sábado, 16 de mayo de 2015

Sabe el Señor rescatar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos bajo castigo hasta el día del juicio; y mayormente a los que van detrás de la carne en concupiscencia de contaminación, y desprecian la autoridad.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Hombres  y Mujeres Marcados

2 Pedro 2:10–16

¡Pedro no ha terminado con los apóstatas! A diferencia de algunos creyentes de hoy, al apóstol le perturbaban cómo avanzaban los falsos maestros en las iglesias. Sabía que el método de ellos era sutil, pero que sus enseñanzas eran fatales, y quería advertir a las iglesias en cuanto a ellos.

Recuerda, sin embargo, que Pedro empezó su carta con la enseñanza positiva sobre la salvación, el crecimiento cristiano y la confiabilidad de la Palabra de Dios. Tenía un ministerio equilibrado, y es importante que nosotros mantengamos ese equilibro hoy. Cuando Carlos Spurgeon empezó su revista, la llamó La Espada y la Cuchara de Albañil, aludiendo a los obreros del libro de Nehemías, que mantenían sus espadas en una mano y sus herramientas en la otra mientras reparaban los muros de Jerusalén.

Algunos tienen un ministerio puramente negativo y no edifican nada. ¡Están demasiado atareados luchando contra el enemigo! Otros aducen ser positivos, pero nunca defienden lo que han edificado. Pedro sabía que no bastaba con solo atacar a los apóstatas; también tenía que dar enseñanza sólida a los creyentes de las iglesias.

En esa sección de su carta, condena a los apóstatas por tres pecados específicos.

  Sus ultrajes (2 Pedro 2:10–12)
El cuadro aquí es de personas arrogantes que tratan de ensalzarse a sí mismas tratando de denigrar a los demás. No muestran respeto por la autoridad ni temen atacar o difamar a personas en cargos altos.

Dios ha establecido la autoridad en este mundo, y cuando la resistimos, estamos resistiendo a Dios (Romanos 13:1 en adelante). Los padres deben tener autoridad sobre sus hijos (Efesios 6:1–4) y los patrones sobre sus empleados (Efesios 6:5–8). Como ciudadanos y creyentes, debemos orar por los que están en autoridad (1 Timoteo 2:1–4), respetarlos (1 Pedro 2:11–17) y procurar glorificar a Dios con nuestra conducta. Como miembros de una asamblea local, debemos honrar a los que ejercen el gobierno espiritual sobre nosotros y procurar animarlos en su ministerio (Hebreos 13:7, 17; 1 Pedro 5:1–6).

El gobierno humano es, en cierto sentido, el don de Dios para ayudar a mantener orden en el mundo, de modo que la iglesia puede ministrar la Palabra y ganar a los perdidos para Cristo (1 Timoteo 2:1–8). Debemos orar a diario por las autoridades para que puedan ejercer esa autoridad dentro de la voluntad de Dios. Es grave que el creyente se oponga a la ley, y debe estar seguro de que es la voluntad de Dios cuando lo hace. También debe hacerlo de una manera que glorifique a Cristo, de modo que los inocentes (incluso los empleados no salvos del gobierno) no sufran.

La razón de su ultraje (v. 10). Una palabra da la razón: carnalidad. La naturaleza depravada del hombre no quiere someterse a ningún tipo de autoridad. “¡Ocúpate de lo tuyo!” es el mensaje insistente, y muchos lo siguen. En años recientes, han propagado libros que estimulan a que la gente triunfe a cualquier costo, incluso al punto de perjudicar o intimidar a otros. Lo importante, según estos libros, es cuidarse uno mismo: el número uno; y usar a otros como herramientas para lograr los propios objetivos egoístas.

La naturaleza caída del hombre estimula el orgullo. Cuando el ego está en juego, estos apóstatas no se detendrán ante nada para promoverse y protegerse. Su actitud es completamente opuesta a la de nuestro Señor, quien voluntariamente se despojó a sí mismo para convertirse en siervo, y después, murió como sacrificio por nuestros pecados (ve Filipenses 2). Estos hombres que Pedro describe eran “atrevidos”, lo que quiere decir que eran muy audaces en su manera de hablar de los que ocupaban cargos de dignidad. Hay una audacia heroica, pero también una satánica.

Estos hombres también eran “contumaces”, lo que quiere decir que vivían para agradarse solo a sí mismos. Eran arrogantes ¡e incluso desafiaban a Dios para conseguir lo que querían! Proverbios 21:24 los describe a la perfección. Aunque por fuera parecían servir a Dios y a la gente, por dentro, solo alimentaban su ego y acolchonaban sus nidos.

En su arrogancia, “no temen decir mal de las potestades superiores [gloriosas]”. En tanto que la referencia inmediata probablemente es a los “exaltados” en cargos de autoridad, aquí tal vez también se tenga en mente a los ángeles, puesto que en el próximo versículo, Pedro se refiere a ellos. ¡Estos apóstatas ultrajan incluso a los ángeles! ¡Y ni siquiera tiemblan cuando lo hacen! Están tan seguros en su orgullo, ¡que incluso se atreven a desafiar a que Dios los juzgue!
La seriedad de su ultraje (v. 11). Los apóstatas ultrajan incluso a los ángeles, ¡pero los ángeles no ultrajan a los apóstatas! Incluso los ángeles, aunque mayores en fuerza y poder, no se entrometen en la esfera que no les pertenece. Recuerdan la rebelión de Lucifer y saben lo grave que es rebelarse contra la autoridad divina. Si Dios juzgó a los ángeles rebeldes, ¡cuánto más juzgará a los hombres también rebeldes!
Esto significa que los ángeles santos ni siquiera hablan contra los ángeles caídos. Han dejado todo juicio al Señor. Aprenderemos más de esto cuando estudiemos Judas, porque él menciona este asunto de los ángeles en los versículos 8 y 9.

Hablar mal de otros es un gran pecado, y el pueblo de Dios debe evitarlo. Tal vez no respetemos a los que ocupan los cargos, pero debemos respetar el cargo en sí, porque toda autoridad es dada por Dios. Los que ultrajan a los funcionarios del gobierno en el nombre de Cristo deben leer y meditar en Tito 3:1, 2: “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres”.

Cuando Daniel rehusó comer la comida del rey, lo hizo de una manera bondadosa que no metió en problemas a su guardián (Daniel 1). Incluso cuando los apóstoles se negaron a obedecer la orden del sanedrín de que dejaran de predicar en el nombre de Jesús, actuaron como caballeros. Respetaron a la autoridad aunque desobedecieron la orden. La carne empieza a operar cuando el orgullo entra, y es allí cuando usamos nuestras lenguas como armas en lugar de como herramientas. “Las palabras de su boca son iniquidad y fraude; ha dejado de ser cuerdo y de hacer el bien” (Salmo 36:3).

El castigo de su ultraje (v. 12). Pedro comparó a estos falsos maestros con “animales irracionales”, ¡cuyo único destino es el matadero! Al final de este capítulo, ¡se los pinta como puercos y perros! Los animales tienen vida, pero actúan puramente por instinto. Carecen de las finas sensibilidades de los seres humanos. Jesús nos advirtió que no desperdiciáramos cosas preciosas en bestias brutas que no saben apreciarlas (Mateo 7:6).

En una ocasión, hice una visita pastoral a una casa donde había fallecido alguien, y antes de que yo subiera las escaleras hacia la puerta, un enorme perro empezó a ladrar ferozmente como si yo hubiera ido para robar algo. Ignoré sus amenazas porque sabía que estaba actuando puramente por instinto. Hacía mucho ruido acerca de algo de lo que no sabía nada. Su dueño tuvo que llevarlo al sótano antes de que yo pudiera entrar a la casa y consolar a la familia afligida.

Lo mismo sucede con los apóstatas: ¡hacen mucho ruido por cosas de las que no saben nada! La traducción de Phillips de 2 Pedro 2:12 dice: “Estos maestros insultan lo que no entienden”. La Nueva Versión Internacional afirma: “Pero aquéllos blasfeman en asuntos que no entienden”. Cuando sus alumnos hacían ruido en clase, una de mis maestras solía decir: “¡Los barriles vacíos son los que más ruido hacen!”. ¡Cuán cierto es!

Es triste cuando los medios de comunicación se concentran en las bocas grandes de estos falsos maestros en lugar de en el silbo apacible y delicado del Señor mientras ministra por medio de los que son fieles a él. Es incluso más triste cuando los inocentes se fascinan ante estas “palabras infladas y vanas” (2 Pedro 2:18) y no pueden discernir entre la verdad y la propaganda. La verdad de la Palabra de Dios lleva a la salvación, pero las palabras arrogantes de los apóstatas guían solo a la condenación.

Estos “animales irracionales” están destinados a la destrucción, verdad que Pedro mencionó a menudo en 2 Pedro 2 (vs. 3, 4, 9, 12, 17, 20). Al procurar destruir la fe, ellos mismos serán destruidos; “perecerán en su propia destrucción”. Su propia naturaleza los arrastrará a la destrucción, como el puerco vuelve al lodo y el perro a su vómito (2 Pedro 2:22). Desdichadamente, antes de que eso tenga lugar, estos individuos pueden hacer mucho daño moral y espiritual.


  Su parranda (2 Pedro 2:13, 14a)

Las palabras que se traducen “gozar” y “recrean” implican placer sensual. También llevan la idea de lujo, blandura y extravagancia. A costa de los que los sostienen (2 Pedro 2:3), los apóstatas disfrutan de una vida lujosa. En nuestra sociedad, hay quienes piden fondos para sus ministerios, y sin embargo, viven en casas costosas, conducen carros de lujo y visten ropas caras. Cuando recordamos que Jesús llegó a ser pobre para enriquecernos, la forma de vida de lujo de estos individuos está lejos del cristianismo del Nuevo Testamento.

No solo engañan a otros, ¡sino que se engañan a sí mismos! Pueden demostrar con la Biblia que su forma de vida es correcta. En la antigüedad, se esperaba que la gente hiciera festejos desordenados por la noche, pero estos se atrevían a festejar de día, ya que estaban plenamente convencidos de sus prácticas. Una persona puede acostumbrarse tanto a sus vicios que los ve como virtudes.

Si ellos llevaran su forma de vida fuera de la iglesia, no tendríamos que preocuparnos tanto; ¡pero eran parte de la comunión de creyentes! Incluso estaban participando en las “comidas de amor” que la iglesia primitiva solía disfrutar en conexión con la celebración de la cena del Señor (1 Corintios 11:20–34). En esa ocasión, los creyentes más pobres podían disfrutar de una comida decente gracias a la generosidad de los hermanos en la fe que tenían más posibilidades económicas. Pero los apóstatas solamente usaban la “comida de amor” como tiempo para exhibir su riqueza e impresionar a los ignorantes que carecían de discernimiento.
En lugar de bendecir la comunión, estos falsos maestros eran “inmundicias y manchas” que contaminaban a la congregación. De alguna manera, su conducta en los festejos manchaba a otros y deshonraba el nombre del Señor. Es la Palabra de Dios la que ayuda a quitar las manchas de inmundicias (Efesios 5:27), pero estos maestros no ministraban la verdad de las Escrituras, sino que las tergiversaban para hacer que dijeran lo que ellos querían (2 Pedro 3:16).

Esta “contaminación inconsciente” es mortal. Los fariseos también eran culpables de lo mismo (Mateo 23:25–28). La doctrina falsa inevitablemente lleva a una vida falsa, y la vida falsa también estimula la enseñanza falsa. El apóstata debe “ajustar” la Palabra de Dios o cambiar su forma de vida… ¡y no va a cambiar su manera de vivir! Así que, a dondequiera que va, en secreto contamina a las personas y facilita que pequen. ¡Es posible asistir a la celebración de la cena del Señor de una iglesia y contaminarse!

Por cierto, nuestras iglesias necesitan ejercer autoridad y practicar disciplina. El amor cristiano no quiere decir que toleremos toda falsa doctrina y todos los llamados estilos de vida. La Biblia dice claramente que algunas cosas son buenas y que otras son malas. A ningún creyente con creencias o doctrinas contrarias a la Palabra de Dios se le debe permitir que participe en la cena del Señor o que tenga un ministerio espiritual en la iglesia. Su influencia contaminante tal vez no se vea de inmediato, pero a la larga, producirá graves problemas.

En 2 Pedro 2:14, se afirma claramente que los apóstatas asisten a las reuniones de la iglesia por dos razones: primero, para satisfacer sus propios deseos y concupiscencias; segundo, para lograr adeptos para su causa.

Mantienen sus ojos abiertos, buscando “almas inconstantes” a las que puedan seducir a pecar. Pablo advirtió acerca de apóstatas similares que “se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias” (2 Timoteo 3:6). Más de un “siervo de Dios” ha usado la religión como disfraz para cubrir sus deseos lujuriosos. Algunas mujeres, en particular, son vulnerables en las sesiones de consejería, y estos hombres se aprovechan de ellas.

En una de las iglesias donde fui pastor, noté que un joven del coro estaba haciendo todo lo posible para parecer un gigante espiritual ante los demás miembros del coro, especialmente, ante las jóvenes. Oraba con gran fervor y a menudo hablaba de su andar con el Señor. Algunos estaban impresionados con él, pero yo percibía que algo andaba mal y que había un peligro inminente. Sin duda, empezó a salir con una de las mejores jóvenes, la cual era una nueva creyente. A pesar de mis advertencias, ella continuó la amistad y terminó en que él la sedujo. Alabo a Dios porque pudo ser rescatada y ahora está sirviendo fielmente al Señor, pero podría haberse evitado esa terrible experiencia.

Satisfacer su lujuria es la principal ambición de los falsos maestros: no se sacian de pecar. El verbo sugiere “son incapaces de detenerse”. ¿Por qué? Porque son esclavos (2 Pedro 2:18, 19). Los apóstatas se consideran libres, y sin embargo, están en la peor esclavitud. Contaminan todo lo que tocan; al que logran convertir, lo esclavizan.

La expresión “seducen a las almas inconstantes” presenta el cuadro de un pescador poniendo la carnada en un anzuelo, o un cazador colocando el cebo en una trampa. La misma imagen se usa en Santiago 1:14, donde Santiago presenta la tentación como “la carnada de la trampa”. Satanás sabe que nunca podría atraparnos a menos que haya una carnada excelente para atraernos. Le prometió a Eva que ella y Adán serían “como dioses” si comían del fruto prohibido (Génesis 3:4, 5), y ellos mordieron la carnada y quedaron atrapados.

¿Qué clase de carnada usan los apóstatas para atrapar a la gente? Para empezar, les ofrecen “libertad” (2 Pedro 2:19). Esto probablemente quiere decir pervertir la gracia de Dios, “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Judas 4). “Puesto que eres salvo por la gracia —argumentaban—, tienes libertad para pecar. Mientras más peques, ¡más de la gracia de Dios tendrás!”. Pablo respondió a esa falsa argumentación en Romanos 6, porción de la Biblia que todo creyente debe dominar.

Junto con la “libertad” también cebaban la trampa con “satisfacción”. Esta es una de las “palabras de moda” de nuestra generación, y va junto con “ocúpate de lo tuyo” y “hazlo a tu manera”. Dicen: “La vida cristiana que la iglesia ofrece es anticuada y pasada de moda. Tenemos un nuevo estilo de vida que te hace sentir satisfecho ¡y te ayuda a ser tú mismo!”. Ay, como el hijo pródigo, estas almas inconstantes tratan de hallarse a sí mismas, pero acaban perdiéndose (Lucas 15:11–24). En su búsqueda de satisfacción, se vuelven egocéntricas y pierden las oportunidades de crecimiento que surgen al servir a los demás.

No puede haber libertad ni satisfacción sin sumisión a Jesucristo. “El propósito de la vida —decía P. T. Forsyth— no es hallar tu libertad, sino a tu Amo”. Tal como el músico talentoso encuentra libertad y satisfacción al ponerse bajo la disciplina de un gran artista, o un atleta bajo un gran entrenador, así el creyente halla verdadera libertad y satisfacción bajo la autoridad de Jesucristo.

¿Quiénes son los que muerden la carnada que los apóstatas ponen en sus sutiles trampas? Pedro los llama “almas inconstantes”. La estabilidad es un factor importante en la vida cristiana exitosa. Tal como el niño debe aprender a pararse antes de poder andar o correr, así el cristiano debe aprender a “estar firme en el Señor”. Pablo y los demás apóstoles trataron de establecer a sus convertidos en la fe (Romanos 1:11; 16:25; 1 Tesalonicenses 3:2, 13). Pedro estaba seguro de que sus lectores estaban “confirmados en la verdad presente” (2 Pedro 1:12), pero, de todo modos, los advirtió.


  Su rebelión (2 Pedro 2:14b–16)

Los apóstatas saben cuál es “el camino recto”, el sendero derecho que Dios ha establecido, pero deliberadamente lo abandonan el para seguir el propio. Con razón Pedro los llama “animales irracionales” (2 Pedro 2:12) y los compara con ellos (2 Pedro 2:22). “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento”, advertía el salmista (Salmo 32:9). Al caballo le encanta correr hacia delante y a los mulos les gusta quedarse rezagados; uno y otro pueden sacarte del camino derecho. Los creyentes son ovejas, y las ovejas necesitan quedarse cerca del pastor, o de lo contrario, se descarriarán.

Ya hemos aprendido una razón de la conducta impía de los apóstatas: quieren saciar los antojos de su carne. Pero hay una segunda razón: son codiciosos y quieren explotar a la gente para lucro personal. Pedro mencionó esto en 2 Pedro 2:3 y ahora amplía el pensamiento. No solo la perspectiva del falso maestro está controlada por sus pasiones (2 Pedro 2:14a), sino que su corazón está dominado por la codicia. ¡Es esclavo de su lujuria por el placer y el dinero!

Es más, ha perfeccionado la habilidad de conseguir lo que quiere. “Son expertos en la avaricia”, dice la Nueva Versión Internacional; y una versión ampliada en inglés es incluso más gráfica: “Su técnica para conseguir lo que quieren está altamente desarrollada, mediante una larga práctica”. Saben exactamente cómo motivar a la gente para que den. En tanto que el verdadero siervo de Dios confía en que el Padre suplirá sus necesidades y procura ayudar a las personas para que crezcan al aprender a dar, el apóstata confía en sus “habilidades para levantar fondos” y deja a la gente en peor condición que cuando las halló. Sabe cómo explotar a los inestables e inocentes.

Por cierto, no hay nada de malo cuando una organización les habla de sus oportunidades y necesidades a sus amigos que oran. Mi esposa y yo recibimos muchas publicaciones y cartas de este tipo, y francamente, algunas las echamos a la basura sin leerlas. Hemos aprendido que no se puede confiar en esos ministerios, que sus clamores dramáticos no siempre se basan en hechos y que los fondos que se donan no siempre se usan como dicen. Hay otras cartas y publicaciones que leemos con todo cuidado, oramos y conversamos al respecto, y vemos si Dios quiere que invirtamos en su obra. Sabemos que no podemos sustentar toda buena obra que Dios ha levantado, así que, tratamos de tener discernimiento, e invertimos en los ministerios que Dios ha escogido para nosotros.

Al escribir Pedro sobre las prácticas engañosas de esta gente, solamente pudo exclamar: “son hijos de maldición”. No eran los hijos “benditos” de Dios, sino los hijos malditos del diablo (Juan 8:44). Tal vez triunfen al engordar sus cuentas bancarias, pero al final, en el trono de Dios, serán declarados en bancarrota. “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26).

La avaricia o codicia es el deseo insaciable de tener más: más dinero, más poder, más prestigio. El corazón codicioso jamás se sacia. Esto explica por qué el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10), porque cuando alguien lo codicia más, cometerá cualquier pecado para satisfacer esa ansia. Ya ha roto los primeros dos de los Diez Mandamientos, porque el dinero ya es su dios e ídolo. Entonces, es un paso sencillo quebrantar los demás: robar, mentir, cometer adulterio, tomar el nombre de Dios en vano, etc. Con razón Jesús advirtió: “Mirad, y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).

He leído que los habitantes del norte de África han hallado una manera ingeniosa de atrapar monos. Agujerean una calabaza, con el tamaño justo para que pase la mano del mono, luego le ponen algunas nueces adentro y la amarran a un árbol. Por la noche, el mono mete la mano en la calabaza para sacar las nueces, ¡y entonces descubre que no puede sacarla de la calabaza! Por supuesto, podría soltar las nueces y escapar con facilidad; ¡pero no quiere soltar las nueces! Acaba siendo capturado por su codicia. Podemos esperar esta clase de insensatez en un animal, pero no en una persona hecha a imagen de Dios; y sin embargo, sucede todos los días.

Pedro conocía las Escrituras del Antiguo Testamento. Ya había usado a Noé y a Lot para ilustrar sus palabras, y en 2 Pedro 2:15, 16 usó al profeta Balaam. El relato de Balaam se halla en Números 22–25; dedica tiempo para leerlo.

Balaam es un personaje misterioso, un profeta gentil que trató de maldecir a los israelitas. Balac, rey de los moabitas, le temía a Israel, así que, acudió a Balaam para que lo ayudara. Balaam sabía que era un error cooperar con Balac, pero su corazón era codicioso y quería el dinero y el honor que Balac le había prometido. Balaam conocía la verdad y la voluntad de Dios, y sin embargo, en forma deliberada, abandonó el camino correcto y se descarrió. Es una ilustración perfecta de los apóstatas en sus prácticas codiciosas.

Desde el principio, Dios le dijo a Balaam que no ayudara a Balac, y al principio, Balaam obedeció y envió a los mensajeros de regreso. Pero cuando Balac envió más príncipes y le prometió más dinero y honor, Balaam decidió “orar al respecto de nuevo” y reconsiderar el asunto. La segunda vez, Dios probó a Balaam y le permitió que fuera con los príncipes. Esta no era la voluntad directa de Dios, sino su voluntad permisiva, diseñada para ver qué haría el profeta.

¡Balaam aprovechó la oportunidad! Pero cuando empezó a descarriarse, Dios reprendió al profeta desobediente mediante la boca de su burro. ¡Qué asombroso que los animales obedezcan a Dios, aun cuando sus dueños no! (Lee Isaías 1:3.) Dios permitió que Balaam levantara sus altares y ofreciera sus sacrificios, pero no dejó que maldijera a Israel. Más bien, convirtió la maldición de Balaam en una bendición (Deuteronomio 23:4, 5; Nehemías 13:2).

Balaam no pudo maldecir a Israel, pero sí pudo decirle cómo derrotar a la nación. Lo único que los moabitas tenían que hacer era invitar a los israelitas a ser “vecinos amistosos” y participar en sus festivales (Números 25). En lugar de mantener su posición separada, Israel hizo concesiones y se unió a las orgías paganas de los moabitas. Dios tuvo que disciplinar al pueblo y miles murieron.

Pueden verse en Balaam los dos aspectos de la apostasía que Pedro destacó en este capítulo: deseos sensuales y codicia. Amaba el dinero y condujo a Israel al pecado de la lujuria. Era un hombre que podía recibir mensajes del Señor, y sin embargo, hizo descarriar al pueblo de Dios. Cuando se leen sus oráculos, es imposible evitar impresionarse con su elocuencia; y sin embargo, en forma deliberada, desobedeció a Dios. Balaam dijo: “He pecado” (Números 22:34), pero su confesión no era sincera. Incluso oró: “Muera yo la muerte de los rectos” (Números 23:10), y sin embargo, no quería vivir la vida de los rectos.

Como Balaam le aconsejó a Balac que sedujera a Israel, Dios se cuidó de que el profeta fuera castigado. Murió atravesado por una espada cuando Israel derrotó a los madianitas (Números 31:8). Nos preguntamos quién recibió toda la riqueza que él se había “ganado” con sus caminos engañosos. Pedro llamó a su pago “premio de la maldad”. Esta frase nos recuerda a otro impostor, Judas, que recibió “salario de su iniquidad” (Hechos 1:18), y que también pereció en vergüenza.

No debemos ignorar la lección principal: se rebeló contra la voluntad de Dios. Como los falsos maestros que Pedro describió, Balaam sabía el camino correcto, pero en forma deliberada escogió el sendero errado porque quería ganar dinero. Se puso a “jugar con la voluntad de Dios” tratando de conseguir “un punto de vista diferente” (Números 22:41; 23:13, 27). Sin duda, tenía un don verdadero de Dios, porque pronunció algunas hermosas profecías en cuanto a Jesucristo, pero prostituyó ese don para usos viles solamente para ganar honor y riqueza.

Un funcionario de cierto banco habló con un subalterno en secreto y le preguntó: —Si te diera $50.000, ¿me ayudarías a alterar los libros de contabilidad?
—Sí, pienso que lo haría—, replicó el otro.
—¿Lo harías por $100?
—¡Por supuesto que no! —dijo el hombre—. ¿Qué piensa que soy? ¿Un ladrón común?
—Ya hemos establecido eso —dijo el funcionario—. Ahora estamos hablando en cuanto al precio.

El codicioso, en efecto, tiene su precio, y cuando se lo pagan, hará lo que sea que le pidan, incluso rebelarse contra la voluntad de Dios. Pedro llamó a esta actitud “locura”. La palabra quiere decir haber perdido el juicio, haber enloquecido. Pero Balaam pensaba que estaba haciendo algo sabio; después de todo, estaba aprovechando una situación que tal vez nunca volvería a presentarse. Pero cualquier rebelión contra Dios es locura y solo puede conducir a la tragedia. Fue cuando el hijo pródigo “volvió en sí” que se dio cuenta de lo necio que había sido (Lucas 15:17).

Pedro condenó tres pecados de los falsos maestros: sus ultrajes, sus parrandas y su rebeldía. Todos estos pecados brotan del orgullo y el deseo egoísta. Un verdadero siervo de Dios es humilde y trata de servir a otros (ve el contraste en Filipenses 2:20, 21). El verdadero siervo de Dios no piensa en un elogio o una paga, porque sirve al Señor debido al amor y la obediencia de su corazón. Honra a Dios y la autoridad que ha establecido en este mundo. En resumen, el verdadero siervo de Dios imita a Jesucristo.

En estos últimos días, habrá abundancia de falsos maestros que supliquen sustento. Tienen talento y experiencia cuando se trata de engañar a la gente y sacarle dinero. Es importante que el pueblo de Dios esté establecido en la verdad, que sepa cómo detectar cuando están tergiversándose las Escrituras y explotando a la gente. Agradezco a Dios por las organizaciones que ayudan a exponer los fraudes religiosos, pero, de todos modos, se necesita discernimiento espiritual y un conocimiento creciente de la Palabra de Dios.

No todos los fraudes religiosos se descubrirán y suspenderán, ¡pero Dios un día lidiará con todos ellos! Como animales, “perecerán en su propia perdición” (2 Pedro 2:12). Recibirán el “galardón de su injusticia” (2 Pedro 2:13) para compensar por el salario que han explotado de otros. Como “hijos de maldición” (2 Pedro 2:14) serán proscritos de la presencia de Dios para siempre.
Son hombres y mujeres marcados; no escaparán.

 
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