector «medio» de hoy en día. Aun si el libro se presenta con el tipo moderno de impresión, y con la ortografía de hoy, nos hallamos frente a muchos problemas si queremos comprender exactamente el significado, de modo que se publican comentarios sin fin sobre el célebre clásico castellano.¡Y el Quijote se redactó en nuestro idioma, a una distancia de sólo cuatro siglos! Si surgen dificultades después de un lapso de cuatrocientos años, ¡cuántas no serán aquellas que se presentan en escritos de otras tierras, de distinta civilización, después de un lapso de milenios!

4.      Las Escrituras se redactaron en los idiomas hebreo, arameo (siriaco) y griego.
Hace algunos años habríamos dicho que todos estos idiomas ya eran muertos, porque ya no se hablaban. Tenemos que modificar este concepto ahora en vista del gran esfuerzo que van realizando israelitas para resucitar su antiguo idioma, el hebreo, adaptándolo a las exigencias de la vida moderna. Por primera vez desde el cautiverio babilónico (siglo VI a. C.) muchos judíos de Palestina conversan normalmente en hebreo, que es una de «las señales de nuestro tiempo». Esto ha renovado su interés en los escritos sagrados del Antiguo Testamento, que les son mucho más accesibles que antes. Pero pocos son los gentiles (aparte de los escriturarios) que saben leer el hebreo, mucho menos hablarlo.

Hay algunos capítulos de Daniel y de Esdras (documentos oficiales en su mayor parte) que se redactaron en arameo, el idioma de la Siria de entonces. El arameo, durante los siglos que precedieron a las conquistas de Alejandro Magno, se utilizaba como lengua franca en el Oriente Medio, llegando a ser la lengua normal de los judíos durante y después del Destierro, y seguramente la que el mismo Señor aprendió de labios de Su madre. Ha desaparecido como la lengua hablada.

El griego del Nuevo Testamento es el griego helenístico, o el koiné (lengua común). Cuando Alejandro Magno llevóa cabo sus rápidas y victoriosas campañas militares por el Oriente, derrumbando el poder de Persia, los griegos a sus órdenes llevaron consigo su hermoso idioma, que, en una forma algo modificada y simplificada, fue aprendido por toda personalidad medianamente culta, o que se dedicaba al comercio, en los siglos que precedieron y siguieron el nacimiento del Salvador, tanto en el Oriente Medio como en las orillas del Mediterráneo. Los judíos de la Dispersión entendían normalmente el griego, como también los más de los judíos en Palestina,de modo que los evangelistas y los apóstoles, bajo la guía del Espíritu, utilizaron el koiné y, como notamos de paso en el primer capítulo, no podemos prescindir de los eruditos si queremos llegar lo más exactamente posible al sentido de los escritos según se dieron por los autores inspirados.

5.      En la Biblia hallamos diferentes géneros literarios y modos de expresión.
Al detallar las normas para la recta interpretación de las Escrituras tendremos necesidad de volver a considerar los diferentes géneros literarios y las distintas expresiones lingüísticas que encontramos en las Escrituras, y que han de tomarse en cuenta si queremos llegar al verdadero sentido de los pasajes. Basta que notemos aquí que la Biblia contiene libros históricos, secciones biográficas, libros de poesía, libros proféticos, libros de sabiduría, aspectos de la vida del Señor en los Evangelios, epístolas apostólicas, género apocalíptico, etc.

Obviamente las expresiones detalladas de un poema no han de leerse como si formasen parte de una narración histórica, y habremos de dar una atención muy especial tanto a las figuras literarias (metáforas, símiles, paradojas, etc.), así como a las secciones llenas de simbolismo.

Las parábolas (casi todas ellas forman parte de la enseñanza del Maestro) son un género aparte, y si hemos de evitar interpretaciones erróneas y fantásticas, tendremos que prestar atención a ciertas normas de interpretación que son propias del caso.

En este capítulo hemos querido echar un vistazo sobre el campo en amplias perspectivas, con el fin de darnos cuenta de la labor a realizar. El explorador, antes de emprender una jornada trabajosa y fatigosa a través de difíciles selvas, se alegraría de poder subir a lo alto de un cerro cercano desde donde pudiese observar el curso de ríos y arroyos, notando la posición de claros en la jungla, de subidas y bajadas, etc.; sirviendo su observación como preciosa orientación para su viaje. Animado por la meta que tuviese delante, no retrocedería al notar los obstáculos, sino que tomaría las medidas precisas para vencerlos, aprovechando a la vez toda circunstancia favorable. Esperamos que el estudiante haya aprovechado este capítulo con igual espíritu e intención, al adentrarse en los fértiles campos de la Revelación escrita.

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