domingo, 27 de marzo de 2016

Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitieres los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6






SEMANA SANTA NO ES UNA SEMANA DE SIETE DÍAS: DIOS NOS HA CONCEDIDO VIVIR UNA SEMANA SANTA HASTA QUE ÉL LO DECIDA.
Nos preparamos para enseñar a la congregación
Jesús Resucitado se aparece a sus discípulos
Juan 20:19-23
19 Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las                  puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los            judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 
20 Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se            regocijaron viendo al Señor. 
21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también        yo os envío. 
22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 
23 A quienes remitieres los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les          son retenidos.
Diez discípulos son testigos de vera un Cristo Resucitado


Jesucristo aparece a los discípulos
(Juan 20:19–29)


A. Jesús ante los diez discípulos (Juan 20:19–23)

A pesar de la incipiente fe del discípulo amado (20:8) y del mensaje de María Magdalena, los discípulos estaban escondidos.

1. Su aparición sobrenatural (Juan 20:19–20)

a. Eventos sobrenaturales (Juan 20:19a). 
Los discípulos estaban escondidos y atemorizados por miedo a la persecución. Notemos que dice que las puertas (en plural) estaban cerradas, o sea que había al menos dos, posiblemente la puerta de calle y luego la del aposento alto. Estando éstas bien cerradas por temor a los líderes judíos, aparece Jesús y se pone en medio de los discípulos.

¡Qué sorpresa se habrán llevado estos hombres, quienes estaban allí reunidos por temor de los judíos! Maria Magdalena había manifestado que el cuerpo del Señor había desaparecido. Dos de ellos, Pedro y Juan, se atrevieron a dejar el aposento alto, fueron corriendo al sepulcro y volvieron afirmando que verdaderamente el cuerpo del Señor no estaba en la tumba. María Magdalena luego declara que lo había visto y había hablado con él. Entonces el mismo Señor Jesús, de manera sobrenatural, se presenta ante sus amigos en el aposento alto.

Fue una aparición milagrosa del Cristo resucitado. (No “aparición” en el sentido de que no era real puesto que sí lo fue.) Cristo se plantó en medio de ellos con su propio cuerpo, evidenciando así que estaba vivo y resucitado. Les dejó ver que tenía un cuerpo en cierta manera igual porque reconocieron su rostro, su voz, su mirada, pero a la vez distinto pues se trataba de un cuerpo resucitado.

La Biblia enseña que cuando resucitemos nuestro cuerpo será similar al cuerpo resucitado del Señor Jesús (1 Co. 15). Así como Jesús pudo atravesar paredes y puertas, cuando resucitemos tendremos esa capacidad y sin embargo, será un cuerpo que podremos reconocer.

Lucas relata que Jesús comió pescado asado y un panal de miel (24:42–43). Da gusto ver cómo Dios nos permite un vistazo de lo que será el futuro.

b. Palabras especiales (Juan 19b). 
Jesús calma el temor de sus amigos presentándose ante ellos y diciéndoles: “Paz a vosotros”. En hebreo es una sola palabra repetida: SHALOM, SHALOM, y es un saludo típico que quiere decir: PAZ, PAZ. Fueron palabras muy apropiadas para los pobres discípulos atemorizados.

c. Evidencias incontrovertibles (Juan 20a)
Aunque ellos no pidieron evidencias, de inmediato Jesús les mostró las manos y el costado. El Señor seguramente sabía que, siendo humanos, quizás tendrían sus dudas. Allí estaban las evidencias palpables: las heridas de los clavos que habían traspasado sus manos, y la cicatriz del costado abierto por la lanza romana. Jesús no era una aparición sino que tenía un cuerpo resucitado.

d. Efecto innegable (Juan 20b). 
El efecto en los discípulos fue regocijo y una emoción que seguramente debió de haber sido explosiva. Este es el deseo de Dios para nosotros en el siglo XX. Quien cree que Jesucristo ha resucitado, tendrá paz con Dios y gozo en el corazón (ver Juan 16:20–22).

2. Su comisión a los discípulos (Juan 20:21–23).
Seguidamente Jesús comisiona a sus amigos y con energía y autoridad los envía en una gran misión.

a. El envío (Juan 20:21)
Jesús repite a los discípulos: “Paz a vosotros”, pues seguramente aún estaban alarmados. Ven al Señor resucitado, pero en su mente él todavía estaba muerto. “Paz a vosotros”, dice, y seguidamente les ofrece un enorme consuelo, comisionándolos con la misma tarea con que el Padre lo había enviado a él. Es asombroso que seamos enviados a nuestros vecinos, amigos, seres queridos y a todo el mundo con la misma autoridad y misión con que el Padre envió a Jesucristo.

b. La energía (Juan 20:22)
Cuando el Señor les habla de su tarea, es posible que los discípulos respondieran: “Pero Señor, somos cobardes. ¿No ves que estamos en este aposento con las puertas cerradas porque tenemos temor? Ahora nos envías al mundo, Señor, pero no tenemos fuerza ni energía”. Luego de decir: “Yo os envío …”, Jesús sopló y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.

Nuestra objeción al mandato del Señor quizás también sea que somos cobardes o no sabemos qué decir, pero debemos recordar que hay poder en el Espíritu Santo de Dios. El Señor nos ha enviado a evangelizar a todo el mundo y para ello nos ha dado la energía más poderosa: el Espíritu Santo de Dios. Es el Espíritu por cuyo poder Cristo resucitó de los muertos; el mismo Espíritu Santo que mora en nosotros. Esta energía divina es el sello y la promesa de Dios.

c. La autoridad (Juan 20:23). 
He aquí una frase que produce temor por sus implicaciones, pero es la poderosa autoridad que Jesucristo nos ha dado. En un tiempo fuimos pecadores rebeldes; ahora gozamos de una gran autoridad que no podemos tomar a la ligera. 

Seríamos necios si pretendiéramos usar esta autoridad en forma carnal, pero podemos ejercerla tal como el Señor la ha dado. Cuando, por ejemplo, un alma ha sido guiada a Cristo y con sinceridad ha entregado su corazón a él, uno tiene derecho de decirle: “Sus pecados han sido perdonados por Dios”. 

No es que uno tenga autoridad personal para perdonar pecados sino que por los méritos de Cristo en la cruz uno declara el perdón para el inconverso arrepentido. Por otra parte, también tenemos la autoridad de declarar juicio de Dios sobre aquellos que rechazan a Jesucristo (2 Co. 5:15–16).

Esta autoridad no puede tomarse livianamente ya que está repetida tres veces en el Nuevo Testamento (Mt. 16:19; 18:18). Que Dios nos dé gracia, autoridad y sabiduría para ejercerla en su nombre.

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