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martes, 24 de enero de 2017

Oí, y se conmovieron mis entrañas; a la voz temblaron mis labios; pudrición entró en mis huesos ...Yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación...

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




El desánimo nos anula espiritualmente .

Los cristianos no deberían desanimarse, independientemente de su situación

Consideremos  la siguiente doctrina:

Los santos del pueblo de Dios no tienen un verdadero motivo para desanimarse, cualquiera que sea su situación.

David tuvo tantos motivos de desánimo en esta vida como cualquier otro, porque le faltaban los medios de gracia. De hecho, se vio privado de ellos; por eso dijo en los versículos Salmo 42:1-2 :

 “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?”. 

Después de haber conocido la dulzura de aquellas cosas se vio privado de ellas, como leemos en el Salmo 42:4  

“[…] Yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios”. 

Y en este estado tenía muchos enemigos; era perseguido y estaba afligido; sus enemigos le reprochaban diariamente en cuanto a su Dios, como vemos en Salmo 42:3-10:

 “Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? […]. Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?”.

Además, ahora se encontraba abandonado. Aunque sus enemigos le reprochaban en cuanto a su Dios, si la presencia de Dios hubiera estado presente con él, aún se habría encontrado bastante bien; pero ellos le decían: “¿Dónde está tu Dios ahora?”. Su propio corazón le hacía la misma pregunta, diciendo que Dios le había abandonado lo cual era un error que vemos en el versículo 9: “Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?”. A pesar de todo ello, dice: “¿Por qué te abates, oh alma mía? […]”. Parece que se amonesta a sí mismo, diciendo: “No solo tus enemigos te reprochan en cuanto a tu Dios, sino que también te reprocha tu propio corazón. Ahora te ves privado de esos preciosos medios de gracia que antes disfrutabas; ¿pero por qué te turbas y te abates? No hay motivo para eso”. Estas palabras dejan patente una verdad: el creyente piadoso no tiene motivo bíblico alguno para el desánimo, independientemente de su estado.

El profeta Habacuc se nos presenta en un estado lamentable, pero dice en el capítulo 3: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:18). 

Pero quizá, siervo de Dios, te encuentras bajo una amenaza, en lugar de una promesa, que hace conmoverse tus entrañas; ¿y quieres y puedes gozarte? Habacuc responde que sí en Habacuc 3:16: “Oí, y se conmovieron mis entrañas; a la voz temblaron mis labios; pudrición entró en mis huesos […]. Con todo, yo me alegraré en Jehová”.

Tal vez creas que la amenaza nunca se verá cumplida. Pero Habacuc dice en el versículo 17: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová”. Uno puede alegrarse aunque no tenga vino para beber ni aceitunas para comer, porque estas cosas son simples beneficios físicos que nos sirven de refrigerio. ¿Pero te alegrarás, oh profeta, si te faltan el pan y los bienes terrenales que nos sirven de alimento diario? “Sí —responde Habacuc—, aunque los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales, con todo yo me alegraré en Jehová”. De manera que, cualquiera que sea el estado del creyente, puede gozarse; no hay verdadero motivo para el desánimo.

De hecho no existe pecado tan irracional que el pecador no considere que tiene sus motivos para cometerlo; de igual manera, los santos del pueblo de Dios pueden considerar que tienen motivos para su desánimo. Por eso levantan tanto clamor: “¿Por qué te has olvidado de mí?”. “¿Por qué andaré enlutado?”. Ciertamente, no solo parecen tener razón en parte, sino que, de forma natural, tienen motivos para estar desanimados; por eso David dice: “Viendo la prosperidad de los impíos […] [dije] ‘Verdaderamente en vano he limpiado mis manos’ […] hasta que [entré] en el santuario de Dios […]” (Salmo 73:3, 13 y 17). De manera que, mientras se movía en el mundo natural y empleaba el razonamiento natural, veía los motivos para su desánimo.

No solo eso: Si se examinan las cosas por partes y consideramos todos los elementos y separamos los medios del fin, entonces los santos bien pueden tener motivos verdaderos y reales para el desánimo, ya que toda aflicción es angustiosa. Si el agricultor se concentra únicamente en arar sus tierras, sin considerar la cosecha, bien puede desanimarse; pero si considera las dos cosas a la vez, no se desanima. De igual manera, si los santos consideran sus quebrantos aparte de la cosecha, tal vez vean motivos para desanimarse; pero si consideran juntos el sufrimiento y la cosecha —esto es, los medios y el fin en conjunto— entonces, cualquiera que sea su estado, no tendrán motivos para estar abatidos ni turbados.

¿Qué hay dentro de los santos, o para ellos, que les sirva de protección suficiente contra todo desánimo?

Mi respuesta es esta: El creyente piadoso tiene parte e interés en Dios mismo. Hay algunos hombres y algunas mujeres especiales en el mundo a quienes se entrega el gran Dios del Cielo y de la Tierra; es su Dios y su porción, y no tienen motivos para turbarse, cualquiera que sea su estado. Este es el caso de los santos; por tanto, el Salmista no dice que se goza un poco, sino que Dios es “[su] supremo gozo” (Salmo 43:4 LBLA). 

Satanás puede ensombrecer su luz y su gozo durante un tiempo, pero nunca podrá extinguirlos; todos los santos del pueblo de Dios los poseen. Se dice del emperador romano Antonino —que en los tiempos antiguos perseguía a los cristianos— que, estando rodeado de sus enemigos de manera que tanto él como su ejército estaban a punto de morir por falta de agua, ordenó a los cristianos que formaban parte del ejército que oraran pidiendo lluvia. Vino el alivio de inmediato, su ejercitó se salvó y destruyeron a sus enemigos; entonces escribió una carta al Senado romano a favor de los cristianos, en la cual los elogiaba diciendo “que eran un pueblo Deo contenti (‘que se contentaba en Dios’) quem circunferunt secum in pectore (‘al cual siempre llevaban consigo en el corazón’)”; en esa misma carta decía: “Es muy verosímil que, aunque nosotros los consideremos malos, Deum pro munimento habere in conscientia (‘tengan a Dios en su conciencia como defensa’)”. Esta es la confesión de un pagano, un enemigo que poco antes estaba persiguiendo a los cristianos; ¿no diremos nosotros lo mismo?

Ah —dicen algunos— pero tolle meum et tolle Deum (quita la palabra mi y habrás quitado la palabra Dios); no hay Dios para mí si no es mi Dios. Y hay muchos miembros del pueblo de Dios que no pueden decir que Dios es su Dios, porque carecen de seguridad; por tanto, ¿cómo podrán consolarse en esa situación?

Efectivamente, si apoyarme en Dios lo hace mío, entonces también puedo consolarme en Él. Los santos del pueblo de Dios se apoyan en Él y siempre podrán hacerlo, y aunque Satanás diga para tentarlos que no han creído, ni se has apoyado en Dios, ellos pueden responder: “Ah, pero ahora sí me apoyo en Dios”. De esta manera siempre pueden consolarse en lo que les pertenece y en su interés en Dios.

Dios siempre los conoce y conoce su estado. Cristo dice a la iglesia en Esmirna: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza […]” (Apocalipsis 2:9–10). Lo dice como alivio y consuelo para esa iglesia debido a su triste estado; porque, como dice Cristo en el versículo 10: “El diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel por diez días. Pero consuélate, Esmirna, porque te conozco a ti, y tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza; cualquiera que sea tu estado, te conozco en esa situación”. Parece que este es un remedio general, ya que se da a todas las iglesias: “Conozco tus obras, oh Éfeso”; el Señor dice lo mismo a Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Filadelfia. De hecho, estas palabras son terribles para Laodicea, ya que lo que más consuela al bueno es lo más terrible para el malvado, como ocurre con la presencia de Dios, la omnisciencia de Dios, etc. Pero para los santos esto es un gran consuelo: cualquiera que sea mi estado, mi Padre Dios lo conoce, y me conoce en esa situación.

Dios no quiere que su pueblo se desanime, y si Dios su Padre y Jesucristo su Salvador no quieren que se desanime, entonces no hay motivo verdadero para que lo haga, independientemente de su estado. Nuestro Salvador dijo a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón […]” (Juan 14:1). Es como decir: Ahora voy a morir, dejándolos a todos para ir con mi Padre; y cuando me haya ido, tendrán muchas dificultades, pero no quiero que se desanimen; “no se turbe vuestro corazón”.

—Pero, Señor —responden—, si te mueres, perderemos tu presencia. ¿Acaso existe una dificultad o aflicción más grande que perder tu presencia?

—Bueno —dice Cristo—, aun así no quiero que se turben vuestros corazones. “No se turbe vuestro corazón”.

—Pero, Señor, si te perdemos a Ti, perderemos todas los medios de gracia, y las muchas y dulces oportunidades de recibir beneficios para nuestras almas que disfrutamos en tu presencia.

—Así es —dice el Señor—, pero no quiero que os angustiéis por eso. “No se turbe vuestro corazón”.

—Pero, Señor, si te perdemos a ti, seremos como ovejas dispersadas; algunos te negarán, todos te abandonarán; y cuando se hiera al Pastor, nosotros seremos como ovejas dispersas y caeremos en penosas tentaciones, aflicciones y abandono.

—Bueno —dice el Señor—, cualquiera que sea la situación, de todas formas no quiero que se turben vuestros corazones. Esta es la mente de Cristo, su voluntad para sus discípulos y lo que le complace.

Pero tal vez digas: “¿Cómo sabemos que Dios el Padre quiere que su pueblo sea de un mismo sentir y disposición y que nunca se desanime? Mi respuesta es que se ve claramente, porque Dios ha provisto promesas de consuelo, socorro y alivio apropiadas para todo estado y situación. Me atrevo a desafiar a todos los hombres a que me muestren un estado para el que Dios no haya proporcionado una promesa de consuelo, misericordia y socorro que sea apropiada para la situación.

Si examinas las promesas y las meditas bien, verás que están escritas, expresadas y moldeadas de manera que toda objeción desalentadora queda plenamente rebatida y borrada en el momento de surgir. Por ejemplo, supongamos que la Iglesia de Dios sufre persecución a manos de sus enemigos. Tenemos la respuesta en Isaías 54:17: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará”.

Señor —puede que digas—, nuestros enemigos son muchos; se levantan contra nosotros y forman ejércitos, y se unen contra tus siervos.
Él quita esta objeción en el versículo 15: “Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá”.

—Oh Señor —añades—, tienen instrumentos de muerte, y todo el poder del ejército y armas en sus manos.

Así es —te responde Dios—; y leemos en el versículo 16: “He aquí yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir. Ninguna arma forjada contra ti prosperará […]”.

—Pero, Señor, las autoridades están de su parte, y levantan pleitos contra nosotros.
Fíjate bien en el resto del versículo 17: “Y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio […]”.

—Pero esta promesa —sigues objetando— fue hecha solamente a la Iglesia judía, y no a nosotros.

No es así: “Esta es la herencia de los siervos de Jehová […]” (versículo 17). De manera que, si eres uno de los siervos del Señor, te dice que esta promesa es para ti.
Puede que presentes otra objeción: Pero nos encontramos en un estado de incredulidad y no podemos aferrarnos a esta promesa.

Bien; pero esta promesa dice: “Esta es la herencia de los siervos de Jehová”. Los niños reciben su herencia, aunque por el momento no puedan reclamarla; les llega a su debido momento.

—Ah, pero tal vez pequemos contra el Señor y nos veamos privados de esta promesa y esta herencia” —puede que insistas.

Entonces, fíjate bien en el final del versículo 17: “Y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová”. El Señor dice: “No solamente esta promesa procede de mí, sino que la justicia por la cual la creerán, se aferrarán a ella y andarán en ella, viene de mí”. ¡Esta promesa se expresó con una gracia divina que quita toda objeción! Y así es con todas las promesas; si las observas detenidamente, se han expresado, ordenado y escrito de manera que cada palabra de la promesa presenta una respuesta clara a tus objeciones. Si Dios ha expresado sus promesas de manera que suprimen toda objeción incrédula en cuanto surge, ¿qué nos demuestra sino que Dios nuestro Padre no quiere que su pueblo se desanime, independientemente de su estado? Por tanto, no tiene motivos para ello.

No existe desánimo alguno con el cual se puedan encontrar los santos que no vaya acompañado de un ánimo más grande aún. Dios muestra más misericordia a su pueblo precisamente cuando tiene más motivos para estar desanimado. Juan estuvo varios años estrechamente unido a Jesucristo durante su vida, pero no recibió la revelación del Apocalipsis entonces. Cristo murió y Juan se vio afligido, perseguido y exiliado en la isla de Patmos; allí Cristo se le apareció y le dio aquel bendito libro de consuelo que es el Apocalipsis. Leemos en cuanto a Jacob que, en un momento determinado, vio al Señor de tal manera que llamó aquel lugar Peniel: “[…] Porque […] vi a Dios cara a cara […]” (Génesis 32:30). ¿Y cuándo fue eso? Cuando por un lado tenía al nada amistoso Labán tras él y por otro a su tosco hermano Esaú que iba a enfrentarse a él de manera hostil. Una vez Jacob tuvo una visión de “una escalera que estaba apoyada en la tierra, y cuyo extremo tocaba en el cielo, y […] ángeles de Dios que subían y bajaban por ella” (Génesis 28:12). En Juan 1:51, Cristo interpreta esta escalera como un símbolo de sí mismo: “[…] Veréis […] a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”. ¿Pero cuándo tuvo Jacob esta visión? No la tuvo en todo el tiempo que vivió en casa de su padre, sino cuando se vio obligado a huir de la ira de su hermano y a dormir en pleno campo toda la noche sin más almohada que una dura piedra; entonces Cristo se le apareció y se le manifestó como nunca. ¿Y cuándo fue el Sr. Robert Glover tan lleno de gozo celestial que clamó: “¡Él ha llegado! ¡Ha llegado!”? Podemos leer el relato de su vida en el Libro de los mártires de Fox. Durante cinco años estuvo agotado, consumido por dudas y dificultades. No podía dormir ni comer por los escrúpulos que afligían su alma. Creía que, cuando muriera, sería inevitablemente arrojado al Infierno. La historia nos cuenta que pensaba que no podría desesperarse más aunque estuviera en el Infierno; pero después de esta larga lucha contra la tentación, Dios se complació en enviarle consuelo. ¿Pero cuándo? Especialmente cuando llegó a ver la hoguera; entonces Glover clamó batiendo palmas: “¡Él ha llegado! ¡Ha llegado!”. Así es como Dios —en quien hay gran misericordia— reserva sus consuelos más dulces para el momento de las peores aflicciones, y atempera las unas en las otras en la justa proporción.

El Señor no solamente nos consuela en los momentos de desánimo, proporcionando aliento frente a nuestro desánimo, sino que también transforma el desánimo en aliento y consuelo. El Señor “hizo caer sueño profundo sobre Adán” y luego tomó una de las costillas de su costado para proporcionarle ayuda idónea (cf. Génesis 2:21). De igual manera, Dios hace que caiga sueño profundo sobre ti en medio del desánimo, del cual saca una costilla para proporcionarte ayuda, de forma que las propias dificultades de los santos contribuyan a alentarlos. “Pero he aquí [dice el Señor] que yo la atraeré [esto es, a la Iglesia, su pueblo] y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza […]” (Oseas 2:14).
—Pero aquel que está en el desierto está perdido; ¿y cómo puede consolarse aquel que está perdido?

—Es verdad —dice Dios— que ella por sí misma no puede hacerlo, pero aquí le hablaré palabras de consuelo; entre todos los momentos para predicar el Evangelio a una pobre alma, prefiero hacerlo cuando está perdida en el desierto.
Pero quizá digas: Aunque el Señor nos hable palabras de consuelo, si estamos en un desierto árido sin comida ni comodidad, ¿cómo podemos evitar el desánimo?
—No —responde el Señor—, “le daré sus viñas desde allí”.
—Pero si pecamos y murmuramos en el desierto como hicieron los israelitas, el Señor nos cortará como hizo con ellos; y el desierto es un lugar de dificultades, donde es probable que murmuremos y nos desanimemos.
—No —responde el Señor—, “le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza”.
El valle de Acor fue valle de turbación, dificultades y gran desánimo cuando huyeron los israelitas y cayeron delante de los hombres de Ai por el pecado de Acán (cf. Josué 7:26); pero por esa puerta llegaron los israelitas a la tierra de reposo.
—Ya ves lo que les pasó a ellos —dice el Señor—. Aunque el valle de Acor fue de turbación y dificultad, aun así fue la entrada al reposo para los israelitas. Así será contigo: haré de tus dificultades y desánimos la puerta misma de tu esperanza. El valle de tus desánimos será la entrada a todo tu consuelo y reposo.
Dios hace con los miembros lo mismo que hizo con la Cabeza: la Cruz de Cristo fue la entrada a la gloria. Su sufrimiento fue el valle de Acor para sus discípulos; ¿y no fue una puerta de esperanza para ellos y para todos los santos? Así actúa Dios: el desánimo conlleva el aliento, y cuanto más desánimo sufren los santos, más aliento recibirán. Aun sus desánimos contribuirán a este aliento, abriéndoles la puerta de la esperanza. Entonces, si por la promesa el valle de Acor es la puerta de la esperanza, ¿por qué vamos a desanimarnos, independientemente de cuál sea nuestro valle de Acor o nuestro estado?
Un cristiano que ora nunca podrá estar abatido, cualquiera que sea su estado, porque tiene a Dios que le escucha, al Espíritu que mora en él dirigiendo sus deseos, un Amigo en el Cielo que los presenta y a Dios mismo que recibe sus deseos como un Padre. Es una gran virtud orar aun cuando no reciba lo que pido; por medio de la oración, Dios baja hasta nosotros y nosotros subimos hasta Dios. Es la comunión del alma con Dios aquí en la Tierra y un gran alivio para el espíritu atribulado y cargado; por medio de la oración puede derramar todo su corazón en el corazón de su mejor Amigo. Todo creyente piadoso es una persona de oración. En mayor o menor medida, “ora”. Es lo que se nos dice en Hechos 9:11 en cuanto a la conversión de Saulo: “He aquí, él ora”. De la misma manera que todos los seres humanos hablan, todos los cristianos oran. Dios no tiene ningún hijo mudo. En cuanto nace un niño, llora, mama y duerme. Así es toda persona que nace de Dios. En cuanto nace, clama a Dios en oración, toma la leche de la promesa y duerme en el regazo de Dios por el contentamiento divino, muerto a todo lo que hay en el mundo. Tal vez no pueda orar como quisiera, pero aunque no pueda orar como desea ni oír ni cumplir con sus disciplinas espirituales como quisiera, aun así se puede decir de él: “He aquí, él ora”. A dondequiera que se vuelva: “he aquí, él ora”. Si está enfermo, “he aquí, él ora”; si se ve tentado, “he aquí, él ora”; en casa o en la calle, “he aquí, él ora”. ¿Puede estar angustiado mientras ora? ¡Claro que no! ¿Entonces cómo va a desanimarse, cualquiera que sea su estado?
Si los desánimos de los santos son unas meras nubes que se van con el viento y se desvanecen, entonces no hay motivos para el desánimo, independientemente de su estado. Este es el caso del pueblo de Dios. Aunque se encuentre rodeado de tinieblas muy densas, estas solamente son nubes; y como se dice: Nubecula est, cito transibit (“es una nube, pronto pasará”). Se puede decir lo mismo en cuanto a todas las causas de su desánimo: “Ciertamente hay tinieblas, pero pronto pasarán; nos ha sobrevenido una tempestad, pero pronto volveremos a ver tierra y llegaremos a la orilla; ¡solo es una nube, una nube!”. Por eso David confortó su propio corazón en el Salmo 42 y frenó la aflicción desmesurada de su alma: “¿Por qué te abates, oh alma mía […]?”. “Espera en Dios; porque aún he de alabarle”. Seré liberado; esta nube pasará, no durará; estas tinieblas son solo una nube.
Pero tú dirás: ¿Cómo pueden ser estas tinieblas solo una nube? Yo creo que es de noche, profunda noche dentro de mi alma, una noche que nunca verá el amanecer. Si supiera que el motivo de mi desánimo es solo una nube, entonces bien diría: “No hay motivo para este desánimo”; ¿pero cómo puedo saber si estas tinieblas provienen de una nube o de la noche?
Si las tinieblas son de las que vienen inmediatamente después del amanecer de la promesa brillante, entonces provienen de una nube, y no de la noche. El Sol no amanece para volver a ponerse enseguida; por tanto, si hay oscuridad inmediatamente después del amanecer, probablemente sea por un eclipse o por una nube, y no porque es de noche. Para José amaneció y brilló una hermosa promesa cuando el Señor le dijo que su manojo estaría puesto más alto que todos los de sus hermanos (cf. Génesis 37:7). Inmediatamente después, le sobrevinieron las tinieblas; pero eran tinieblas de una nube, y no de la noche. ¿Y por qué? Porque primero recibió la promesa que brilló sobre él. De igual manera, David recibió la hermosa promesa del reino cuando lo ungió Samuel; pronto le sobrevinieron las tinieblas, pero eran tinieblas de una nube y no de la noche. ¿Y por qué? Porque eran la clase de tinieblas que surge inmediatamente después de brillar la promesa. Y te ruego que me enseñes cualquier pasaje de la Escritura donde diga que surgieron algunas tinieblas poco después de brillar una promesa y que fueron más que una nube que pronto se desvaneció. ¿O dónde se ve en toda la Escritura que alguna pobre alma entrara en tinieblas inmediatamente después de recibir una promesa y nunca volviera a salir a la luz? En cuanto a las tinieblas que cubren a los santos, suelen ser las que surgen inmediatamente después de recibir la brillante promesa; por tanto, esas tinieblas son de nube y podrán decir: Es solo una nube, una nube, y pasará.
Si uno anda un poco a oscuras pero aún ve lo suficiente para trabajar y cavar, esto prueba que su oscuridad viene de una nube. De noche no se puede ver lo suficiente como para trabajar; pero, aunque haya mucha oscuridad a causa de las nubes, podrá ver para trabajar y cavar, porque es de día. En el Salmo 84:5–7, el Salmista dice: “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion”. Esta es una alusión a una costumbre de los judíos. Cuando subían a Jerusalén, el camino pasaba por el valle de Baca, un valle muy seco y sin casas ni agua para refrescarse y encontrar alivio; entonces cavaban pozos, y al caer la lluvia se refrescaban, cobraban fuerzas y seguían camino a Jerusalén, donde veían al Señor en sus medios de gracia. Por eso dice el Salmista: “Bienaventurado el hombre […] en cuyo corazón están tus caminos”. Hay una generación en el mundo que tiene la Ley de Dios en el corazón, aunque no pueda actuar y trabajar para Dios como quisiera. A veces se encuentra en un estado árido, sin agua ni consuelo; pero si en este estado cava pozos, ora y espera en Dios cumpliendo con sus deberes espirituales —aunque no surja consuelo alguno de ello por el momento—, a su debido tiempo la lluvia de la bendición divina llenará los pozos secos y las disciplinas espirituales vacías y su vida será como un estanque lleno de agua; irán de poder de gracia en poder de gracia hasta ver al Señor. Si conoces a alguien que está ahora en este valle de Baca, “donde no hay aguas” (Salmo 63:1), pero que se esfuerza en cavar pozos, orar, leer, oír, meditar, conversar y cumplir con sus disciplinas espirituales, aunque estas no conlleven consuelo alguno por el momento, la lluvia de gracia y de misericordia caerá sobre esos pozos e irá de poder en poder hasta presentarse ante el Señor en gloria. Este es el caso de los santos. Aunque les sobrevengan tinieblas muy espesas, aún en este estado siguen cavando pozos; por tanto, no es oscuridad de la noche, sino de una nube, y podrán decir: Es oscuridad de nubes, que pronto pasará.
Si la oscuridad que envuelve al hombre deja entrever algo de luz, entonces será oscuridad de nubes, y no de la noche. Aunque las nubes puedan producir mucha oscuridad, de vez en cuando se abren y dejan pasar algún rayo de luz; pero la noche no se abre ni deja ver luz alguna. Estos momentos de luz son promesas seguras de una luz más plena que vendrá. Como ya sabemos, cuando David huyó de Absalón, su estado era muy penoso, porque como dice 2 Samuel 15:30: “Y David subió […] llorando […] [con] los pies descalzos”. Su propio hijo lo perseguía y lo echaba de su trono; se había levantado una gran conspiración de los malvados contra David, encabezada por su hijo. Estas son tinieblas sobre tinieblas y gran motivo de desánimo, pero era solamente una nube, nada más.
Quizá te preguntes: ¿Cómo pudo David saber que era oscuridad de nubes y nada más?
Oró pidiendo que el Señor entorpeciera el consejo de Ahitofel; y antes de que venciera a Absalón y recuperara su reino, Ahitofel se ahorcó (cf. 2 Samuel 15:31 y 23). David oró particularmente en contra de Ahitofel, y el Señor escuchó su oración. El juicio contra Ahitofel fue la respuesta a su oración. Aquí se abrieron las nubes, y la respuesta a la oración en este momento fue una señal para David de la plena liberación que vendría después, porque Dios sella varios asuntos con el mismo sello. Por tanto, si se está rodeado de tinieblas a causa de una tentación, aflicción o por el abandono de alguien y no se puede ver el fin del asunto, si en el período anterior a la llegada de la plena liberación le llega alguna liberación menor, esta es señal de la liberación venidera y podrá decir: “Esta es la promesa de la plena liberación, porque se han entreabierto las nubes”. Siempre es así para el pueblo de Dios. Cuando cae en alguna tentación o aflicción, o cuando es abandonado, antes de llegar la gran liberación recibe alguna provisión especial que la aviva en medio de su tribulación; se entreabren las nubes y penetra algún rayo de luz. Por tanto, en medio de todo podrá decir: “Sin duda estas tinieblas que me rodean no son de noche cerrada, sino de una nube”. Todo desánimo que sobreviene a los santos es una nube, y podrán decirlo así: “Es una nube, pronto pasará; por tanto, ¿por qué desanimarnos?”. Ciertamente no tienen motivo para desanimarse, cualquiera que sea su estado.
Siendo esto así, ¡esta doctrina reprende grandemente a algunos siervos y miembros del pueblo de Dios, aunque me pese decirlo! El cristiano no tiene verdaderos motivos para desanimarse, por muy penoso que sea su estado; pero algunos siempre están desanimados, por muy bueno que sea el suyo. Pase lo que pase, los santos nunca deben desanimarse por cosa alguna; sin embargo, muchos se desaniman por cualquier cosa. ¡Qué forma de andar más indigna! ¡Así te opones a Dios! ¿Y sabes a lo que lleva oponerse a Dios? ¿No ha dicho: “Si te opones a mí, me opondré a ti”? (cf. Levítico 26:21).
Uno podría decir: Tengo motivos para desanimarme, porque no siento el amor de Dios.
No vivimos por los sentimientos, sino por la fe. Es el deber de todo cristiano empezar por la fe para luego subir hasta los sentimientos. Tú quieres empezar por los sentimientos para luego descender hasta la fe; pero hay que hacerlo a la inversa. Te ruego que me respondas: ¿No te basta con parecerte al Maestro? Cristo no sintió el amor de Dios al clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:28). Cristo sintió caer toda la ira de Dios sobre Él al llevar a cabo el acto de obediencia más grande que el mundo ha visto; ¿pero acaso dijo entonces que no era hijo de Dios porque no sentía el amor de Dios, y porque estaba bajo el peso de la ira de Dios? ¡De ninguna manera! En el mismo momento de decir que se sentía abandonado, exclamó: “Dios mío, Dios mío”; y a la vez llamó a Dios Padre suyo: “Padre, perdónalos […]” (Lucas 23:24). Tú puedes hacer lo mismo; aunque creas que Dios te ha abandonado, aunque no sientas su amor, sino la ira de Dios, aun así podrás decir: “el Señor es mi Padre”, y podrás acudir a Él como tu Padre. Y si puedes decir: “Dios es mi Padre”, ¿acaso tienes motivos para el desánimo? ¡Sin embargo, cuántas veces se desanima y se abate el pueblo de Dios! Los que somos discípulos de Cristo debemos esforzarnos cada vez más por seguir los pasos del Maestro; igual que David en el Salmo 42:11, debemos repetir a menudo: “¿Por qué te abates, oh alma mía?”.
A este respecto existe una enorme diferencia entre el cristiano y el inicuo. El cristiano no tiene motivos para el desánimo, cualquiera que sea su estado; el inicuo no tiene motivos para el ánimo, cualquiera que sea el suyo. El cristiano puede desanimarse mucho, aún sin motivos; el inicuo puede animarse mucho sin motivos verdaderos. El Salmo 7:11 nos dice en cuanto al inicuo: “[…] Dios está airado contra el [inicuo] todos los días”. Cualquiera que sea el día, Dios está airado contra el inicuo. Aunque sea un día de oración y ayuno, Dios sigue airado contra él; aunque sea un día de acción de gracias y alabanzas, Dios sigue airado contra él. Peque más, peque menos el inicuo, Dios está airado contra él. No pasa ni un solo día en el que Dios no esté airado contra él, y la ira divina le dirige algún que otro golpe cada día. No siempre siente los golpes, pero Dios le golpea, y está airado contra él todos los días; por tanto, cualquiera que sea su estado, no tiene motivos para animarse. Imaginemos a un hombre en la cárcel, condenado a muerte bajo la ira del príncipe o del gobierno por una grave ofensa. Digamos que llega su criado y le dice: “Señor, consuélese, su esposa está bien allá en su casa, tiene unos hijos preciosos y una gran cosecha de trigo, sus vecinos le estiman mucho, su ganado prospera y sus propiedades van bien y están en buen estado”. Es probable que respondiera así a su siervo: “¿Qué más me da todo eso, si yo estoy condenado a muerte?”. Esta es la situación en el caso de todo inicuo: está condenado bajo la ira del gran Dios, que está airado con él todos los días. Si fuera consciente de esto, diría: “Me hablas de mis amigos, mis bienes, mi reputación y mis negocios; ¿pero qué más da, si estoy condenado y Dios está airado contra mí todos los días?”. Por el momento no es consciente de la ira divina, no la siente. Pero hay que hacerle saber que vienen días en que descubrirá la verdad. Saúl exclamó en 1 Samuel 28:15: “[…] Los filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí […]”. De igual manera, el inicuo exclamará: “Dios se ha apartado de mi alma; me sobrevienen tentaciones y llevo toda la carga de mis pecados y mi culpa. Dios me ha abandonado, y ahora los demonios me atacan”. Pero repito que el cristiano, por muy triste que sea su estado presente y por muy abatida que esté su alma, no tiene motivos para el desánimo. ¡El estado de los santos es muy glorioso! ¿Quién no estaría encantado de compartirlo? ¿Quién no quisiera estar en Cristo y abandonar los caminos de los malvados? ¿Quién no quiere volverse a Dios? Oh impío, esfuérzate por volverte a Dios.
Sin embargo, esta exhortación se dirige especialmente a los santos, y dejo con vosotros esta palabra de exhortación: Cuidado con el desánimo y el abatimiento; no hay motivo para ellos, sino muchos motivos en contra.

Al desanimarte, deleitas a Satanás. Bate palmas y se ríe al verte abatido. “Ahora —dice— este cristiano se parece a mí; yo soy un espíritu desesperado, y él también; yo estoy abatido y desalentado, y él también”. Satanás triunfa sobre ti al verte desanimado. Cuando tú estás triste, él se regocija.

Y, al deleitar a Satanás, entristeces el corazón de Dios. Un amigo se entristece por la pena, el dolor y el desánimo de su amigo. Cuanto más real sea la amistad, más profunda es la aflicción y el dolor de uno si el otro está angustiado. Dios fue el amigo del fiel Abraham, el “amigo de Dios” (Santiago 2:23) de forma activa y pasiva —pues Dios fue su amigo y Abraham fue amigo de Dios—, y así es con todos los cristianos. Cristo es nuestro amigo, pues dijo: “Ya no os llamaré siervos […] pero os he llamado amigos […]” (Juan 15:15). El Espíritu Santo es nuestro amigo, porque el Espíritu viene para morar en nosotros y manifestarse a nosotros; y Efesios 4:30 dice que podemos contristar al Espíritu Santo. Dios es el peor enemigo que se puede tener; pero, de igual manera, es el mejor amigo, el más sincero y leal que existe. Por tanto, cuando estás abatido y desanimado, le contristas; ¿y sabes lo que haces al contristar al Señor? ¿Crees que carece de importancia apenar a un amigo así?

Al hacerlo, en gran medida haces vano y frustras el propósito de la Venida de Cristo, quien vino para librarnos no solamente del Infierno, sino de nuestros temores actuales: “Que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos […]” (Lucas 1:74). ¿Y andarás cabizbajo, desanimado, cargado de temores toda tu vida?

Al hacerlo, te incapacitas para servir a Cristo. En la Antigüedad, la Pascua no se podía comer con levadura vieja; la levadura se eliminaba y ninguno que estuviera triste ni apenado podía comer de las cosas sagradas (cf. por ejemplo, Deuteronomio 16:1–15). Ahora bien, el apóstol Pablo dice: “[…] Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta [esto es, la fiesta del Evangelio] no con la vieja levadura”. ¿No sirve otro pan que no sea el pan leudado, el pan agrio, el pan de luto? ¿Así celebras tu pascua, tu fiesta cristiana? Algunos llevan años dudando, temiendo, temblando, abatidos y desanimados; ya es hora de llorar por la incredulidad y honrar la libre gracia. ¿Siempre vas a estar contristando al Espíritu, al Padre y a Cristo? ¿Siempre vas a estorbar la obra de Cristo? ¿Vas a comer siempre la levadura vieja? Ya es hora de decir: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”.

Quizá alguien diga: De verdad sé que no tengo motivos justificados ni bíblicos para mi desánimo. Veo que hay muchos motivos en contra de ello, pero mi espíritu está turbado. De buena gana lo cambiaría para por fin glorificar la libre gracia. ¿Qué tengo que hacer para soportar todos los desánimos y para no turbarme, cualquiera que sea mi estado?
La única manera de hacerlo según nos enseña el Salmista en el Salmo 42 es esperar, confiar y creer en Dios. Más adelante veremos la manera de ejercer la fe en Cristo para evitar el desánimo. 

Por ahora, sigamos estas instrucciones:

1. Si quieres evitar el desánimo cualquiera que sea tu estado, entonces no hagas que tu consuelo dependa de tu estado ni te dejes seducir por tu estado en sí; no dejes que este sea la causa o la razón de tu ánimo. Si cuelgas una capa de un gancho podrido, el gancho se rompe y la capa cae al suelo. Todo estado en esta vida es un gancho podrido. Es variable; no hay estado tan permanente que no esté expuesto a muchos cambios. Es un ancla oxidada. Dios es un pilar, o mejor dicho, muchos. Su nombre es Adonai, que significa “pilar”; y en Isaías 26:4 se nos manda: “Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. El Salmista dice en el Salmo 73:26: “Mi carne y mi corazón desfallecen, mas la roca de mi corazón […] es Dios para siempre”. Si el fundamento de tu consuelo es tu propio estado, edificas sobre arena que arrastra cualquier viento, tormenta y tempestad; pero si edificas sobre Cristo mismo, esto es, sobre Dios mismo, edificas sobre la Roca; y aunque venga diluvio, tormenta o tempestad, y aunque el viento te golpee, no perderás tu consuelo, porque su fundamento es la roca (cf. Mateo 7:24–27).

2. Asegúrate de tener un concepto correcto de Cristo como respuesta a tu estado tal y como se refleja en el Evangelio. Es una tendencia humana tener conceptos falsos de Cristo. Satanás, igual que a veces se transforma en un ángel de luz, intenta transformar a Cristo para que lo veas como un ángel de tinieblas; pero la Escritura nos muestra a Cristo de tal manera que resulta muy agradable a los pobres pecadores. ¿Te acusa Satanás, el mundo o tu propia conciencia? Cristo es tu Abogado. ¿Eres ignorante? Cristo es el Profeta. ¿Eres culpable de pecado? Cristo es el Sumo Sacerdote. ¿Te afligen muchos enemigos interiores y exteriores? Él es el Rey de reyes. ¿Estás en una situación apurada? Cristo es tu Camino. ¿Tienes hambre o sed? Él es el Pan y el Agua de la Vida. ¿Temes alejarte de Dios y terminar condenado? Cristo es nuestro segundo Adán, un personaje público en cuya muerte morimos todos y por cuya expiación satisfacemos toda justicia. Para cada tentación o aflicción hay una promesa; de igual manera, para todo estado en esta vida hay un nombre, título o atributo de Cristo que sirve de consuelo. Puesto que contemplas a Cristo con referencia a tu estado, no debes contemplar tu estado solo, sino con el atributo apropiado de Cristo. Si contemplas el atributo del amor de Cristo sin referencia a tu estado, puedes llegar a presumir; si contemplas tu estado sin el atributo del amor de Cristo, puedes caer en el desaliento. Contempla ambos juntos y no te desanimarás.

3. Si surgen desánimos que te oprimen, párate y di: “¿Por qué voy a multiplicar mis pensamientos sin conocimiento? ¿Por qué agotar mi alma con estos pensamientos? ¿Acaso puedo añadir un codo a mi estatura espiritual (cf. Mateo 6:27)? ¿Acaso puedo alterar mi estado por medio de mi ansiedad? No; mi ansiedad me aleja aún más de la misericordia que tanto deseo”. La verdad es que la única manera de perder el consuelo deseado es afanarte por tenerlo. La única manera de disfrutar de una bendición exterior es contentarte sin ella; de igual manera, la única manera de quitar una aflicción, ya sea espiritual o exterior, es aceptar que siga si es la voluntad de Dios y de Cristo. Pero tú dices que necesitas que la aflicción sea quitada de inmediato para saber inmediatamente que estás en estado de gracia como hijo de Dios, y que si no, caerás en el desánimo. Cuanto más lucha por liberarse un pájaro atrapado en una red, más se enmaraña en ella; este es tu caso. Por tanto, si te sobrevienen tentaciones y aflicciones o te quedas solo, y si Satanás se une a estas cosas y le dice a tu alma que siempre será así, tú respóndele: “Bueno, eso lo dices tú, Satanás, que eres un mentiroso, pero yo creo lo contrario; y si Dios así lo quiere, yo lo acepto y lo dejo en sus manos. No es asunto mío el que yo siga en este estado o no; pero ahora, oh Señor, déjame servirte. Ese es mi único deseo; que yo te vea como y cuando tú quieras. Lo dejo, Señor, lo dejo. He estado cuestionando mi estado durante años y ya veo que no hay fin de esto. Cuanto más cuestiono, más cuestionaré, y no saco provecho alguno de ello; entonces, ¿por qué voy a agotar mi alma con esta clase de ansiedad?”. Es la mejor manera de frenar este proceso.

4. Cuando pienses en algo que es terrible en sí o en un asunto que te desanima, asegúrate de mezclar la consideración de este asunto con aquellas cosas dulces que Dios te ha dado y que ha prescrito para ti. A cada cosa terrible, Dios ha unido algún consuelo. El nombre de Dios es Terrible, el Dios glorioso y temible (cf. Deuteronomio 28:38). Pero, para endulzar esto, se llama también “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). La muerte es terrible, la llaman el rey de los terrores; pero, para endulzarla, Dios la llama “sueño”. El día del Juicio es terrible; pero, para endulzarlo, nuestro abogado actual, nuestro mejor amigo, será el Juez. Si separas el terror que encierra cualquier cosa de esa dulzura, no me sorprende que te desanimes grandemente. Es nuestro deber contemplar las cosas tal y como Dios las presenta y tomarlas como Dios nos las da. “Lo que Dios juntó, que no lo separe el hombre” (Mateo 19:6). Si consideras la dulzura de un objeto o estado aparte de su acritud, tal vez te vuelvas demasiado frívolo; si consideras el terror de un objeto o estado aparte de su dulzura, tal vez temas en exceso; pero si consideras ambos aspectos a la vez, temerás a la vez que crees y creerás a la vez que temes, evitando así el desánimo.

5. Si quieres evitar el desánimo cualquiera que sea tu estado, esfuérzate cada vez más en mortificar tu amor propio, incluyendo el orgullo religioso. Todo desánimo estriba en el amor propio; no se trata del veneno inherente en una situación, sino de la toxina del amor propio.
—Ah —dirás—, pero estoy desanimado porque me falta la seguridad.
—Bueno, supongamos que tuvieras esa seguridad; ¿entonces qué?
—Ah, entonces me consolaría.
—¿Y no se ve claramente aquí el “yo”?
—Pero es que estoy abatido en cuanto a mi estado eterno.
—¿Y ese no es el “yo”? Esas palabras —“mi estado”— hablan claramente del “yo”. Me atrevo a decir que todo tumulto en el alma o desánimo desmesurado está arraigado en el amor propio. Si fueras capaz de abandonarte a ti mismo y dejar tu estado en manos de Dios y Cristo para ocuparte más de su servicio, gloria y honor, Dios se encargaría de consolarte; pero, cuando te fijas tanto en ti mismo y en tu estado para prestar tan poca atención a su servicio, gloria y honor, no es extraño que te desanimes. Por tanto, esfuérzate por mortificar cada vez más el amor propio y nunca te desanimarás, cualquiera que sea tu estado.

6. Cuando la tentación te oprime y fomenta el desánimo, habla así con tu alma: ¿Por qué pagar tan caro el arrepentimiento? Después te sentirás avergonzado de todas estas dudas, temores incrédulos y desánimos. El viajero que cree que aún no ha amanecido pasea lentamente y se sienta; pero, cuando sale el Sol de entre las nubes y le ilumina la cara, se da cuenta de que el día va muy adelantado. Entonces dice: “¡Qué necio he sido al creer que no había amanecido porque yo no veía el Sol! ¡Fui necio al perder mi tiempo sentado!”. Este será tu caso. Ahora te postras en tierra y te arrastras en el polvo a causa del desánimo; pero la gracia de Dios y el amor de Cristo se acercan por detrás de las espesas nubes y al final brillarán sobre ti, iluminando tu cara con los rayos dorados de la misericordia divina. Irá por delante de ti y entonces dirás: “¡Qué necio he sido al desanimarme así! Soy una criatura indigna que duda del amor de Dios; he pecado por mi incredulidad. ¡Perdona ahora, oh Señor, todas mis dudas! Señor, me avergüenza el haber cuestionado y dudado de tu amor; perdóname por haber dado cabida a tales cosas en mi alma, oh Señor”. Tienes que llegar a este punto: debes avergonzarte y arrepentirte de tu incredulidad, duda y temor. Por tanto, cuando estas cosas te oprimen, dirás desde el principio: “¿Por qué pagar tan caro el arrepentimiento al ceder ante estos desánimos?”. Puesto que hay que arrepentirse del desánimo, los santos del pueblo de Dios no tienen motivos para desanimarse, independientemente de su estado.
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Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá... diciendo que hay otro rey, Jesús.

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Qué debemos saber de La Biblia

COSAS BÁSICAS IMPORTANTES ACERCA DE LA SANTA BIBLIA
    I.      Cosas Básicas Importantes Acerca de la Santa Biblia      A.      Inspiración de la Biblia         1.      2 Timoteo 3:16         Otras traducciones: “Toda la Escritura es respirada por Dios”.         “Toda la Escritura es Divinamente inspirada”. La palabra Griega para “inspiración” - theopneustos - respirada divinamente. 
La palabra Hebrea para “inspiración” - n shemuh - soplar, viento. 
La definición del Diccionario Webster de “inspiración” la influencia del Espíritu de Dios en la mente humana por la cual los profetas y apóstoles y escritores sagrados eran calificados para poner una verdad divina sin ninguna mezcla o error.
         A. Realidades acerca de la inspiración         Razones que creemos muestran cómo fueron inspirados los escritores de la Biblia           1)      Es un término que simplemente describe la guía sobrenatural del Espíritu Santo de aquellos que recibieron una revelación de Dios mientras escribían la Biblia.             a)      Salmos 45:1             Jeremías 1:9             Isaías 51:16             Isaías 49:2             b)      2 Pedro 1:20, 21             c)      2 Samuel 23:2             d)      Lucas 1:35             “Cubrirá” en Griego - imponer una sombra sobre;             Envolver en una nube de brillantez.             e)      Lucas 24:45             “Abrió” en Griego - abrir totalmente             f)      Job 32:8             g)      Dios habló, ellos lo escribieron             Apocalipsis 1:11             Jeremías 30:2             Éxodo 19:18–20; Éxodo 20:18–22             h)      Jeremías 1:2 - la Palabra del Señor vino             Joel 1:1             Oseas 1:1             Miqueas 1:1             Sofonías 1:1             Zacarías 1:1             Jonás 1:1; Ezequiel 1:3             j)      Malaquías 1:1 - la carga de la Palabra del Señor             Habacuc 1:1             Nahúm 1:1             k)      Abdías 1:1 - la visión de la Palabra del Señor             Amós 1:1             Isaías 1:1
         2.      Plenaria - Inspiración Verbal           a.      Plenaria - Llena, completa en todas partes. Esta teoría significa que cada libro, capítulo, párrafo y oración es igualmente derivada de Dios.           b.      Verbal - Esto significa que las palabras del texto, así también como las ideas comunicadas son sobrenaturalmente inspiradas por Dios.
         3.      Sin error         Esto habla de que las enseñanzas de la Biblia son verdad en todo de lo cual habla. Que las palabras de las Escrituras, en los escritos originales, enseñan la verdad sin ninguna mezcla o error.
         4.      Infalibilidad         Esto literalmente significa que no es propensa a fallar en alcanzar Su propósito; incapaz de error. Es imponer la verdad divina, sin ninguna mezcla o error.
      B.      Más Escrituras que muestran cómo y por qué los escritores de la Biblia recibieron la palabra inspirada.         1.      Juan 16:12, 13         El Espíritu Santo los guió         2.      1 Corintios 15:3, 4         Lo que yo he recibido         3.      Juan 14:26         El trajo a su memoria las cosas que Él había dicho.         4.      Efesios 3:5         Revelado por el Espíritu


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sábado, 14 de enero de 2017

Estaban todos unánimes juntos...fueron todos llenos del Espíritu Santo

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Una gran sorpresa

La venida del Espíritu Santo
HECHOS 2.1-13
1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.

5Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.

6Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

12Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.

Pentecostés y el discurso de Pedro, 2:1-41
Según el relato, el acontecimiento que se narra no tiene sentido más que cuando se lo sitúa en el contexto de pensamiento de quienes lo viven. Está claro en lo que se refiere a las citas de Joel (2:17–21), del Salmo 16 (2:25–28), del Salmo 110 (2:34, 35) y de Isaías 57:19 (2:39); pero también, de manera menos palpable, en la alusión a la fiesta judía de Pentecostés (2:1) y a las tradiciones judías sobre el significado de esa ocasión.

(1)  Pentecostés, 2:1–13.
Puede ser útil precisar el significado de Pentecostés en el primer siglo. Había tres grandes festivales judíos a los cuales todo varón judío que viviera dentro de un radio de 30 km. de Jerusalén estaba obligado legalmente a asistir: la Pascua, Pentecostés y la fiesta de los Tabernáculos. El término griego pentekosté 4005 significa “cincuenta”. En el calendario judío designa la fiesta que se celebraba cincuenta días después de la Pascua (otro nombre para Pentecostés era Fiesta de las Semanas; se llamaba así porque eran cincuenta días, que equivale a una semana de semanas). En su origen fue una fiesta agrícola para celebrar la recolección de trigo, y en ella se ofrecían los primeros panes de la nueva cosecha (ver Exo. 23:16). Pero, a principios del cautiverio en Babilonia, en el siglo V. a. de J.C., cambió la celebración de un acontecimiento agrícola que tenía lugar todos los años y pasó a ser la celebración de un acontecimiento único y central, es decir, el pacto del Sinaí. Una tradición rabínica añadió al significado de Pentecostés la conmemoración de la promulgación de la ley en Sinaí. En el siglo III a. de J.C., parece ser que a esta fiesta de Pentecostés correspondía la celebración de una renovación del pacto (2 Crón. 15:10–15). En todo caso, parece cierto que en la época de Cristo esta fiesta conmemoraba la entrega de la ley de Dios por medio de Moisés. La celebración de esta alianza permitía renovarla.
En este acontecimiento se encuentra la misma relación entre Pascua y Pentecostés que se ve en el pensamiento judío durante su historia. Israel ha sido salvado de Egipto y del mar (Exo. 14–15; comp. 1 Cor. 10:1–4) para entrar en pacto con Dios en el Sinaí (Exo. 19). Debido a estos dos eventos, Israel se sentía constituido como pueblo, por haber sido salvado de las fuerzas de la destrucción y de la muerte y establecido en la existencia de las naciones por medio del encuentro con Dios y su palabra. La salvación y el establecimiento son elementos básicos en la creación del pueblo de Dios en el AT. Israel contemplaba su liberación como el principio de su creación. En el libro de Exodo el nacimiento de un pueblo coincide con su liberación de la esclavitud de Egipto. Y luego la liberación de Babilonia fue contada en un nuevo éxodo (o un éxodo renovado).

Es probable que el hecho de Pentecostés en Los Hechos haya sido coloreado en su presentación literaria con el trasfondo de las teofanías del Sinaí y quizá también con la confusión de lenguas en Babel. Eso fue así a fin de hacer resaltar más claramente dos ideas fundamentales que dirigirán la trama de todo el libro de Los Hechos, a saber: la presencia divina en la iglesia, representada por el Espíritu Santo (2:1–4) y la universalidad de esta iglesia, representada ya en germen en esa larga lista de pueblos enumerados (2:5–11). El trasfondo del AT se dejaría traslucir sobre todo en las expresiones que se encuentran en este pasaje. En el relato de la escena del Sinaí el libro de Exodo dice: Todo el pueblo percibía los truenos, los relámpagos, el sonido de la corneta y el monte que humeaba. Al ver esto, ellos temblaron y se mantuvieron a distancia (Exo. 20:18). Los rabinos decían que la voz de Dios, al promulgar la ley en el Sinaí en medio de truenos y relámpagos (ruido y fuego), se dividió en 70 lenguas, número de pueblos que según la creencia judía existían entonces a raíz de la dispersión de Babel, y resonó hasta comprender a todas las naciones. Es sabido que los judíos pensaban, según Génesis 10, que había 70 naciones en el mundo.

En este sentido, concluyen algunos que así como la ley mosaica fue dada el día de Pentecostés, así la ley nueva, que consiste primariamente en la gracia del Espíritu Santo y que ha de substituir la ley antigua, debía ser proclamada en ese mismo día. Algunos comentaristas opinan que el milagro de las lenguas (2:4) era como un dar la vuelta al influjo destructivo de Babel, que separó a los pueblos por la diversidad de lenguas. A la fiesta de Pentecostés acudía tal vez tanta o más gente que a la Pascua. Esto explica la cantidad de países mencionados en este capítulo, porque nunca había en Jerusalén una multitud más internacional que en ese momento.

Es posible que Lucas, ahora escribiendo después de una reflexión sobre los primeros treinta años de vida del movimiento cristiano primitivo (e inspirado por el Espíritu Santo), comenzó con la fiesta de Pentecostés y de esta manera trató de hacer resaltar algunas de las mismas ideas judías. Pero ya Lucas está interpretando la revelación del AT a la luz de la revelación superior, la de la encarnación de Dios en Jesucristo (Mat. 5:21–37; Hech. 6:8–14; 7:51–53; Heb. 1:1–4). ¿No dijo Jesús: No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para cumplir (Mat. 5:17)? ¿Y no escribió Pablo: En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, a saber: que en Cristo Jesús los gentiles son coherederos, incorporados en el mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del evangelio (Ef. 3:5, 6)?

Pero haya o no trasfondo de narraciones del AT en su presentación literaria, no hay motivo alguno para dudar la historicidad del hecho. Vamos a ver cuales son las afirmaciones fundamentales de Lucas.

Importancia de Pentecostés en la historia del pueblo de Dios. Pentecostés como es narrado aquí por Lucas forma un escenario de enorme trascendencia en la historia de la iglesia. A ello, como a algo extraordinario, se refería Jesucristo cuando, poco antes de la ascensión, avisaba a los discípulos de que no se ausentasen de Jerusalén hasta que llegara este día. Es ahora precisamente cuando puede decirse que se renueva el pueblo de Dios y va a comenzar la historia del establecimiento del movimiento cristiano. Pues es ahora cuando el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre él para darle la vida y ponerlo en movimiento. Los discípulos, antes tímidos (Mat. 26:56; Juan 20:19), se transforman en valientes difusores de la doctrina de Cristo (2:14; 4:13, 19; 5:29). Para Lucas esta presencia de Dios en poder (Luc. 24:49) en la comunidad cristiana es un momento crucial en la vida de la comunidad, porque refleja su lugar de importancia entre los eventos más importantes en la historia sagrada.

La venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La afirmación fundamental del pasaje está en las palabras del v. 4: Todos fueron llenos del Espíritu Santo. Todo lo demás, de que se habla antes o después, no son sino manifestaciones exteriores para hacer visible esa gran verdad. A eso tiende el ruido como de un viento violento que se oye en toda la casa (v. 2). Era como un primer toque de atención. A ese fenómeno acústico sigue otro fenómeno de naturaleza física: unas llamitas en forma de lenguas como de fuego que se reparten y van posándose sobre los reunidos (v. 3). Los dos fenómenos pretenden lo mismo: llamar la atención de los reunidos de que algo extraordinario está sucediendo. Y notamos que tanto el viento como el fuego eran los elementos que solían acompañar las manifestaciones de Dios en el AT (Exo. 3:2; 24:17; 2 Sam. 5:24; Eze. 1:13) y por eso es que los discípulos pensaron que se hallaban ante una epifanía, la prometida por Jesús pocos días antes, al anunciarles que serían bautizados en el Espíritu Santo.

Esta venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana en el día de Pentecostés es comparable con la venida del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo (Luc. 3:22). La guía divina en términos del Espíritu Santo es un énfasis que ocurre una y otra vez en Los Hechos (2:4, 17, 33, 38; 4:8, 31; 5:3; 6:3, 5; 7:55 s.; 8:17, 29; 10:19; 11:12, 15 s.; 13:2, 4; 15:8, 28; 16:6; 19:2, 6; 20:23; 21:11; 28:25).

Esta presencia divina no se presenta siempre como la intervención del Espíritu Santo. Por ejemplo, en la historia de Felipe y el eunuco hay un intercambio entre Un ángel del Señor (8:26) que envió a Felipe por el camino de Jerusalén a Gaza y el Espíritu que dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro” (8:29). Aparentemente fue el mismo Espíritu (el Espíritu del Señor) que arrebató a Felipe después del bautismo del eunuco (8:39). En la conversión de Pablo fue Jesús quien habló directamente a Pablo (9:4, 5), y el Señor Jesús quien habló a Ananías (9:10, 15, 17); se menciona sólo indirectamente al Espíritu Santo (9:17).

La importancia mayor del Espíritu Santo (especialmente en la primera mitad de Los Hechos) es comparable con el mismo énfasis en el Evangelio de Lucas. En el Evangelio se muestra que Juan el Bautista había de ser lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre (Luc. 1:15). El Espíritu Santo había de venir sobre María y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra (Luc. 1:35). Elisabet y Zacarías fueron llenos del Espíritu Santo (Luc. 1:41, 67). El Espíritu estaba sobre Simeón, quien vio en Jesús la salvación de Dios para todos los pueblos (Luc. 2:51 s.). El Espíritu Santo vino con gran poder sobre los discípulos quienes lo estaban esperando el día de Pentecostés, pero esto no se debe entender como la primera venida del Espíritu Santo. Ni tampoco fue la primera vez que los discípulos (como personas individuales) fueron llenos del Espíritu Santo. El AT da testimonio a la actividad del Espíritu en toda la historia del hombre; y en el NT la actividad del Espíritu se presenta como estando relacionada con los eventos del AT en la vida y el ministerio de Jesucristo (como se ve en los Evangelios). Dios nunca ha dejado al mundo que él creó sin su presencia santa (el Espíritu Santo).

La gran liberación del poder en el día de Pentecostés en ninguna manera debe ser minimizada, pero es evidente que ello no sobresalió tan distintivamente durante el primer siglo como para algunos grupos cristianos de hoy día. Este día no se menciona en ningún escrito de los existentes del primer siglo fuera del cap. 2 de Los Hechos. Era el día de la resurrección y no el de Pentecostés el que sobresalía. Sin la resurrección de Jesús no hubiera habido un Pentecostés cristiano. Y además se encuentran en Los Hechos otros acontecimientos comparables a aquello del Pentecostés. Cuando el evangelio alcanzó a Cornelio (cap. 10) y algunos seguidores de Juan el Bautista (cap. 19), también había efusiones semejantes a aquella en Jerusalén. Estas etapas mayores del progreso en la expansión del evangelio entre grupos nuevos fueron autenticados por el Espíritu Santo con manifestaciones vigorosas.

Resumen de los pensamientos sobre la importancia de Pentecostés. Básicamente el AT es la historia del llamamiento y la creación de Israel. Hablando precisamente, Dios no llamó a Israel; llamó a personas para que conformaran Israel. Una nación no tiene oídos y no puede ser llamada. Dios habla a individuos; sus llamados son de persona a persona y no de central a central. Llama a individuos para que lleguen a ser personas relacionadas con otras personas en la comunidad.

Cuando Adán perdió el rumbo de su verdadero destino, dándose a la falacia de la autosuficiencia, Dios se dio a la creación de un pueblo verdadero para sí. El llamado de Abraham, Isaac y Jacob tenía en vista la creación de un pueblo que fuera su posesión. Cuando el Israel nacional se mostró como carnal, al buscar como Adán el ser suficiente en sí mismo, Dios se volvió a la creación de un remanente. El mismo remanente se mostró como carente de fijeza y finalmente llegó a la concreción de una persona, el verdadero Hijo del Hombre, el verdadero siervo de Dios, Cristo Jesús. Pero, paradójicamente, él vino como una persona individual y como un cuerpo. En él fue creado un nuevo hombre (Ef. 2:15); el verdadero Israel de Dios (Gál. 6:16; Rom. 9:6), la simiente de Abraham (Gál. 3:29); una raza elegida, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 Ped. 2:9).

El propósito de Dios al crear en Israel a su pueblo, expuesto a lo largo del AT, es una historia continuada en el NT. En Cristo, Dios ha venido a llamar y crear a su pueblo. La comunidad de personas en Cristo es Israel limpiado y constituido. La iglesia en el NT es una nueva creación, pero en cierto sentido es el Israel reconstituido. Abraham, Isaac y Jacob se sentarán junto con Pedro, Santiago y Juan, así como las gentes del oriente y del occidente (Mat. 8:11). Este verdadero Israel es la iglesia, la ekklesía 1577 de Dios.

Llenos del Espíritu Santo. Ya que el significado de lo que quiere decir ser “lleno del Espíritu Santo” o “la plenitud del Espíritu Santo” es un problema candente entre los cristianos interesados en la vida espiritual, vamos a examinarlo un poco más a fondo. Vale la pena mencionar que no hay que confundir la presencia del Espíritu Santo con las señales exteriores. La venida del Espíritu fue acompañada por un sonido semejante al de un movimiento violento de viento. Los exégetas tempranos reconocían que Lucas no estaba describiendo el sonido del viento sino algo semejante a una ráfaga de un viento poderoso. Ni tampoco dice Lucas que lenguas de fuego aparecieron a los discípulos sino que les aparecieron lenguas como o similares al fuego. Estas señas perceptibles y visibles fueron solamente un fenómeno pasajero; la presencia y el poder del Espíritu Santo eran la realidad permanente e importante.

La creencia en la presencia del Espíritu se basaba sobre una experiencia. No era una mera doctrina que los discípulos buscaban perpetuar; más bien era una experiencia personal que no podían dejar de proclamar. Se encontraron a sí mismos conscientes de una Presencia, diciendo y haciendo cosas que les ocurrían a ellos y a otros debido a un poder irresistible que les mandó hacer o decir cosas que nunca habían contemplado previamente.

La frase “plenitud del Espíritu” es una forma de expresar una verdad que, a través del NT, se expresa también de otras maneras. Describimos el mismo fenómeno cuando hablamos de ser bautizados en o con el Espíritu Santo, la venida del Espíritu Santo en o sobre alguien, la vida cristiana victoriosa, el señorío de Cristo y el ser crucificado con Cristo y resucitado con él. La frase que utilizamos para expresar la vida ideal depende de nuestro punto de vista. Vista en su relación con el pecado, la tentación y la preocupación, la vida cristiana es la vida cristiana victoriosa. Vista en su relación con Cristo, es el señorío de Cristo. Vista en su relación con el Espíritu Santo, es la plenitud del Espíritu. Un autor opina que el ser lleno del Espíritu es o debe ser “la vida cristiana normal”.

En el día de Pentecostés todos los discípulos que estaban presentes fueron llenos del Espíritu Santo (v. 4). Pero esta misma expresión describe también a Juan el Bautista, Elisabet, Zacarías, Esteban y Bernabé. Antes y después de Pentecostés, el pueblo de Dios fue lleno del Espíritu Santo. Esta plenitud sí era pentecostal, pero también prepentecostal y postpentecostal. En el NT se nos dice específicamente cómo esta plenitud del Espíritu Santo afectaba las vidas y el ministerio de aquellos que fueron así llenados.

Juan el Bautista fue lleno con el Espíritu Santo y predicó. No predicó en sonidos extáticos consistiendo en pronunciaciones ininteligibles, sino en lenguaje tan sencillo que todo el mundo podía entender. Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó… (Luc. 1:67). Lucas nos presenta el contenido de su profecía. Era proclamación inspirada, predicación inteligible. Zacarías no estuvo presente el día de Pentecostés. Era un sacerdote judío que oficiaba en el templo judío. Fue lleno con el Espíritu Santo antes de Pentecostés, antes del nacimiento de Jesús y antes del nacimiento de Juan el Bautista. Fue lleno del Espíritu Santo y así fue habilitado para adorar a Dios, vivir en santidad y rectitud y predicar las buenas nuevas de redención. Esteban fue un hombre lleno… del Espíritu Santo (Hech. 6:5). La primera cosa que aprendemos de Esteban es que era uno de los siete escogidos para atender las necesidades materiales de los pobres. Más tarde notamos que él predicó, no en expresiones ininteligibles de lenguas extrañas, sino en palabras simples y comprensibles. Bernabé es otro hombre de quien leemos que era lleno del Espíritu Santo (Hech. 11:24). La primera cosa que conocemos de Bernabé es que vendió un campo y entregó la cantidad total a la iglesia para el bienestar de los pobres (Hech. 4:37). Esto es la espiritualidad verdadera. Esto es un fruto de un hombre lleno del Espíritu. Ser lleno del Espíritu Santo no significa que Bernabé era sin pecado o que era un hombre perfecto. El falló en Antioquía, junto con Pedro, cuando se retraía de comer en la misma mesa con los hermanos incircuncisos (Gál. 2:11–14). Ser lleno del Espíritu Santo no hizo a Bernabé un hombre perfecto y sin pecado. Ni, que sepamos, habló en lenguas; pero sí el Espíritu Santo lo hizo un hombre bueno en hecho y en palabra.

Ser lleno del Espíritu Santo no es un privilegio restringido o exclusivo de unos cuantos favorecidos. No era una segunda bendición, reservada para el Pentecostés o para algunos selectos en cualquier época o para quienes se consideran pertenecientes a una genealogía pentecostal. El ser llenos del Espíritu Santo no produjo una vida sin pecado. El ser llenos del Espíritu Santo no produjo necesariamente lenguas ininteligibles y un orgullo personal sobre una excelencia o superioridad espiritual asumida.

¿Cuáles, pues, son las señales verdaderas de la plenitud del Espíritu Santo? Un estudio del libro de Los Hechos sugiere, por lo menos, algunas de las siguientes indicaciones de que uno está lleno del Espíritu: manifestar el carácter de Cristo, llevar una vida de testimonio, estar bajo la dirección del Señor, ejercer eficientemente los dones del Espíritu, espontaneidad en la vida y una conciencia de la presencia de lo divino. Los que estaban llenos del Espíritu Santo se dieron a sí mismos en servicio humilde y en sacrificio: el evangelio para los perdidos, comida para los hambrientos, apoyo para los oprimidos (Luc. 4:18, 19).

Hablar en lenguas. El hablar en lenguas es un asunto mencionado en el NT solamente en el libro de Los Hechos y 1 Corintios. En cuanto a Marcos 16:17, no se encuentra en los manuscritos más viejos y dignos de confianza y se cree que fue añadido más tarde durante la transmisión del texto. Leemos distintas lenguas y lenguas en Hechos 2:4; 10:46 y 19:6. Los caps. 12–14 de 1 Corintios tratan principalmente con una forma de lenguas en Corinto que no es semejante al fenómeno en Pentecostés (Hech. 2). No hay un término griego en el NT para lenguas desconocidas.

Lucas nos informa de un acontecimiento asombroso en Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés después de la muerte y resurrección de Jesús. No sabemos realmente qué sucedió en Pentecostés. Lo cierto es que los discípulos tuvieron la experiencia de que el poder del Espíritu Santo inundaba sus vidas como nunca antes. Debemos recordar que Lucas no fue testigo ocular de esta parte de Hechos y que probablemente estaba transmitiendo una historia que había escuchado en su investigación (Luc. 1:1–4). Si fuera que Lucas empleara fuentes extrabíblicas o no, el cap. 2 pertenece a Los Hechos como nos ha llegado y es apropiado procurar comprenderlo como está en el texto. En Hechos 2 el don de lenguas se ve como un milagro de cierta clase, fuera del hablar, o del oír o de ambos. En Jerusalén estaban reunidos peregrinos judíos, habiendo llegado de muchos países con sus diferentes fondos lingüísticos. Lo que los asombró era que cada uno podía entender en el lenguaje o dialecto de su nacimiento (v. 8). Lucas da énfasis al hecho del entendimiento sin explicar cómo fue posible. Explicarlo sobre bases de acuerdo con la historia natural, por ejemplo, que se hablaban varios lenguajes conocidos (como si no fuera un milagro), no parece ser el propósito de Lucas. La sorpresa de la gente no ocurrió porque encontró en uso varios lenguajes, en vista que era una experiencia común en aquel entonces como hoy en día en el Medio Oriente. Lucas indica que era el don del Espíritu Santo y no la competencia lingüística de la gente la que hizo posible la comprensión en esta ocasión.

Lucas intenta presentar un milagro. Era el Espíritu Santo quien, al comenzar ellos a hablar en distintas lenguas… les daba que hablasen (v. 4). Pedro rechazó la acusación infundada de embriaguez e identificó la experiencia como el cumplimiento de la promesa que se encuentra en el profeta Joel, quien predijo la efusión del Espíritu en los últimos días, llevada a cabo por profecía, que quiere decir predicación inspirada (2:15 ss.). Pedro interpretó esto en términos de la predicación inspirada y evangelística que fue diseñada para que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (vv. 17–21). Esto no implica lo que algunos carismáticos han concluido: un éxtasis en masa de parte de los discípulos que incluye erupciones de hablar en lenguas.

El énfasis real de Lucas en Hechos 2 es sobre el don del Espíritu Santo, y sólo secundariamente sobre las lenguas. Los fenómenos del ruido como de viento violento, las lenguas como de fuego y el hablar en lenguas, pretenden lo mismo: llamar la atención de los reunidos a que algo extraordinario está sucediendo. Su finalidad era servir de consuelo a los fieles al verse así favorecidos con la presencia del Espíritu Santo, y al mismo tiempo llamar la atención y provocar el asombro de los infieles, disponiéndoles a la conversión (8:18, 19; 1 Cor. 14:22). Lo que sí emerge con fuerza es que el énfasis de Lucas es sobre el Espíritu Santo, y no primariamente en el medio que fue dado en ese momento. Las lenguas, en el patrón y sentido de Pentecostés, cesaron; el Espíritu permanece.

Solamente dos veces fuera del cap. 2 se mencionan las lenguas en el libro de Los Hechos: en Cesarea (10:46) y en Efeso (19:6). En cada caso el enfoque principal es sobre el Espíritu Santo: el don de lenguas representa sólo una manifestación de la presencia del Espíritu. Puede ser importante que cada una de las tres citas del don de lenguas cae en una ligazón importante en el progreso del evangelio: (1) De los judíos de Jerusalén en Pentecostés (cap. 2) a (2) la casa de Cornelio en Cesarea (cap. 10) y (3) a los seguidores de Juan el Bautista (cap. 19) quienes debieran haber seguido a Jesucristo. No hay certidumbre tocante a la naturaleza precisa de las lenguas en Cesarea y Efeso, si fueron semejantes a las lenguas comprensibles en Pentecostés o fueron como las lenguas ininteligibles en Corinto. Aparentemente no hubo una barrera lingüística en Cesarea y Efeso como fue el caso en Jerusalén, y por eso no había necesidad de un milagro de comunicación como en Jerusalén. Esto favorece un paralelo con Corinto más bien que con Jerusalén, pero no es demostrable. Lucas dice que los de Cesarea les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios (10:46), y los de Efeso hablaban en lenguas y profetizaban (19:6). Por lo menos glorificar a Dios parece implicar hablar en forma inteligible; y en 1 Corintios profecía se distingue de lenguas; esto siendo ininteligible y aquello inteligible. El fenómeno en Cesarea y Efeso podía corresponder al de Corinto y representar un punto medio entre las lenguas de Jerusalén y las de Corinto. Lo que sí es claro es la distinción aguda entre las lenguas en Pentecostés y en Corinto.

Aparte de Hechos, el fenómeno de las lenguas se conoce en el NT sólo en 1 Corintios 12–14. Si las lenguas representan el don supremo del Espíritu, como opinan algunos carismáticos, parece extraño que Jesús mismo, el portador del Espíritu, no utilizaba este don. Al contrario, Jesús despreciaba las vanas repeticiones y la palabrería como algo pagano y no apropiado para la oración del pueblo de Dios (Mat. 6:7). Algunas veces se guardaba silencio (Mat. 27:14; Mar. 15:4 s.; Luc. 23:9; Juan 19:9 s.), pero nunca se declaraba en sonidos extáticos e ininteligibles. El se conmovió en espíritu y se turbó (Juan 11:33), pero esto no es lenguas. Fue una expresión inarticulada de profunda emoción, una experiencia humana universal bajo presión. Cuando Jesús hablaba era en el lenguaje de la gente que estaba frente a él, directo, sencillo y profundo en significado como se nota en las bienaventuranzas y las parábolas.

Es notable que de todas las cartas de Pablo, solamente en 1 Corintios se encuentra algún rastro de las lenguas. Pablo hablaba mucho del Espíritu Santo y poco de las lenguas. En Romanos, por ejemplo, se encuentra mucha atención en cuanto al Espíritu Santo (Rom. 5:5; 7:6; 8:2, 6–14, 26, 27; 14:17), pero Pablo nunca menciona las lenguas. Gálatas nos presenta instrucciones para aquellos que son espirituales (Gál. 6:1) y describe el fruto del Espíritu (Gál. 5:22), pero no dice nada de las lenguas.

En 1 Corintios 12–14 el hablar en lenguas se trata como un problema y no como una señal de excelencia. Pablo no escribió para animar a la iglesia a que pusiera más énfasis en las lenguas, sino para alcanzar el control del problema (1 Cor. 14:27). Pablo no anima el hablar en lenguas, sino que avisa contra varios peligros relacionados con las lenguas y establece varios controles para que la práctica no pudiera exagerarse demasiado. Se abstuvo de abolir la experiencia de hablar en lenguas, pero la clasificó como el menor de los dones del Espíritu y predijo: … cesarán las lenguas (1 Cor. 13:8).

Pablo contempló las lenguas como una amenaza triple para el movimiento cristiano: (1) A la fraternidad de la iglesia; (2) a las personas que hablaban en lenguas; (3) a la influencia de la iglesia en el mundo. En 1 Corintios 12 se describe a la iglesia como el cuerpo de Cristo, haciendo hincapié en la diversidad de dones espirituales y en la provisión del Espíritu para ambos, la unidad y la variedad en la iglesia. Sin embargo, una lectura rápida de 1 Corintios expone la amplitud del problema en Corinto. Había orgullo espiritual, celos y rivalidad sobre los dones espirituales. El cap. 14 indica que mucho del problema se debió al hablar en lenguas.

El cap. 13 de 1 Corintios, el gran capítulo del amor, fue compuesto precisamente para confrontar el problema de las lenguas. El amor es el camino más excelente (1 Cor. 12:31); y sin amor, hablar en lenguas de hombres y de ángeles es nada más que un sonido vacío (1 Cor. 13:1). El amor es el camino excelente y supremo de Dios. Al contrario, cesarán las lenguas (1 Cor. 13:8). El amor de Dios es la carretera sin fin; las lenguas son un callejón sin salida. Algunos dones, como el de conocimiento, cederán a algo más maduro, como el habla de un niño cede al habla de un hombre, o como la reflexión en un espejo cede a un encuentro cara a cara; pero no hay tal promesa en cuanto a las lenguas. Simplemente cesan.

El cap. 14 aclara las limitaciones para lo bueno del hablar en lenguas y también su potencial hacia el abuso y el daño. A lo mejor, uno que hable en lenguas habla a Dios pero no a los hombres, porque nadie le entiende (1 Cor. 14:2). Se compara las lenguas con la profecía, que es el hablar inspirado que edifica, exhorta y consuela (14:3). Las lenguas son concentradas en sí mismas, el que habla está interesado en su propio bien; al contrario, la profecía se usa para la edificación de la iglesia (14:4). El énfasis principal de Pablo en 14:1–19 y en cualquiera otra parte es que el cristiano debe buscar el don de profecía antes que el don de lenguas. El sonido extático e ininteligible con su egoísmo es un pobre substituto para la preocupación de amor en hablar en palabras que fortalezcan y unifiquen a la iglesia.

Otro peligro que encontramos en el uso de las lenguas es el testimonio de la iglesia para los que están fuera de ella. Para ellos el hablar en lenguas es locura (1 Cor. 14:23). Son sin sentido para los visitantes no acostumbrados a tal actividad (14:16), y alejan a los forasteros. A lo mejor, las lenguas representan un misterio para ellos (14:22); o lo peor, se persuaden a sí mismos que la iglesia crea locura (14:23).

Entonces podemos concluir que Pablo nos da tres razones para la superioridad de la profecía (quiere decir predicación inspirada) sobre el hablar en lenguas: (1) La predicación es superior porque edifica a la iglesia; (2) la predicación es superior porque puede ser entendida por todo el mundo; (3) la predicación es superior porque puede ser usada por el Espíritu Santo para ganar a la gente perdida para Jesucristo.

ARMANDO UN BOSQUEJO PARA PREDICAR
Una sorpresa bienvenida
Hechos 2:1–3
Introducción: Todos hemos tenido la experiencia del anuncio de la visita de un familiar o de una persona importante. Los días previos a la visita arreglamos la casa, los muebles y vigilamos que todo esté en orden. Pensamos en las cosas que esperamos decir o en las actividades que desarrollaremos con esa persona. Así fue con los discípulos. En obediencia y oración estaban esperando la llegada del Espíritu Santo.
I.   El tiempo de la venida
1.  El significado de Pentecostés
2.  El significado de tener a todos reunidos

II.  Las expresiones sobrenaturales
1.  El estruendo del cielo
2.  Las lenguas como de fuego
3.  Los idiomas distintos

III. Las reacciones de los presentes
1.  Atónitos y perplejos: ¿Qué quiere decir esto?
2.  Escépticos: Están llenos de vino nuevo

Conclusión: Después que hemos tenido la visita de una persona importante, siempre reflexionamos sobre lo que se hizo y lo que se dijo, y consideramos los cambios que resultan de esa visita. ¿Ha venido el Espíritu Santo a su vida?
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