martes, 8 de octubre de 2013

La nueva geografía de la historia: La Nueva historia de la Iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La nueva cartografía
La historia de la iglesia está cambiando radicalmente. Tanto, que esa historia es ahora una disciplina muy distinta de lo que era cuando por primera vez la estudié hace poco más de cuarenta años. Lo más importante que ha ocurrido en esos cuarenta años no es algún descubrimiento arqueológico o algún nuevo manuscrito, de los cuales ha habido varios. Hoy la vanguardia de los estudios de historia eclesiástica no se encuentra en el estudio de algún momento particular de esa historia, o de algún manuscrito recién descubierto. Es posible que eso sea parte de la vanguardia, pero la vanguardia es mucho más amplia. Se encuentra en realidad en los grandes cambios que han tenido lugar, y que todavía continúan a una velocidad cada vez mayor, en la disciplina misma. En una palabra, el campo entero de la historia eclesiástica está cambiando, hasta tal punto que ya no es lo que era hace cuarenta años, y sólo podemos adivinar lo que será dentro de otros cuarenta más.
Quizá alguien se pregunte cómo es posible que el pasado cambie. Ciertamente, no es posible. Pero la historia no es lo mismo que el pasado. El pasado nunca nos resulta directamente accesible. El pasado se nos llega a través de la mediación de la interpretación. La historia es ese pasado interpretado.

La historia como diálogo

Quizá un buen modo de expresar esto sea usando la imagen de un diálogo. En un diálogo, el otro no me resulta directamente accesible. Todo lo que tengo son palabras, gestos, tonos, mediante los cuales la otra persona intenta comunicarse conmigo, pero que yo a mi vez recibo e interpreto según mis propias experiencias y presuposiciones. Para que haya verdadero diálogo, debo respetar la otredad de mi interlocutor. No puedo interpretar sus palabras a mi antojo. Esas palabras están ahí, fuera de mí. Por otra parte, por mucho que me esfuerce, el único modo en que puedo oírlas e interpretarlas es desde mi propia perspectiva. Si nos detenemos a analizarlo, llegamos a la conclusión de que el diálogo es imposible. Y sin embargo, a pesar de su imposibilidad, ¡hay diálogo! La comunicación pura y sin impedimentos no es sino una quimera inalcanzable. A pesar de todo ello, la comunicación es el fundamento de toda la vida social. Yo mismo sé al escribir estas palabras que ni uno solo de mis lectores las leerá exactamente como yo lo intento—lo que es más, no habrá dos de ellos que las lean exactamente del mismo modo. Y a pesar de ello, insisto en escribir. Ello se debe al milagro de la comunicación, la cual, a pesar de ser imposible, es el fundamento de toda la vida social.
Pensemos entonces acerca de la historia como un diálogo. Es un diálogo en que no solamente el pasado se dirige a nosotros sino también nosotros al pasado. Como historiador, no soy mero observador pasivo de los acontecimientos pasados, sino interlocutor que dialoga con el pasado, que le plantea preguntas. Las respuestas que el pasado me da dependen en buena medida de las preguntas que le hago.
Lo que todo esto significa es que los cambios que están teniendo lugar en la historia de la iglesia son la contraparte de los cambios que están teniendo lugar en la iglesia hoy.

Historia y geografía
Como imagen fundamental para describir y discutir los cambios que están teniendo lugar en la historia eclesiástica, he decidido utilizar la metáfora de la geografía. En cierto modo se trata de algo más que una metáfora, puesto que hay una verdadera conexión entre la historia y la geografía. Si la historia es drama, la geografía es el escenario donde el drama tiene lugar. Por mucho que uno se interese en la trama, es imposible entenderla o seguirla sin verla sobre el escenario. Lo que es más, buena parte de la trama y de su impacto tienen que ver con el lugar que cada actor ocupa en el escenario, con sus entradas y salidas, con la decoración que establece el ambiente, con el movimiento de los actores hacia el frente o hacia el fondo.
De igual modo, aprendí hace muchos años que resulta imposible seguir la historia sin comprender el escenario en que tiene lugar. Debo confesar que durante mis primeros años de estudio el tema que menos me interesaba era la historia. Tal fue el caso hasta que un día llegué a descubrir que la razón por la que no me gustaba la historia era precisamente porque estaba tratando de entender los acontecimientos únicamente en términos de su secuencia cronológica, como si la geografía o el escenario en que tuvieron lugar no fuese importante. El resultado fue que lo que debió haber sido el estudio fascinante de vidas y dramas humanos se volvió una serie de nombres y fechas colgados en el aire, de fantasmas desencarnados que marchaban por las páginas de mis libros de texto en una sucesión rápida y confusa. Sólo cuando empecé a verles como personas reales, con los pies en tierra firme, y cuando comencé a entender los sufrimientos de los pueblos y las naciones, no solamente a través del tiempo y la cronología, sino también a través del espacio y la geografía, la historia se me volvió un fascinante tema de estudio.
Como profesor, he llegado a la convicción de que uno de los principales obstáculos en la enseñanza y aprendizaje de la historia eclesiástica es que la geografía que sirve de escenario para tal historia resulta desconocida para la mayoría de los estudiantes. Puedo estar muy interesado en los contrastes teológicos y hermenéuticos entre Alejandría y Antioquía, y dedicarle toda una hora a la explicación de tales contrastes y de sus consecuencias para la cristología o para la soteriología, y al fin de esa hora descubrir que mis estudiantes no tienen la más ligera idea de dónde se encuentran Alejandría y Antioquía en un mapa del Imperio Romano.
Mi esposa es también profesora de historia eclesiástica. Hace algunos años comenzó a sospechar que una de las razones por las que algunos estudiantes tenían enormes dificultades en comprender la historia de la iglesia antigua y medieval era que carecían de una visión geográfica fundamental. Un año, en la primera clase del curso, aun antes de decir la primera palabra acerca de la historia, repartió entre los estudiantes mapas mudos de Europa y del Imperio Romano, y les pidió que marcaran en esos mapas la localización de ciertas ciudades y lugares. Casi todos sabían suficiente geografía para colocar a Roma en algún punto de esa bota que es Italia. La mayoría sabía que Jerusalén se encontraba hacia el borde oriental del Mediterráneo. Pero hasta ahí llegaban sus conocimientos. Un estudiante puso a Irlanda en Ucrania. Otro colocó a España en Alemania y a Egipto en España. Alejandría salió a la deriva desde Egipto hasta la Gran Bretaña, y los pobres libios se congelaban al norte de Moscú. De más está decir que a partir de entonces uno de los textos requeridos en ese curso de introducción a la historia eclesiástica es un buen atlas histórico.
Tras divertirnos a costa de los estudiantes que apenas se asoman al campo de la teología, es hora de que los historiadores y profesores de teología veamos la viga en nuestro propio ojo. Ciertamente, sabemos aproximadamente dónde colocar a Alejandría en el mapa, y no se nos ocurriría colocar a España al este del Rhin; pero, ¿tenemos suficiente conciencia del modo en que el mapa de la iglesia ha cambiado durante el tiempo que nos ha tocado vivir, y cómo ello comienza a afectar la historia misma de la iglesia?
Los cambios en el mapa del cristianismo deberían ser evidentes para quien conozca el modo en que el cristianismo ha evolucionado durante las últimas décadas. A principios del siglo 20, la mitad de todos los cristianos en el mundo vivía en Europa. Ahora son menos de la cuarta parte. A principios del mismo siglo, aproximadamente el ochenta por ciento de los cristianos eran blancos; ahora, menos del cuarenta por ciento. A principios del siglo 20, los grandes centros misioneros se encontraban en Londres y Nueva York. Hoy salen más misioneros de Corea que de Londres, y Puerto Rico envía misioneros a Nueva York por docenas.

El viejo mapa

Lo que esto significa es que el mapa del cristianismo que nos servía hace unas pocas décadas ya no funciona. En aquel mapa el centro se encontraba en el Atlántico del Norte—Europa y Norteamérica. Aparte de algunas iglesias cuyo interés estaba mayormente en su función como reliquias del pasado, poco fuera del Atlántico del Norte atraía la atención de los historiadores. Esos mismos historiadores eran en su mayoría personas del Atlántico del Norte, o al menos personas que, como yo, habían sido educadas de tal modo que prácticamente se sentían parte de ese centro.
Quizá algunos ejemplos nos ayuden a explicar este punto.
El primer ejemplo lo tenemos en el texto de historia eclesiástica que sirvió de base para la formación de mi generación. Ese texto era el libro de Williston Walker, Historia de la iglesia. Aunque cuando entré al seminario ya ese libro había sido revisado repetidamente, su estructura fundamental era la misma de la primera edición.
Al parecer, el criterio fundamental para el proceso de selección de temas a discutirse en la Historia de Walker es la importancia que cada acontecimiento tiene para el protestantismo norteamericano. La tabla de contenido es tal que cualquier protestante norteamericano al leer el libro podrá decir: «Esta es mi historia». La narración durante los primeros siglos se limita casi exclusivamente al Imperio Romano, luego a la Europa occidental, y después de la Reforma al Atlántico del Norte. La conversión de Armenia se menciona sólo parentéticamente en una oración acerca del alcance del monofisismo. La iglesia en Etiopía ocupa un poquito más de espacio—aproximadamente medio párrafo—, también en una sección acerca de la rebelión monofisita que resultó de las políticas de Justiniano. El avance del Islam alcanza también la importancia de medio párrafo—un párrafo que también se ocupa de los lombardos, los ávaros, los croatas, los serbios, y otros. Otro párrafo despacha la Reconquista española. Apenas se menciona la importancia de la civilización árabe para el renacimiento teológico de los siglos 12 y 13, y en particular para el desarrollo del tomismo. Hasta donde sé, ni siquiera se recuerda el papel fundamental de Sicilia y de España en ese encuentro entre civilizaciones.
Llegamos entonces a la Reforma del siglo 16. Ese período ocupa ciento veintiuna páginas, de las cuales poco más de siete se dedican al catolicismo romano. En esa breve sección acerca del catolicismo, se habla acerca de movimientos monásticos y místicos, de la polémica antiprotestante y del Concilio de Trento. Pero no se dice una sola palabra acerca de la gran actividad teológica que estaba teniendo lugar dentro de la Iglesia Católica Romana, aun aparte de la polémica antiprotestante. Esas siete páginas incluyen también una referencia, como de paso, a Ricci en China y a De Nobili en India. De Francisco Suárez, teólogo fundamental para la orden de los jesuitas, no se dice ni una sola palabra. Hacia el final del libro, se retoma la historia del catolicismo romano, ahora en nueve páginas que se ocupan del «catolicismo romano moderno» y que cubren todo el período desde el jansenismo hasta el tiempo en que el libro fue escrito.
Tras la controversia iconoclasta, las iglesias orientales reciben dos páginas en las que se cubre todo su desarrollo medieval, y por último siete páginas que traen su historia hasta el presente.
Esto puede parecer harto crítico; y en realidad lo es. Pero también es necesario señalar que como seminarista el único lugar en el currículo teológico, aparte de un breve curso sobre el ecumenismo, donde se mencionó siquiera la existencia de cristianos y de iglesias en Etiopía o en Armenia fue en los estudios de historia de la iglesia.

Una nueva conciencia y un nuevo mapa
Por otra parte, y lo que es peor, cuando repaso el modo en que por primera vez estudié la historia eclesiástica y la cartografía que se encontraba tras esa historia como presuposición tácita, me sorprendo y avergüenzo por el grado en que permití que esa narración se volviera parte de mi historia, aun cuando en varios modos nos marginaba a mí y a mi comunidad.
Un ejemplo también sirve para aclarar esto. El libro de Walker, como todos los demás que se usaban como texto entonces, parecía decir que la importancia del siglo 16 para la historia eclesiástica se limitaba a la Reforma protestante, y en una medida secundaria a su contraparte católica. Esto se entiende. Se trataba principalmente de libros protestantes, escritos en un tiempo en que todavía existía una gran enajenación entre protestantes y católicos, y eran libros del Atlántico del Norte, escritos desde una perspectiva en la que esa porción del globo terráqueo era el nuevo mare nostrum de la nueva civilización imperial. Lo que es notable es que, aunque yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde que tenía siete años de edad y estaba en segundo grado, al leer estos libros en el seminario no se me ocurrió pensar que había en ellos una gran omisión.
Hoy no puedo hablar acerca de la historia de la iglesia en el siglo 16 sin tener en cuenta que el 26 de mayo de 1521, cuando la dieta imperial de Worms promulgó su edicto contra Lutero, Hernán Cortés asediaba la ciudad imperial de Tenochtitlán. Hoy, tras el Segundo Concilio Vaticano y varios otros acontecimientos en América Latina, es necesario insistir que todavía no sabemos cuál de esos dos acontecimientos a la larga resultará ser más importante para la historia de la iglesia.
Yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde segundo grado. Conocía las fechas de fundación de las principales ciudades en las colonias españolas y cómo los habitantes originales de estas tierras habían sido explotados y cristianizados. Sabía de la fundación de las principales sedes eclesiásticas en las Antillas y en tierra firme. Todas estas eran fechas del siglo 16, al igual que las fechas de la Dieta de Worms y de la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, aunque los números eran semejantes y todos empezaban con «15», en la práctica pertenecían a dos mapas diferentes. En el mapa de mi propia historia secular y política, el siglo 16 era la época de la conquista y colonización del hemisferio occidental, de Cortés, Pizarro y Las Casas. En el mapa en que supuestamente debía colocar mi propia historia religiosa, el siglo 16 era la época de la Reforma, de Lutero, de Zuinglio y Calvino.
Hoy tengo que funcionar con otros mapas. El mapa con que hoy funciono ya no coloca al Atlántico del Norte en el centro, sino que es policéntrico. Quizá este sea el cambio más radical que ha tenido lugar en la cartografía de la historia eclesiástica. En el pasado podíamos hablar de un centro, o quizá de dos, y contar toda la historia a partir de esos centros, hacia afuera. Ya hoy eso no es posible. Hoy hay muchos centros, tanto en la vida actual de la iglesia como en el modo en que la historia pasada de la iglesia se escribe.

Un mapa policéntrico

Es útil detenerse a pensar sobre el carácter policéntrico del cristianismo de hoy. En un grado sin paralelo en la historia de la iglesia, hoy los centros de vitalidad no son los mismos que los centros de recursos económicos. Y esos centros son varios. En tiempos pasados, hubo muchos cambios en la geografía del cristianismo. Ya en el Nuevo Testamento vemos como el centro se mueve de Jerusalén a Antioquía, y aún más hacia Asia Menor. Pero allí resulta claro que, al mismo tiempo que la importancia de la iglesia en Jerusalén se va eclipsando en comparación con el resto del cristianismo, lo mismo sucede con sus recursos económicos, de tal modo que una parte importante de la misión de Pablo es recoger fondos para los creyentes en Jerusalén. Más tarde, cuando las invasiones islámicas y el Renacimiento carolingio movieron el centro hacia la Europa occidental, resulta claro que hay ahora un nuevo centro, no sólo en vitalidad, sino también en recursos económicos.
Hoy la situación ha cambiado. No cabe duda de que la inmensa mayoría de los recursos financieros de la iglesia se encuentra todavía en el Atlántico del Norte. El presupuesto de algunos de los principales seminarios en los Estados Unidos es bastante mayor que el presupuesto entero de toda una denominación en otros países. Algunas congregaciones en los Estados Unidos poseen edificios cuyo valor es más que la suma total del valor de todos los edificios de denominaciones enteras en otros lugares. Lo mismo es cierto en cuanto al número de libros y revistas publicados, en cuanto a lo que se invierte en los medios de comunicación, etc. Y sin embargo, la proporción de cristianos en el Atlántico del Norte continúa disminuyendo, mientras en los países tradicionalmente más pobres hay una verdadera explosión en el crecimiento del cristianismo.
Esto es lo primero que quiero decir al afirmar que la nueva geografía del cristianismo es policéntrica. Desde el punto de vista de los recursos, los centros se encuentran todavía en los Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. Desde el punto de vista de la vitalidad, del celo evangelizador y misionero, y hasta de la creatividad teológica, ya desde hace algún tiempo los centros se van moviendo hacia el sur.
La segunda dimensión de la nueva realidad policéntrica es que aun en el sur no hay un nuevo centro. Hay importantes movimientos teológicos que nos vienen del Perú así como de Africa del Sur y de las Filipinas. Hay un crecimiento increíble en Chile, así como en Brasil, Uganda y Corea. Ya no es posible referirse a lugar alguno como el centro del cristianismo, ni siquiera como uno de unos pocos centros.

Consecuencias del nuevo mapa

Este nuevo mapa del cristianismo implica a su vez que hemos de leer la historia eclesiástica de una manera diferente, al menos en lo que se refiere a dos puntos.
El primero de ellos es que ya no nos es posible separar la historia de la iglesia de la historia de las misiones o de la historia de la expansión del cristianismo. El modo en que la historia eclesiástica se ha leído, escrito y enseñado tradicionalmente, no sólo en el Atlántico del Norte, sino en todo el mundo, daba la impresión de que el cristianismo del Atlántico del Norte era la meta de la historia eclesiástica, y que por tanto todo lo que llevaba a él era parte de una historia diferente, de otro campo de estudios que normalmente se denominaba «historia de la misiones». Así, por ejemplo, la conversión del Imperio Romano y de las tribus germánicas eran parte de la historia eclesiástica, pero la conversión de Etiopía y los orígenes del cristianismo en Japón eran parte de la historia de las misiones. La controversia acerca de la presencia de Cristo en la eucaristía durante el período carolingio eran parte de la historia de la iglesia; pero la controversia acerca de los ritos chinos entre jesuitas y dominicos no lo era. Los debates acerca de la veneración de imágenes en la Europa del siglo 8 eran parte de la historia de la iglesia; pero el debate acerca de la veneración de los ancestros en el Asia del siglo 19 no lo era.
Hoy es imposible hacer tales distinciones. Puesto que el mapa del cristianismo ya no tiene al Atlántico del Norte al centro, el nuevo bosquejo de la historia de la iglesia ya no tiene al cristianismo de esa zona como punto culminante desde el cual mirar al pasado. Precisamente porque el cristianismo se ha vuelto policéntrico, la historia eclesiástica se ha vuelto global y ecuménica en un modo y en una medida que hubieran resultado inconcebibles hace unas pocas generaciones.
Esto nos lleva al segundo punto en el que el nuevo mapa de la iglesia exige una nueva lectura de la historia eclesiástica. Cuando por primera vez estudié esa historia, se daba por sentado que la esencia del cristianismo había quedado prácticamente determinada para el siglo 4. Por lo general se reconocía el hecho de que el cristianismo tal como nos ha llegado era el resultado de un encuentro entre el movimiento original de Palestina y la cultura grecorromana que dominaba entonces. Aunque Harnack y otros hayan expresado dudas acerca de si esto representaba el carácter original del cristianismo, o si lo traicionaba, por lo general aquella adaptación de la fe a la cultura dominante del mundo helenista se consideraba inevitable—y, por parte de los historiadores más ortodoxos, se la veía como un acontecimiento positivo. Se esperaba, sin embargo, que a partir de entonces el cristianismo seguiría siendo esencialmente el mismo, quizá con algún pequeño cambio de énfasis. Por ello, se estudiaba la conversión de los pueblos germánicos en términos de cómo habían sido añadidos a la iglesia, pero poco se decía acerca de la medida en que esa añadidura había traído consigo nuevas y diferentes interpretaciones de la fe. Después de todo, la mayoría de quienes escribían la historia eclesiástica se consideraban a sí mismos herederos intelectuales, espirituales y hasta genéticos del cristianismo, de la civilización grecorromana y de los invasores germánicos, y veían todo ello como parte de una misma entidad. Todo fluía en medio de la gran corriente que llevaba hacia el cristianismo del Atlántico del Norte y por lo tanto, aunque se reconocieran algunas diferencias entre cada uno de esos fenómenos, no se pensaba que esas diferencias fuesen tales que no se les pudiese unir en un solo cristianismo.
La justificación teológica que desde fecha muy temprana se dio para unir el cristianismo y la cultura grecorromana se encontraba en la antigua doctrina del Logos. Mediante esa doctrina se justificó aquella unión ya en la obra de teólogos como Justino Mártir, Clemente de Alejandría y Orígenes, quienes sostenían que el Logos que se encarnó en Jesucristo fue el mismo Logos mediante el cual toda la sabiduría que tuvieron les llegó a los antiguos, y que por ello la iglesia del Verbo encarnado tenía pleno derecho de apropiarse de cualquier verdad que hubiese en la tradición grecorromana.
El caso fue muy distinto cuando se trataba del encuentro entre el cristianismo y otras culturas que no eran parte del ancestro de quienes se dedicaban a la historia de la iglesia. En tal caso, ya no se trataba de descubrir lo que esas culturas podían contribuir al cristianismo y a su entendimiento de sí mismo. Ahora era cuestión de ver cómo comunicarle a una cultura pagana la fe dada de una vez y por todas, no solamente a los apóstoles y profetas, sino también a sus herederos del Atlántico del Norte. Es por ello que tales encuentros quedaron marginados, excluidos del campo fundamental de la historia eclesiástica y colocados en aquel otro campo separado, la historia de las misiones o la historia de la expansión del cristianismo. La historia de la iglesia sí debía estudiar cómo Justino Mártir interpretó el cristianismo en diálogo con la cultura grecorromana; pero la cuestión de la poligamia en algunas culturas africanas, y de cómo los cristianos africanos se enfrentaron a ella, era parte de la historia de las misiones. La historia de la iglesia estudia la importancia de la imprenta de tipo movible para los primeros estadios de la Reforma protestante; pero la importancia del caballo para la conquista y colonización del hemisferio occidental nada tenía que ver con la historia de la iglesia. Lo que es más, si los cristianos africanos o los cristianos de las culturas ancestrales americanas de algún modo se atrevían a permitir que sus tradiciones se manifestaran en su modo de interpretar y manifestar la fe, inmediatamente se les acusaba de sincretismo, con lo cual se implicaba, no sólo que su cristianismo no era parte de la historia de la iglesia, sino aún más que no era parte de la iglesia misma.
Aunque no se notara ni se dijera, lo que estaba en juego en tales casos era la doctrina misma del Logos que había servido de justificación para el diálogo anterior entre el cristianismo y la cultura grecorromana. Gracias a la doctrina del Logos, los cristianos de los siglos 2 y 3 pudieron acercarse a la cultura grecorromana esperando encontrar alguna verdad en ella, para luego establecer un diálogo entre esa verdad y la fe. Gracias a la doctrina del Logos, San Agustín pudo producir una interpretación moderadamente neoplatónica del cristianismo, y esa interpretación se impuso por largos siglos. Gracias a la doctrina del Logos, Tomás de Aquino pudo producir su imponente síntesis del cristianismo tradicional con el recientemente redescubierto pensamiento aristotélico. Todo esto fue posible porque los antiguos griegos tenían el Logos.
Pero cuando más tarde los cristianos se encontraron con otros pueblos y otras culturas, especialmente pueblos y culturas que podían ser conquistados, la doctrina del Logos quedó olvidada. Los conquistadores cristianos quemaron los antiguos libros mayas aun antes de leerlos, porque cualquier cosa que hubiese en ellos no podía ser sino obra del demonio. A la postre, la justificación para las misiones entre los pueblos supuestamente atrasados fue «la carga del hombre blanco»—the white man’s burden—que era otro modo de decir que el blanco del Atlántico del Norte se consideraba superior al resto del mundo. Con las excepciones notables de unos pocos pasajes en los escritos de Bartolomé de Las Casas y de otros autores, los cristianos europeos encontraron al Logos solamente en aquellas culturas y civilizaciones que no podían conquistar a la fuerza. Fue así como Mateo Ricci encontró al Logos en los chinos, y Roberto De Nobili entre las castas altas de la sociedad hindú.
Fue todo esto lo que le dio origen al viejo mapa de la historia eclesiástica, donde el centro era el resultado del encuentro y diálogo del antiguo cristianismo, primero con la cultura grecorromana, y luego con las tradiciones germánicas. Aparte de ese centro, todo lo demás era periferia cuyo valor se medía en términos de su asimilación de los valores e interpretaciones procedentes del centro—una periferia a la cual el centro estaba obligado a proveer sus beneficios, su entendimiento superior y su fe auténtica.

No se trata sólo de un cambio más
El mapa de la iglesia ha cambiado repetidamente a través de los siglos. Lo que primero fue una secta limitada a Palestina y sus alrededores, pronto se esparció por todo el Imperio Romano y allende sus fronteras. Ya para el siglo 4 el mapa incluía a Etiopía, a Armenia, Georgia, Persia, y hasta la India. En el 8, China vino a ser parte del mismo mapa. Después vino el gran período de expansión de las potencias europeas, y el mapa cambió radicalmente, de modo que pronto incluyó a Africa, Asia, y todo el hemisferio occidental. Más tarde se añadieron Australia, Nueva Zelanda y las islas del Pacífico.
Aunque todos estos cambios habían tenido lugar en el mapa del cristianismo en términos puramente geográficos, en términos ideológicos el mapa seguía siendo el mismo de tiempos de Eusebio de Cesarea. El mapa de Eusebio era bien claro. Daba un paso más allá de Justino, Clemente y Orígenes, quienes habían dicho que Dios, mediante el Logos, había provisto las dos corrientes que llevaban a Cristo: la tradición hebrea, especialmente el Antiguo Testamento, y la cultura grecorromana, especialmente la filosofía. Ambas llevaban a Jesús y debían por tanto ser vistas ahora como propiedad de la iglesia. Lo que Eusebio hizo fue añadirle la dimensión política a esta manera de ver a Dios actuando hacia una meta única. Tal como Eusebio nos cuenta la historia de la iglesia, el plan de Dios no era solamente que la revelación judía y la cultura grecorromana se uniesen en el cristianismo, sino también que el cristianismo y el imperio se uniesen en Constantino. La iglesia y el Imperio habían sido creados el uno para la otra. Por lo tanto, Eusebio lee los siglos anteriores de la historia eclesiástica en términos del modo en que llevaron a esa gloriosa unidad de la iglesia y el Imperio que él mismo experimentó, y a Constantino como el nuevo David.
El mapa de Eusebio era monocéntrico y providencial, puesto que para él todos los acontecimientos del pasado llevaban a la situación que él mismo experimentaba y que estaba convencido era obra de Dios.
A partir de entonces, aunque el mapa se ha expandido, y sus centros han cambiado, la estructura ideológica no ha cambiado. Es un mapa más grande, pero usualmente ha continuado siendo un mapa monocéntrico y providencial, en el cual el historiador se encuentra en la cima y mira hacia atrás para leer una historia que de algún modo culmina en el presente, y específicamente en el presente del historiador. Lo que no puede interpretarse como parte de ese movimiento escasamente tiene lugar en la narración histórica, y si se lo incluye, se trata de una condescendencia, de aquella «carga del hombre blanco», de una responsabilidad que el historiador tiene que cumplir por una especie de noblesse oblige.
El nuevo mapa es muy diferente. Al tiempo que el cristianismo se ha vuelto una religión verdaderamente universal, con profundas raíces en cada cultura, también se contextualiza más y más, y por lo tanto de cada uno de sus diversos centros vienen diferentes lecturas de toda la historia de la iglesia. El resultado es aterrador e inspirador.
Es aterrador, porque en buena medida implica que a cada paso tengo que volver a aprender mi propia disciplina. Ya no puedo seguir leyendo la historia a partir de una sola perspectiva o de un solo contexto. De algún modo tengo que escuchar las voces que vienen de distintos centros y de los márgenes, cada una de ellas con su visión desde diferente perspectiva, y por lo tanto cada una de ellas con una visión del pasado diferente a como yo lo veo. Por ello, ya no puedo hablar de un solo pasado, puesto que en esta variedad de centros y perspectivas se ven varios pasados. A veces el caos es tal que casi parecería que la historia eclesiástica amenaza explotar en mil fragmentos.
Por otra parte, la situación es inspiradora porque se trata de un momento único para dedicarse a la historia de la iglesia, ya que se ve claramente que esa historia no se ha hecho. La fluidez misma de nuestros mapas y la consiguiente fluidez del pasado implican que tenemos la libertad y hasta la obligación de escribir la historia de nuevo. Cada vez que leo lo que he escrito acerca de la historia eclesiástica, quisiera poder escribirlo de nuevo, puesto que algo falta, hay otra perspectiva que debo tomar en cuenta. Esto les devuelve a mis estudios históricos las fascinación que tuvieron cuando los emprendí por primera vez.

Otras dimensiones

Sin embargo, la geografía no es plana. Esto nos lo recuerda el hecho de que constantemente tenemos que proyectar el globo terráqueo sobre una superficie plana, y que toda proyección de algún modo distorsiona la realidad. Además, la geografía incluye, no sólo mapas planos, sino también topografía, montañas y valles. También en ese sentido la geografía de la historia está cambiando, como veremos en la próxima entrega o post.


lunes, 7 de octubre de 2013

Comportamiento consecuente con la fe: Pablo escribe y exorta con la Palabra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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LA EPÍSTOLA A TITO Y LAS EPÍSTOLAS PASTORALES

La Epístola a Tito es la tercera de las tres epístolas del apóstol Pablo —1 Timoteo, 2 Timoteo y Tito— que, desde el siglo XVIII, han recibido el nombre de Epístolas Pastorales. Se suelen llamar así porque son cartas escritas por Pablo, el pastor principal, para advertir a sus destinatarios de la importancia de asumir sus deberes pastorales. También porque, si bien tratan situaciones de iglesias, las tratan desde el punto de vista de los dirigentes de la congregación.
Estas tres epístolas tienen mucho en común. Pertenecen a los últimos años de la vida del apóstol Pablo y, por lo tanto, comparten ciertas preocupaciones y énfasis doctrinales que él veía de especial importancia en aquella fase de su ministerio. En ellas hallamos ciertas características de vocabulario y de estilo literario que indican que las tres proceden de la misma fuente en la misma época. Las tres van dirigidas a compañeros íntimos del apóstol, por lo cual tienen muchas referencias personales, si bien no son tan personales como quizás hubiéramos esperado (a excepción de 2 Timoteo), porque probablemente tenían que ser leídas en las iglesias en las cuales Timoteo y Tito estaban ministrando.
Aunque las tres tienen características en común, también hay divergencias entre ellas. 2 Timoteo, la última en ser escrita, es más íntima que las otras dos y proyecta con mayor intensidad las luchas personales, angustias y esperanzas del apóstol. Por esto mismo, es una epístola especialmente entrañable. Puesto que Pablo sabe que está a punto de morir, sus exhortaciones son urgentes y emotivas.
Los comentaristas suelen destacar el mayor parecido entre 1 Timoteo y Tito, tanto en su tono como en su contenido. Ambas epístolas hablan acerca del nombramiento de oficiales en la iglesia local y las características morales y espirituales que éstos deben mostrar. Ambas ponen bastante énfasis sobre la cuestión de los falsos maestros y cómo deben ser tratados.
Pero aun aquí hay alguna diferencia de énfasis. Mientras las cartas a Timoteo subrayan la importancia de la doctrina correcta, la Epístola a Tito, aun sosteniendo este mismo énfasis, concede mayor importancia a la vivencia correcta. Tito recibe instrucciones acerca de cómo debe enseñar a los creyentes de Creta para que se comporten consecuentemente con la fe que han abrazado.


LAS PASTORALES Y EL LIBRO DE LOS HECHOS

Estas tres epístolas tienen también en común el hecho de que es difícil encajarlas dentro de lo que sabemos acerca de la vida de Pablo. Contienen muchas referencias a las circunstancias personales del apóstol, pero éstas no se relacionan fácilmente con el Libro de los Hechos. En ellas encontramos referencias a lugares que, según la narración de Lucas, nunca fueron visitados por Pablo, y a situaciones que no quedan reflejadas en Hechos. Veamos algunas de ellas:

  —      Según 1 Timoteo 1:3, vemos que Pablo ha dejado a Timoteo en Éfeso, mientras él mismo se ha dirigido a Macedonia. En el Libro de los Hechos, se narra una sola ocasión en la cual Pablo va de Éfeso a Macedonia. Ésta ocurrió durante su tercer viaje misionero, narrado en Hechos 19–20. Pero, en aquel texto, la impresión dada es que Timoteo no se quedó en Éfeso, sino que fue enviado a Macedonia antes de que Pablo mismo fuera allá (19:22), quedándose hasta la llegada del apóstol (20:1–4). Esta referencia, te rogué al partir para Macedonia que te quedaras en Éfeso, por lo tanto, difícilmente encaja con la situación narrada en Hechos.
  —      Casi nadie duda de que 2 Timoteo pretende haber sido escrita por Pablo desde la cárcel en Roma. Ahora bien, en 2 Timoteo 1:16–17, leemos que Onesíforo tuvo que buscar a Pablo con empeño y dificultad antes de encontrarle. La impresión dada es que Pablo fue encarcelado en un lugar de difícil acceso. En cambio, según Hechos 28:30, descubrimos que Pablo estuvo en una casa alquilada, donde recibió abundantes visitas. Es difícil imaginar que Onesíforo tuviera problemas para localizarlo en estas condiciones.
  —      En 2 Timoteo 4:10, Pablo dice que Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica. Sin embargo, cuando el apóstol escribió la Epístola a Filemón, muy probablemente desde sus prisiones en Roma, Demas todavía era un compañero fiel (Filemón 24).
  —      En este mismo versículo de 2 Timoteo, leemos que Crescente se fue a Galacia y Tito a Dalmacia. Normalmente Pablo enviaba a los miembros de su equipo a lugares que él mismo había visitado previamente y en los cuales había fundado alguna iglesia. Los enviaba a fin de confirmar a los recién convertidos en su fe. Pero no tenemos ninguna noticia de que Pablo hubiese estado en Dalmacia. Además, algunos manuscritos antiguos dicen Galia, no Galacia, aunque es una cuestión abierta si Pablo escribió Galia y algún copista posteriormente lo cambió a Galacia, o si ocurrió al revés. Resulta más verosímil lo primero, puesto que el nombre de Pablo siempre estuvo asociado a Galacia a causa de la Epístola a los Gálatas, así como por lo que sabemos de sus visitas a Galacia en el Libro de los Hechos. Si, pues, Crescente fue a Francia y Tito a Croacia, nos encontramos nuevamente con datos que no se ajustan a la información del Libro de Hechos.
  —      En los versículos 12, 13 y 20 de este mismo capítulo, son mencionados varios lugares, todos ellos visitados por Pablo en el Libro de los Hechos; pero en cada caso se nos da una información respecto a lo que ocurrió allí que no aparece en absoluto en el texto de Hechos. En Hechos no leemos acerca del envío de Tíquico a Éfeso (v. 12); ni de la estancia de Pablo en casa de Carpo en Troas (v. 13); ni de la permanencia de Erasto en Corinto (v. 20); ni acerca del momento en que Pablo, pasando por Mileto, dejó allí a Trófimo enfermo (v. 20). Por la naturaleza personal de estos detalles, es comprensible que el Libro de Hechos no abunde en ellos, pero no deja de ser significativo que no los mencione para nada.
  —      En cuanto a la Epístola a Tito (1:5), descubrimos que Pablo ha estado en Creta y ha dejado allí a Tito para que continúe el ministerio. En el Libro de Hechos, la única visita de Pablo a la isla de Creta tiene lugar cuando le están trasladando como prisionero desde Cesarea hasta Roma. Pasó un tiempo en el puerto llamado Buenos Puertos (Hechos 27:7–12). Ahora bien, en aquella visita es difícil imaginar que Pablo pudiese haber fundado iglesias en cada ciudad de la isla y, sin embargo, la razón de dejar a Tito en Creta, según nuestro texto, es para establecer ancianos en cada ciudad. Además, está claro que Pablo, al escribir la Epístola, está en libertad y tiene la intención de viajar en el futuro inmediato, algo que no es cierto en el contexto de Hechos 27.
  —      En Tito 3:12, Pablo dice que tiene planes de pasar el invierno en Nicópolis, ciudad en la costa occidental de Grecia, otra región nunca visitada por él según la información del Libro de los Hechos.

Ésta es la clase de datos geográficos y personales que encontramos en las Epístolas Pastorales. Además, debemos decir que no hemos hecho una selección sólo de aquellos datos que no encajan con el Libro de los Hechos, como si otros encajasen bien. Creo que hemos mencionado todos los datos significativos.
¿Cómo explicar, pues, que ninguno de ellos se relacione fácilmente con la historia conocida del apóstol? Los comentaristas aducen tres posibles soluciones:

  1.      La más radical es la de negar la autoría paulina de las Pastorales. Ésta es una solución tan drástica y compleja que requiere una elaboración aparte (ver Apéndice). Presupone que las Pastorales son la invención de un autor anónimo, que supuestamente habría vivido entre fines del siglo primero y mediados del siglo segundo, y que habría utilizado el nombre de Pablo a fin de añadir autoridad a lo que eran sus propias ideas y así forjar una entrada autorizada de sus enseñanzas en las iglesias de su día. A fin de dar mayor credibilidad a su invención, habría sembrado las epístolas con una serie de datos personales. Éstos, sin embargo, no encajan con la historia real, sencillamente porque son una fabricación.
  De inmediato llama la atención que una persona tan inteligente como para haber convencido a todo el mundo cristiano durante casi dos mil años de la autoría paulina de estas epístolas, y como para imitar hasta la perfección algunos rasgos del estilo y del énfasis teológico del apóstol, haya sido a la vez tan torpe como para no saber inventar detalles topográficos igualmente convincentes.
  De igual forma, es inmediatamente obvio que, quien aboga a favor de esta explicación, pierde toda convicción de que las Pastorales sean textos inspirados por el Espíritu Santo de Dios y de plena autoridad y vigencia para la Iglesia. ¿Quién puede fiarse de la veracidad doctrinal de un hombre que muestra tan poco respeto hacia la realidad histórica y la persona del apóstol que es capaz de engañar a sus lectores mediante la creación de un documento fraudulento? De ser cierta esta teoría, habríamos de eliminar las Pastorales del canon del Nuevo Testamento y considerar sus enseñanzas como las opiniones de alguien que no había aprendido las lecciones más elementales acerca de la ética cristiana.
  En todo caso, no tenemos necesidad de recurrir a una explicación tan extravagante. Las Pastorales pretenden haber sido escritas por Pablo y desde el principio fueron aceptadas por la Iglesia como documentos genuinos. Quien cuestiona su autenticidad tiene la obligación de demostrar su falsedad, lo cual aún no se ha logrado mientras existen viables explicaciones alternativas.

  2.      La segunda explicación es la de decir que la narración de Hechos no pretende ser completa. De hecho omite muchos episodios de la vida de Pablo. En apoyo de esta idea tenemos el testimonio de Pablo mismo (en 2 Corintios 11:23–27), quien, al hacer una relación de las tribulaciones y persecuciones que había sufrido por la causa de Cristo, menciona varias cosas —abundantes encarcelamientos, tres naufragios, cinco veces cuarenta azotes menos uno, tres veces azotes con varas— de las que no tenemos constancia en otros lugares. Es cierto, por lo tanto, que en el Libro de los Hechos no tenemos una narración completa de todos los eventos que pasaron en la vida de Pablo.
  Sin embargo, esta teoría presenta serias dificultades, si bien, hasta donde alcanza, es razonable y aceptable. La más seria de ellas, quizás sea la gran diferencia que existe entre la descripción de las prisiones de Pablo en Hechos 28 y la de 2 Timoteo. En ambos casos son prisiones en Roma. Sin embargo, en Hechos 28 tenemos prisiones benignas en una casa alquilada con la posibilidad de ser visitado, no solamente por sus compañeros, sino por grupos de judíos y otras personas interesadas en escuchar el evangelio. El régimen es absolutamente abierto (Hechos 28:31) y la expectativa de Pablo es la de ser liberado dentro de poco (Filemón 22; Filipenses 1:25–27; 2:24). En cambio, en 2 Timoteo las condiciones de su encarcelamiento son malas. Se encuentra en una situación dura, de difícil acceso y con mucha soledad. Sólo Lucas está con él, en contraste con los muchos compañeros presentes anteriormente (Filipenses 4:21; Filemón 23–24). Por esta razón, entre otras, esta segunda explicación no me parece tan convincente como la que sigue.

  3.      La tercera explicación da por sentado que la vida de Pablo no acaba en el capítulo 28 de Hechos, sino que el apóstol fue puesto en libertad y pudo desarrollar algunos años más de ministerio fructífero. De hecho, cuando se cierra el Libro de Hechos, el apóstol está a la espera de comparecer ante el emperador y confía en que será absuelto. Hechos no nos dice cuál fue el desenlace de su proceso, ni mucho menos nos cuenta la muerte del apóstol. No obstante, los autores que optan por las explicaciones anteriores dan por sentado que Pablo fue ajusticiado inmediatamente después de los eventos de Hechos 28.
  Sin embargo, hay buena base para suponer que, después de aquellas primeras prisiones en Roma, Pablo fue puesto en libertad, pasó varios años emprendiendo nuevos viajes misioneros y, sólo después de unos años más de servicio activo, fue arrestado de nuevo y llevado a Roma, donde sufrió un segundo encarcelamiento —esta vez en condiciones duras— y el martirio bajo Nerón.
  Esta explicación recibe él apoyo de la tradición de la Iglesia. Clemente de Roma, en su Primera Epístola a los Corintios (V. vii), escrita alrededor del año 90, dice: Pablo … habiendo enseñado la justicia a todo el mundo, y habiendo alcanzado los límites del occidente … dejó este mundo. Estas frases parecen indicar que, a unos treinta años de distancia de la muerte del apóstol, era una opinión aceptada por los creyentes de Roma que Pablo había realizado al menos un viaje al oeste de la capital, sin duda a España, en conformidad con el deseo que él mismo había expresado en Romanos 15:24. Esta misma tradición queda firmemente establecida entre los escritores de los siglos siguientes. Así, Eusebio escribe: Lucas … llevó su relato a su fin declarando que Pablo pasó dos años enteros en Roma en libertad, y que predicaba la palabra de Dios sin impedimento. La tradición sostiene que el apóstol, habiéndose defendido, volvió a ser enviado a su ministerio de predicación, y al volver por segunda vez a la misma ciudad, sufrió el martirio bajo Nerón. Crisóstomo, Jerónimo y otros dan por válido el segundo encarcelamiento romano, y afirman que Pablo fue liberado de sus primeras prisiones, emprendió nuevos viajes y sufrió el martirio bajo Nerón.
  Así pues, la explicación más sencilla del porqué los datos personales de las Pastorales no encajan bien con la información del Libro de los Hechos es que no pertenecen a esa etapa de la vida del apóstol, sino a años posteriores.
  Si nos preguntamos por qué la narración de Hechos acaba de una manera abrupta, sin contar el martirio del apóstol, la respuesta obvia es que Lucas la escribió al estar con Pablo en Roma durante su primera prisión, aproximadamente entre los años 61 y 63. En el momento de escribirla, Pablo aún no había comparecido ante el emperador. Lucas mismo, pues, no sabía el desenlace de la historia. Por eso, no nos cuenta los viajes finales del apóstol ni su posterior martirio.


FECHA Y TRASFONDO HISTÓRICO DE LAS PASTORALES

Según esta tercera explicación, pues, las Epístolas Pastorales pertenecen al período posterior a la primera prisión narrada en Hechos 28:1 Timoteo y Tito fueron escritas mientras el apóstol estaba en libertad; es decir, en algún momento de sus últimos viajes misioneros. En cambio, 2 Timoteo fue escrita desde su segundo encarcelamiento romano, poco antes de su martirio.
Naturalmente, es imposible describir con seguridad los eventos de aquellos años. Pero una posible reconstrucción de algunos de los hitos de la vida de Pablo posteriores a los narrados en Hechos sería la siguiente:

  —      Posiblemente, después de su liberación en Roma (probablemente en el año 63), Pablo decidió realizar su proyecto de visitar España. Pablo, al ser liberado de la prisión en Roma, ahora puede reunirse con los creyentes romanos y seguir adelante con su plan.
  —      Es posible también que, al ir a España o volver de allí, Pablo se detuviera en Francia y quizás también en Dalmacia. Esto explicaría el que luego quisiera enviar a Crescente y a Tito a esas dos áreas.
  —      Después de su viaje a España, Francia, Italia y Dalmacia, Pablo habría llegado a Grecia, desde donde habría zarpado para Creta, quizás para visitar a algunos contactos hechos en Buenos Puertos durante su estancia allí, o quizás para hacer obra pionera en la isla. En todo caso no tendría que partir de cero, ya que podría contar con la presencia y testimonio de algunos cretenses convertidos en el día de Pentecostés (Hechos 2:11).
  —      Al marcharse de Creta, habría dejado allí a Tito con el encargo de velar por el buen desarrollo de las iglesias (Tito 1:5).
  —      Después de salir de Creta, Pablo quizás pasara por Éfeso, donde habría dejado a Timoteo (1 Timoteo 1:3).
  —      Seguramente habría sido por esta época cuando Pablo habría hecho la prometida visita a la casa de Filemón en Colosas (Filemón 22).
  —      Desde allí, puede haberse dirigido a Mileto, donde dejó a Trófimo enfermo (2 Timoteo 4:20). Desde Mileto puede haber ido a Troas, donde dejó su capote y sus libros en casa de Carpo (2 Timoteo 4:13). Desde Troas habría pasado a Macedonia (1 Timoteo 1:3) para visitar a las iglesias de Filipos (Filipenses 2:24), Tesalónica y otras. Después de su estancia en Macedonia, habría bajado hasta Corinto, donde dejó a Erasto (2 Timoteo 4:20).
  —      En algún momento durante estos viajes habría redactado 1 Timoteo y Tito (¿en los años 64–66?). En estas dos epístolas revela sus planes de cara al futuro: pasaría el invierno en Nicópolis (Tito 3:12); y después volvería a visitar Éfeso (1 Timoteo 3:14). Podemos suponer, pues, que desde Corinto Pablo se trasladó a la costa occidental de Grecia, donde pasó el invierno en compañía de Tito. Desde Nicópolis, Tito habría sido enviado a Dalmacia a visitar a los grupos establecidos allí por Pablo (2 Timoteo 4:10).
  —      Mientras tanto, Pablo mismo se habría dirigido a Éfeso otra vez. Posiblemente allí fue arrestado (¿en el año 65 o 66?). Al menos, sabemos que en Éfeso tuvo problemas, porque dice en 2 Timoteo 4:14: Alejandro, el calderero, me hizo mucho daño, y este Alejandro probablemente es el mismo mencionado en 1 Timoteo 1:20 como uno de los dos líderes de la iglesia en Éfeso que habían apostatado de la fe y que, como consecuencia, se habían convertido en enemigos de Pablo.
  —      Pablo, entonces, habría sido llevado nuevamente a Roma, donde sufriría una segunda y última prisión. Allí escribiría 2 Timoteo (¿otoño del 66?), pidiendo a Timoteo que se uniera con él antes del invierno. Podemos suponer que fue al año siguiente (¿el año 67?) cuando sufrió el martirio.

Por supuesto, esta reconstrucción contiene muchas suposiciones imposibles de confirmar o de negar. Pero quizás no estemos muy lejos de la verdad si postulamos que la Epístola a fue escrita en algún momento de los últimos viajes de Pablo, alrededor del año 65.


ESTRUCTURA LITERARIA

Antes de considerar los temas de la Epístola y, por lo tanto, el interés que puede tener para nosotros hoy, debemos contemplar su estructura literaria. Es decir, para entender bien cuál es su contenido, necesitamos distanciarnos de los detalles del texto y verlo en su conjunto.
Como es habitual en las epístolas paulinas, Tito empieza y termina con salutaciones personales que son como un prólogo y un epílogo. El texto intermedio es la parte principal del mensaje de Pablo, pero, como veremos, la salutación inicial (1:1–4) y las instrucciones y salutaciones finales (3:12–15) no son ajenas a la temática principal.
El grueso de la Epístola se puede dividir en cuatro secciones. Cada sección se compone de dos partes: en la primera, Pablo insta a Tito a que asuma alguna responsabilidad; en la segunda, explica la razón por la cual es importante que Tito la asuma. Veamos estas cuatro secciones:

  1.      En la primera (1:5–16), la responsabilidad que Tito debe asumir es la de asegurar que haya ancianos adecuados en cada una de las iglesias de la isla de Creta (1:5–9). Pablo, a continuación, establece cuáles son los requisitos mínimos para que alguien sea anciano.
  La razón del nombramiento de ancianos la encontramos a partir del versículo 10 —en este sentido, es significativo el porque que aparece al principio de ese versículo—: Tito debe establecer ancianos, porque los falsos maestros están sembrando contención en las iglesias y es necesario taparles la boca. Una razón adicional es que los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos (v. 12); es decir, el problema está agravado por el carácter cretense que se presta a escuchar a los falsos maestros y entrar en su juego.
  Ésta, pues, es la primera sección: la urgente necesidad del nombramiento de ancianos a causa de los falsos maestros que están sembrando confusión.

  2.      La segunda responsabilidad que Tito debe asumir (2:1–10) es la de enseñar los deberes particulares de diferentes grupos dentro de la iglesia: los varones viejos y las ancianas, los jóvenes, los esclavos, todos tienen responsabilidades espirituales y éticas particulares, y Tito debe enseñarles a vivir en consecuencia.
  La razón, explicada por Pablo a partir del versículo 11, es ésta: porque —notemos otra vez el porque— la gracia de Dios se ha manifestado; es decir, porque el evangelio que predicamos trae consecuencias morales que deben reflejarse en los diferentes estamentos en los cuales el Señor nos ha colocado.

  3.      En tercer lugar (3:1–7), Tito tiene que enseñar los deberes generales de todos los miembros de la iglesia de cara a la sociedad (vs. 1–2). Nuevamente, la razón aducida (vs. 3–7) tiene que ver con el evangelio y sus implicaciones morales para nuestra vida: porque nosotros también en otro tiempo éramos necios… Antes vivíamos de una manera consecuente con la impiedad, pero ahora que somos creyentes, hemos adquirido una nueva manera de vivir y debemos comportarnos en consecuencia.

  4.      La cuarta responsabilidad de Tito (3:8–11) es la de enseñar las verdaderas prioridades de la fe. Es decir, debe inculcar en la iglesia la importancia de vivir vidas santas, caracterizadas por las buenas obras, en contraste con las cuestiones necias y secundarias que están ocupando mayormente la atención de los creyentes.
  La razón —porque (v. 9b)— es sencillamente que éstas no contribuyen en nada positivo a la vida de la congregación.

Observemos dos cosas en torno a esta estructura. En primer lugar, puesto que uno de los énfasis principales de la Epístola recae sobre el hecho de que Tito debe asumir estas responsabilidades, el texto está sembrado de exhortaciones en este sentido. Además de verbos imperativos que Pablo emplea a lo largo de la Epístola —evita … recuerda … exhorta …—, encontramos versículos enteros dedicados a recalcar la urgente necesidad de que Tito cumpla su ministerio:

  —      En cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina (2:1).
  —      Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie (2:15).
  —      En cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza (3:8).

De hecho, es de notar que estas exhortaciones sirven para marcar las separaciones entre las diferentes secciones.
En segundo lugar, hay cierta simetría en torno a las cuatro razones que Pablo presenta para instar a Tito en cuanto a sus obligaciones:

  —      La primera y la cuarta tienen que ver con los falsos maestros: Tito debe establecer ancianos porque los falsos maestros están sembrando confusión (1:10–11), y debe enseñar la importancia de las buenas obras porque las enseñanzas de los falsos maestros están conduciendo a situaciones dañinas en las iglesias en las que los miembros no están viviendo una vida consecuente con el evangelio (3:8b–9).

  —      En cambio, las razones dadas en la segunda y tercera sección tienen que ver con el evangelio. En ambos casos (2:11–14; 3:3–7); Pablo explica que el evangelio debe producir resultados morales en la vivencia del creyente, y que éste debe vivir en consecuencia con aquellos deberes —tanto particulares como generales— que lá fe en el Señor Jesucristo comporta.

En resumidas cuentas, por lo tanto, podemos dividir la Epístola de la manera siguiente:


LA ESTRUCTURA DE LA EPÍSTOLA A TITO

  Prólogo (1:1–4).

  Primera sección (1:5–16).
  Obligación de Tito: nombrar ancianos (1:5–9).
  … porque… (1:10a).
  Razón: sutileza de falsos maestros y torpeza de cretenses (1:10–16).

  Exhortación a Tito (2:1).

  Segunda sección (2:2–14).
  Obligación de Tito: enseñanza ética a diversos grupos sociales en las iglesias (2:2–10).
  … porque… (2:11a).
  Razón: la obra salvadora de Cristo tiene la finalidad de transformar vidas (2:11–14).

  Exhortación a Tito (2:15).

  Tercera sección (3:1–7).
  Obligación de Tito: enseñanza ética a la iglesia acerca de sus deberes sociales (3:1–2).
  … porque… (3:3a).
  Razón: la obra regeneradora del Espíritu tiene la finalidad de transformar vidas (3:3–7).

  Exhortación a Tito (3:8a).

  Cuarta sección (3:8b–9)10.
  Obligación de Tito: medidas disciplinarias en las iglesias (enseñanza sana y rechazo de los que causan división) (3:8, 10–11).
  … porque… (3:9b).
  Razón: los estragos que está causando la enseñanza de los falsos maestros (3:9).

  Epílogo (3:12–15).


¿POR QUÉ ESTUDIAR LA EPÍSTOLA A TITO?

¿Por qué nos interesa hoy estudiar la Epístola a Tito? ¿Qué beneficios nos puede proporcionar?
Creo que vamos a ver que, de entre las muchas lecciones que el texto tiene que enseñarnos, destacan seis como principales.

1. La predicación fiel de la Palabra
En primer lugar, la Epístola es un fuerte revulsivo para los líderes cristianos para que enseñen con insistencia y fidelidad todo el consejo de Dios, tanto el mensaje básico del evangelio como aquella doctrina y ética que deben ser la manifestación práctica del evangelio en la vida del creyente. Esta insistencia la vemos en textos como los siguientes:

  Este testimonio es verdadero. Por eso, repréndelos severamente para que sean sanos en la fe (1:13).

  En cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina … Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad, con palabra sana e irreprochable, a fin de que el adversario sea avergonzado al no tener nada malo que decir de nosotros … Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie (2:1, 7–8, 15).

  Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras (3:8).

La Epístola a Tito recuerda a todos los que tenemos responsabilidad en el ministerio cristiano que debemos insistir fielmente en las enseñanzas de la Palabra de Dios. Esta insistencia es algo que se echa de menos en nuestra generación. Desgraciadamente, en situaciones eclesiásticas como las nuestras, en las que hay una pluralidad de iglesias en cada ciudad, los pastores están sujetos inevitablemente a la tentación de eludir las enseñanzas más comprometedoras y de halagar a sus congregaciones a fin de no «perder clientes» y no verlos pasar «a la competencia». Por lo tanto, procuran organizar cultos atractivos y tienen reticencias en cuanto a decir ciertas cosas. ¿Cuántos pastores de hoy se atreven a reprenderlos severamente para que sean sanos en la fe? ¿Y cuántos creyentes están dispuestos a aceptar la reprensión? Sin embargo, la fiel proclamación de todo el consejo de Dios es lo que nos hace falta. La alternativa es ir alejándonos paulatinamente de la revelación de Dios.

2. El carácter de los pastores
En segundo lugar, esta carta es importante porque nos enseña qué clase de hombres deben ser reconocidos como pastores (1:7–9). Observaremos que Pablo no habla de sus logros académicos o títulos teológicos, ni de su posición social o económica. Tampoco dice que necesariamente deban ser inteligentes, o divertidos, o buenos oradores. Aparentemente, ninguna de estas cosas es esencial para él. En cambio, su énfasis recae sobre la integridad moral y espiritual de los pastores y su testimonio irreprochable. Deben ser hombres que conocen a Dios, que hacen su voluntad y están dispuestos a ser fieles en su ministerio a su revelación.

3. Obligaciones morales
En tercer lugar, es importante porque nos enseña las obligaciones morales y espirituales de diferentes grupos en el seno de la iglesia (2:2–10): cómo tienen que comportarse los ancianos y las ancianas, los jóvenes, las mujeres jóvenes y los siervos. El evangelio trae implicaciones muy prácticas para los diversos grupos sociales que configuran una congregación.

4. Buenas obras
En cuarto lugar, nos enseña no solamente la importancia de la sana doctrina (1:13; 2:1, 8), sino también la de la santa vivencia (2:2–10; 3:1–2). La verdad que suscribimos con la mente y la santidad que caracteriza nuestra vivencia deben ser inseparables. En vano acumulamos conocimientos de sana doctrina si éstos no transforman nuestra manera de vivir. A este respecto, es de especial importancia el énfasis del apóstol sobre las buenas obras:

  —      Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena (1:16).
  —      Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras (2:7).
  —      [Cristo] se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras (2:14).
  —      Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra (3:1).
  —      Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras (3:8).
  —      Y que nuestro pueblo aprenda a ocuparse en buenas obras, atendiendo a las necesidades apremiantes (3:14).

5. La distracción de cosas secundarias
En quinto lugar, esta epístola nos enseña que no debemos dejarnos distraer por cuestiones secundarias que no contribuyen nada a la santa vivencia. Se ve que las iglesias de Creta eran como las nuestras en que les encantaba discutir interminablemente sobre cuestiones que no aumentaban para nada la espiritualidad de los miembros y, sin embargo, estas discusiones pasaban por espirituales. Lejos de esto —dice Pablo—, hay que distinguir entre lo que es primario y lo que es secundario y dar prioridad a lo que fomenta la santidad.

6. La obra salvadora de Dios
En sexto y último lugar, esta epístola es importante porque contiene preciosas descripciones de la obra salvadora de Dios. Pablo establece que la razón por la que tenemos que vivir de cierta manera tiene que ver con la naturaleza del evangelio y, aunque, en principio, la intención de Pablo no es la de desarrollar el contenido del evangelio, sin embargo, en dos ocasiones hace un pequeño resumen del mismo. Son dos pequeñas joyas insertadas en medio del texto. Aunque sólo fuese por estos dos textos, valdría la pena estudiar la Epístola a Tito:

  Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús, quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras (2:11–14).

  Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna (3:4–7).

 


La misión del Señor Jesucristo: Cumplimiento en su Totalidad

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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    18      El Espíritu del Señor está sobre mí,
    Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
    Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
    A pregonar libertad a los cautivos,
    Y vista a los ciegos;
    A poner en libertad a los oprimidos;
          19      A predicar el año agradable del Señor.
 
GENEALOGÍA DEL SEÑOR JESÚS
 

MATEO 1:1 - 17

Lectura Bíblica Diaria 7: Génesis 21 - 23 RV Actualizada

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Nacimiento de Isaac
21 Jehovah favoreció a Sara, como había dicho. Jehovah hizo con Sara como había prometido, 2 y ella concibió y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez, en el tiempo que Dios le había indicado. 3 Abraham llamó el nombre de su hijo que le había nacido, y que Sara le había dado a luz, Isaac.  4 Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac al octavo día, como Dios le había mandado. 5 Abraham tenía 100 años cuando le nació su hijo Isaac. 6 Entonces Sara dijo:
—Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oiga se reirá conmigo. 7 -Y añadió-: ¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara daría de mamar a hijos? Pues yo le he dado un hijo en su vejez.
8 El niño creció y fue destetado. Y Abraham hizo un gran banquete el día que Isaac fue destetado.
Abraham despide a Agar e Ismael
9 Sara vio al hijo de Agar la egipcia, que ésta le había dado a luz a Abraham, que se burlaba. 10 Por eso dijo a Abraham:
—Echa a esta sierva y a su hijo, pues el hijo de esta sierva no ha de heredar junto con mi hijo, con Isaac.
11 Estas palabras preocuparon muchísimo a Abraham, por causa de su hijo. 12 Entonces Dios dijo a Abraham:
—No te parezca mal lo referente al muchacho ni lo referente a tu sierva. En todo lo que te diga Sara, hazle caso, porque a través de Isaac será contada tu descendencia. 13 Pero también del hijo de la sierva haré una nación, porque es un descendiente tuyo.
14 Abraham se levantó muy de mañana, tomó pan y un odre de agua, y se lo dio a Agar, poniéndolo sobre el hombro de ella. Luego le entregó el muchacho y la despidió.
Ella partió y caminó errante por el desierto de Beerseba. 15 Y cuando se acabó el agua del odre, hizo recostar al muchacho debajo de un arbusto. 16 Luego fue y se sentó enfrente, alejándose como a un tiro de arco, porque pensó: "No quiero ver morir al muchacho." Ella se sentó enfrente, y alzando su voz lloró. 17 Entonces Dios escuchó la voz del muchacho, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo:
—¿Qué tienes, Agar?  No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho, allí donde está. 18 Levántate, alza al muchacho y tómalo de la mano, porque de él haré una gran nación.
19 Entonces Dios abrió los ojos de ella, y vio un pozo de agua. Ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. 20 Dios estaba con el muchacho, el cual creció y habitó en el desierto, y llegó a ser un tirador de arco. 21 Habitó en el desierto de Parán, y su madre tomó para él una mujer de la tierra de Egipto.
Alianza de Abraham y Abimelec
22 Aconteció en aquel tiempo que Abimelec junto con Ficol, jefe de su ejército, habló a Abraham diciendo:
—Dios está contigo en todo lo que haces. 23 Ahora pues, júrame aquí por Dios que no me engañarás ni a mí, ni a mis hijos,  ni a mis nietos; sino que conforme a la bondad que yo he hecho contigo tú harás conmigo y con la tierra en la que vienes residiendo.
24 Abraham respondió:
—Sí, lo juro.
25 Entonces Abraham se quejó a Abimelec acerca de un pozo de agua que los siervos de Abimelec le habían quitado. 26 Abimelec respondió:
—No sé quién haya hecho esto. Tú no me lo hiciste saber, ni yo lo había oído hasta ahora.
27 Entonces Abraham tomó ovejas y vacas, y se las dio a Abimelec; e hicieron ambos una alianza. 28 Luego Abraham apartó del rebaño siete corderas. 29 Y Abimelec preguntó a Abraham:
—¿Qué significan estas siete corderas que has puesto aparte?
30 Y él respondió:
—Toma estas siete corderas de mi mano para que me sirvan de testimonio de que yo cavé este pozo.
31 Por eso él llamó a aquel lugar Beerseba,  porque allí juraron ambos. 32 Así hicieron una alianza en Beerseba. Luego se levantaron Abimelec y Ficol, jefe de su ejército, y regresaron a la tierra de los filisteos.
33 Abraham plantó un árbol de tamarisco en Beerseba e invocó allí el nombre de Jehovah, el Dios eterno. 34 Y residió Abraham en la tierra de los filisteos por mucho tiempo.

Dios prueba la fe de Abraham
22 Aconteció después de estas cosas que Dios probó a Abraham, diciéndole:
—Abraham.
El respondió:
—Heme aquí.
2 Y le dijo:
—Toma a tu hijo, a tu único, a Isaac a quien amas. Vé a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.
3 Abraham se levantó muy de mañana. Enalbardó su asno, tomó consigo a dos de sus siervos jóvenes y a Isaac su hijo. Partió leña para el holocausto, y levantándose, fue al lugar que Dios le dijo. 4 Al tercer día Abraham alzó sus ojos y divisó el lugar de lejos. 5 Entonces Abraham dijo a sus siervos:
—Esperad aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros.
6 Abraham tomó la leña del holocausto y la puso sobre Isaac su hijo. El tomó en la mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.
7 Entonces Isaac dijo a Abraham su padre:
—Padre mío …
Y él respondió:
—Heme aquí, hijo mío.
Le dijo:
—He aquí el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?
8 Abraham respondió:
—Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.
E iban los dos juntos. 9 Cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, Abraham edificó allí un altar. Arregló la leña, ató a Isaac su hijo y lo puso sobre el altar encima de la leña. 10 Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehovah llamó desde el cielo diciendo:
—¡Abraham! ¡Abraham!
El respondió:
—Heme aquí.
12 Y le dijo:
—No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ahora conozco que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único.
13 Entonces Abraham alzó la vista y miró, y he aquí que detrás de sí estaba un carnero trabado por sus cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Abraham llamó el nombre de aquel lugar Jehovah-yireh.  Por eso se dice hasta hoy: "En el monte de Jehovah será provisto."
15 El ángel de Jehovah llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, 16 y le dijo:
—He jurado por mí mismo, dice Jehovah, que porque has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, 17 de cierto te bendeciré y en gran manera multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del mar. Tu descendencia poseerá las ciudades  de sus enemigos. 18 En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste mi voz.
19 Abraham regresó a sus siervos, y levantándose se fueron juntos a Beerseba. Y Abraham habitó en Beerseba.
Descendientes de Nacor
20 Aconteció después de estas cosas que le informaron a Abraham, diciendo: "He aquí que también Milca le ha dado a luz hijos a Nacor tu hermano: 21 Uz su primogénito, su hermano Buz, Quemuel padre de Aram, 22 Quesed, Hazo, Pildas, Jidlaf y Betuel. 23 (Betuel engendró a Rebeca.)"
Milca dio a luz estos ocho hijos a Nacor, hermano de Abraham. 24 Y su concubina, que se llamaba Reúma, dio a luz también a Tébaj, a Gajam, a Tajas y a Maaca.

Sara es sepultada en Macpela
23 La vida de Sara fue de 127 años; éstos fueron los años de Sara. 2 Sara murió en Quiriat-arba, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán, y Abraham vino a hacer duelo por Sara y a llorarla.
3 Abraham se levantó de delante de su difunta y se fue para hablar con los hijos de Het.  Y les dijo:
4 -Yo soy forastero y advenedizo entre vosotros. Permitidme tener entre vosotros una propiedad para sepultura,  y que sepulte allí  a mi difunta.
5 Los hijos de Het respondieron a Abraham diciéndole:
6 -Escúchanos, señor nuestro: Tú eres un príncipe de Dios entre nosotros. Sepulta a tu difunta en el mejor de nuestros sepulcros. Ninguno de nosotros te negará su sepulcro para que sepultes a tu difunta.
7 Pero Abraham se levantó, e inclinándose ante el pueblo de aquella tierra, los hijos de Het, 8 habló con ellos diciendo:
—Si tenéis a bien que yo sepulte allí  a mi difunta, escuchadme e interceded por mí ante Efrón hijo de Zojar, 9 para que me dé la cueva de Macpela que está en el extremo de su campo. Que por su justo precio  me la dé como propiedad para sepultura  en medio de vosotros.
10 Efrón estaba sentado entre los hijos de Het. Y Efrón el heteo respondió a Abraham en presencia de los hijos de Het y de todos cuantos entraban por las puertas de la ciudad, diciendo:
11 -No, señor mío. Escúchame: Yo te doy el campo y te doy la cueva que hay en él. En presencia de los hijos de mi pueblo te lo doy; sepulta a tu difunta.
12 Pero Abraham se inclinó ante el pueblo de la tierra. 13 Y respondió a Efrón en presencia del pueblo de la tierra, diciendo:
—Más bien, te ruego que me escuches: Yo te daré dinero por el campo. Tómamelo, y yo sepultaré allí a mi difunta.
14 Efrón respondió a Abraham diciéndole:
15 -Señor mío, escúchame: La tierra vale 400 siclos  de plata. ¿Qué es esto entre tú y yo? Sepulta, pues, a tu difunta.
16 Entonces Abraham escuchó a Efrón, y en presencia de los hijos de Het, pesó para Efrón la plata que éste le dijo: 400 siclos  de plata de buena ley entre mercaderes. 17 Así el campo de Efrón que estaba en Macpela, frente a Mamre, tanto el campo como la cueva que había en él, junto con todos los árboles que había en el campo y en sus contornos, pasó 18 a ser propiedad de Abraham, en presencia de los hijos de Het, de todos los que entraban por las puertas de su ciudad. 19 Después de esto, Abraham sepultó a Sara su mujer en la cueva del campo en Macpela, frente a Mamre, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán. 20 Así Abraham adquirió de los hijos de Het el campo y la cueva que había en él, como una propiedad para sepultura.
 

Matrimonios forzados: Los niños en la mira

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Niñas en matrimonios forzados 
 

En 2020 142 millones de niñas cambiarán juguetes por marido, a veces de 60 años

 
En 2020 142 millones de niñas cambiarán juguetes por marido, a veces de 60 años
Afganistán, 11 de Septiembre de 2005. Faiz de 40 años con su mujer Ghulam de 11 años / Foto: Stepanie Sinclair
 
Se siguen dando matrimonios concertados con niñas que no llegan a la adolescencia. Muchas sufren graves secuelas físicas y psicológicas. Según Unicef, el 36% de mujeres del mundo de 20-24 años fueron casadas antes de los 18 años.
16 DE NOVIEMBRE DE 2012, MADRID
Lo cierto es que cada año, millones de niñas siguen sufriendo las consecuencias de un matrimonio precoz. Algunas de ellas son tan jóvenes que durante la boda sostienen juguetes entre sus manos. En estas circunstancias, se espera que se conviertan en madres en sus primeros años de adolescencia, cuando ellas mismas todavía siguen siendo niñas.

"Para el año 2020, 142 millones de niñas inocentes en todo el mundo serán separadas de sus familias, privadas de una educación y puestas en peligro debido al matrimonio de menores", afirma Ban Ki-Moon, secretario general de las Naciones Unidas.

UNA PRÁCTICA MUY ARRAIGADA
Según información de la plataforma  www.tooyoungtowed.org , las familias sufren una gran presión social por seguir estas prácticas en las comunidades en las que el matrimonio precoz está muy extendido por la sociedad.

Por ejemplo, en algunos pueblos afganos, se considera una deshonra si las hijas de la familia tienen citas con chicos y en la mayoría de comunidades pobres, a las niñas se las ve como una boca más a la que deben alimentar, por lo que “conviene” de algún modo, que se marchen pronto de casa (el precio suele ser mayor cuanto más joven es la niña).

En Amhara, una región de Etiopía, creen que la menstruación es provocada por las relaciones sexuales, por lo que las familias deciden casar a sus hijas antes de que entren en la pubertad.

En definitiva, la práctica de los matrimonios con niños está basada en costumbres muy arraigadas en la sociedad, que muchas veces se justifican con argumentos religiosos.

CONSECUENCIAS DEL MATRIMONIO PRECOZ
Las familias de estas niñas creen que casando a sus hijas tan jóvenes, las están protegiendo, pero nada más lejos de la realidad. La mayoría son casadas con hombres mucho mayores que ellas, algunos incluso de 60 años, y suelen conocerlos por primera vez en la ceremonia de la boda.

Muchas son forzadas a mantener relaciones sexuales y se convierten en pocos días en mujeres adultas a la fuerza, lo que conlleva un fuerte impacto psicológico en las niñas.

Además, en la mayoría de los casos, se exponen al virus del SIDA y otro tipo de infecciones, además de sufrir graves peligros por quedarse embarazadas demasiado jóvenes.

Por otra parte, se las priva del derecho a una educación, ya que cuando las niñas se casan dejan de asistir a la escuela. Con esta tradición lo único que se consigue es que estas sociedades no avancen y sigan manteniéndose sumidas en la pobreza.

DEMASIADO JÓVENES PARA SER MADRES
En cuanto las niñas son entregadas a sus maridos, son forzadas a mantener relaciones sexuales frecuentemente, siempre que el hombre lo desee. En estas sociedades, la fertilidad es de gran importancia, por lo que se espera que la mujer tenga hijos lo más pronto posible.

Son tan jóvenes cuando se casan, que la mayoría de ellas no tienen ningún tipo de conocimiento o información sobre sexo, embarazo o cómo hacer cuando nazca su bebé.

“No sé como se hacen los niños, pero te quedas embarazada y lo llevas en tu estómago. Después lo liberan y el bebé sale” explica Tehani, una joven que fue obligada a casarse a los 6 años de edad.

Tampoco tienen información sobre métodos anticonceptivos: Sólo el 22% de las chicas utilizan preservativo, siendo del 15% en los países del sur de Asia y el África subsahariana.

Debido a la falta de información, la juventud de las niñas y la falta de higiene, muchas de ellas mueren durante el parto entre los 15 y 19 años.

Muchas de ellas sufren lo que se conoce como “fístula obstétrica”, que se produce como consecuencia de un parto que no recibe el tratamiento adecuado y porque el cuerpo de la niña todavía no está lo suficientemente preparado para dar a luz. Una de las consecuencias de esto es que la mujer comienza a tener pérdidas constantes de orina, lo que provoca un fuerte rechazo en el marido. Muchas de las jóvenes que sufren esta enfermedad, son abandonadas por sus esposos, que consideran esta enfermedad consecuencia de un castigo divino.

REPERCUSIONES PSICOLÓGICAS
Cuando las niñas son obligadas a casarse, se sienten aterrorizadas y avergonzadas. Desde que sus familias las venden a hombres que muchas veces, doblan su edad, hasta que llegan a las casas de sus esposos, son tratadas como una simple moneda de cambio y sometidas a tradiciones ancestrales que aumentan, si cabe, más aun el sentimiento de inseguridad e impotencia en las niñas.

Una de estas prácticas es la mutilación genital, que continúa siendo algo normal en muchas sociedades hoy en día.

A la mayoría de las niñas se las realiza esta práctica antes del casamiento, siendo un proceso muy doloroso y que además, provoca terribles consecuencias para la salud. Una de estas consecuencias es que provoca dificultades durante el parto, poniendo en peligro no sólo a la madre, sino también al niño.

Desde el inicio del proceso del enlace, la niña se convierte en un ser indefenso, sin derechos. Si el marido, resulta ser violento, en la mayoría de los casos, la niña se ve en una situación sin salida, no teniendo más opción que sufrir y aguantar las circunstancias.

NUEVOS DATOS
Según informes de Unicef, el 36% de las mujeres en todo el mundo de edades comprendidas entre los 20-24 años, fueron casadas antes de llegar a los 18 años.

Estos mismos informes estiman que 14 millones de adolescentes entre los 15 y los 19 años dan a luz cada año. Esto supone que estas niñas tengan un alto riesgo de morir durante el embarazo o durante el parto.

CÓMO ACABAR CON EL MATRIMONIO DE NIÑOS
Según Unicef, los gobiernos de las sociedades en las que se practica el matrimonio entre niños debería establecer los 18 años como la edad legal para casarse, y sobre todo, asegurarse de que esto se cumple, ya que a pesar de que en muchos poblados existe esta ley, las ceremonias se dan en secreto, y los gobiernos no se esfuerzan por hacer cumplir tal norma. Para ello, Unicef hace mención sobre la importancia de tener un registro legal de cada nacimiento y cada matrimonio.

“Terminar con el matrimonio precoz es complicado porque incluso a los padres les cuesta entender que lo que hacen tiene una grave repercusión negativa, debido a sus dificultades económicas y a las fuertes presiones sociales y tradiciones”, explica Unicef.

Esta ONG, sabe que las niñas que han podido acabar la escuela no suelen casarse a edades tan tempranas, y por ello está llevando acabo un programa que promueve la educación entre las niñas en países como Bangladesh.

El objetivo principal de esta campaña es que para el año 2015, todos los niños en todos los países del mundo puedan completar por lo menos, la educación primaria en el colegio.

Kishori Abhijan, es un proyecto que se da en Bangladesh, una de las zonas más afectadas por este problema, y también es apoyado por la ONG de Unicef. Se encarga de fomentar los derechos de las chicas adolescentes y lucha por defender a las niñas del matrimonio precoz y las dotes. Esta iniciativa ofrece educación, entrenamiento y contactos para que las chicas puedan incorporarse al mundo laboral.


La Misericordia en los planes de Dios: Ayuda Ministerial

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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LA PRÁCTICA DE LA Misericordia

MATEO 6:1


  Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.


INTRODUCCIÓN: EL PRINCIPIO GENERAL

Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5:48). Con esta sentencia lapidaria, Jesús acaba de concluir la primera gran sección del Sermón del Monte, dedicada al carácter cristiano (5:1–16) y al verdadero alcance de la ley de Moisés (5:17–48).
Hasta aquí, el discurso del Maestro ha tenido un fuerte contenido ético. Ha demostrado que la justicia enseñada y practicada por los escribas y fariseos, lejos de sostener exigencias morales excesivamente elevadas —como opinaban algunos de sus contemporáneos—, erraba a causa de su superficialidad. Ellos se conformaban con una justicia externa que no llegaba nunca a satisfacer a Dios. De cara a la galería, practicaban una ética severa que exigía un cumplimiento riguroso y aparentemente costoso; pero, en la intimidad de su corazón, eran egocéntricos, soberbios y, en última instancia, profundamente injustos. A pesar de sus alardes de rectitud, no tenían una auténtica hambre de justicia. A pesar de creerse buenos y aceptables delante de Dios, estaban muy lejos del reino de los cielos.
Por lo tanto, si los discípulos aspiran a ser realmente justos y entrar en el reino, tendrán que seguir otro camino diferente del practicado por los escribas y fariseos. Tendrán que ser mejores que ellos (5:20). No basta con que hagan alguna que otra buena obra. En vano intenta el ser humano hacer buenas obras si no es bueno en la intimidad de su fuero interior. Sólo puede dar buenos frutos el árbol sano. Sólo puede agradar a Dios un carácter completamente renovado y santificado (5:3–16). Por lo tanto, sólo puede servir para capacitarnos para el reino de Dios una justicia que llegue a los resortes más íntimos del ser, informando no solamente nuestras acciones externas, sino también nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras motivaciones. La ética de Jesús tiene que ver no sólo con actos justos, sino con una manera de ser justa. El reino de Dios no es para los meramente buenos, sino para los perfectos (5:48). Esto respecto al capítulo 5.
Ahora, al llegar a esta nueva sección de su discurso (6:1–18), Jesús sigue hablando explícitamente de la «justicia». El tema del capítulo 6, pues, continúa siendo el mismo que el del 5: es decir, la práctica de vuestra justicia (6:1). Existe una clara continuidad entre las dos secciones (cf. 5:6, 10, 20) que se manifiesta también en el hecho de que Jesús siga contrastando la justicia genuina con las prácticas de los escribas y fariseos, esos «hipócritas» a los que el Maestro está a punto de denunciar (6:2, 5, 16). Además, se ve en que Jesús sigue manteniendo el listón alto: todos somos capaces de hacer obras de caridad o de piedad si pensamos que con ellas recibiremos los aplausos de los demás, pero Cristo exige la misma entrega y dedicación cuando nadie nos ve.
Sin embargo, además de la continuidad, también existe un claro contraste entre los dos capítulos. Para empezar, mientras el capítulo 5 se centra en nuestra necesidad de apartarnos del mal, el 6 nos enseña positivamente a practicar el bien. Además, ahora el énfasis recae no sobre la justicia practicada en las relaciones sociales, sino sobre la vida religiosa, la que solemos entender como la piedad; es decir, sobre prácticas como la caridad, la oración y el ayuno, las cuales eran tenidas por los judíos como las tres columnas sobre las cuales se apoyaba la vida piadosa. Este desplazamiento de nuestra atención desde nuestro prójimo hacia Dios se ve en que Jesús, en el transcurso del capítulo 6, hace referencia a vuestro Padre que está en los cielos (o alguna frase similar) nada menos que doce veces. Claramente, el énfasis del capítulo recae sobre la vida vivida de cara a Dios.
De inmediato conviene señalar que el solo hecho de que Jesús pueda servirse de la misma palabra —justicia— para hablar tanto acerca de las relaciones sociales (5:20–48) como acerca de la práctica de la piedad (6:1–18) indica que, para él, la vida del hombre no puede dividirse en compartimientos, algunos de los cuales deben ser regidos por la piedad (o la justicia) y otros no. La vida es un conjunto indivisible en el cual absolutamente todo debe ser vivido en rectitud ante Dios. Debemos ser justos no sólo en la vida social, sino también en la vida piadosa; no sólo al apartarnos del mal, sino también al abrazar positivamente la voluntad de Dios.


LAS DOS ALTERNATIVAS

En el versículo 1, Jesús enuncia aquel principio general que subyacerá en toda la sección: para que nuestras acciones sean realmente justas, debemos renunciar a toda motivación turbia, a toda clase de ostentación en el ministerio, a todo motivo de jactancia y a toda búsqueda de la aplausos humanos, y debemos entender que Dios desea la verdad en lo más íntimo (Salmo 51:6). En otras palabras, la vida piadosa se puede entender y practicar de dos maneras: una vivida de cara a los hombres; la otra, de cara a Dios. En el primer caso, las prácticas religiosas se convierten en meras obras de teatro realizadas con el fin de conseguir los aplausos de los demás; en el segundo, la motivación es vivir en consecuencia con el evangelio, en integridad y sencillez de corazón, deseando la gloria de Dios y el bien del prójimo, y desterrando toda motivación egocéntrica y todo deseo de reconocimiento humano.
Ahora bien, es muy triste que la vida del discípulo nunca sea motivo de aprobación y admiración para los demás. Si el creyente vive en consecuencia con su profesión de fe, debe ser cierto que sus vecinos vean sus buenas acciones y glorifiquen al Padre que está en los cielos (5:16). Algo anda mal si nuestras vidas no se caracterizan por un nivel de bondad y generosidad muy por encima de lo común y si nuestros prójimos nunca hablan bien de nosotros. Pero otra cosa bien diferente es hacer las cosas con el fin expreso de ganarnos sus aplausos. Nuestras acciones deben merecer la aprobación del vecindario, pero nuestras motivaciones deben ser la integridad, la sencillez, el sincero deseo de ayudar al prójimo y de glorificar a Dios. Una cosa es procurar conseguir que Dios sea alabado; otra es intentar obtener alabanza para nosotros mismos.
El objeto de la denuncia de Cristo no es tanto el solo hecho de recibir palabras de aprobación humana, sino la hipocresía de fingir motivaciones espirituales cuando, en realidad, sólo nos interesa la adulación humana.

  Los hipócritas … ejecutan sus deberes religiosos con el fin de atraer la atención de la gente … Esperan que entonces los espectadores digan: «¡Qué devotos, qué notablemente piadosos son estos escribas y fariseos!» Naturalmente, hay que evitar una demostración pública con tal motivación.

  Los humanos somos una raza de lo más extraña. Oímos hablar de elevados mandatos morales, vislumbramos un poquito de la belleza genuina de la santidad perfecta, y luego prostituimos la visión al pensar en cuánta estima nos tendrían los demás si nos comportáramos así. La exigencia de perfección genuina se pierde en la meta, más baja, de la piedad externa; la meta de complacer al Padre se troca en su prima enana, la de complacer a los hombres. Casi parece que cuanto mayor es la exigencia de santidad, más se acrecienta la oportunidad de ser hipócrita.

Los animales luchan entre sí por establecer su posición jerárquica dentro de la manada. Los hombres carnales se pisotean los unos a los otros en su afán de subir peldaños sociales y ganar poder e influencia. Los hombres religiosos suelen ser mucho más sutiles. Utilizan los bienes espirituales para hacer avanzar su propia reputación. Intentan deslumbrar a los demás con su espiritualidad, su bondad y hasta con su humildad, y así ser tenidos por líderes destacados de la comunidad. Esconden su afán de protagonismo tras una máscara de abnegación y afabilidad. Sus buenas obras son el medio por el cual ganan puntos en las rivalidades eclesiásticas.
La clase de hipocresía que Cristo denuncia en los fariseos y escribas —la de tocar la trompeta antes de dar limosna, por ejemplo— nos indigna. Sin embargo, se trata de un fenómeno universal y muy sutil. ¿Quién de nosotros conoce suficientemente su propio corazón como para poder asegurar que sus motivaciones siempre son puras? En estas cuestiones es muy fácil cegarnos y engañarnos a nosotros mismos. Tanto en la práctica de la piedad como en el ejercicio de dones espirituales, podemos creernos libres de carnalidad y, sólo después, caer en la cuenta de que hemos actuado abrigando aspiraciones egocéntricas. Podemos empezar bien, con auténticos deseos de glorificar a Dios o con una sincera preocupación por nuestro prójimo, y luego acabar mal por haber dado entrada en nuestro ministerio a móviles interesados.
Recuerdo que, después de varios años en el pastoreo de una iglesia de Barcelona, durante los cuales intenté ser fiel siempre a la Palabra y a la dirección de Dios en mi predicación, empecé a ser consciente de que algo andaba mal en mí. Descubrí que, si después de un sermón mío no venían los hermanos a darme las gracias y a expresar el bien que habían recibido a través de él, me sentía deprimido. Después de examinarme delante del Señor, tuve que reconocer que, a pesar de mi intención inicial de utilizar el púlpito siempre para la gloria de Dios, se había infiltrado en mí otro deseo no tan loable: el de utilizarlo para la gloria de mi propia reputación.
Por lo tanto, antes de señalar con el dedo a los fariseos y escribas, haremos bien en reconocer nuestra propia debilidad. Seguramente, no haremos sonar trompetas cuando hagamos actos de caridad. Somos mucho más sofisticados en nuestra hipocresía. Hay mil maneras más sutiles en las que podemos hacer rentables para nuestro propio prestigio aquellos actos que, supuestamente, proceden, con toda sencillez, de nuestra devoción al Señor y de nuestro amor al prójimo. Cualquier ministerio cristiano se presta a ser plataforma de nuestros intereses humanos. Siempre existe la tentación de utilizar nuestra piedad para «barrer para dentro» y de convertir en medios de protagonismo humano los dones y servicios que Dios nos ha encomendado.
Precisamente porque el peligro es real y sutil, el Señor empieza esta sección con el imperativo: ¡Cuidad! Es decir, guardaos, estad en guardia, vigilad, tened mucho cuidado, ¡ojo! En el momento menos esperado, el maligno puede insinuar en nuestra piedad móviles impíos. Es prescriptivo, pues, un periódico auto-examen para asegurarnos de que seguimos sirviendo al Señor con corazón limpio. Un buen chequeo que podemos hacernos es el de considerar si actuamos de la misma manera cuando nadie nos ve que cuando sabemos que otros nos miran. ¿Oramos tanto o más en privado que en público? ¿Damos limosnas cuando nadie nos ve o sólo cuando vamos acompañados? ¿Es tan intensa nuestra práctica religiosa cuando estamos lejos de nuestro lugar habitual de residencia como cuando estamos en casa, sujetos a las presiones de nuestros familiares o amigos creyentes? En una palabra, ¿vivimos y actuamos para ser vistos por los hombres o porque sabemos que Dios nos mira?
Las dos maneras de practicar la piedad conducen a dos premios diferentes. Aquel que practica la piedad sólo para ganar los aplausos de los demás quizás consiga el premio de la adulación humana —la recompensa del honor, la admiración y la alabanza—; pero no debe pensar que recibirá la aprobación de Dios, ni siquiera cuando sus actos sean de carácter religioso, porque, en el fondo, jamás quiso glorificar a Dios. Su piedad nunca fue auténtica, sino una especie de teatro religioso.
En cambio, aquel que no actúa de cara a la galería, sino en la integridad y sencillez de su corazón, quizás no reciba nunca los aplausos de sus contemporáneos, pero disfrutará de una amplia recompensa de parte de su Padre celestial.

En los versículos 2 a 18 de este capítulo, Jesús procede del principio general del versículo 1 a unos ejemplos específicos: las limosnas, la oración y el ayuno. Como ya hemos dicho, todos ellos eran tenidos por muy importantes tanto en el judaismo como en la iglesia cristiana primitiva. Para reforzar la unidad de esta sección, el Señor emplea una misma estructura literaria en los tres casos.
De hecho, la estructura de todo el Sermón del Monte depende de la frecuente repetición de las mismas fórmulas. Ya hemos visto que cada una de las bienaventuranzas del 5:3–12 se ajusta a un mismo patrón, como también las seis antítesis del 5:21–48 (habéis oído que se dijo … pero yo os digo). Ahora, en su enseñanza en torno a las tres obras de piedad, Cristo emplea un claro paralelismo de lenguaje. Esto se ve en los siguientes puntos:

          —      Cada ejemplo empieza con una frase similar: cuando des limosna …, cuando oréis …, cuando ayunéis …

          —      A continuación vienen instrucciones en cuanto a lo que no hay que hacer, ilustradas siempre por medio de la ostentosa pseudo-piedad practicada por los «hipócritas».

          —      En cada caso, los hipócritas son acusados de realizar su justicia para ser vistos (o alabados) por los hombres.

          —      Y en cada caso se dicta la misma sentencia irónica: ya han recibido su recompensa completa (vs. 2, 5, 16). La recompensa en cuestión consiste en la efímera adulación de los espectadores. En cambio, los hipócritas no deben esperar recibir recompensa de parte de Dios, pues él no premiará la hipocresía.

          —      Sigue una frase similar que introduce las instrucciones positivas acerca de lo que los discípulos deben hacer: pero tú, cuando des limosna … pero tú, cuando ores … pero tú, cuando ayunes.

          —      Las instrucciones positivas, en cada caso, versan sobre la auténtica piedad y sobre el carácter secreto de su práctica.

          —      Y cada ejemplo acaba con la misma promesa: tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (vs. 4, 6 y 18). En contraste con los aplausos de una multitud voluble y olvidadiza, ésta sí es una recompensa sólida y duradera.

Se trata, pues, de una sección tan rigurosamente estructurada como las bienaventuranzas o las enseñanzas éticas del 5:21–48. La única parte que no se ajusta a esta estructura es la digresión o ampliación del tema de la oración que ocupa los versículos 7 a 15.
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