Tweet biblias y miles de comentarios
Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
Una de las anomalías de la historia es que Calvino haya llegado a ser conocido más como teólogo sistemático cuando él mismo se consideraba primordialmente un predicador. Creía que sus sermones, y no las Instituctiones fueron su mayor contribución. Aunque parte de su tiempo lo dedicaba a dar conferencias sobre teología siempre consideraba este rol como secundario. Se consideraba mayormente un pastor.
Los contemporáneos de Calvino se identificaron más con esa auto-evaluación de Calvino que las personas de siglos posteriores. En los días de su vida, y durante muchas décadas después, sus sermones rivalizaban en popularidad con las Instituciones. Sus sermones eran bien conocidos y muy leídos en todos los países de la Reforma. Con frecuencia eran usados en los pulpitos de iglesias que carecían de pastor. Se imprimían centenares de copias a medida que Calvino los predicaba en el francés original a efecto de introducirlos sistemática y clandestinamente a los protestantes oprimidos de la patria de Calvino. Gran cantidad de ellos también fueron traducidos a otras lenguas, especialmente al inglés y al alemán.
En inglés llegaron a publicarse un total de setecientos que gozaron de amplia distribución. Aunque en esa tarea participaron numerosos traductores más de la mitad de los sermones fueron traducidos por Arthur Golding. La primera edición ya apareció en 1553 y durante 40 años las imprentas siguieron haciendo copias. Comenzando en 1574 y a lo largo de 10 años se editó cinco veces el juego completo de los 159 sermones sobre Job. En tres años aparecieron cinco ediciones de los sermones sobre los Diez Mandamientos. Un juego completo de doscientos sermones sobre Deuteronomio fue publicado en 1581 siendo tan grande la demanda que en el término de dos
años hubo que publicar otra edición. No caben dudas de que la amplia circulación de estos volúmenes fue el principal factor del primer desarrollo de calvinismo en Inglaterra. Allí las Instituciones no aparecieron sino en 1561 y hasta fines de ese siglo solamente se reeditaron seis veces.
A comienzos del siglo 17 hubo una disminución constante en el uso de los sermones de Calvino. Ello es comprensible porque los sermones siempre se adecuan particularmente a determinadas épocas y circunstancias y, siendo piezas orales pierden mucho de su vigor y algo de claridad cuando son llevados a la forma escrita. Es completamente natural que sólo muy pocos sermones llegaran a ser escritos clásicos. No era de esperarse que las prédicas de Calvino fuesen indefinidamente populares en las iglesias y hogares reformados. Pero, por otra parte, resulta extraño que tan pronto cayeran en el más absoluto de los olvidos. Al cabo de poco tiempo estos sermones eran ignorados, no solamente por los reformados en general, sino también por las escuelas teológicas. En efecto, no hubo otra edición de las traducciones en inglés sino a mediados del siglo 19, cuando aparecieron dos colecciones pequeñas.
Estos sermones del gran reformador, que una vez gozaran de tanta demanda de parte de sus seguidores en todas partes, se desvalorizaron tanto que en 1805 cuarenta y cuatro preciosos volúmenes en folio, conteniendo manuscritos originales, taquigrafiados, fueron vendidos a dos libreros a un precio que se estimó por el peso del papel. Quizá ello haya ocurrido inadvertidamente, pero, de todos modos, indica que esos manuscritos eran raras veces consultados y que se ignoraba su valor. Debido a este desafortunado error es que la mayoría de los sermones de Calvino sobre los profetas del Antiguo Testamento se hayan perdido, igual que muchos sobre los evangelios y las epístolas. Ocho de los cuarenta y cuatro volúmenes fueron recuperados 20 años después por unos estudiantes de teología que los encontraron en venta en una tienda de ropa usada; luego, a fines del siglo, reaparecieron otros cinco volúmenes que fueron reintegrados a la biblioteca. Los estudiosos de Calvino aun alientan una débil esperanza de que en alguna parte aparezcan los volúmenes restantes.
Ciertamente, las iglesias calvinistas han sido empobrecidas al no tener sus ministros y otros líderes un fácil acceso a la rica y prolífica expresión de las enseñanzas de su mentor, contenidas en los centenares de sus sermones, sin mencionar la inspiración que significa el encuentro que ellos ofrecen con su cálido corazón pastoral. Los estudiosos de Calvino se han ocupado extensamente de su vida y obra como reformador; de sus escritos sistemáticos y apologéticos; de sus comentaros, tratados, y cartas; de su pensamiento social, político y económico así como de su teología en general. Sorprendentemente prestaron poca atención a sus sermones, que por mucho constituyen la mayor expresión de sus pensamientos. La teología reformada y los estudiosos sobre Calvino, en general, han descuidado por extraño que parezca, una de sus fuentes más significativas.
Teniendo en cuenta esta prolongada negligencia es notable que los eruditos modernos hayan prestado creciente atención a estos sermones. Emile Doumergue, quizá el mayor de los modernos estudiosos de Calvino, ha contribuido mucho para reabrir esta perspectiva sobre el gran reformador. Su obra principal, de siete volúmenes, ofrece mucha información sobre Calvino como predicador.
Además ha escrito un pequeño tratado sobre este tema en particular.
A fines del siglo 19 aparecieron, en parte bajo su tutela, pero mayormente por su influencia, un número de monografías sobre la predicación de Calvino. La mayoría fueron escritas en francés.
Además de una que apareció en alemán,también hubo una contribución por el profesor P. Biesterveld del Seminario Kampen, de los Países Bajos.
De fecha más reciente tenemos otra obra alemana sobre el tema por Erwin Müllhaupt,y finalmente, en 1947 algo en inglés, un estudio muy completo y fácil de comprender por T.H.L. Parker, un ministro religioso inglés. Su obra se titula Los Oráculos de Dios.
Además de estos específicos muchos escritores modernos, dedicados a la enseñanza de Calvino, se han volcado completamente a los sermones como fuente de material.
Hay que agregar que durante los últimos diez años han aparecido en una nueva tracucción al idioma holandés por lo menos seis volúmenes de sermones.
Por eso es particularmente gratificante ver que en el círculo de calvinistas americanos ahora también haya un renovado interés en este campo. En 1950 causó alegría la reimpresiónde una colección miscelánea de sermones, la única que se había publicado anteriormente en los Estados Unidos de América. La misma se había traducido y publicado originalmente en 1830, y recientemente resultaba imposible conseguir una copia. Aún más alentador es que un ministro de la Iglesia Reformada en América, Leroy Nixon, produjera recientemente dos libros. El primero, un estudio fresco y estimulante sobre Calvino como predicador expositivo.
Es un estudio tan incluyente como profundo. El segundo, una traducción totalmente nueva del latín y francés de veinte sermones de Calvino sobre el Nuevo Testamento, titulada La Deidad de Cristo y otros Sermones.^ Su obra evidencia distinguida competencia, produciendo una anticipación agradable de su segundo juego de traducciones el cual presenta ahora a través de este volumen. Su publicación es muy bienvenida porque ofrece, por primera vez en siglos, al lector del inglés, algunas de las riquezas del pensamiento de Calvino, contenidas precisamente en su prodigiosa serie de sermones sobre el libro de Job.
El avivamiento que experimenta actualmente el interés en Calvino supera, al menos en un sentido, a muchos anteriores, y es que considera a sus sermones con un cuidado nunca antes visto desde 1600. Y sus sermones realmente son indispensables para un entendimiento cabal de Calvino. Emile Doumerge estuvo acertado cuando, el 2 de julio de 1909 en una gran celebraciónconmemorativa de los 400 años del nacimiento de Calvino, y hablando del mismo pulpito que Calvino ocupara, dijo: "Este es el que a mi parecer, es el verdadero y auténtico Calvino, el que arroja luz sobre todos los demás: Calvino el predicador de Ginebra, moldeando con su palabra a los reformados del siglo 16."
Los calvinistas americanos harán un gran servicio a su causa siguiendo la sugerencia implícita en estas palabras. Tienen una deuda con el pastor Nixon que tan notable comienzo ha marcado.
MÉTODO HOMILETICO
Calvino fue un auténtico predicador extemporáneo. No usaba manuscritos ni notas. Únicamente llevaba las escrituras al pulpito. Su preparación consistía en leer los comentarios de otros (incluyendo a los Padres de la Iglesia y probablemente también a los escolásticos así como a sus compañeros de reforma). Realizaba una exégesis muy cuidadosa del texto aplicando sus notables habilidades como lingüista y su tremendo conocimiento de la Biblia. Finalmente reflexionaba sobre la manera de aplicar el texto a la congregación y la forma de comunicar dicha aplicación. Luego todos estos pensamientos eran clasificados y almacenados en su asombrosa memoria. No hay evidencias de que escribiera un bosquejo, además la construcción de sus sermones aparentemente indican que no lo hacía.
Se puede objetar justificadamente que tal preparación es inadecuada para la predicación. Ciertamente sería insuficiente para la gran mayoría de los predicadores cuyos dones son tanto menores que los de Calvino. Probablemente Calvino mismo no recomendaría su método como práctica normal de homilética. La principal razón para no prepararse con más precisión era la falta de tiempo. Algunos domingos predicaba dos veces además de predicar todos los días de semana. Todo esto lo hacía aparte de sus conferencias regulares sobre teología, su tarea pastoral, sus responsabilidades cívicas y su enorme correspondencia. La predicación sola habría agotado la capacidad de muchas personas menos dotada que Calvino. Pero Calvino hacía todo esto a pesar de un estado prácticamente continuo de escasa salud. Las dimensiones de su genio difícilmente podrían ser sobreestimadas, y sermones como los de este volumen adquieren mayor brillo cuando son vistos a la luz de la totalidad de su trabajo.
Sin embargo, más allá de esto, había algo en su método que Calvino recomendaría sinceramente, incluso a predicadores que suben al pulpito solo una o dos veces por semana, teniendo tiempo abundante para la preparación. Esta no debiera ser demasiado mecánica. La predicación no debería estar sujeta al recitado, palabra por palabra, de algo previamente compuesto. Nunca se debería leer el sermón, sino siempre proclamarlo como la viviente palabra de Dios. En cierta ocasión Calvino se quejaba en una carta a Lord Somerset de las pocas predicaciones con vida en la Inglaterra de aquellos días, y que, emulando a Cranmer, los predicadores escribían sus sermones palabra por palabra, con artificiosa retórica, para luego esclavizarse a su lectura. Calvino creía firmemente que en el acto de la predicación debe haber lugar para la inspiración continua del Espíritu Santo. No iba al extremo de Lulero para quien la palabra predicada era virtualmente idéntica con la palabra escrita; tampoco aceptaba el punto de vista zwingliano y anabaptista de que el sermón no era sino una señal dirigida hacia Cristo. Su posición era intermedia. Por un lado sostenía que la Biblia era singularmente inspirada, que en su forma escrita es objetivamente la palabra de Dios, y que el sermón solo tiene autoridad como explicación de la palabra escrita; por otra parte sostenía que el sermón únicamente cobra eficacia redentora cuando el Espíritu Santo opera tanto en el predicador como en los oyentes. De paso sea dicho, en este punto la doctrina de Calvino sobre la predicación concuerda totalmente con su doctrina sobre los sacramentos, lo mismo que también se daba con las doctrinas de Lutero y Zwinglio. Para Calvino tanto el sermón como el sacramento dependen de la palabra escrita y solamente son medios de gracia cuando van implementados por la presencia, llena de gracia, del Espíritu Santo. El método de Calvino no consistía solamente en hacer una adaptación según fuera la fuerza de las circunstancias; también era una expresión de doctrina fundamental. El sermón debe ser pronunciado como la palabra viviente. Es preciso que el predicador siga siendo, en el momento de su proclamación, un instrumento flexible del Espíritu Santo. Es preciso reiterar que Calvino no permitiría que ninguno de estos hechos sirviera de excusa para una preparación superficial o descuidada. En cierta ocasión lo expresó de la siguiente manera: "Si voy a subir al pulpito sin dignarme a abrir un libro, pensando frívolamente para mis adentros 'está bien, al predicar Dios ya me dará suficientes cosas para decir,' y vengo aquí sin preocuparme por leer o pensar en lo que debo declarar, y sin considerar cuidadosamente cómo aplicar las sagradas escrituras la edificación de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogante."
Debido a este método de preparación carecemos de apuntes sobre los primeros sermones de Calvino. Algunos de sus oyentes hacían anotaciones personales, pero éstas son poco más que un resumen general de los principales pensamientos y prácticamente carecen de valor.
Afortunadamente, en 1549, un grupo de refugiados franceses y caldenses, radicados en Ginebra, intensos seguidores de Calvino, reconocieron el valor permanente de sus sermones, de modo que contrataron a un secretario para que tomase notas taquigráficas de cada mensaje y luego hiciera cuidadosas copias destinadas a la preservación en volúmenes de folios. Este secretario fue Denir Raguenier quien cumplió con tan importante tarea como trabajo de tiempo completo hasta morir en 1560.
Calvino predicaba con frecuencia. Al principio los servicios religiosos en Ginebra se realizaban tres veces por semana, pero en 1549 el Concilio ordenó la introducción diaria de la predicación matutina. Calvino mismo generalmente predicaba una vez por domingo, y con frecuencia dos veces. Además, cada semana por medio, predicaba el sermón diario en la Iglesia San Pedro. La serie dominical siempre era distinta a la de los días de semana. La predicación dominical casi siempre se basaba en el Nuevo Testamento, siendo la única excepción notable algún sermón vespertino basado en los Salmos. Los sermones de los días de semana eran todos del Antiguo Testamento.
Los textos no los escogía ni al azar, ni siguiendo el año eclesiástico. Su método común era predicar consecutivamente a través de libros completos de la Biblia, con frecuencia no cambiaba ni siquiera en los días especiales de la iglesia. La longitud de los textos variaba algo, de acuerdo al contenido. Los de los libros históricos del Antiguo Testamento y de las narraciones evangélicas generalmente cubrían entre 10 y 20 versículos. Los de las epístolas del Nuevo Testamento y otros pasajes didácticos normalmente cubrían dos o tres versículos. Los textos para los sermones sobre Job son de 1 a 20, pero la mayoría de 4 a 7 versículos.
Los libros cubiertos totalmente por su predicación son: Génesis, Deuteronomio, Job, Jueces, I y II Samuel, todos los profetas mayores y menores, Los Evangélicos, Hechos, I y II Corintios, Galatas, Efesios, I y II Tesalonicenses, I y II Timoteo, Tito y Hebreos. Para citar algunos totales representativos digamos que hay 200 sermones sobre Deuteronomio, 159 sobre Job, 343 sobre Isaías, 43 sobre Amos, 189 sobre Hechos y 48 sobre Tito. Una de las omisiones más asombrosas es el libro de Apocalipsis. Aparentemente nunca se ocupó de este libro, ni por medio de sermones, ni conferencias ni comentarios. En cuanto a los otros libros no mencionados en esta lista, es difícil saber algo con certeza debido a que la información anterior a 1549 es muy incompleta. Cornos los de Lutero, los sermones de Calvino eran de longitud moderada. Pronunciados a una velocidad promedia no superarían los cuarenta minutos. De hecho, la grave aflicción asmática de Calvino le habrá requerido algo más. En cuanto a la duración como al estilo, Calvino tenía una fina sensibilidad por la capacidad de sus oyentes. Nunca sobrecargaba su comprensión, ni por una indebida complejidad, ni por una inadecuada longitud.
Evidentemente la mayoría no lo emuló muy bien en este sentido, puesto que en 1572, ocho años después de muerto, el Concilio de Ginebra promulgó un edicto por el cual los ministros religiosos debían predicar sermones más breves, que no excedieran una hora de duración.
También es de notar que la longitud de los sermones sea tan consistentemente igual. Por ejemplo, en la serie sobre Job, el lector puede observar por sí mismo, que las longitudes de las copias impresas apenas varían un poco.
ESTRUCTURA DEL SERMÓN
En su predicación, como en muchos otros aspectos, la Reforma significó un retorno a la doctrina y a las prácticas de la iglesia primitiva. Guiados por Lutero, los reformadores volvieron a la homilía como forma normal del sermón. Comparada con la predicación escolástica, la homilía era más expositiva que temática, más un discurso libre que una alocución sujeta a estructuras, más analítica que sintética; expresada en términos de afirmaciones directas más que en sutilezas de la lógica; era más directa, a modo de conversación, que retóricamente precisa.
Calvino no es una excepción. Sus sermones son simples homilías y en ese sentido son de una trama totalmente distinta a sus escritos sistemáticos. Al predicar sobre pasajes consecutivos trataría el texto sección por sección, versículo por versículo, y algunas veces frase por frase, explicando o comentando a medida que avanzaba. Difícilmente se apartaría del orden impuesto por el texto mismo. Por otra parte, no se esclavizaría a explicar cada cosa del texto, como si su mera presencia allí o su longitud le dieran el peso necesario para ser parte del sermón. Tampoco limitaría necesariamente su interpretación a los diversos elementos del texto, ni a su significado dentro del mismo, ni a su significado dentro del contexto inmediato. Aunque siempre predicaba basado en el texto y ciertamente reconocía la importancia del respectivo capítulo y libro, su mayor principio para la interpretación bíblica era que las escrituras siempre tenían que ser interpretadas por las escrituras mismas, por eso, al fin de cuentas, su contexto era toda la Biblia.
Sin embargo, para Calvino el resultado de esto no era lo que frecuentemente ha sido para otros que tenían el mismo propósito. Es de suma importancia notarlo. Para Calvino el desarrollo de un texto nunca estaba sujeto a su significado abstracto en términos de teología. Su sermón nunca estaba controlado por un bosquejo o esquema provenientes de su dogmática. Para Calvino el cuerpo en sí del sermón, su esqueleto y su carne, se componían de dos cosas: el texto mismo, visto a la luz de ambos contextos, el inmediato y el último, y las necesidades espirituales de la congregación. La predicación en Ginebra era el producto directo de un pastor dedicado a un libro
abierto y a una congregación necesitada. Siempre eran sermones de una total relevancia para la
vida.
Es fácil de ilustrar que para el pulpito de Calvino la importancia dogmática del texto no era decisiva. De ello el lector encontrará muchas evidencias en este volumen de sermones. Por ejemplo, el texto en Job 9:1-6 "¿Cómo se justificará el hombre con Dios?", etc., fácilmente podía haber inducido a un predicador a desarrollar extensamente las doctrinas de la justificación y de los méritos de Cristo. No así Calvino (vea el Sermón N°4, p.57), quien apenas las menciona en unas pocas palabras finales. El resto del sermón Calvino lo dedica a estar junto a Job sobre su montón de basura procurando que sus oyentes se acerquen a tan angustiosa experiencia. Laspalabras clásicas del Job "Yo sé que mi Redentor vive" no lo llevan a desarrollar extensamente el
tema de la resurrección de Cristo, con todas sus implicaciones. Afirma, en cambio, que Job no anticipaba tal resurrección, y si bien nosotros ciertamente tenemos que ver el texto a la luz de nuestro conocimiento, aquí debemos ocuparnos principalmente de la convicción de Job de que los juicios últimos de Dios trascienden a los de los hombres. Calvino advierte que estas palabras "tomadas fuera de su contexto, no serían muy edificantes, y no sabríamos lo que Job quiso decir" (Sermón N°8, p.109). Muchos lectores se sorprenderán al leer estos sermones, tanto por lo que Calvino dice como por lo que omite. En su mayor parte es un tratado práctico referido a asuntos tales como las relaciones familiares, las actitudes tanto de gozo como de compasión ante el castigo de los malvados, una advertencia contra la hipocresía. De igual modo, al tratar los versículos que siguen a "en mi carne he de ver a Dios" etc. (Job 19:26-29, Sermón N° 9, p. 111), Calvino no se ocupa de los dogmas escatológicos y de la resurrección del cuerpo como doctrinas separadas, sino que en forma impresionantes, expone lo que esto significa para Job y para el creyente que atraviesa la experiencia de Job. En este sentido lo más asombroso es que Calvino hace una división entre los versículos 25 y 26 del capítulo 19 separándolos en dos textos mayores y usándolos para dos sermones diferentes. Cualquier predicador interesado en la dogmática escatológica los habría mantenido unidos.
También hemos observado que Calvino no necesariamente deje que las proporciones de los respectivos elementos del texto, ni aún su significado primordial dentro del mismo, sean decisivos para el sermón. El lector hallará numerosos casos en este volumen. Por ejemplo, el Sermón N°15, p.181, se ocupa extensamente de dos cosas referentes a Elihú: una, que Elihú era buzita; otra, que tenía la capacidad de indignarse. Ninguno de ambos temas realmente representa el sentido principal del texto. Sin embargo, Calvino, el pastor, tenía aplicaciones aquí para su gente, y éstas de ninguna manera eran ajenas al texto. Era 1554. El escándalo de Servetus era historia reciente. La doctrina calvinista de la predestinación era fieramente atacada desde numerosos frentes. La lucha con los libertinos había alcanzado su clímax. El predicador veía aquí una oportunidad de subrayar dos puntos; Elihú, igual de Job, estaban fuera de la línea del pacto.
Probablemente desconocían la ley de Moisés. Sin embargo, tenían un auténtico conocimiento de Dios y manifestaban verdadera piedad. Dice Calvino que la devoción a Dios de hombres como Job y Elihú dejan sin excusa al malvado e impenitente, vindicando a Dios ante la acusación de ser injusto al condenar a los impíos, aún cuando éstos no hubiesen recibido toda la luz del evangelio. Esto responde a una de las críticas referidas a la predestinación. Habiendo mencionado, de paso, la acusación de Elihú de que Job se justificaba a sí mismo, en vez de ser justificado por Dios, Calvino prosigue a su segundo punto principal, totalmente desligado del primero, es decir, la justa indignación de Elihú. Esta ofrece una oportunidad bienvenida para señalar la diferenciaentre el enojo egoísta y una santa indignación, y que ésta está totalmente en su lugar, que incluso es necesaria para el creyente respecto de los enemigos de Dios, tales como los papistas y los libertinos. A éstos no los llama así, en cambio los tilda de "perros y cerdos" de "burladores de Dios" y "villanos profanos." Otro ejemplo de consideraciones prácticas, pastorales, con desviación del sentido normal del texto, se encuentra en el Sermón N° 17, p. 204.
Calvino usa este texto para defender a su propio ministerio y el de sus asociados contra los despiadados ataques que a la sazón provenían de los libertinos de Ginebra. El texto admitirá tal interpretación, pero también enseña otras cosas más amplias, algunas de ellas más prominentes que la función y autoridad del ministro de la palabra de Dios. Sin embargo, el aspecto práctico de la situación requería esta alternativa.
Que el lector sea sensible al pulso pastoral que tan inconfundiblemente palpita en estossermones. Nunca son meros discursos teológicos o tratados exegéticos. Son, en cambio, la viva palabra de Dios, siempre en una dinámica tensión entre el libro de Dios y el pueblo de Dios.
Los contemporáneos de Calvino se identificaron más con esa auto-evaluación de Calvino que las personas de siglos posteriores. En los días de su vida, y durante muchas décadas después, sus sermones rivalizaban en popularidad con las Instituciones. Sus sermones eran bien conocidos y muy leídos en todos los países de la Reforma. Con frecuencia eran usados en los pulpitos de iglesias que carecían de pastor. Se imprimían centenares de copias a medida que Calvino los predicaba en el francés original a efecto de introducirlos sistemática y clandestinamente a los protestantes oprimidos de la patria de Calvino. Gran cantidad de ellos también fueron traducidos a otras lenguas, especialmente al inglés y al alemán.
En inglés llegaron a publicarse un total de setecientos que gozaron de amplia distribución. Aunque en esa tarea participaron numerosos traductores más de la mitad de los sermones fueron traducidos por Arthur Golding. La primera edición ya apareció en 1553 y durante 40 años las imprentas siguieron haciendo copias. Comenzando en 1574 y a lo largo de 10 años se editó cinco veces el juego completo de los 159 sermones sobre Job. En tres años aparecieron cinco ediciones de los sermones sobre los Diez Mandamientos. Un juego completo de doscientos sermones sobre Deuteronomio fue publicado en 1581 siendo tan grande la demanda que en el término de dos
años hubo que publicar otra edición. No caben dudas de que la amplia circulación de estos volúmenes fue el principal factor del primer desarrollo de calvinismo en Inglaterra. Allí las Instituciones no aparecieron sino en 1561 y hasta fines de ese siglo solamente se reeditaron seis veces.
A comienzos del siglo 17 hubo una disminución constante en el uso de los sermones de Calvino. Ello es comprensible porque los sermones siempre se adecuan particularmente a determinadas épocas y circunstancias y, siendo piezas orales pierden mucho de su vigor y algo de claridad cuando son llevados a la forma escrita. Es completamente natural que sólo muy pocos sermones llegaran a ser escritos clásicos. No era de esperarse que las prédicas de Calvino fuesen indefinidamente populares en las iglesias y hogares reformados. Pero, por otra parte, resulta extraño que tan pronto cayeran en el más absoluto de los olvidos. Al cabo de poco tiempo estos sermones eran ignorados, no solamente por los reformados en general, sino también por las escuelas teológicas. En efecto, no hubo otra edición de las traducciones en inglés sino a mediados del siglo 19, cuando aparecieron dos colecciones pequeñas.
Estos sermones del gran reformador, que una vez gozaran de tanta demanda de parte de sus seguidores en todas partes, se desvalorizaron tanto que en 1805 cuarenta y cuatro preciosos volúmenes en folio, conteniendo manuscritos originales, taquigrafiados, fueron vendidos a dos libreros a un precio que se estimó por el peso del papel. Quizá ello haya ocurrido inadvertidamente, pero, de todos modos, indica que esos manuscritos eran raras veces consultados y que se ignoraba su valor. Debido a este desafortunado error es que la mayoría de los sermones de Calvino sobre los profetas del Antiguo Testamento se hayan perdido, igual que muchos sobre los evangelios y las epístolas. Ocho de los cuarenta y cuatro volúmenes fueron recuperados 20 años después por unos estudiantes de teología que los encontraron en venta en una tienda de ropa usada; luego, a fines del siglo, reaparecieron otros cinco volúmenes que fueron reintegrados a la biblioteca. Los estudiosos de Calvino aun alientan una débil esperanza de que en alguna parte aparezcan los volúmenes restantes.
Ciertamente, las iglesias calvinistas han sido empobrecidas al no tener sus ministros y otros líderes un fácil acceso a la rica y prolífica expresión de las enseñanzas de su mentor, contenidas en los centenares de sus sermones, sin mencionar la inspiración que significa el encuentro que ellos ofrecen con su cálido corazón pastoral. Los estudiosos de Calvino se han ocupado extensamente de su vida y obra como reformador; de sus escritos sistemáticos y apologéticos; de sus comentaros, tratados, y cartas; de su pensamiento social, político y económico así como de su teología en general. Sorprendentemente prestaron poca atención a sus sermones, que por mucho constituyen la mayor expresión de sus pensamientos. La teología reformada y los estudiosos sobre Calvino, en general, han descuidado por extraño que parezca, una de sus fuentes más significativas.
Teniendo en cuenta esta prolongada negligencia es notable que los eruditos modernos hayan prestado creciente atención a estos sermones. Emile Doumergue, quizá el mayor de los modernos estudiosos de Calvino, ha contribuido mucho para reabrir esta perspectiva sobre el gran reformador. Su obra principal, de siete volúmenes, ofrece mucha información sobre Calvino como predicador.
Además ha escrito un pequeño tratado sobre este tema en particular.
A fines del siglo 19 aparecieron, en parte bajo su tutela, pero mayormente por su influencia, un número de monografías sobre la predicación de Calvino. La mayoría fueron escritas en francés.
Además de una que apareció en alemán,también hubo una contribución por el profesor P. Biesterveld del Seminario Kampen, de los Países Bajos.
De fecha más reciente tenemos otra obra alemana sobre el tema por Erwin Müllhaupt,y finalmente, en 1947 algo en inglés, un estudio muy completo y fácil de comprender por T.H.L. Parker, un ministro religioso inglés. Su obra se titula Los Oráculos de Dios.
Además de estos específicos muchos escritores modernos, dedicados a la enseñanza de Calvino, se han volcado completamente a los sermones como fuente de material.
Hay que agregar que durante los últimos diez años han aparecido en una nueva tracucción al idioma holandés por lo menos seis volúmenes de sermones.
Por eso es particularmente gratificante ver que en el círculo de calvinistas americanos ahora también haya un renovado interés en este campo. En 1950 causó alegría la reimpresiónde una colección miscelánea de sermones, la única que se había publicado anteriormente en los Estados Unidos de América. La misma se había traducido y publicado originalmente en 1830, y recientemente resultaba imposible conseguir una copia. Aún más alentador es que un ministro de la Iglesia Reformada en América, Leroy Nixon, produjera recientemente dos libros. El primero, un estudio fresco y estimulante sobre Calvino como predicador expositivo.
Es un estudio tan incluyente como profundo. El segundo, una traducción totalmente nueva del latín y francés de veinte sermones de Calvino sobre el Nuevo Testamento, titulada La Deidad de Cristo y otros Sermones.^ Su obra evidencia distinguida competencia, produciendo una anticipación agradable de su segundo juego de traducciones el cual presenta ahora a través de este volumen. Su publicación es muy bienvenida porque ofrece, por primera vez en siglos, al lector del inglés, algunas de las riquezas del pensamiento de Calvino, contenidas precisamente en su prodigiosa serie de sermones sobre el libro de Job.
El avivamiento que experimenta actualmente el interés en Calvino supera, al menos en un sentido, a muchos anteriores, y es que considera a sus sermones con un cuidado nunca antes visto desde 1600. Y sus sermones realmente son indispensables para un entendimiento cabal de Calvino. Emile Doumerge estuvo acertado cuando, el 2 de julio de 1909 en una gran celebraciónconmemorativa de los 400 años del nacimiento de Calvino, y hablando del mismo pulpito que Calvino ocupara, dijo: "Este es el que a mi parecer, es el verdadero y auténtico Calvino, el que arroja luz sobre todos los demás: Calvino el predicador de Ginebra, moldeando con su palabra a los reformados del siglo 16."
Los calvinistas americanos harán un gran servicio a su causa siguiendo la sugerencia implícita en estas palabras. Tienen una deuda con el pastor Nixon que tan notable comienzo ha marcado.
MÉTODO HOMILETICO
Calvino fue un auténtico predicador extemporáneo. No usaba manuscritos ni notas. Únicamente llevaba las escrituras al pulpito. Su preparación consistía en leer los comentarios de otros (incluyendo a los Padres de la Iglesia y probablemente también a los escolásticos así como a sus compañeros de reforma). Realizaba una exégesis muy cuidadosa del texto aplicando sus notables habilidades como lingüista y su tremendo conocimiento de la Biblia. Finalmente reflexionaba sobre la manera de aplicar el texto a la congregación y la forma de comunicar dicha aplicación. Luego todos estos pensamientos eran clasificados y almacenados en su asombrosa memoria. No hay evidencias de que escribiera un bosquejo, además la construcción de sus sermones aparentemente indican que no lo hacía.
Se puede objetar justificadamente que tal preparación es inadecuada para la predicación. Ciertamente sería insuficiente para la gran mayoría de los predicadores cuyos dones son tanto menores que los de Calvino. Probablemente Calvino mismo no recomendaría su método como práctica normal de homilética. La principal razón para no prepararse con más precisión era la falta de tiempo. Algunos domingos predicaba dos veces además de predicar todos los días de semana. Todo esto lo hacía aparte de sus conferencias regulares sobre teología, su tarea pastoral, sus responsabilidades cívicas y su enorme correspondencia. La predicación sola habría agotado la capacidad de muchas personas menos dotada que Calvino. Pero Calvino hacía todo esto a pesar de un estado prácticamente continuo de escasa salud. Las dimensiones de su genio difícilmente podrían ser sobreestimadas, y sermones como los de este volumen adquieren mayor brillo cuando son vistos a la luz de la totalidad de su trabajo.
Sin embargo, más allá de esto, había algo en su método que Calvino recomendaría sinceramente, incluso a predicadores que suben al pulpito solo una o dos veces por semana, teniendo tiempo abundante para la preparación. Esta no debiera ser demasiado mecánica. La predicación no debería estar sujeta al recitado, palabra por palabra, de algo previamente compuesto. Nunca se debería leer el sermón, sino siempre proclamarlo como la viviente palabra de Dios. En cierta ocasión Calvino se quejaba en una carta a Lord Somerset de las pocas predicaciones con vida en la Inglaterra de aquellos días, y que, emulando a Cranmer, los predicadores escribían sus sermones palabra por palabra, con artificiosa retórica, para luego esclavizarse a su lectura. Calvino creía firmemente que en el acto de la predicación debe haber lugar para la inspiración continua del Espíritu Santo. No iba al extremo de Lulero para quien la palabra predicada era virtualmente idéntica con la palabra escrita; tampoco aceptaba el punto de vista zwingliano y anabaptista de que el sermón no era sino una señal dirigida hacia Cristo. Su posición era intermedia. Por un lado sostenía que la Biblia era singularmente inspirada, que en su forma escrita es objetivamente la palabra de Dios, y que el sermón solo tiene autoridad como explicación de la palabra escrita; por otra parte sostenía que el sermón únicamente cobra eficacia redentora cuando el Espíritu Santo opera tanto en el predicador como en los oyentes. De paso sea dicho, en este punto la doctrina de Calvino sobre la predicación concuerda totalmente con su doctrina sobre los sacramentos, lo mismo que también se daba con las doctrinas de Lutero y Zwinglio. Para Calvino tanto el sermón como el sacramento dependen de la palabra escrita y solamente son medios de gracia cuando van implementados por la presencia, llena de gracia, del Espíritu Santo. El método de Calvino no consistía solamente en hacer una adaptación según fuera la fuerza de las circunstancias; también era una expresión de doctrina fundamental. El sermón debe ser pronunciado como la palabra viviente. Es preciso que el predicador siga siendo, en el momento de su proclamación, un instrumento flexible del Espíritu Santo. Es preciso reiterar que Calvino no permitiría que ninguno de estos hechos sirviera de excusa para una preparación superficial o descuidada. En cierta ocasión lo expresó de la siguiente manera: "Si voy a subir al pulpito sin dignarme a abrir un libro, pensando frívolamente para mis adentros 'está bien, al predicar Dios ya me dará suficientes cosas para decir,' y vengo aquí sin preocuparme por leer o pensar en lo que debo declarar, y sin considerar cuidadosamente cómo aplicar las sagradas escrituras la edificación de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogante."
Debido a este método de preparación carecemos de apuntes sobre los primeros sermones de Calvino. Algunos de sus oyentes hacían anotaciones personales, pero éstas son poco más que un resumen general de los principales pensamientos y prácticamente carecen de valor.
Afortunadamente, en 1549, un grupo de refugiados franceses y caldenses, radicados en Ginebra, intensos seguidores de Calvino, reconocieron el valor permanente de sus sermones, de modo que contrataron a un secretario para que tomase notas taquigráficas de cada mensaje y luego hiciera cuidadosas copias destinadas a la preservación en volúmenes de folios. Este secretario fue Denir Raguenier quien cumplió con tan importante tarea como trabajo de tiempo completo hasta morir en 1560.
Calvino predicaba con frecuencia. Al principio los servicios religiosos en Ginebra se realizaban tres veces por semana, pero en 1549 el Concilio ordenó la introducción diaria de la predicación matutina. Calvino mismo generalmente predicaba una vez por domingo, y con frecuencia dos veces. Además, cada semana por medio, predicaba el sermón diario en la Iglesia San Pedro. La serie dominical siempre era distinta a la de los días de semana. La predicación dominical casi siempre se basaba en el Nuevo Testamento, siendo la única excepción notable algún sermón vespertino basado en los Salmos. Los sermones de los días de semana eran todos del Antiguo Testamento.
Los textos no los escogía ni al azar, ni siguiendo el año eclesiástico. Su método común era predicar consecutivamente a través de libros completos de la Biblia, con frecuencia no cambiaba ni siquiera en los días especiales de la iglesia. La longitud de los textos variaba algo, de acuerdo al contenido. Los de los libros históricos del Antiguo Testamento y de las narraciones evangélicas generalmente cubrían entre 10 y 20 versículos. Los de las epístolas del Nuevo Testamento y otros pasajes didácticos normalmente cubrían dos o tres versículos. Los textos para los sermones sobre Job son de 1 a 20, pero la mayoría de 4 a 7 versículos.
Los libros cubiertos totalmente por su predicación son: Génesis, Deuteronomio, Job, Jueces, I y II Samuel, todos los profetas mayores y menores, Los Evangélicos, Hechos, I y II Corintios, Galatas, Efesios, I y II Tesalonicenses, I y II Timoteo, Tito y Hebreos. Para citar algunos totales representativos digamos que hay 200 sermones sobre Deuteronomio, 159 sobre Job, 343 sobre Isaías, 43 sobre Amos, 189 sobre Hechos y 48 sobre Tito. Una de las omisiones más asombrosas es el libro de Apocalipsis. Aparentemente nunca se ocupó de este libro, ni por medio de sermones, ni conferencias ni comentarios. En cuanto a los otros libros no mencionados en esta lista, es difícil saber algo con certeza debido a que la información anterior a 1549 es muy incompleta. Cornos los de Lutero, los sermones de Calvino eran de longitud moderada. Pronunciados a una velocidad promedia no superarían los cuarenta minutos. De hecho, la grave aflicción asmática de Calvino le habrá requerido algo más. En cuanto a la duración como al estilo, Calvino tenía una fina sensibilidad por la capacidad de sus oyentes. Nunca sobrecargaba su comprensión, ni por una indebida complejidad, ni por una inadecuada longitud.
Evidentemente la mayoría no lo emuló muy bien en este sentido, puesto que en 1572, ocho años después de muerto, el Concilio de Ginebra promulgó un edicto por el cual los ministros religiosos debían predicar sermones más breves, que no excedieran una hora de duración.
También es de notar que la longitud de los sermones sea tan consistentemente igual. Por ejemplo, en la serie sobre Job, el lector puede observar por sí mismo, que las longitudes de las copias impresas apenas varían un poco.
ESTRUCTURA DEL SERMÓN
En su predicación, como en muchos otros aspectos, la Reforma significó un retorno a la doctrina y a las prácticas de la iglesia primitiva. Guiados por Lutero, los reformadores volvieron a la homilía como forma normal del sermón. Comparada con la predicación escolástica, la homilía era más expositiva que temática, más un discurso libre que una alocución sujeta a estructuras, más analítica que sintética; expresada en términos de afirmaciones directas más que en sutilezas de la lógica; era más directa, a modo de conversación, que retóricamente precisa.
Calvino no es una excepción. Sus sermones son simples homilías y en ese sentido son de una trama totalmente distinta a sus escritos sistemáticos. Al predicar sobre pasajes consecutivos trataría el texto sección por sección, versículo por versículo, y algunas veces frase por frase, explicando o comentando a medida que avanzaba. Difícilmente se apartaría del orden impuesto por el texto mismo. Por otra parte, no se esclavizaría a explicar cada cosa del texto, como si su mera presencia allí o su longitud le dieran el peso necesario para ser parte del sermón. Tampoco limitaría necesariamente su interpretación a los diversos elementos del texto, ni a su significado dentro del mismo, ni a su significado dentro del contexto inmediato. Aunque siempre predicaba basado en el texto y ciertamente reconocía la importancia del respectivo capítulo y libro, su mayor principio para la interpretación bíblica era que las escrituras siempre tenían que ser interpretadas por las escrituras mismas, por eso, al fin de cuentas, su contexto era toda la Biblia.
Sin embargo, para Calvino el resultado de esto no era lo que frecuentemente ha sido para otros que tenían el mismo propósito. Es de suma importancia notarlo. Para Calvino el desarrollo de un texto nunca estaba sujeto a su significado abstracto en términos de teología. Su sermón nunca estaba controlado por un bosquejo o esquema provenientes de su dogmática. Para Calvino el cuerpo en sí del sermón, su esqueleto y su carne, se componían de dos cosas: el texto mismo, visto a la luz de ambos contextos, el inmediato y el último, y las necesidades espirituales de la congregación. La predicación en Ginebra era el producto directo de un pastor dedicado a un libro
abierto y a una congregación necesitada. Siempre eran sermones de una total relevancia para la
vida.
Es fácil de ilustrar que para el pulpito de Calvino la importancia dogmática del texto no era decisiva. De ello el lector encontrará muchas evidencias en este volumen de sermones. Por ejemplo, el texto en Job 9:1-6 "¿Cómo se justificará el hombre con Dios?", etc., fácilmente podía haber inducido a un predicador a desarrollar extensamente las doctrinas de la justificación y de los méritos de Cristo. No así Calvino (vea el Sermón N°4, p.57), quien apenas las menciona en unas pocas palabras finales. El resto del sermón Calvino lo dedica a estar junto a Job sobre su montón de basura procurando que sus oyentes se acerquen a tan angustiosa experiencia. Laspalabras clásicas del Job "Yo sé que mi Redentor vive" no lo llevan a desarrollar extensamente el
tema de la resurrección de Cristo, con todas sus implicaciones. Afirma, en cambio, que Job no anticipaba tal resurrección, y si bien nosotros ciertamente tenemos que ver el texto a la luz de nuestro conocimiento, aquí debemos ocuparnos principalmente de la convicción de Job de que los juicios últimos de Dios trascienden a los de los hombres. Calvino advierte que estas palabras "tomadas fuera de su contexto, no serían muy edificantes, y no sabríamos lo que Job quiso decir" (Sermón N°8, p.109). Muchos lectores se sorprenderán al leer estos sermones, tanto por lo que Calvino dice como por lo que omite. En su mayor parte es un tratado práctico referido a asuntos tales como las relaciones familiares, las actitudes tanto de gozo como de compasión ante el castigo de los malvados, una advertencia contra la hipocresía. De igual modo, al tratar los versículos que siguen a "en mi carne he de ver a Dios" etc. (Job 19:26-29, Sermón N° 9, p. 111), Calvino no se ocupa de los dogmas escatológicos y de la resurrección del cuerpo como doctrinas separadas, sino que en forma impresionantes, expone lo que esto significa para Job y para el creyente que atraviesa la experiencia de Job. En este sentido lo más asombroso es que Calvino hace una división entre los versículos 25 y 26 del capítulo 19 separándolos en dos textos mayores y usándolos para dos sermones diferentes. Cualquier predicador interesado en la dogmática escatológica los habría mantenido unidos.
También hemos observado que Calvino no necesariamente deje que las proporciones de los respectivos elementos del texto, ni aún su significado primordial dentro del mismo, sean decisivos para el sermón. El lector hallará numerosos casos en este volumen. Por ejemplo, el Sermón N°15, p.181, se ocupa extensamente de dos cosas referentes a Elihú: una, que Elihú era buzita; otra, que tenía la capacidad de indignarse. Ninguno de ambos temas realmente representa el sentido principal del texto. Sin embargo, Calvino, el pastor, tenía aplicaciones aquí para su gente, y éstas de ninguna manera eran ajenas al texto. Era 1554. El escándalo de Servetus era historia reciente. La doctrina calvinista de la predestinación era fieramente atacada desde numerosos frentes. La lucha con los libertinos había alcanzado su clímax. El predicador veía aquí una oportunidad de subrayar dos puntos; Elihú, igual de Job, estaban fuera de la línea del pacto.
Probablemente desconocían la ley de Moisés. Sin embargo, tenían un auténtico conocimiento de Dios y manifestaban verdadera piedad. Dice Calvino que la devoción a Dios de hombres como Job y Elihú dejan sin excusa al malvado e impenitente, vindicando a Dios ante la acusación de ser injusto al condenar a los impíos, aún cuando éstos no hubiesen recibido toda la luz del evangelio. Esto responde a una de las críticas referidas a la predestinación. Habiendo mencionado, de paso, la acusación de Elihú de que Job se justificaba a sí mismo, en vez de ser justificado por Dios, Calvino prosigue a su segundo punto principal, totalmente desligado del primero, es decir, la justa indignación de Elihú. Esta ofrece una oportunidad bienvenida para señalar la diferenciaentre el enojo egoísta y una santa indignación, y que ésta está totalmente en su lugar, que incluso es necesaria para el creyente respecto de los enemigos de Dios, tales como los papistas y los libertinos. A éstos no los llama así, en cambio los tilda de "perros y cerdos" de "burladores de Dios" y "villanos profanos." Otro ejemplo de consideraciones prácticas, pastorales, con desviación del sentido normal del texto, se encuentra en el Sermón N° 17, p. 204.
Calvino usa este texto para defender a su propio ministerio y el de sus asociados contra los despiadados ataques que a la sazón provenían de los libertinos de Ginebra. El texto admitirá tal interpretación, pero también enseña otras cosas más amplias, algunas de ellas más prominentes que la función y autoridad del ministro de la palabra de Dios. Sin embargo, el aspecto práctico de la situación requería esta alternativa.
Que el lector sea sensible al pulso pastoral que tan inconfundiblemente palpita en estossermones. Nunca son meros discursos teológicos o tratados exegéticos. Son, en cambio, la viva palabra de Dios, siempre en una dinámica tensión entre el libro de Dios y el pueblo de Dios.
DOWNLOAD HERE>>>