viernes, 1 de abril de 2016

Gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nuestros pecados. De este modo nos libró de la presente época malvada

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6





Nos preparamos para enseñar a las ovejitas que nos fueron encargadas por el Pastor de los pastores
PABLO ES CONSCIENTE DE SU LLAMADO Y DE SU CARGO
Gálatas 1:1-5
1 Pablo, apóstol -no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y de Dios Padre, quien lo resucitó de entre los muertos- 2 y todos los hermanos que están conmigo; a las iglesias de Galacia: 3 Gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo,  4 quien se dio a sí mismo por nuestros pecados. De este modo nos libró de la presente época malvada, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, 5 a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 
Preparando el terreno de la amonestación

ATMÓSFERA CARGADA
Gálatas 1:1–5

La atmósfera espiritual está pesada. Está caliente y sofocante. Amenaza una tormenta. El cielo se está oscureciendo. A la distancia se pueden ver los relámpagos y se pueden oír truenos distantes. 

Cuando se lee cada línea de Gálatas 1:1–5 a la luz de la ocasión y el propósito de la carta, uno detecta inmediatamente la turbulencia atmosférica. El apóstol está muy agitado, está profundamente conmovido, aunque en perfecto control de sí mismo, ya que escribe bajo la dirección del Espíritu Santo. Su corazón y mente están llenos de variadas emociones. 

Contra los corruptores tiene graves denuncias que surgen de una indignación santa. Para los destinatarios hay una marcada desaprobación y un fuerte deseo de que sean restaurados. Y para Aquel que lo llamó hay un respeto profundo y una humilde gratitud.

Por cierto, en estas líneas introductorias también se ve una cierta medida de reserva. Los relámpagos más refulgentes y los estruendos más ensordecedores de los truenos están reservados para más tarde (Gálatas 1:6–9; Gálatas 3:1, 10; Gálatas5:4, 12; Gálatas 6:12, 13). No obstante, aun ahora la tormenta se acerca definitivamente. Esto se mostrará en conexión con cada uno de los elementos de esta introducción: 

a. La manera en que el remitente se describe a sí mismo, 
b. la manera en que nombra a los destinatarios, y 
c. la claúsula calificativa, por medio de cual amplía la salutación.

1.      Pablo, un apóstol. El es un enviado, un comisionado (cf. Jn. 20:21), un apóstol en el sentido más profundo y pleno, revestido con toda la autoridad de Aquel que lo envió. Su apostolado es igual que el de los doce. Por tanto, hablamos de “los doce y Pablo”. En otra parte aun hace hincapié en el hecho de que el Salvador resucitado y exaltado se le apareció a él tan ciertamente como a Cefas (1 Co. 15:5, 8; cf. Gálatas 9:1). El Salvador le había entregado una tarea tan amplia y universal que toda su vida en adelante iba a ser ocupada en ella.

Pablo añade a las palabras “Pablo, un apóstol” un modificativo muy importante, que inmediatamente indica el tema de toda la carta. Entre los hombres no inspirados la introducción no siempre introduce. En realidad, a veces confunden. Pero aquí hay una introducción que realmente introduce, porque las palabras no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y Dios el Padre sólo pueden significar una cosa: “mi apóstolado es genuino; por tanto, lo es también el evangelio que proclamo, ¡no importa lo que digan los judaizantes que os perturban! Soy un emisario designado divinamente”. 

Como ya hemos dicho, los oponentes de Pablo se habían infiltrado en las iglesias de Galacia del sur, y estaban calumniando su apostolado a fin de mostrar que su evangelio no procedía de Dios. 

Acusaban—o por lo menos insinuaban—a Pablo de tener un oficio o comisión apostólica que no procedía de Dios, sino de los hombres, quizá de la iglesia de Antioquía de Siria, como si esta iglesia hubiera actuado sin la guía o autorización divina (Hch. 13:2); o bien, lo acusaban de que, admitiendo su origen divino, su apostolado le había sido trasmitido por medio de este o aquel hombre (¿Ananías o un apóstol?), implicando que en el proceso de trasmisión ello fue modificado y adulterado sustancialmente.

Pablo responde con una doble e inequívoca negación. No sólo recibió su oficio del Jesús histórico, que a la vez es el Ungido, sino que Jesucristo mismo en persona le confirió esta alta distinción. Por tanto, Pablo es un apóstol por medio—no sólo de—Jesucristo. Además, dado que Jesucristo como el Hijo es uno en esencia con el Padre (Jn. 1:1; 10:30), y que como el Mediador siempre ejecuta la voluntad del Padre (Jn. 4:34; Juan 5:30, etc.), el apostolado de Pablo es, entonces, por medio de Jesucristo y Dios el Padre.

Está claro lo que se da a entender: Dado que el mensaje de Pablo está respaldado por autoridad divina, los que le rechazan a él y a su evangelio rechazan a Cristo y por tanto al Padre que lo envió y quien lo rescuitó de los muertos. Los detractores se oponían a Aquel que había sido ensalzado por el Padre. El Padre, en base a la obra de redención que Cristo consumó, puso sobre él su señal de aprobación por medio de resucitarle de los muertos, y de esta forma lo nombró como el Salvador completo y perfecto, cuya obra no necesita y no puede ser suplementada. ¡Este mismo Cristo desde su exaltada posición en el cielo, había llamado a Pablo para ser apóstol!

El libro de Hechos confirma el origen divino de la misión de Pablo, pues relata cómo Cristo mismo se le apareció a Pablo (Gálatas 9:1–5; Gálatas 22:1–9). Es cierto que fue Ananías el que estimuló a Pablo en cuanto a su comisión (Hch. 22:15); sin embargo, o: 
a. Ananías comunicó a Pablo su misión tan exactamente que el último podía combinar las palabras de Jesús con las de Ananías como si todo hubiera sido dicho por Cristo mismo, o bien (lo que es más probable) 
b. Cristo directamente le entregó primero la comisión misma, y no Ananías primero. Como sea que interpretemos Hch. 26:12–18, Gá. 1:1 sigue cierto. Véase también sobre Gá. 1:16.

2.      Pablo añade, y todos los hermanos que están conmigo. Estas palabras se han interpretado de tres maneras diferentes: 

a. “todos los creyentes aquí desde donde os estoy escribiendo esta carta”. Los que apoyan este punto de vista hacen hincapié en el hecho de que “hermanos” es una palabra muy común, usado muy a menudo para señalar a los cristianos en general (1 Ts. 1:4; 2:1; 1 Co. 5:11; 6:5–8; 8:12; etc.). 

Otros añaden que de ser cierto que esta carta fue escrita desde Corinto en los primeros días de trabajo allí, es muy posible que todavía no había una iglesia organizada, aunque ya habían algunos creyentes o hermanos. La interpretación 

b. es: “todos los mencionados bajo el punto a. (arriba) más todos los miembros de la delegación de Galacia que están conmigo”. Los que apoyan este punto de vista señalan que Pablo debía haber recibido su información sobre la situación de las iglesias de Galacia de alguna fuente fidedigna (cf. 1 Co. 1:11), quizá por mano de una delegación que enviaran los oficiales de estas iglesias, quienes deseaban que se enterara de lo que estaba pasando, y quienes deseaban beneficiarse de su consejo. La teoría 
c. dice así: “todos mis compañeros de trabajo que están aquí conmigo”. Los que apoyan esta interpretación señalan a una frase similar en Fil. 4:21, donde se refiere a los ayudantes que tenía en Roma, a distinción de “todos los santos”, es decir, todos los cristianos residentes en Roma que menciona el versículo siguiente. 

Además, opinan que un misionero itinerante como Pablo, que queda en un lugar por algún tiempo y después sigue camino, difícilmente se hubiera referido a los residentes del lugar como “todos los hermanos que están conmigo”. 

No obstante, si examinamos más de cerca este argumento, nos daremos cuenta de que no es tan fuerte como parece. La distinción que se hace en Fil. 4:21, 22 entre los ayudantes de Pablo y los cristianos residentes en Roma es del todo natural en una ciudad (Roma) donde existía un fuerte número de hermanos y una iglesia que había sido fundada mucho antes que Pablo llegara. 

Pero en Corinto, (lugar donde probablemente se escribió Gálatas en su segundo viaje misionero,  

A), donde la obra recién empezaba y donde el número de hermanos haya sido reducido, el apóstol sin problema podría haberse referido a este pequeño grupo de creyentes como “todos los hermanos que están conmigo”. 

La palabra todos, además, da a entender unanimidad de pensamiento, más bien que inmensidad numérica. Aun si hubiera habido sólo diez o veinte convertidos, mientras no hubiera desacuerdo entre ellos, el apóstol todavia habría podido escribir en el nombre de “todos los hermanos que están conmigo”. 

Nuevamente, en cuanto a los compañeros, que según la teoría c. estaban con Pablo, contesto que si el tiempo y lugar desde el cual se escribió la carta es el que hemos supuesto, entonces la presencia de ayudantes en una cantidad considerable es muy dudosa. 

Un solo acompañante fue con Pablo en su segundo viaje misionero desde el principio, a saber, Silas; un poco después se les unió Timoteo (Hch. 15:40–16:3). Lucas también estuvo con ellos por un tiempo, pero después les dejó (Hch. 16:10–17). 

Ya no estaba con ellos cuando Pablo llegó a Corinto, y no se juntó con él hasta que Pablo llegó a Troas (Gálatas 20:5), cuando volvía de su tercer viaje misionero. Como ya hemos indicado, cuando se escribió Gálatas probablemente ni Silvano ni Timoteo estaban con Pablo. Considerándolo bien, parece que el verdadero significado de las palabras “todos los hermanos que están conmigo” está en la teoría a. o posiblemente en la b., más bien que en la c. Sin embargo, no podemos llegar a una certeza absoluta en este punto.

Lo que muchas veces se olvida es la lección principal. Parece que la lección es ésta, que aunque es cierto que Pablo solo—no Pablo con estos hermanos—es el escritor de esta carta (nótese el uso constante de la primera persona singular: Gá. 1:6, 10–17, etc.), con todo, antes de escribirla y enviarla, él consideró con todos los hermanos el asunto que trataría en ella. 

El consenso fue tan unánime en cuanto al método que Pablo proponía usar al tratar tan delicado problema, que el apóstol escribe en el nombre de todos. Moraleja: cuando sea necesario enviar una carta que contenga una fuerte reprimenda, se debe discutir el asunto con quienes tengan el bienestar de Sion en sus corazones, siempre y cuando esto se puede hacer sin violar confianzas y sin comprometer los principios establecidos en Mateo 18. 

Si siempre se observara esta regla, ¡qué diferente sería el producto final! Es verdad que Pablo escribía bajo la guia infalible del Espíritu Santo. Pero aun así, la obra de inspiración se ejecuta a través de medios también. Opera orgánicamente no mecánicamente. Además, el corazón amante de Pablo lleno del deseo vivo de corregir a los gálatas, hizo uso de todo medio lícito para lograr su meta, y uno de estos medios era grabar en los destinatarios que los mismos temores que él tenía en cuanto al camino que ellos estaban tomando, él los compartía con todos los hermanos que estaban con él.

Los destinatarios son nombrados de la siguiente manera: a las iglesias de Galacia. Todo otro modificativo recomendatorio se omite, tales como “amados de Dios” (cf. Ro. 1:7). “santificados en Cristo Jesús” (cf. 1 Co. 1:2), “santos y creyentes” (Ef. 1:1). El apóstol ama, pero no cree en la adulación. La atmósfera permanece tensa.

Nota: iglesias tanto aquí como en 1:22. Pablo reconoce la autonomía de la iglesia local. Sin embargo, tiene plena consciencia de que todos los creyentes de todas partes constituyen un cuerpo en Cristo, una iglesia (1:13). Pablo guardaba un equilibrio perfecto, ¡una lección para todos los tiempos! Ya hemos establecido que todas estas iglesias estaban localizadas en la parte sur de la provincia romana de Galacia.

3. La salutación propiamente dicha es como en Ro. 1:7; 1 Co. 1:3; 2 Co. 1:2; Ef. 1:2 y Fil. 1:2: gracia a vosotros y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. 
Aunque es verdad que el apóstol no encuentra en las iglesias de Galacia mucho que alabar pero sí mucho de que lamentarse, esto no quiere decir que los abandona como sin remedio. Lejos de eso. Véase Gálatas 5:10a; cf. Gálatas 4:19, 20. Aunque está “perplejo” en cuanto a ellos, todavía los considera comunidades cristianas, así que tiene todo el derecho de extenderles esta salutación. 

Gracia, el término que aquí se usa, significa el favor espontáneo e inmerecido de Dios en acción, la operación de su benevolencia derramada libremente dando la salvación a pecadores que tienen un sentido de culpabilidad y que corren a él en busca de refugio. 

Es como si fuera el arco iris alrededor del trono mismo de Dios, desde el cual salen relámpagos y truenos (Ap. 4:3, 5). Pensamos en el Juez que no sólo perdona la pena, sino que cancela la culpa del ofensor, e incluso lo adopta como su propio hijo. La gracia trae paz. 

Es tanto un estado (el de reconciliación con Dios) como una condición (la convicción interior de que por la reconciliación todo está bien). Es la gran bendición que Cristo otorga a la iglesia por su sacrificio expiatorio (Jn. 14:27), y sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). No es la proyección de un cielo despejado en las tranquilas aguas de un lago pintoresco, sino la hendidura de la peña, en que el Señor esconde a sus hijos cuando ruge la tormenta (pensemos en el tema de la profecía de Zacarías); o, para cambiar un poco la figura, aunque reteniendo la idea principal, las alas bajo las cuales la gallina esconde a sus polluelos para que estén protegidos mientras ella recibe toda la furia de la tormenta.

Ahora bien, esta gracia y esta paz tienen su origen en Dios nuestro Padre (¡qué palabra más preciosa, pues expresa nuestra apropiación e inclusión!) y fue comprada para los creyentes por aquel que es su gran Amo, Propietario, y Conquistador (“Señor”), Salvador (“Jesús”) y Oficial Designado (“Cristo”), y quien, en virtud de su triple unción, “puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios” (Heb. 7:25).

Para más detalles sobre ciertos aspectos de las salutaciones con las que Pablo empieza sus cartas, véase 1 Ts. 1:1; Fil. 1:2; 1 Ti. 1:1, 2; y Tit. 1:1–4.

4. En las demás cartas las salutaciones mismas son bastante breves. Después de leer las palabras “de Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo”, sorprende que aquí se añada un modificativo que está calificando a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Es evidente que, en armonía con el propósito y la ocasión de la carta, debe haber una razón para que Pablo añada aquí: Quien se entregó a Sí Mismo por nuestros pecados, para que nos rescatase de este mundo presente dominado por el mal. 

La razón es que la atmósfera continúa pesada. Se hace énfasis en la grandeza y nobleza que adornan la acción de entregarse a sí mismo por parte de Cristo, a fin de poner en alto relieve lo atroz que era el pecado de aquellos que enseñan que este sacrificio supremo tiene que ser suplementado con las obras de la ley. 

Cristo se entregó a aflicciones y escarnio, y a la maldición de la muerte eterna durante toda su vida aquí, pero especialmente en Getsemaní, Gabata y el Gólgota. Dio su vida por sus ovejas. Nadie se la quitó, sino que la dio espontánea y voluntariamente (Jn. 10:11, 17, 18). Lo hizo motivado por un amor incomprensible; por tanto, “por nuestros pecados”, esto es, para librarnos de la corrupción, culpa y castigo que se adhieren a las muchas formas en que, por disposición, pensamiento, palabra y obra, fallamos en dar con el blanco de vivir y existir para la gloria del Dios Trino.

Nótese: “se entregó a sí mismopara que (lo que significa: para que haciéndolo) nos rescatase”. La palabra rescatar es muy descriptiva, pues presupone que los que reciben este beneficio están en un gran peligro del que son totalmente incapaces de librarse. Así José fue rescatado de todas sus aflicciones (Hch. 7:10), Israel lo fue de la casa de servidumbre en Egipto (Hch. 7:34), Pedro lo fue de las manos de Herodes (Hch. 12:11), y Pablo también sería un día liberado o rescatado de las manos de judios y gentiles (Hch. 23:27; 26:17). 

El rescate que aquí se describe (Gá. 1:4) es muchísimo más glorioso, porque 

a. tiene que ver con aquellos que por naturaleza son enemigos del rescatador, y 
b. fue logrado por medio de la muerte voluntaria (en este caso la muerte eterna) del rescatador. 

Uno puede pensar en el nadador que se zambulle en las torrentosas aguas para rescatar al niño que cayó dentro de la corriente y que está por caer en la catarata para su muerte. Pero en el acto de tomar al niño y ponerlo fuera de peligro en un lugar donde algunos brazos amantes lo recibirían, el nadador cae por el precipicio para su muerte. Sin embargo, la comparación es muy imperfecta, porque en el caso de Cristo su sacrificio va más allá de todo entendimiento, ¡y los beneficiados eran totalmente indignos de semejante amor!

Pablo afirma que Cristo se dio a sí mismo para que nos rescatase de este presente mundo dominado por el mal. Pablo usa la palabra aeon para decir mundo. La palabra denota el mundo en movimiento, mientras que kosmos, aunque se usa en diversos sentidos, señala al mundo en reposo. De este modo, aeon se refiere al mundo desde el punto de vista del tiempo y del cambio. Esto es especialmente cierto cuando se agrega el adjetivo presente, como aquí. 

Es el mundo o la era transitoria que sigue apresurado hacia su fin, y en la cual, a pesar de todos sus placeres y tesoros, no hay nada de valor permanente. En contra posición con este mundo o era presente está el mundo venidero, la era gloriosa, la cual será introducida en la consumación de todas la cosas (cf. Ef. 1:21; 1 Ti. 6:17; 2 Ti. 4:10; Tit. 2:12).

El rescate de este mundo presente dominado por el mal es algo progresivo en carácter, y no se completará sino hasta que la última trompeta haya sido tocada. Pero está siendo llevado a cabo cada vez que un pecador es sacado de las tinieblas a la luz y cuando quiera que un santo gane una victoria en su lucha contra el pecado.

Sin embargo, no es suficiente inclinarse en adoración delante del Hijo, como si él solo fuera digno de alabanza y honor por su maravillosa obra de redención, cuando se sacrificó a sí mismo. Por el contrario, el Hijo se dio a sí mismo por nuestros pecados, para rescatarnos, etc. (habiéndose entregado) conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre. 

El Hijo se dio a sí mismo; el Padre—sí, nuestro Dios y Padre—“no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro. 8:32). De hecho, la voluntad—su decreto revelado en el tiempo—del Padre fue realizada en el acto mismo del autosacrificio del Hijo. Por eso ¡el Padre amó al Hijo! (Jn. 10:17, 18; cf. Gálatas 4:34; Gálatas 6:38). Por lo tanto, ¡que los perturbadores recuerden que cuando ellos minimizan la obra del Hijo, también están restándole importancia al Padre!

5. Cuando el apóstol contempla el maravilloso amor de Dios manifestado en la entrega de su amado Hijo, el Unigénito, para nuestra salvación, su alma se pierde entre tanta admiración, amor y alabanza, a tal grado que exclama: a quien (sea)‌‌‌‌ la gloria16 por los siglos de los siglos. Amén. 
Mientras los enemigos malvados minimizan la obra de redención de Dios, Pablo la magnifica, exhortando a todos los hombres a que se unan con él en la alabanza. Tan maravillosa es esta obra que es digna de una alabanza sin fin; por esto, “a quien sea la gloria por los siglos de los siglos”, literalmente: “hasta las edades de las edades”. Pablo reafirma su gratitud personal con un “Amén”, como una y otra vez piensa en el imperecedero y gran amor de Dios, la profundidad insondable de su gracia y misericordia en Jesucristo.

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