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viernes, 7 de agosto de 2015

Amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
ROMANOS 1:1–15

A.     INTRODUCCIÓN DE LA PROCLAMA (1:1–7)
1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
1.     Credenciales del heraldo (v. 1)
La carta a los Romanos comienza con un saludo lleno de inspiración comunicativa. Es el saludo de Pablo, que escribe como un cristiano decidido a servir a Cristo. Se presenta a sí mismo como siervo de Jesucristo, y como llamado en forma especial por Dios para la difusión de su proclama de buenas noticias para el hombre. Todos los cristianos compartimos, al menos en la expresión de deseos, la decisión de Pablo de servir a nuestro Salvador y Señor. 

Es una decisión que todos hemos expresado una o muchas veces, aunque por lo general con altibajos y superficialidad en lo referido a su cumplimiento. Pablo, en cambio, tomaba en serio sus decisiones de servicio y acá se presenta como un siervo de Jesucristo, un esclavo fiel y hasta las últimas consecuencias. 

Era obediente y sujeto a un Señor que podía disponer de su tiempo, de sus posesiones, de sus actos, y de su vida toda. Su vida no sólo en el sentido de ser vivida para Cristo, sino también en el de ser una vida en permanente actitud de renuncia propia, una vida expuesta y entregada a cada momento por la causa suprema que ocupaba su visión (Ro. 8:36). Pablo es:
a) Siervo, un esclavo servidor y servicial que nos escribe en ese carácter. Es un ejemplo típico del siervo o esclavo voluntario o por amor (Dt. 15:15–17). Cristo lo había hecho libre con una libertad tan gloriosa, que lo convirtió, por amor a El, de perseguidor de los cristianos en perseguido por los no cristianos.
Hay un doble significado para la palabra siervo, que tal vez no estuvo ausente del sentir de Pablo al utilizarla. Por un lado, siervo en el sentido de ser un esclavo, sujeto y obediente a los mandatos y órdenes, y aun a los deseos no expresados pero perceptibles del amo. Por el otro lado, siervo en el sentido de honor, como lo fueron aquellos recordados hombres del pasado, como Caleb (Nm. 14:24), Job (Job 1:8; 2:3), David (Sal. 116:16), Jacob (Is. 44:1; 44:21; 48:20; 49:3), Daniel (Dn. 6:20), Moisés (He. 3:5) y otros.1

b) Llamado a ser apóstol, un mensajero especial, con un llamado y con una misión concretos, un enviado de Dios. Escribe en cumplimiento de esa misión. La palabra “apóstol” define, en términos generales, a uno que es enviado. En el caso de Pablo, como también en el de los apóstoles de Cristo que compartieron su ministerio terrenal (Lc. 6:13), el término apóstol adquiere un carácter único y especial. Y aunque Pablo no fue uno de los doce, hace valer su apostolado, con ese carácter distintivo, por haberlo recibido así del Señor (1 Co. 9:1–2).

c) Apartado para el evangelio de Dios, separado, absorbido con una misión o trabajo específico y definido (Hch. 26:16–18): predicar el evangelio de Dios.
Aplicación: 
En esta presentación que Pablo hace en su carta, tenemos un hermoso modelo que puede ayudarnos a replantear nuestras decisiones de servicio, motivaciones y realidad práctica. ¿Asumimos nuestra condición de siervos del gran Rey? ¿Experimentamos que somos enviados? ¿Conocemos los términos de nuestra misión y estamos abocados a su fiel cumplimiento?
2.     Definición de la proclama (v. 1)
Pablo fue apartado para el evangelio de Dios, esto es, para:
a) la tarea de divulgación del evangelio, lo que incluye también
b) el contenido del mensaje.

No se trata de una doctrina nueva, nacida en la imaginación de los hombres. No es algo así como “una nueva era” de invención humana, en la cual pueden tener cabida y fusionarse los pensamientos mundanos con los religiosos, la verdad con el error, lo santo con lo vil. Y hoy lo vemos difundirse a través de mezclas sutiles de conceptos desfigurados como el amor, la ecología, la meditación trascendental, el cuidado del cuerpo, el bien hacer, y otros. 

Se trata, en cambio, de una doctrina directamente opuesta a cualquier mezcla de ese tipo; es nada menos que el evangelio de Dios, las buenas noticias de Dios, tan antiguas como la humanidad misma, y aun anteriores a ella. Son las buenas noticias del mensaje divino de salvación a la humanidad perdida.
3.     Cumplimiento profético (v. 2)
Notamos que tanto el esclavo servidor, como la empresa o propósito a llevar a cabo, están relacionados en forma estrecha con el cumplimiento de una promesa. Es la promesa que Dios había hecho en las Santas Escrituras, bajo el sello de su inspiración divina, por medio de los profetas que así lo anunciaron (ver en Ro. 10:16 la cita de Is. 53:1: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”). 

Había llegado el tiempo en que lo que Dios había prometido en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, se había convertido, en la persona de Jesucristo, en una realidad viviente y amplificada.

Es, en síntesis, la más pura doctrina evangélica, que adquiere por la revelación de Dios una forma inalterable, y que, por venir en forma directa de Dios, es eterna, segura y confiable.
a) Es la revelación personal de Dios en Cristo por medio de la encarnación (Hch.                      13:18).
b) Es la revelación escrita compuesta de 66 libros, en dos tomos, Antiguo y Nuevo                    Testamento, inspirada en los idiomas originales, e inerrante (2 Ti. 3:15–16).
c) Es la revelación por la iluminación que el Espíritu Santo hace hoy para nosotros                    de esa palabra encarnada y escrita (Jn. 14:26; 15:26; 16:7, 13).
4.     La Persona señalada (vv. 3–4)
Este prometido “evangelio proclama” que Pablo nos presenta, es de Dios y es nuestro. Es acerca de su Hijo, del cual aclara que es también nuestro Señor Jesucristo, el Dios Hombre a quien debemos adorar. Es suyo (de Dios) y al mismo tiempo nuestro (mío). Esto indica una posesión común. Esto es comunión verdadera con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:3). Nacido de mujer (Gá. 4:4), descendiente del rey David en lo que respecta a su naturaleza humana. 

Declarado Hijo de Dios con poder, en lo que se refiere a su naturaleza divina. Cuando leemos “por quien recibimos la gracia y el apostolado …” (v. 5), surge de inmediato la pregunta: ¿quién es ese por quien? Acaba de mencionar a Dios, sin duda en referencia a Dios el Padre; ha nombrado a Dios el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y termina refiriéndose al Espíritu de santidad. En este contexto, la mención que hace del Espíritu de santidad, no podemos sino tomarla como una referencia específica al Espíritu Santo.2 No podemos equivocarnos si atribuimos el “quien” del v. 5 en forma indistinta a cualquiera de las tres personas, que equivale a decir, al trino Dios. “Dios en tres personas, bendita trinidad”.

Jesucristo es, entonces, la Persona. Ante El, Pablo se considera a la vez como un honrado siervo y como un sumiso esclavo. En este caso, uno que declina ejercer sus propios derechos con el fin de servir a los intereses de Cristo, y servir a la causa del glorioso anuncio de las buenas noticias para el hombre.

Pablo, aun antes de haber nacido (Gá. 1:15), había sido separado para esa misión única y empresa grandiosa: la proclama de las buenas noticias de Dios al hombre que cree, y de la advertencia de Dios al hombre que no cree.
Aplicación: 
No se trata, entonces, de un mero predicar sermones, sino de lanzarse a la empresa de la extensión evangelizadora, cuya meta es anunciar, proclamar a toda criatura el contenido doctrinal del evangelio, que produce en los que lo aceptan, la alegría y regocijo de saberse perdonados y en comunión con el Dios eterno.
5.     Resumen de la enseñanza sobre Jesús (vv. 3–4)
a) Su Hijo;
b) nuestro Señor Jesucristo;
c) del linaje, de la descendencia del rey David. Tiene, como hombre, una ascendencia               real (de rey).
d) Declarado Hijo de Dios con poder. Con el poder de un nacimiento sobrenatural,                     virginal, no teniendo un padre humano. Ningún hombre pudo señalarlo y decir: es mi            hijo, yo lo engendré. Pero eso es lo que justamente expresó el Padre desde los cielos:          “Este es mi hijo amado” (Mt. 3:17; 2 P. 1:17). Además, fue declarado Hijo de Dios con          el poder de la resurrección de los muertos. Tenemos así su entrada al mundo como              Hombre perfecto, y su salida del mundo como Salvador perfecto una vez                          consumada su obra. “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (cita en He. 1:5 del                Sal. 2:7, aplicado en Hch. 13:33 a la resurrección de Cristo).

Con la misma fuerza con que se afirma que Jesús es el Hijo de Dios, se establece que es nuestro Señor Jesucristo.

La declaración de Jesús como Hijo de Dios es una declaración doctrinal basada en los hechos objetivos de la encarnación, por un lado, y de la resurrección de entre los muertos, por el otro. Entre el nacimiento virginal y la tumba vacía, encontramos la muerte en la cruz.

Podría argumentarse que si Cristo murió, tuvo que haber sido porque de alguna manera experimentó el pecado, que es el que trae como consecuencia la muerte (Ro. 6:23). Pero sabemos con toda claridad que Cristo no conoció el pecado por experiencia propia. Fue concebido por María siendo engendrado por el Espíritu Santo, como “el Santo Ser …” (Lc. 1:35). Sabemos también que “no conoció pecado” (2 Co. 5:21), no tuvo experiencia personal de lo que significa pecar, “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2:22). “Por nosotros [Dios] lo hizo pecado” (2 Co. 5:21), “habiendo él llevado el pecado de muchos” (Is. 53:12), no el propio. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). 

Entonces vemos que El se identificó con el pecado porque se identificó con la situación que tenía el pecador culpable ante la justicia de Dios. El pecado fue juzgado en El y castigado, pero siendo El “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (He. 7:26). El pecado castigado en El fue deshecho, desvanecido en forma literal, como una nube que es atravesada por el sol potente (Is. 44:22). Así, el Hijo de Dios emergió de la muerte, se levantó de la tumba en resurrección, según el Espíritu de santidad, que no permitió que el Santo fuera afectado por la corrupción de la muerte (Sal. 16:10) debido, justamente, a que era el Hijo de Dios, impecablemente santo y perfecto.
6.     La obediencia reclamada (v. 5)
Pablo se refiere otra vez al tema de su apostolado, mencionado ya en el v. 1. El Señor Jesucristo dio a Pablo la gracia, el don y el favor, junto con la importante comisión de ser un apóstol, un mensajero especial, para que al ser predicado el evangelio en todas las naciones, gente de todas las naciones crea y obedezca, adhiriendo a la fe en Cristo. (Hch. 6:7; Ro. 6:16–17; 10:16; 15:18; 16:19, 26; 2 Co. 10:5, 6; 2 Ts. 1:8; 1 P. 1:22; He. 5:9; ver también He. 11:8 B de J.) Pablo consideraba su apostolado como un don especial de la gracia de Dios (1 Co. 3:10; 15:10; Gá. 2:9).
7.     Las personas incluidas (v. 6)
Al mismo tiempo que la inclusión general de personas de todas las naciones, se destaca la inclusión personal: los de Roma, nosotros, yo. “Me incluye, sí, me incluye a mí”. Nuestra proclamación tiene el compromiso del Señor Jesucristo mismo de que va a producir frutos. Esto es por amor de su nombre. El mismo ha garantizado los resultados. Entre esos resultados estamos también nosotros, llamados a ser, o los que ya somos, o pertenecemos a Jesucristo. Como lo expresa el Dr. Motyer: “La grande gloria de la ética cristiana es que somos llamados a llegar a ser lo que ya somos”.3
8.     La comunicación establecida (v. 7)
La progresión continúa: un siervo-apóstol (Pablo); una proclama (el evangelio); un cumplimiento profético; una Persona señalada (Dios-Hombre, Jesucristo); la enseñanza sobre Jesús; la obediencia reclamada; las personas incluidas; y ahora la comunicación establecida: a todos los que estáis en Roma o en América Latina, o en cualquier lugar del mundo, con tal que sepan que son amados de Dios, llamados a ser santos. 

Ahora Pablo, el comunicador humano de la proclama, concluye estos grandes pensamientos iniciados en el v. 1 y entrega su saludo como cierre de la presentación de su carta. “Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.” Es el saludo formal de Pablo en todas sus epístolas. Es una combinación del concepto cristiano de gracia con el concepto judío de paz.
B.     LA VISITA DESEADA POR PABLO, EL HERALDO (1:8–15)
8Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí. 13Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. 14A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
1.     Reconocimiento a Dios y a los creyentes en Roma (vv. 8, 9)
Pablo se encuentra lejos en cuanto a distancia, tiempo, circunstancias y experiencia de las personas a las que escribe su carta. Tiene en todo sentido un largo camino que recorrer, pero antes que todo eso está para él la preparación de ese camino por medio de la oración a Dios.

Pablo no puede comenzar su mensaje escrito, que es revelación del mismo Dios del cielo, sin poner sus distintivos toques personales. En este caso, hace en primer lugar un llamado de atención, un “antes que nada”. Nos da una enseñanza sobre la importancia de las prioridades correctamente establecidas y ordenadas. Primeramente (“antes de entregar mi mensaje”), pone en práctica su propia exhortación “sed agradecidos” (Col. 3:15). 

Expresa su gratitud a Dios en razón de aquellos a los que dirige su carta. Si fuera por él, hubiera sacado de en medio a su amanuense Tercio y el papel (papiro en aquel tiempo) en que la pluma iba registrando los pensamientos que Dios le inspiraba, y hubiera entregado verbalmente su mensaje. Muchas veces se había propuesto hacer el viaje que lo separaba de Roma, pero hasta ese momento—lo cual indica que mantenía vivo su anhelo y propóesito—había sido estorbado (v. 13).

Tal vez por las circunstancias de su tan ocupada vida y servicio (“el cuidado de todas las iglesias”), o por no contar con los recursos necesarios, o los obstáculos puestos en su camino por el enemigo; o aun por el mismo Espíritu de Dios, que en otras ocasiones había marcado para él un camino diferente al humanamente deseado o predecible (Hch. 16:7). Su intento de estar con los hermanos de Roma no era algo puesto a un lado o desechado. El “hasta ahora” dejaba la puerta abierta a su posibilidad de concreción.
Aplicación: 
¡Cuántos “hasta ahora” tenemos en nuestras propias vidas de servicio! ¡Y cuántas esperanzas de que viejos anhelos puedan todavía ser realizados! ¡Y qué buen ejemplo nos da Pablo en su larga y paciente espera en Dios!
2.     Oración del apóstol (vv. 9, 10)
Al comenzar el v. 8 es como si Pablo dijera: “Ahora vamos a tener un momento de oración”. Nuestros corazones se solemnizan en la misma presencia de Dios, mientras que el corazón de Pablo queda al descubierto. Da gracias a Dios, y esto mediante Jesucristo, por los de Roma, por todos ellos (v. 8). Da gracias por el hecho de que la fe que han depositado en Cristo se divulga por todo el mundo. La calidad de la fe que tienen en Cristo hace de ella una fuerza expansiva.
Aplicación: Mi padre solía decir que el evangelio es como el sarampión, pues empieza por uno y se contagia a toda la familia. ¡Cuánto necesitamos en las iglesias esa clase de fe viva, contagiosa y expansiva!
Pero además de dar gracias por el resultado incontenible que produce la fe de ellos, la oración de Pablo llega a ser tan personal, que siempre hace mención de ellos en sus oraciones.

Y esto es tan real que, por si a alguno le parece que ha exagerado dando como un hecho lo que sólo pudiera ser una expresión de deseos, pone a Dios mismo por testigo así como en una corte de justicia se cita a testigos para que quede probada la veracidad de las afirmaciones. Pablo pone como testigo al mismo Dios al que está sirviendo en su espíritu en la difusión del evangelio de su Hijo (v. 9).
Aplicación: ¿Oramos nosotros así? ¿Podemos también citar a Dios como testigo de nuestras oraciones?
3.     Deseo de un viaje próspero (vv. 10, 13)
Su oración por ellos concuerda en forma exacta con su anhelo de verlos. Cumple además, con los requisitos de la oración que el Señor ha prometido contestar: que “por la voluntad de Dios”, no por la suya propia, tenga al fin, como para colmar todos sus anhelos por ellos, un próspero viaje a Roma (v. 10) para permanecer allá un tiempo con ellos (15:22, 29).
4.     Propósito de la visita (vv. 11–13)
Pablo ya sabía el porqué y el para qué de ese viaje que culminaría con la victoria sobre todos los estorbos que había tenido antes. Sin embargo, también se agregarían los nuevos y múltiples problemas del viaje que, por último, lo llevó a Roma como prisionero, a través de una tormenta dramática en el mar, un naufragio, una serpiente en la isla de Malta (Hch. 27 y 28), y de las cadenas que por fin lo retuvieron preso a él pero no a la Palabra de Dios. ¿Próspero viaje? nos preguntamos. 

Y Pablo mismo contesta la pregunta: “las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Fil. 1:12).
¡Qué lección, que nunca terminamos de aprender nosotros, de mirar todas las circunstancias desde la perspectiva de Dios!

El porqué (v. 11) de su ruego para ir a Roma, tenía una sencilla pero válida motivación: ver cumplido su deseo de verlos, de ver a sus hermanos de Roma. Siendo que Dios “produce así el querer (deseo) como el hacer (cumplimiento del deseo) por su buena voluntad (Fil. 2:13), Pablo sabe que su querer, su deseo, proviene de la voluntad del Soberano que dispondrá de los medios y las circunstancias para que se efectivice en el tiempo adecuado.

El para qué está relacionado con el porqué y con el deseo mismo: “Comunicarles algún don espiritual” (ver 12:6–8), lo que constituye el medio para lograr el propósito: que ellos sean confirmados. Al hacerlo así, Pablo será un transmisor de la bendición que resulta de la proclamación de la preciosa fe, pero al mismo tiempo se convertirá en un receptor de bendición. Espera confortarlos a ellos, y espera ser confortado por ellos. 

Les dará a conocer cómo es la confianza que tiene en Cristo, y conocerá de la confianza que ellos tienen en Cristo. Comprobará así que se trata de una misma fe, de una fe común a ambas partes (v. 12). Compartirá la fe que les es común a los romanos y a él. Con razón dice la Escritura: “Hermosos son los pies de los que anuncian la paz” (10:15). La proclamación es una avenida de bendición de doble vía: hacia el que recibe el mensaje, y hacia el que lo da.

Por último, en el v. 13 que ya hemos comentado en parte, Pablo agrega otro para qué de su anhelado viaje hasta ahora intentado pero estorbado, que puede ser el resumen de lo que ya ha anticipado en el mismo sentido: “para tener entre vosotros [los de Roma] algún fruto, como entre los demás gentiles”. El fruto mencionado debemos entenderlo como bendiciones espirituales (fruto: Jn. 15:18; Ro. 6:21–22; Gá. 5:22; Fil. 1:11; 4:17), y también como la conversión de muchos. Así fue hasta ahora entre los demás gentiles, y así ha de ser entre los de Roma por la garantía de resultados asegurados, que ya fue mencionada en el v. 5.

Aparece así la iglesia de Roma, identificada como una iglesia gentil, aunque no le habrán faltado componentes judíos. Pero más que a una iglesia de gentiles, Pablo sabe que en última instancia su viaje a Roma le llevará a una ciudad y a un imperio eminentemente gentiles, donde él tendrá ocasión de ver funcionar a pleno su misión a todas las naciones no judías (Hch. 26:17).
Aplicación: 
Pablo sabe que a medida que el propio pueblo judío cierra su puerta y su corazón a su Mesías Jesús, esa puerta se abre de par en par para que entren los gentiles hasta una situación que es llamada en la profecía bíblica “la plenitud de los gentiles”. 
¡Qué cerca nos parece encontrarnos de esa consumación feliz que traerá a Jesucristo de los cielos para arrebatar su amada iglesia! Si Juan, el vidente, pudo decir hace cerca de 2.000 años: “¡Ven, Señor Jesús, ven pronto!”, ¡cuánto más cerca está ahora nuestra total redención que cuando creyeron (13:11) aquellos que estaban al comienzo de la formación de la iglesia!
5.     Deuda de Pablo y decisión de pagarla (vv. 14, 15)
Como para que ningún lector de su carta a Roma lo tome a mal o lo interprete mal cuando llegue a estar entre ellos, Pablo se declara “deudor a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios” (v. 14). Es decir que proclamará un evangelio que no hace acepción de personas (3:22, 23; Hch. 10:34).

En cuanto a mí, dice Pablo, lo siento como una deuda que no puedo dejar de pagar. Es una obligación que no puedo dejar de cumplir. Estoy pronto, decidido a predicarles el evangelio a los que están en Roma, el corazón mismo del más grande imperio, y a la vez el centro de mayor divulgación posible de la fe, como ya estaba sucediendo (v. 8). 

Como entonces, así seguiría ocurriendo, no sólo por ser una fe y comunión expansivas, sino también porque Dios y Pablo como su siervo no dejaron de lado las consideraciones estratégicas, como aquello de que “todos los caminos conducen a Roma” y por consecuencia inversa “todos los caminos salen de Roma”. Porter el evangelio en el corazón del imperio era sin duda ponerlo en su torrente sanguíneo, en todo su interior, y también en su periferia y aun más allá de ella.
Aplicación: 
¿Tenemos en cuenta en nuestra proclamación los aspectos estratégicos de nuestro lugar y de nuestro tiempo? ¿Percibimos en el entorno de nuestro lugar de reunión las posibilidades de servicio a la comunidad que nos permitirán ayudar a satisfacer necesidades generales primero, y las profundas y más importantes necesidades espirituales de inmediato?
La deuda que reconoce Pablo es, como la nuestra, una deuda transcultural (griegos y no griegos), que comprende la patria chica de cada uno, su país, y la patria grande representada en el continente, y aun extensiva al mundo entero. Es también deuda con los sabios y los no instruidos, los alfabetizados y los analfabetos. Hubo épocas en que el evangelio casi se circunscribió a los círculos privilegiados del conocimiento. Hoy casi se circumscribe a los círculos cerrados, que constituyen a veces verdaderos ghettos, y a la vez puja por extenderse a los ambientes populares con expresiones masivas. Observando el todo, quedan inmensos bolsones de gente religiosa sin vida en Cristo, o de gente indiferente, o de los que se están volcando en forma masiva a sectas de todo tipo y color.

Si es correcta la estadística oficial de que en la Argentina hay un 25% de analfabetos funcionales4 (incluyendo personas que no han concluido la instrucción primaria y que sólo pueden leer y entender títulos de los periódicos, pero no una columna densa, y mucho menos un pasaje bíblico), nos damos cuenta de que la deuda de los cristianos en nuestro gran continente es una deuda de proporciones gigantescas. 

Ya no basta el pensamiento de distribuir porciones escritas de la Biblia. Habrá que pensar, como las Sociedades Bíblicas están actualmente afrontando el desafío en distintos continentes, en proveer la Biblia hablada (grabada en CDs), como un medio de dar oportunidades eficaces de oír el mensaje del evangelio. Después de todo, es algo así como volver al principio, en que la comunicación escrita era privilegio de muy pocos, con la ventaja de que en la actualidad disponemos de los medios de grabación y reproducción de la palabra.

Hay una fuerte deuda también hacia los sectores intelectuales de la sociedad moderna, altamente secularizados en cuanto a la religiosidad. Estos tienden a absorber doctrinal lindantes o directamente imbuidas con conceptos orientalistas como la meditación trascendental, o universalistas como la Nueva Era, y mezcladas como muchas otras, con abierto ateísmo y aun satanismo. En definitiva, las mismas corrientes que penetran las capas inferiores de la sociedad, aunque con expresiones y efectos diferentes.

Aparte de cuáles sean los resultados que se alcancen, la misión de la iglesia debe tener en vista el cumplimiento de una deuda, de una obligación que abarque a todos los hombres desde sus perspectivas particulares.

Pablo ha recorrido en los vv. 1–15 toda la distancia que podía haber entre él y los creyentes de Roma. Comenzó identificándose él mismo (v. 1), y termina con el identificatorio “vosotros que estáis en Roma” (v. 15). 

Y de él hacia ellos, ha tendido un puente de comunicación matizado con:

a) lo que quiere que ellos sepan de él (vv. 1; 8–15);
b) lo que él sabe de Dios, de Jesucristo, del Espíritu Santo y del evangelio (vv. 1–5);
c) lo que sabe de ellos y desea para ellos (vv. 6–15).

Con semejante presentación y saludo (vv. 1–7) e introducción (vv. 8–15), ha dejado allanado el camino no sólo para llegar en un futuro a Roma, sino para llegar de inmediato desde su corazón al corazón de los romanos, y también al nuestro.
Aplicación: 
Los que predicamos y enseñamos la Palabra de Dios debemos tomar en cuenta este modelo de comunicación para que nuestra proclamación como iglesia de Cristo sea lo que debe ser en cuanto a estrategia, métodos y contenido. 
Que dejen de abundar en el púlpito cristiano evangélico los “sonidos inciertos” (1 Co. 14:8) y se afirme como propia la convicción de Pablo: 
“en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio …” (v. 15). 
Y al decir evangelio, no nos referimos al así “llamado” evangelio, sino al evangelio que Pablo presenta como tal en toda la extensión de su carta a los Romanos y que es motivo de análisis en este Comentario.
BOSQUEJO EXPOSITIVO - ROMANOS  1:1–15
La proclama de Dios para salvar a todo aquel que cree
A.     Introducción de la proclama (1:1–7)
1.     Credenciales del heraldo (1)
a)     un siervo, un esclavo servidor y servicial
b)     llamado a ser apóstol, enviado con un llamado y misión concreta.
c)     apartado para el evangelio de Dios
2.     Definición de la proclama (1)
El evangelio de Dios, las buenas noticias de Dios
3.     Cumplimiento profético (2)
4.     La Persona señalada (3–4)
5.     Resumen de la enseñanza sobre Jesús (3–4)
a)     Su Hijo;
b)     Nuestro Señor Jesucristo;
c)     Del linaje, de la descendencia del rey David.
d)     Declarado Hijo de Dios con poder.
6.     La obediencia reclamada (5)
7.     Las personas incluidas (6)
8.     La comunicación establecida (7)
B.     La visita deseada por Pablo, el heraldo (1:8–15)
1.     Reconocimiento a Dios y a los creyentes en Roma (8–9)
2.     Oración del apóstol (9–10)
3.     Deseo de un viaje próspero (10, 13)
4.     Propósito de la visita (11–12)
5.     Deuda de Pablo y decisión de pagarla (14–15)
1   Ver también Mt. 8:9; 20:27; 24:45; Ro. 6:16, 17.
2   Interpretar, como hacen algunos, que Espíritu de santidad se refiere al espíritu humano       de Jesús, es      dejar de ver la expresa mención de las tres personas de la Trinidad             divina que aparece no sólo acá,      sino también en otras partes de la epístola. Por otra       parte, mencionemos la siguiente traducción del      versículo: “… fue constituido Hijo de         Dios con plenos poderes, como Espíritu santificador” (VP).
3    J. Alec Motyer, El mensaje de Filipenses, págs. 56 y 32. Ed. Hebrón, Portavoz.
4    En el resto de América latina ese porcentaje a menudo es mucho más alto.
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viernes, 31 de julio de 2015

Todo lugar que pise la planta de vuestro pie lo he entregado a vosotros. Nadie te podrá resistir en todos los días de tu vida. No te dejaré ni te desampararé.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES EXPOSITIVOS
JOSUÉ  1: 1-9

1      Después de la muerte de Moisés, siervo de YHVH, aconteció que YHVH habló a                   Josué ben Nun, ministro de Moisés, diciendo:
2      Moisés mi siervo ha muerto. Ahora pues levántate, cruza este Jordán tú y todo este             pueblo, a la tierra que doy a los hijos de Israel.
3      Como dije a Moisés: todo lugar que pise la planta de vuestro pie lo he entregado a               vosotros.
4      Desde el desierto y este Líbano hasta el gran río, el río Éufrates, toda la tierra de los             heteos hasta el mar Grande, hacia la puesta del sol, serán vuestros términos.
5      Nadie te podrá resistir en todos los días de tu vida. Como estuve con Moisés, estaré             contigo. No te dejaré ni te desampararé.
6      Esfuérzate y sé valiente, porque tú harás que este pueblo herede la tierra que juré a             sus padres que les daría.
7     Solamente esfuérzate y sé muy valiente, cuidando de hacer conforme a toda la Ley              que mi siervo Moisés te ordenó. No te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para            que tengas buen éxito dondequiera que vayas.
8     No se aparte de tu boca el Libro de esta Ley. De día y de noche meditarás en él, para          que cuides de hacer conforme a todo aquello que está en él escrito, porque entonces           harás próspero tu camino, y tendrás buen éxito.
9      ¿No te lo estoy ordenando Yo? ¡Esfuérzate pues y sé valiente! No te intimides ni                   desmayes, porque YHVH tu Dios está contigo dondequiera que vayas.


    Dios informa a Josué (1:1–9)
a. ¿Quién era Josué? 
Antes de la muerte de Moisés lo encontramos varias veces, en relación con acontecimientos importantes de la historia de Israel. Cuando el ejército israelita necesitó un fefe, Josué fue designado general (cf. Ex. 17:8–9). Cuando Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el monte Sinaí, Josué era su ayudante (cf. Ex. 24:13; 32:17). En su juventud había sido puesto a cargo del tabernáculo, cuando la idolatría del pueblo hizo que lo retirase del campamento (Ex. 33:11). Había demostrado su lealtad al jefe cuando creyó que su autoridad estaba amenazada (cf. Nm. 11:24–29). En Cades Barnea, Josué fue escogido para ser el representante de su tribu, la tribu de Benjamín (cf. Nm. 13:8, 16).

Josué mereció el título de “servidor” o “ayudante” de Moisés (cf. Ex. 24:13; Jos. 1:1), términos que se usan tanto el uno como el otro con referencia a él (cf. también Ex. 33:11 y Nm. 11:28). Bajo sus órdenes, el ejército de Israel derrotó decisivamente a los enemigos del pueblo (cf. Ex. 17:13). Durante el tiempo que sus hermanos se rebelaron contra Dios, Josué mantuvo su fe en el plan divino.

Después de muchos años de servir juntos, Josué perdió a su superior, Moisés. No obstante, se mantuvo en contacto con el Señor, quien habló a Josué hijo de Nun (1).

Traducido al griego, el nombre “Josué” se convierte en “Jesús” (cf. Hch. 7:45; He. 4:8), nombre que significa “Salvador”. En muchos sentidos este “Jesús del Antiguo Testamento” anticipa características del Jesús del Nuevo Testamento. 

No se le atribuye ningún mal; estaba libre de todo afán de engrandecimiento propio o codicia de ganancia; la sencilla nobleza de su carácter no estaba maleada por el menor tinte de egoísmo; en todas las circunstancias mostraba un supremo deseo: conocer la voluntad de Dios. 

Su ambición dominante era hacer la voluntad divina. Era un hombre de impávido valor e indomitable perseverancia. Frente a las dificultades mostraba una alegre confianza. Su acción decidida le daba la victoria. Era altamente honrado por otros debido a su abnegado menosprecio por sus intereses personales. Nunca dejó de mostrar una profunda preocupación por los intereses de aquellos que habían sido confiados a su cuidado.

Así pues, cuando, en la plenitud del tiempo, Dios necesitó un hombre bien preparado, escogió a Josué. En él encontró el Señor un hombre que habría de escuchar sus instrucciones. Un hombre que llevaría a feliz término las misiones que se le encomendaran. Estas cualidades que explicaban la preparación de Josué, siempre son aprobadas por Dios.

b. ¿Cómo le habló Dios a Josué? 
El autor del libro no hace esfuerzo alguno para explicar cómo hablaba Dios con este hombre. Sin embargo, con considerable frecuencia, declara que se comunicaba con él (cf. Jos. 1:1–9; 3:7; 4:1; 6:2—como unos pocos ejemplos).

En varias ocasiones se dice que Dios habló por medio del Urim y el Tumim (cf. Nm. 27:21; Dt. 33:8; 1 S. 28:6). Pero no hay ninguna indicación de que hablara con Josué de esta manera.

Posiblemente Dios le hablara de la misma manera que habló a Abraham (cf. Gn. 12:1; 13:14; 15:1, 18), o a Jacob (Gn. 28:13; 35:1, 10). Tal suposición, sin embargo, no responde a la pregunta de cómo lo hizo. Una cosa es evidente, a saber, que Dios habló en forma tal que en la mente de Josué no hubo duda alguna acerca de quién le hablaba y qué le decía.

c. Dios da el mandamiento de entrar en Canaán (1:2). 
Levántate y pasa este Jordán. En este mandamiento se manifiesta la continuidad del programa de Dios para Israel. El pueblo debe comenzar inmediatamente a avanzar hacia la tierra prometida. La muerte de Moisés es tratada solamente como una coma, no como un punto, en la historia de Israel. Las promesas hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob sirven ahora como los antiguos fundamentos de los acontecimientos que se están desarrollando. Las liberaciones operadas por medio de Moisés no debían ser consideradas como fines en sí, sino que debían aceptarse como presagios de los próximos avances.

Los años de preparación de Josué lo habían capacitado para esa misión específica. Los planes y propósitos de Dios han de continuar desarrollándose. Obviamente sus programas exceden el término de la vida de cualquier hombre.

Este mandamiento de entrar en Canaán no sólo revela la continuidad del programa; también muestra la continuidad de la manifestación divina. “Lo que aconteció bajo Josué formó un capítulo importante del proceso de revelación por el cual Dios se dio a conocer a Israel … los libros históricos hebreos son … los registros de una manifestación divina.” Así había influido Dios en la historia humana en el pasado, y continuaba haciéndolo en los días de Josué.2 El reconocimiento de esta verdad es una importante ayuda para descubrir el significado del libro de Josué.

Uno de los problemas importantes en la misión de Josué era por dónde cruzar el crecido río Jordán. Este problema se advierte por el hecho de que al parecer no perturbaba a Josué. El estaba convencido de que los que con verdadera fe obedecían a Dios podrían realizar cualquier cosa que El les ordenara. Antes le había dicho a Israel: “Si Jehová se agradare de nosotros, 

El nos llevará a esta tierra, y nos la entregará … por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis” (Nm. 14:8–9). Ante tales promesas, Josué no vaciló. Sabía que el Señor abriría camino para su pueblo.

d. Instrucción acerca del programa divino-humano (1:3). 
Yo os he entregado … todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Esta era la misma promesa que Dios había hecho a los patriarcas (Gn. 12:1–7; 13:14–17; Ex. 23:30 s.). En Cades-barnea esta propuesta había sido rechazada por la incredulidad del pueblo (Nm. 14:1–4). Y durante los años transcurridos, Israel había sufrido las graves consecuencias de esa acción. Ahora, bajo la conducción de Josué, debía completar el circuito Dios-hombre, de modo que el poder de Dios pudiera obrar en beneficio del pueblo. La desobediencia en este punto sólo podía significar una continuada tragedia. La obediencia significaría la victoriosa posesión de la tierra prometida.

Al obedecer a Dios, Israel daba a conocer la voluntad divina a todos los pueblos con los cuales entraba en contacto. En esas oportunidades sus enemigos se tornaban impotentes. Y ellos se hacían invencibles. Cada vez que Israel rompía esa relación con Dios, resultaba víctima de su ambiente.

e. Instrucciones acerca de las fronteras (1:4). 
Dios ofreció a su pueblo la tierra que se extendía desde el desierto del sur hasta la gran cordillera del Líbano, al norte. Este ofrecimiento incluía hacia el este hasta el río Eufrates y al oeste hasta el mar Mediterráneo. (Véase mapa 3). Tendrían también toda la tierra de los heteos, que comprendía una gran parte del Asia Menor. Israel nunca llegó a ocupar toda esta extensión de tierra. David y Salomón sometieron la mayor parte de ella a tributo, pero sólo temporalmente las fronteras de Israel comprendieron esa extensión en algún período de su historia.

La extensión de esos límites sugiere la prodigalidad de las disposiciones de Dios para su pueblo. Su propósito era que toda esa tierra fuera ocupada por sus santos seguidores (cf. Dt. 11:22–25). Obedeciendo perfectamente a Dios, hubieran hecho un impacto para bien entre todas las naciones de la tierra, influencia que era desesperadamente necesaria. Dios quería que Israel cumpliera esa misión, pero aquellos que tan favorecidos habían sido por 

El quebrantaron el pacto con El (Jue. 1:21–2:15). Como resultado de su infidelidad, las naciones que hubieran podido ser iluminadas permanecieron en tinieblas. Los mismos israelitas dejaron de ser conquistadores y se convirtieron en esclavos. La historia de Israel revela que sólo la confianza en Dios y la obediencia les dieron ricas recompensas. Sin El, no podían hacer nada de valor.

f. El secreto de la invencibilidad (1:5). 
Dios no sólo le mostró a Josué una visión de lo que podría hacer, sino que también le aseguró la dinámica necesaria para que la visión se hiciera realidad. Como estuve con Moisés, estaré contigo, era toda la seguridad que Josué necesitaba. Sabía que Dios había hecho invencible a Moisés en medio de peligros y vicisitudes. No podía olvidar cómo había confrontado al faraón de Egipto y había ganado. Había observado cómo se había enfrentado con un pueblo apóstata y Dios no le había fallado.

Debido al contacto que Moisés había mantenido con Dios, el agua amarga se había endulzado, había desaparecido la lepra, había descendido pan del cielo y había surgido agua de la roca en el desierto. Josué estaba convencido de que los recursos de Dios jamás se agotarían. Sabía que ninguna crisis o acontecimiento inesperado haría necesario que Dios se alejara de él. Las palabras no te dejaré, ni te desampararé, hacían que Josué estuviera listo para cualquier misión.

La extensión de la ayuda divina al nuevo jefe sugiere que los grandes hombres de Dios pueden pasar de este mundo, pero el poder que los hizo grandes permanece. Dios quiere que su pueblo de todas las épocas recuerde que El no ha de fallarles cuando se sientan débiles ni se olvidará aun cuando ellos hayan flaqueado (cf. Dt. 31:8).

g. La importancia de una disposición positiva (1:6). 
Josué debía ser un jefe optimista. Esfuérzate y sé valiente fue el mandato que recibió. Para cumplirlo debía estar plenamente persuadido de que Dios haría todo lo que había prometido. Lo asaltarían dudas y temores, pero debía luchar la batalla de la fe y esperar el triunfo. Dios contaba con él y le había dicho tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra. El Señor no tenía en cuenta la posibilidad de un fracaso. También Josué debía tener esta actitud mental.

Una actitud mental negativa hubiera significado la derrota de Israel por más de una generación. Había amanecido un nuevo día; se ofrecían nuevas oportunidades. Sin fe, sería imposible agradar a Dios, y se perderían todas las cosas buenas de que El les había provisto. La fe les daría la victoria.

h. La clave del éxito (1:7–8). 
La efectividad de cualquier cosa que emprendiera Josué dependería de la clave siguiente: Cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó (7). Aquí y en el versículo 8, la palabra ley se emplea para identificar los escritos que Moisés había dejado relativos a la voluntad de Dios para su pueblo. La palabra hebrea tora significa más que una legislación. Sugiere la idea de instrucción y dirección. 

Ninguna obligación o responsabilidad justificaría desviación alguna de esta norma fundamental para la vida. Si Josué no empleaba diligentemente la clave, le amenazaban peligros. Un peligro era el temor; debía ser fuerte y valeroso. La claudicación era peligrosa; por consiguiente el mandamiento era: No te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra.

Existía el riesgo de olvidar; por lo tanto esa ley no debía apartarse de su boca. También corría el peligro de la superficialidad, por consiguiente debía meditar en ella de día y de noche (8). Explicando el término “meditación”, J. S. McEwen sugiere que uno debe practicar una “decidida concentración de la mente en el tema de la meditación y la deliberada expulsión de pensamientos e imágenes discordantes”.

Así, pues, toda la fuerza y el valor de Josué debían concentrarse en observar el programa de Dios. Dios había propuesto un código para el éxito que podía soportar el examen más diligente. En ese código le aseguraba: Serás prosperado en todas las cosas que emprendas. Esta era la clave del éxito; todo el que la use vivirá sabiamente y se comportará prudentemente.

i. La iniciativa es de Dios (1:9)
Mira que te mando. Josué no habría de seguir caprichos personales o ambiciones egoístas. Debía llevar a cabo las órdenes del Señor. En ningún momento debía considerar al Señor solamente como el oyente silencioso de sus conversaciones. El era el Iniciador de todo el programa de Josué. El había puesto en movimiento un modo de vida que exigía toda la atención de este hombre de Dios.

El plan de Dios para el hombre no se inició con Josué, ni terminó con él. “Nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor” (Ef. 1:4, 5). Un programa de esta índole exige una lealtad indivisa. El hombre no ha de apartarse de él ni a diestra ni a siniestra. Debe precaverse cuidadosamente contra el temor, la claudicación, el olvido y la superficialidad. Debe recordar siempre el vibrante desafío. Mira que te mando. Dios mismo ha de estar a cargo de todas las operaciones.

El Señor no solamente establece una manera de vivir, sino que también prescribe el estado mental en que ese plan ha de ser ejecutado. Que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes. 

(1) Dios desafía al hombre a entregarse a la tarea con todas sus fuerzas. También 
(2) ha de realizar la obra del Señor con grandes anticipaciones. Isaías sugiere esta actitud        en su declaración de que “los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con                alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas, y tendrán gozo y alegría, y huirán la          tristeza y el gemido” (Is. 35:10). Además, 
(3) ha de servir sin temor. Los “cobardes” encabezan la lista de los que “tendrán su parte en      el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8). Los que sirven al Señor decididamente        no tienen lugar en esa multitud. Finalmente, 
(4) el siervo del Señor ha de ser intrépido. Puede ser tentado en todo, pero no ha de ceder. 

Ha de ser como el Josué del Nuevo Testamento, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (He. 12:2). Josué necesitaba el consejo: Ni desmayes.

Sin embargo, el Señor no se limita a trazar un plan y prescribir un método. También proporciona una dinámica que hace posibles el plan y el método a los que deciden obedecer. Ese poder no es otro que el hecho de que Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.

Esta Presencia significaba mucho para Josué. 
Eso lo capacitó para hacer aquello para lo cual había sido llamado. Mantuvo comunión con Dios, porque El estaba cerca. Las dificultades de la entrada en la tierra no plantearon problemas serios, porque el Señor podía abrir fácilmente el camino. Estaba asegurada la superación de todas las dificultades; Aquel que estaba con él era más grande que todos los que estaban contra él.

El cristiano reconoce la importancia de la presencia de Dios. 
Jesucristo prometió a sus seguidores: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28:20). Y les aseguró: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hch. 1:8). Gracias a la presencia de Dios el cristiano se enfrenta victoriosamente a las vicisitudes de la vida.

1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt. 34:1–9). 
Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:15–23; Dt. 3:21–22; 31:1–8). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx. 24:13; 33:11; Nm. 11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29).

Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la voz de Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el Señor siempre se comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su palabra escrita. Pero en el A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo sacerdote, y en ocasiones, con voz audible.

1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue claro. Moisés, el siervo de Dios había muerto. 
(Es interesante que a Moisés se le llame “siervo de Jehová” tres veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del libro. Al final de su vida, Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin embargo, a pesar de que Moisés ya había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era ahora la figura clave para llevar a cabo el programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas. De inmediato, Josué debía asumir el control de todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …, a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie puede cuestionar el derecho que Dios tenía de dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él es dueño de toda la tierra. Como afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1).

1:3–4. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una fuerte lucha. 
Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que entrar a poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas a Abraham (Gn. 15:18–21) y a Moisés (Dt. 1:6–8) se extendían desde el sur del desierto hasta el norte de los montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el Mediterráneo que estaba al occidente, donde se pone el sol. 

La expresión toda la tierra de los heteos que se añade aquí probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba al norte de Canaán, sino al hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos los pobladores de la región de Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían diseminados en Canaán.

Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó parte del grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una variante en la manera de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no se había borrado de su memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese territorio.

¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por Israel en tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:18–21. Aun en tiempos de David y Salomón, cuando la tierra alcanzó su máxima extensión, los distritos que quedaban en los extremos sólo recibían una influencia parcial de Israel.

¿Cuándo poseerá la nación de Israel toda la tierra? Los profetas han declarado que será cuando Cristo regrese a la tierra. Entonces, reunirá a los judíos y reinará sobre la tierra y sobre la nación redimida y convertida de Israel. La posesión absoluta todavía está pendiente, esperando que llegue aquel día (cf. Jer. 16:14–16; Am. 9:11–15; Zac. 8:4–8).

1:5. Al enfrentar el tremendo reto de conquistar a Canaán, Josué necesitaba una palabra fresca de ánimo. 
A partir de sus observaciones personales, Josué sabía que los cananeos y los otros pueblos eran muy fuertes y que vivían en ciudades bien fortificadas (cf. Nm. 13:28–29). 

Además, las frecuentes batallas mantenían a los guerreros en excelentes condiciones para pelear. Por otro lado, la mayor parte de la tierra era montañosa, lo cual complicaría las maniobras militares. Pero cuando Dios da una orden, generalmente la acompaña de una promesa, así que él aseguró a Josué que tendría una trayectoria de victorias continuas sobre sus enemigos, debido a la presencia y ayuda infalibles de Dios. Las palabras no te dejaré (cf. Jos. 1:9) pueden entenderse como “Yo nunca te soltaré o abandonaré” y Dios nunca se retracta de sus promesas.

1:6. Esta fuerte declaración de parte del Señor de que nunca desampararía a Josué, es el origen del llamado que le hizo a ser valiente, el cual consta de tres partes. 
Josué recibió el mandato de esforzarse y ser valiente (cf. vv. 7, 9, 18) porque Dios había prometido darle la tierra. El esfuerzo y la fortaleza eran necesarios para llevar a cabo la agotadora campaña militar que estaba por delante. Pero Josué debía tener muy presente que el éxito que alcanzaría dando a Israel por heredad la tierra, sería gracias a que había sido prometida a sus padres; i.e., a Abraham (Gn. 13:14–17; 15:18–21; 17:7–8; 22:16–18), a Isaac (Gn. 26:3–5), a Jacob (Gn. 28:13; 35:12), y a la nación entera, que era la simiente de Abraham (Éx. 6:8), como su posesión eterna. Finalmente, Josué debía conducir a los hijos de Israel a poseer la tierra prometida. ¡Qué papel tan importante le tocaría desempeñar en ese tiempo tan crucial para la historia de la nación!

Aunque el cumplimiento de esa promesa tan especial y única depende de la obediencia de Israel (cualquiera que sea la generación de que se trate) a Dios, no hay duda de que la Biblia afirma que Israel tiene derecho a poseer esa tierra. El título de propiedad le pertenece por contrato divino, aunque no la poseerá en su totalidad ni la disfrutará a plenitud hasta que esté bien con Dios.

1:7–8. En segundo lugar, Josué recibió la orden de esforzarse y ser muy valiente. Debía tener cuidado de hacer conforme a toda la ley de Moisés. Ese mandamiento está basado en el poder de Dios impartido a través de su palabra. Esta es una exhortación más fuerte, indicando que se requiere mayor fuerza de carácter para obedecer fiel y cabalmente la palabra de Dios ¡que para ganar batallas militares! El énfasis de estos vv. claramente se pone en un cuerpo escrito de verdades. Muchos críticos argumentan que las Escrituras no aparecieron en forma escrita sino hasta varios siglos después. No obstante, aquí hay una referencia clara que afirma que ya existía un libro de la ley.

Para disfrutar de la prosperidad y para que todo saliera bien en la conquista de Canaán, Josué debía hacer tres cosas respecto a las Escrituras: (a) El libro de la ley no debía apartarse de su boca; i.e., debía hablar acerca de él (cf. Dt. 6:7); (b) debía meditar en él de día y de noche; i.e., pensar acerca de él (cf. Sal. 1:2; 119:97); (c) él debía hacer conforme a todo lo que en él está escrito, y obedecer por completo los mandamientos; i.e., actuar conforme a ellos (cf. Esd. 7:10; Stg. 1:22–25).

La vida de Josué demuestra que él vivía en la práctica las enseñanzas de la ley de Moisés, la única porción de la palabra de Dios que estaba por escrito en ese entonces. Solamente así se explican los triunfos que logró en las batallas y el éxito que caracterizó a su carrera. En uno de sus discursos de despedida antes de morir, exhortó a la nación a vivir en obediencia a las Escrituras (Jos. 23:6). 

Trágicamente, el pueblo sólo hizo caso a esta exhortación por un corto período de tiempo. En sus siguientes generaciones, Israel se rehusó a ser guiado por la autoridad revelada de Dios, y cada uno hacía lo que bien le parecía (Jue. 21:25). Israel rechazó las instrucciones objetivas de justicia y prefirió las subjetivas, que se caracterizan por una espiritualidad y moralidad relativas. Esto condujo a la nación a la apostasía religiosa y a la anarquía moral que duró varios siglos.

1:9. El tercer llamado a Josué para que fuera valiente se basa en la presencia de Dios. 
Esto de ninguna manera minimiza la tarea que debía enfrentar el líder. Él tendría que confrontar a gigantes y ciudades fortificadas, pero la presencia de Dios sería la que les daría el triunfo sobre sus enemigos.

Probablemente en la vida de Josué hubo momentos en que se sintió débil, incapaz y asustado. Tal vez llegó a considerar la posibilidad de renunciar antes de comenzar la conquista. Pero Dios conocía exactamente sus sentimientos de debilidad personal y de temor y le dijo tres veces te mando que te esfuerces y seas valiente (vv. 6–7, 9; cf. v. 18). Dios también lo animó a no temer ni a desmayar (cf. Dt. 1:21; 31:8; Jos. 8:1). Esas exhortaciones, junto con sus palabras de ánimo (la promesa, el poder y la presencia de Dios), fueron suficientes para sostenerlo durante toda su vida. Los creyentes de todos los tiempos pueden animarse con las mismas promesas.

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