domingo, 26 de abril de 2015

La luz sigue brillando en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido ni la han comprendido

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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“Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra?” preguntaba Salomón al dedicar el templo (1 Reyes 8:27). ¡Buena pregunta, en verdad! La gloria de Dios había morado en el tabernáculo (Éxodo 40:34), y en el templo (1 Reyes 8:10–11); pero esa gloria se había alejado de Israel por causa de su desobediencia (Ezequiel 9:3; 10:4, 18; 11:22–23).
Entonces sucedió algo maravilloso: la gloria de Dios llegó de nuevo a su pueblo, en la persona de su Hijo, Jesucristo. Los escritores de los cuatro Evangelios nos han dado vistazos de la vida de nuestro Señor en la tierra, porque ninguna biografía completa jamás se podría escribir (Juan 21:25). Mateo escribió teniendo en mente a sus paisanos judíos, y recalcó que Jesús de Nazaret había cumplido las profecías del Antiguo Testamento. Marcos escribió para los atareados romanos. En tanto que Mateo recalcó al Rey, Marcos lo presentó como el Siervo que ministraba a los necesitados. Lucas escribió su Evangelio para los griegos, y les presentó al Hijo del hombre que simpatizaba con ellos.
Pero le fue concedido a Juan, el discípulo amado, escribir un libro tanto para judíos como para gentiles, presentando a Jesús como el Hijo de Dios. Sabemos que Juan tenía en mente a los gentiles tanto como a los judíos, porque a menudo interpretó palabras y costumbres judías para sus lectores (Juan 1:38, 41–42; 5:2; 9:7; 19:13, 17; 20:16). Su énfasis ante los judíos fue que Jesús no sólo cumplió las profecías del Antiguo Testamento, sino que también cumplió los tipos. Jesús es el Cordero de Dios (Juan 1:29), y la Escalera del cielo a la tierra (Juan 1:51; y ve Génesis 28). Es el Nuevo Templo (Juan 2:19–21), y da un nuevo nacimiento (Juan 3:4 en adelante). Es la serpiente levantada (Juan 3:14) y el Pan de Dios que vino del cielo (Juan 6:35 en adelante).
Entre tanto que los tres primeros evangelios se dedican a relatar eventos en la vida de Cristo, Juan enfatiza el significado de dichos eventos. Por ejemplo, los cuatro evangelios registran el milagro de la alimentación de los 5.000 hombres, pero sólo Juan registra el sermón de Jesús sobre “El Pan de Vida” que fue predicado enseguida de dicho milagro cuando lo interpretó para la gente.
Pero hay un tema principal que se halla en todo el Evangelio de Juan: Jesucristo es el Hijo de Dios, y si te entregas a él, te dará la vida eterna (Juan 20:31). En este primer capítulo Juan anotó siete nombres y títulos de Jesús que lo identifican como el Dios eterno.


  El Verbo (Juan 1:1–3, 14)

Así como nuestras palabras revelan a otros lo que hay en nuestro corazón y nuestra mente, de la misma manera Jesucristo es el “Verbo” de Dios para revelarnos el corazón y la mente de Dios. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Una palabra se compone de letras, y Jesucristo es “el Alfa y la Omega” (Apocalipsis 1:11), la primera y la última letras del alfabeto griego. Según Hebreos 1:1–3 Jesucristo es la última palabra de Dios para la humanidad, porque él es la culminación de la revelación divina.
Jesucristo es el Verbo eterno (Juan 1:1–2). Existía en el principio, no debido a que tuvo algún principio como criatura, sino porque es eterno. El es Dios y estaba con Dios. “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).
Jesucristo es el Verbo Creador (Juan 1:3). Hay por cierto un paralelo entre Juan 1:1 y Génesis 1:1, la nueva creación y la vieja creación. Dios creó los mundos mediante su palabra: “Y dijo Dios: Sea…”. “Porque él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió” (Salmo 33:9). Dios creó todo por medio de Jesucristo (Colosenses 1:16), lo que quiere decir que Jesús no es un ser creado. El es el Dios eterno.
En el griego, “fue hecho” es una forma del verbo llamada tiempo perfecto, lo que significa un acto completado. La creación está terminada. No es un proceso todavía en marcha, aunque Dios por cierto sigue obrando en su creación (Juan 5:17). La creación no es un proceso; es un producto terminado.
Jesucristo es el Verbo Encarnado (Juan 1:4). No era un fantasma o espíritu cuando ministraba en la tierra, ni tampoco su cuerpo era una mera ilusión. Juan y los otros discípulos tuvieron una experiencia personal que los convenció de la realidad del cuerpo de Jesús (1 Juan 1:1–2). Aunque Juan recalca la deidad de Cristo, deja bien claro que el Hijo de Dios vino en la carne y estuvo sujeto a las limitaciones resultantes de la naturaleza humana, pero sin pecado.
En su Evangelio Juan destaca que Jesús se cansó (Juan 4:6) y tuvo sed (Juan 4:7), gimió por dentro (Juan 11:33), y lloró abiertamente (Juan 11:35). En la cruz tuvo sed (Juan 19:28), murió (Juan 19:30), y sangró (Juan 19:34). Después de su resurrección les demostró a Tomás y a los demás discípulos que todavía tenía un cuerpo verdadero (Juan 20:24–29), aun cuando era un cuerpo ya glorificado.
¿Cómo fue que el Verbo se hizo carne? Mediante el milagro del nacimiento virginal (Isaías 7:14; Mateo 1:18–25; Lucas 1:26–38). Tomó sobre sí la naturaleza humana sin pecado y se identificó con nosotros en todo aspecto de la vida desde el nacimiento hasta la muerte. “El Verbo” no era un concepto abstracto de la filosofía, sino una verdadera persona a quien se podía ver, tocar y oír. El cristianismo es Cristo, y Cristo es Dios.
La revelación de la gloria de Dios es un tema importante en el Evangelio. Jesús reveló la gloria de Dios por medio de su persona, sus obras y sus palabras. Juan anotó siete maravillosas señales (milagros) que abiertamente declaraban la gloria de Dios (Juan 2:11). La gloria del Antiguo Pacto de la Ley era una que menguaba, pero la gloria del nuevo pacto en Cristo es una gloria que va en aumento (ve 2 Corintios 3). La Ley podía revelar el pecado, pero no podía jamás quitarlo. Jesucristo vino con plenitud de gracia y verdad, y esta plenitud está disponible para todo el que confía en él (Juan 1:16).


  La Luz (Juan 1:4–13)

La vida [Gr. zoe] es un tema central en el Evangelio de Juan; se usa treinta y seis veces. ¿Cuáles son las cosas esenciales para la vida humana? Hay por lo menos cuatro: luz (si el sol desapareciera todo moriría), aire, agua y comida. ¡Jesús es todo esto! El es la Luz de la vida y la Luz del mundo (Juan 8:12). Es el “Sol de justicia” (Malaquías 4:2). Por su Espíritu Santo nos da el aliento de vida (Juan 3:8; 20:22), así como el Agua de vida (Juan 4:10, 13–14; 7:37–39). Finalmente, Jesús es el Pan vivo de Vida que descendió del cielo (Juan 6:35 en adelante.). No sólo tiene vida y da vida, sino que es vida (Juan 14:6).
La luz y las tinieblas son temas recurrentes en el Evangelio de Juan. Dios es luz (1 Juan 1:5) en tanto que Satanás es “la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53). La gente ama o la luz o las tinieblas, y ese amor controla sus acciones (Juan 3:16–19). Los que creen en Cristo son “hijos de luz” (Juan 12:35–36). Así como la primera creación empezó con “Sea la luz” así la nueva creación empieza con la entrada de la luz en el corazón del creyente (2 Corintios 4:3–6). La venida de Jesucristo al mundo fue la aurora de un nuevo día para el hombre pecador (Lucas 1:78–79).
Uno pensaría que los pecadores ciegos recibirían con beneplácito la luz, pero no siempre es ese el caso. La venida de la verdadera luz trajo conflicto porque los poderes de las tinieblas se opusieron a ella. Una traducción literal de Juan 1:5 dice: “La luz sigue brillando en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido ni la han comprendido”. En el griego el verbo puede significar vencer, captar o comprender. En todo el Evangelio de Juan se ven reveladas ambas actitudes: la gente no quiere comprender lo que el Señor está diciendo y haciendo y, como resultado, se opondrá a él. Juan 7–12 relata el crecimiento de esa oposición, que a la larga llevaría a la crucifixión de Cristo.
Cada vez que Jesús enseñó una verdad espiritual, sus oyentes la interpretaron de una manera material o física. La luz no podía penetrar las tinieblas de sus mentes. Esto fue cierto cuando Jesús habló del templo de su cuerpo (Juan 2:19–21), del nuevo nacimiento (Juan 3:4), del agua viva (Juan 4:11), de comer su carne (Juan 6:51 en adelante), de la libertad espiritual (Juan 8:30–36), de la muerte como si hablara de dormir (Juan 11:11–13), y de muchas otras verdades espirituales. Satanás se esfuerza por mantener a la gente en las tinieblas, porque las tinieblas significan la muerte y el infierno, mientras que la luz significa la vida y el cielo.
Este hecho ayuda a explicar el ministerio de Juan el Bautista (Juan 1:6–8). Juan fue enviado como testigo de Jesucristo, para que le dijera a la gente que la Luz había venido al mundo. La nación de Israel, a pesar de todas sus ventajas espirituales, ¡estuvo ciega a su propio Mesías! La idea de ser testigo es un concepto clave en este libro; Juan la usa como sustantivo y como verbo unos cuarenta y cinco veces. Juan el Bautista fue uno de los muchos que dieron testimonio de Jesús. “Este es el Hijo de Dios”. Pero, Juan el Bautista fue ejecutado y los dirigentes judíos no hicieron nada por impedirlo.
¿Por qué rechazó la nación a Jesucristo? Porque “no le conocieron”. Adolecían de ignorancia espiritual. Jesús es la “luz verdadera”, la original de la cual toda otra luz es copia, pero los judíos se contentaron con las copias. Tenían a Moisés y a la Ley, el templo y los sacrificios; pero no comprendieron que estas luces apuntaban a la Luz verdadera quien es el cumplimiento y consumación de la religión del Antiguo Testamento.
Al estudiar el Evangelio de Juan se nota que Jesús enseñaba a la gente que él era el cumplimiento de todo lo que estaba tipificado en la Ley. No bastaba haber nacido como judío; había que nacer de nuevo, nacer de arriba (Juan 3). Deliberadamente Jesús hizo dos milagros en el sábado para enseñarles que él tenía un nuevo reposo para ellos (Juan 5; 9). Era el maná que satisfacía (Juan 6) y el agua que da vida (Juan 7:37–39). Es el Pastor de un nuevo rebaño (Juan 10:16), y es una nueva Vid (Juan 15). Pero la gente estaba tan encadenada a la tradición religiosa que no podía entender la verdad espiritual. Jesús vino a su propio mundo que él había creado, pero su propio pueblo, Israel, no pudo comprenderle y no le recibió.
Vieron sus obras y oyeron sus palabras. Observaron su vida perfecta. El les dio toda oportunidad para que captaran la verdad, creyeran y fueran salvos. Jesús es el camino, pero ellos no querían andar con él (Juan 6:66–71). El es la verdad, pero ellos no querían creer en él (Juan 12:37 en adelante). El es la vida, ¡y ellos le crucificaron!
Pero los pecadores de hoy no tienen que cometer semejantes errores. Juan 1:12–13 nos da la maravillosa promesa de Dios de que todo el que recibe a Cristo nace de nuevo y entra en la familia de Dios. Juan habla más de este nuevo nacimiento en el capítulo 3, pero aquí recalca que es un nacimiento espiritual divino, y no un nacimiento físico que depende de la naturaleza humana.
¡La Luz todavía brilla! ¿Has recibido personalmente la Luz y llegado a ser un hijo de Dios?


  El Hijo de Dios (Juan 1:15–28, 49)

Juan el Bautista es uno de los personajes más importantes del Nuevo Testamento. Se le menciona por lo menos ochenta y nueve veces. Juan tuvo el privilegio especial de presentar a Jesús a la nación de Israel. También tuvo la difícil tarea de preparar a la nación para recibir a su Mesías. Les llamó a que se arrepintieran de sus pecados y que demostraran ese arrepentimiento mediante el bautismo y luego viviendo vidas cambiadas.
Juan, el apóstol, resumió lo que Juan el Bautista dijo acerca de Jesucristo (Juan 1:15–18). Primero, él es eterno (Juan 1:15). Juan el Bautista en realidad nació seis meses antes de Jesús (Lucas 1:36); así que en esta declaración se refiere a la preexistencia de nuestro Señor, no a su fecha de nacimiento. Jesús existía incluso antes de que Juan el Bautista fuera concebido.
Jesús es lleno de gracia y de verdad (Juan 1:16–17). Gracia es el favor y bondad de Dios otorgados a los que no los merecen ni pueden ganárselos. Si Dios nos tratara sólo de acuerdo con la verdad, ninguno sobreviviría, pero nos trata a base de la gracia y la verdad. Jesucristo, en su vida, muerte y resurrección, cumplió todas las demandas de la ley; ahora Dios puede dar libremente la plenitud de su gracia a los que confían en Cristo. La gracia sin la verdad sería engañosa, y la verdad sin la gracia sería condenadora.
En Juan 1:17 Juan no sugiere que no había gracia bajo la ley mosaica, porque sí la había. Cada sacrificio era una expresión de la gracia de Dios. La ley también reveló la verdad divina. Pero en Jesucristo la gracia y la verdad alcanzan su plenitud; y esta plenitud está disponible para nosotros. Somos salvos por gracia (Efesios 2:8–9), pero también vivimos por gracia (1 Corintios 5:10) y dependemos de la gracia de Dios en todo lo que hacemos. Podemos recibir gracia sobre gracia, porque “él da mayor gracia” (Santiago 4:6). En Juan 1:17 Juan sugiere que un nuevo orden ha llegado, reemplazando el sistema mosaico.
Finalmente Jesucristo nos revela a Dios (Juan 1:18). En su esencia Dios es invisible (1 Timoteo 1:17; Hebreos 11:27). El hombre puede ver a Dios revelado en la naturaleza (Salmo 19:1–6; Romanos 1:20) y en sus obras poderosas en la historia; pero no puede ver a Dios mismo. Jesucristo nos revela a Dios, porque él “es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15) y “la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). La frase que en Juan 1:18 se traduce “dado a conocer” procede del vocablo griego de donde obtenemos el término exégesis, que quiere decir explicar, desdoblar, encaminar. Jesucristo nos explica a Dios y lo interpreta para nosotros. Nosotros simplemente no podemos comprender a Dios sin conocer a su Hijo, Jesucristo.
La palabra Hijo se usa por primera vez en el evangelio de Juan como título para Jesús (Juan 1:18). La frase “el unigénito” quiere decir único, el único en su clase. No quiere decir que hubo un tiempo en que el Hijo no existía, y que luego el Padre le hizo existir. Jesucristo es Dios eterno; siempre ha existido.
Por lo menos nueve veces en el evangelio de Juan a Jesús se le llama “el Hijo de Dios” (Juan 1:34, 49; 3:18; 5:25; 10:36; 11:4, 27; 19:7; 20:31). Recordarás que Juan tuvo como propósito al escribir este evangelio el convencernos de que Jesús es el Hijo de Dios (Juan 20:31). Por lo menos diecinueve veces se le llama “el Hijo”. No sólo que es el Hijo de Dios, sino que también es Dios el Hijo. Incluso los demonios reconocieron esto (Marcos 3:11; Lucas 4:41).
Juan el Bautista es una de las seis personas mencionadas en el Evangelio de Juan que dieron testimonio de que Jesús es Dios. Los otros son Natanael (Juan 1:49), Pedro (Juan 6:69), el ciego que fue sanado (Juan 9:35–38), Marta (Juan 11:27) y Tomás (Juan 20:28). Si se añade a nuestro Señor mismo (Juan 5:25; 10:36), se suman siete testigos.
Juan da el registro de cuatro días en la vida de Juan el Bautista, Jesús y los primeros discípulos. Luego continúa esta secuencia en capítulo 2 y presenta, por así decirlo, una semana en la nueva creación que es paralela a la semana de la creación en Génesis 1.
El primer día (Juan 1:19–24) un comité de los dirigentes religiosos judíos interrogó a Juan el Bautista. Estos hombres tenían todo derecho para investigar a Juan y su ministerio, puesto que eran los custodios y guardianes de la fe. Le hicieron varias preguntas y él les respondió con claridad.
“¿Tú, quién eres?” era una pregunta lógica. ¿Era el Mesías prometido? ¿Era el profeta Elías quien había de venir antes de que apareciera el Mesías? (Malaquías 4:5). Grandes multitudes se habían reunido para oír a Juan, y muchos habían sido bautizados. Aunque Juan no hizo ningún milagro (Juan 10:41), era posible que la gente pensara que él era el Mesías prometido.
Juan negó ser Elías o el Mesías. (En cierto sentido él era el Elías prometido. Ve Mateo 17:10–13.) Juan no tenía nada para decir en cuanto a sí mismo ¡porque había sido enviado para hablar de Jesús! Jesús es el Verbo; Juan no era sino una voz, ¡y no se puede ver una voz! Juan mencionó la profecía de Isaías (Isaías 40:1–3) y afirmó que él era su cumplimiento.
Habiéndose cerciorado de quién era Juan, el comité entonces le preguntó qué hacía. “¿Por qué bautizas?” Juan recibió su autoridad para bautizar, no de los hombres, sino del cielo, porque fue comisionado por Dios (Mateo 21:23–32). Los dirigentes religiosos de los judíos de ese día bautizaban a los gentiles que querían adoptar la fe judía; ¡pero Juan bautizaba judíos!
Juan explicó que su bautismo era con agua, pero que el Mesías vendría y bautizaría con un bautismo espiritual. De nuevo, Juan dejó bien claro que él no estaba estableciendo una nueva religión o buscando exaltarse a sí mismo. Estaba conduciendo a las personas al Salvador, el Hijo de Dios (Juan 1:34). Aprenderemos más tarde que fue mediante el bautismo que Jesucristo sería presentado al pueblo de Israel.


  El Cordero de Dios (Juan 1:29–34)

Este es el segundo día de la semana que registró el apóstol Juan, y sin duda algunos de los miembros del mismo comité estuvieron presentes para oír el mensaje de Juan el Bautista. Esta vez él llamó a Jesús “el Cordero de Dios”, título que repetiría al día siguiente (Juan 1:35–36). En cierto sentido el mensaje de la Biblia se puede resumir en este título. La pregunta en el Antiguo Testamento fue: “¿Dónde está el cordero?” (Génesis 22:7). En los cuatro Evangelios el énfasis es “He aquí el Cordero de Dios”. ¡Aquí está! Después de haber confiado en él cantarás con el coro celestial: “¡Digno es el Cordero!” (Apocalipsis 5:12).
El pueblo de Israel estaba familiarizado con los corderos para los sacrificios. En la Pascua cada familia debía tener un cordero, y durante el año se sacrificaban dos corderos cada día en el altar del templo, además de todos los otros corderos traídos para sacrificios personales. Esos corderos fueron traídos por hombres a los hombres, pero aquí estaba el Cordero de Dios, ¡dado por Dios a los hombres! Los primeros no podían quitar el pecado, pero el Cordero de Dios sí puede quitar el pecado. Los primeros eran sólo para Israel, pero este Cordero derramaría su sangre ¡por todo el mundo!
¿Qué tiene que ver el bautismo de Juan con Jesús como el Cordero de Dios? Los eruditos concuerdan por lo general que en el Nuevo Testamento el bautismo era por inmersión. Era un cuadro de la muerte, sepultura y resurrección. Cuando Juan el Bautista bautizó a Jesús, Jesús y Juan estaban dando un cuadro gráfico del bautismo que Jesús sufriría en la cruz al morir como el Cordero de Dios que se sacrificó (Isaías 53:7; Lucas 12:50). Sería mediante la muerte, sepultura y resurrección que el Cordero de Dios cumpliría toda justicia (Mateo 3:15).
Tal vez Juan estaba equivocado. Tal vez no estaba seguro de que Jesús de Nazaret fuera el Cordero de Dios o el Hijo de Dios. Pero el Padre demostró con claridad para Juan quién era Jesús al enviar al Espíritu como paloma para iluminarle. ¡Qué hermoso cuadro de la Trinidad!


  El Mesías (Juan 1:35–42)

Este es el tercer día en la secuencia. El séptimo día incluyó la boda en Caná (Juan 2:1); y puesto que las bodas judías tradicionalmente se celebraban los miércoles, en este caso el tercer día sería el sábado. Pero no fue un día de reposo ni para Juan el Bautista ni para Jesús, porque Juan estaba predicando y Jesús estaba seleccionando discípulos.
Los dos discípulos de Juan que siguieron a Jesús fueron Juan, el escritor del Evangelio, y su amigo Andrés. Juan el Bautista se alegró cuando la gente dejó de seguirlo a él para seguir a Jesús, porque su ministerio se enfocaba en Jesús. “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
Cuando Jesús les preguntó: “¿Qué buscáis?” los estaba obligando a definir sus propósitos y metas. ¿Estaban buscando un dirigente revolucionario para derrocar a Roma? ¡Entonces sería mejor que se unieran a los zelotes! Ni en sueños Andrés y Juan se dieron cuenta de cómo sus vidas serían transformadas por el Hijo de Dios.
“¿Dónde moras?” puede significar: Si estás ocupado en este momento, podemos volver más tarde. Pero Jesús les invitó a pasar el día con él (era como las 10 a.m.) y sin duda les dijo algo de su misión, revelándoles lo que ellos tenían en su corazón y contestando sus preguntas. Ambos quedaron tan impresionados que buscaron a sus hermanos y los trajeron a Jesús. Andrés halló a Simón y Juan trajo a Jacobo. En verdad ¡eran guardas de sus hermanos! (Génesis 4:9). Siempre que se halla a Andrés en el Evangelio de Juan, está trayendo a alguien a Jesús: su hermano, el muchacho con los panes y los pescados (Juan 6:8), y los griegos que querían ver a Jesús (Juan 12:20–21). No tenemos registrado ningún sermón de Andrés, pero por cierto que predicó grandes sermones mediante sus acciones como ganador personal de almas.
“Hemos hallado al Mesías” fue el testimonio que Andrés le dijo a Simón. Mesías es una palabra hebrea que significa ungido, y el equivalente griego es Cristo. Para los judíos era lo mismo que decir “Hijo de Dios” (ve Mateo 26:63–64; Marcos 14:61–62; Lucas 22:67–70). En el Antiguo Testamento los profetas, sacerdotes y reyes eran ungidos, y con eso apartados para servicio especial. A los reyes especialmente se les llamaba ungido de Dios (1 Samuel 26:11; Salmo 89:20); así que cuando los judíos hablaban de su Mesías, estaban pensando en el rey que vendría para librarlos y establecer el reino.
Había cierta confusión entre los maestros judíos respecto a lo que haría el Mesías. Algunos lo veían como el sacrificio sufriente (como en Isaías 53), en tanto que otros lo veían como un rey espléndido (como en Isaías 9 y 11). Jesús tuvo que explicarles incluso a sus propios seguidores que la cruz tenía que venir antes de la corona, que él debía sufrir antes de entrar en su gloria (Lucas 24:13–35). Si Jesús era o no en verdad el Mesías fue un problema crucial que era todo un reto para los judíos de esos días (Juan 7:26, 40–44; 9:22; 10:24).
La entrevista de Simón con Jesús cambió la vida del pescador. También le dio un nuevo nombre: Pedro en griego, y Cefas en el arameo, el idioma que Jesús hablaba; y ambos significan una piedra. Exigió gran esfuerzo de parte de Jesús el transformar al débil Simón en una roca, ¡pero lo hizo! “Tú eres… tú serás”, es un gran estímulo para todos los que confían en Cristo. Verdaderamente él nos da el poder (Juan 1:12).
Es digno de notarse que Andrés y Juan confiaron en Cristo por la fiel predicación de Juan el Bautista. Pedro y Jacobo vinieron a Cristo debido a la obra compasiva y personal de sus hermanos. Más adelante Jesús ganaría personalmente a Felipe; y luego Felipe le testificaría a Natanael y le llevaría a Jesús. La experiencia de cada hombre es diferente, porque Dios usa varios medios para llevar al Salvador a los pecadores. Lo importante es que confiemos en Cristo y luego procuremos llevar a otros a él.


  El Rey de Israel (Juan 1:43–49)

Jesús llamó personalmente a Felipe y éste confío en Cristo y le siguió. No sabemos qué clase de preparativos del corazón experimentó Felipe, porque por lo general Dios prepara a la persona antes de llamarla. Lo que sí sabemos es que Felipe demostró su fe al hablarle de ella a su amigo Natanael.
Juan 21:2 sugiere que por lo menos siete de los discípulos de nuestro Señor eran pescadores, incluyendo Natanael. Los pescadores son valientes y apegados a su trabajo, por difícil que sea. Pero Natanael empezó dudando, puesto que no creía que algo bueno pudiera salir de Nazaret. Nuestro Señor nació en Belén, pero creció en Nazaret y llevaba ese estigma (Mateo 2:19–23). Ser llamado “nazareno” (Hechos 24:5) quería decir ser desdeñado y rechazado.
Cuando Natanael vaciló y discutió, Felipe adoptó las propias palabras de nuestro Señor: “Venid y ved” (Juan 1:39). Más tarde Jesús invitaría “Venga… y beba” (Juan 7:37) y “venid y comed” (Juan 21:12). Vengan es la gran invitación de la gracia de Dios.
Cuando Natanael llegó a Jesús descubrió que el Señor ya sabía mucho acerca de él. ¡Qué sorpresa! Al llamarle “un verdadero israelita, en quien no hay engaño” Jesús estaba refiriéndose por cierto a Jacob, el antepasado de los judíos, que usó tretas para engañar a su hermano, a su padre, y a su suegro. El nombre de Jacob fue cambiado a “Israel, príncipe con Dios”. La referencia a la escalera de Jacob en Juan 1:51 confirma esto.
Cuando Jesús reveló que sabía esto de Natanael, dónde había estado y lo que había estado haciendo, fue suficiente para convencer al hombre de que Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios, el Rey de Israel. Su experiencia fue como la de la samaritana junto al pozo. “Cuando él [el Mesías] venga nos declarará todas las cosas… Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (Juan 4:25, 29). La revelación del corazón humano debería tener lugar también en el ministerio de las iglesias locales (1 Corintios 14:23–35).
Cuando Felipe le testificó a Natanael, la evidencia que le dio fue la de Moisés y los profetas (Juan 1:45). Tal vez Jesús le dio a Felipe una explicación de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, como lo hizo con los discípulos que iban a Emaús (Lucas 24:13 en adelante). Siempre es bueno ligar nuestro testimonio personal con la Palabra de Dios.
“Rey de Israel” sería un título similar al Mesías, Ungido, porque los reyes siempre eran los ungidos de Dios (ve Salmo 2, especialmente los versículos 2, 6–7). En cierto punto del ministerio de Jesús las multitudes querían hacerle rey, y él rehusó (Juan 6:15 en adelante), pero ante Pilato afirmó que había nacido Rey (Juan 18:33–37).
Algunos estudiosos creen que Natanael y Bartolomé son el mismo individuo. Juan nunca menciona a Bartolomé en su evangelio, pero los otros tres escritores mencionan a Bartolomé pero no a Natanael. El nombre de Felipe va ligado a Bartolomé en las listas de nombres (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6:14), así que es posible que los dos hombres formaban un equipo y servían juntos. No era raro en esos días que un hombre tuviera dos nombres diferentes.


  El Hijo del Hombre (Juan 1:50–51)

El título “Hijo del Hombre” era uno de los favoritos de nuestro Señor para referirse a sí mismo. Se usa ochenta y tres veces en los Evangelios, y por lo menos trece veces en Juan. El título habla a la vez de la deidad y de la humanidad de Jesús. La visión de Daniel 7:13 presenta al “hijo de hombre” en un escenario definitivamente mesiánico; y Jesús usó el título de la misma manera (Mateo 26:64).
Como Hijo del hombre Jesús es el eslabón vivo entre el cielo y la tierra. Esto explica su referencia a la escalera de Jacob en Génesis 28. El fugitivo Jacob pensaba que estaba solo, pero Dios había enviado a los ángeles para que lo guardaran y guiaran. Cristo es la escalera de Dios entre el cielo y la tierra. “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). A menudo en este Evangelio hallarás a Jesús recalcándole a la gente que él había descendido del cielo. Los judíos sabían que “Hijo del hombre” era un nombre para el Mesías (Juan 12:34).
Al terminarse el cuarto día Jesús tenía seis hombres que creían y que eran sus discípulos. Ellos no “lo dejaron todo y le siguieron” de inmediato; eso vendría más tarde. Pero habían confiado en él y experimentado su poder. En los tres años que estaban por delante ellos crecerían en la fe, aprenderían más de Jesús, y un día tomarían el lugar del Señor en la tierra para que la Palabra de Dios pudiera ser llevada a toda la humanidad.
Jesús de Nazaret es Dios venido en carne. Cuando Felipe le llamó “el hijo de José” no estaba negando el nacimiento virginal de Jesús o su naturaleza divina. Esa era meramente su identificación legal, porque al judío se le identificaba por quién era su padre (Juan 6:42). El testimonio de este capítulo entero es claro: ¡Jesús de Nazaret es Dios venido en carne!
¡Dios está aquí!


 
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La vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo: El Espíritu Santo nos comunica la vida espiritual de Cristo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Si hay una enseñanza vital de la vida cristiana práctica es que la vida espiritual que derivamos de Cristo se alimenta y fortalece de Cristo mismo. En el momento en que somos salvados, el Espíritu de Cristo viene a morar en nosotros comunicándonos la vida espiritual de Cristo y Sus características.
En Jn. 14:19 Cristo dice a Sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Y en Jn. 15:4-5: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (comp. Gal. 2:20).
Muchas veces hablamos de la vida eterna como algo que se nos da, y eso no es incorrecto en sí mismo (Pablo dice en Ef. 2:9 que la salvación es un regalo de Dios); pero es más preciso decir que la vida eterna es algo que compartimos. Por el hecho de estar en Cristo somos hechos partícipes de Su vida
Juan nos dice en su primera carta que “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1Jn. 5:12). Y en el vers. 20 añade: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”.
Es por eso que el NT hace un uso tan frecuente de la expresión “en Cristo” o frases similares (Pablo usa ese tipo de expresión unas 216 veces en sus cartas). Todo lo que somos y todo lo que tenemos se debe únicamente al hecho de que estamos en Cristo.
Es a eso que se refiere el Señor en Juan 6 cuando dijo a los judíos que si querían ser salvos debían comerlo y beberlo. Cuando nosotros comemos y bebemos los alimentos que sostienen nuestra vida física, esos alimentos vienen a ser parte constituyente de nuestro cuerpo. Y lo mismo ocurre a nivel espiritual. Cuando creemos en Cristo, nos estamos apropiando de Él, y Su vida espiritual con sus características pasa ahora a ser nuestra (comp. Jn. 6:47-58).
Por eso decimos que el cristianismo es Cristo. Estamos vivos espiritualmente porque Él mora en nosotros por Su Espíritu; y ahora podemos ser santos porque Él está obrando en nosotros para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Son esas características de Cristo las que Pablo describe en Gal. 5:22-23 como el fruto del Espíritu. La diferencia entre Él y nosotros, es que en la Persona de Cristo esas gracias son intrínsecas y perfectas; mientras que en nosotros son derivadas y necesitan ser perfeccionadas. ¿Cómo? Supliéndonos constantemente de la fuente de la que se derivan: Cristo mismo.
Juan nos dice en su evangelio que la Ley nos fue dada por medio de Moisés, “pero (que) la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Él es la fuente por la cual fluyen todas las gracias de Dios a nuestras vidas.
Pero, ¿cómo podemos, en una forma práctica, alimentarnos de Cristo? De la misma manera como llegamos a ser partícipes de Él: por medio de la fe. ¿Qué quiso decir el Señor cuando habló de que Él era el Pan de Vida, y que sólo comiéndole a Él podíamos tener vida eterna? El Señor estaba hablando aquí de depositar toda nuestra fe en Él y apropiarnos de Él en todos Sus oficios: como nuestro Profeta, nuestro Sacerdote y nuestro Rey.
Así como el Espíritu de Cristo vino a morar en nosotros cuando fuimos salvados, comunicándonos de ese modo la vida de Cristo y Sus características, esa vida y esas características son ahora desarrolladas y fortalecidas en la misma medida en que continuamos alimentándonos de Cristo por la fe.
Es por fe que contemplamos la gloria de Cristo, Su persona, Su obra de salvación, Su perdón continuo, Sus oficios como Profeta (revelándonos la verdad de Dios), como Sacerdote (intercediendo por nosotros ante Dios) y como Rey (teniendo pleno derecho de gobernar nuestras vidas).
Y cuando miramos a Cristo constantemente con los ojos de la fe, contemplando Su majestad para adorarle, Su santidad y bondad para imitarle y Su redención para agradecerle, entonces las gracias que Él impartió en nosotros se fortalecen y desarrollan (comp. 2Cor. 3:18).
El ministro puritano John Owen dice al respecto: “Cuando la mente es llenada con pensamientos de Cristo y de Su gloria, cuando el alma se adhiere a Él con intensos afectos, esto echará fuera, y no permitirán la entrada, de aquellas causas que provocan debilidad e indisposición espiritual” (Owen; vol. 1, pg. 461).
Y en otro lugar añade: “¿Hemos descubierto en nosotros decaimiento en la gracia…? ¿Mortandad, frialdad, adormecimiento, algún tipo de tontera y de insensibilidad espiritual? ¿Hemos descubierto lentitud en el ejercicio de la gracia en su momento apropiado…? ¿Quisiéramos ver nuestras almas recobrarse de estas enfermedades peligrosas?… No existe una mejor manera de ser sanado y librado; más aún, no existe otra manera que no sea ésta: obtener una fresca visión de la gloria de Cristo por fe… La contemplación constante de Cristo y Su gloria, ejerciendo un poder transformador que reavive todas las gracias, es el único socorro en este caso” (Ibíd.; pg. 395).
¿Qué tanto ocupas tus pensamientos en meditar en la gloria de Cristo? ¿Qué tanto procuras imitarle? ¿Qué tanto le manifiestas tu amor y tu adoración? ¿Qué tanto profundizas en el estudio de Su Persona y Su obra a través del estudio cuidadoso y reflexivo de la Escritura?
La vida cristiana no se vive simplemente siguiendo una serie de reglas o creyendo una serie de doctrinas (por más importantes que las doctrinas sean para una vida cristiana vigorosa). La vida cristiana práctica consiste en comunión con Cristo. Por estar en Él estamos espiritualmente vivos, y sólo en comunión con Él podemos estar saludable y vigorosamente vivos.

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sábado, 25 de abril de 2015

Nuestra ciudadanía está en los cielos: Recalca la importancia para el cristiano de considerar su ciudadanía espiritual por encima de la terrenal

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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 1. ¿Quienes fueron los primeros convertidos?
Se considera al llamado macedónico como el acto que cambió el curso de la historia universal. Por medio de ese evento, el evangelio inició su viaje hacia el occidente para penetrar por primera vez en el continente europeo. Zarpando de Troas, Pablo y su equipo pasaron a Samotracia y Neápolis y de allí posiblemente caminaron los 15 kilómetros que los separaban de Filipos, la primera ciudad de la provincia de Macedonia. Fue aquí donde se reunieron con un grupo de mujeres judías que acostumbraban salir de la ciudad, y junto al río tener su tiempo de oración en el día de reposo. Como era su costumbre, Pablo se dirigió primero a los judíos para compartir el mensaje de salvación (Ro. 1:16). De entre las mujeres reunidas, Dios preparó el corazón de Lidia. Ella no sólo estuvo atenta a la nueva enseñanza, sino que recibió la gloriosa salvación por medio de Cristo Jesús. Lidia fue la primera convertida europea. Más tarde su familia daría el mismo paso.
En este capítulo 16 de los Hechos encontramos dos dignos ejemplos del interés que Dios tiene en alcanzar a las familias completas. La experiencia de esta vendedora de púrpura es muy semejante a la del carcelero que testifica de su salvación y la de su casa (Hch. 16:22–34). Lucas, el autor, enfatiza la salvación de las familias. Es alentador pensar en la importancia que Dios da a los componentes del hogar de un creyente. Cuando una persona se convierte, puede estar segura de que sus familiares están bajo la promesa de salvación, aunque esta no es automática, ya que cada uno de ellos tendrá que tomar su decisión personal por Cristo Jesús. Un acto de fe sería hacer una lista de sus familiares más cercanos que aún no han recibido a Cristo como Salvador y registrar la fecha cuando comience a orar por ellos. Como respuesta a la oración fiel, el Espíritu Santo comenzará a mover sus corazones para venir a Cristo.
La narración del capítulo 16 de los Hechos concluye hablando de una reunión que se efectuó en casa de Lidia, donde ya se congregaba un grupo de hermanos. Esta fue la semilla que hizo nacer a una iglesia ejemplar. Los primeros convertidos fueron bautizados. Diez años después, el apóstol escribe esta epístola a ese grupo reconocido de santos ya organizados que contaba con obispos y diáconos. Casi todos habían sido gentiles y paganos anteriormente, pero ahora formaban una congregación escogida por el Señor.

    2.      La ciudad de Filipos
Ubicada al este de Macedonia y al norte de lo que hoy conocemos como Grecia, estaba situada en la importante ruta comercial que existía entre Europa y Asia. Fue fundada alrededor del año 357 por Felipe II, padre de Alejandro Magno, a.C. Era rica en minas de oro y plata; su tierra era fértil y su comercio abundante. Esta era una situación geográfica estratégica para la iglesia cristiana, puesto que sus visitantes podían escuchar el evangelio ahí y llevarlo a sus lugares de origen.
En el año 31 a.C., Filipos fue establecida como colonia romana con privilegios especiales de ciudadanía. Este último hecho explica por qué Pablo hace énfasis en que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (3:20). Quería recalcar la importancia para el cristiano de considerar su ciudadanía espiritual por encima de la terrenal, aun siendo tan distinguida como era la romana. La comunidad judía era pequeña y no tenía sinagoga propia. Por esta razón preferían reunirse a la orilla del río (Hch. 16:13).

    3.      Lugar donde se escribió
Se mencionan tres posibles lugares: Éfeso, Cesarea y Roma. Diversos argumentos respaldan estos sitios. Pero a la luz de las deducciones obtenidas por los conocidos comentaristas Lightfoot y Hendriksen2, el lugar más aceptado es Roma. La palabra que se traduce como “pretorio” en 1:13 ha inclinado a varios a considerar Éfeso como el lugar desde donde Pablo escribió. Por otro lado, Hch. 23:35 menciona el pretorio en Cesarea y, por eso, algunos respaldan este lugar como la cuna de esta epístola. Considerando la mención que Pablo hace de su encarcelamiento, y su referencia a la casa de César (4:22), el origen de esta carta nos refiere a Roma. Existen serias dudas con respecto a su encarcelamiento en Éfeso. J. B. Lightfoot señala que la palabra “pretorio” significa propiamente la guardia pretoriana, tal como se traduce en muchas versiones, más que un palacio o casa de gobierno. En Hch. 28:16 se indica que Pablo fue a Roma y en 28:30 leemos que vivió en su propia casa alquilada vigilado por guardias.

    4.      Circunstancias
Los eventos más sobresalientes o las experiencias más significativas de la vida no siempre se efectúan en circunstancias positivas o favorables. Basta recorrer las páginas de la Biblia para ver que los grandes héroes de la fe saborearon las victorias en medio de lo adverso y negativo. He. 11 es un resumen de aquéllos que podían testificar de su “gozo” después de haber pasado por persecución, pérdida material, enfermedad, maltrato, malos entendidos y pruebas. Por cierto, algunos no recibieron lo prometido. El mundo no era digno de ellos, pero dejaron un testimonio mediante su fe.
Pablo podría estar incluido en esta lista, pues no sólo sufrió en sus años de ministerio (2 Co. 11:23–28), sino también en los últimos dos, cuando estuvo privado de su libertad. Esta carta fue escrita desde la prisión (1:12–17); de modo que podemos reconocerla como parte del cuarteto epistolar que contiene melodías de victoria escritas bajo condiciones adversas. Las otras tres son: Efesios, Colosenses y Filemón. Comúnmente se les llama a estas cuatro epístolas “las cartas de la prisión”. Note que, en el nacimiento de la iglesia de Filipos, es la actitud de gozo la que se pone de manifiesto. En lugar de escuchar quejas, lamentos y sentir autocompasión por la injusticia de los azotes, el cepo y el encierro en una celda oscura y maloliente, Pablo y Silas entonaban alabanzas al Señor (Hch. 16:25).
En mis años de estudiante se hizo muy popular un himno cuyo tema central era: “Pero en el dolor, es mejor cantar”. Si el mundo sin Cristo encuentra en el canto un desahogo para sus sentimientos, cuanto más el creyente en Cristo debe recurrir a este método de alabanza, para hallar contentamiento y sumisión a la voluntad soberana de Dios.
Más de 16 veces encontramos la palabra “regocijo” en alguna de sus formas, en los 104 versículos de la epístola. Pablo amonestaba a la iglesia a gozarse en Cristo a pesar de las circunstancias adversas (cap. 1), de las personas (cap. 2), de las cosas (cap. 3) y de las preocupaciones (cap. 4). El creyente tiene que aprender a estar gozoso, pues tiene el gozo de Cristo. Aunque Pablo escribió desde una casa alquilada, es muy posible que estuviera custodiado por la guardia del palacio, y aun encadenado a un soldado que era relevado cada seis horas (Hch. 28:20; Fil. 1:7, 14, 16; Col. 4:18). Pablo aprovechaba todas las oportunidades para compartir el evangelio con los que le rodeaban. Es interesante notar las múltiples ocasiones en que el libro de los Hechos presenta a Pablo como fiel testigo de Cristo. Pablo cumplió su comisión con cabalidad y llevó el nombre de Jesucristo “en presencia de los gentiles y de los reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15). Su ciudadanía romana le permitía algunos privilegios y cierta libertad para predicar (Hch. 28:30–31). Al parecer, sus amigos podían visitarlo. Aunque no se mencionan muchos nombres en esta epístola, es posible que conociera a muchos cristianos, a quienes cita en el capítulo 16 de su carta a los Romanos.

    5.      Autor y fecha
Pablo visitó Filipos por primera vez en su segundo viaje misionero, alrededor del año 51 o 52 d.C. Tres años más tarde visitaría a los hermanos de nuevo, durante el tercer viaje misionero, después del cual sería puesto en custodia, acusado falsamente de sacrílego por haber llevado un gentil al templo judío (Hch. 21:29–33). Permaneció dos años en una prisión militar en Cesarea esperando ser juzgado. Apeló a César y fue enviado a Roma, donde estuvo encarcelado otros dos años (Hch. 24:27; 25:11–12; 26:32; 28:30). En el comentario de J.B. Lightfoot, se presentan sólidos argumentos que proponen que la epístola fue escrita a fines del primer año de la llegada de Pablo a Roma y antes de las otras tres “cartas de la prisión”. Esto da una fecha probable de alrededor del año 62 d.C.
La opinión casi universalmente aceptada designa a Pablo como el autor de la carta. Él mismo asienta su firma al principio de ella y utiliza a Timoteo como un testigo silencioso (1:1). El estilo es el de una carta sencilla, afectuosa y no estudiada. Brota de un corazón amoroso y agradecido que expresa su sentir personal como un padre que escribe a sus hijos. Filipenses aparece en todos los cánones de la Escritura del segundo siglo porque tiene un alto grado de evidencia de inspiración divina. Su origen genuino es tan reconocido, que algunos comentaristas creen innecesaria cualquier acerca del asunto.

    6.      Propósito
La epístola fue escrita a los creyentes de la ciudad de Filipos. El propósito encerrado en sus líneas es cuádruple:

    a)      Proveer información acerca de su condición en la cárcel en Roma (1:12).
    b)      Expresar su gratitud por la ayuda económica que había recibido de ellos por medio de Epafrodito (4:17–18).
    c)      Corregir un conflicto personal que existía entre dos creyentes en la iglesia a causa del egoísmo y la rivalidad (4:2).
    d)      Acentuar la importancia de la “kenosis” (su significado literal en griego es “vaciamiento”), que se traduce como que Cristo “se despojó”; es el acto por el cual Dios se hizo hombre, tomando forma de siervo y humillándose hasta morir en la cruz (2:5–8).

Este último punto es quizá la máxima afirmación teológica del libro, aunque el énfasis es más existencial y personal, dirigido a un grupo de hermanos unidos a él por lazos de amistad, cuidado y amor recíproco. Para facilitar y llevar una continuidad en el estudio y comentarios de esta epístola, he escogido el siguiente bosquejo:
Capítulo 1. Magnificando a Cristo (v. 20)
Capítulo 2. Imitando a Cristo (v. 5)
Capítulo 3. Conociendo a Cristo (v. 10)
Capítulo 4. Gozando a Cristo (v. 4)
 
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Dios permitió que Lot y su familia permanecieran sin contaminarse, aunque vivían en medio de un pozo negro de iniquidad: Igual lo hace con nosotros...

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Lot (vs. 6–9a). Abraham llevó a su sobrino Lot cuando salió de Ur y fue a la tierra de Canaán, pero este demostró ser más un problema que una bendición. Cuando Abraham, al tropezar en su fe, se fue a Egipto, Lot fue con él y probó lo que era “el mundo” (Génesis 12:10–13:1). A medida que Lot enriqueció, tuvo que separarse de Abraham, y así se alejó de la influencia santa de su tío. ¡Qué privilegió tuvo Lot de andar con Abraham, quien andaba con Dios! Y sin embargo, cómo desperdició sus privilegios.
Cuando Lot tuvo que escoger una nueva región para su casa, la comparó con lo que había visto en Egipto (Génesis 13:10). Abraham sacó a Lot de Egipto, pero no pudo sacar a Egipto de Lot. Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (Génesis 13:12), y finalmente, se mudó a Sodoma (Génesis 14:12). Dios incluso usó una guerra local para tratar de sacarlo de Sodoma, pero él volvió de inmediato. Allí estaba su corazón.
Para nosotros, es difícil entender a Lot. Pedro indica claramente que era salvo (“al justo Lot,… este justo”), y sin embargo, nos preguntamos qué estaba haciendo en un lugar tan perverso como Sodoma. Si entendemos correctamente Génesis 19, Lot tenía por lo menos cuatro hijas, dos de las cuales se habían casado con hombres de Sodoma. Mientras Lot vivió en Sodoma, estaba “abrumado” y “afligía cada día su alma justa” por la conducta perversa de la gente. Tal vez pensaba que podía cambiarlos. Si era así, fracasó lastimeramente.
Dios permitió que Lot y su familia permanecieran sin contaminarse, aunque vivían en medio de un pozo negro de iniquidad. También lo rescató a él y a dos de sus hijas antes de que el juicio cayera sobre Sodoma y las demás ciudades de la llanura (Génesis 19). Lot no fue rescatado por algún mérito de su parte, sino porque era creyente y porque su tío Abraham había orado por él. Abraham, fuera de Sodoma, tenía más influencia que Lot estando dentro de la ciudad. Lot incluso perdió su testimonio ante su propia familia, porque sus hijas casadas y sus esposos se reían de sus advertencias, y su esposa desobedeció a Dios y murió.
Lot escogió vivir en Sodoma y pudo haber evitado la influencia inmunda del lugar, pero muchos hoy no tienen alternativa y deben vivir rodeados de la inmundicia del mundo. Piensa en los esclavos creyentes que tuvieron que servir a patrones impíos, en esposas creyentes casadas con esposos incrédulos o en hijos salvos con padres inconversos. Los empleados creyentes que trabajan en oficinas o fábricas se ven obligados a ver y oír cosas que fácilmente podrían manchar la mente y el corazón. Pedro les aseguró a sus lectores y a nosotros que Dios sabe cómo “librar de tentación a los piadosos” (2 Pedro 2:9) para que podamos vivir victoriosos.
Dios también puede rescatarnos del juicio. En el caso de Noé, fue un juicio de agua, pero con Lot, fue un castigo por fuego. Las ciudades de la llanura quedaron atrapadas en una violenta destrucción cuando la región se convirtió en un gigantesco horno de fuego y azufre. Esto, por cierto, sería paralelo a la advertencia de Pedro respecto al juicio de fuego venidero (2 Pedro 3:10 en adelante).
Pedro no estaba señalando a Lot como ejemplo de una vida separada, sino de alguien a quien Dios rescató de la contaminación y la condenación. En cierto sentido, Lot fue rescatado incluso contra su voluntad, porque los ángeles tuvieron que tomarlo de la mano y sacarlo a la fuerza de la ciudad (Génesis 19:16). Lot había entrado en Sodoma, y después Sodoma había entrado en él, y le fue difícil dejarla.
Nuestro Señor usó tanto a Noé como a Lot para advertirnos de que estemos preparados para su retorno (Lucas 17:26–37). La gente de Sodoma estaba disfrutando de sus placeres acostumbrados, despreocupada de que el juicio se avecinara; y cuando llegó, no estuvo preparada. “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3:14).
Pero el mismo Dios que libra al justo también reserva al malo para el juicio. Bien se ha dicho que si el Señor perdonara a las ciudades de nuestro día, tendría que pedirles disculpas a Sodoma y Gomorra. ¿Por qué se demora el juicio de Dios? Porque Dios “es paciente… no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). La sociedad en los días de Noé tuvo 120 años para arrepentirse y creer, y sin embargo, rechazó la verdad. Aunque el testimonio y el ejemplo de Lot fueron débiles, por lo menos, él representaba la verdad; y sin embargo, sus vecinos inmorales no quisieron tener nada que ver con Dios.
Nuestra edad presente no solo es como “los días de Noé”, sino también como “los días de Lot”. Muchos creyentes han abandonado el lugar de separación y están haciendo tratos con el mundo. La iglesia profesante tiene un testimonio débil ante el mundo, y los pecadores no piensan que el juicio se acerca. La sociedad está llena de inmoralidad; especialmente, la clase de pecado por el que Sodoma era famosa. Pareciera que Dios estuviera tardando, despreocupado por la manera en que los pecadores rebeldes han contaminado su mundo. Pero un día, el fuego caerá; y entonces, será demasiado tarde.
El pueblo de Dios, por débil que sea, será liberado del juicio por la gracia y la misericordia de Dios. El Señor no podía castigar a Sodoma mientras Lot y su familia estuvieran en la ciudad. Asimismo, opino que Dios no enviará su ira a este mundo mientras no saque a los suyos y los lleve al cielo. “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos [que estemos vivos o que hayamos muerto], vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:9, 10).
Pronto, un día el fuego caerá. ¿Estás listo?

 
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La vida cristiana debe basarse en la autoritativa Palabra de Dios: El creyente que sabe lo que cree, no es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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La mejor defensa contra la enseñanza falsa es la vida real. Una iglesia llena de creyentes que crecen, vibrantes en su fe, es improbable que caiga víctima de los apóstatas con su cristianismo falsificado. Pero esta vida cristiana debe basarse en la autoritativa Palabra de Dios. Los falsos maestros fácilmente seducen a personas que no conocen la Biblia, pero que tienen deseos de tener experiencias con el Señor. Es peligroso edificar sobre la experiencia subjetiva sola e ignorar la revelación objetiva.
Pedro consideró la experiencia cristiana en la primera parte de 2 Pedro 1, y en la segunda, habla de la revelación que tenemos en la Palabra de Dios. Su propósito es mostrar la importancia de conocer la Palabra de Dios y de apoyarnos en ella por completo. El creyente que sabe lo que cree y por qué lo hace rara vez es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas.
Pedro subraya la confiabilidad y la durabilidad de la Palabra de Dios al contrastarla con los hombres, las experiencias y el mundo.


  Los hombres mueren, pero la Palabra vive (2 Pedro 1:12–15)

Mediante su predicación y enseñanza, los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento pusieron el cimiento de la iglesia (Efesios 2:20), y nosotros, en generaciones posteriores, edificamos sobre ese fundamento. Sin embargo, los hombres no fueron ese cimiento, sino Jesucristo (1 Corintios 3:11). Él también es la piedra angular que afirma el edificio (Efesios 2:20). Para que la iglesia permanezca, no puede construirse sobre meros hombres. Debe ser edificada sobre el Hijo de Dios.
Nuestro Señor le había dicho a Pedro cuándo y cómo moriría. “Cuando… ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras” (Juan 21:18). Esto explica por qué, poco después de Pentecostés, Pedro pudo dormir en la cárcel la noche anterior a su ejecución programada; sabía que Herodes no podía quitarle la vida (Hechos 12:1 en adelante). La tradición dice que fue crucificado en Roma. Como todos los fieles siervos de Dios, Pedro fue inmortal hasta que su trabajo concluyó.
Hubo por lo menos tres motivos detrás del ministerio de Pedro al escribir esta carta. El primero fue obediencia al mandamiento de Cristo. “Yo no dejaré de recordaros” (2 Pedro 1:12). “Y tú, una vez vuelto”, le había dicho Jesús a Pedro, “confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Pedro sabía que tenía un ministerio que cumplir.
Su segundo motivo era sencillamente que este recordatorio era la acción apropiada. “Tengo por justo”, escribió, lo que quiere decir: pienso que es apropiado y correcto. Siempre es apropiado estimular a los santos y recordarles la Palabra de Dios.
Su tercer motivo va envuelto en la palabra “procuraré” en 2 Pedro 1:15. Es el mismo término que se traduce “diligencia” en 2 Pedro 1:5 y “procurar” en el versículo 10. Quiere decir apresurarse para hacer algo, hacerlo con celo. Pedro sabía que pronto moriría, así que, quería cumplir sus responsabilidades espirituales antes de que fuera demasiado tarde. Tú y yo no sabemos cuándo vamos a morir, así que, ¡será mejor que empecemos a ser diligentes hoy!
¿Qué quería lograr Pedro? La respuesta se halla en la idea que se repite en 2 Pedro 1:12, 13, 15: recordar. Pedro quería grabar en la mente de sus lectores la Palabra de Dios para que nunca la olvidaran. “Pues tengo por justo,… el despertaros con amonestación” (2 Pedro 1:13). El verbo “despertar” quiere decir estimular, fomentar. Esta palabra se usa para describir una tempestad en el mar de Galilea (Juan 6:18). Pedro sabía que nuestras mentes tienden a acostumbrarse a la verdad y, entonces, darla por sentado. ¡Olvidamos lo que debemos recordar y recordamos lo que debemos olvidar!
Los lectores de esta carta sabían la verdad e incluso estaban “confirmados” en ella (2 Pedro 1:12), pero no había garantía de que siempre la recordarían y la aplicarían. Una razón por la que el Espíritu Santo fue dado a la iglesia era recordarles a los creyentes las lecciones aprendidas (Juan 14:26). En mi propio ministerio radial, he recibido cartas de oyentes que se molestan cuando repito algo. En mi respuesta, a menudo los refiero a lo que Pablo escribió en Filipenses 3:1: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Nuestro Señor a menudo repetía conceptos al enseñar al pueblo, y él fue el Maestro por excelencia.
Pedro sabía que iba a morir, así que, quería dejar algo que nunca moriría: la Palabra de Dios escrita. Sus dos epístolas llegaron a ser parte de las Escrituras inspiradas, y han estado ministrando a los creyentes durante siglos. Los hombres mueren, ¡pero la Palabra de Dios sigue viva!
Es posible que Pedro también estuviera aludiendo al Evangelio de Marcos. La mayoría de los eruditos bíblicos piensan que el Espíritu usó a Pedro para darle a Juan Marcos parte de la información para su libro (ve 1 Pedro 5:13). Uno de los padres de la iglesia, Papías, dijo que Marcos fue “discípulo e intérprete de Pedro”.
La iglesia de Jesucristo siempre está a una generación de extinguirse. Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, tendríamos que depender de la tradición. Si alguna vez has jugado el juego de salón llamado “el mensaje secreto”, sabes cómo una frase sencilla puede cambiar radicalmente cuando se pasa de una persona a otra. Nosotros no dependemos de las tradiciones de hombres muertos, sino de la verdad de la Palabra viva. Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive para siempre.
Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, la iglesia estaría a merced de la memoria de los hombres. Los que se enorgullecen de tener buena memoria deberían sentarse en el estrado de los testigos en un tribunal. Es asombroso que tres testigos perfectamente honestos puedan, con buena conciencia, ¡dar tres relatos diferentes de un accidente vehicular! Nuestra memoria es defectuosa y selectiva. Por lo general, recordamos lo que queremos recordar, y a menudo, distorsionamos incluso eso.
Felizmente, podemos depender de la Palabra de Dios escrita. “Escrito está”, y está escrita para siempre. Podemos ser salvos mediante la Palabra viva (1 Pedro 1:23–25), nutridos por ella (1 Pedro 2:2), y guiados y protegidos conforme confiamos en ella y la obedecemos.


  Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece (2 Pedro 1:16–18)

El enfoque de este párrafo es la transfiguración de Jesucristo. La experiencia se relata en Mateo (17:1 en adelante), Marcos (9:2–8) y Lucas (9:28–36); y sin embargo, ¡ninguno de esos escritores participó en ella! ¡Pedro estaba allí cuando sucedió! Es más, las mismas palabras que se usan en esta sección (2 Pedro 1:12–18) nos recuerdan su experiencia en el monte de la transfiguración. La palabra “cuerpo”, que Pedro usa dos veces (2 Pedro 1:13, 14), es una traducción del griego que en otros pasajes se traduce tabernáculo o enramada; y esto sugiere las palabras de Pedro: “hagamos aquí tres enramadas” (Mateo 17:4). En 2 Pedro 1:15, Pedro usó la palabra “partida”, que en griego es “éxodo”; se usa también en Lucas 9:31. Jesús no consideró su muerte en la cruz como una derrota; más bien, fue un “éxodo”, ya que liberaría a su pueblo de la esclavitud tal como Moisés libertó a Israel de Egipto. Pedro escribió de su propia muerte como un “éxodo”, una liberación de la esclavitud.
Observa la repetición inferida del pronombre nosotros en 2 Pedro 1:16–19. Se refiere a Pedro, Jacobo y Juan; los únicos apóstoles que estuvieron con el Señor en el monte de la transfiguración. (Juan se refirió a esta experiencia en Juan 1:14: “y vimos su gloria”.) Estos hombres habían tenido que guardar silencio sobre su experiencia hasta después de que el Señor resucitó de los muertos (Mateo 17:9); y entonces, les contaron a otros creyentes lo que había sucedido en la montaña.
¿Qué significó la transfiguración? Por un lado, confirmó el testimonio de Pedro en cuanto a Jesucristo (Mateo 16:13–16). Pedro vio al Hijo en su gloria, y oyó al Padre hablar desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:17). Primero, ponemos nuestra fe en Cristo y lo confesamos, y entonces, el Señor nos da una confirmación maravillosa.
La transfiguración también tuvo una significación especial para Jesucristo, quien se acercaba al Calvario. Fue la manera del Padre de fortalecer a su Hijo para esa terrible odisea de ser el sacrificio por los pecados del mundo. La ley y los profetas (Moisés y Elías) señalaban su ministerio, y ahora, él cumpliría esas Escrituras. El Padre habló desde el cielo y le aseguró al Hijo su amor y aprobación. La transfiguración comprueba que el sufrimiento conduce a la gloria cuando estamos en la voluntad de Dios.
Pero hay un tercer mensaje, y tiene que ver con el reino prometido. En los tres Evangelios en donde se relata la transfiguración, se la presenta como una declaración del reino de Dios (Mateo 16:28; Marcos 9:1; Lucas 9:27). Jesús prometió que, antes de morir, algunos de sus discípulos verían el reino de Dios en poder. Esto tuvo lugar en el monte de la transfiguración, cuando nuestro Señor reveló su gloria. Fue una expresión de seguridad para los discípulos, quienes no podían entender las enseñanzas del Señor en cuanto a la cruz. Si el Señor muriera, ¿qué sucedería con el reino prometido que había estado predicando todos esos meses?
Ahora podemos entender por qué Pedro usó este suceso en su carta: estaba refutando las falsas enseñanzas de los apóstatas de que el reino de Dios nunca vendría (2 Pedro 3:3 en adelante). Estos falsos maestros negaban la promesa de la venida de Cristo. En lugar de las promesas de Dios, estos falsificadores ponían “fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16) que privaban a los creyentes de su esperanza bendita.
La palabra “fábulas” quiere decir mitos, relatos fabricados sin base en los hechos. El mundo griego y el romano abundaban en relatos de los dioses; meras especulaciones humanas que trataban de explicar el mundo y sus orígenes. Por interesantes que puedan ser estos mitos, el creyente no debe prestarles atención (1 Timoteo 1:4), sino refutarlos (1 Timoteo 4:7). Pablo le advirtió a Timoteo de que vendría un tiempo en la iglesia cuando los creyentes profesantes no querrían oír la verdadera doctrina, sino que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:4). También le advirtió a Tito en cuanto a “fábulas judaicas” (mitos, Tito 1:14), por lo cual incluso algunos de los judíos habían abandonado sus Escrituras sagradas y aceptado sustitutos de fabricación humana.
Pedro escribió un sumario de lo que vio y oyó en el monte de la transfiguración. Vio a Jesucristo vestido de gloria majestuosa, y por consiguiente, presenció una demostración del “poder y la venida” del Señor. Cuando Jesucristo vino a la tierra en Belén, no mostró abiertamente su gloria. Con certeza, reveló su gloria en sus milagros (Juan 2:11), pero incluso esto fue primordialmente por amor a sus discípulos. Su cara no brilló ni tampoco tuvo un halo sobre la cabeza. “No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:2).
Pedro no solo vio la gloria de Cristo, sino que oyó la voz del Padre “desde la magnífica gloria”. Los testigos son personas que dicen con precisión lo que han visto y oído (Hechos 4:20), y Pedro fue un testigo fiel. ¿Es Jesucristo de Nazaret el Hijo de Dios? ¡Sí, lo es! ¿Cómo lo sabemos? ¡El Padre lo dijo!
Tú y yo no fuimos testigos oculares de la transfiguración. Pedro estuvo allí, y con fidelidad, nos registró su experiencia en la carta que escribió, inspirado por el Espíritu de Dios. Las experiencias se desvanecen, ¡pero la Palabra de Dios permanece! Las experiencias son subjetivas, pero la Palabra de Dios es objetiva. Las experiencias pueden ser interpretadas de maneras diferentes por distintos participantes, pero la Palabra de Dios da un mensaje claro. Lo que recordamos de nuestras experiencias puede ser distorsionado inconscientemente, pero la Palabra de Dios permanece igual para siempre.
Cuando estudiamos 2 Pedro 2, descubrimos que los maestros apóstatas tratan de alejar a las personas de la Palabra de Dios y llevarlas a “experiencias más profundas”, contrarias a la Palabra de Dios. Estos falsos maestros usan “palabras fingidas” en lugar de la Palabra inspirada de Dios (2 Pedro 2:3), y enseñan “herejías destructoras” (2 Pedro 2:1). En otras palabras, ¡esto es asunto de vida y muerte! Si una persona cree la verdad, vivirá; si cree una mentira, morirá. Es la diferencia entre salvación y condenación.
Al recordarles a sus lectores la transfiguración, Pedro afirmó varias doctrinas importantes de la fe cristiana. Aseguró que Jesucristo es, en verdad, el Hijo de Dios. La prueba de cualquier religión es esta: “¿Qué dice de Jesucristo?”. Si un maestro religioso niega la deidad de Cristo, es un maestro falso (1 Juan 2:18–29; 4:1–6).
Pero la persona de Jesucristo es solo una de las pruebas; también debemos preguntar: “Y, ¿cuál es la obra de Jesucristo? ¿Por qué vino y qué hizo?”. De nuevo, la transfiguración nos da la respuesta, porque Moisés y Elías “aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (Lucas 9:31). Su muerte no fue meramente un ejemplo, como algunos teólogos liberales quieren que creamos, sino una salida, un logro. Él logró algo en la cruz: ¡la redención de pecadores perdidos!
La transfiguración también fue una afirmación de la verdad de las Escrituras. Moisés representaba la ley; Elías, los profetas; y ambos señalaban a Jesucristo (Hebreos 1:1–3). Él cumplió la ley y los profetas (Lucas 24:27). Creemos en la Biblia porque Jesús creía en ella y dijo que es la Palabra de Dios. Aquellos que cuestionan la verdad y la autoridad de las Escrituras no están discutiendo con Moisés, Elías o Pedro, sino con el Señor Jesucristo.
Este evento también afirmó la realidad del reino de Dios. Nosotros, que tenemos una Biblia completa, podemos mirar hacia atrás y comprender las lecciones progresivas que Jesús les dio a sus discípulos en cuanto a la cruz y el reino, pero en aquel momento, esos doce hombres estaban muy confusos. No entendían la relación entre el sufrimiento de Cristo y su gloria (la Primera Epístola de Pedro considera este tema) y la iglesia y su reino. En la transfiguración, nuestro Señor dejó en claro a sus seguidores que sus sufrimientos conducían a la gloria, y que la cruz, en última instancia, resultaría en la corona.
También había una lección muy práctica que Pedro, Jacobo y Juan necesitaban aprender, porque cada uno de ellos sufriría. Jacobo fue el primero de los apóstoles en morir (Hechos 12:1, 2). Juan tuvo una vida larga, pero vivió en el exilio y el sufrimiento (Apocalipsis 1:9). Pedro sufrió por el Señor durante su ministerio, y luego puso su vida tal como el Señor lo había profetizado. En el monte de la transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan aprendieron que el sufrimiento y la gloria marchan juntos, y que el amor especial y la aprobación del Padre son dados a quienes están dispuestos a sufrir por amor al Señor. Nosotros también necesitamos la misma lección hoy.
No pudimos participar de la experiencia de Pedro, pero él pudo dejarnos el relato de su experiencia para que pudiéramos tenerlo en forma permanente en la Palabra de Dios. No es necesario que tratemos de duplicar esas experiencias; a decir verdad, tales esfuerzos serían peligrosos, porque el diablo podría darnos una experiencia falsificada que nos descarriara.
Recuerda las noticias maravillosas de Pedro al principio de la carta: “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Esto significa que nuestra fe nos da “una posición igual” a la de los apóstoles. Ellos no viajaron en primera clase, para dejarnos viajar a nosotros en segunda. “Una fe igualmente preciosa que la nuestra” es lo que él escribió (cursivas mías). Nosotros no estuvimos en el monte de la transfiguración, pero igualmente, podemos beneficiarnos de esa experiencia al meditar en ella y permitir que el Espíritu de Dios nos revele las glorias de Jesucristo.
Hemos aprendido dos verdades importantes al ver estos contrastes: los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive; y las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. Pedro añadió un tercer contraste.


  El mundo se oscurece, pero la Palabra de Dios brilla (2 Pedro 1:19–21)

En algunos aspectos, el mundo está mejorando. Doy gracias a Dios por los avances en medicina, transporte y comunicación. Puedo hablar con más personas en un solo programa de radio que a los que todos los apóstoles les predicaron durante su vida. Tengo la posibilidad de escribir libros que pueden distribuirse en el extranjero e incluso traducirse a diferentes idiomas. En cuanto al logro científico, el mundo ha hecho grandes progresos. Pero el corazón humano sigue perverso, y todas nuestras mejoras en los medios no han beneficiado nuestra vida. La ciencia médica permite que las personas vivan más años, pero no hay garantía de que lo harán mejor. ¡Los medios modernos de comunicación solo permiten que las mentiras viajen más rápidamente! Y los aviones a reacción nos permiten llegar más velozmente a otros lugares, ¡pero no tenemos mejores sitios adonde ir!
No debería sorprendernos que nuestro mundo esté envuelto en oscuridad espiritual. En el Sermón del Monte, nuestro Señor advirtió que habría falsificadores que invadirían la iglesia con doctrinas falsas (Mateo 7:13–29). Pablo les hizo una advertencia similar a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:28–35), y agregó otras cuando escribió sus epístolas (Romanos 16:17–20; 2 Corintios 11:1–15; Gálatas 1:1–9; Filipenses 3:17–21; Colosenses 2; 1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3–4). Incluso Juan, el gran “apóstol del amor”, advirtió en cuanto a maestros anticristianos que procurarían destruir la iglesia (1 Juan 2:18–29; 4:1–6).
En otras palabras, los apóstoles no esperaban que el mundo mejorara cada vez más, ni moral ni espiritualmente. Todos advirtieron que maestros falsos invadirían las iglesias locales, introducirían falsas doctrinas y harían que muchos se descarriaran. El mundo se volvería cada vez más oscuro; pero al hacerlo, la Palabra de Dios brillaría cada vez más.
Pedro afirmó tres cosas en cuanto a la Palabra de Dios.
Es la palabra segura (v. 19a). Pedro no estaba sugiriendo que la Biblia es más cierta que la experiencia que él tuvo en el monte de la transfiguración. Su experiencia fue real, y el registro bíblico es confiable. Como hemos visto, la transfiguración cumplió la promesa dada en la palabra profética; y esta promesa es ahora más cierta por la experiencia de Pedro. La transfiguración corroboró las promesas proféticas. Los apóstatas intentarían desacreditar la promesa de la venida del Señor (2 Pedro 3:3 en adelante), pero las Escrituras son seguras; porque, después de todo, la promesa del reino fue reafirmada por Moisés, Elías, el Hijo de Dios y el Padre. Y el Espíritu Santo escribió el registro para que la iglesia lo leyera.
“El testimonio de Jehová es fiel” (Salmo 19:7). “Tus testimonios son muy firmes” (Salmo 93:5). “Fieles son todos sus mandamientos” (Salmo 111:7). “Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira” (Salmo 119:128).
Es interesante combinar 2 Pedro 1:16 y 19: “Porque no os hemos dado a conocer… fábulas artificiosas.… Tenemos también la palabra profética más segura”. Al viajar, a menudo encuentro fanáticos de diferentes sectas en los aeropuertos, los cuales quieren que compre sus libros. Siempre rehúso porque tengo la segura Palabra de Dios y no necesito de fábulas religiosas de los hombres. “¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová” (Jeremías 23:28).
Pero un día, hallé uno de esos libros que alguien había dejado en el baño de hombres, así que, decidí llevármelo y leerlo. No puedo entender cómo alguien puede creer fábulas tan necias. El libro aducía basarse en la Biblia, pero el escritor tergiversaba las Escrituras a tal punto que los versículos que citaba acababan diciendo solo lo que él quería. ¡Fábulas astutamente diseñadas! Y sin embargo, había muerte espiritual entre esas cubiertas para cualquiera que creyera esas mentiras.
Es la Palabra que alumbra (v. 19b). Pedro llamó al mundo un “lugar oscuro”, y la palabra que usó quiere decir tenebroso. Es el cuadro de un sótano húmedo o un pantano desalentador. La historia humana empezó en un huerto encantador, pero ese huerto hoy es un pantano sombrío. Lo que ves cuando miras el sistema de este mundo es una indicación de la condición espiritual de tu corazón. Todavía vemos la belleza en la creación divina, pero no percibimos ninguna belleza en lo que la humanidad está haciendo con la creación de Dios. Pedro no vio este mundo como un huerto de Edén, ni tampoco debemos nosotros verlo así.
Dios y su Palabra son luz. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Cuando Jesucristo empezó su ministerio, “el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz” (Mateo 4:16). Su venida a este mundo fue el amanecer de un nuevo día (Lucas 1:78). Los creyentes deben ser luz del mundo (Mateo 5:14–16), y es nuestro privilegio y responsabilidad asirnos de la Palabra de vida, la luz de Dios, de modo que los hombres puedan ver el camino y ser salvos (Filipenses 2:14–16).
Como creyentes debemos prestar atención a la Palabra de Dios y gobernar nuestras vidas por lo que ella dice. Para los incrédulos, las cosas se harán cada vez más oscuras, hasta que acaben en la oscuridad eterna; pero el pueblo de Dios está esperando el retorno de Jesucristo y la aurora de un nuevo día de gloria. Los falsos maestros se burlaban de la idea del retorno de Cristo y de la aurora del nuevo día, pero Pedro afirmó la verdad de la Palabra segura de Dios: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10).
Antes del amanecer, el “lucero de la mañana” (o estrella de la mañana) brilla y resplandece como heraldo de la aurora. Para la iglesia, Jesucristo es “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16). La promesa de su venida brilla con esplendor, sin que importe cuán oscuro sea el día (ve Números 24:17). Él también es “el Sol de justicia”, que traerá sanidad a los creyentes, pero castigo a los incrédulos (Malaquías 4:1, 2). ¡Qué agradecidos debemos estar por la Palabra de Dios segura y brillante, y cuánta atención debemos prestarle en estos días oscuros!
Es la Palabra dada por el Espíritu (vs. 20, 21). Este es uno de los dos pasajes bíblicos importantes que afirman la inspiración divina de la Palabra de Dios. El otro es 2 Timoteo 3:14–17. Pedro afirmó que las Escrituras no fueron escritas por hombres que usaron sus propias ideas y palabras, sino por hombres de Dios “inspirados por el Espíritu Santo”. La palabra traducida “inspirados” quiere decir impulsados, como una nave impulsada por el viento. Las Escrituras son “sopladas por Dios”; no son invenciones humanas.
De nuevo, Pedro estaba refutando las doctrinas de los apóstatas. Ellos enseñaban con “palabras fingidas” (2 Pedro 2:3) y tergiversaban las Escrituras para hacer que significaran algo diferente (2 Pedro 3:16). Negaban la promesa de la venida de Cristo (2 Pedro 3:3, 4), y así, negaban las mismas Escrituras proféticas.
Como el Espíritu dio la Palabra, solamente él puede enseñar la Palabra e interpretarla con exactitud (ve 1 Corintios 2:14, 15). Por supuesto, todo maestro falso aduce que está “guiado por el Espíritu”, pero su manejo de la Palabra de Dios pronto lo deja al descubierto. Como la Biblia no vino por voluntad de hombre, es imposible entenderla por voluntad de hombre. Incluso el religioso Nicodemo, maestro destacado entre los judíos, ignoraba las doctrinas más esenciales de la Palabra de Dios (Juan 3:10–12).
En 2 Pedro 1:20, Pedro no estaba prohibiendo el estudio privado de la Biblia. Algunos grupos religiosos han enseñado que solo los “líderes espirituales” pueden interpretar las Escrituras, y han usado este versículo para defender esa idea. Pero el apóstol no estaba escribiendo primordialmente en sobre la interpretación de las Escrituras, sino de su origen: vinieron por el Espíritu Santo y a través de hombres santos de Dios. Y como la Biblia vino por el Espíritu, él mismo Espíritu debe enseñarla.
La palabra traducida “privada” simplemente quiere decir personal o de cosecha propia. Significa que como todas las Escrituras son inspiradas por el Espíritu, deben “vincularse” y que ninguna debe divorciarse de las demás. Uno puede usar la Biblia para demostrar casi cualquier cosa si aísla versículos de su contexto, que es exactamente el método de los maestros falsos. Pedro afirmó que el testimonio de los apóstoles confirmaba el testimonio de la palabra profética: hay un solo mensaje y sin contradicción. Por consiguiente, estos falsos maestros solo pueden “demostrar” sus doctrinas heréticas usando erradamente la Palabra de Dios. Textos aislados de sus contextos se convierten en pretextos.
La Palabra de Dios fue escrita para personas comunes, no para profesores de teología. Los escritores daban por sentado que personas comunes la leerían, la entenderían y la aplicarían, dirigidos por el mismo Espíritu Santo que la inspiró. El creyente humilde puede aprender personalmente en cuanto a Dios al meditar en su Palabra; no necesita “expertos” que le muestren la verdad. Sin embargo, esto no niega el ministerio de los maestros en la iglesia (Efesios 4:11), gente especial con el don de explicar y aplicar las Escrituras. Tampoco niega la sabiduría colectiva de la iglesia mientras estas doctrinas se han definido y pulido con el correr de los siglos. Los maestros y los credos tienen su lugar, pero no deben usurpar la autoridad de la Palabra de Dios sobre la conciencia del creyente individual.
Hasta que el día amanezca, debemos estar seguros de que nuestro amor por la venida del Señor es como una estrella que brilla en nuestros corazones (2 Pedro 1:19). Solo si amamos su venida, estaremos a la expectativa de ella; y es la Palabra lo que mantiene ardiente esa expectativa.
Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive. Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. El mundo se vuelve más oscuro, pero la luz profética brilla cada vez más. Es improbable que los falsos maestros descarríen al creyente que edifica su vida sobre la Palabra de Dios y que espera la venida del Salvador. Le enseñará el Espíritu y estará cimentado en la segura Palabra de Dios.
El mensaje de Pedro es: “¡Despiértate, y recuerda!”. Una iglesia dormida es el patio de recreo del diablo. Fue mientras los hombres dormían que el enemigo fue y sembró la cizaña (Mateo 13:24 en adelante). Pedro durmió en el monte de la transfiguración ¡y casi se perdió toda la experiencia!
“¡Mantente alerta! —es el mensaje del apóstol. —¡Despiértate y recuerda!”.
 
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