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miércoles, 1 de abril de 2015

Dios no está limitado por los valores del mundo. No es responsable ante los sabios ni debe responder a ellos sino que los avergonzó

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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MOTIVOS PARA LA UNIDAD (1:26–2:5)
a.     La debilidad humana reclama unidad (vv. 26–31)
26Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27sino que de lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a los fuerte; 28y lo vil del mundo to menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29a fin de que nadie se jacte en su presencia. 30Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; 31para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
Con delicadeza Pablo traza un cuadro de la iglesia de Corinto, como si fuera necesario despertarlos a la realidad. Tal vez algunos de nosotros, en tal situación, habríamos perdido la paciencia y hubiéramos exclamado algo como: “Pero hijos míos, ¡fíjense quiénes son! ¡No valen nada y se dan el lujo de pelear entre ustedes!” En realidad, es lo que dice el texto, Pero enfocando esa debilidad humana a través del prisma de la misericordia divina.
Entrevemos así algo de la composición de aquella iglesia. Sus mismas características sociales eran una base para que surgieran problemas. Pablo menciona seis categorías en las cuales ellos no son “muchos”.1 Los diversos problemas descritos en los capítulos siguientes nos llevan a pensar que se trataba de una congregación de cierta envergadura.2
Hay una distinción entre la mayoría y la minoría de la iglesia. Cuando Pablo dice que no haymuchos” poderosos, nobles, etc. está dando por sentado que sí hay “algunos”, aunque sólo algunos. La mayoría era gente problematizada ya antes de entrar a la iglesia; traían tensiones internas que se reflejaban en la relación entre ellos.
Sabios “según la came”, siguiendo criterios humanos. Eran personas que tenían el privilegio de una educación formal, de una cultura más o menos elevada. Quizá hoy diríamos: “No hay muchos doctores ni letrados”.
Poderosos, presumiblemente desde el punto de vista político: gobernantes, militares, etc. ¿Qué diríamos hoy? “No hay muchos miembros del gobierno, de las fuerzas armadas, de los partidos políticos”.
Nobles. Pertenecían a familias de alto rango social, con un linaje reconocido. Si bien esto hoy no pesa tanto, diríamos: “No hay aristócratas ni familias de prestigio”.
Fuertes. Quizá una fuerza no de tipo físico, aunque es la primera idea que nos viene a la mente—en especial pensando en la importancia que se daba allí a los juegos atléticos. “No son muchos deportistas, ni gente de físico notable” indicaríamos ahora.
Prestigiosos, que en realidad no se nombran sino sólo su contrapartida: “lo vil del mundo, y lo menospreciado”. A muchas de nuestras congregaciones podríamos decir: “Fíjense cuántos de ustedes son ex mendigos, ex presos, ex desempleados” y quizá deberíamos agregar: “Y no están mucho mejor ahora”.
Lo que es. Esta es una frase poco clara, que quizás sea sólo un resumen de todo to anterior. Algunos suponen que se refiere a los no esclavos, que socialmente eran considerados poco menos que cosas y que jurídicamente no eran nada. Por otra parte, “lo que no es” es la traducción de la expresión más despreciable en el griego. Para el pensamiento griego, “ser” era todo, y ser llamado “nada” era el peor insulto.3
Más adelante veremos la descripción de los cultos en la iglesia de Corinto, donde había gran libertad para que, sin mayor orden, los presentes hablaran, cantaran, oraran, etc. (14:26). Imaginémonos lo que podía ocurrir. Allí podía estar un esclavo sentado junto a su dueño y sentir que tenía un mensaje del Señor (y tenerlo en realidad); podría haber un mendigo en harapos que pretendiera dirigir el canto de algunos que estaban vestidos con ropas de lujo; y tal vez un erudito podía hacer un estudio con palabras doctas que los demás no entendieran. ¡Ciertamente era necesario el Espíritu de unidad que sólo da el Señor!
Con gente así, ¿qué ha hecho el Señor? Pablo exhorta a mirar “vuestra vocación”4 (v. 26a). Esta palabra es la misma que “llamados” (v. 2), lo que nos dice por qué esa gente está reunida.5
LA OBRA DE DIOS EN LOS HOMBRES (1:26–30)
1.     Los llamó, “Mirad vuestra vocación”, (26a).
2.     Antes los había escogido (27).
3.     Les hizo superar sus deficiencias.
4.     Los renovó “en Cristo Jesús” (30).
5.     Les enseñó a considerarse hermanos entre sí (26a).
Los vv. 26–29 no son tanto declaraciones despectivas acerca de los corintios sino la exaltación de la maravillosa gracia de Dios. Lo que El hizo al elegir a los corintios no sólo demuestra su carácter—está lleno de gracia—sino que además ilustra que Dios no está restringido por los valores del mundo. El no es responsable ante los sabios ni debe responder a ellos sino que, por su obra de gracia, los avergonzó.6
Pablo nos dice que los pobres, ignorantes, viles, etc., avergonzarían a todos los sabios y entendidos. Cristo ya había avergonzado a los “sabios” pues al escoger a los corintios, escatológicamente hablando ya había comenzado la vindicación final sobre sus enemigos.
El v. 29 nos da un motivo para que “nadie se jacte en su presencia (la de Dios)”.7 Al elegirlos Dios eliminó cualquier posibilidad humana de obtener el favor divino con recursos propios.
Cuando el v. 30 comienza con “mas”, establece una contraposición con lo anterior. Por un lado, están todos los méritos del mundo; por el otro, nuestra nueva situación en Cristo Jesús.
ESTAR EN CRISTO (1:30–31)
1.     Es algo hecho por Dios (30).
2.     Cristo es la base de nuestra nueva vida (30a).
3.     El nos ha cambiado (30b).
4.     Así se cumplen las Escrituras (31).
5.     Así se quita la jactancia y se llama a la humildad (31).
La enumeración de los cuatro aspectos de la obra de Dios en nosotros (v. 30) es realmente impresionante. Abarca lo mencionado en los versículos anteriores, pero va más allá. Comienza por la “sabiduría”: ¡ahora los creyentes son los realmente sabios! Pero luego sigue con “justificación”, “santificación” y “redención”.8 Se trata de algunos ejemplos y no de una enumeración completa con un orden estricto de sucesión. Digamos que Dios nos ha justificado en Cristo, nos ha santificado en Cristo y nos ha redimido por la sangre de Cristo. Ya en 1:2 se refirió a la acción de nuestro Señor en cuanto a la santificación.
Pablo quiere que el tema culmine otra vez con una base bíblica. La cita nos lleva a Jeremías 9:23–24,9 y es sólo un resumen de esos versículos.
Aunque en Cristo recibimos sabiduría, justicia, santificación y redención de Dios, no tenemos razón para enorgullecernos ya que no las merecimos ni obtuvimos por nosotros mismos. La sabiduría humana produce orgullo, malentendidos, peleas y divisiones. Jeremías lo había advertido siglos antes que Pablo, pero las palabras parecen haber sido escritas para los corintios (y nosotros). Pablo las tenía bien en mente pues resultan muy aclaratorias. “Tenemos motivos para sentimos en la gloria”, como decimos hoy. ¿Por qué? ¿Por tener riquezas, fama, fuerza, sangre azul? No: por la obra que Dios ha hecho en nosotros por medio de Jesucristo.
Todos estamos en un mismo nivel. Es así que debiéramos preocuparnos de lo que podemos dar más que de to que podemos recibir, o debiéramos pensar en cómo dar honra a nuestro hermano y no cómo éste puede respetarme o aplaudirme. La unidad—tal como Pablo la trata a partir de 1:10—surge de nuestra condición que necesita de Dios y del camino que él ha propuesto en la cruz de Cristo. Por eso “predicamos a Cristo crucificado”.
b.     La debilidad del apóstol (2:1–5)
1Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. 2Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. 3Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; 4y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, 5para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Pareciera que Pablo sintió un santo temor de que le atribuyeran méritos que no tenía. Es cierto que había ido a predicar a Corinto y allí había sufrido persecuciones, había luchado contra propios y extraños y, aunque con falencias, había dejado una iglesia en marcha. El no lo negaba, pero de ninguna manera pretendía que todo era obra suya y no del poder de Dios. No es que los cristianos deben limitar el lugar de quienes predican la Palabra o dirigen la obra del Señor. Sin embargo, estos deben hacer un doble esfuerzo para que su acción no desplace el lugar que corresponde al Señor.10
La insistencia en este punto de la carta tiene que ver con el tema que está tratando: la unidad. Como mencionamos, uno de los argumentos de algunos líderes de grupos facciosos en la iglesia era que podían apelar al nombre de su padre espiritual y fundador de la iglesia. Como era lógico que ese papel tan especial no fuera dejado de lado, el argumento tenía su peso. No se trataba de seguir a una figura secundaria como Apolos, ni a una personalidad lejana como Cefas, sino a quien más importancia podía tener en la historia de aquella congregación.
Por otra parte, es importante notar el tono empleado por el apóstol.
COMO HABLAR A LOS HERMANOS
1.     Con afecto—“hermanos” (1a).
2.     Con humildad.
3.     Con claridad.
4.     Con un propósito claro (5).
Después de demostrar que la obra del evangelio no podía basarse en las características de los corintios, Pablo expone que tampoco podía fundamentarse en él—pese a todo lo que Dios le había permitido realizar en esa ciudad.
Su afecto por aquellos creyentes se nota en la reiteración de la palabra “hermanos”, que pareciera una reflexión: “Pero, hermanos, no me coloquen en una situación falsa que yo no he buscado”. La palabra describe los sentimientos del apóstol, así como también apela a la conciencia de los lectores.
La primera insistencia de Pablo está precisamente en aquello que él evitó. No tenía dudas sobre lo que sí debía predicar (v. 2). Los vv. 1b y 4 prácticamente reiteran ideas similares: nada de “excelencia de palabras”, nada de sabiduría humana (2a, 4a, 5a), nada de “palabras persuasivas” (4a).11 Notemos que se trata precisamente de áreas en que los griegos se destacaban. Ellos habían producido oradores extraordinarios como Demóstenes,12 o pensadores inigualables como Aristóteles—que ha sentado las bases para la filosofía de todos los tiempos—, y además discutidores como los sofistas, que basaban sus razonamientos en juegos de palabras o en su sentido oculto. Es cierto que los tiempos de gloria habían pasado y que la ciudad de Corinto no se destacaba precisamente en esos órdenes, pero en general eso se esperaba de alguien que quisiera hacer un impacto en el pensamiento general. Pablo dice que él rehuye todo eso. Cuando leemos sus cartas o lo que nos queda de su predicación, nos admira la fuerza de sus razonamientos, así como la forma en que algunas de sus expresiones han logrado condensar maravillosamente grandes verdades. Pero él diría con sencillez: “Esto es sólo el poder de Dios”.
No se trata sólo de saber qué debemos evitar sino también de tener en claro qué debemos hacer.
EL EVANGELIO PARA EL PUEBLO
1.     Es el mensaje de Jesucristo, el Mesías prometido que se hizo hombre en Israel.
2.     Es el mensaje de “éste crucificado”, como si dijera: “De todo lo que se puede decir de él, hay un punto que no puede omitirse”. Es aún más fuerte que en 1:23.
3.     Es algo que debemos predicar. Nadie oye lo que no se dice.
Algunos autores creen que Pablo tomó una decisión específica al ir a Corinto, ya que allí llegaba desde Atenas, donde había hecho un enfoque distinto al habitual, apelando a la cultura griega.13 Pero esta idea desconoce todo lo que el apóstol predicó con anterioridad. La idea de Cristo crucificado era central en todo lo que hizo en todo momento, y un leve cambio de estrategia en cuanto a la manera que había utilizado en Atenas, no indica que haya abandonado el núcleo del mensaje. “Me propuse” sólo indica que decidió continuar con su práctica habitual (Gá. 3:1). “A éste crucificado” no sugiere una nueva estrategia. Para Pablo esto ya era parte de predicar a Cristo.
El cuadro que Pablo traza sobre sí mismo es impactante. El apóstol debía de tener una buena medida de aquello que, en su humildad, colocaba en un discreto segundo plano (Fil. 2:3). En los siguientes versículos notamos que su actitud es distinta, así como el tono de autoridad que asume en diferentes momentos de la carta.
EL OBRERO CRISTIANO (2:3)
1.     Puede sufrir de “debilidad” física (3a).14Varios pasajes insinúan que Pablo no gozaba de excelente salud. Pero las limitaciones eran suplidas por “el poder de Dios”.
2.     También reconoce que tenía “mucho temor y temblor” (v. 3b), problemas que hoy consideraríamos psíquicos. Esta repetida expresión bíblica no describe el miedo, sino el sentimiento de profunda responsabilidad ante una tarea de alcances etemos.
3.     Asimismo estaba limitado en su capacidad de encontrar palabras suficientemente persuasivas. La respuesta estaba en dejar que lo humano tuviera un papel secundario, y en dar preponderancia a lo del Espíritu.
De la misma manera, podríamos pensar que si alguien está convencido a tal extremo de sus limitaciones, bien podría replegarse y dejar el trabajo a otro que tuviera la elocuencia de Apolos o la historia de Pedro. Por lo contrario, Pablo declara que nunca dejará de ocupar su propio lugar, siempre apelando al poder del Espíritu.
Quizá todo eso era una sorpresa para los corintios, que debían recordar a Pablo con admiración. ¡De modo que aquellos mensajes inflamados de poder surgían de un hombre que temblaba ante Dios! ¡Y aquellos notables argumentos eran sólo una inspiración directa del Espíritu, que usaba los conocimientos previos del apóstol! ¡Y aquella fuerza ante las pruebas era exhibida por un hombre que se consideraba débil! Hay una sola conclusión posible: el poder de Dios es infinito, y el poder de Pablo no radicaba en la persona o la presentación del predicador sino en la obra del Espíritu.
DIOS A TRAVÉS DEL PREDICADOR (2:2, 4 y 5)
1.     Produce el “testimonio de Dios” (2).
2.     Enseña las palabras de la sabiduría de Dios.
3.     Actúa con el poder de Dios (5b).
4.     Se demuestra con el Espíritu de Dios (4b).
Si la fe de los cristianos se basara en la sabiduría humans, habría sido lógico que algunos fueran discípulos de Pablo, otros de Apolos, otros de Pedro y otros, insatisfechos con todos, dijeran ser sólo de Cristo. Pablo tuvo un propósito concreto al analizar cómo debía llevar el mensaje divino en Corinto: dar a la iglesia un fundamento verdadero. Estos conceptos reaparecerán en el cap. 3: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (v. 11).
EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
1.     Es aquello que fundamenta la fe, la convicción interna expresada en la vida continua.
2.     No se basa en nada que sea humano.
3.     Se basa en el poder transformador de Dios y én la guía del Espíritu Santo.
El apóstol entonces ha descartado las razones de fondo que provocaban divisiones en la iglesia de Corinto. No ha caído en minucias ni en hechos aislados. La importancia excesiva que los corintios daban a sus propios méritos así como a su fundador, revelaban que no tenían, su mira en lo único que produce verdadera unidad: el Espíritu de Dios.
En base a ello, Pablo puede proseguir exponiendo la acción de la tercera persona de la Trinidad, en un pasaje muy digno de ser considerado con suma atención, ya que se relaciona con muchos debates actuales.
1 Eso ya nos indica que no podía ser un grupo demasiado chico, digamos que una o dos docenas de personas.
2 Debemos estar preparados para que haya problemas en una iglesia, sobre todo si se suman condiciones como éstas: primero, que se trate de seres humanos; segundo, que éstos sean más de los que pueden interactuar con facilidad (como un equipo deportivo); tercero, que haya notorias diferencias con trasfondos sociales diversos. Todo eso ocurría en Corinto y era de esperar que aparecieran dificultades.
3 Otros estudiosos comentan que cuando Pablo habla de aquello “que no es” que Dios escogió para deshacer “lo que es”, el verbo deshacer señala que la expresión es lenguaje retórico y escatológico, no filosófico. Y a pesar de que aduello “que no es” es una expresión usada en el judaismo para hablar de la creación ex nihilo (de la nada), y de la conversión como una nueva creación, en la mente paulina “lo que es” tiene connotación negativa.
4 Del gr. KLESIS, origen, naturaleza y destino (ver Ef. 1:18; 2 Ti. 1:9).
5 Aunque vocación se refiere al llamado para salvación, Pablo tiene en mente quiénes eran los corintios en el momento en que fueron llamados. Al llamar a su pueblo, Dios no se interesó por los valores del presente, la sabiduría humana o los méritos. Al llamarlos eligió especialmente a los que eran contradicción viviente de tales valores.
6 Esto expresa la vindicación de Dios ante sus enemigos, vindicación relacionada con los justos juicios divinos.
7 La muerte de Cristo por los pecadores acabó con toda pretensión humana. Sólo hay que jactarse en Dios y en su misericordia. Todo otro motivo ha sido abolido.
8 Sabiduría: No sólo somos salvos por la sabiduría de Dios, sino que él nos da su sabiduría para reemplazar la nuestra. Sabiduría divina es la capacidad de evaluar la vida con los ojos de Dios (ver Pr. 1:7; Stg. 1:5). Justificación: Cristo es nuestra justicia. La idea es un “estado correcto”, el de Cristo por ejemplo. Cuando uno recibe e Jesucristo, Dios le da la justicia de su Hijo (Ro. 4:5; 2 Co. 5:21), y como resultado somos justificados por la fe (Ro. 5:1). Santificación: En Cristo el creyente es apartado, declarado santo. La santificación tiene dos aspectos: el posicional y el progresivo. En Cristo ya somos santos, pero él nos da de su Espíritu y progresivamente nuestro andar se va asemejando más a nuestra posición en Cristo (Gá. 5:22–23; 2 Co. 3:18; Ef. 2:10). Redención: La idea es comprar un esclavo en el mercado. Cristo nos compró con su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado (Ef. 1:14; 1 P. 1:18–19).
9 Ver Gá. 6:14.
10 En la exposición del capítulo 1 vimos cómo eso había ocurrido en Corinto, y sin duda había afectado al apóstol. Por lo tanto, él no ahorraba esfuerzos para que cada cosa ocupara su lugar.
11 Esto se refiere por ejemplo a no imitar al demagogo, que prefiere palabras que agraden al auditorio antes que lo que sea verdadero—que puede o no satisfacer al que escucha.
12 Estadista ateniense (385–320 A.C.), el más grande orador de la antigüedad.
13 Algunos estudiosos comentan que Pablo en Atenas había tratado de razonar con los pensadores usando la filosofía, pero no había resultado demasiado bien (Hch. 17:34), de manera que al llegar a Corinto decidió no filosofar sino directamente predicar a Cristo.
14 Lo más probable es que Pablo se refiriera a una condición física. La palabra aquí no se refiere tanto a debilidad como un sentimiento interior sino en el sentido de cómo Pablo aparecía a los ojos de otros.
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lunes, 9 de diciembre de 2013

La Iglesia: Instrumento para eliminar Barreras entre los hombres

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La cabeza es la parte que dirige a todo el cuerpo, lo cual reconocemos también en otros ámbitos. Así se llama el director de departamento en mi trabajo “cabeza del departamento” (head of the department) o como decimos comúnmente “cabeza de familia” o jefe de estado (head of the state). Lo que queremos decir en estas expresiones con el término “cabeza”, es aquella persona, la que es responsable de dirigir, de tomar decisiones en el trabajo, con la familia, en el país etc. No hay dirección si no hay cabeza, o si aquellos que están bajo la cabeza, no obedecen lo que la cabeza dice.
La Biblia, La Palabra de Dios escrita, nos dice que somos miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia, la “ecclesia”. Con el término “ecclesia” no me refiero ni a la Biblia, ni tampoco a edificios u otras construcciones humanas, sino a la suma de todos aquellos que creen que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos (Romanos 10:9). Todo aquel que cree lo anterior, se hace automáticamente miembro de la familia de Dios, del cuerpo de Cristo, la iglesia, la “ecclesia”. La Biblia también nos dice quién es la cabeza, el director del cuerpo; el cual no es otro mas que el mismo Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. Veamos lo siguiente.-
 
Efesios 1:22
“y sometió todas las cosas bajo sus pies [los pies de Jesucristo], y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia
 
Efesios 4:15-16
“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”
 
Efesios 5:23
Cristo es cabeza de la iglesia
 
Colosenses 1:17-18
“Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia
 
Y aquí hay algunos pasajes que ponen en claro que nosotros, los que creemos en el Hijo de Dios, somo miembros del cuerpo, del cual el Señor Jesucristo es la cabeza.
 
Romanos 12:4-5
“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.
 
1 Corintios 12:12-27
“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”
 
Efesios 5:30
“porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.”
 
En estas dos páginas de la Escritura del Nuevo Testamento, tres preguntas dan respuestas tan claras como el agua:
 

1. Cuerpo de Cristo: es uno o muchos?

Hay UNO y solamente UN cuerpo de Cristo. “Ecclesia” es el cuerpo de Cristo y es solo UNO. Me refiero a la Iglesia de Cristo universal y no la iglesia local y/o en cada ciudad. Sin la intención de hacer un paréntesis, en cada ciudad, localmente hablando, hay en la Escritura UNA y solamente UNA iglesia en la ciudad, era la iglesia en Corintio, la iglesia de Colosas, la iglesia en Jerusalen etc. No hay nada en la biblia que respalde lo que conocemos hoy: muchas iglesias, sin relación una con otra, en la misma ciudad. También el concepto de denominaciones es totalmente desconocido en la Escritura; no hay Bautista, Presbiteriano, Pentecostés, Ortodoxo, Católico o cualquier otra denominación. Lo que viene en la Escritura es una simple cosa: solamente Cristianos “y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” (Hechos 11:26). Para resumir, lo que vemos en la Escritura es UN cuerpo el cual incluye todo aquel que cree que Jesucristo es el Señor y que Dios lo levantó de los muertos (Romanos 10:9). Lo que también vemos es que hay una sola cabeza en ese cuerpo, el Hijo de Dios mismo, el Señor Jesucristo.
 

2. Nosotros en el cuerpo de Cristo: ¿Existe una jerarquía de arriba hacia abajo en la relación entre creyentes?

Lo que también se puso en claro en los pasajes anteriores del Nuevo Testamento es que somos miembros del cuerpo de Cristo, miembros uno del otro. Por lo tanto, la relación de uno con el otro no es jerárquica, exáctamente así como la relación de los miembros en nuestro propio cuerpo. El pie no dice “soy el jefe aquí” o la mano no dice que quiere estar arriba como la oreja. El pie es feliz de ser pie, porque Dios lo creo así y lo puso en el lugar que debía de estar. También es grato ver que la mano hace lo que se supone que debe hacer. El pie y la mano son ambos miembros del mismo cuerpo, por lo cual están conectados unos con otros. La mano no puede vivir por sí misma fuera del cuerpo; tiene vida y función solamente dentro del cuerpo. Del mismo modo aplica para los miembros del cuerpo de Cristo, los que creen en el Señor Jesucristo. La relación unos con otros no es en una jerarquía de arriba hacia abajo donde el creyente X tiene una posición más alta que el creyente Y y que todavía necesita alcanzar al creyente Z. Tampoco hay competencia dentro del cuerpo. Todo aquel que cree en el Señor Jesucristo y en su resurrección ha sido puesto por Dios mismo en el cuerpo de Cristo con una función específica y todos los miembros son valiosos. Como Pablo dijo más arriba: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios”.
 

3. Cabeza del cuerpo: ¿quién es la cabeza, el líder de la iglesia?

Finalmente, y ésto lo hemos notado desde el principio del artículo, queda claro que la Escritura reconoce una y solamente una Cabeza de este cuerpo; la cual no es nada más y nada menos que el mismo Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. Él es la Cabeza, el director de la iglesia, el que está por encima de todos, él dirige la iglesia, Su cuerpo, por lo cual es a Él a quien el cuerpo debe pedir instrucción y dirección.
 

4. Conclusión

Este es un artículo muy corto y aunque necesita completarse más, no creo que necesitemos un libro para establecer algunas verdades básicas sobre la iglesia que se encuentran en la Escritura. Todos nosotros muy a menudo preferimos confiar en jerarquía humana para que decida por nosotros. Todos nosotros frecuentemente nos hacemos a un lado esperando a alguien más, a un “profesional en la materia” para que haga lo que se supone nosotros mismos debemos hacer o para que nos diga qué es lo que debemos de hacer. Buscamos mortales CEO´s de la iglesia para que le diga a cada quién en lo individual lo que debe hacer, así como si fuera el jefe de departamento en el mundo laboral que conocemos. Nuestro mundo laboral así como sus prácticas son copiadas muy a menudo en la iglesia. Sin embargo, tenemos que notar una cosa, la Escritura dice que Dios dio a Cristo por “cabeza SOBRE TODAS LAS COSAS a la iglesia”. Observa “SOBRE TODAS LAS COSAS”. Ahora, ¿qué crees? Sobre todas las cosas significa SOBRE TODAS LAS COSAS. No se dejó nada afuera de ese ¡“sobre todas”! Cristo y no un hombre mortal – quien sin embargo (el hombre mortal), bien intencionadamente puede que sea -el jefe, el maestro, el CEO, el “sobre todos” en la iglesia.
Observa también que el cuerpo crece “según la actividad propia de cada miembro” cada quién hace su parte. ¡CADA QUIÉN! De nuevo, ¿qué crees? “cada quién” significa CADA QUIÉN. Aquí no hay excepciones. La Biblia no sugiere en ningún lado que alguien hace todo y los otros no hacen nada. Cada uno de nosotros debe ir al Señor y preguntarle, como la Cabeza que es, el que maneja el organismo llamado iglesia: “¿Señor, qué quieres que haga? Tú eres la cabeza, dirígeme como tú quieras, a donde tú quieras” Dejemos de buscar al hombre mortal para que nos dirija. La dirección puede venir únicamente de la cabeza y la cabeza es una: ¡Cristo! Volvamos a Él y busquemos dirección.
 
Mateo 7:8
“Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Zángano espiritual y las abejas: Dos casos de la Iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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El Peligroso caso del Zángano
Milton Acosta, PhD
Una de las causas del atraso en nuestro continente, aparte de la corrupción, la injusticia, la explotación, y la violencia, entre otras cosas, es la holgazanería. El holgazán quiere vivir bien y no trabajar. Cuando el holgazán es sofisticado, se convierte en profesional de la holgazanería; aparenta estar trabajando y habla copiosamente de sus tantas ocupaciones y las grandes responsabilidades que pesan sobre sus callosos hombros laborales. Espera que lo respeten, y hasta que lo admiren. Así que, además de holgazán, es quimérico y mitómano. Por eso cuando le solicitan hacer algo, responde que no tiene tiempo.
En el mundo de las abejas, este individuo se llama zángano. Es más robusto y de antenas más largas que las obreras, pero no tiene aguijón. Es decir, aparte de fecundar, es un completo inútil.
El problema de los holgazanes es viejo. Hasta existió en la iglesia cristiana en los puros inicios. Por eso, en su segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo dedica un párrafo entero a los vagos (3:6–14). El asunto es tan serio que Pablo dice “el que no quiera trabajar, que tampoco coma.”
Los académicos se han ocupado diligentemente del estudio de los vagos bíblicos ¿Qué hace Pablo, el apóstol, predicador, teólogo y misionero, hablando de estas cosas? ¿Qué tiene que ver esto con el juicio de Dios, la venida de nuestro Señor Jesucristo y el día del Señor? Se ha sugerido que algunos cristianos en Tesalonica concluyeron que si Cristo estaba a punto de volver, no tenía objeto trabajar. El mérito de estos vagos radica entonces en que entendieron un asunto teológico y fueron radicalmente consecuentes con éste. Si la venida de Cristo está a la vuelta de la esquina, es inútil trabajar. Así, como se trata de algo que entendieron mal, lo que tienen entonces no es un problema volitivo ni actitudinal, sino teológico. Y la mala teología se corrige con buena teología. Por eso Pablo les escribe.[1]
El problema de esta interpretación teológicamente aguda del caso del zángano eclesiástico está precisamente en lo que escribe el apóstol. En primer lugar, Pablo afirma haberle dado a esta iglesia enseñanzas concretas con respecto al trabajo y a ganarse el pan. En segundo lugar, Pablo se pone de ejemplo a sí mismo y a sus acompañantes como personas trabajadoras que no fueron carga para nadie.
Lo anterior quiere decir que los vagos cristianos de la Tesalónica del siglo primero decidieron no prestar atención a la buena enseñanza ni al buen ejemplo. Siendo así las cosas, empezamos a dudar del mérito teológico que estos vagos pudieran tener. Las palabras de Pablo casi nos obligan a pensar que estos zánganos lo son por gusto. Lo más probable entonces es que usaron la pronta venida de Cristo como excusa para dedicarse a su actividad favorita; es decir, a no hacer nada. De modo pues que no tienen el mérito del discipulado radical producido por la mala teología que sí han tenido otros. No confundamos teología con vagabundería.
En tercer lugar, Pablo aclara que el vago no solamente se dedica a no hacer nada. El ser humano no puede estar totalmente desocupado. Por eso el vago del zángano se dedica a la actividad que constituye su verdadera vocación: meterse en lo que no le importa (3:11); o dicho de manera más respetuosa, se dedica a la chismografía; por eso lo de las antenas más largas. Aclaramos que hay chismosos que también trabajan y son productivos. No nos confundamos en este detalle tan importante porque algunas personas se podrían ofender. Debemos procurar siempre la ecuanimidad.
La cuarta cosa que hace el apóstol para atender el problema del zángano, además de mandarlo a trabajar, es pedirle a la comunidad a la que pertenece que haga dos cosas a favor del zángano: “denúncienlo públicamente y no se relacionen con él” con el propósito de “que se avergüence.”
Finalmente, Pablo hace una advertencia muy pastoral: “no lo tengan por enemigo, sino amonéstenlo como a hermano.” Al vago entonces no se le manda para el infierno, pero sí debe sentir vergüenza en esta tierra, por inútil y por andar metiéndose en lo que no le importa. ¿No le parece? Claro, el buen trabajador también necesita que disminuyan la corrupción, la injusticia, la explotación, y la violencia, entre otros, tanto para no perder el ánimo, como para disfrutar el fruto de su trabajo.


martes, 8 de octubre de 2013

La nueva geografía de la historia: La Nueva historia de la Iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La nueva cartografía
La historia de la iglesia está cambiando radicalmente. Tanto, que esa historia es ahora una disciplina muy distinta de lo que era cuando por primera vez la estudié hace poco más de cuarenta años. Lo más importante que ha ocurrido en esos cuarenta años no es algún descubrimiento arqueológico o algún nuevo manuscrito, de los cuales ha habido varios. Hoy la vanguardia de los estudios de historia eclesiástica no se encuentra en el estudio de algún momento particular de esa historia, o de algún manuscrito recién descubierto. Es posible que eso sea parte de la vanguardia, pero la vanguardia es mucho más amplia. Se encuentra en realidad en los grandes cambios que han tenido lugar, y que todavía continúan a una velocidad cada vez mayor, en la disciplina misma. En una palabra, el campo entero de la historia eclesiástica está cambiando, hasta tal punto que ya no es lo que era hace cuarenta años, y sólo podemos adivinar lo que será dentro de otros cuarenta más.
Quizá alguien se pregunte cómo es posible que el pasado cambie. Ciertamente, no es posible. Pero la historia no es lo mismo que el pasado. El pasado nunca nos resulta directamente accesible. El pasado se nos llega a través de la mediación de la interpretación. La historia es ese pasado interpretado.

La historia como diálogo

Quizá un buen modo de expresar esto sea usando la imagen de un diálogo. En un diálogo, el otro no me resulta directamente accesible. Todo lo que tengo son palabras, gestos, tonos, mediante los cuales la otra persona intenta comunicarse conmigo, pero que yo a mi vez recibo e interpreto según mis propias experiencias y presuposiciones. Para que haya verdadero diálogo, debo respetar la otredad de mi interlocutor. No puedo interpretar sus palabras a mi antojo. Esas palabras están ahí, fuera de mí. Por otra parte, por mucho que me esfuerce, el único modo en que puedo oírlas e interpretarlas es desde mi propia perspectiva. Si nos detenemos a analizarlo, llegamos a la conclusión de que el diálogo es imposible. Y sin embargo, a pesar de su imposibilidad, ¡hay diálogo! La comunicación pura y sin impedimentos no es sino una quimera inalcanzable. A pesar de todo ello, la comunicación es el fundamento de toda la vida social. Yo mismo sé al escribir estas palabras que ni uno solo de mis lectores las leerá exactamente como yo lo intento—lo que es más, no habrá dos de ellos que las lean exactamente del mismo modo. Y a pesar de ello, insisto en escribir. Ello se debe al milagro de la comunicación, la cual, a pesar de ser imposible, es el fundamento de toda la vida social.
Pensemos entonces acerca de la historia como un diálogo. Es un diálogo en que no solamente el pasado se dirige a nosotros sino también nosotros al pasado. Como historiador, no soy mero observador pasivo de los acontecimientos pasados, sino interlocutor que dialoga con el pasado, que le plantea preguntas. Las respuestas que el pasado me da dependen en buena medida de las preguntas que le hago.
Lo que todo esto significa es que los cambios que están teniendo lugar en la historia de la iglesia son la contraparte de los cambios que están teniendo lugar en la iglesia hoy.

Historia y geografía
Como imagen fundamental para describir y discutir los cambios que están teniendo lugar en la historia eclesiástica, he decidido utilizar la metáfora de la geografía. En cierto modo se trata de algo más que una metáfora, puesto que hay una verdadera conexión entre la historia y la geografía. Si la historia es drama, la geografía es el escenario donde el drama tiene lugar. Por mucho que uno se interese en la trama, es imposible entenderla o seguirla sin verla sobre el escenario. Lo que es más, buena parte de la trama y de su impacto tienen que ver con el lugar que cada actor ocupa en el escenario, con sus entradas y salidas, con la decoración que establece el ambiente, con el movimiento de los actores hacia el frente o hacia el fondo.
De igual modo, aprendí hace muchos años que resulta imposible seguir la historia sin comprender el escenario en que tiene lugar. Debo confesar que durante mis primeros años de estudio el tema que menos me interesaba era la historia. Tal fue el caso hasta que un día llegué a descubrir que la razón por la que no me gustaba la historia era precisamente porque estaba tratando de entender los acontecimientos únicamente en términos de su secuencia cronológica, como si la geografía o el escenario en que tuvieron lugar no fuese importante. El resultado fue que lo que debió haber sido el estudio fascinante de vidas y dramas humanos se volvió una serie de nombres y fechas colgados en el aire, de fantasmas desencarnados que marchaban por las páginas de mis libros de texto en una sucesión rápida y confusa. Sólo cuando empecé a verles como personas reales, con los pies en tierra firme, y cuando comencé a entender los sufrimientos de los pueblos y las naciones, no solamente a través del tiempo y la cronología, sino también a través del espacio y la geografía, la historia se me volvió un fascinante tema de estudio.
Como profesor, he llegado a la convicción de que uno de los principales obstáculos en la enseñanza y aprendizaje de la historia eclesiástica es que la geografía que sirve de escenario para tal historia resulta desconocida para la mayoría de los estudiantes. Puedo estar muy interesado en los contrastes teológicos y hermenéuticos entre Alejandría y Antioquía, y dedicarle toda una hora a la explicación de tales contrastes y de sus consecuencias para la cristología o para la soteriología, y al fin de esa hora descubrir que mis estudiantes no tienen la más ligera idea de dónde se encuentran Alejandría y Antioquía en un mapa del Imperio Romano.
Mi esposa es también profesora de historia eclesiástica. Hace algunos años comenzó a sospechar que una de las razones por las que algunos estudiantes tenían enormes dificultades en comprender la historia de la iglesia antigua y medieval era que carecían de una visión geográfica fundamental. Un año, en la primera clase del curso, aun antes de decir la primera palabra acerca de la historia, repartió entre los estudiantes mapas mudos de Europa y del Imperio Romano, y les pidió que marcaran en esos mapas la localización de ciertas ciudades y lugares. Casi todos sabían suficiente geografía para colocar a Roma en algún punto de esa bota que es Italia. La mayoría sabía que Jerusalén se encontraba hacia el borde oriental del Mediterráneo. Pero hasta ahí llegaban sus conocimientos. Un estudiante puso a Irlanda en Ucrania. Otro colocó a España en Alemania y a Egipto en España. Alejandría salió a la deriva desde Egipto hasta la Gran Bretaña, y los pobres libios se congelaban al norte de Moscú. De más está decir que a partir de entonces uno de los textos requeridos en ese curso de introducción a la historia eclesiástica es un buen atlas histórico.
Tras divertirnos a costa de los estudiantes que apenas se asoman al campo de la teología, es hora de que los historiadores y profesores de teología veamos la viga en nuestro propio ojo. Ciertamente, sabemos aproximadamente dónde colocar a Alejandría en el mapa, y no se nos ocurriría colocar a España al este del Rhin; pero, ¿tenemos suficiente conciencia del modo en que el mapa de la iglesia ha cambiado durante el tiempo que nos ha tocado vivir, y cómo ello comienza a afectar la historia misma de la iglesia?
Los cambios en el mapa del cristianismo deberían ser evidentes para quien conozca el modo en que el cristianismo ha evolucionado durante las últimas décadas. A principios del siglo 20, la mitad de todos los cristianos en el mundo vivía en Europa. Ahora son menos de la cuarta parte. A principios del mismo siglo, aproximadamente el ochenta por ciento de los cristianos eran blancos; ahora, menos del cuarenta por ciento. A principios del siglo 20, los grandes centros misioneros se encontraban en Londres y Nueva York. Hoy salen más misioneros de Corea que de Londres, y Puerto Rico envía misioneros a Nueva York por docenas.

El viejo mapa

Lo que esto significa es que el mapa del cristianismo que nos servía hace unas pocas décadas ya no funciona. En aquel mapa el centro se encontraba en el Atlántico del Norte—Europa y Norteamérica. Aparte de algunas iglesias cuyo interés estaba mayormente en su función como reliquias del pasado, poco fuera del Atlántico del Norte atraía la atención de los historiadores. Esos mismos historiadores eran en su mayoría personas del Atlántico del Norte, o al menos personas que, como yo, habían sido educadas de tal modo que prácticamente se sentían parte de ese centro.
Quizá algunos ejemplos nos ayuden a explicar este punto.
El primer ejemplo lo tenemos en el texto de historia eclesiástica que sirvió de base para la formación de mi generación. Ese texto era el libro de Williston Walker, Historia de la iglesia. Aunque cuando entré al seminario ya ese libro había sido revisado repetidamente, su estructura fundamental era la misma de la primera edición.
Al parecer, el criterio fundamental para el proceso de selección de temas a discutirse en la Historia de Walker es la importancia que cada acontecimiento tiene para el protestantismo norteamericano. La tabla de contenido es tal que cualquier protestante norteamericano al leer el libro podrá decir: «Esta es mi historia». La narración durante los primeros siglos se limita casi exclusivamente al Imperio Romano, luego a la Europa occidental, y después de la Reforma al Atlántico del Norte. La conversión de Armenia se menciona sólo parentéticamente en una oración acerca del alcance del monofisismo. La iglesia en Etiopía ocupa un poquito más de espacio—aproximadamente medio párrafo—, también en una sección acerca de la rebelión monofisita que resultó de las políticas de Justiniano. El avance del Islam alcanza también la importancia de medio párrafo—un párrafo que también se ocupa de los lombardos, los ávaros, los croatas, los serbios, y otros. Otro párrafo despacha la Reconquista española. Apenas se menciona la importancia de la civilización árabe para el renacimiento teológico de los siglos 12 y 13, y en particular para el desarrollo del tomismo. Hasta donde sé, ni siquiera se recuerda el papel fundamental de Sicilia y de España en ese encuentro entre civilizaciones.
Llegamos entonces a la Reforma del siglo 16. Ese período ocupa ciento veintiuna páginas, de las cuales poco más de siete se dedican al catolicismo romano. En esa breve sección acerca del catolicismo, se habla acerca de movimientos monásticos y místicos, de la polémica antiprotestante y del Concilio de Trento. Pero no se dice una sola palabra acerca de la gran actividad teológica que estaba teniendo lugar dentro de la Iglesia Católica Romana, aun aparte de la polémica antiprotestante. Esas siete páginas incluyen también una referencia, como de paso, a Ricci en China y a De Nobili en India. De Francisco Suárez, teólogo fundamental para la orden de los jesuitas, no se dice ni una sola palabra. Hacia el final del libro, se retoma la historia del catolicismo romano, ahora en nueve páginas que se ocupan del «catolicismo romano moderno» y que cubren todo el período desde el jansenismo hasta el tiempo en que el libro fue escrito.
Tras la controversia iconoclasta, las iglesias orientales reciben dos páginas en las que se cubre todo su desarrollo medieval, y por último siete páginas que traen su historia hasta el presente.
Esto puede parecer harto crítico; y en realidad lo es. Pero también es necesario señalar que como seminarista el único lugar en el currículo teológico, aparte de un breve curso sobre el ecumenismo, donde se mencionó siquiera la existencia de cristianos y de iglesias en Etiopía o en Armenia fue en los estudios de historia de la iglesia.

Una nueva conciencia y un nuevo mapa
Por otra parte, y lo que es peor, cuando repaso el modo en que por primera vez estudié la historia eclesiástica y la cartografía que se encontraba tras esa historia como presuposición tácita, me sorprendo y avergüenzo por el grado en que permití que esa narración se volviera parte de mi historia, aun cuando en varios modos nos marginaba a mí y a mi comunidad.
Un ejemplo también sirve para aclarar esto. El libro de Walker, como todos los demás que se usaban como texto entonces, parecía decir que la importancia del siglo 16 para la historia eclesiástica se limitaba a la Reforma protestante, y en una medida secundaria a su contraparte católica. Esto se entiende. Se trataba principalmente de libros protestantes, escritos en un tiempo en que todavía existía una gran enajenación entre protestantes y católicos, y eran libros del Atlántico del Norte, escritos desde una perspectiva en la que esa porción del globo terráqueo era el nuevo mare nostrum de la nueva civilización imperial. Lo que es notable es que, aunque yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde que tenía siete años de edad y estaba en segundo grado, al leer estos libros en el seminario no se me ocurrió pensar que había en ellos una gran omisión.
Hoy no puedo hablar acerca de la historia de la iglesia en el siglo 16 sin tener en cuenta que el 26 de mayo de 1521, cuando la dieta imperial de Worms promulgó su edicto contra Lutero, Hernán Cortés asediaba la ciudad imperial de Tenochtitlán. Hoy, tras el Segundo Concilio Vaticano y varios otros acontecimientos en América Latina, es necesario insistir que todavía no sabemos cuál de esos dos acontecimientos a la larga resultará ser más importante para la historia de la iglesia.
Yo había estudiado la historia de la conquista y colonización del hemisferio occidental desde segundo grado. Conocía las fechas de fundación de las principales ciudades en las colonias españolas y cómo los habitantes originales de estas tierras habían sido explotados y cristianizados. Sabía de la fundación de las principales sedes eclesiásticas en las Antillas y en tierra firme. Todas estas eran fechas del siglo 16, al igual que las fechas de la Dieta de Worms y de la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, aunque los números eran semejantes y todos empezaban con «15», en la práctica pertenecían a dos mapas diferentes. En el mapa de mi propia historia secular y política, el siglo 16 era la época de la conquista y colonización del hemisferio occidental, de Cortés, Pizarro y Las Casas. En el mapa en que supuestamente debía colocar mi propia historia religiosa, el siglo 16 era la época de la Reforma, de Lutero, de Zuinglio y Calvino.
Hoy tengo que funcionar con otros mapas. El mapa con que hoy funciono ya no coloca al Atlántico del Norte en el centro, sino que es policéntrico. Quizá este sea el cambio más radical que ha tenido lugar en la cartografía de la historia eclesiástica. En el pasado podíamos hablar de un centro, o quizá de dos, y contar toda la historia a partir de esos centros, hacia afuera. Ya hoy eso no es posible. Hoy hay muchos centros, tanto en la vida actual de la iglesia como en el modo en que la historia pasada de la iglesia se escribe.

Un mapa policéntrico

Es útil detenerse a pensar sobre el carácter policéntrico del cristianismo de hoy. En un grado sin paralelo en la historia de la iglesia, hoy los centros de vitalidad no son los mismos que los centros de recursos económicos. Y esos centros son varios. En tiempos pasados, hubo muchos cambios en la geografía del cristianismo. Ya en el Nuevo Testamento vemos como el centro se mueve de Jerusalén a Antioquía, y aún más hacia Asia Menor. Pero allí resulta claro que, al mismo tiempo que la importancia de la iglesia en Jerusalén se va eclipsando en comparación con el resto del cristianismo, lo mismo sucede con sus recursos económicos, de tal modo que una parte importante de la misión de Pablo es recoger fondos para los creyentes en Jerusalén. Más tarde, cuando las invasiones islámicas y el Renacimiento carolingio movieron el centro hacia la Europa occidental, resulta claro que hay ahora un nuevo centro, no sólo en vitalidad, sino también en recursos económicos.
Hoy la situación ha cambiado. No cabe duda de que la inmensa mayoría de los recursos financieros de la iglesia se encuentra todavía en el Atlántico del Norte. El presupuesto de algunos de los principales seminarios en los Estados Unidos es bastante mayor que el presupuesto entero de toda una denominación en otros países. Algunas congregaciones en los Estados Unidos poseen edificios cuyo valor es más que la suma total del valor de todos los edificios de denominaciones enteras en otros lugares. Lo mismo es cierto en cuanto al número de libros y revistas publicados, en cuanto a lo que se invierte en los medios de comunicación, etc. Y sin embargo, la proporción de cristianos en el Atlántico del Norte continúa disminuyendo, mientras en los países tradicionalmente más pobres hay una verdadera explosión en el crecimiento del cristianismo.
Esto es lo primero que quiero decir al afirmar que la nueva geografía del cristianismo es policéntrica. Desde el punto de vista de los recursos, los centros se encuentran todavía en los Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. Desde el punto de vista de la vitalidad, del celo evangelizador y misionero, y hasta de la creatividad teológica, ya desde hace algún tiempo los centros se van moviendo hacia el sur.
La segunda dimensión de la nueva realidad policéntrica es que aun en el sur no hay un nuevo centro. Hay importantes movimientos teológicos que nos vienen del Perú así como de Africa del Sur y de las Filipinas. Hay un crecimiento increíble en Chile, así como en Brasil, Uganda y Corea. Ya no es posible referirse a lugar alguno como el centro del cristianismo, ni siquiera como uno de unos pocos centros.

Consecuencias del nuevo mapa

Este nuevo mapa del cristianismo implica a su vez que hemos de leer la historia eclesiástica de una manera diferente, al menos en lo que se refiere a dos puntos.
El primero de ellos es que ya no nos es posible separar la historia de la iglesia de la historia de las misiones o de la historia de la expansión del cristianismo. El modo en que la historia eclesiástica se ha leído, escrito y enseñado tradicionalmente, no sólo en el Atlántico del Norte, sino en todo el mundo, daba la impresión de que el cristianismo del Atlántico del Norte era la meta de la historia eclesiástica, y que por tanto todo lo que llevaba a él era parte de una historia diferente, de otro campo de estudios que normalmente se denominaba «historia de la misiones». Así, por ejemplo, la conversión del Imperio Romano y de las tribus germánicas eran parte de la historia eclesiástica, pero la conversión de Etiopía y los orígenes del cristianismo en Japón eran parte de la historia de las misiones. La controversia acerca de la presencia de Cristo en la eucaristía durante el período carolingio eran parte de la historia de la iglesia; pero la controversia acerca de los ritos chinos entre jesuitas y dominicos no lo era. Los debates acerca de la veneración de imágenes en la Europa del siglo 8 eran parte de la historia de la iglesia; pero el debate acerca de la veneración de los ancestros en el Asia del siglo 19 no lo era.
Hoy es imposible hacer tales distinciones. Puesto que el mapa del cristianismo ya no tiene al Atlántico del Norte al centro, el nuevo bosquejo de la historia de la iglesia ya no tiene al cristianismo de esa zona como punto culminante desde el cual mirar al pasado. Precisamente porque el cristianismo se ha vuelto policéntrico, la historia eclesiástica se ha vuelto global y ecuménica en un modo y en una medida que hubieran resultado inconcebibles hace unas pocas generaciones.
Esto nos lleva al segundo punto en el que el nuevo mapa de la iglesia exige una nueva lectura de la historia eclesiástica. Cuando por primera vez estudié esa historia, se daba por sentado que la esencia del cristianismo había quedado prácticamente determinada para el siglo 4. Por lo general se reconocía el hecho de que el cristianismo tal como nos ha llegado era el resultado de un encuentro entre el movimiento original de Palestina y la cultura grecorromana que dominaba entonces. Aunque Harnack y otros hayan expresado dudas acerca de si esto representaba el carácter original del cristianismo, o si lo traicionaba, por lo general aquella adaptación de la fe a la cultura dominante del mundo helenista se consideraba inevitable—y, por parte de los historiadores más ortodoxos, se la veía como un acontecimiento positivo. Se esperaba, sin embargo, que a partir de entonces el cristianismo seguiría siendo esencialmente el mismo, quizá con algún pequeño cambio de énfasis. Por ello, se estudiaba la conversión de los pueblos germánicos en términos de cómo habían sido añadidos a la iglesia, pero poco se decía acerca de la medida en que esa añadidura había traído consigo nuevas y diferentes interpretaciones de la fe. Después de todo, la mayoría de quienes escribían la historia eclesiástica se consideraban a sí mismos herederos intelectuales, espirituales y hasta genéticos del cristianismo, de la civilización grecorromana y de los invasores germánicos, y veían todo ello como parte de una misma entidad. Todo fluía en medio de la gran corriente que llevaba hacia el cristianismo del Atlántico del Norte y por lo tanto, aunque se reconocieran algunas diferencias entre cada uno de esos fenómenos, no se pensaba que esas diferencias fuesen tales que no se les pudiese unir en un solo cristianismo.
La justificación teológica que desde fecha muy temprana se dio para unir el cristianismo y la cultura grecorromana se encontraba en la antigua doctrina del Logos. Mediante esa doctrina se justificó aquella unión ya en la obra de teólogos como Justino Mártir, Clemente de Alejandría y Orígenes, quienes sostenían que el Logos que se encarnó en Jesucristo fue el mismo Logos mediante el cual toda la sabiduría que tuvieron les llegó a los antiguos, y que por ello la iglesia del Verbo encarnado tenía pleno derecho de apropiarse de cualquier verdad que hubiese en la tradición grecorromana.
El caso fue muy distinto cuando se trataba del encuentro entre el cristianismo y otras culturas que no eran parte del ancestro de quienes se dedicaban a la historia de la iglesia. En tal caso, ya no se trataba de descubrir lo que esas culturas podían contribuir al cristianismo y a su entendimiento de sí mismo. Ahora era cuestión de ver cómo comunicarle a una cultura pagana la fe dada de una vez y por todas, no solamente a los apóstoles y profetas, sino también a sus herederos del Atlántico del Norte. Es por ello que tales encuentros quedaron marginados, excluidos del campo fundamental de la historia eclesiástica y colocados en aquel otro campo separado, la historia de las misiones o la historia de la expansión del cristianismo. La historia de la iglesia sí debía estudiar cómo Justino Mártir interpretó el cristianismo en diálogo con la cultura grecorromana; pero la cuestión de la poligamia en algunas culturas africanas, y de cómo los cristianos africanos se enfrentaron a ella, era parte de la historia de las misiones. La historia de la iglesia estudia la importancia de la imprenta de tipo movible para los primeros estadios de la Reforma protestante; pero la importancia del caballo para la conquista y colonización del hemisferio occidental nada tenía que ver con la historia de la iglesia. Lo que es más, si los cristianos africanos o los cristianos de las culturas ancestrales americanas de algún modo se atrevían a permitir que sus tradiciones se manifestaran en su modo de interpretar y manifestar la fe, inmediatamente se les acusaba de sincretismo, con lo cual se implicaba, no sólo que su cristianismo no era parte de la historia de la iglesia, sino aún más que no era parte de la iglesia misma.
Aunque no se notara ni se dijera, lo que estaba en juego en tales casos era la doctrina misma del Logos que había servido de justificación para el diálogo anterior entre el cristianismo y la cultura grecorromana. Gracias a la doctrina del Logos, los cristianos de los siglos 2 y 3 pudieron acercarse a la cultura grecorromana esperando encontrar alguna verdad en ella, para luego establecer un diálogo entre esa verdad y la fe. Gracias a la doctrina del Logos, San Agustín pudo producir una interpretación moderadamente neoplatónica del cristianismo, y esa interpretación se impuso por largos siglos. Gracias a la doctrina del Logos, Tomás de Aquino pudo producir su imponente síntesis del cristianismo tradicional con el recientemente redescubierto pensamiento aristotélico. Todo esto fue posible porque los antiguos griegos tenían el Logos.
Pero cuando más tarde los cristianos se encontraron con otros pueblos y otras culturas, especialmente pueblos y culturas que podían ser conquistados, la doctrina del Logos quedó olvidada. Los conquistadores cristianos quemaron los antiguos libros mayas aun antes de leerlos, porque cualquier cosa que hubiese en ellos no podía ser sino obra del demonio. A la postre, la justificación para las misiones entre los pueblos supuestamente atrasados fue «la carga del hombre blanco»—the white man’s burden—que era otro modo de decir que el blanco del Atlántico del Norte se consideraba superior al resto del mundo. Con las excepciones notables de unos pocos pasajes en los escritos de Bartolomé de Las Casas y de otros autores, los cristianos europeos encontraron al Logos solamente en aquellas culturas y civilizaciones que no podían conquistar a la fuerza. Fue así como Mateo Ricci encontró al Logos en los chinos, y Roberto De Nobili entre las castas altas de la sociedad hindú.
Fue todo esto lo que le dio origen al viejo mapa de la historia eclesiástica, donde el centro era el resultado del encuentro y diálogo del antiguo cristianismo, primero con la cultura grecorromana, y luego con las tradiciones germánicas. Aparte de ese centro, todo lo demás era periferia cuyo valor se medía en términos de su asimilación de los valores e interpretaciones procedentes del centro—una periferia a la cual el centro estaba obligado a proveer sus beneficios, su entendimiento superior y su fe auténtica.

No se trata sólo de un cambio más
El mapa de la iglesia ha cambiado repetidamente a través de los siglos. Lo que primero fue una secta limitada a Palestina y sus alrededores, pronto se esparció por todo el Imperio Romano y allende sus fronteras. Ya para el siglo 4 el mapa incluía a Etiopía, a Armenia, Georgia, Persia, y hasta la India. En el 8, China vino a ser parte del mismo mapa. Después vino el gran período de expansión de las potencias europeas, y el mapa cambió radicalmente, de modo que pronto incluyó a Africa, Asia, y todo el hemisferio occidental. Más tarde se añadieron Australia, Nueva Zelanda y las islas del Pacífico.
Aunque todos estos cambios habían tenido lugar en el mapa del cristianismo en términos puramente geográficos, en términos ideológicos el mapa seguía siendo el mismo de tiempos de Eusebio de Cesarea. El mapa de Eusebio era bien claro. Daba un paso más allá de Justino, Clemente y Orígenes, quienes habían dicho que Dios, mediante el Logos, había provisto las dos corrientes que llevaban a Cristo: la tradición hebrea, especialmente el Antiguo Testamento, y la cultura grecorromana, especialmente la filosofía. Ambas llevaban a Jesús y debían por tanto ser vistas ahora como propiedad de la iglesia. Lo que Eusebio hizo fue añadirle la dimensión política a esta manera de ver a Dios actuando hacia una meta única. Tal como Eusebio nos cuenta la historia de la iglesia, el plan de Dios no era solamente que la revelación judía y la cultura grecorromana se uniesen en el cristianismo, sino también que el cristianismo y el imperio se uniesen en Constantino. La iglesia y el Imperio habían sido creados el uno para la otra. Por lo tanto, Eusebio lee los siglos anteriores de la historia eclesiástica en términos del modo en que llevaron a esa gloriosa unidad de la iglesia y el Imperio que él mismo experimentó, y a Constantino como el nuevo David.
El mapa de Eusebio era monocéntrico y providencial, puesto que para él todos los acontecimientos del pasado llevaban a la situación que él mismo experimentaba y que estaba convencido era obra de Dios.
A partir de entonces, aunque el mapa se ha expandido, y sus centros han cambiado, la estructura ideológica no ha cambiado. Es un mapa más grande, pero usualmente ha continuado siendo un mapa monocéntrico y providencial, en el cual el historiador se encuentra en la cima y mira hacia atrás para leer una historia que de algún modo culmina en el presente, y específicamente en el presente del historiador. Lo que no puede interpretarse como parte de ese movimiento escasamente tiene lugar en la narración histórica, y si se lo incluye, se trata de una condescendencia, de aquella «carga del hombre blanco», de una responsabilidad que el historiador tiene que cumplir por una especie de noblesse oblige.
El nuevo mapa es muy diferente. Al tiempo que el cristianismo se ha vuelto una religión verdaderamente universal, con profundas raíces en cada cultura, también se contextualiza más y más, y por lo tanto de cada uno de sus diversos centros vienen diferentes lecturas de toda la historia de la iglesia. El resultado es aterrador e inspirador.
Es aterrador, porque en buena medida implica que a cada paso tengo que volver a aprender mi propia disciplina. Ya no puedo seguir leyendo la historia a partir de una sola perspectiva o de un solo contexto. De algún modo tengo que escuchar las voces que vienen de distintos centros y de los márgenes, cada una de ellas con su visión desde diferente perspectiva, y por lo tanto cada una de ellas con una visión del pasado diferente a como yo lo veo. Por ello, ya no puedo hablar de un solo pasado, puesto que en esta variedad de centros y perspectivas se ven varios pasados. A veces el caos es tal que casi parecería que la historia eclesiástica amenaza explotar en mil fragmentos.
Por otra parte, la situación es inspiradora porque se trata de un momento único para dedicarse a la historia de la iglesia, ya que se ve claramente que esa historia no se ha hecho. La fluidez misma de nuestros mapas y la consiguiente fluidez del pasado implican que tenemos la libertad y hasta la obligación de escribir la historia de nuevo. Cada vez que leo lo que he escrito acerca de la historia eclesiástica, quisiera poder escribirlo de nuevo, puesto que algo falta, hay otra perspectiva que debo tomar en cuenta. Esto les devuelve a mis estudios históricos las fascinación que tuvieron cuando los emprendí por primera vez.

Otras dimensiones

Sin embargo, la geografía no es plana. Esto nos lo recuerda el hecho de que constantemente tenemos que proyectar el globo terráqueo sobre una superficie plana, y que toda proyección de algún modo distorsiona la realidad. Además, la geografía incluye, no sólo mapas planos, sino también topografía, montañas y valles. También en ese sentido la geografía de la historia está cambiando, como veremos en la próxima entrega o post.


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