sábado, 14 de marzo de 2015

Amor y lealtad: Dos elementos primordiales para mantener el pacto con Dios

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Importancia de la Fidelidad
1 Crónicas 1–9
La fidelidad viene a la mente como una palabra clave cuando pensamos en cualquier convenio. El deseo de toda pareja que se acerca al día de su boda, es que su relación matrimonial se distinga por el amor y la fidelidad. Cuando falta alguno de estos elementos en un hogar, pronto se desvanece la felicidad, pues son ellos los que fundamentan el pacto nupcial.
Estas mismas características se aplican al pacto que Dios hizo con Israel. Aunque éste se basó en el amor de Dios hacia ese pueblo, El demandaba que respondieran con amor y lealtad también. Es por ello que éstos llegaron a ser los elementos primordiales de ese pacto.
Por consecuencia, si Dios demandaba que Su pueblo en general cumpliera con éstas virtudes, con mucha más razón lo esperaba de los reyes que El había puesto para gobernarlos. Al establecer Su pacto con David, Dios prometió que nunca quitaría Su misericordia de Salomón su hijo (1 Crónicas 17:11–14). La palabra misericordia que se emplea en ésta promesa, incluye tanto el amor como la fidelidad de parte de Dios hacia Salomón y su descendencia, dando a entender que Dios cumpliría con ella sin importar lo que ellos hicieran.
En los libros de las Crónicas, se presenta claramente el mensaje de que Dios ha prometido tratar a Israel con misericordia, o sea, con amor fiel y que demanda que ellos respondan de la misma manera. Como resultado, el pueblo entero y el rey en particular, tienen derecho a gozar de las bendiciones y responsabilidades que un pacto de esa naturaleza ofrece.
¡PENSEMOS!
Las promesas que Dios dio a Isreal y a la iglesia no son idénticas. Sin embargo, para comprender la relación que existe entre el mensaje de estos libros con nosotros, tenemos que entender que El nos ha prometido Su amor al igual que lo hizo con Israel. A la vez, El demanda que nosotros respondamos con amor y fidelidad. Consideremos un momento las implicaciones de esta verdad.
¿En qué maneras se ha manifestado el amor fiel de Dios para con nosotros? Haga una lista de las evidencias de ese amor que usted ha observado en su vida.
¿En qué maneras debemos manifestar nuestro amor y fidelidad a Dios hoy en día?
EL AUTOR Y LA FECHA
El formato actual de los dos libros nos hace difícil recordar que originalmente se escribieron como un solo tomo, tal como pensamos estudiarlo en este comentario. Aunque el autor de esta gran obra no se identifica, el Talmud, que representa la tradición judía, atribuye el libro al escriba Esdras, conocido por el libro que lleva su nombre y por su importante participación en la restauración de Israel.
Varias evidencias apoyan la opinión de que Esdras lo escribió. Primero, la tradición en sí misma representa evidencia externa de gran valor debido a la fecha tardía de su preparación y aceptación por parte del pueblo. La evidencia interna también es convincente. El libro está redactado desde la perspectiva de un sacerdote porque el templo ocupa un lugar primordial en su argumento. Puesto que Esdras se identifica como sacerdote, refleja la misma perspectiva que el libro que Ileva su nombre (Esdras 7:1–5, 11).
Por otro lado, las genealogías que presenta Ilegan hasta los días de Esdras y apoyan la idea de que el autor era contemporáneo de él. No se conoce otro candidato más viable. Además, el uso del idioma hebreo y su estilo literario son semejantes a los de Esdras. La última evidencia a favor de él como autor, se encuentra al comparar el principio del libro de Esdras (1:1–3) con la conclusión de 2 Crónicas (36:22–23). Las dos porciones son iguales. Parece que Esdras presenta una continuación intencional de la historia que Crónicas empieza a relatar.
El libro mismo da evidencia de que el autor, quienquiera que fuera, utilizó diversas fuentes históricas para redactarlo. Como escriba, Esdras tendría acceso a ellas y sabría cómo utilizarias. Sin embargo, el uso de otra información no desacredita la inspiración divina. Dios es capaz de dirigir al autor a investigar el material histórico a su alcance para así garantizar la veracidad y valor del mensaje que El quiere revelar a Su pueblo.
En cuanto a la fecha del libro, los sucesos en sí abarcan casi todo el período del Antiguo Testamento, desde Adán hasta la restauración (1–9). La presentación más detallada de la historia se dedica a considerar el tiempo entre Saúl (1051 a.C.) y el decreto de Ciro que permitió al pueblo regresar a Israel y reconstruir el templo (538 a.C.).
Es evidente que ningún autor vivió durante todo ese tiempo para poder contar la historia. El escritor mira hacia atrás para señalar al pueblo de Israel las lecciones de ella. Debió haberlo escrito cerca del final del período contemplado. Lo más probable es que fuera después de que regresó a Jerusalén en 458, aproximadamente entre 450 y 425 a.C.
LA SITUACION HISTORICA
Aunque en las referencias a las genealogías, el libro hace alusión a todo el período del Antiguo Testamento, el enfoque principal es la dinastía davídica sobre Judá (1011–586). Concluye con un resumen del período del cautiverio (606–536).
El énfasis del libro es primordialmente temático y teológico. Por eso, la perspectiva histórica es bastante limitada. Trata solamente de la historia que afecta a la casa de David y Judá, la cual se complementa con los libros de Samuel y de los Reyes.
Políticamente, el período refleja las condiciones existentes durante los reinados de David y Salomón, cuando había poco dominio extranjero, e Israel controlaba toda la tierra alrededor de ellos. 2 Crónicas muestra la influencia creciente de Mesopotamia. El área se vio cada vez más afectada por las potentes naciones del norte y del oriente; primero, por Siria, después por Asiria, Babilonia, y finalmente, por Persia.
En cuanto a la política de la región más cercana, la influencia más notable al principio del período es el mandato de la dinastía davídica sobre Israel. La división de este reino, después de Salomón, resulta en conflictos entre el norte y el sur.
Cuando el pueblo del reino del norte fue llevado cautivo en 722 a.C., la dinastía davídica continuó en el sur hasta 586 a.C. El ambiente político se volvió inestabel a causa de la inconstancia religiosa de la nación del pacto para con su Dios. El libro traza la relación entre estos dos factores a través de la historia.
El relato concluye con la caída de Judá, provocada por su decadencia religiosa. La esperanza de restauración se presenta al escuchar el decreto de Ciro, que les permite regresar a su tierra y empezar de nuevo la reconstrucción del país.
PROPOSITO Y TEMA
Regreso a la Tierra Prometida
Los judíos sobrevivientes después del decreto de Ciro, regresan a su tierra para reconstruirla. La última vez que habían estado en ella, Dios les había castigado y mandado a la cautividad por su infidelidad. Al regresar, el autor quiere asegurarse de que no vuelva a suceder lo mismo.
Por lo tanto, presenta la lección histórica como advertencia y estímulo. La historia demuestra cómo Dios ha controlado las naciones paganas y el destino de Su pueblo; por eso, Israel puede contar con la fidelidad de Dios.
En Deuteronomio 28 a 30, Dios les había dicho exactamente cómo les trataría. Si se sometían a Su autoridad y obedecían las condiciones de Su pacto con ellos, habría bendición. Por el contrario, cuando desobedecieran y se rebelaran contra Su autoridad, habría maldición, disciplina y destrucción. Dios quería que aprendieran de la experiencia de sus antepasados y que se sometieran a El para recibir bendición. Se requiere que el pueblo de Dios sea hallado fiel.
DESANIMO POR LO PERDIDO
Al regresar a Jerusalén y observar las condiciones existentes, el pueblo notó que dos cosas faltaban: el trono y el templo. Por lo tanto, el desánimo abundaría al ver lo que no tenían, las posesiones significativas de su historia que habían desaparecido.
Al observar que el trono faltaba, el autor intenta animarles recordando que aun existía el descendiente de David. Dios había protegido el linaje real de la casa de David. El puede restaurar el rey a su trono cuando El quiera, porque lo mantiene protegido, primero bajo el cuidado del imperio babilónico, y después bajo la autoridad de Ciro Su siervo.
La segunda cosa que se echa de menos, es el templo. El actual no es tan grande y glorioso como el de Salomón. Al fijarse en la diferencia entre éste y el de Salomón que había sido destruido, muchos empezaron a lamentarse. Estaban desanimados. El autor los exhorta a reconocer que el edificio en sí nunca ha sido lo más importante. Así que más bien, deben aprender a apreciar la función del templo como casa del Altísimo y aceptar la presencia de Dios con ellos para dirigir la vida nacional y poder regocijarse en lo que El les ha dado.
Se escribe el libro con el objeto de animarles. El autor quiere dirigir su atención al hecho de que Dios les ha cuidado y les ha traído a su tierra de nuevo. Tienen que reconocer lo que El está haciendo para su bien. Por eso, insiste en lo que ha hecho con ellos para que lo gocen y aprovechen la nueva oportunidad que Dios les da en la tierra.
Con ese fin, y para que se den cuenta de lo que Dios hace, se les da una orientación de la perspectiva divina tocante a la historia de Israel. No intenta esconder sus faltas; son demasiado obvias. Traza la historia de la casa de David desde el punto de vista divino para que aprendan cómo actúa Dios en relación con Su rey.
El relato llega a su clímax con el decreto de Ciro que produce la esperanza de recuperar la presencia de Dios entre ellos y el reestablecimiento del trono de David. Esta esperanza debe producir ánimo en el pueblo para empezar de nuevo y para que sean fieles a su Dios.
DESCUIDO DEL TEMPLO
A través de todo el libro se insiste en la posición vital que el templo ocupa en la historia de Israel. En parte, éste énfasis se debe a la orientación sacerdotal del autor. Sin embargo, se debe también a que el interés en el templo y en sus actividades es un síntoma de la conditión espiritual en que se encuentra el pueblo y de su relación con Jehová, quien reside en el templo.
Al señalar los aspectos del reinado de David que explican la grandeza del rey que era “conforme al corazón de Dios”, enfatiza que uno de los elementos de mayor importancia fue su actitud en cuanto a la construcción del templo. En los últimos años de su reinado tenía el deseo ferviente de construir esta casa para su Dios.
Se hace referencia al reinado de Salomón también, no porque fuera un rey dedicado totalmente a Dios, sino por su importancia en la edificación del templo (1–9). A pesar del énfasis que se da a la gloria de Salomón, seis de los nueve capítulos giran alrededor del templo. Se observa claramente que después de la muerte de Salomón, la nación abandonó el templo y la adoración a Jehová. Entonces, las guerras empezaron a arruinar el país.
LA IMPORTANCIA DEL TEMPLO 2 CRONICAS
1–9
* 10–36
EXALTACION DE SALOMON
* DEGENERACION DE JUDA
TEMPLO CONSTRUIDO
* TEMPLO DESTRUIDO
TEMPLO DEDICADO
* TEMPLO PROFANADO
REINADO DE SALOMON
* RUINA DE JUDA
El autor de Crónicas evalúa cada rey en relación con el templo, que era el centro del poder espiritual de la nación. En esencia, pasa por alto el reino del norte debido a su religión falsa y su rechazo del templo en Jerusalén. Se concentra en el sur, especialmente en aquellos reyes que hicieron lo correcto, ya fuera por su interés en el templo o por sus reformas espirituales. Cuando el pueblo abandona a Dios, El les quita Su bendición.
El relato histórico termina con el edicto para la reconstrucción del templo, que representaba la presencia de Jehová entre ellos y que servía como un recuerdo continuo de la posición privilegiada que tenían frente a Dios. Así que este comentario final no representa nada más un dato histórico interesante; sino que hace sonar una nota profética para dar esperanza al pueblo. El linaje davídico, el templo y el sacerdocio, todavía les correspondía. Dios no los había abandonado.
TRES PROPOSITOS DE CRONICAS
* EXHORTARLES A LA FIDELIDAD
* ANIMARLES A CONFIAR EN DIOS
* SEÑALARLES LA IMPORTANCIA
DE RESPETAR EL TEMPLO
Dios exige lealtad de Su pueblo y especialmente de su rey. La historia de Israel demuestra que cuando el rey andaba bien, el pueblo le seguía. Los reyes son culpables por haber dirigido los pasos del pueblo hacia la infidelidad.
Los libros de Crónicas presentan un relato interpretativo de la historia de Israel. La base de la evaluación es la fidelidad a Jehová. Cuando el rey es fiel, el pueblo prospera; cuando el rey abandona a Dios busca a otros dioses, o trata de imitar al mundo, es juzgado y castigado. Al regresar a la tierra y principiar de nuevo, los israelitas deben aprender esta importante lección que les da la historia. Dios exige fidelidad. Si confían en El y obedecen Su Palabra, pueden estar seguros de que gozarán de la bendición de Dios.
ORGANIZACION DEL LIBRO
1 Crónicas empieza con nueve capítulos dedicados principalmente a las genealogías más significantes de la historia de Israel. A través de ellas, se observa la importancia de los linajes de los levitas y de David. El resto de la historia gira alrededor de ellos (1–9). Al llegar al reinado de David, el rey elegido por Dios (10–29), se señalan los aspectos de su mandato, que explican la grandeza de aquel que era conforme al corazón de Dios: su relación con el arca (13–16), con el pacto (17–20), y con el templo (21–29).
2 Crónicas continúa la historia donde termina 1 Crónicas. Después de demostrar la gloria que alcanzó Salomón por su interés en la construcción del templo (1–9), traza la degeneración de Judá, mencionando los pocos períodos alentadores de reformas, pasando por los descendientes de David hasta llegar al último rey, quien presenció la caída de Jerusalén (10–36:14). El libro termina con el rechazo de los reyes de Judá y la destrucción de la ciudad (36:15–21). Sin embargo, establece la esperanza para el futuro al referirse al decreto para la restauración de Judá (36:22–23).
1–2 CRONICAS
GENEALOGIAS DEL PUEBLO DE DIOS
1 CRONICAS 1–9
REINADO DEL REY ELEGIDO DE DIOS
1 CRONICAS 10–29
Reinado De Salomon
2 CRONICAS 1–9
REINADO DE LOS DEMAS REYES
2 CRONICAS 10–36:14
RECHAZO DE LOS REYES DE JUDA
2 CRONICAS 36:15–21
RESTAURACION DE JUDA DECRETADA
2 CRONICAS 36:22–23
GENEALOGIAS DEL PUEBLO DE DIOS 1–9
Crónicas empieza con la presentación de la genealogía de Israel desde Adán hasta el período de la restauración. Los propósitos del autor se identifican al observar las familias que reciben mayor atención.
Linaje del Rey Elegido por Dios 1–3
Desde Adán Hasta Israel. Cap. 1
La lista pasa rápidamente por las personas responsables del establecimiento de las naciones, hasta llegar a Abraham (1:1–27). Se le da mayor énfasis al linaje de Abraham que a los demás. Sin embargo, los hijos de Abraham en general se presentan en forma superficial para llegar luego a la familia de Israel, mejor conocido como Jacob, quien es la fuente específica de la nación (1:28–54). Aparentemente, se elige el nuevo nombre dado por Dios a Jacob para hacer resaltar la importancia de Israel en este cuadro.
Desde Israel a David. Cap. 2
De todos los hijos de Israel, se elige la familia de Judá para un estudio más detallado. Al finalizar la presentación de la familia de Judá, el camino está listo para considerar al hijo más prominente de esta familia, David, el elegido de Dios para servir como rey sobre Su pueblo. A través del resto del libro, ei estado de la nación descansa en los descendientes de esta familia.
Desde David al Cautiverio. Cap. 3
Después de presentar los antepasados de David, el autor se dedica a observar más de cerca a sus descendientes. Le interesan tres aspectos especiales del linaje de David: primero, presenta a todos sus hijos (3:1–9); después, traza la línea de sus descendientes que reinaron sobre Judá (3:10–16).
Finalmente, presenta a los descendientes de Jeconías, mejor conocido como Joaquín, a quienes considera los here-deros legítimos del trono. Probablemente, los presenta para demostrar que durante todo el cautiverio siempre había existido un heredero con derecho a reclamar el trono de David. Por lo tanto, afirma que la promesa de Dios de preservar el trono davídico está firme (3:17–24).
Linaje del Pueblo de Dios 4–7
A continuación, presenta un resumen de las genealogías de las doce tribus. La importancia de la tribu de Judá se observa por su colocación al principio de la lista. Es posible que se incluyeran estas listas para facilitar a las familias que regresaban, la identificación de su origen a fin de que demostraran su derecho a heredar la tierra.
Descendientes de Judá 4:1–23
Descendientes de Simeón 4:24–43
Descendientes de Rubén 5:1–10
Descendientes de Gad 5:11–22
Descendientes de Manasés en el este 5:23–26
Descendientes de Leví 6:1–81
Descendientes de Isacar 7:1–5
Descendientes de Benjamín 7:6–12
Descendientes de Neftalí 7:13
Descendientes de Manasés 7:14–19
Descendientes de Efraín 7:20–29
Descendientes de Aser 7:30–40
El interés especial del autor en el sacerdocio se nota por el énfasis que da a la línea genealógica de Leví (6:1–81). Señala específicamente el linaje de Aarón (6:1–15) y las funciones asignadas a todas las familias levíticas.
Linaje del Rey Escogido por el Pueblo 8
Al terminar las genealogías de las doce tribus, describe más detenidamente el linaje de Benjamín, tal vez por su identificación con Judá en el reino del sur y porque fue la única tribu que no se apartó de Dios. Es probable que le dedicara atención especial también por su relación con Saúl, el primer rey de Israel.
La presentación ampliada de la familia de Saúl en medio del estudio del linaje de Benjamín indica el reconocimiento especial que da al primer rey de Israel. Parece haber un intento de identificar su descendencia para que no se olvidaran de él.
Después de todo, aun con todas sus faltas, Saúl había sido el originario del establecimiento de la monarquía. Si se hubiera mantenido fiel a Jehová, El habría confirmado su trono sobre Su pueblo. Sin embargo, sabiendo desde el principio cómo resultaría este reinado, decidió que Judá fuera la fuente de Su rey elegido (Génesis 49:8–10).
Restauración del Pueblo en Jerusalén 9:1–34
Al concluir los informes genealógicos, se identifican las primeras familias que regresaron de la cautividad. La mayoría eran descendientes de Judá, Benjamín y Leví, lo que resulta lógico, debido al hecho histórico de que la mayoría de los que volvieron, venían de Babilonia, adonde fueron llevados después de la caída de Jerusalén, donde radicaban esas tribus en especial.
Además, la presencia predominante de representantes de las tribus de Judá, Benjamín, y de la familia sacerdotal, apoya la tesis del autor de que ellos eran los responsables del estado espiritual del pueblo. Al andar fielmente con Dios, el pueblo los seguía, pero de la misma manera, cuando se apartaban, les seguían en su pecado. Sin embargo, también menciona representantes de las otras tribus.
Aunque no se observan muchos detalles en cuanto al ministerio de los líderes religiosos del pueblo, el autor quiere señalar que se esforzaban por cumplir sus responsabilidades fielmente. Comenta que los sacerdotes fueron hombres eficaces en la obra del ministerio en la casa de Dios (9:13). Se nota que había suficientes hombres para realizar adecuadamente las responsabilidades de servicio en el templo.
Resumen del Linaje de Saúl 9:35–44
Para conocer el trasfondo de la historia del reinado de David y sus descendientes, conviene principiar con los últimos días del reinado de Saúl, primer rey de Israel. Por eso, la transición de las genealogías a la historia se logra por medio de una presentación parcial de la genealogía de la familia de Saúl.
¡PENSEMOS!
Uno de los propósitos de esta prolongada sección de genealogías que a veces nos parece aburrida, era obligarles a considerar sus raíces. Al leer estas listas de nombres, cada miembro del pueblo de Dios buscaría su propia descendencia. Se preguntaría de dónde había venido.
Cada miembro de la familia de Dios debe hacerse esta pregunta de vez en cuando. ¿De dónde me ha traído Dios para que esté donde El me mantience hoy? Hay dos aspectos importantes en esta consideración para nosotros. Primero, ¿quiénes son nuestros antepasados en el pueblo de Dios? ¿Quiénes se interesaron en contarnos acerca de Cristo? Para algunos, estos antepasados habrán sido miembros de su propia familia. Para otros tal vez sean amigos, o una persona casi desconocida. Sean quienes sean, tenemos una gran deuda con ellos. Tome un momento para identificar a sus antepasados. Exprese su gratitud a Dios por la influencia de estas personas en su vida. Si todavía viven, escríbales una carta para expresar su gratitud.
El segundo aspecto de esta consideración es evaluar el cambio que Dios ha hecho en su vida. Al preguntarnos: ¿De dónde he venido?, tenemos que pensar en dónde estaríamos si no fuera por la obra de Dios en nuestra vida. ¿Hacia dónde íbamos antes de conocer a Cristo? ¿Dónde estaríamos ahora sin El? Trate de ser realista, tome un momento para darle gracias a Dios. Más bien, escríbale una carta confidencial en que exprese su gratitud por el cambio que El ha efectuado en su vida.



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El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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NUESTRA MISIÓN EN NUESTRA CIUDAD Y NUESTRA NACIÓN
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:24–27).
Dios hizo las naciones, los pueblos y las culturas, y prefijó las fronteras de sus lugares de residencia, con un solo propósito: que le busquen. Él ha fijado el lugar de cada uno de nosotros con el mismo propósito: que le busquemos donde estemos.
Hay dos motivos que nos impulsan a buscar a Dios: para conocerle y para servirle. Nuestras vidas están en las manos de Dios y Él determina el lugar de nuestra morada para que podamos conocerle y servirle.
Mi experiencia no fue diferente. En 1959, cuando tenía trece años, mis padres emigraron a Estados Unidos desde Colombia. Durante los años siguientes, estudié y trabajé en Miami, Nueva York y Los Ángeles. Fue allí, en febrero de 1976 y a la edad de treinta años, que mi esposa y yo tuvimos un encuentro con el Señor Jesucristo. Sí, un domingo por la mañana, en una iglesia ubicada en el valle de San Fernando al sur de California, nos presentaron las buenas nuevas de salvación y decidimos seguir a Cristo. Han pasado ya dieciocho años desde aquel maravilloso día, y desde ese momento comenzamos a servir al Señor en todo lo que podíamos. Durante nueve años fui pastor en Mesa, Arizona, y últimamente he estado viajando por Latinoamérica, Norteamérica y Asia enseñando y predicando la Palabra de Dios.
Hay cosas muy interesantes y profundas para meditar en todo cuanto hace el Señor.
Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos (Daniel 2:21).
Por lo tanto, debemos reconocer que Dios es el que cambia los tiempos y las estaciones, establece autoridades y las quita. Permite los avances y el conocimiento científico para el progreso de la humanidad. En fin, Dios mueve la rueda de la creación y dirige las circunstancias y las vidas de los hombres para darles paz y prosperidad (Jeremías 29:11).
Dios, el soberano de la tierra
Nuestras vidas están en las manos de Dios, el cual ha determinado todo. Y así ha sido siempre. Por ejemplo, la Biblia nos habla de lo que pasó con personas que vivieron hace miles de años. Una de ellas fue Jacob.
El libro de Génesis nos cuenta cómo Jacob habitó y sirvió al Señor en la tierra donde moró su padre y donde él también nació, en la tierra de Canaán (Génesis 37:1). También fue en ese lugar donde el Señor dio a uno de sus hijos, José, un sueño. Génesis 37:7 nos explica este sueño: veía que ataban manojos en medio del campo y el manojo de José se levantaba para que los otros se inclinaran ante él. Por ese sueño sus hermanos le aborrecieron grandemente y le preguntaron: «¿Reinarás tú sobre nosotros o señorearás sobre nosotros?» (Génesis 37:8).
La Biblia nos narra que José tuvo otro sueño. Vio que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Cuando lo contó a su padre y hermanos, le preguntaron: «¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?» (Génesis 37:10).
La envidia provocó que más tarde sus hermanos conspiraran para matar a José, pero Rubén interviene y no lo hacen. Es por ello que deciden venderle a unos mercaderes ismaelitas que pasaban por el lugar. Estos mercaderes llevaron a José a Egipto y lo vendieron a Potifar, capitán de la guardia de Faraón. Dice la Biblia que en todo esto, Dios estaba con José y, a pesar de la falsa acusación de la mujer de Potifar que lo llevó a la cárcel, lo hacía prosperar. Estando en la cárcel interpretó los sueños del jefe de los coperos y este, después de dos años, lo recomendó a Faraón para que le interpretase un sueño. Debido a que José interpretó el sueño, Faraón lo nombró gobernador y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Jehová lo bendecía en todo lo que hacía y le prosperaba.
Con el paso del tiempo, José fue de gran bendición para Egipto y las naciones de su alrededor. El plan y el propósito de Dios para su siervo se cumplió. Dios lo colocó en el lugar en el que tenía que estar para que le sirviera.
El fruto de la conquista
Pero no sólo fue así con los personajes bíblicos, hace cinco siglos Cristóbal Colón fue el descubridor de América. Era un experimentado marino que hizo sus viajes para buscar una ruta comercial más corta al oriente y para llevar el «evangelio» a aquellos emperadores orientales que pidieron a Marco Polo el envío de mensajeros que le hablaran de la fe cristiana. Todos sabemos que no llegó a las Indias orientales como pensaba, pero sus viajes fueron de bendición para las nuevas tierras a las que llegó y también beneficiaron económicamente a España, tierra de la cual salió. Sin embargo, también hubo maldición a través de todo esto, porque las ofensas y heridas causadas en el proceso de la conquista fueron puertas que se abrieron al mundo de las tinieblas. Produjeron las consecuencias que eran de esperarse y por las que todos hemos sufrido. Antes de morir, Cristóbal Colón escribió un libro en el que se consideraba cumplidor de sesenta y cinco profecías del Antiguo Testamento, y declaraba que su nombre Cristóbal significaba mensajero de Cristo. En su libro América 500 años después, Alberto Mottesi explica con erudición este tema.
El llamado para bendición
Hoy en día, Estados Unidos es un país muy grande constituido por personas llegadas de todas las naciones del mundo. Solamente los hispanoparlantes somos alrededor de treinta millones en este país. Se estima que para el año 2000 seremos la minoría más grande de la nación. Todos han venido por diferentes razones: políticas, económicas, familiares, educacionales, religiosas, etc. Lo que muy pocos saben es que independientemente de la nación de origen y la aparente razón de su venida, Dios prefijó este lugar de habitación para que le busquen (Hechos 17:26–27). ¿Podemos entenderlo?
Otra de las razones por la cual Dios nos lleva a otras naciones es para que seamos bendición. No podemos negar el hecho de que Él tiene en su mano nuestro nuestro porvenir y desea que le busquemos en cualquier parte donde Él nos establezca.
Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz[…] Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón (Jeremías 29:7, 11–13).
Parte del proceso de bendición al que Dios nos ha llamado incluye la oración y la intercesión. Debemos rogar por la paz, las autoridades, las familias. Nuestra misión es ofrecer al Señor sacrificios de alabanza en el lugar donde estamos y donde vivimos para que su Espíritu repose allí; nuestra misión es ser testigos de Cristo, siendo pacificadores, amando y sirviendo, haciendo todo sin murmuraciones ni contiendas para que seamos «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa en medio de la cual resplandeceremos como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida» (Filipenses 2:14–16).
Mi buen amigo John Robb ha dicho: «La historia se escribe con las oraciones de los intercesores». La conquista de nuestras ciudades y de nuestras naciones para Cristo comienza con las oraciones del pueblo de Dios.
Con la oración abrimos las puertas del mundo de las tinieblas para salvar a los perdidos y para destruir las fortificaciones que impiden el derramamiento de las bendiciones de Dios.
Nuestra misión en nuestras ciudades y naciones es orar e interceder por las autoridades, los gobernantes y todos los que están en eminencia. Esto puede, con toda seguridad, cambiar el destino de los pueblos y el curso de la historia:
Para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del cielo, y oren por la vida del rey y por sus hijos (Esdras 6:10).
Exhorto ante todo, a que hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:1–4).
Dios nos ha puesto como vigilantes y como guardas de nuestras ciudades y naciones para que, en el espíritu de oración e intercesión, pongamos en acción las estrategias de guerra espiritual que nos permitan atar al hombre fuerte para entrar en su territorio y saquear sus bienes.
Todos vivimos en una ciudad y pertenecemos a una nación. ¿Qué estamos haciendo por esa ciudad y por esa nación? Sin duda, allí habrá muchos problemas. Quizás sus autoridades y gobernantes no hagan lo correcto e impere la injusticia. Tal vez existan motivos dignos de exigencia y protesta, y eso será precisamente lo que muchos harán: reclamar, protestar y hacer paros y huelgas.
Bueno, eso es lo que ellos están haciendo. Pero nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos importan la vida y el destino de nuestra ciudad y de nuestra nación? Si es así, ¿qué hacemos para ayudar? Como cristianos, ¿somos parte del problema o de la solución? ¿Protestamos también igual que los demás o en realidad hacemos algo para mejorar la situación?
La Biblia dice que nuestra misión es recordar a los hombres «que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3:1–2), orando en todo lugar, «levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1 Timoteo 2:8).
¿Cómo cambiar el panorama y el destino de nuestras ciudades y naciones? Proclamando con el ejemplo la Palabra del Señor que dice:
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos (Romanos 13:1–2).
Nuestra ciudad y nuestra misión
Dios tiene planes para nuestra ciudad y nuestra nación. Él desea redimirlas de los escombros y de las cenizas. Las buenas nuevas de salvación no sólo son para los individuos, sino para las ciudades. Cuando Jesucristo comenzó su ministerio de reconciliación las Escrituras nos revelan que entró en la sinagoga y desenrollando el libro del profeta Isaías, leyó:
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados (Isaías 61:1–2).
Lo que hemos visto claramente es que el texto de Isaías demuestra que la unción de Dios no concluye en el versículo 2, veamos lo que dice el profeta en los siguientes versículos:
[Para] ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones[…] He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 61:2–4; 62:11–12).
Los rasgos que distinguen a una ciudad los establecen sus moradores, quienes a su vez determinan el curso y futuro de ella. De ahí que también definan los sistemas políticos, económicos, sociales, culturales y espirituales, haciendo de su ciudad una Sodoma o una Jerusalén.
Es por ello que nuestra misión como iglesia y pueblo de Dios es orar e interceder, predicar y proclamar, para que se arrepienta de su pecado y pueda recibir las bendiciones de Dios. El mensaje para las siete iglesias en las ciudades de Asia (Apocalipsis 2–3) es el mismo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Siempre la promesa es que si obedecen al Espíritu de Dios y vencen los obstáculos que cada una tiene, recibirán bendición de Dios.
Recientemente, en Colombia, durante una serie de conferencias sobre Guerra Espiritual, el Señor me dio una palabra profética para las ciudades de esa bella nación:
     Santa Fe de Bogotá, conocida como la Atenas de Sudamérica, es el nervio de la nación. El mensaje profético fue de que el Señor redimirá los dones de la ciudad y los usará para glorificarlo. Santa Fe de Bogotá será LOS OÍDOS Y LA BOCA DEL SEÑOR para Colombia.
     Medellín, conocida como la ciudad industrial de Colombia, pero al mismo tiempo como la sede de la violencia y del narcotráfico, lo que la ha convertido en una de las ciudades más violentas del continente, será redimida para convertirse en la ciudad más laboriosa para la obra del Señor, quien secará sus lágrimas y calmará el dolor que sus moradores han sufrido por tantos años. Medellín será EL CORAZÓN INTERCESOR delante de Dios para Colombia.
     Cali, conocida como la capital de la cumbia y cuna de las mujeres más bellas, es también la ciudad con el índice más alto de SIDA en Latinoamérica. El Señor redimirá los dones de la ciudad para su gloria. Cali será LOS PIES Y LAS MANOS DEL SEÑOR de donde surgirán la adoración, la alabanza, la música y la danza para toda la nación y el continente.
Asimismo, podría hacer una lista de ciudades de Estados Unidos a las que el Señor va a redimir sus dones, como:
     Los Ángeles, California, llamada la ciudad de Nuestra Señora de los Ángeles. Fue fundada para ser un centro misionero católico, desde el cual saliera el mensaje cristiano para la nación. En verdad el «mensaje» de esta ciudad salió para afectar terriblemente a la nación y al mundo entero, pero no fue debido al mensaje cristiano, sino el del sexo enfermizo, la lujuria, el vicio y toda clase de sensualidad morbosa y espiritualidad satánica. El Señor redimirá los dones de esta ciudad para que desde ella salga el verdadero mensaje de salvación para todas las naciones. Por cierto, esta ciudad ya es sede del canal de televisión cristiano más grande del mundo. Es también sede de numerosas organizaciones misioneras y probablemente tiene el mayor número de cristianos evangélicos de Estados Unidos.
     Miami, Florida, conocida como la puerta de Estados Unidos, es sede del narcotráfico, el lavado de dólares, la santería, el vudú, la macumba. Desde las islas caribeñas le han llegado numerosas filosofías satánicas originadas en el África negra, como Rastafari, Changó, Orisha, Pocomanía, Jumbie, Obeah y otras más. El mensaje profético es que de ella saldrá para el continente el mensaje de Dios con la música, la literatura y los recursos económicos.
La iglesia debe levantarse con la visión de orar e interceder por su ciudad. Jesús lo hacía y debemos seguir su ejemplo. Él iba por las aldeas y ciudades, predicando el evangelio del Reino de Dios. La Biblia dice, literalmente:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha más los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (Mateo 9:35–38).
Los cristianos debemos causar impacto en nuestra ciudad y proclamar, con evidencias, la Palabra de Dios, porque el juicio sobre las ciudades que rehúsan arrepentirse es severo.
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón, se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que ha sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti (Mateo 11:20–24).
Espero que hayamos entendido cuál es nuestra misión en nuestra ciudad y en nuestra nación. Comencemos a orar por su cumplimiento. He aquí un modelo para esa oración:
Señor, permítenos reconocer cuáles son las fuerzas del mal que nos atacan y concédenos ver al hombre fuerte.
Satanás, venimos contra ti en este momento. En el nombre de Jesús de Nazaret declaramos que tus planes de hurtar, matar y destruir no tendrán efecto. Declaramos rota tu influencia sobre los habitantes de nuestra ciudad y de nuestra nación. Declaramos nula tu influencia y tu engaño sobre nuestra juventud, nuestros hogares, nuestros maestros y nuestras autoridades.
Señor, ayuda a nuestros gobernantes para que rechacen toda influencia que viole tus principios espirituales. Dirígelos para que puedan legislar y gobernar sabiamente. Clamamos a ti para que prevalezca la justicia en todo y en todos. Libera a nuestras ciudades y a nuestras naciones de la violencia, el crimen, la inmoralidad y la infidelidad conyugal. Derrama tu bendición sobre ellas. En el nombre de Jesús de Nazaret, ¡AMÉN!
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No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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EL ARREPENTIMIENTO DE LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Salmo 2:8).
Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella (Lucas 19:41).
Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad (Josué 6:16).
El Señor ama a todas las ciudades y naciones. Ama a la ciudad y la nación de usted. No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos. La Biblia está llena de ejemplos de ciudades y naciones que se arrepintieron de sus pecados y se volvieron a Dios. La Gran Comisión es precisamente el mandato de Dios para que eso suceda. El Señor quiere que se hagan discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19), para lo cual envió a su Espíritu Santo para que sus discípulos le fueran testigos en la ciudad de Jerusalén, en la región de Judea, en la nación de Samaría, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Dios quiere que tengamos la visión de tomar ciudades, regiones y naciones, territorialmente, para Cristo.
El apóstol Pablo escribió sus epístolas para las ciudades de Roma, Éfeso, Corinto, Galacia, etc. El libro de Apocalipsis nos revela que Dios bendice y juzga a la iglesia de manera colectiva, no individualmente. Es decir, ante Dios el Padre no son las denominaciones ni las congregaciones las que representan a Cristo, sino que es la iglesia en su totalidad, los creyentes todos de una ciudad.
La epístola a los Hebreos dice que Dios edificó una ciudad: «Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios[…] Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:10–16).
Todo lo anterior nos indica que Dios piensa en las ciudades y naciones del mundo, y que su voluntad es que procedan al arrepentimiento. Sus discípulos, sus obreros, sus mensajeros, sus pastores, son los instrumentos que Él ha escogido para ese arrepentimiento, porque todos, todos … somos y debemos ser los intercesores ante su trono de gracia para alcanzar misericordia.
Obediencia y oración
No obstante, es necesario que seamos obedientes. La Biblia nos da ejemplos al respecto en la vida de Josué y Caleb:
     Josué obedeció al Señor y conquistó para Él la ciudad de Jericó (Josué 6:16).
     Caleb obedeció y por fe recibió la tierra por posesión: «Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión» (Números 14:24).
Si obedecemos e intercedemos por nuestras ciudades y naciones, podremos entrar en la batalla para conquistarlas en la seguridad de que la victoria será nuestra, pues la batalla es del Señor:
Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra (Josué 6:2).
Asimismo, nos convertimos en instrumentos de justicia para esa necesaria y apremiante reconciliación total. Por consiguiente, tiene que desaparecer la atmósfera contaminada que asfixia a nuestros pueblos; tiene que desaparecer la religiosidad vacía, la corrupción de mente, de espíritu y de cuerpo, para que en estos últimos días, las ciudades y las naciones puedan regresar a Cristo. Ante todo, tiene que desaparecer la división entre el pueblo de Dios, ese pueblo llamado a conquistar y a triunfar, pero como un solo ejército.
En el caso de Josué, vemos que primeramente creyó en las promesas de Dios y, debido a ello, recibió la visión para la conquista de la ciudad de Jericó. Luego, obedeció el mandato de Dios en cuanto a la estrategia para la toma de la ciudad; y fue en obediencia a las instrucciones que Él le dio que demandó la unidad de todo el pueblo para el asalto final: «TODO el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá» (Josué 6:5).
Más adelante, encontramos a Caleb diciendo:
Como podrás ver, Jehová me ha mantenido con vida y salud durante estos cuarenta y cinco años desde que comenzamos a vagar por el desierto, y ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte ahora como cuando Moisés nos envió en aquel viaje de exploración y aún puedo viajar y pelear como solía hacerlo en aquella época. Por lo tanto, te pido que me des la región montañosa que Jehová me prometió. Recordarás que cuando exploramos la tierra vimos que los anaceos vivían allí en ciudades con murallas muy grandes, pero si Jehová está conmigo yo los echaré de allí (Josué 14:10–12, La Biblia al día).
La conquista fue posible porque hubo participación de todo el pueblo de Dios representado por cada una de las tribus de Israel:
Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu (Josué 3:12).
Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu (Josué 4:2).
Como una señal de UNIDAD, Josué mandó tomar doce piedras (Josué 4:3) de en medio del Jordán, las cuales debían llevarlas y levantarlas: «Para que esto sea señal entre vosotros» (Josué 4:6).
La unidad es la clave para conquistar ciudades y naciones mediante el arrepentimiento. «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía![…] porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna» (Salmo 131:1, 3b).
Aunque continuemos (y debemos hacerlo) cumpliendo nuestras responsabilidades en las asambleas y congregaciones locales a las cuales Dios nos ha llamado a servir, tenemos también la responsabilidad de unirnos delante de Dios en nuestras ciudades y regiones para rendirle adoración, alabanza, loor, honor y gloria, intercediendo por ellas para que Él derrame su misericordia. Y entonces podremos decir como Pedro: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (Hechos 10:34–35).
Arrepentimiento y confesión
Los profetas Esdras y Daniel nos demuestran el corazón de un intercesor que clama a Dios por el perdón de los pecados de la nación de Israel. Reconocieron que el sincretismo trae maldición a un pueblo que sufre el juicio de Dios. Es por eso que claman a Él y retan al pueblo a arrepentirse y a renunciar a la idolatría de sus antepasados.
Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo y a vergüenza que cubre nuestro rostro como hoy día (Esdras 9:5–7).
¿Qué sucedió como resultado de esta intercesión?
Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente[…] Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel. Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras. Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra (Esdras 10:1, 10–12).
He aquí la oración de intercesión de otro profeta, Daniel:
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Daniel 9:17–19).
Los profetas reconocieron que todo lo que le sobrevino a la nación fue debido a sus pecados. Pero sabían también que si se arrepentían, Dios los oiría desde los cielos.
Cuando la ciudad de Nínive oyó el mensaje del profeta Jonás, los habitantes creyeron y se arrepintieron, desde el mayor hasta el menor, hombres y bestias y aun el propio rey. Nos dice la Biblia que Dios los perdonó y no trajo juicio sobre la ciudad (Jonás 3:5–10).
Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante del enemigo por haber prevaricado contra ti, y se convirtiere, y confesare tu nombre, y rogare delante de ti en esta casa, tú oirás desde los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y le harás volver a la tierra que diste a ellos y a sus padres (2 Crónicas 6:24–25).
El mundo entero está bajo el poder del maligno, dice la Biblia (1 Juan 5:19), pero «los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con Él» (2 Crónicas 16:9a). Si intercedemos, Él tendrá misericordia.
Por lo tanto, cumplamos con nuestra misión de intercesión para que las ciudades y las naciones se arrepientan y vengan, de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio (Hechos 3:19).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).
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