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La salvación como acto de la gracia de Dios
La gracia en
las escrituras es presentada como el rostro de Dios mismo revelado en
favor de su pueblo. En el libro del Génesis se nos habla de la primera
pareja que pecó y a la que, por lo mismo, Dios manifestó su gracia. Cuando
Adán y Eva pecaron fueron inmediatamente por Dios vestidos con pieles
de animales (Gn 3, 21); y no los mató, como pudiera haber sido lo
lógico, sino que les brindó la oportunidad de vivir, para que pudieran
volverse a él. Y a partir de entonces se advierte la voluntad divina por
perdonar las ofensas humanas, reflejando de esa forma la más íntima de
las atribuciones divinas, como lo es su intrínseco y radical amor. Esta
gracia divina corre por todas las vertientes de la revelación, pasando
por el antiguo testamento donde vemos que Yahvé, por gracia, salva a
Israel, por ejemplo, a través de acciones liberadoras como la de
sacarlos de la esclavitud en Egipto, o vencer a los enemigos que
acechaban la paz y la religión yahvista, como asimismo demostraba su
gracia por medio de la alianza establecida especialmente con ellos. Y,
en esa misma dirección, el nuevo testamento no se queda atrás; al
contrario, parece superar todas las expectativas que antaño pudieron
haber esperado los hijos de Israel, en tanto la Nueva Alianza traía
consigo una novedad, y es que aquí la gracia de Dios adquiere rostro
humano en una persona. En el evangelio de Juan aparece diciendo Jesús: “Quien me ha visto, ha visto al Padre” (Jn
14, 9). He ahí uno de los aspectos de primordial importancia del hecho
Jesús; y es que al ser hombre, ser humano igual a nosotros, ha hecho
posible que la gracia adquiriera un rostro concreto y definitivo, como
nunca lo vieron en la antigua alianza, a pesar de toda su grandeza.
Alcance del término gracia; generalidades
El término χάρις (charis) o gracia es usado abundantemente en el nuevo testamento. Fundamentalmente la terminología relacionada a esta raíz griega de gracia,
indica a manera de significado aquello que produce agrado tanto externo
como también interno. Puede significar encanto y belleza; también puede
significar comodidad, agrado, habilidad y gratitud. Y se piensa que gracia tiene una fuerte relación con χαρά, es decir, alegría, por
cuanto la consecuencia o reacción lógica de una persona frente a la
experimentación y disfrute de la gracia, es precisamente la de gozo,
alegría profunda ante la condescendencia divina.
El significado más amplio de χάρις o gracia se
encuentra además en las ideas de merced, favor, inclinación,
benevolencia, agrado, muestra de afecto y caridad. Y eso es lo que
pareciera sobresalir en el término cuando este es usado para hablar de
la gracia de Dios. La gracia divina es un acto; y no solamente una actitud de Dios. Él no sólo siente o tiene o es gracia; él demuestra serlo a través de gestos concretos, acciones objetivas. Él no se queda en las meras palabras; en asuntos de gracia Dios actúa y pone en ejercicio práctico lo que dice ser.
La gracia en el antiguo testamento
Vemos
manifestarse la gracia desde el momento mismo de la caída de los
primeros padres. El libro del Génesis 3, 21 nos dice, como ya lo
mencionamos antes, que Dios vistió a los primeros padres con pieles de
animales; no los mató, probando en ello su infinita capacidad de
perdonar y su voluntad de reconciliarse con sus criaturas.
Un término fundamental en el antiguo testamento para hablar de gracia es el hebreo חֵן (hen); este significa favor,
misericordia, dulzura, benevolencia. Se trata, eso sí, de destacar un
gesto o actitud clemente que no es posible de devolver; es algo que se
da a una persona o que se hace por ella, sin que ésta tenga, por mérito
propio, derecho a ello (Ex 33, 19; Nm 6, 25; Dt 10, 17). Otro término
hebreo es חֶסֶד (hesed), el que quiere decir solidaridad,
amor, bondad, lealtad, compromiso, amabilidad, buenas acciones,
misericordia. Indica una acción sin medida, que excede el marco de las
acciones humanas (Sl. 36, 6 [BJ]; 36, 5 [RVR]). Es así que la gracia divina
siempre nos sobrepasa o desborda, es decir, va más allá de lo que
pudieran ser nuestras expectativas. No somos capaces de dimensionar
hasta dónde es capaz de llegar Dios para mostrarnos su benevolencia y
amor infinitos.
También tenemos el hebreo צְדָקָה Sedaka, lo que por el común significa justicia.
Así tenemos que Yahvé actúa con justicia. En otros términos, hace lo
justo; nada más que lo que corresponde (Sl 11, 7; Is 45, 19.24; cf. 1 Sm
26, 23).
Otros términos importantes son: emet, es decir, fidelidad paternal hacia el pueblo de la alianza (Ex 34, 6); rahamin, expresión que implica la idea de misericordia, y que lo más probable es que se derive de rehem o seno materno (cf. 1 Re 3, 26). Así, rahamin es
un acto misericordioso que nace de las entrañas de un padre o de un
hermano (Jr 31, 20; Gn 43, 30). Y aplicado a Dios en el antiguo
testamento, indica que es algo que nace de lo más profundo de Yahvé.
Cuando él perdona, lo hace sinceramente y con el amor entrañable que un
padre o una madre sienten por sus hijos.
Los medios de gracia en el antiguo testamento
De
alguna forma la gracia divina en el antiguo testamento se hace concreta
a través de gestos conciliadores proporcionados por Yahvé mismo. El
acto del perdón mismo estaba sujeto a determinados actos de sacrificios a
favor del penitente y que levantaban su culpa, reconciliándolo
nuevamente con Yahvé. Pero nos damos cuenta que el perdón no se
manifestaba sólo en actos de tipo cúltico-sacrificial; al mismo tiempo
se logra advertir la voluntad perdonadora de Yahvé a lo largo de toda la
historia de Israel. Es como si la historia misma fuera el testimonio
más eficiente del amor y la misericordia de Yahvé. Tenemos así que el
perdón de Dios en el antiguo testamento se expresaba por medio del
sacrificio cultual, del mismo modo que lo hacía salvando a través de la
historia. Su gracia y misericordia se dejan ver, entonces, por medio del
culto y de la historia misma de la nación.
Si
hablamos del culto, lo que nos interesa resaltar es el hecho del perdón
operante en él. Se ha dicho que el pecado apartaba de Dios, rompiendo
el vínculo y comunión no sólo con éste, sino también con la comunidad
misma. Pecar atenta contra Yahvé y contra el pueblo escogido por él. Y
desde un punto de vista práctico el pecado impedía el normal desempeña
socio-cultual de los individuos transgresores. La comunidad los
apuntaba, como asimismo estaban impedidos de toda actividad cultual.
Para remediar esa condición el pecador debía cumplir con las normas de
expiación por sus faltas y, así, volver a integrarse a la asamblea de
Israel, al mismo tiempo que volvía a gozar del favor de Yahvé. He ahí la
importancia del culto en su aspecto soteriológico.
La terminología en torno al perdón en el culto es inmensamente enriquecedora. Un ejemplo claro de ello lo constituye el verbo kipper, el
que era aplicado en el culto para designar un rito expiatorio tendiente
a perdonar, apaciguar y reconciliar. Hay quienes aseguran una
diversidad de significaciones en torno a este verbo, pudiendo representar el cubrir, propio de la raíz árabe kpr, como asimismo pudiera significar enjugar o borrar, idea la cual es compartida por el siríaco, arameo y babilónico. Pero de un modo u otro se marca con bastante fuerza que, en el antiguo testamento, kipper tiene
estrecha relación con el malestar divino hacia la falta de los
transgresores, es decir, Yahvé está enojado y su cólera no se terminará
hasta que haya una expiación por la culpa. Así, Éxodo 32, 30 nos habla
de qué manera Moisés tiene que mediar a favor del pueblo ante Yahvé, con
el fin de aplacar su ira. La expresión aplacaré, en hebreo sería אֲכַפְּרָה el que a su vez guarda relación con expiación o perdón, es decir, kippurim כִּפֻּרִים el cual no deja de tener relación con kappóret כַּפֺּרֶת que significa cubierta o tapa. Con razón en el conocido propiciatorio del tabernáculo, en su cubierta o tapa, se hacía propiciación, es decir, se aplacaba la ira de Yahvé, el cual era movido a misericordia.
Hay que agregar, además, que el término kipper podría significar tanto una expiación por medio de un acto ritual, tal como el realizado en ambiente sacerdotal,
como asimismo cualquier otra acción que promoviera el perdón divino. Es
así que David tendrá que expiar la sangre de los gabaonitas derramada
por Saúl, no con animales sino con la sangre de los parientes de Saúl
mismo (2 Sm 21, 1-14). Otro
texto interesante es el Dt 32, 43 donde expresa Yahvé que hará
expiación a partir de la sangre derramada de los enemigos de Israel. Y
en Is 6, 7 se dice que los pecados del profeta fueron expiados con un
carbón encendido, al momento de tocarle los labios sucios. Sobre los
detalles del sacrificio cultual, como medios de expiación, no nos será
posible tratar en el presente estudio.
Desde
la perspectiva de la historia, tenemos que Yahvé mostraba su perdón a
partir de los diversos acontecimientos por los que la nación tuvo que
pasar. Es así que Yahvé perdona y salva en el acontecimiento del éxodo y
la institución de la Alianza, en la figura de la monarquía y los
anuncios proféticos de juicio y esperanza, de perdón y salvación durante
el exilio, así como de la expectativa de una restauración total a
aquellas glorias pasadas, pero ahora perdidas, y que nuevamente se
volverían realidad, en un contexto de literatura apocalíptica.
La riqueza que aporta el nuevo testamento
El término más demostrativo de la gracia divina en el nuevo testamento es χάρις (charis).
Y es presentada fundamentalmente como un acto prerrogativo de favor
divino, el que trae consigo la correspondiente respuesta del ser humano a
modo de agradecimiento. La gracia de Dios entendida como χάρις es, por sobre cualquier otro término, el más usado para destacar el acto perdonador y salvífico de parte de éste.
Ahora
bien, hay que consignar que el término, debido a su extensa
significación (belleza, habilidad, aceptación, benevolencia, caridad,
regalo, etc.), no siempre significa o representa la acción divina de
perdonar y salvar. Los sinópticos, por ejemplo, no hacen uso de χάρις en un sentido salvífico de modo explícito, es decir, no hablan literalmente de χάρις como el gesto salvador de Dios. No se dice, por ejemplo, que Jesús perdonó pecados o sanó enfermos por gracia;
pero aunque no la mencionan explícitamente, sí la sugieren en la obra
que Jesús realizó. Todos sus gestos benevolentes a favor de los débiles
son interpretados con toda claridad como actos de condescendencia divina
hacia los desamparados, enfermos y perdidos (Mt 11, 5; Mc 10, 26).
Luego, pese a que χάρις, como acto divino salvador, no
forma parte del lenguaje literal de los sinópticos toda vez que nunca
encontramos en los labios de Jesús tal expresión, esa carencia es
superada por la gracia implícita en cada uno de los dichos y hechos de Jesús. Todo lo que él hacía era en sí un acto absoluto de la gracia divina.
Además, por el solo hecho de enseñar sobre el hacer misericordia ya estaba introduciendo el concepto de gracia (Lc
6, 36). Él enseña la misericordia, pero al mismo tiempo la practica,
dejando ejemplo para que sus discípulos también participen del don de la
gracia.
El aporte de san Pablo
Pablo es uno de los escritores neotestamentarios que más utilizan el concepto de gracia. Pero el empleo que hace del término no obedece a un mero asentimiento intelectual del apóstol; no se trata de algo teórico. Más
que nada san Pablo elabora su teología a partir de su propia
experiencia, y desde este puesto entiende el concepto. En términos
concretos, y teniendo presente su propia experiencia salvadora,
podríamos preguntar: ¿Qué fue o qué representó la gracia divina
para Pablo, que hizo que este término fuera fundamental en todo el
desarrollo de su teología? Y desde o a partir de su experiencia de
conversión la gracia fue un acto de Dios en el cual no medió
mérito alguno de Pablo; y él bien lo reconoce en sus propias cartas (Ga.
1, 13-24; Flp. 3, 5-6). Ha sido, la gracia, un acto
de absoluta gratuidad divina, en la que nosotros nada tuvimos que ver
(Ef 2, 8). Su conversión fue un acto transformador, que lo hizo ser
partícipe de la gracia. Y su encuentro con Jesús según Hechos
9, 1-19 nos manifiesta una experiencia salvífica bastante sólida y muy
mística por lo demás, lo que le impulsa más tarde a compartir esta gracia con quienes ahora han pasado a ser sus hermanos en la fe.
Desde su perspectiva teológica Pablo usa abundantemente el término gracia. En el corpus paulinum χάρις aparece unas cien veces. Por ejemplo, aparece unas 24 veces en Romanos, unas 10 en 1 Corintios y otras 18 en 2 Corintios.
Para Pablo la gracia es la forma como se hace posible la justicia de Dios. Por gracia es que libra de la cólera a los que han sido justificados (Ro. 5, 9; 1 Te. 1, 10; 5, 9). Además enseña que la χάρις es una de las mayores muestras del desborde de la misericordia divina. La gracia es
desborde, es decir, nos sobrepasa porque va más allá de nuestra
comprensión y capacidades. Y en relación con la temática del pecado el
desborde de la gracia es más sobresaliente aún por cuanto se entiende
como superación del mal (Ro. 5, 12-21). La
gracia, aquí, es puesta en contraste con el pecado, pero no para
ponerlos a un mismo nivel; no se trata de dos realidades similares o que
sean de un mismo rango y origen. La gracia es superación del pecado. Y
en el contexto de Romanos 5, 12-21 el pecado ha servido para dar la
ocasión de que se manifieste la gracia de Dios. Es evidentemente una
paradoja el que el pecado haya contribuido a resaltar la sobreabundancia
de la gracia de Dios en Cristo. Y es aquí donde adquiere mayor
significación la idea de gracia como desborde y plenitud; algo
que termina por sobrepasar toda expectativa humana. Por eso cuando Pablo
menciona el problema del pecado y su consiguiente resultado de quedar
separados de la gloria (doxa) de Dios (Ro. 3, 23), destaca inmediatamente el hecho de que la gracia es superior a toda falta: “Pero donde aumentó el pecado, aumentó aún más la gracia” (Ro 5,20). Por eso la gracia siempre es el “cuanto más”, precisamente porque es el acto divino del desborde.