viernes, 31 de julio de 2015

Tuvimos confianza en nuestro Dios para proclamaros el Evangelio de Dios en medio de mucha oposición.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
1 Tesalonicenses 2.1–16

1      Pues vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue en                 vano;
2      sino que habiendo sufrido y habiendo sido maltratados en Filipos, como sabéis,                     tuvimos confianza en nuestro Dios para proclamaros el Evangelio de Dios en medio de         mucha oposición.
3      Porque nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza, ni es con engaño,
4      sino que, según hemos sido aprobados por Dios para que se nos confiara el                        Evangelio, así hablamos; no como agradando a los hombres, sino a Dios, que examina        nuestros corazones.
5      Porque sabéis que nunca fuimos con palabra de adulación, ni encubrimos avaricia,               Dios es testigo;
6      ni buscamos gloria de hombres; ni de vosotros ni de otros,
7      pudiendo haber hecho sentir nuestro peso como apóstoles de Cristo, sino que fuimos           tiernos en medio de vosotros, como cuando la nodriza acaricia a sus propios hijos;
8      teniendo tanto afecto por vosotros, que queríamos impartiros no sólo el Evangelio de           Dios, sino también nuestras propias vidas, porque llegasteis a sernos muy amados.
9      Porque os acordáis, hermanos, de nuestra fatiga y arduo trabajo, que trabajando de             noche y de día, a fin de no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el               Evangelio de Dios.
10    Vosotros sois testigos, y Dios, de cuán santa, justa, e intachablemente nos                           comportamos con vosotros los que creéis;
11    así como sabéis de qué modo tratamos a cada uno de vosotros; como un padre a                 sus propios hijos
12    os exhortábamos y consolábamos, y os insistíamos que anduvierais como es digno             de Dios, que os llama a su propio reino y gloria.
13    Y por esto damos gracias sin cesar a Dios, de que habiendo recibido de nosotros la            palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino tal                como es en verdad, palabra de Dios, que obra también en vosotros que creéis.
14   Porque vosotros, hermanos, llegasteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en                 Cristo Jesús que están en Judea; pues también vosotros padecisteis las mismas cosas        a manos de vuestros propios compatriotas, como también ellos de los judíos;
15   los cuales no sólo dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, sino que a nosotros            nos expulsaron, y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres,
16   prohibiéndonos hablar a los gentiles para que sean salvos, de manera que siempre              colman la medida de sus pecados, hasta que les sobrevino la ira hasta el extremo

Exégesis de este pasaje Expositivo

El capítulo 1 de 1 Tesalonicenses nos presenta a Pablo el evangelista
Este capítulo nos presenta a Pablo el pastor, pues explica cómo el gran apóstol cuidó de los nuevos creyentes en las iglesias que fundó. 

Pablo consideraba que “la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:28) era más grande que todos los sufrimientos y dificultades que él había experimentado en su ministerio (2 Corintios 11:23–33).

Así como Dios usa a la gente para llevar el evangelio a los perdidos, usa a la gente para nutrir a los recién nacidos en Cristo para ayudarles a que maduren. La iglesia en Tesalónica comenzó a través de la predicación fiel del apóstol Pablo y de sus colaboradores, y fue nutrida a través del pastorado fiel provisto por Pablo y sus amigos.

Esto les ayudó a permanecer fuertes en medio de la persecución.
En estos versículos, Pablo les recordó la clase de ministerio que tuvo al enseñar y cuidar de la nueva iglesia. 

Cuadros que surgen acerca de su ministerio:

A. Un Administrador Fiel (1 Tesalonicenses 2:1–6)

A Pablo se le había confiado el evangelio (2:4). Este no era un mensaje que él había inventado o recibido de los hombres (Gálatas 1:11–12). 

Pablo se consideraba a sí mismo como un administrador del mensaje de Dios.

Un administrador no es el dueño, sino el encargado que tiene derecho de usar todo lo que pertenece a su amo. José fue un administrador en la casa de Potifar (Génesis 39:1–6). 

Manejaba los asuntos de su señor, utilizando los bienes de acuerdo con los intereses de su amo. Algún día todo administrador tendrá que dar cuentas de su administración (Lucas 16:1–2). Si es hallado infiel, sufrirá.

El mensaje del evangelio es un tesoro que Dios nos ha confiado. No debemos esconderlo, sino invertirlo para que se multiplique y produzca dividendos espirituales para la gloria de Dios. Algunos creyentes piensan que la única responsabilidad de la iglesia es proteger el evangelio de aquellos que desean cambiarlo (Gálatas 1:6–9). Pero, también debemos compartir el evangelio; de otra manera lo estamos protegiendo en vano.

La fidelidad es la cualidad más importante que posee un administrador (1 Corintios 4:1–2). Aunque no sea popular en la opinión de los hombres, no debe ser infiel ante los ojos de Dios. “No como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (2:4). 

El creyente que busca el favor de los hombres perderá la aprobación de Dios. Cuando vemos las características del ministerio de Pablo como administrador, entendemos lo que significa la fidelidad.

La manera en que llevó a cabo su ministerio (2:1–2). 

Pablo y Silas habían sido golpeados y humillados en Filipos; a pesar de todo, fueron a Tesalónica y predicaron. La mayoría de nosotros hubiéramos tomado unas vacaciones o hallado una excusa para dejar el ministerio. 

Pablo era valiente y no se daba por vencido. Tenía un santo denuedo que nacía de su dedicación a Dios. Así como los otros apóstoles antes de él, Pablo proclamó con denuedo las buenas nuevas (Hechos 4:13, 29, 31)

Pablo predicó “en medio de gran oposición”. Este es un término de atletismo que significa una competencia, una lucha. El mundo griego conocía bien las competencias atléticas, y Pablo usaba esta idea para ilustrar verdades espirituales (1 Corintios 9:24–27; Filipenses 3:13–14; 2 Timoteo 4:7). Usó la misma palabra en Filipenses 1:30 donde describió la vida cristiana como una competencia atlética que demanda dedicación y energía. No fue fácil empezar una iglesia en Filipos, ni tampoco lo fue en Tesalónica.

El mensaje de su ministerio (2:3a). “Porque nuestra exhortación no procedió de error”. Aquí Pablo les asegura que su mensaje es verdadero. Seis veces en esta carta menciona el evangelio. Este mensaje de la muerte y resurrección de Cristo (1 Corintios 15:1–6) es un mensaje verdadero y es el único evangelio verdadero (Gálatas 1:6–12). Pablo recibió este evangelio de Dios, y no de los hombres. Son las únicas buenas nuevas que salvan al pecador perdido.

La motivación de su ministerio (2:3b)
El no era culpable de impureza, porque su motivación era pura. Es posible predicar el mensaje correcto con un motivo erróneo (Filipenses 1:14–19). Desafortunadamente, algunas personas en los días de Pablo usaban la religión como medio para ganar dinero. Pablo no usó el evangelio como manto para encubrir la avaricia (2:5). Fue abierto y honrado en todos sus asuntos, e incluso trabajó en su oficio para ganarse la vida (ve 2 Tesalonicenses 3:8–10).

Pablo fue muy cuidadoso en asuntos de dinero. No quiso dar a nadie razón de acusarlo de ser un asalariado (1 Corintios 9:1–18). Como apóstol, tenía el privilegio de recibir ayuda económica, pero renunció a tal derecho para evitar acusaciones que podrían manchar su ministerio.

El método de su ministerio (2:3c). Pablo no usó engaño para convertir a la gente. La palabra traducida “engaño” lleva en sí la idea de poner la carnada en el anzuelo. En otras palabras, Pablo no hizo trampas para que la gente fuese salva. No usó las tácticas de un agente de ventas que atrapa al incauto para que compre sus productos. La presentación del evangelio guiada por el Espíritu Santo es muy diferente de una presentación de un vendedor astuto. 

La salvación no es el resultado de un argumento inteligente o una presentación sutil. Es el resultado de la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo (1:5).

A menudo se dice: “No importa cuál sea el método, con tal de que el mensaje sea correcto”. Pero hay métodos que son indignos del evangelio. Son baratos, mientras que el evangelio es un mensaje costoso, pues requirió la muerte del único Hijo de Dios. Son métodos mundanos, centrados en el hombre, mientras que el evangelio es un mensaje divino centrado en la gloria de Dios.

Los enemigos de Pablo en Tesalónica lo acusaron de ser un mercenario barato de este nuevo mensaje. Dijeron que su único motivo era el de ganar dinero. Pablo responde a tales acusaciones describiéndose como un administrador fiel; y sus lectores sabían que lo que decía era verdad. (Estudia el uso de la frase como sabéis en 1:5; 2:1, 5, 11; 3:3–4; 4:2; 5:2). Pablo apeló al testimonio de Dios (2:5) y al de ellos. El tenía “una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:16).

Pablo detestaba la adulación (2:5)
El rey David también odiaba este pecado sutil. “Habla mentira cada uno con su prójimo; hablan con labios lisonjeras, y con doblez de corazón” (Salmo 12:2).

Se dice que el adulador es una persona cuya característica es manipular en lugar de comunicar. Puede usar tanto la verdad como la mentira para alcanzar su propósito impío, el cual consiste en controlar las decisiones de otro para su propio beneficio.

Algunas personas incluso se adulan a sí mismas. “Se lisonjea, por tanto, en sus propios ojos” (Salmo 36:2). Este fue el pecado de Amán, aquel hombre malvado en el libro de Ester. Estaba tan interesado en adularse a sí mismo que aun planeó matar a todos los judíos con tal de lograr ese propósito.

Algunos tratan de adular a Dios. “Pero le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían” (Salmo 78:36). La adulación es otra forma de mentir. Hacemos esto cuando le decimos una cosa a Dios con los labios mientras que el corazón está lejos de él (Marcos 7:6).

Algunos creyentes tratan de ganar amigos e influenciar a la gente apelando a su ego. Sin embargo, una presentación fiel del evangelio trata honesta, pero amorosamente del asunto del pecado y juicio y deja al incrédulo sin nada en lo cual gloriarse. El método de Pablo era tan puro como sus motivos: presentó la Palabra de Dios en el poder del Espíritu Santo, y dejó el resultado a Dios.

B. Una Madre Amorosa (1 Tesalonicenses 2:7–8)

Pablo se comparó con un administrador para enfatizar la fidelidad; se comparó con una madre para enfatizar la ternura. Como apóstol, Pablo fue un hombre con autoridad y siempre usó dicha autoridad en amor. Los nuevos creyentes sintieron su cuidado tierno y amante cuando los alimentaba. El fue en verdad como una madre amorosa que cuida de sus hijos.

El cuidado de los hijos requiere tiempo y energía. Pablo no encargó a los nuevos creyentes en manos de niñeras; sino que él mismo, con sacrificios, los cuidó. No les mandó a leer un libro como substituto de su ministerio personal (aunque la buena lectura cristiana puede contribuir al crecimiento de los nuevos creyentes).

Pablo tuvo paciencia con los hermanos nuevos
Nuestros cuatro hijos ya son adultos, sin embargo, les aseguro que mi esposa y yo necesitábamos tenerles mucha paciencia antes de que llegaran a ser maduros. (¡A decir verdad, nuestros padres también necesitaron tener paciencia con nosotros!) Los niños no crecen instantáneamente. Todos experimentan los dolores del crecimiento y problemas al ir madurando. Por causa de su amor hacia ellos, Pablo les tuvo paciencia, porque “el amor es sufrido, es benigno” (1 Corintios 13:4).

Pablo también los alimentó
El versículo 7 puede leerse “como una madre que amamanta y cría con ternura a sus propios hijos”. ¿Cuál es la lección? Una madre que amamanta imparte su propia vida al hijo. Esto es exactamente lo que Pablo escribió en el versículo 8. Mientras una madre está amamantando a su hijo, no se lo puede encargar a otra persona. Ese bebé debe estar en sus brazos junto a su corazón.

La madre que está amamantando come y transforma los alimentos en leche para el bebé. El creyente maduro se alimenta de la Palabra de Dios y entonces comparte las enseñanzas nutritivas con los creyentes nuevos para que crezcan (1 Pedro 2:1–3). 

Un niño que mama puede enfermarse por causa de algo que la madre haya comido. El creyente que está alimentando a otros debe tener cuidado de no alimentarse de cosas dañinas.

Además de sacrificarse, ser paciente y alimentar a su hijo, una madre también protege a su hijo. 
Reconociendo esta virtud de la mujer, el rey Salomón pudo determinar quién era la verdadera madre de cierto niño (1 Reyes 3:16–28). Pablo no sólo estaba dispuesto a dar el evangelio, sino también su propia vida. Su amor por los tesalonicenses fue tan grande que estaba dispuesto a morir por ellos si fuera necesario.

Pero no es fácil ser como una madre que amamanta. Incluso Moisés sintió la preocupación de cuidar del pueblo de Dios. “¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra de la cual juraste a sus padres?” (Números 11:12). Pero si no alimentamos a los nuevos creyentes con la leche espiritual, nunca podrán participar del alimento sólido de la Palabra (Hebreos 5:10–14)

C. Un Padre Cuidadoso (1 Tesalonicenses 2:9–12)

Pablo se consideraba a sí mismo como el padre espiritual de los creyentes en Tesalónica, así como de los santos en Corinto. “Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4:15). El Espíritu de Dios usó la Palabra de Dios en el ministerio de Pablo, y mucha gente en Tesalónica nació en la familia de Dios.

Pero un padre no sólo engendra a los hijos, sino que también cuida de ellos. Pablo señaló tres de sus deberes como padre espiritual de los tesalonicenses:

Su trabajo (2:9). El padre trabaja para sostener a su familia. Aunque los creyentes en Filipos le enviaron ayuda financiera (Filipenses 4:15–16), Pablo aún así hizo tiendas y pagó sus propios gastos. Nadie lo pudo acusar de usar su ministerio con el fin de obtener ganancia personal. Más tarde, el apóstol hizo referencia a esto para avergonzar a los creyentes perezosos de la iglesia en Tesalónica (2 Tesalonicenses 3:6–15).

Pablo usó las palabras “trabajo y fatiga”, las cuales pueden entenderse también como trabajo agotador y dificultades. No era fácil hacer tiendas y ministrar la Palabra al mismo tiempo. Con razón Pablo no cesó de trabajar “de noche y de día” (Hechos 20:31). Luchó porque amaba a los creyentes y quería ayudarlos lo más posible. “Porque no busco lo vuestro sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos” (2 Corintios 12:14).

Su andar (2:10)
Los padres deben vivir de tal manera que sean ejemplo para sus hijos. Pablo podía usar a los creyentes de Tesalónica como testigos de que su vida había sido ejemplar en todo. Ninguno de los miembros de la congregación podía acusarlo de ser un mal ejemplo. Además, Dios había mirado la vida de Pablo, y el apóstol no titubeaba en declarar que Dios era testigo de que había vivido una vida dedicada, mientras cuidaba de la iglesia como un padre cuida de sus hijos.

Su vida fue santa. 
En el griego vivir santamente significa “cumplir cuidadosamente con los deberes que Dios le da”. Nuestra palabra piadoso tiene un significado similar. Esta misma palabra santo es aplicada al carácter de Dios en Apocalipsis 15:4 y 16:5.

Su vida también fue justa. 
Esto habla de integridad y rectitud de carácter y conducta. Esta no es la justicia de la ley, sino la justicia práctica que Dios obra en nuestras vidas cuando nos rendimos a él (Filipenses 3:4–10).

La vida de Pablo también fue irreprensible. 
Literalmente, esta palabra significa “algo en lo que no se puede hallar falta alguna”. Sus enemigos lo acusaron, pero nadie pudo comprobar dichas acusaciones. Los creyentes deben ser “irreprensibles y sencillos” en este mundo (Filipenses 2:15).

Sus palabras (2:11–12). Un padre no sólo debe sostener a su familia con su trabajo y darle un buen ejemplo, sino que también debe dedicar tiempo para conversar con los miembros de la familia. Pablo sabía la importancia de enseñar a estos nuevos creyentes las verdades que les ayudarían a crecer en el Señor.

Pablo trató a cada uno de los creyentes personalmente
Aunque estaba muy ocupado, aún se dio tiempo para aconsejar personalmente a los miembros de la congregación. Así como es bueno que los líderes de las iglesias hablen a toda la congregación, es necesario tratarlos individualmente. Nuestro Señor nunca estuvo demasiado ocupado para hablar a las personas individualmente, aunque predicaba a grandes multitudes. Tenga por seguro que este trabajo es difícil, pero tiene recompensas y glorifica a Dios.

Pablo animó a los creyentes nuevos
Esto es lo que el padre hace con sus hijos porque sabe que fácilmente se desaniman. Los nuevos creyentes necesitan a alguien que los anime en el Señor. La palabra “exhortar” en este pasaje significa: llamar al lado de uno—animar. Pablo no les regañó, sino que les animó a seguir adelante con el Señor.

Una vez recibí una carta de un radioyente quien me dio las gracias por el ánimo que había recibido a través de los mensajes. “Cuando vamos a la iglesia” escribió, “todo lo que el pastor hace es regañarnos y ya estamos cansados de esto. Es muy placentero oir palabras de ánimo”.

Pablo también los consolaba. 
Esta palabra encierra la misma idea que la palabra “ánimo”, sólo que hace hincapié en la actividad. Pablo no sólo los hizo sentirse mejor, sino que inculcó en ellos el deseo de ser mejores. Un padre no debe consentir a su hijo, sin embargo, cuando el niño fracasa en un intento, el padre debe animarlo a que vuelva a intentarlo hasta que lo haga correctamente. El ánimo cristiano nos estimula a hacer mejor lo que tenemos por delante.

Finalmente, Pablo les da un encargo. 
El vocablo encargar significa que Pablo “les testificó” usando su propia experiencia con el Señor. Esto encierra la idea de dar testimonio personal. A veces pasamos por dificultades para que compartamos con los nuevos creyentes lo que el Señor ha hecho. Dios “nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:4).

Los que somos padres sabemos que a nuestros hijos (especialmente los adolescentes) no les gusta oirnos decir: “Cuando yo tenía tu edad…” Pero esto es una parte importante en la enseñanza de una familia. Es una cosa maravillosa cuando un padre espiritual puede animar y ayudar a sus hijos, relatándoles su experiencia en el Señor. “Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré” (Salmo 34:11).

¿Cuál era el propósito de este ministerio paternal con los creyentes? Era que sus hijos pudieran andar “como es digno de Dios” (2:12). Así como el padre quiere estar orgulloso de sus hijos, el Señor quiere recibir la gloria a través de las vidas de sus hijos. “Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad” (2 Juan 4). Pablo les servía en forma tan personal porque les estaba enseñando a andar.

Todo hijo debe aprender a caminar, y para esto debe tener buenos ejemplos
Pablo los amonestó a que anduvieran “como es digno del Señor” (ve Colosenses 1:10 y Filipenses 1:27). Debemos andar como es digno del llamamiento que tenemos en Cristo Jesús (Efesios 4:1). Dios nos ha llamado; somos salvos por la gracia; y somos parte de su reino y gloria. Esta seguridad ha de gobernar nuestras vidas y darnos el deseo de agradar al Señor.

El verbo “llamó” en el versículo 12 está en tiempo presente en el griego y el versículo debe leerse: “quien continuamente está llamándoles”. Dios nos llamó a salvación (2 Tesalonicenses 2:13–14), y continuamente nos está llamando a una vida de santidad y obediencia. “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15–16).

Este pasaje nos da un ejemplo hermoso del discipulado del Nuevo Testamento. 
Pablo nos ha mostrado cómo edificar a los nuevos creyentes. Debemos ser administradores fieles, madres amorosas, y padres cuidadosos. Si no somos fieles a Dios, podremos ser hallados como madres que aman ciegamente y padres que consienten a sus hijos. Los hijos necesitan tanto disciplina como amor. De hecho, la disciplina es una evidencia del amor.

Con razón la iglesia en Tesalónica prosperó a pesar de la persecución, y compartió el evangelio con la gente en su alrededor. Su nacimiento fue basado en la Palabra de Dios (capítulo 1), y crecieron alimentándose en ella (capítulo 2). Este es un ejemplo digno de seguirse en la fundación de nuevas iglesias hoy día.

Es un tanto difícil para un ministro del evangelio saber cuándo debe defenderse. 
Casi siempre hay críticas injustas, pero cuando éstas ponen en peligro su mensaje y ministerio, es menester presentar una defensa. Este es el caso en el segundo capítulo de 1 Tesalonicenses. No sabemos exactamente qué habían dicho los enemigos del apóstol, pero por lo que él dice en su defensa podemos deducir varias acusaciones.

En términos generales, acusaban a Pablo de querer enriquecerse por medio del engaño y engrandecerse en los ojos de gente ingenua. Parece que sus adversarios eran judíos, cuyo verdadero propósito era impedir la predicación del evangelio a los gentiles (2:14–16).
El pasaje se divide en tres puntos principales:

No por riquezas ni por fama 2:1–6
Un cuidado basado en amor 2:7–9
Un modelo de conducta 2:10–12

NO POR RIQUEZAS NI POR FAMA 2:1–6

Su visita no resultó vana 2:1
El “porque” del primer versículo hace referencia a algún antecedente. Probablemente se refiere a 1:5, donde Pablo pone a los hermanos tesalonicenses como testigos de la conducta que había observado mientras estuvo en medio de ellos. Dice literalmente: “como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros”. En el 2.1 repite la frase” …vosotros mismos sabéis, hermanos…” ¡Qué bendición cuando un siervo de Dios se ha comportado de tal forma en una iglesia que los mismos hermanos son su mejor defensa!
El vocablo en griego que se traduce aquí como visita, podría ser entrada, y así la tienen algunas versiones. La palabra vana también podría ser vacía. 

En Marcos 12:3, hablando de un siervo del hombre que plantó una viña, se dice: “Mas ellos, tomándole, le golpearon, y le enviaron con las manos vacías”. Si aceptamos estas variaciones, podríamos parafrasear el texto como sigue: “Cuando llegamos a vosotros, nuestras manos no estaban vacías”. En otras palabras, habían llegado a ellos con las manos llenas, para impartir la verdad del evangelio y para entregar su propia vida en servicio a ellos. No habían venido vacíos, con el fin de enriquecerse a costa de ellos.

Si aceptamos lo que dice la versión Reina-Valera 1960, llegamos a la conclusión de que la visita o la estancia de los misioneros en Tesalónica no fue infructuosa. En el capítulo 1 abunda la evidencia de que tuvieron un ministerio muy fructífero. Muchos se convirtieron y dieron muchas muestras de su fe verdadera, incluyendo la propagación del mensaje por todo aquel mundo.

LOS TESALONICENSES ERAN TESTIGOS
DEL MINISTERIO FRUCTÍFERO DE PABLO.

Pablo mostró denuedo en Tesalónica 2:2
Pablo recordó a los tesalonicenses como él y sus colegas habían sufrido por el evangelio en Filipos (2:2a). Los detalles se encuentran en Hechos 16:11–40. En vez de desmayar por semejante maltrato, siguieron fieles a la visión macedonia y llegaron a Tesalónica, donde predicaron con denuedo el evangelio de Dios en medio de gran oposición (2:2b). La frase “como sabéis” indica que los hermanos tesalonicenses eran testigos del denuedo de Pablo y sus compañeros. Si los misioneros hubiesen ido motivados por el amor al dinero o por el deseo de engrandecerse, habrían abandonado la obra para volver a un trabajo que no exigiera semejante sacrificio.

PABLO SABÍA QUE SU DENUEDO PROVENÍA DEL
ESPÍRITU Y NO DE SU PROPIA CARNE.

¡PENSEMOS!

 ¿A quiénes puso Pablo como testigos de la efectividad de su ministerio? Explique la frase: “nuestra visita a vosotros no resultó vana”. ¿Qué había pasado a Pablo y Silas en Filipos? ¿Cuál fue su reacción?

Pablo no predicó por engaño 2:3
El mensaje de Pablo no provenía del error (2:3a). Él predicaba el evangelio, o sea, las buenas de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. El suyo, era un mensaje basado en muchas pruebas de su veracidad y había sido corroborado por todos los apóstoles, incluyendo a Pablo, quien vio a Cristo en el camino a Damasco (Hechos 9). No es sorprendente que los judíos dijeran que la fuente de su mensaje era el error. Ellos no creían en la resurrección de Cristo, e inventaron una fábula para decir que no resucitó de los muertos (Mateo 28:11–15).

Su exhortación tampoco procedió de la impureza (2:3b). La fornicación era una práctica común en los cultos paganos de aquel entonces, y parece que sus opositores habían acusado a Pablo de practicarla en sus cultos. Por ello, se vio obligado a defenderse de esa acusación también y aclarar que tales prácticas no formaban parte del culto evangélico.
Pablo no usó de ningún engaño para atraer a la gente ni para persuadirla a aceptar a Cristo. Él dependía del poder de Dios para llevar a cabo su obra. El uso de trucos no era correcto, ni eran necesarios para el éxito en un ministerio honrado. 

¡Qué lección para nosotros, los que predicamos el evangelio! Pablo dijo en Romanos 1:16: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” No debemos depender de trucos, elocuencia ni persuasión humana para hacer la obra. La palabra misma, predicada con sencillez en el poder del Espíritu Santo hace su obra.

Pablo fue aprobado por Dios para predicar el evangelio 2:4
La frase “fuimos aprobados por Dios” lleva la idea de ser sometidos a prueba, ser examinados y ser hallados fieles (2:4a). El verbo está en tiempo perfecto, de modo que podría traducirse de la manera siguiente: “Hemos sido aprobados por Dios”. En otras palabras, el proceso de ser examinados seguía en pie hasta el momento en que Pablo escribió estas líneas. 

Desde su conversión a Cristo, había sido sometido a prueba. Esto incluye el tiempo que pasó en Arabia, su visita a Jerusalén, sus años en Tarso, su ministerio en Antioquía, su primer viaje misionero, el recorrido por los lugares visitados en ese viaje, y la experiencia en Filipos. En cada caso, Dios estaba sometiendo a su siervo a prueba, y siempre lo había hallado digno o genuino.

Como resultado de salir aprobado de cada uno de estos exámenes, Dios le había confiado el privilegio de predicar el evangelio continuamente, incluyendo el ministerio en Tesalónica. Pablo estaba siempre consciente de haber sido puesto en el ministerio por Dios. En 1 Timoteo 1:11–12 dijo: “según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado. Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio”.

Habiendo sido puesto en el ministerio por Dios, Pablo sentía la responsabilidad de agradar al Señor, y no a los hombres (1:4b). La tentación de agradar a los hombres está siempre presente para el que predica la palabra divina. Si uno no se cuida, comienza a eliminar ciertas cosas de su prédica para no ofender a sus oyentes. El siervo de Dios no debe predicar para ofender, pero no debe cambiar su mensaje sólo porque determinado personaje llega repentinamente al culto.

NO TEMAMOS A LOS HOMBRES, RENDIREMOS
CUENTA A DIOS POR EL MINISTERIO.

¡PENSEMOS!

 ¿De qué acusaron a Pablo en 2:3? ¿Cuáles son algunos trucos usados por algunos predicadores en la actualidad? ¿Quién confió a Pablo el evangelio de Cristo? Mencione algunas pruebas a que el apóstol fue sometido antes de ser aprobado por Dios para el ministerio. ¿Cuáles son algunos peligros de procurar agradar a los hombres en la predicación de la palabra? ¿A quién ha de dar cuenta el ministro de Dios por su ministerio?

Pablo no predicó por avaricia 2:5
Pablo decía que no usaba “de palabras lisonjeras” (2:5a), porque éstas sólo pueden tener un propósito. Uno de ellos es para congraciarse con otros. En este contexto la razón es evidente, porque en aquel entonces abundaban charlatanes que comerciaban con su capacidad de pronunciar discursos acerca de diferentes temas. 

Probablemente algunos habían acusado a Pablo de predicar para sacar provecho material de sus oyentes. Una vez más, él puso a los tesalonicenses como testigos de la falsedad de tal cargo (2:5b). Desmintió la acusación categóricamente con las palabras: “ni encubrimos avaricia” (2:5c) y puso a Dios como testigo (2:5d). Pocas personas pueden hacer eso, pero Pablo conocía su corazón, y sabía que era inocente.

Hay muchas cosas que tientan al ministro del evangelio. Una de ellas es el amor o mal uso del dinero. Es menester cuidarse mucho para ser guiado por el Espíritu Santo y no por ofertas monetarias. ¡Dichoso el joven ministro que conoce a un siervo de Dios de experiencia que le puede servir de mentor en tales cosas!

Pablo no predicó por alcanzar gloria personal 2:6
Existía la insinuación de que Pablo predicaba para obtener la gloria de los hombres (2:6a). Abundaban quienes sí lo hacían, pero no este siervo de Dios. ¿Qué gloria había en una cárcel de Filipos? ¿Qué gloria traía la experiencia de haber sido perseguido en Tesalónica y Berea? 

Él no buscaba la gloria ni de adversarios ni de amigos (2:6b). Su única meta era que Dios recibiera la gloria por la salvación de las almas y la edificación de cuantos creyeran. El apóstol aun se privaba de sus privilegios o derechos legítimos. 

Él podía ser una carga por ser apóstol de Cristo. En otras palabras, tenía derecho a vivir del evangelio o esperar que los tesalonicenses lo sostuvieran mientras predicaba en medio de ellos. Pero los misioneros decidieron no hacerlo, y al contrario, servían a los hermanos de Tesalónica con gran amor, como hacen constar los versículos 7–9.


UN CUIDADO BASADO EN EL AMOR 2:7–9

Pablo mostró ternura para los tesalonicenses 2:7
En vez de usar su autoridad apostólica para exigir la atención de los tesalonicenses, Pablo los trató con mucha ternura (2:7). El cuadro que presenta es el de una madre que abriga tiernamente a su bebé en el regazo mientras lo acaricia. No es común pensar de Pablo como un hombre de gran sensibilidad o ternura, pero así se presenta en este contexto. Es loable cuando un pastor puede derramar lágrimas por las almas perdidas y con los hermanos cuando pasan por diversas pruebas. Tendemos a creer que al hombre tierno de corazón le falta carácter varonil. Al contrario, las lágrimas genuinas vinculan al pastor con su pueblo.

Pablo estaba dispuesto a sacrificarse por los tesalonicenses 2:8

El amor que Pablo y sus compañeros sentían por los tesalonicenses era muy grande (2:8a). Los hermanos habían llegado a serles muy queridos (2:8d). Ese amor se manifestaba de dos maneras:
    1.      Los motivó a entregarles el evangelio, (2:8c) y
    2.      Los motivó incluso a estar dispuestos a entregarles su propia vida (2:8b).

Un amor así se compara con el amor de Cristo, y desmiente toda acusación falsa acerca de los motivos de los misioneros.

PABLO NO FUE MOTIVADO NI POR AVARICIA
NI POR GLORIA DE LOS HOMBRES, SINO POR
AMOR (2:5–8).

Los misioneros se sostenían a sí mismos 2:9
En el versículo 6, Pablo ya había dicho que él y sus colegas evitaban ser una carga para los tesalonicenses

Aquí da más detalles acerca de esa afirmación. Habían trabajado con sus propias manos para no ser gravosos a ninguno de ellos (2:9c). Hechos 18:1–3 habla de la relación que existía entre Pablo, Aquila y Priscila. Todos practicaban el mismo oficio, y Pablo se quedó con ellos; “…el oficio de ellos era hacer tiendas” (Hechos 18:3c).

Los tesalonicenses eran testigos del trabajo que Pablo y sus compañeros desplegaban de noche y de día para no ser gravosos (2:9a y b). Trabajaban con sus manos para sostenerse y poder predicar el evangelio de Dios (2:9d). No tenían la meta de enriquecerse, sino de proclamar el mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo. Tal trabajo era otra evidencia de su gran amor para los tesalonicenses.

Había quienes cooperaban económicamente con Pablo en su ministerio (Filipenses 4:15–16), pero parece que él tenía la costumbre de no ser carga para nadie durante la predicación inicial en cada lugar (2 Corintios 11:8–9).

Pablo enseñaba que el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17–18) y los miembros de la iglesia hacen bien en cumplir con este principio bíblico. Asimismo, es muy loable ver a un hombre de Dios trabajar con sus propias manos para obtener su sostén cuando la carencia de recursos económicos no permite a los hermanos sostenerlo completamente.

UN MODELO DE CONDUCTA 2:10–12

La conducta de Pablo fue ejemplar 2:10
El apóstol usa tres adverbios para describir su comportamiento entre los tesalonicenses. Dijo que él y sus colegas se comportaron: santa, justa e irreprensiblemente con los creyentes (2:10). Una vez más pone a los tesalonicenses como testigos con la frase: “Vosotros sois testigos” (2:10a). Santamente se refiere a la conducta pura, separada del mal y apartada para Dios, cosa que debe caracterizar a todos los creyentes.

Justamente tiene que ver con la justicia práctica. No hace referencia a la justicia perfecta de Cristo, que es nuestra por haberlo aceptado como nuestro Salvador. Procedemos justamente cuando damos a Dios y a los seres humanos lo que les pertenece. Irreprensiblemente quiere decir en forma irreprochable.

Así era la conducta de Pablo, Silas y Timoteo. Pablo enseñaba que “es necesario que el obispo sea irreprensible” (1 Timoteo 3:2) y practicaba lo que predicaba.

Pablo fue como un padre para los creyentes 2:11–12
Anteriormente habló de mostrar ternura hacia los hermanos tesalonicenses (2:7). Tal cuidado generalmente es característico de una madre. En estos dos versículos describe su papel como padre espiritual que se preocupaba por el desarrollo completo de sus hijos, así como su autoridad. Para llevarlos hacia la madurez espiritual, les exhortaba, les consolaba y les encargaba que anduvieran como es digno de Dios.

Una de las definiciones de exhortar es “amonestar con urgencia”. Ese papel le pertenece al padre. Consolar tiene un significado más obvio. Los tesalonicenses estaban pasando por muchas pruebas, y necesitaban del ministerio de consolación. “Encargar” tiene la idea de pedir a alguien que asuma una seria responsabilidad. El encargo tenía que ver con andar como es digno de Dios.

Pablo agregó que Dios les había llamado “a su reino y gloria”. El reino de Dios tiene cuando menos dos significados. Hay un aspecto actual, que es espiritual (Colosenses 1:12–13). Tiene también un aspecto futuro que se llevará a cabo cuando Cristo vuelva a esta tierra para reinar. Los cristianos somos partícipes de ambos. Cristo debe reinar ahora mismo en nuestros corazones, y reinaremos con él sobre la tierra cuando regrese (Apocalipsis 2:10 y 5:6). Debemos hacer todo para la gloria de Dios.

¡PENSEMOS!

 Pablo negó dos acusaciones en el versículo 5, ¿cuáles son? ¿Qué quiere decir la frase, “aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”? ¿Qué figura usó Pablo para describir su ternura para con los tesalonicenses? ¿Qué hicieron Pablo y sus colegas para no ser gravosos a los creyentes? Describa cuál era la conducta de los misioneros. ¿Qué diferencia hay entre el cuidado “maternal” y el paternal de Pablo?


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jueves, 30 de julio de 2015

Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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Información 


Preparación de sermones Expositivos
Mateo 3: 1-12

1      En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
2      diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
3      Pues éste es el anunciado por el profeta Isaías, cuando dice:
        Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
        Haced llanas sus sendas.
4      Y este Juan tenía su vestido de pelos de camello y un cinto de cuero alrededor de su           cintura, y su comida era langostas y miel silvestre.
5      Y acudían a él Jerusalem y toda la Judea, y toda la región en torno al Jordán,
6      y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7      Pero al ver que muchos fariseos y saduceos venían a su bautismo, les dijo:                           ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la inminente ira venidera?
8      Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento,
9      y no digáis entre vosotros: A Abraham tenemos por padre, porque os digo que Dios             puede levantar hijos a Abraham de estas piedras.
10    Y ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, de modo que todo árbol que no da           buen fruto es cortado y echado al fuego.
11    Yo ciertamente os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene después           de mí es más poderoso que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar. Él os bautizará         con Espíritu Santo y fuego.
12    Tiene su aventador en la mano y limpiará bien su era. Recogerá su trigo en el                       granero y quemará la paja con fuego inextinguible.

En aquellos días se presentó Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea. La expresión “en aquellos días” es muy indefinida, y probablemente signifique solamente “en los días de la peregrinación terrenal de Cristo”. Para una nota cronológica más precisa, véase Lc. 3:1, 2. 

Si Juan, como Jesús (Lc. 3:23), tenía unos treinta años cuando hizo su primera aparición pública, y puesto que el Bautista era unos seis meses mayor que Jesús (Lc. 1:26, 36), y dado que Jesús probablemente haya iniciado su ministerio a fines del año 26 d.C. o a principios del 27, fue probablemente durante el verano del mismo año (junio–septiembre del 26) que Juan comenzó a predicar a las multitudes.

Todo tocante a Juan el Bautista era sorprendente: su repentina aparición, el modo de vestir, la alimentación, la predicación y el bautismo. El evangelista Lucas primero relata con gran detalle (1:5–25, 41, 57–79) la forma milagrosa en que nació Juan al sacerdote Zacarías y su esposa Elizabet, que también era de la línea sacerdotal. Luego, en una breve nota, Lucas cubre todo el período entre el nacimiento de Juan y el principio de su ministerio: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1:80). En aquel día, de repente allí estaba, completamente maduro, enfrentando una gran multitud, y recordando, con su asombrosa aparición, a Elías (1 R. 17:1).

Estaba predicando en el “el desierto de Judea”, expresión que indica las ondulantes tierras estériles que están entre la región montañosa de Judea por el oeste y el Mar Muerto y el bajo Jordán por el oriente, y que se extiende hacia el norte hasta cerca del punto en que el Jaboc desemboca en el Jordán. 

Es ciertamente una desolación, un vasto espacio ondulante de suelo gredoso cubierto de rocas, piedras partidas y guijarros. Por aquí y por allá se ve un matorral debajo de los cuales se arrastran víboras (véase v. 7). Sin embargo, es claro de Mt. 3:5 (cf. Jn. 1:28), que el campo de actividad de Juan se extendía hasta la ribera oriental del Jordán. Incluía toda la región alrededor, es decir, ambas riberas de esta parte del Jordán.

Predicaba diciendo: Convertíos … Su mensaje no era prolijo pero sí conciso, no era complaciente sino escrutador de la conciencia, no era lisonjero sino aterrador, por lo menos en un grado considerable. Predicaba la condenación inminente (véanse vv. 7 y 10), una catástrofe que sólo podía ser evitada por una conversión radical del corazón y la mente. 

La sustancia de su mensaje se da en el v. 2. La traducción en algunas versiones castellanas, “arrepentíos”—VM y RVR (cambiar de actitud, en la Versión Popular)—probablemente no sea la mejor. Ha sido denominada como: 

a. “infeliz” (W. D. Chamberlain), 
b. una traducción que “no hace justicia al original, puesto que da una prominencia indebida     al elemento emocional” (L. Berkhof), 
c. “una traducción terriblemente errada” (A. T. Robertson), y aun, d. “la peor traducción en       el Nuevo Testamento” (J. A. Broadus). 

Estoy de acuerdo con a. y con b., pero encuentro que c. y d. son demasiado duros para calificarla. ¡No es tan mala! La idea de arrepentimiento está definitivamente incluida en la concisa amonestación del Bautista. Enfatiza el genuino pesar por el pecado y una resolución sincera de romper con el mal del pasado (véase especialmente 3:6 y Lc. 3:13–14). Pero el arrepentimiento, aunque es básico, es sólo un lado de la moneda. Podría llamarse el aspecto negativo. El lado positivo es dar fruto (Mt. 3:8, 10). La palabra usada en el original al mismo tiempo mira hacia atrás y hacia adelante. Por lo tanto, la traducción “convertíos” probablemente sea mejor que “arrepentíos”. 

Además, la conversión afecta no sólo las emociones, sino también la mente y la voluntad. En el original la palabra usada por el Bautista indica un cambio radical de mente y corazón que conduce a un cambio completo de vida. Cf. 2 Co. 7:8–10; 2 Ti. 2:25. Esta insistencia en la conversión, ¿no hace que uno recuerde a Elías? (1 R. 18:18, 21, 37; Mal. 4:5, 6; Mt. 11:14; 17:12, 13; Mr. 9:11–13; Lc. 1:17).

Hay que destacar que aunque Juan atribuía una importancia considerable al bautismo, ya que bautizó a muchos y en consecuencia fue llamado “el Bautista”, no consideraba que este rito tuviera algún significado salvador sin el cambio de vida fundamental indicado por la conversión. Es en esto en lo que ponía mayor énfasis (véanse especialmente vv. 7, 8).

A la palabra “convertíos” Juan añade, porque el reino de los cielos está muy cerca. Este concepto del “reino de los cielos” será considerado detalladamente en relación con 4:23. 

Por el momento baste afirmar que Juan quería decir que estaba por empezar la dispensación en la que, a través del cumplimiento de las profecías mesiánicas, el reino de los cielos (o el reinado de Dios) en los corazones y vidas de los hombres comenzaría a manifestarse en una forma mucho más poderosa que nunca antes; en un sentido, ya había llegado. Había grandes bendiciones a disposición de todos los que, por gracia soberana, confesasen sus pecados abandonándolos para empezar a vivir para la gloria de Dios. 

Por otra parte, la condenación estaba por caer sobre los impenitentes. Como el soberano Señor, Dios estaba a punto de manifestarse más enfáticamente, tanto para salvación como para condenación. El Bautista enfatizaba lo segundo (vv. 7, 8, 10–12), aunque ciertamente no omitió lo primero (v. 12). Con el fin de huir del castigo y obtener la bendición, los hombres debían pasar por el cambio radical ya descrito.
Mateo continúa: 3. Este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo:

         Voz de uno que clama en el desierto:
         Preparad el camino del Señor,
         Enderezad sus sendas.

Is. 40:3–5 describe simbólicamente la venida de Jehová con el propósito de conducir la procesión de judíos que regresarán con gozo a su tierra después de largos años de cautividad. En el desierto sirio, entre Babilonia y Palestina, había que preparar el camino para la venida del Señor. Por esto, el heraldo clama ante el pueblo:
En el desierto preparad el camino del Señor,
Enderezad en el desierto un camino para nuestro Dios.

Esta figura del heraldo, Mateo la aplica a Juan, como heraldo de Cristo. Al decir: “Yo soy la voz …”, el Bautista muestra que está de acuerdo con esta interpretación (Jn. 1:23). También lo está Jesús (Mt. 11:10). Esto muestra que la liberación otorgada a los judíos cuando, en la última parte del sexto siglo a.C. y después, regresaron a su país, era sólo un tipo de la liberación mucho más gloriosa que estaba preparada para todos los que recibieran a Cristo como su Salvador y Señor. En otras palabras, la profecía de Isaías acerca de la voz que clama no tuvo un cumplimiento total hasta que el precursor del Mesías y también el Señor mismo hicieron su aparición en el escenario.

El carácter apropiado de la aplicación de Is. 40:3 a Juan el Bautista es evidente por lo siguiente: a. Juan estaba predicando en el desierto (v. 1); y b. la tarea que se le había asignado desde los días de su infancia (Lc. 1:76, 77), sí, aun antes (Lc. 1:17; Mal. 3:1), era exactamente ésta, a saber, ser el heraldo o preparador del camino del Mesías. Iba a ser la “voz” del Señor al pueblo, todo eso, pero no más que eso (cf. Jn. 3:22–30). Como tal no solamente debía anunciar la venida y presencia de Cristo, sino también exhortar al pueblo a preparar el camino del Señor, esto es, por la gracia y el poder de Dios efectuar un cambio completo de mente y corazón (véase v. 2). 

Esto significa que ellos deben enderezar sus sendas, significando con ello que deben proporcionar al Señor un libre acceso a sus corazones y vidas. Deben enderezar lo que estaba torcido, o que no estaba en conformidad con la santa voluntad de Dios. Deben quitar todos los obstáculos que habían arrojado a su paso; obstrucciones tales como la justicia propia, la presumida satisfacción (“Tenemos a Abraham por padre”, v. 9), la avaricia, la crueldad, la extorsión, etc. (Lc. 3:13, 14).

Es evidente que en Isaías y en la predicación de Juan tal como la relata Mateo, “el desierto” a través del cual hay que preparar camino para el Señor es, en último análisis, el corazón del pueblo que estaba inclinado a todo mal. Aunque el sentido literal no está ausente, queda incluido en lo figurativo. La idea básica es ciertamente el desierto literal. “Pero la vista misma del desierto literal debe haber tenido un efecto poderoso sobre el corazón estúpido y endurecido de los hombres, llevándoles a percibir que estaban en un estado de muerte, y a aceptar la promesa de salvación que se les había extendido” (Juan Calvino sobre Mt. 3:3).

El modo de vida de Juan el Bautista se describe de la siguiente manera: 4. Y Juan tenía un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero a la cintura; y su comida era langostas y miel silvestre. El largo vestido de Juan, tejido de pelo de camello, nos recuerda algo el manto de Elías, aunque hay una diferencia en la descripción (cf. Mt. 3:4 con 2 R. 1:8). 

La tosca vestidura podría haber sido considerada como simbólica del oficio profético. Zac. 13:4 (cf. 1 S. 28:14) parece señalar en ese sentido. En todo caso, un vestido así de rústico era adecuado para el desierto. Era durable y económico. Jesús hace mención especial del hecho de que Juan no usaba ropa fina (Mt. 11:8). No fue criado como lo fuera un pequeño señorito, y jamás llegó a ser un modelo de elegancia. 

La ruda vestimenta del Bautista armonizaba con su mensaje. ¡Imagínese a un “hombre de vestidos delicados” (Mt. 11:8) como un Bussprediger, predicador del arrepentimiento! La vestimenta ruda armonizaba con el papel de este severo predicador. El cinto de cuero en su cintura no sólo evitaba que se le volara la túnica suelta y que se le rasgara, sino que también le facilitaba el caminar. En esta conexión véase también C.N.T. sobre Ef. 6:14.

El alimento de Juan era tan sencillo como su vestidura. Se mantenía con langostas y miel silvestre, evidentemente el tipo de comida que se podía encontrar en el desierto. La miel del tipo que se encuentra en estado silvestre no es problema. No era un simple endulzante (el azúcar, como la conocemos ahora, era algo más bien raro) sino un alimento. En el desierto se podía encontrar bajo las rocas o en grietas debajo de las rocas (Dt. 32:13). Es bastante conocido el papel que tuvo la miel en las historias de Sansón (Jue. 14:8, 9, 18) y de Jonatán (1 S. 14:25, 26, 29), de manera que no requiere mayor explicación.

Pero, ¡langostas! Es muy posible que uno se estremezca ante la sola idea de comerlas, quitándoles patas y alas, y tostándoles el cuerpo o asándolo para comerlo con un poco de sal. Sin embargo, es claro de Lv. 11:22 que el Señor permitía—y por implicación, alentaba—a los israelitas a comer cuatro tipos de insectos que nosotros popularmente llamamos “langostas”. Aun en la actualidad ciertas tribus árabes los disfrutan. Y, ¿por qué no? El dicho latino “De gustibus non disputandum est” (los gustos no deben ser motivo de disputas, o el dicho como se conoce más en español: En cuestión de gustos nada se ha escrito) aún tiene vigencia. Los que se deleitan comiendo camarones, mejillones, ostras y patas de ranas no debieran sentir prejuicios contra los que comen langostas.

Sin embargo, no es necesario concluir que el v. 4 nos da un resumen completo de la dieta del Bautista. El punto principal es que por medio de su sencillo modo de vida, evidente con respecto al vestido y la comida, Juan hacía una protesta viva contra el egoísmo, el desenfreno, la frivolidad, la negligencia, y la falsa seguridad con que mucha gente se estaba precipitando hacia su propia condenación, y lo hacían con el juicio tan cerca de ellos, a la mano (véanse vv. 7, 10, 12; cf. Mt. 24:37–39; y Lc. 17:27–29).

La poderosa y valiente predicación de Juan era efectiva: 5. Entonces salía a él Jerusalén, y toda Judea y toda la región de alrededor del Jordán. En cantidades muy grandes, salían a ver y a oír a Juan la población de Jerusalén, los residentes de Judea en general, y los que vivían a ambos lados del Jordán (véase sobre el v. 1). Todos lo consideraban profeta (Mt. 21:26). Continúa: 

Al confesar sus pecados ellos eran bautizados por él en el río Jordán. ¡Sin confesión de pecados no había bautismo! Para los que en verdad se arrrepentían de su estado de maldad y de su mala conducta, el bautismo (nunca un carisma que opera independientemente) era un signo y sello visible de la gracia invisible (cf. Ro. 4:11), la gracia del perdón y de la adopción en la familia de Dios.

Contrario a la opinión de algunos, que creen que no había conexión entre el bautismo de prosélitos—esto es, el bautismo de gentiles que se convertían al judaísmo—y el bautismo de Juan, la teoría opuesta parecería tener de su parte el peso de la evidencia. La fecha en que vivió el Rabino Hillel puede fijarse con toda confianza en la segunda mitad del primer siglo a.C. y el primer cuarto del siglo d.C. El Rabino Shammal era contemporáneo suyo. Sus respectivos seguidores daban respuestas contradictorias a la pregunta: “¿Es posible que un no judío que se hace prosélito la tarde anterior a la Pascua participe de la cena pascual?” La escuela de Shammal respondía que ese convertido “debía tomarse un baño” y entonces podía participar. 

La escuela de Hillel negaba esto. ¿No es razonable creer que estas dos respuestas contradictorias señalan hacia los dos maestros en oposición? Por lo tanto, parece que el bautismo de prosélitos precedía al bautismo proclamado y administrado por Juan el Bautista. Además, hay otra razón por la que es difícil creer que el bautismo de Juan y el bautismo cristiano, que lo siguió de inmediato, que en cada caso simbolizaban un cambio radical y de una vez para siempre en el estilo de vida, hayan precedido históricamente al bautismo de prosélitos. ¿Es concebible que éste, como ritual judaico, pudiera haberse copiado por los judíos de algo similar que se practicaba entre los cristianos, sus más aborrecidos enemigos? Conclusión: “El bautismo de prosélitos tiene que haber precedido al bautismo cristiano”.

Como ya se ha indicado en forma implícita, el bautismo de prosélitos no era un rito ceremonial que se repetía constantemente, sino un acto legal que se celebraba una sola vez y por el cual la persona era recibida en la comunión religiosa del judaísmo. En consecuencia, cuando en forma similar Juan el Bautista exhortó a los judíos que se convirtieran y se bautizaran, ellos deben haber estado conscientes del hecho de que tal bautismo, si se recibía en la forma correcta, simbolizaría una renuncia definitiva y pública a su modo anterior de vida. 

Lo que era nuevo y sorprendente para los que oían al Bautista no era el rito del bautismo como tal, como símbolo del cambio radical, sino más bien el hecho de que tal transformación fundamental y su signo y sello se requerían no sólo de los gentiles que adoptaban la religión judía, como en el caso del bautismo de prosélitos, sino ¡aun de los hijos de Abraham! ¡También ellos eran inmundos! ¡Ellos también debían reconocer esto francamente! ¡También ellos tenían que experimentar un cambio básico de mente y corazón!

Sin embargo, muchos confesaron sus pecados y fueron bautizados en el río Jordán. Por supuesto, no podemos juzgar qué porcentaje de ellos aceptaron el bautismo con buena conciencia, ni qué proporción se bautizó sin sentir un genuino pesar de corazón. El v. 7 nos muestra que había un peligro definitivo de hipocresía. Pero cuando vio a muchos de los fariseos y saduceos que acudían a bautizarse, les dijo: “¡Camada de víboras!”


Fariseos y saduceos
Su origen

Es oscuro el modo exacto y la fecha exacta en que surgieron estos partidos. Sin embargo, hay razones para creer que los fariseos eran los sucesores de los hasidhim, esto es, los píos o santos. Estos eran los judíos que, aun antes de la revuelta de los macabeos y durante ella, se habían opuesto a la adopción de la cultura y las costumbres griegas. 

Es comprensible que mientras que los macabeos en su lucha heroica fueron motivados principalmente por motivos religiosos, que tuvieran el pleno apoyo de los hasidhim; pero que, especialmente en los días de Juan Hircano y los que le siguieron, cuando el énfasis de los gobernadores judíos se desplazó de lo religioso a lo secular, los hasidhim perdieran el interés y se retiraran o también se opusieran activamente a los descendientes de las mismás personas a quienes con anterioridad habían apoyado. Los fariseos, que significa separatistas, en su origen bien pudieron haber sido los hasidhim reformados o reorganizados bajo otro nombre. 

Ellos se apartaron no solamente de ios paganos, de los publicanos y pecadores, sino también en general de las multitudes judías indiferentes, a quienes en forma burlona denominaban “la gente que no conoce la ley” (Jn. 7:49). Trataban árduamente de no contaminarse o mancharse por la asociación con alguien o algo que pudiera dejarlos ceremonialmente impuros.

En muchos aspectos los saduceos eran exactamente lo opuesto a los fariseos. Eran los tolerantes, los hombres que, aunque en forma ostentosa se aferraban aún a la ley de Dios, realmente no eran hostiles a la difusión del helenismo. Eran el partido sacerdotal, el partido al que generalmente pertenecían los sumo sacerdotes. 

No es sorprendente que fuera común derivar el nombre saduceos de Sadoc, etimología que podría ser correcta. Este Sadoc fue el hombre que durante el reinado de David compartió el sumo sacerdocio con Abiatar (2 S. 8:17; 15:24; 1 R. 1:35), y fue hecho sumo sacerdote único por Salomón (1 R. 2:35). Los descendientes de Sadoc habían retenido el sumo sacerdocio hasta los días de los macabeos.

Oposición mutua entre ellos

En Hch. 23:6–8, se presenta claramente un punto importante en que chocaban los dos partidos:
“Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. 

Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas”. Por medio de Josefo sabemos que los saduceos negaban la inmortalidad del alma además de negar la resurrección de los muertos. Sostenían que cuando el cuerpo moría también moría el alma.
Otro punto que los dividía tenía que ver con el canon. 

Los fariseos reconocían dos criterios o normas de doctrina y disciplina: el Antiguo Testamento escrito y las tradiciones orales. En cuanto a éstas, ellos creían que estas adiciones (en realidad con frecuencia eran más bien interpretaciones peculiares de la ley) a la ley escrita habían sido dadas por Moisés a los ancianos y luego se habían transmitido oralmente a través de las generaciones. Daban tanta importancia a estas tradiciones que con frecuencia, con el énfasis puesto en ellas, “dejaban sin efecto la palabra de Dios” (Mt. 15:6; Mr. 7:13). Por el contrario, los saduceos nada aceptaban sino las Escrituras. Estimaban que el Pentateuco era superior a los profetas, etc.

Finalmente, si se puede confiar en Josefo, quien a la edad de diecinueve años se unió a los fariseos en forma pública, había otro agudo contraste: los fariseos creían no solamente en la libertad del hombre y en su responsabilidad con respecto a sus propias acciones sino también en el decreto divino; los saduceos rechazaban el decreto (Josefo, Guerra judaica, II. 162–166; Antigüedades XIII. 171–173, 297, 298; XVIII. 12–17).

Cooperación entre ellos

A pesar de las diferencias tan notables, básicamente muchos de estos fariseos y saduceos estaban en perfecto acuerdo, porque en último análisis ambos trataban de lograr la seguridad por sus propios esfuerzos: sea que esta seguridad consistiera en posesiones terrenales a este lado de la tumba, como ocurría con los saduceos, muchos de los cuales eran ricos terratenientes o beneficiarios del comercio realizado en los atrios del templo o ambas cosas; o, al otro lado de la tumba (por lo menos también al otro lado) como era el caso de los fariseos que con todas sus fuerzas trataban de abrirse paso hacia el cielo. En ambos casos la religión era una conformidad exterior, por medio del esfuerzo propio, para lograr un cierto nivel.

Por lo tanto, no debiera ser motivo de sorpresa que cuando Jesús apareció en el escenario de la historia con su énfasis en la religión del corazón y en Dios como el único autor de la salvación, fuera rechazado por ambos grupos: por los fariseos porque él los denunció de limpiar el exterior del vaso y del plato (Mt. 23:25), y que mientras diezmaban la menta, el eneldo y el comino, descuidaban lo más importante de la ley: “la justicia, la misericordia y la fidelidad” (23:23); y los saduceos se opusieron a él porque, al limpiar el templo, denunció el robo que cometían y probablemente también porque vieron amenazado el status quo de la nación y su posición actual de influencia por las exigencias de Jesús. Además, es comprensible que fariseos y saduceos tuvieron envidia de Jesús (Mt. 27:18).

Así que al final los fariseos y saduceos cooperan para darle muerte a Jesús (16:1, 6, 11; 22:15, 23; 26:3, 4, 59; 27:20). Aun después combinan sus esfuerzos en el intento de evitar la creencia en la resurrección de Cristo (27:62). No es extraño, por lo tanto, que a veces Jesús en una sola frase condenara a ambos grupos (16:6ss).

Ahora bien, según este pasaje (3:7) los fariseos y saduceos acuden a Juan y le piden que los bautice. Esto podría parecer extraño. Aunque no todos los comentaristas concuerdan, a la luz de lo que se ha dicho acerca de los dos grupos, su conducta en el caso presente puede explicarse mejor por su egoísmo. No querían perder la influencia sobre la multitud que se estaba agrupando en torno a Juan para ser bautizada. Si este era el lugar donde estaba la acción, ellos querían ser parte de ella para asumir, si fuera posible, el liderazgo. Pero, ¿no implicaba una confesión de pecados el someterse al rito del bautismo? Bueno, si fuera necesario, estaban dispuestos a condescender a fin de vencer. Por cierto que no eran sinceros, no estaban realmente arrepentidos, ni estaban deseosos de sufrir un cambio radical de mente y corazón. Eran engañosos, hipócritas. Cf. Mt. 16:1; 22:15.

Es a la luz de esto que podemos entender la seria reprensión del Bautista: “¡Camada de víboras!” Juan estaba familiarizado con las víboras del desierto. Aunque eran pequeñas, eran muy engañosas. A veces era posible confundirles con ramas secas. Sin embargo, de repente, atacaban y mordían (cf. Hch. 28:3). Por lo tanto, la comparación era válida. ¿No se llama también serpiente (Ap. 12:9; 20:2) a Satanás, ese engañador (Jn. 8:44)? ¿No son ellos sus instrumentos?

Juan añade: ¿Quién os advirtió a huir de la ira que está llegando? En este conexión, las siguientes ideas merecen atención:
Primero, esta ira o indignación está por naturaleza sobre el hombre no regenerado (Ef. 2:3). Pertenece aun al presente (Jn. 3:18; Ro. 1:18).

Segundo, el derramamiento final de esta ira está reservado para el futuro (Ef. 5:6; Col. 3:6; 2 Ts. 1:8, 9; Ap. 14:10).

En tercer lugar, esta manifestación final de la ira (Sof. 1:15; 2:2) está relacionada con la (segunda) venida del Mesías (Mal. 3:2, 3; 4:1, 5).

En cuarto lugar, sin una conversión genuina el hombre no puede escapar de ella: “¿Quién os advirtió a huir …?” Esto probablemente significa: “¿Quién os engañó para que penséis que es posible evadir a Dios y os animó para que tratéis de hacerlo?” Cf. Sal. 139; Jon. 1:3.

En quinto lugar, para el verdadero arrepentido hay ciertamente un camino de escape: 8. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. 

Como se señaló anteriormente (véase sobre el v. 2), el arrepentimiento, si es genuino, debe ir acompañado de frutos. Una confesión del pecado puramente exterior nada logrará. Un puro deseo de bautizarse, como si el rito fuera una clase de encantamiento que obra maravillas, no tiene valor positivo. 

Tiene que haber un cambio interior que se expresa exteriormente en una conducta que glorifica a Dios, fruto que concuerda con la conversión. Según Lc. 3:10–14 este fruto debe incluir cualidades tales como generosidad, justicia, consideración y contentamiento; según Mt. 23:23, justicia, misericordia y fe; y en vista del modo que el Bautista se dirige descriptivamente a estos fariseos y saduceos (“Camada de víboras”) debe haber honradez. En cuanto a llevar fruto, véanse también Mt. 5:20–23; 7:16–19; 12:33; 13:8, 23; 16:6, 11, 12; capítulo 23; Lc. 13:6–9; Jn. 15:1–16; Gá. 5:22, 23; Ef. 5:9; Fil. 1:22; 4:17; Col. 1:6; Heb. 12:11; 13:15; y Stg. 3:18.

La deplorable falta de fruto por parte de las personas a que se dirigen las palabras es evidente también por el v. 9.… y no presumáis deciros a vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. La razón porqué estos fariseos y saduceos iban a la condenación era porque para su seguridad eterna estaban confiando en el hecho de ser descendientes de Abraham. Cf. Gá 3:1–9 y véase C.N.T. sobre esos versículos. 

Juan el Bautista estaba plenamente consciente del hecho de que la descendencia física de Abraham no garantizaba el ser verdadero hijo de Abraham. También sabía que en forma completamente independiente de tal linaje, Dios podría dar hijos a Abraham si así lo quisiera. El Dios que pudo crear a Adán del polvo de la tierra también podía hacer verdaderos hijos de Abraham de las piedras del desierto a las que probablemente Juan estaba señalando. Probable armonía simbólica: Dios puede cambiar los corazones de piedra convirtiéndolos en corazones obedientes (Ez. 36:26), sin consideración de la nacionalidad de esos corazones de piedra.

En lo que respecta a la salvación, las antiguas distinciones desaparecieron gradualmente. Esto no significa que no había distinción en el orden en que esta salvación estaba siendo proclamada y en que la iglesia estaba siendo reunida. La secuencia histórica, un reflejo del plan de Dios desde la eternidad era ciertamente “al judío primeramente y también al griego” (Ro. 1:16; cf. Hch. 13:46; Ro. 3:1, 2; 9:1–5). 

Este orden también es claro en el Evangelio de Mateo (10:6; 15:24). Pero el amanecer de un nuevo día, un día en que no había distinción entre judío y griego, estaba comenzando. Véanse Mt. 2:1–12; 8:11, 12; 22:1–14; 28:19, 20; Hch. 10:34–48; Ro. 9:7, 8; 10:12, 13; 1 Co. 7:19; Gá 3:7, 16, 17, 29; 4:21–31; 6:15, 16; Ef. 2:14–18; Fil. 3:2, 3; Col. 3:11; y Ap. 7:9, 14, 15.

En cuanto a los impenitentes, Juan el Bautista continúa en el v. 10. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles. El juicio está cerca. El hacha ya está frente (πρός) o, como diríamos, “a” la raíz, con intención siniestra, lista para talar un árbol tras otro. Por lo tanto, ahora mismo es el momento propicio para arrepentirse y creer. En esta conexión, véanse también Sal. 95:7, 8; Is. 55:6; Lc. 13:7, 9; 17:32; Jn. 15:6; Ro. 13:11; 2 Co. 6:2; 1 Jn. 2:18; Ap. 1:3. Sigue … por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. 

Se podría hacer la pregunta: Pero, ¿estaba realmente tan cerca el día de la manifestación final de la ira de Dios? ¿No es verdad que han transcurrido mucho siglos desde que el Bautista pronunció estas palabras, y todavía no ha regresado el Señor para ejecutar el juicio? Hay que recordar los siguientes hechos:

Primero, Juan hace que uno recuerde a los profetas del Antiguo Testamento que, al hablar de los últimos días o de la era mesiánica, a veces miraban hacia el futuro como el viajero mira hacia las montañas distantes. 

El se imagina que una cumbre se levanta inmediatamente detrás de la otra, cuando en realidad están a varios kilómetros de distancia la una de la otra. Las dos venidas de Cristo se consideran como si fueran una sola. Así leemos: “Saldrá una vara del tronco de Isaí … y herirá la tierra” (Is. 11:1–4). “Me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos … y el día de venganza del Dios nuestro” (Is. 61:1, 2). “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.… 

El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Jl. 2:28–31). Cf. Mal. 3:1, 2. Esto se ha denominado “escorzo profético”.

En segundo lugar, la caída de Jerusalén (70 d.C.) se acercaba peligrosamente, y anunciaba el juicio final.

En tercer lugar, la falta de arrepentimiento tiene la tendencia de endurecer a una persona, de modo que con frecuencia es dejada en su presente condición perdida. Sin un verdadero arrepentimiento, la muerte y el juicio están para tal persona irrevocablemente “a la puerta”.

En cuarto lugar, “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8).

En quinto lugar, como lo indican las referencias dadas arriba (comenzando con Sal. 95:7, 8), de ningún modo Juan era el único que enfatizaba la inminencia del juicio y la necesidad de convertirse ahora mismo. Por lo tanto, si en este punto hallamos que el Bautista falla, también tendríamos que acusar de lo mismo a los salmistas, a los profetas, a los apóstoles y aun al Señor mismo. Ciertamente ningún creyente verdadero está dispuesto a hacer tal cosa.

En sexto lugar, todo esto no significa necesariamente que el Bautista mismo siempre vio el presente y el futuro en verdadera perspectiva. Véase sobre 11:1–3. Solamente significa que el Espíritu Santo lo guió de modo que en su predicación en la forma aquí relatada él tenía perfecto derecho de decir lo que dijo.

El “fuego” en que se echan los árboles sin fruto evidentemente es un símbolo del derramamiento final de la ira de Dios sobre los malvados. Véanse también Mal. 4:1; Mt. 13:40; Jn. 15:6. Jesús habló acerca de la “Gehena del fuego” (Mt. 5:22, 29; 18:9; Mr. 9:47). Este es el fuego que no se apaga (Mt. 3:12; 18:8; Mr. 9:43; Lc. 3:17). El argumento no es simplemente que hay un fuego que nunca se apaga en la Gehena, sino que Dios hace arder al impío con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 3:12; 25:41).

Se podría formular la pregunta: “Entonces, si Juan el Bautista era en un grado considerable un predicador del infierno y de la condenación, ¿cómo es que fue llamado Juan por orden divina (Lc. 1:13), ya que Juan significa “Jehová es benigno”? 

Respuesta: El advertir a la gente que la condenación es inminente y ciertamente los alcanzará a menos que se arrepientan y crean, ¿no es un acto de benignidad? ¿No indica que Dios no es cruel, ni está ansioso de castigar, sino que es paciente? ¿No mostró su paciencia a los antediluvianos (Gn. 6:3; 1 P. 3:20); a Lot (Gn. 19:12–22); a David (2 S. 23:5); a los israelitas (Ex. 33:12–17; Is. 5:1, 2; 63:9; Jer. 8:20; Ez. 10:19—la dilación de la carroza del trono—; 18:23; 33:11); y a Simón Pedro (Jn. 21:15–17)? ¿No es el mismo atributo divino gloriosamente revelado en la parábola de la higuera estéril (Lc. 13:8, “déjala todavía este año”); en 2 P. 3:9 (“Dios es paciente para con vosotros”); en Ro. 9:22 (“Dios soportó con mucha paciencia”); en Ap. 2:21 (“le di tiempo para que se arrepienta”); y en Ap. 8:1 (“silencio en el cielo por media hora”)?

Volviéndose ahora a toda la multitud, Juan prosigue: 11. Yo os bautizo con agua para conversión. Pero, esta frase “para conversión”, ¿no es una contradicción de la idea que un hombre debe ya haberse convertido antes de ser bautizado, verdad claramente implícita en los vv. 6–10? Respuesta: No del todo, porque por medio del bautismo se estimula y acrecienta poderosamente la verdadera conversión. 

La persona que recibe el bautismo de una manera correcta—esto es, con una promesa a Dios procedente de una clara conciencia (1 P. 3:21)—comprendiendo el significado del signo y sello externo, se rendirá con gratitud a Dios con todo su corazón. Además, ¿cómo podría tener un efecto diferente la reflexión sobre la gracia de Dios que adopta, perdona y purifica, simbolizada por el signo y sello del bautismo? Para tal persona el signo y sello externo aplicado al cuerpo, y la gracia interior aplicada al corazón, van juntos. 

Entre los pasajes bíblicos que prueban este punto están: “Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados … os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ez. 36:25, 26); “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia” (Heb. 10:22).

Este aspecto doble de la conversión, a. como ya presente antes del bautismo mismo, y b. como aumentada por medio de él, también se expresa en forma hermosa en varios formularios para el bautismo de adultos, de uno de los cuales citamos las siguientes palabras:
“(El bautismo) llega a ser un medio efectivo de salvación, no por alguna virtud que haya en él o en aquel que lo administra, sino solamente por la bendición de Cristo, y la obra del Espíritu en aquellos que por la fe lo reciben” (Constitución de la Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de América, Filadelfia, 1941, p. 448).

Sin embargo, en último análisis este rico resultado no lo efectúa la persona que administra el rito del bautismo, ni aun cuando el nombre de la persona es Juan el Bautista. Todo lo que Juan puede hacer es exhortar a sus oyentes mostrándoles su necesidad de conversión. 

En cuanto al bautismo, él puede proporcionar el signo, pero se necesita Uno más poderoso que Juan para proporcionar la cosa significada. Por eso, después de decir, “yo os bautizo con agua para conversión”, Juan continúa: pero el que viene tras mí es más poderoso que yo—no soy digno de quitarle las sandalias—; él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Fue necesario que Juan trazara este contraste porque la gente ya estaba comenzando a preguntarse si quizás no sería él mismo el Cristo (Lc. 3:15; cf. Jn. 1:19, 20; 3:25–36). 

Por lo tanto, el Bautista está diciendo que el contraste entre él y quien cronológicamente venía tras él era tan grande, que él, Juan, ni siquiera era digno de desatarle (esto solamente en Mr. 1:7 y Lc. 3:16), quitar y llevar las sandalias de su sucesor; esto es, que para uno tan grande él ni siquiera era digno de prestar los servicios de un esclavo. Es verdad que en el camino de la vida, no solamente en su nacimiento, sino también en el principio de su ministerio público, Jesús había venido tras Juan (Lc. 1:26, 36; 3:23). Pero entre Cristo y el Bautista había una diferencia cualitativa como la que existe entre el infinito y finito, lo eterno y lo temporal, la luz original del sol y la luz reflejada de la luna (Jn. 1:15–17).

Juan bautiza con agua; Jesús bautizará con el Espíritu. El hará que su Espíritu y los dones de éste vengan sobre sus seguidores (Hch. 1:8), sean derramados sobre ellos (Hch. 2:17, 33), caigan sobre ellos (Hch. 10:44; 11:15).

Ahora bien, es verdad que cuando quiera que una persona es conducida de las tinieblas hacia la luz maravillosa de Dios, está siendo bautizada con el Espíritu Santo y con fuego. Así Calvino, al comentar Mt. 3:11, hace notar que Cristo es quien otorga el Espíritu de regeneración, y que, como el fuego, este Espíritu nos purifica quitando nuestra inmundicia. Sin embargo, según las propias palabras de Cristo (Hch. 1:5, 8), recordadas por Pedro (Hch. 11:16), en un sentido especial esta predicción se cumplió en Pentecostés y con la era que introdujo. 

Fue entonces que, por la venida del Espíritu, las mentes de los seguidores de Cristo fueron enriquecidas con una iluminación sin precedentes (1 Jn. 2:20); sus voluntades se fortalecieron, como nunca antes, con contagiosa animación (Hch. 4:13, 19, 20, 33; 5:29); y sus corazones estaban inundados con cálido afecto en un grado hasta ahora desconocido (Hch. 2:44–47; 3:6; 4:32).

La mención del fuego (“El os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”) armoniza con su aplicación a Pentecostés, cuando “aparecieron lenguas repartidas como de fuego, que se posaron sobre cado uno” (Hch. 2:3). 

- La llama ilumina. 
- El fuego purifica. 
- El Espíritu hace ambas cosas. 

Sin embargo, parecería por el contexto (antes y después; véanse vv. 10 y 12) y por la profecía de Joel respecto de Pentecostés (Jl. 2:30; cf. Hch. 2:19), considerada en su contexto (véase Jl. 2:31), que el cumplimiento final de las palabras del Bautista espera hasta la segunda venida gloriosa de Cristo para purificar la tierra con fuego (2 P. 3:7, 12; cf. Mal. 3:2; 2 Ts. 1:8).

Con frecuencia en las Escrituras el fuego simboliza la ira. Pero el fuego también indica la obra de gracia (Is. 6:6, 7; Zac. 13:9; Mal. 3:3; 1 P. 1:7). Por lo tanto, no es extraño que esta expresión pueda ser usada en un sentido favorable para indicar las bendiciones de Pentecostés y de la nueva dispensación, y en un sentido desfavorable para indicar los terrores del futuro día del juicio. Es Cristo quien purifica al justo y limpia la tierra de la paja, los impíos. 

Además, si los profetas del Antiguo Testamento, por medio del escorzo profético combinan acontecimientos que corresponden a la primera venida de Cristo (tomada en su sentido completo, incluyendo Pentecostés) con los de la segunda, ¿por qué no se puede atribuir el mismo rasgo también al estilo de Juan el Bautista, que en muchas maneras se parecía a estos profetas? Por lo tanto, es claro que es fuerte el argumento en favor de la interpretación según la cual la palabra fuego aquí en 3:11 se refiere tanto a Pentecostés como al juicio final.

El carácter razonable de la explicación, según la cual el bautismo con fuego incluye una referencia al juicio final, también se hace evidente por el v. 12. que de igual modo se refiere al gran día. Su bieldo está en su mano, y limpiará completamente su era. La figura subyacente es la de una era donde se está aventando el trigo. 

Ese piso puede ser natural o artificial. En el primer caso, es la superficie de una roca en la cumbre de una colina expuesta al viento. Si es el segundo, es igualmente una zona al aire libre de unos diez a quince metros de diámetro que se ha preparado limpiando el suelo de piedras, humedeciéndolo y apisonándolo a fin de que quede compacto y suave, haciendo que tenga una leve pendiente hacia arriba en el borde, y rodeándola con un borde de piedras a fin de mantener dentro el grano. Primero los bueyes trillan las espigas con el grano (de trigo o cebada), las que ha sido esparcidas en esta área, tirando una rastra o trineo en cuya parte inferior se le han puesto piedras por medio de las cuales se separa el grano del tallo. Sin embargo, el tamo (lo que queda de la espiga, la cubierta o vaina del grano, el polvo, pequeños pedazos de paja) todavía esta junto con el grano. Entonces comienza el uso del bieldo a que se hace referencia en el v. 12. 

Montón tras montón, el grano trillado se lanza al aire por medio de una pala que tiene dos o más dientes, permitiendo que el viento de la tarde, que generalmente sopla del Mediterraneo durante los meses de mayo a septiembre, lleve la paja. El grano, más pesado que la paja, cae verticalmente en la era. Así se apartan el grano y la paja. La avienta no termina hasta que quede completamente limpiada la era.

Así también Cristo limpiará completamente su era, es decir, el lugar donde ejecutará el juicio en su segunda venida. Nadie evitará el ser detectado. Aun ahora ya esté completamente equipado con todo lo que necesita para la realización de la tarea de separar a los buenos de los malos.

Continúa: Recogerá el trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible. Volvamos ahora a la figura subyacente. El grano trillado y aventado ahora es llevado al granero; literalmente, al lugar donde se dejan las cosas (o, donde se almacenan).

Se almacena porque se considera como algo muy valioso, muy precioso. De la figura subyacente pasamos a la realidad. Aun la muerte de los creyentes se describe en las Escrituras de un modo muy consolador. 

Es “preciosa ante los ojos de Jehová” (Sal. 116:15); “llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lc. 16:22); “ir al paraíso” (Lc. 23:43); una bendita partida (Fil. 1:23); estar en casa con el Señor (2 Co. 5:8); “ganancia” (Fil. 1:21); “muchísimo mejor” (Fil. 1:23) y dormir en el Señor (Jn. 11:11; 1 Ts. 4:13). 

Entonces ciertamente la etapa final en la glorificación de los hijos de Dios, cuerpo y alma ahora participando de esta bienaventuranza, será preciosísima: ir a la “casa donde hay muchas moradas” (Jn. 14:2), el ser bienvenido a la presencia misma de Cristo (“Vendré otra vez, y os tomaré para que estéis conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, Jn. 14:3), un vivir eternamente en el nuevo cielo y la nueva tierra de donde se quitará toda mancha del pecado y toda huella de la maldición; donde mora la justicia (2 P. 3:13); en donde “Dios mismo estará con ellos como su Dios, y ellos serán su pueblo. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, etc.” (Ap. 21:1–5); y en donde tendrá su cumplimiento final la profecía de Is. 11:6–9 (“Morará el lobo con el cordero, etc.”) y de Ap. 21:9–22:5 (la nueva Jerusalén).

Volvamos de nuevo a la figura subyacente. Del grano ahora pasamos a la paja. Habiendo caído en un lugar, o lugares, lejos del grano, se recoge y se quema. Así también los impíos, apartados de los buenos, serán echados en el infierno, un lugar donde el fuego no se apaga. El castigo no tiene fin. No se trata de que haya un fuego siempre ardiendo en la Gehena, sino que los impíos son quemados con un fuego que no se puede apagar, el fuego que ha sido preparado para ellos así como para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Su gusano nunca muere (Mr. 9:48). Su vergüenza es eterna (Dn. 12:2). Así también ocurre con sus prisiones (Jud. 6, 7). Serán atormentados con fuego y azufre … y el humo de su tormento asciende para siempre jamás, de modo que no tienen reposo de día ni de noche (Ap. 14:9–11; cf. 19:3; 20:10).

¿En qué sentido hay que entender “el fuego”? Respuesta: aunque no hay que excluir la idea de un fuego que en algún sentido es físico, según las Escrituras el sentido literal no agota el significado. El fuego eterno ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Sin embargo, estos son espíritus y no pueden ser dañados por el fuego literal. Además, la Escritura misma indica el sentido simbólico: esto es, el fuego de la ira divina que cae sobre el inconverso, y consecuentemente, su angustia (Dt. 9:3; 32:22; Sal. 11:5, 6; 18:8; 21:9; 89:46; Is. 5:24, 25; Jer. 4:4; Nah. 1:6; Mal. 3:2; Mt. 5:22; Heb. 10:27; 12:29; 2 P. 3:7; Ap. 14:10, 11; 15:2).

La advertencia del Bautista, horrible y espantosa, al parecer, está llena de misericordia, como ya se ha explicado.

Juan se refiere ahora con mayor particularidad a su misión como predecesor del Mesías: el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo (11). Lucas 3:16 dice: “No soy digno de desatar la correa de su calzado.” Con su estilo característico, Marcos lo presenta aún más vívidamente: “No soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado” (Mr. 1:7). 

El atar y desatar “las correas” de las “sandalias” del amo y cargar estas últimas eran las tareas más bajas del más humilde de los esclavos. A pesar de eso, Juan no se sentía digno de hacer estas cosas para el Mesías. “Lightfoot (tomado de Maimónides) muestra que era la señal de un esclavo que había llegado a ser propiedad de su amo, desatar el calzado, atarlo o llevarle los implementos necesarios al baño.” De modo que las palabras empleadas en los tres relatos son adecuadas.

Entonces viene la declaración más significativa en la predicación de Juan el Bautista. Mientras él bautizaba en agua, el que vendría bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Otras religiones habían bautizado con agua. El bautismo distintivo del cristiano es el bautismo con el Espíritu Santo. A la luz de la declaración de Juan en este lugar, es difícil justificar el silencio de la mayoría de las iglesias en lo concerniente al bautismo con el Espíritu Santo.

Mateo y Lucas agregan al relato de Marcos, las palabras: y fuego. Muchos eruditos han interpretado esto, especialmente vinculándolos con los versos 10–12, como una referencia al juicio final de los pecadores. Pero también implica que el fuego del Espíritu consume la naturaleza carnal. Alford dice de esta predicción: “Fue cumplida literalmente en el día de Pentecostés.” En manera similar Micklem asevera: “El agregado ‘y fuego’ señala que la limpieza es la esencia del bautismo del Mesías.”73 Nos llama la atención a la descripción del advenimiento de Cristo que nos hace Malaquías 3:2: “El es como fuego purificador.”

También Brown está en desacuerdo con la referencia al juicio. Nos dice: “Tomarlo como un bautismo distinto del que efectúa el Espíritu—el bautismo del impenitente con fuego del infierno—es excesivamente antinatural.” Además, observa: “Claramente… no se refiere sino al carácter fogoso de las operaciones del Espíritu sobre el alma, escudriñando, consumiendo, refinando, purificando, que es como casi todos los buenos intérpretes entienden las palabras.”

G. Campbell Morgan hace eco a este criterio. Parafrasea las palabras del Bautista de la manera siguiente: “El os sumergirá en el fuego envolvente del Espíritu Santo que os quemará y rehacerá.”

Especialmente notable es el comentario del difunto obispo Ryle, de la Iglesia Anglicana. Escribe:

  Necesitamos que se nos diga que el perdón de los pecados no es lo único necesario para la salvación. Hay algo más todavía; y eso es el bautismo de nuestros corazones con el Espíritu Santo… No descansemos hasta que sepamos algo, por haberlo experimentado, del bautismo del Espíritu. El bautismo de agua es un gran privilegio. Pero estemos seguros de que también tenemos el bautismo del Espíritu Santo.

El fuego hace tres cosas: 
(1) calienta; 
(2) ilumina; 
(3) limpia. 

Y eso es lo que el Espíritu Santo trae al corazón humano que lo recibe: calor, luz y limpieza de todo pecado.

Airhart observa que este gran mensaje de Juan acerca de Cristo está relacionado con la doctrina cristiana sobre el bautismo del Espíritu Santo (1) por Jesús en su mandato a los discípulos (Hch. 1:4–5), y (2) por Pedro, cuando interpretó el significado del Pentecostés gentil (Hch. 11:15–16). También nota que la promesa: recogerá su trigo en el granero (12) sugiere los valores positivos del bautismo con el Espíritu Santo. Escribe: “Solamente se quema la paja, y eso, sólo con el fin de que el trigo—los valores genuinos en la personalidad—pueda ser acopiado y dispuesto para el uso. Hay potencial en nuestras personalidades que sólo Dios puede discernir. Hay posibilidades de gracia, talentos latentes, tesoros sepultados en las vidas de los creyentes que en su mayor parte no han sido empleados por estar todavía encajados en la paja de una naturaleza no santificada. El bautismo con el Espíritu Santo proveerá la base para la realización de las posibilidades de la personalidad, conocidas por el Espíritu, pero que de otro modo serán perdidas para siempre.”

El Mesías tiene en su mano un aventador (12)—“una horquilla para aventar”. (Es usado solamente aquí y en Lc. 3:17). El escritor ha estado observando un hombre sobre la cima del monte Samaría arrojando con esa horquilla el trigo ya trillado. La brisa se lleva la paja y el grano bueno recogido queda en el suelo.

Juan declaró que Cristo limpiará su era. El verbo griego compuesto, que significa “limpiar completamente” se halla solamente en este lugar en el Nuevo Testamento. La era consistía en un lugar para el grano trillado tal como lo había cerca de cada villa. Generalmente se encontraba sobre terreno elevado para aprovechar la ventaja de los vientas que llegaban del Mediterráneo. “El borde estaba levantado y el piso pavimentado con piedra o barro endurecido por el uso a través de los siglos.” 

El nuevo trigo o cebada cosechados se apilaba a una profundidad de unos 50 centímetros. Luego, un par de bueyes tiraban de una tabla trilladora sobre los cereales; la trilladora era manejada por una mujer o por niños. La tabla, de 1.25 metros de largo por unos 75 centímetros de ancho, estaba dentada con pedazos de piedra o metal adheridos al fondo. Esos dientes desgarraban el grano, mientras que las patas de los bueyes también lo aplastaban. Todavía es posible ver en la Palestina estos pisos trilladores, algunas veces con dos pares de bueyes haciendo su labor.

Después que el grano ha sido trillado y aventado, el trigo es echado en el granero—(depósito) y la paja es quemada en fuego que nunca se apagará. La palabra griega asbestos da la expresión de inapagable.

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