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domingo, 17 de mayo de 2015

No tengas miedo. Yo soy el primero y el último, y estoy vivo. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre, y tengo poder sobre la muerte.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El lienzo de Cristo diseñado en la atmósfera terrestre
Apocalipsis 1:12–18


Entre los diversos aspectos del Apocalipsis, es prominente el hecho de que este es un libro que trata sobre una Persona, Cristo mismo, quien es su tema central. El doctor G. Campbell Morgan observa: “Cualquier estudio de Apocalipsis que no se centre en Cristo y que no vea todo lo demás en relación con El, conducirá al lector a un laberinto sin salida.” Así las primeras cuatro palabras de Apocalipsis declaran su naturaleza y su propósito: “La revelación de Jesucristo.” No es “la revelación de Juan el teólogo”, sino la manifestación de Uno a quien Juan amaba tiernamente.

Tampoco se trata aquí de “las revelaciones”. Es el singular, no el plural el que se usa. Es “la Revelación”, en la cual hay muchas facetas. En el Apocalipsis, Cristo es más plenamente revelado y exaltado que en cualquier otro libro de la Biblia. Abundan las alusiones a Cristo, como en las veinte o más referencias a El como “el Cordero”. Una división amplia del libro sería esta:
          •      Cristo y sus santos (Capítulos 1–3)
          •      Cristo y el mundo antiguo (Capítulos 4–19)
          •      Cristo y el mundo nuevo (Capítulos 20–22).

En los evangelios vemos a Cristo sirviendo y sufriendo. En el libro de los Hechos lo vemos vivo para siempre, obrando a través de su Iglesia. En el Apocalipsis, es el Héroe supremo, que derrota a todos sus enemigos.

Al observar la lucha entre el bien y el mal y los puntos más críticos de este drama, recibimos con profundo aprecio la imagen de Jesús como el futuro ejecutor de la justicia divina y el dispensador de la retribución y de las recompensas. Aquí se hace la presentación del Rey y su reino, y de cómo el Rey toma por la fuerza lo que le corresponde.
Cristo es la clave del libro; el Espíritu Santo es nuestro guía y nuestra propia espiritualidad es la medida de la manera en que podemos apreciar el retrato de cuerpo entero de nuestro Salvador.

En muchos sentidos, el primer capítulo es uno de los más importantes del libro, puesto que en él se da un sumario de todo lo que va a ocurrir. Los nombres, títulos y símbolos que se dan de Cristo en este capítulo inicial son distribuidos y ampliados a través del libro.

Ningún otro libro de la Biblia descubre la presencia, la Persona y el poder del Señor Jesucristo como lo hace el Apocalipsis, que se declara como un panorama maravilloso de nuestro Señor mismo y no meramente de los sucesos relacionados con su triunfo. El libro se abre con Cristo como el revelador de sí mismo (1:1–3). Puesto que es la revelación de Jesucristo, el libro adquiere un significado superior y se hace inmensamente importante. Aquí El es descrito como la figura central, que posee las llaves del destino. A pesar de los demonios y los hombres malvados, Cristo avanza invencible a través del fascinante y veloz drama del libro. Tome nota de las presentaciones autoritativas de Cristo en los “Yo soy” del primer capítulo y compárelas con los “Yo soy” que da Juan en su evangelio.

Una de las características especiales de este primer capítulo es el cuadro auténtico que nos da de Jesucristo. Hay aquí un retrato que ningún artista ha sido capaz de pintar. El capítulo abunda en títulos y superlativos y los utiliza para describir a Aquél que no tiene comparación.

1. El prólogo (1:1–3)
No simpatizamos con el sistema modernista de interpretar el Apocalipsis. Su falsa afirmación de que Juan tomó la visión de su libro de la antigua literatura apocalíptica y que sólo nos da una mezcolanza del folklore pagano, es claramente contradicha por la declaración que hace Juan acerca del origen y el orden de lo que vio y escribió. El apóstol no nos ha legado una colección de visiones paganas cristianizadas. Al contrario: Cristo nos presenta un sumario de su triunfo final sobre todas las fuerzas que se le oponen. Como esta revelación es dada por Dios, es nuestra solemne obligación inclinarnos reverentemente mientras la estudiamos.

En el Apocalipsis encontramos lo que bien podríamos llamar una escalera con cinco peldaños:

                                                                       Dios
                                                            Cristo
                                              el ángel
                                     Juan
    los siervos de Dios

Dios le dio la revelación a Jesucristo, puesto que ésta se refiere a El. Cristo, a su vez se la dio a su ángel, después de lo cual los ángeles son prominentes en el libro. El mensajero angelical le comunicó la revelación a Juan. Juan entonces puso por escrito todo lo que recibió para la iluminación y edificación de los santos de todas las edades. Ese es el orden que se sigue hasta la conclusión: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (22:6).

Nadie estaba mejor calificado que Juan para actuar como el canal autorizado de esta sublime revelación. Esto es evidente por lo que los evangelios relatan acerca de la intimidad de este apóstol con Cristo. Juan fue amigo íntimo de Cristo y muy amado por El. También se dice que él se recostaba sobre el pecho de Jesús. Y fue Juan quien escribió las palabras de Jesús concernientes a la capacidad del Espíritu para revelarles a los siervos de Cristo las “cosas que sucederán.”

Antes de seguir adelante en nuestro estudio es esencial que hagamos una pausa y nos preguntemos: “¿Estoy yo preparado espiritualmente para recibir bendición del Señor a través de la lectura de este gran libro?” Nuestra actitud humilde debe ser: “Enséñame tú lo que yo no veo; si hice mal, no lo haré más” (Job 34:32).

Para poderle transmitir esta revelación a Juan por medio de su ángel, Jesús utilizó símbolos (1:1). Es decir, usó figuras y señales para impartirle su conocimiento. En nuestro estudio de estos símbolos, debemos tratar de interpretarlos a la luz de su uso en otras partes de las Escrituras. Debemos comparar símbolo con símbolo y así protegernos de las extravagancias de interpretación en las que caen muchos expositores.

Debemos también considerar cuándo fue que Juan vio todas las cosas que escribió posteriormente en el Apocalipsis. El indica que se encontraba en la isla llamada Patmos (1:9) y que la revelación le fue dada allí durante cierto día del Señor, mientras El estaba en el Espíritu (1:10). Dos frases constituyen aquí una interesante combinación: “en la isla” y “en el Espíritu.” Evidentemente, las limitaciones geográficas de Juan no eran un obstáculo para su visión espiritual. Su oscuro calabozo no era capaz de cautivar su libre espíritu. ¿Así ocurre con nosotros? Cuando nos encontramos atrapados y confinados en circunstancias que nos aíslan de un mundo libre que se halla alrededor de nosotros, ¿nos sentimos más capacitados espiritualmente para comunicarnos con el cielo? En nuestra isla de restricciones, ¿estamos nosotros también en el Espíritu?

Hay dos maneras de interpretar “el día del Señor”. La interpretación común y corriente es que este día en particular era un domingo o primer día de la semana, el cual observaba Juan cuando le llegó la visión. Y ciertamente esta es una designación apropiada del día que se conoce como “domingo”, aunque dicho día no se designa así en ningún otro lugar de la Biblia. El primer día de la semana es el día de Cristo: el día de la resurrección, el día que el Señor ha separado para la adoración de su nombre y la predicación de su Palabra. Y en este día, el mejor de todos, cuando tenemos la oportunidad de hacer a un lado las cosas del mundo, podemos escuchar la voz de Dios y dedicarnos a la comprensión espiritual de su Palabra.

Otros eruditos creen que esa frase no se refiere al primer día de la semana, sino que significa “el día del Señor”, quizá con un sentido más profético. Estar “en el Espíritu” puede referirse a alguna clase de preparación por medio de la cual el Espíritu Santo proyectó la mente de Juan hacia el futuro, como lo declaraban los profetas del Antiguo Testamento cuando profetizaban acerca del día del Señor. Isaías 2:10–22, por ejemplo, es considerado como un resumen general de los capítulos 4 al 19 del Apocalipsis. Juan fue llevado hacia el futuro por el Espíritu hasta el terrible día de los juicios y se le hizo describir detalladamente lo que Daniel y otros profetas habían visto en general.

Puede ser que la solución se encuentre en armonizar ambos puntos de vista sobre el día del Señor. Mientras Juan meditaba un primer día de la semana, el Espíritu Santo capacitó a Juan para que pudiera ver el panorama del futuro y distinguir allí el día venidero del Señor.

Antes de dejar el prólogo debemos considerar dos frases más. Juan recibió una revelación de “las cosas que deben suceder pronto” (1:1). Esta palabra “pronto” lleva en sí el sentido de presteza o inminencia. Una vez que comience la acción habrá una sucesión rápida de eventos. No existe aquí la idea de que Juan esperara que todo lo que él predijo se cumpliría casi inmediatamente.

La misma idea está asociada con la declaración “el tiempo está cerca” (1:3). Afirma Walter Scott: “La profecía aniquila el tiempo y todas las circunstancias que intervienen, aun las opuestas, y lo coloca a uno en el umbral de su cumplimiento.” De acuerdo con nuestra manera de pensar, parece como si Dios estuviera deteniendo el cumplimiento de sus últimos propósitos esbozados en el Apocalipsis, pero tal demora no significa más que gracia a favor de un mundo condenado.

2. Las prerrogativas (1:4–11)
Con un estilo autoritativo, el apóstol Juan empieza esta sección con su propio nombre: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia.” Igualmente enfática es la expresión que se encuentra en el versículo 9: “Yo Juan.” La palabra griega apostello significa “enviar” y describe a un mensajero comisionado para cumplir una misión importante. En este sentido se aplica este término a Cristo (Hebreos 3:1). Cuando Juan inicia la comunicación de la revelación enviada a él (1:1), trata de afirmar su autoridad como apóstol, o “enviado”. Lo que él está a punto de anunciar, no procede de su propia creación. Como mensajero enviado por Dios, Juan va a describir “todas las cosas que ha visto” (1:2). Con la expresión “Yo Juan” del versículo 9, el apóstol proclama la apertura del libro que contiene la segunda venida de Cristo. En la frase “vengo en breve” de 22:20, Cristo anuncia su propia venida.

El Señor Jesucristo se presenta en el versículo 4 como el “que es y que era y que ha de venir”. “El que es” se refiere al presente y nos recuerda la inmutabilidad de Dios. Por ser el Dios Inmutable, Cristo está capacitado para actuar con independencia en un presente cambiadizo y fugaz. “El que era” retrocede hacia el pasado y nos hace volver millares de años atrás. “El que ha de venir” nos lleva hacia adelante y nos hace recordar que lo que el Señor ha sido, continuará siéndolo para siempre. El es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Hay otra importante verdad en la salutación de Juan (1:4, 5). La preposición “de” se usa tres veces: de El (1:4), es decir, de Dios, el independiente, el que existe por sí mismo; de los siete espíritus los cuales están delante del trono (1:4). Por la designación “siete espíritus” podemos entender (como ya lo hemos explicado) la plenitud de poder y la diversidad de actividades del Espíritu Santo; de Jesucristo (1:5). De esta manera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están ligados en la comunicación de esta revelación. Aquí, como en los demás lugares de las Escrituras, el Dios trino está obrando en perfecta unidad.

“Jesucristo, el testigo fiel” (1:5), le imparte fuerza al mandamiento del Señor a la iglesia de Esmirna: “Sé fiel hasta la muerte” (2:10). Su vida mostraba sus enseñanzas y mandamientos gráficamente. La descripción “Jesucristo el testigo fiel” demuestra la relación de Jesús con el Padre mientras el Salvador estaba en esta tierra. Como verdadero profeta, El nunca dejó de declarar todo el consejo de Dios. La palabra “testigo” describe a alguien que ve, sabe y por lo tanto habla, y es una palabra característica de Juan (quien la usa más de setenta veces en sus escritos).

“Jesucristo … primogénito de los muertos” (1:5) es un título maravillosamente descriptivo. “Cristo es tanto las primicias como el primogénito de los muertos,” dice Walter Scott. “El primer título indica que El es el primero en tiempo de la futura cosecha de los que duermen (1 Corintios 15:20, 23). El último título significa que El es el primero en rango de todos los que se levantarán de entre los muertos. ‘Primogénito’ es una expresión de supremacía, de preeminente dignidad, y no de tiempo o de secuencia cronológica (Salmo 89:27). Sin importar dónde, cuándo ni cómo entró Cristo en el mundo, necesariamente tomará siempre el primer lugar en virtud de lo que El es.” Dicho título también señala hacia la obra sacerdotal de Cristo.
“Jesucristo … el soberano de los reyes de la tierra” (1:5) retrata el aspecto de realeza dentro de la obra de Cristo. Los reyes de la tierra han sido siempre monarcas orgullosos y poderosos, y hasta el momento de la aparición de Cristo, ejercerán una fuerte influencia. Pero cuando Cristo venga para poner en función sus derechos soberanos, El tendrá el supremo dominio de todo. Todos los cetros imperiales serán destruidos y todas las autoridades opositoras serán desmanteladas. Como el Señor de señores, Cristo dominará sobre todos aquellos que ejerzan autoridad; como Rey de reyes, reinará sobre todos los que reinen. ¡Qué gobierno soberano le espera a esta caótica tierra!

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin” aparecen en 1:8, 11, pero muchos eruditos sostienen que la primera parte del versículo 11 no aparece en el texto original tal como lo escribió Juan. (El título habría sido tomado del versículo 8 y la frase “el primero y el último” vendría del versículo 17. Aquí nos encontramos con uno de esos divinos “Yo soy” que hacen resaltar la dignidad y la autoridad de Cristo. Alfa y omega, primera y última letras del alfabeto griego, sugieren que Cristo es el principio y el final de todo lo referente a los planes de Dios con relación a la humanidad. El es el primero y el último y todo lo que llena el intermedio.

Cristo aparece nuevamente en el versículo 8 como el Ser de los tres tiempos (como aparece en el versículo 4), pero esta vez, con dos adiciones: “el Señor”, “el Todopoderoso”. Estos títulos constituyen una conclusión apropiada para esta sección tan abundante en ellos. Con la manifestación del juicio sobre las fuerzas antagónicas del infierno y de la tierra y todo el odio que se había amontonado sobre los justos, es de mucha consolación contar con la revelación de la autoridad omnipotente del Señor, y otros recursos en los cuales apoyarnos desde el principio del libro.

Como veremos más tarde, las circunstancias en que vivirán los necesitados los obligarán a hacerle constantes demandas a tan poderoso nombre. Grandes poderes malignos tratarán de hundir al pueblo de Dios, pero el Todopoderoso estará presto a defenderlo. ¡La omnipotencia se enfrentará a esas fuerzas arrogantes y soberbias … ¡y triunfará! La gran pregunta del Apocalipsis es “¿Quién reinará?” Sólo hay una respuesta a esta pregunta crítica: El Señor Todopoderoso.

La revelación y la enumeración de las dignidades de Cristo figuran en la triunfante doxología de los redimidos (1:5, 6). Nuestros sentimientos son conmovidos profundamente y asciende nuestra adoración cuando meditamos en todo lo que el Señor es en sí mismo y de qué manera son aplicados sus atributos a favor de todos los suyos.

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (1:5). La liberación está ya realizada, pero el amor de Dios continúa para siempre. “Como había amado a los suyos … los amó hasta el fin” (Juan 13:1). ¡Qué gran fortalecimiento trae a los redimidos de todos los tiempos el amor inconmovible y siempre presente del Redentor! Durante el período de la Tribulación, cuando el fuego de la persecución se amontone alrededor del pueblo de Dios que haya quedado sobre la tierra, ¡qué cantos de triunfo y de victoria entonarán los redimidos al descansar confiadamente en el amor de su Libertador!

“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (1:6). Juan no olvida celebrar la alta dignidad de los redimidos. Cristo, cuya sangre y amor constituyen la base de nuestra confianza y descanso, ha hecho a su pueblo “un reino para ser sacerdotes para su Dios, su Padre”. La palabra original de la cual viene el término “reyes” aparece en singular: “reino”, lo cual está completamente de acuerdo con todo el libro, e indica que los redimidos no serán únicamente sujetos gobernados, sino que también ejercerán soberanía. Los santos han de reinar como sacerdotes. Ahora todos los creyentes ejercen las funciones sacerdotales aquí en la tierra (Efesios 2:18; Hebreos 13:15), pero el Apocalipsis prevé el ejercicio de un sacerdocio real.

Walter Scott pregunta: “¿Cuál es el significado de la dignidad real y la gracia sacerdotal? Zacarías 6:13 establece exactamente esta posición: ‘Se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado.’ Como nosotros hemos de reinar con Cristo, el carácter de su reino determinará la naturaleza del nuestro. Nunca olvidemos nuestro elevado rango, ni actuemos por debajo de él en la práctica. Pensar en ello constantemente nos impartirá dignidad de carácter y nos mantendrá por encima del espíritu de ambición por el dinero que reina en nuestro tiempo (1 Corintios 6:2, 3).” ¡Sí, y notemos el orden: reyes y sacerdotes! Si queremos interceder con eficacia, debemos reinar constantemente en la vida. Cuando triunfemos sobre el mal interno y externo como reyes, entonces tendremos libertad y poder como sacerdotes para interceder por la causa de los perdidos y de las almas en pecado.

“A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (1:6). En esta atribución de eterna gloria y dominio a Cristo, vislumbramos el cumplimiento de su gloria visible y su extenso dominio tal como lo anunciaran los santos del pasado. Conforme se va desarrollando la revelación, esta doxología aumenta en plenitud. Aquí es doble; en 4:11 es triple; en 5:13 es cuádruple; y en 7:12 es séptuple.

En el versículo 7 hallamos un testimonio sobre la segunda venida de Cristo. William Newell designa con toda razón este versículo como el primer gran texto del Apocalipsis. En 21:5 encontramos el segundo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” El glorioso advenimiento de nuestro Señor es presentado con la exclamación “¡He aquí!” de pie como centinela en el umbral mismo del libro.

Aquí Juan está haciendo énfasis en el regreso de nuestro Señor a la tierra. Esto es, su manifestación pública ante el mundo entero, que terminará con el establecimiento de su reino. Y todo ojo, en un momento u otro, presenciará su manifestación personal en público. Por la expresión “los que le traspasaron” podemos entender los judíos y también los gentiles. Es Juan quien nos hace recordar que fue un soldado gentil quien abrió el costado del Salvador (Juan 19:33–37).

Así lo expresa Walter Scott: “El vacilante y débil representante de Roma degradó la grandeza imperial su jactanciosa reputación de justicia inflexible al ordenar cobardemente que su augusto prisionero, a quien había declarado inocente tres veces, fuera azotado y crucificado.” Pero, ¿hay aquí una referencia especial a los judíos, ya que ellos aguijonearon a Pilato para que crucificara al Salvador (Zacarías 12:10)? Cuando el pueblo de Israel vea aparecer a Cristo, creerá en El, y cuando el verdadero amanecer haya llegado para los judíos que moren en la tierra, el pueblo experimentará su nuevo nacimiento como nación.

El gemido general de angustia por la venida del Hijo del Hombre no se debe perder de vista. No debemos limitar el terror a las dos tribus de Judá y Benjamín, ni tampoco a las otras diez tribus. La expresión usada aquí no es “las tribus de la tierra de Israel”, sino “todas las tribus de la tierra”. El anuncio profético que describe a los hombres escondiéndose en las cuevas de la tierra para no presenciar la ira del Señor, llega hoy a su realización (Isaías 2:19; 1 Tesalonicenses 5:2, 3; Lucas 21:34, 35). Entonces viene el doble asentimiento al testimonio profético: “Sí” y “amén”. Cristo viene, tanto para los judíos como para los gentiles, y para ambos grupos la Palabra de Dios permanece para siempre.

3. Su Persona (1:12–18)
En esta sección, Juan presenta una impresionante descripción de Aquél cuya voz él escuchó. Los símbolos de cargo y de personalidad dados aquí, se identifican con el Hijo del Hombre, quien es poseedor de una plena y completa divinidad. Las siete partes del retrato de cuerpo entero de Cristo son fáciles de discernir y todas las características (como lo indicaremos más detalladamente en nuestra próxima sección) están distribuidas entre las iglesias. Al seguir adelante, debemos observar que hay una vasta diferencia entre los sufrimientos pasados de nuestro Señor y su soberanía futura. ¡Al fin vemos al Cristo escarnecido coronado para siempre como Rey de reyes y Señor de señores!

El Apocalipsis trata sobre la Persona y el poder de Jesucristo, con múltiples símbolos sobre sus actividades, funciones y carácter. Aquí vemos a Jesús relacionado con el tiempo y con la eternidad, con judíos, con gentiles y con la iglesia de Dios. La parte del primer capítulo en la que queremos detenernos, es la que muestra a Cristo como el personaje celestial con apariencia humana. En El están combinadas la deidad y la humanidad y están maravillosamente mezclados lo celestial y lo terreno (1:9–18). ¡Qué enorme diferencia hay entre los pasados sufrimientos de nuestro Señor y su futuro reinado! Al fin vemos a Jesús (quien fue una vez objeto de vergüenza, escarnio y contradicción), coronado de honra y gloria.

A. Su vestidura y su cinto (1:13)
    En medio de los siete candeleros,
    uno semejante al Hijo del Hombre,
    vestido de una ropa que llegaba hasta los pies,
    y ceñido por el pecho con un cinto de oro.

La posición de Cristo—en medio de la Iglesia (simbolizada por los siete candeleros)—lo declara como la Cabeza y el centro de poder de la Iglesia.

El título de Cristo—el Hijo del Hombre—lo identifica con la humanidad y con el juicio.
La vestimenta y el cinto de Cristo declaran su autoridad real y también la majestad de su sacerdocio. Es una alusión a las bellas vestimentas de los sumos sacerdotes bajo el orden levítico e indican las cualidades personales y la posición oficial del Sacerdote.
La vestidura de Cristo le “llegaba hasta los pies”, pero no se los cubría. De otro modo, Juan no hubiera podido distinguirlos para inclinarse a adorar a su Señor, cuya forma glorificada estaba debidamente vestida. En el Calvario, Jesús fue desvestido y sobre su ropa echaron suertes, pero ahora aparece vestido con su bella túnica, como el gran Sumo Sacerdote. “Y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2).

Cristo también estaba “ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Cuando el cinto está alrededor de los lomos es indicación de preparación para el servicio (como en Juan 13:4, 5), pero cuando está ciñendo el pecho implica dignidad sacerdotal y juicio. El hecho de que el cinto es de oro, indica la divinidad de Cristo y su legítima dignidad real. El pecho bien puede implicar calma y reposo, o preparación para el juicio.

Juan no ve a Cristo vestido como Rey-Sacerdote ante el altar de oro con el incensario y el incienso ardiendo, sino que lo ve entre los candeleros con la despabiladera, como si estuviera revisando las lámparas del santuario para ver si pueden seguir alumbrando o si se veía en la necesidad de quitarlas de su lugar pronto. Todas las figures del lenguaje que siguen son una expresión de juicio; una revelación del Sacerdote, no en el altar con el incienso, ni siquiera junto a la lámpara con el aceite, para ver si era necesario llenarla, sino con la despabiladera en su mano para juzgar y limpiar los candeleros.

Esta visión inicial recibida por Juan, no se refiere a la gracia pastoral de Cristo, sino a su autoridad judicial. Esta es la razón por la cual el Apocalipsis debe ser visto como un libro de juicios. Las palabras “Juez” y “juicios” aparecen quince veces en todo el libro. Las siete iglesias se presentan como si estuvieran en el lugar de este juicio, el cual debe siempre empezar por la casa de Dios (1 Pedro 4:17). Si quiere una enumeración de los diversos juicios del Apocalipsis donde Cristo es Juez, tome nota del siguiente sumario:
    1.      Juicio de la historia terrena de la Iglesia (capítulos 2 y 3).
    2.      Juicio de las naciones rebeldes, especialmente las que adoraron a la bestia (capítulos 4–16).
    3.      Juicio del sistema de idolatría en la tierra (capítulos 17 y 18).
    4.      Juicio de la bestia, el falso profeta, los reyes y los ejércitos del Armagedón (19:19–21).
    5.      Juicio de la actuación que se le ha permitido al diablo sobre la tierra (20:1–3).
    6.      Juicio de las naciones salvadas (bajo equidad, paz y justicia impuestos) durante el milenio (20:4–6).
    7.      Juicio de los que se rebelan en la tierra al ser suelto Satanás (20:7–9).
    8.      Juicio de Satanás en el lago de fuego para siempre (20:10).
    9.      Juicio de los no salvos ante el gran trono blanco (20:11–15).
Cada uno de estos juicios venideros presenta un rasgo especial de Cristo en cada etapa.

B. Su cabeza y su cabello (1:14)
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve.
La cabeza blanca de Cristo, descubierta, distinguía fácilmente a la Persona glorificada que era revelada. La blancura de la lana y de la nieve, usada por Isaías para describir la limpieza del corazón de las manchas del pecado (Isaías 1:18), simboliza aquí la pureza absoluta y también la existencia eterna del Salvador, cuya sangre derramada puede limpiarnos de lo vil del pecado y prepararnos para caminar con El en ropas blancas.

La majestuosa cabeza descubierta del Hijo del Hombre da la idea de experiencia madura y de sabiduría perfecta, acompañadas de una santidad inmaculada. Daniel tuvo una visión similar. Un “como anciano de días” estaba vestido de ropa blanca como la nieve y su cabello era como la lana limpia (Daniel 7:9).

La transfiguracón Cristo fue una anticipación de la visión de Patmos. Pedro, Santiago y Juan fueron testigos presenciales de la majestad de Cristo y se espantaron al ver que “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Por un momento, ellos vieron su gloria, gloria como del unigénito del Padre.

Para nosotros, el cabello blanco es indicio de mucha edad, decadencia y proximidad a la tumba, pero eso no es lo que implica aquí el Apocalipsis, porque el que tenía la cabeza blanca en la visión de Juan es el inmutable, inmortal y eterno. Desde la eternidad hasta la eternidad, Jesucristo es el mismo y sus años no tienen fin.

Cristo siempre retiene la frescura y el vigor de su juventud. No obstante, siempre ha sido venerable en la eterna sabiduría y gloria que ha tenido con el Padre desde antes de la fundación del mundo. Juan, quien una vez contempló la cabeza y los cabellos de su Señor coronados con espinas, ahora los ve coronados con la diadema de la gloria del cielo.

C. Sus ojos como llama de fuego (1:14; 19:12)
    Sus ojos eran como llama de fuego.
La Biblia dice mucho acerca de los ojos del Señor, “porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra” (2 Crónicas 16:9) y están en todo lugar (Proverbios 15:3). Los ojos y la lengua tienen una connotación especial; los ojos del Señor, observando lo malo y lo bueno indican el discernimiento divino, su profunda penetración e íntimo conocimiento. En lo que respecta a la “llama de fuego,” representa el atributo del entendimiento perfecto y la capacidad de escudriñar los pensamientos, las intenciones y las motivaciones del corazón. Todas las cosas están expuestas ante aquellos ojos penetrantes y nadie puede escapar de su escrutinio.

Todos aquellos que vean al Señor a su regreso en gloria, verán sus ojos centelleantes como llamas de fuego (Apocalipsis 19:12). El Apocalipsis es un libro de fuego, porque en él se encuentra diecisiete veces la palabra “fuego”. Los llameantes ojos de Cristo siempre están fijos en las escenas de la vida humana; no se cansan de escudriñar los corazones de los hombres y el verdadero significado de todos los sucesos y las acciones de los seres humanos. Por eso quemarán todo lo que sea extraño y contrario a su mirada santa, cuando su poseedor vuelva a la tierra vestido con ropas ensangrentadas. “Todas las cosas están desnudas y descubiertas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

Cuando Cristo estaba en la tierra, sus amorosos ojos a menudo se empapaban en lágrimas a causa de los pecados y sufrimientos de aquellos que lo rodeaban. Seguramente no hay ningún pasaje tan conmovedor en las Escrituras como aquel que describe la compasión de Jesús por la muerte de uno a quien El amaba: ¡Jesús lloró!

Pero los ojos que vio Juan aquí en Apocalipsis, no estaban rojos de llorar sino de juicio. Cuán agradecidos debiéramos estar de que a través de la gracia no tendremos que sufrir la mirada abrasadora de aquellos ojos que escudriñan y consumen todo aquello que se opone a la voluntad divina.

 
 
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lunes, 11 de mayo de 2015

Este es el verdadero Dios y la vida eterna: Jesús se autoidentificó como la vida, tener la autoridad para dar vida eterna a otros, el único camino de acceso al Padre, tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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LA BIBLIA CONFIERE A CRISTO EL NOMBRE DE DIOS

La Biblia presenta a Jesús como el Hijo de Dios lo cual constituye una declaración de Su absoluta deidad. También lo presenta como «el Hijo del Hombre», identificándolo, por un lado, con la autoridad soberana que como Mesías ha de ejercer cuando venga por segunda vez a la tierra con poder y gran gloria. La Palabra de Dios, además, confiere a Jesús el nombre de Dios. En el relato de la anunciación del nacimiento de Cristo, San Mateo cita al profeta Isaías:

  He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mt. 1:23).

La persona en quien se cumple la profecía de Isaías es concebido virginalmente en el vientre de María, es llamado el Unigénito Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Emanuel, es decir, Dios con nosotros.
Uno de los pasajes más significativos referente al tema de la deidad de Cristo es, sin duda, Filipenses 2:5–11. En este pasaje, Pablo escribe acerca del origen celestial de Cristo, Su relación con la deidad en la eternidad, Su encarnación, Su humillación y muerte en la cruz, y Su subsecuente exaltación a la gloria. Pablo comienza diciendo:

  Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:5–6).

Cada palabra en este pasaje es de gran importancia. En esta breve consideración se dará atención a tres expresiones o frases: 1) «siendo» (huparchon), 2) «en forma de Dios» (en morfe tou theou) y 3) «el ser igual a Dios» (to einai isa theoi). La palabra «siendo» es un participio presente en la voz activa en el cual la noción del tiempo no interviene y puede traducirse por la palabra «existiendo». Este vocablo sugiere la existencia eterna de Cristo, y esto en sí es un aspecto de Su deidad.
La segunda expresión que debe notarse en este himno cristológico es «en forma de Dios». La palabra «forma» es la traducción del vocablo griego morfe. En el idioma castellano, «forma» denota la apariencia externa de una cosa. En el idioma griego, sin embargo, morfe subraya el hecho de que cualquiera que sea la apariencia externa de algo es el resultado de su esencia o de su naturaleza intrínseca. De modo que, si Cristo existe «en forma de Dios», es porque la naturaleza más íntima de Su ser es la naturaleza misma de Dios. Esto significa que Cristo tiene que ser Dios, ya que sólo Dios puede poseer las cualidades intrínsecas de la deidad.
Por último, la expresión «el ser igual a Dios» debe de ser considerada con mucha atención en este contexto. Jesús no consideró el ser igual a Dios como una usurpación. Su naturaleza, Su rango, Su gloria, Su majestad son los que a través de la eternidad han correspondido a la deidad, y, por lo tanto, pertenecen a Cristo. Jesús abandonó temporalmente Su posición en la gloria con el Padre Celestial (Jn. 17:5). Para Cristo, «el ser igual a Dios» no era un acto de usurpación. La expresión «ser igual a Dios» denota que posee la misma naturaleza divina que el Padre posee. Cristo puede, por lo tanto, ser llamado Dios al igual que el Padre sin que tal designación constituya una blasfemia.
En su epístola a los Romanos, capítulo 9, Pablo enumera los privilegios de la nación de Israel, diciendo:

  De quienes son los patriarcas y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (Ro. 9:5).

En el texto griego, el sustantivo «el Cristo» (ho Christos) es el antecedente del sustantivo «Dios» (ho theos). Es más, en el griego «Dios» va acompañado del artículo definido. De modo que Pablo, literalmente, dice: «… el Cristo, el cual es el Dios sobre todas las cosas …» Indudablemente, el apóstol identifica al Mesías como Dios manifestado en la carne. Por supuesto que este texto enfatiza tanto la humanidad como la deidad de Jesucristo, algo que ocurre con bastante regularidad en el Nuevo Testamento.
Un pasaje de indiscutible importancia relacionado con el tema de la deidad de Cristo aparece en el libro de los Salmos 4:6. En este texto, Dios el Padre se dirige al Hijo, llamándolo «Dios»: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre, cetro de justicia es el centre de tu reino.» Este mismo pasaje es citado por el escritor de la epístola a los Hebreos para demostrar la preeminencia de Cristo. Según el autor de la mencionada epístola, Jesús es preeminente por las siguientes razones: 1) Es el heredero de todo, 2) es el creador del universo, 3) es la revelación absoluta de Dios, 4) ha purificado a Su pueblo de pecado, 5) ha sido exaltado a la diestra del Padre, 6) como Hijo, tiene que ser de la misma naturaleza con el Padre celestial, y 7) es específicamente llamado Dios por el Padre Celestial: «Mas del Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino»» (He. 1:8).
En realidad, son muchos los pasajes del Nuevo Testamento donde Jesús es específicamente designado como «Dios». Ciertamente hubiese sido una flagrante blasfemia si los escritores bíblicos, escribiendo bajo la dirección del Espíritu Santo, hubiesen atribuido a Cristo el título de Dios si en realidad no lo fuese. Sería absolutamente inexplicable que hombres con un concepto tan elevado de Dios como los apóstoles y con una reverencia tan profunda hacia el Antiguo Testamento hubiesen deificado a un mero hombre.


CRISTO POSEE LOS ATRIBUTOS DE DEIDAD

Los pasajes bíblicos citados en la sección anterior debían ser suficientes para concluir que la Biblia enseña con suma claridad la doctrina de la deidad de Cristo. Es importante añadir, sin embargo, que la Palabra de Dios explícitamente enseña que Cristo posee todos los atributos de la deidad. La Biblia enseña que Cristo es omnipotente, omnipresente, omnisciente, inmutable, sano y eterno. Además, la Biblia habla del amor, la gracia, la misericordia y otras características de Cristo en el mismo sentido en que atribuye a Dios dichas características.


Cristo es omnipotente

La palabra omnipotente significa «todo poder». Dios es omnipotente porque El todo lo puede. En el Nuevo Testamento la expresión «el Todopoderoso» (ho pantokrator) se usa únicamente con referencia a Dios. Es muy natural que así sea, pues solamente Dios puede poseer ese atributo. En Apocalipsis 1:7–8 dice:

  He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

En su visión apocalíptica, el apóstol Juan contempla a Jesús regresando a la tierra por segunda vez. El apóstol identifica al Señor como: 1) el Alfa y la Omega, una figura que habla de Su grandeza (principio y fin), 2) el Señor, señalando hacia Su soberanía; 3) el que era y que ha de venir, y 4) el Todopoderoso (ho pantokrator), es decir, El tiene control sobre todas las cosas. Jesús tiene autoridad y soberanía sobre todo el universo (Ap. 4:8; He. 1:3; Col. 1:7).


Cristo es omnisciente

Otro atributo de deidad que Cristo posee es el de omnisciencia, es decir, nada escapa a Su conocimiento. Colosenses 2:3 dice:

  En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

La mujer samaritana confesó:

  Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? (Jn. 4:29).

Jesús jamás había visto a la mujer samaritana hasta el día en que se encontró con ella junto al pozo de Jacob. Sin embargo, el Señor conocía la vida pecaminosa de aquella mujer. Este es un ejemplo singular de que Jesús poseía el atributo de la omnisciencia. Esta verdad se hace evidente también en las palabras de Juan 2:25: «… y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre». Jesús sabía las dudas de Tomás (Jn. 20:24–28); sabía que Lázaro había muerto (Jn. 11) y conocía perfectamente los pensamientos secretos de Sus adversarios (Mt. 9:4). ¿Cómo podría cosa semejante ser posible si el Señor no fuera omnisciente?


Cristo es omnipresente

Otro atributo que, según la Biblia, Cristo posee es el de omnipresencia. Cristo tiene el poder de estar en todas partes al mismo tiempo en la absoluta intensidad de Su Persona. En Juan 3:3, Jesús declara:

  Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo.

El Señor confiesa que El está simultáneamente en la tierra y en el cielo. En Mateo 18:20, Cristo prometió a Sus discípulos:

  Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.

Aunque algunos prefieren interpretar esas palabras de Jesús en sentido figurado, diciendo que Jesús está presente en un aspecto espiritual. Dicen que Cristo está presente en la mente y en las oraciones de los discípulos, pero no en un sentido personal. Sin embargo, una interpretación normal o natural del referido texto señala que la presencia del Señor con los suyos es algo personal y real. De igual modo, Jesús prometió estar con los suyos «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).


Cristo es inmutable

La Biblia atribuye a Cristo la característica de inmutabilidad. Dios el Padre es inmutable (Stg. 1:17). El no cambia en Su esencia, es decir, lo intrínseco de Su ser permanece inalterable. Dios el Hijo también es inmutable. En Hebreos 1:10–12 dice:

  Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán mas Tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán mudados, pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán.

El contexto de este pasaje gira alrededor de la Persona de Cristo. La superioridad del Hijo es presentada por el autor de la epístola. El Hijo es superior a los ángeles, porque El es Dios (He. 1:7, 8). También es superior a la creación, porque El es el Creador de todas las cosas (1:9, 10). La creación cambia y se envejece, pero el Hijo, siendo Dios, es inmutable. Su esencia jamás cambia.
La misma Epístola a los Hebreos 13:8, dice:

  Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.

Sólo Dios, quien es autosuficiente, tiene la capacidad de ser el mismo ayer, hoy y por los siglos. Si Jesús no fuese Dios, sería una detestable blasfemia atribuirle la característica de inmutabilidad.


Cristo es impecable

Uno de los aspectos de la vida de Jesús que más ha asombrado a los hombres ha sido Su absoluta santidad e impecabilidad. La Biblia afirma repetidas veces que Jesús es santo. En Hebreos 7:26–27, dice:

  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

El argumento del escritor sagrado es enfático. Los sacerdotes terrenales tenían que ofrecer sacrificios a favor de sí mismos antes de hacerlo por el pueblo. Jesús, siendo santo, inocente y sin mancha, pudo ofrecerse a sí mismo una vez por todas por los pecados de Su pueblo.
El mismo escritor subraya la impecabilidad de Cristo, diciendo:

  Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (He. 4:15).

Del mismo modo el apóstol Juan escribió: «Y sabéis que El [Cristo] apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en El» (1.a Jn. 3:5).
Durante su ministerio terrenal, Jesús retó a los líderes religiosos de Israel, diciéndoles: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Jn. 8:46). Aún los demonios reconocieron que Jesús era el «Santo de Dios» (Mr. 1:24).
El apóstol Pablo afirma que «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2.a Co. 5:21). Sólo un Cristo impecable podía ofrecerse a sí mismo como expiación por hombres pecadores. Así como el cordero pascual tenía que ser absolutamente santo y sin mancha (1.a P. 1:18–20;2:22).
El apóstol Juan, refiriéndose a la visión del profeta Isaías (6:1–3), afirma que Aquel de quien los serafines hablaron, diciendo: «Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos», era nada menos que el propio Señor Jesucristo. Juan dice: «Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló acerca de El» (Jn. 12:41). En resumen, el testimonio de las Escrituras es enfático. Cristo fue y sigue siendo impecable (He. 13:8). Su santidad es incuestionable. Tal característica es una demostración de que Jesús es una Persona divina.


Cristo es eterno

Cristo no comenzó Su existencia el día de Su nacimiento en Belén de Judea. Como la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo ya era desde la eternidad. El profeta Miqueas, al hablar de la venida del Mesías al mundo, dice:

  Pero tú Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Mi. 5:2).

El profeta Miqueas enfatiza el hecho de que el Mesías que nacería de la tribu de Judá, no sólo sería el Señor de Israel sino alguien que existe desde el principio, es decir, desde la eternidad. Esa profecía de Miqueas fue citada por los escribas, cuando Herodes les preguntó dónde nacería el Cristo (Mt. 2:4–6).
Durante una discusión con los judíos, Jesús mismo hizo una de las declaraciones más enfáticas tocante a la deidad. La afirmación hecha por Jesús se relaciona con el carácter eterno de Su persona. La discusión entre Jesús y los judíos (Jn. 8:21–59) giraba alrededor de la pregunta: «¿Quién es Jesús?» (8:25). Los judíos rehusaban creer en el Señor, afirmando que por ser hijos de Abraham serían bendecidos de todas maneras (8:33). Jesús les responde que en realidad son hijos del diablo (8:44) y que morirán en sus pecados si no creen en El (8:45). Fue a raíz de esa discusión que Jesús dijo a los judíos: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn. 8:58).
Los judíos reclamaban que Abraham era el padre espiritual así como el progenitor de la nación judía. Jesús les señala que «Abraham se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó» (Jn. 8:56). Al escuchar esas palabras, los judíos se asombraron de que Jesús pudiese haber visto a Abraham ya que, según ellos, Jesús aún no tenía 50 años (8:57). Fue ahí donde Jesús afirma Su carácter eterno, usando una frase que sólo corresponde a Dios. El Señor no indica meramente que Su existencia precedía a la de Abraham, sino que El tiene existencia eterna en el mismo sentido en que Dios la tiene.

  Cristo afirmó «Antes que Abraham naciese, Yo Soy» (v. 58). «Yo Soy» era el nombre del Dios auto-existente quien se había revelado a Moisés en la zarza ardiente (Ex. 3:14). Jesucristo afirmaba ser el «Yo Soy», el Dios auto-existente. Cristo estaba afirmando Su eternidad. Para los judíos tal cosa era una blasfemia.

El apóstol Pablo escribió en Colosenses 1:17 que «El es antes de todas las cosas, y todas las cosas en El subsisten». El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio, afirma que el Verbo (Cristo) era en el principio con Dios (Jn. 1:2). Cristo hizo referencia a la gloria que tuvo con el Padre antes de que el mundo fuese (Jn. 17:5). El profeta Isaías, escribiendo tocante a la venida del Mesías, dice que «un niño nos es nacido, Hijo nos es dado» (Is. 9:6). El niño nace, pero el Hijo es dado. El Hijo existía con el Padre antes de Su venida al mundo. Es por eso que Pablo dice que, «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo …» (Gá. 4:4). El Hijo existía desde la eternidad.
Resumiendo, la Palabra de Dios enseña que Cristo es el legítimo poseedor de todos los atributos de la deidad. Todas las características propias de Dios se encuentran presentes en Jesucristo. Tal cosa es posible debido a que Jesucristo es una Persona divina. El es Dios manifestado en la carne, quien llevó sobre sí la culpa del pecado humano.


CRISTO POSEE PRERROGATIVAS QUE SOLO PERTENECEN A DIOS

La Biblia no sólo otorga a Cristo los atributos de la deidad, sino que también le concede prerrogativas que son exclusivas de Dios. Se mencionarán únicamente las más sobresalientes por falta de espacio.


Cristo tiene autoridad para perdonar pecados

La Biblia enseña que Jesús tiene autoridad para perdonar pecados. En el capítulo 2 del Evangelio según San Marcos, se relata que Jesús sanó a un paralítico. Antes de efectuar la sanidad, Cristo dijo al enfermo:

  Hijo, tus pecados te son perdonados (Mr. 2:5).

Los judíos presentes se asombraron al oír aquella declaración, y dijeron:

  ¿Por qué habla este hombre así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (Mr. 2:7).

Los judíos reconocieron que Jesús estaba ejerciendo una prerrogativa que sólo corresponde a Dios. En Marcos 2:10, Jesús declara que El posee esa autoridad:

  Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados …

Si sólo Dios tiene autoridad para perdonar pecados y Jesús afirma poseer esa autoridad, puede decirse o que El es Dios, o como creían los judíos, estaba blasfemando. Lo cierto es que Jesús estaba haciendo algo propio de Su persona divina.


Cristo es adorado como Dios

Todo estudioso de las Escrituras sabe que Dios exige que se le adore sólo a El. Adorar a cualquier otro ser o cosa constituye una idolatría (Ex. 20:3–6; Dt. 6:13–15). Jesús reconoció esa verdad durante Su vida terrenal. Recuérdese que, cuando fue tentado por Satanás, Cristo respondió: «… Escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás»» (Mt. 4:10). De modo que habría sido deshonesto que Jesús hubiese aceptado la adoración de los hombres a menos que El fuese Dios y, por lo tanto, merecedor de esa adoración.
Lo cierto es que Jesús aceptó el ser adorado como solamente Dios debe ser adorado. Los sabios del Oriente, cuando vinieron a ver al rey que había nacido «postrándose lo adoraron» (Mt. 2:11). Los discípulos que estaban a punto de perecer en el mar de Galilea y fueron rescatados por el Señor «… vinieron y le adoraron, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»» (Mt. 14:33). El ciego de nacimiento a quien Jesús sanó, también se postró y adoró al Señor (Jn. 9:38). Las mujeres a las que Jesús se manifestó después de Su resurrección, «… abrazaron sus pies y le adoraron» (Mt. 28:9). Antes de Su ascensión a la gloria, Jesús se reunió con Sus discípulos en el monte de los Olivos y ellos le adoraron (Lc. 24:52).
Es importante notar que en ninguna de las ocasiones mencionadas hubo protesta alguna por parte de Jesús. Aquel que había venido a cumplir la ley hubiese violado el primer mandamiento del decálogo de haber sido un simple hombre. La realidad es que Cristo aceptó el ser adorado porque, como Dios, El es digno de tal honor.
La escena que aparece en el libro del Apocalipsis no puede ser más elocuente:

  El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Ap. 5:12–13).

El cuadro que se presenta en el Apocalipsis es muy singular. El Dios Padre (sentado en el trono) y Dios el Hijo (el Cordero) reciben la misma adoración y alabanza (véase Jn. 5:23).


Cristo es el Creador y Sustentador de todas las cosas

La Biblia dice que: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). De modo que, para el estudiante de las Escrituras, el universo es el resultado del poder creador de Dios. En Juan 1:3, esa obra es atribuida al Verbo, es decir, a Jesucristo: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho.» El Verbo es el Creador, de otro modo se caería en el absurdo de pensar que el Verbo se creó a sí mismo.
También, en Colosenses 1:17, dice: «Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.» Cristo no es tan sólo el Creador, sino también el sustentador de todas las cosas. «El sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (He. 1:3). Cristo es el sustentador por cuanto as el preservador de todo lo que El mismo creó.


Resumen

La evidencia bíblica no deja lugar a duda tocante a la naturaleza de la Persona de Jesucristo. Los títulos usados referentes a Su Persona, los atributos que demostró tener, las prerrogativas de las que hizo uso durante Su ministerio terrenal dejan de manifiesto que Cristo fue más que un simple hombre. Si se acepta el testimonio de los evangelios, debe aceptarse también que Jesús, por las cosas que hizo y por las que dijo, demostró que era Dios manifestado en la carne. Tómese como ejemplo el testimonio que aparece en el Evangelio según San Mateo referente a los poderes divinos ejercidos por Cristo:

    1.      Poder sobre las fuerzas de la naturaleza (Mt. 14:26–29; 15:34–36; 21:19).
    2.      Poder sobre las fuerzas del mal (Mt. 8:32; 12:28).
    3.      Poder sobre las fuerzas del cielo (Mt. 13:41).
    4.      Poder para sanar a los enfermos (Mt. 4:23; 8:3, 7).
    5.      Poder para resucitar a los muertos (Mt. 9:25; 20:19; 26:61).
    6.      Poder para juzgar a la humanidad (Mt. 7:21; 12:31–32; 13:30; 23:2–8).
    7.      Poder para perdonar pecados (Mt. 9:2).
    8.      Poder para condenar y dictar sentencia sobre los pecadores no arrepentidos (Mt. 23:13–16, 27).
    9.      Poder para dar galardones cuando venga otra vez a la tierra (Mt. 5:11–12; 10:42; 13:43; 19:29; 25:34–36).
    10.      Poder para dar poder (Mt. 10:1, 8; 28:20).
    11.      Poder para proveer completo y perfecto acceso al Padre (Mt. 11:27).
    12.      Poseedor de todo poder (Mt. 28:18).

Al leer estos pasajes, es inevitable reconocer con el apóstol Juan que: «Este es el verdadero Dios y la vida eterna» (1.a Jn 5:20). Jesús se autoidentificó como la vida (Jn. 11:25; 14:6). Afirmó, además, tener la autoridad para dar vida eterna a otros (Jn. 10:28) y ser el único camino de acceso al Padre (Jn. 14:6). También, Jesús afirmó tener autoridad para resucitar a los muertos en el día postrero (Jn. 6:40). Todas estas prerrogativas y poderes sólo pueden ser ejercidos por alguien que sea Dios.

 

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martes, 25 de febrero de 2014

Para siempre, oh Jehová, permanece Tu Palabra en los cielos: Ayuda Ministerial

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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  1. LA INSPIRACION DE LAS ESCRITURAS
La Biblia es la palabra inspirada de Dios, la revelación divina para el hombre, y la regla infalible de fe y conducta. Es superior a la conciencia y a la razón, sin ser empero contraria a ésta.
2 Timoteo 3:15, 16; 1 Pedro 2:2.

    1. LA INSPIRACION DE LAS ESCRITURAS
El gran avivamiento pentecostal se originó a raíz del profundo deseo de hombres y mujeres de disfrutar de una comunión más íntima con Dios, de entender mejor su Palabra y de participar de una experiencia que correspondiera exactamente con el modelo del Nuevo Testamento. Fué la reacción contra el formalismo, la frialdad y la incredulidad prevalentes de la hora. El creyente pentecostal, más que ningún otro, ha experimentado el poder sobrenatural en su vida y proclama al unisono su fe en la Biblia, considerándola un libro sobrenatural, al cual, en calidad de Palabra infalible e inspirada de Dios, se suscribe y apoya con todo vigor.

Al decir la inspiración de las Sagradas Escrituras, nos referimos a lo siguiente: “Una influencia especial divina, ejercida sobre la mente de los escritores de la Biblia, en virtud de la cual sus escritos, aparte de los errores de transcripción, y cuando fueren interpretados correctamente, constituyen juntos la regla infalible de fe y conducta.”—A. H. Strong.

El apóstol Pablo dijo en cierta oportunidad a Timoteo: “Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruído para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16, 17.

El apóstol Pedro afirma que “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo.” 2 Pedro 1:21. En Hebreos 1:1, 2 se nos dice que Dios habló por intermedio de los profetas primero y luego por su Hijo. Nadie podrá leer la Biblia detenidamente sin notar que todos los escritores afirman que escriben y hablan por autoridad divina, bajo la dirección del Espíritu de Dios. La inspiración divina hace entonces de la Biblia el Libro de Dios por excelencia, fundamentalmente distinto de todos los demás libros del mundo. Consideremos brevemente el por qué nos subscribimos a la enseñanza relativa a la inspiración amplia y total de la Biblia.

1. EL SEÑOR JESUS SANCIONO, SIN RESERVA ALGUNA, LAS ESCRITURAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
El Maestro aceptó el Antiguo Testamento como la Palabra infalible de Dios. En efecto, dijo lo siguiente: “Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas.” Mateo 5:18.

2. EL LIBRO ES EL PRODUCTO DE UNA MENTALIDAD MAESTRA.
Los sesenta y seis libros de la Biblia fueron escritos por unos cuarenta escritores distintos, quienes vivieron en lugares diferentes, procedían de distintos ambientes, y abarcaron con sus obras un período de 1600 años. Cada uno de ellos, sin saberlo, contribuyó con una parte esencial del todo, añadiendo a veces a los escritos de los demás, aclarándolos otras, mas nunca contradiciéndolos. Tal milagro sólo se puede explicar por el hecho de que existió una mentalidad maestra que dirigió la pluma de estos autores. 1 Pedro 1:10, 11; Apocalipsis 19:10; Juan 5:39, 46; Lucas 24:27.

1 Pedro 1:10, 11

De la cual salud los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han inquirido y diligentemente buscado,
Escudriñando cuándo y en qué punto de tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas.

3. LOS TIPOS, SIMBOLOS Y CEREMONIAS CONSTITUYEN PRUEBAS DE LA INSPIRACION.
Las profecías relativas a Cristo son maravillosas; empero más extraordinaria es la historia de Jesús reflejada en la biografía de los patriarcas, en la construcción del tabernáculo y del templo, en los servicios religiosos, en los sacrificios y ceremonias y en otros tipos y símbolos diversos.

4. LAS PROFECIAS BIBLICAS CORROBORAN LA DIVINIDAD DEL LIBRO.
Nadie sino el Dios Todopoderoso, que conoce perfectamente el futuro, podría haber capacitado a los profetas para formular con tanto lujo de detalles predicciones relativas a individuos, ciudades, naciones y especialmente en lo que respecta al nacimiento del Señor Jesús, su ministerio, su mensaje, su muerte y resurrección y finalmente su gloria futura. 1 Pedro 1:10, 11.

5. EL NIVEL MORAL DE LA BIBLIA DEMUESTRA SU DIVINIDAD.
Las enseñanzas de la Biblia proclaman el nivel moral más elevado de conducta que el hombre conoce. En realidad es tan elevado y santo que el hombre jamás podrá alcanzarlo sin la ayuda divina. Los dioses de las religiones paganas son inmorales, aman la obscuridad, mas el Dios de la Biblia habita “en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver.” 1 Timoteo 6:16. Nuestro Dios es santo, y por ello nos puede decir autorizadamente: “Sed santos, porque yo soy santo.” 1 Pedro 1:16. Nuestro Señor jamás estará satisfecho hasta que no haya creado su santidad en nosotros, y podamos así presentarnos ante él sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Efesios 5:27. El hombre carnal nunca podrá alcanzar ese nivel.

6. EL CREADOR DEL HOMBRE ES EL AUTOR DEL LIBRO.
La Biblia revela el hombre al hombre mismo, y penetra hasta las partes más recónditas de su ser, más que ningún otro libro. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” Hebreos 4:12.

7. LA BIBLIA REVELA EL UNICO MEDIO DE LA SALVACION.
Solamente Dios puede enseñar al hombre cómo obtener el perdón y la purificación de los pecados y librarse de los malos hábitos y del poder demoníaco. El plan de la salvación es delineado en forma tan sencilla en los evangelios que aun la persona más ignorante sabrá cómo allegarse a Dios, mientras que por otra parte las inteligencias más preclaras jamás podrán sondear las profundidades de la sabiduría de Dios, expresada en el plan divino de la salvación. Romanos 11:33–36.

8. EL MUNDO RECONOCE LA DIVINIDAD DEL LIBRO.
Todos los pensadores colocan a la Biblia en una clase por separado, y reconocen su carácter sobrenatural. Es el Libro por excelencia, como su nombre lo indica en el idioma griego. Ha sido traducido a más idiomas y dialectos que cualquier otro libro y es el que goza de mayor venta y circulación. Se han escrito bibliotecas enteras para interpretar sus páginas sagradas, y los sabios más ilustres de la tierra se inclinan ante ella en reverencia.

9. SABEMOS QUE EL LIBRO ES DIVINO POR SUS RESULTADOS.
En todo lugar donde se lee, se predica y se obedecen los preceptos bíblicos, se ha observado no solamente la transformación de individuos, sino de naciones enteras. Las enseñanzas de la Biblia son buenas y edificantes, pues incitan a la virtud. La desobediencia a la Palabra divina conduce al pecado, al sufrimiento y al dolor.

10. LA BIBLIA SOBREVIVIRA AL UNIVERSO.
Las Sagradas Escrituras han resistido el asalto brutal de sus enemigos, y peor aún, han debido soportar las interpretaciones erróneas de sus adeptos. Las fuerzas de la infidelidad han atacado a la Biblia en numerosas oportunidades, mas ni aun la más pequeña torrecilla de este poderoso castillo de la verdad ha sido derribada. Salmo 119:89; Mateo 5:18.

Salmo 119:89; Mateo 5:18

Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos.
“No hay libro más perseguido por los enemigos, ni libro más torturado por los amigos, que la Biblia, debido lo último a la ignorancia de toda sana regla de interpretación.”—Lund, en Hermenéutica, página 4.

Debe recordarse siempre que los escritos inspirados fueron solamente aquéllos redactados por primera vez en los idiomas originales, y no las traducciones, por buenas que sean. Puede decirse asimismo que las traducciones antiguas no son las mejores, aunque la opinión general afirme lo contrario. Algunas de estas primeras obras no fueron traducciones de las lenguas originales, sino de otras traducciones. Se puede citar al respecto la versión inglesa de Juan Wiclef, publicada en 1380, y que fué una traducción de la Vulgata Latina. No obstante ello, contribuyó notablemente a la causa de Cristo, y fué la primera Biblia distribuída entre el pueblo de habla inglesa. Se dieron a publicidad posteriormente otras traducciones, hasta que en 1611 se imprimió la obra monumental conocida con el nombre de versión del rey Jacobo.

Durante los últimos cien años se han descubierto numerosos manuscritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, que han permitido a los eruditos de las Sagradas Escrituras profundizar sus estudios y aclarar muchos pasajes hasta entonces obscuros.

Notas con respecto a importantes manuscritos

1. El códice Vaticano, quizá se trate del más antiguo que existe en la actualidad. Está escrito en idioma griego y su fecha es del año 350 D.C. Contiene toda la Biblia, con la excepción de algunos pasajes del Génesis, ciertos versículos de los Salmos, las epístolas pastorales, Filemón, Apocalipsis y una parte de los Hebreos. Se encuentra en la Biblioteca del Vaticano.
2. El códice Sinaítico, descubierto en el monte Sinaí en 1859 está escrito en el idioma griego, y data del año 350 D.C., aproximadamente. Contiene todo el Nuevo Testamento y algunas partes de la versión de los Setenta. Se encuentra en el Museo Británico.
3. El códice Alejandrino, escrito en el idioma griego en el siglo cuarto de nuestra era, contiene casi todo el Nuevo Testamento y parte del Antiguo Testamento. Se encuentra también en el Museo Británico.
4. La versión Samaritana, copia en hebreo del libro denominado Pentateuco, hecha para los samaritanos antes de la cautividad.
5. La versión Siriaca, traducción completa de la Biblia, hecha por cristianos a principios del siglo segundo de nuestra era en Palestina. Se trata probablemente de la primera Biblia traducida por cristianos.
6. La versión conocida con el nombre de Vulgata Latina constituye una traducción completa de la Biblia hebrea al Latín, realizada por Jerónimo en el año 400 D.C.


Versiones de la Biblia española
1. Traducción de la Vulgata, realizada bajo los auspicios de Alfonso el Sabio, y dada a conocer en el año 1284 D.C.
2. La Biblia de Ferrer, traducción del latín al valenciano, publicada en Valencia en 1478.
3. El Nuevo Testamento de Francisco de Enzinas, en 1543.
4. La versión de Ferrara, traducción del Antiguo Testamento al castellano, en 1553.
5. Revisión del Nuevo Testamento de Enzinas por Juan Pérez en 1556.
6. La Biblia de Casiodoro de Reina, publicada en 1569.
7. La Biblia de Cipriano de Valera, revisión de la anterior, dada a publicidad en 1602.
8. La versión de Felipe Scío de San Miguel, obispo de Segovia, publicada en 1793. Se trata de una versión católico-romana.
9. La versión de Félix Torres Amat, publicada en 1824. Es también traducción católico-romana.
10. La versión Moderna, traducida de las lenguas originales bajo los auspicios de la Sociedad Bíblica Americana a fines del siglo XIX. Hay también varias versiones que circulan entre los cristianos evangélicos que son revisiones de la Biblia de Valera.

Versiones de la Biblia en inglés

1. La versión de Juan Wiclef publicada en 1383. Fué una traducción de la Vulgata.
2. La versión de William Tyndale, publicada en 1531. Esta versión ejerció enorme influencia en las versiones que la siguieron.
3. La versión de Miles Coverdale, terminada en el año 1535. Se trata de la primera versión en inglés que contiene toda la Biblia.
4. La versión Autorizada, traducción de los idiomas originales, realizada por 47 sabios bajo los auspicios de Jacobo I, en 1611. Se trata de la versión más empleada.
5. La versión Revisada norteamericana, revisión de la versión Autorizada, publicada en 1901.
6. La versión Revisada, revisión también de la Biblia del rey Jacobo I, publicada en 1952.


sábado, 26 de noviembre de 2011

River Living of Water: Ayuda ministerial
biblias y miles de comentarios
 
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Información
"Más el que bebiere del agua que yo le daré,
 no tendrá sed jamás."
El agua es el componente vital de los seres vivos. De hecho se puede vivir sin alimento varios días, pero sólo se sobrevive unos pocos días sin agua. El ser humano tiene un 75 % de agua al nacer, y cerca de un 60 % en la edad adulta; aproximadamente el 60 % de esta agua se encuentra el interior de las células.
El resto es la que circula en la sangre y baña los tejidos. En el agua de nuestro cuerpo tienen lugar las reacciones que nos permiten estar vivos. Esto se debe a que las enzimas, que son agentes proteicos que intervienen en la transformación de las sustancias utilizadas para la obtención de energía, necesitan de un medio acuoso para que su estructura tridimensional, adopte una forma activa. El agua es el medio por el cual se comunican las células de nuestros órganos y por el que se transporta el oxígeno y los nutrientes a nuestros tejidos. El agua es la encargada de retirar de nuestro cuerpo los residuos y productos de desecho del metabolismo celular. Por último, gracias a la capacidad de evaporación del agua, podemos regular nuestra temperatura, sudando o perdiéndolas por las mucosas, cuando la temperatura exterior es muy elevada. El agua producida en la respiración de las células se llama agua metabólica y es fundamental para los animales adaptados a condiciones desérticas. Si los camellos pueden aguantar meses sin beber, es porque utilizan el agua producida al quemar la grasa acumulada en sus jorobas.


Dice su Palabra: "Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde aguas no hay" Salmos 63:1
Imagen 006Una vez recuerdo, visitando a una joven que hacía varias semanas que se ausentaba de la Iglesia, le pregunté el motivo de su ausencia; ella respondió: "Me siento seca". Quizás la vida que últimamente llevaba fueron la consecuencia de esa "sequedad" pero lo cierto es que el desierto puede alcanzarte si no estás acudiendo a diario a la "fuente".
El desierto da la idea de un lugar:

« Inhabitable

« En soledad absoluta
« Arenoso
« Sin agua
« Caluroso
« De noches tenebrosas
« Abandonado
Cuando no le alabas te secas ...

Cuando no le adoras te secas ...
Cuando tu amor por Él va decayendo te secas ...

Y así poco a poco tu vida se va convirtiendo en un DESIERTO. Ya no hay aguas, y si la encuentras son sólo unos oasis donde no alcanzas a saciarte; te sientes sólo.
 La pregunta es:, ¿qué es un desierto para tí? Un desierto puede ser él sentirnos mal, estar deprimidos y tristes, sentirnos oprimidos por situaciones con nuestros familiares, o quizás en nuestros trabajos, en si un desierto son todas esas cosas que nos causan una tribulación o preocupación. Pero hay que agregar al tremendo: un desierto es la pérdida de la atención en Jesús; por consiguiente, el amor se va enfriando. . El no quiere que su pueblo viva en un desierto sino que vivamos en sumergidos en sus "manantiales".-
Pero veamos a Moisés. El reunió al pueblo de Israel en este instante cerca del rió Jordán a poca distancia de esa gran ciudad llamada Jericó; ellos estaban a punto de llegar a la tierra prometida por Dios. Entonces aquí tenemos a Moisés hablándole al pueblo de Israel; habían llegado a su destinación final y él les estaba recordando que solo le había tomado cuarenta años. ¿Se pueden imaginar cuarenta años en el desierto? Bueno, ese fue el tiempo exacto que les tomo a ellos para llegar a la tierra prometida.
Estamos hablando de un viaje que no toma más de dieciocho días, y les tomó a ellos cuarenta años. ¿Por qué suponen que esto sucedió? La respuesta es fácil. En el camino, el pueblo que Dios liberó, el pueblo que Dios amó, el pueblo que debería estar dando gracias desarrolló mala memoria. Empezaron a revelarse contra Dios y a olvidar los milagros que Dios hizo para liberarles de la esclavitud. Es por esta razón que Moisés les da esta gran advertencia antes de que cruzaran el rió y entraran en la tierra prometida. El no quería que según ellos se acomodaran y empezaran a disfrutar de las bendiciones que Dios les había dado se olvidaran la razón por la cual ellos estaban ahí. Que no se les olvidara mantener las leyes de Dios, que no se les olvidara que solo por obra y gracia de Dios estaban ellos en ese lugar. Les digo que esta advertencia de Moisés al pueblo de Israel es tan fuerte hoy como en ese entonces.
Esta advertencia es una que todos debemos tener muy en mente y dejar que penetre profundamente en nuestros corazones Con esto en mente continuemos ahora y veamos como esta advertencia se aplica en nuestras vidas. Veamos la importancia que tiene este desierto por el cual ellos tuvieron que atravesar en nuestro diario vivir. Como pudimos ver aquí, a ellos les tomo 40 años atravesar este pequeño tramo de desierto. Pero se ha preguntado: ¿cuál fue la razón principal responsable por esto? La razón por la cual ellos estuvieron en ese desierto por tanto tiempo es porque ellos salieron de Egipto, pero Egipto no había salido de ellos.
Les digo esto porque en muchas ocasiones nosotros hacemos lo mismo, nosotros dejamos de concentrarnos en Cristo y nos concentramos en el desierto.
Te dejo estos versículos para que lo leas y reflexiones:

Ü Génesis 37:21-23   

Ü  Exodo 3:1-2 

Ü Exodo 14:11-13   

Ü Exodo 16:2-4   

Ü 1 Reyes 19:3-5   

Ü Job 1:18-20   

Ü  Salmos 78:14-16   

Ü Isaías 43:18-20   

Ü Mateo 3:1-2 

Ü Mateo 4:1-2 
Pero recuerda hay esperanza para aquel que viene del desierto:

"En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas; y manantiales de aguas en la tierra seca" Isaías 41:18

Ni física mi espiritualmente tenemos vida propia; no podemos por nosotros mismos satisfacer nuestra sed porque no podemos fabricar el agua. De la misma manera, no podemos únicamente, por nuestro propio corazón satisfacer los profundos anhelos del alma.
Necesitamos algo que esté por sobre nosotros. Es por eso que para el alma sedienta hay un ofrecimiento de agua viva; el mismo Dios, Cristo Jesús puede satisfacer plenamente las necesidades del corazón.
El salmista David dice "Mi alma tiene sed de Ti" dando a entender que la persona anhela una relación personal con el Dios viviente. Gracias a Dios, tengo el privilegio de ser padre, y uno de mis hijos tiene la edad de 18 meses y el todavía toma la "mamadera"¿por qué te cuento esto? Porque cada vez que la ve, se desespera y la pide y grita y llora y no deja de actuar así hasta que la tiene entre sus manos ... Nosotros cada vez que vemos a Cristo, tendríamos que sentir la misma sensación de que si no tomamos de su "agua" nos morimos ...
El agua que nos ofrece el Señor es el AGUA VIVA. El dijo: "de su interior correrán ríos de agua viva". Pero he aprendido por este camino y a través de la enseñanzas que han marcado mi vida la siguiente verdad:
"¿Quieres experimentar la gloria de Dios en tu vida?" "Déjate inundar por el río de Dios" "Deja que el ímpetu que trae "arrastre" lo que El está viendo que tiene que "desaparecer" de tu vida y traiga "renuevos". Pero hay algo más que Jesús nos enseñó: "de SU INTERIOR correrán ríos de agua viva". Está claramente diciendo que desde adentro de nosotros mismos esas aguas van a brotar, inundar, tocar, alcanzar ... ¿crees esto? ...
Sólo Dios está "a la puerta" esperando para desatar el RIO de AGUA VIVA en nuestras vidas.
Lo primero que tienes que hacer es ABRIR EL CORAZON, y luego LA BOCA. En el libro de Proverbios 4:23 la biblia nos dice: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida". El corazón es el primer brazo para iniciar un río ...
No podemos hacer nada que transmita vida si no lo abrimos.-
Un corazón cerrado, es una barrera para que fluya el río de Dios.
Aprecia la diferencia en estos versículos donde todo lo que alcanzan estas aguas "Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; ... recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río" Y recuérdalo, tú y yo tenemos a Cristo en nuestros corazones, es decir, el río de Dios ya está dentro de nosotros, lo que está ocurriendo que NO LO ESTAMOS DEJANDO FLUIR.-
No lo olvides y repítelo para ti mismo: "EL RIO DE DIOS ESTA DENTRO MIO".-
Por eso hoy más que nunca, cuando este mundo está "enfermo" se están necesitando de esas "AGUAS" y el que bebiere de ellas NO TENDRA SED JAMAS.-
Lo segundo es abrir la BOCA.
No podemos desatar el CAUDAL si no abrimos la boca
Hay muchos cristianos que no han desatado el poder del fluir del agua viva que está dentro de sus vidas porque tienen sus bocas cerradas.
Para que el río del Espíritu de Dios fluya se necesita dar un paso de fe y decir "Señor, yo reconozco que el río de Dios ha venido a mi vida, por tu Espíritu, y que está en mi capacidad y decisión de dejarlo correr. Por tanto yo ABRO MI BOCA para que fluya de mi interior"
Recuerda que estamos en el tiempo del Espíritu Santo, y que más que nunca El quiere derramarse por toda la faz de la tierra.-
Te dejo estos versículos para que lo leas y reflexiones:


Ü Génesis 1:1-3   

Ü Génesis 8:7-9   

Ü Exodo 14:28-30   

Ü Exodo 15:24-26   

Ü Deuteronomio 8:6-8   

Ü Jueces 7:6-8   

Ü Jueces 15:19 Jueces 15 Jueces 15:18-20 - Entonces Dios abrió la hondonada que hay en Lehí, y de allí brotó agua. Cuando Sansón la bebió, recobró sus fuerzas y se reanimó. Por eso al manantial que todavía hoy está en Lehí se le llamó Enacoré.15:19 En hebreo, Enacoré significa "manantial del que clama".
Ü 1 Samuel 7:6 
Ü 1 Reyes 18:33-35 
Ü 1 Reyes 18:34-36 

Como conclusión te pido que medites en estos dos versículos, que son una INVITACIÓN de nuestro Señor para todos aquellos que quieran beber del AGUA VIVA:
"A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche" Isaías 55:1
 "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" Apocalipsis 22:17
Estas son las INVITACIONES del Maestro. Son GRATUITAS, no tienen PRECIO. EL YA LO PAGO POR TI.
Creo que cuando las cosas tienen un precio elevado y escasean, uno las valora mucho; pero no todos acuden a las aguas de la vida, a JESUCRISTO, sé tú uno de aquellos que VALORAN por sobre todas las cosas, que no quieren una VIDA DESÉRTICA, sino una VIDA FLUYENDO AGUAS DE CONTINUO.
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