miércoles, 6 de abril de 2016

El heredero cuando es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. De igual modo nosotros, cuando éramos niños, éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Estudiemos La Palabra para enseñar en la Congregación
Nuestra adopción en Cristo
Gálatas 4:1-7
4: 1 Digo, además, que entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; 2 más bien, está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. 
3 De igual modo nosotros también, cuando éramos niños, éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo. 
4 Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. 
6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre." 7 Así que ya no eres más esclavo, sino hijo; y si hijo, también eres heredero por medio de Dios. 

Después de la adopción viene la madurez

¡Ya Es Tiempo Que Madures!

Gálatas 4:1–18


Una de las tragedias del legalismo es que da la apariencia de madurez espiritual cuando, en realidad, hace retroceder al creyente a una segunda infancia en su vida cristiana. Los creyentes de Galacia, como la mayoría de los creyentes en la actualidad, querían crecer espiritualmente, pero trataban de hacerlo de una manera errónea. Su experiencia no es muy diferente de la de los creyentes hoy en día que se unen a diferentes movimientos legalistas, esperando llegar a ser mejores cristianos. Aunque su motivo sea correcto, el método es incorrecto.

Esta es la verdad que Pablo procura comunicar a los amados hermanos en Galacia. Los judaizantes los habían fascinado para que pensaran que la ley les haría mejores cristianos. Su vieja naturaleza se sentía atraída por la ley porque les daba oportunidad de hacer cosas y de medir resultados. Al pensar en sus logros y al medirse por ellos, sintieron grande satisfacción y, sin duda, algo de orgullo. Pensaron que estaban avanzando, pero, en realidad, estaban retrocediendo.

Pablo usa tres métodos para convencer a los gálatas de que no necesitan el legalismo para vivir la vida cristiana, porque ya tienen en Cristo todo lo que necesitan.


  Explica su Adopción (Gálatas 4:1–7)

Una de las bendiciones de la vida en Cristo es la adopción (Gálatas 4:5; Efesios 1:5). No entramos a la familia de Dios por medio de la adopción como un chico sin hogar entraría en una familia amorosa en nuestra sociedad. La única manera de entrar en la familia de Dios es por medio de la regeneración, “naciendo de nuevo” (Juan 3:3).
La palabra traducida “adopción” (v. 5), significa colocar como un hijo adulto. Tiene que ver con nuestra posición en la familia de Dios: no somos niños sino hijos adultos con todos los privilegios que esto implica.

Somos hijos de Dios por medio de la fe en Cristo, nacidos en la familia de Dios; y todo hijo es colocado automáticamente como adulto, y como tal posee todos los derechos legales y privilegios correspondientes. Cuando un pecador es salvo por fe en Cristo, en cuanto a su condición, es un niño recién nacido que necesita crecer (1 Pedro 2:2–3); pero en cuanto a su posición, es un hijo adulto que tiene el derecho de participar de los bienes de su Padre y de gozar todos los maravillosos privilegios de hijo.

Entramos a la familia de Dios por medio de la regeneración, pero nos gozamos con la familia de Dios por medio de la adopción. El creyente no tiene que esperar para empezar a gozar de las riquezas espirituales que tiene en Cristo. “Y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7). Ahora sigue la discusión de Pablo acerca de la adopción. 

Recuerda tres hechos a sus lectores:

1. Lo que éramos: niños en esclavitud (Gálatas 4:1–3). 
No importa qué tan rico sea el padre, su hijo que anda a gatas realmente no puede gozar de los bienes. En el imperio romano, los niños de los ricos eran cuidados por esclavos. No importaba quienes fueran sus padres, todavía eran niños bajo la supervisión de un siervo. En efecto, el niño mismo no era tan diferente del siervo que lo cuidaba. El siervo recibía órdenes del amo, y el niño recibía órdenes del siervo.
Esta era la condición espiritual de los judíos bajo la ley. 

La ley era el “ayo” que disciplinó a la nación y la preparó para la venida de Cristo (Gálatas 3:23–25). Así que, cuando los judaizantes hicieron volver a los gálatas al legalismo, no los llevaban solamente a la esclavitud religiosa, sino también a una infancia e inmadurez moral y espiritual.

Pablo declara que los judíos estaban como niños, esclavizados a “los rudimentos del mundo”. La palabra “rudimentos” significa los principios básicos. Por unos 15 siglos, Israel había estado en el jardín de niños y la escuela primaria, aprendiendo su abecedario espiritual, para que estuvieran listos cuando Cristo viniera. Entonces recibirían la revelación completa, ya que Cristo es “el Alfa y la Omega” (Apocalipsis 22:13). El abarca todo el alfabeto de la revelación de Dios al hombre, y es la Palabra final de Dios (Hebreos 1:1–3).

El legalismo, entonces, no es un paso hacia la madurez, sino hacia atrás a la infancia. La ley no fue la revelación final de Dios, sino la preparación de esa revelación final por Cristo. Es importante conocer el alfabeto, porque es el fundamento para entender todo el idioma. Pero, si un hombre se sentara en una biblioteca y recitara el abecedario en lugar de leer las obras grandes de la literatura, demostraría que no es ni maduro ni sabio. Bajo la ley, los judíos eran niños en esclavitud, y no hijos que gozaban de libertad.

2. Lo que Dios hizo: nos redimió (Gálatas 4:4–5)
La expresión “el cumplimiento del tiempo” (v. 4) se refiere a aquel tiempo en el cual el mundo providencialmente estaba listo para el nacimiento del Salvador. Los historiadores nos dicen que el mundo romano aguardaba con gran expectación a un libertador cuando nació Jesús. Las religiones antiguas estaban muriendo; las filosofías antiguas estaban vacías y eran impotentes para cambiar las vidas de los hombres. Nuevas religiones extrañas y místicas estaban invadiendo el imperio. La vida religiosa estaba en bancarrota y el hambre espiritual reinaba por doquier. Dios estaba preparando al mundo para la llegada de su Hijo.

Desde el punto de vista histórico, el imperio romano mismo ayudó a preparar al mundo para el nacimiento del Salvador. Los caminos comunicaban ciudad con ciudad, y a las ciudades con Roma. Las leyes romanas protegían los derechos de los ciudadanos, y los soldados romanos resguardaban la paz. Debido a las conquistas griegas y romanas, el latín y el griego eran lenguas conocidas por todo el imperio. El nacimiento de Cristo en Belén no fue un accidente, sino fue una cita planeada por Dios. Cristo vino en el “cumplimiento del tiempo” (y también vendrá otra vez en el tiempo propicio).

Pablo señala los dos aspectos de la naturaleza de Cristo (v. 4), es decir, que es tanto Dios como hombre. Como Dios, Cristo “salió del Padre” (Juan 16:28); mas como hombre, fue “nacido de mujer”. La promesa antigua decía que el Redentor vendría de “la simiente de mujer” (Génesis 3:15), y Cristo fue el cumplimiento de esa promesa (Isaías 7:14; Mateo 1:18–25).

Pablo nos ha dicho quién vino—el Hijo de Dios, y cuándo y cómo vino. Ahora nos explica el porqué de su venida: “para que redimiese a los que estaban bajo la ley” (Gálatas 4:5). “Redimiese” es la misma palabra que Pablo usó antes (Gálatas 3:13) y significa libertar por medio del pago de un precio. Un hombre podía comprar un esclavo en cualquier ciudad romana (había como sesenta millones de esclavos en el imperio), o para que le sirviera o para ponerlo en libertad. Cristo vino para libertarnos. 

Así que, regresar a la ley, en efecto, es como deshacer la obra de Cristo en la cruz. El Señor no nos compró para hacernos esclavos, sino hijos. Bajo la ley, los judíos eran meramente niños, pero bajo la gracia, el creyente es hijo de Dios con una posición de adulto en la familia.

Tal vez una comparación nos ayude a entender mejor la diferencia entre ser hijo por nacimiento e hijo por adopción:

Hijo por nacimiento                                             Hijo por adopción
  •      por regeneración                                               •      por adopción
  •      entra a la familia                                                •      goza con la familia
  •      bajo ayo                                                             •      libertad de un adulto
  •      no puede recibir su herencia                             •      un heredero del Padre

3. Lo que somos: hijos y herederos (Gálatas 4:6–7). 
Una vez más, vemos que toda la trinidad tomó parte en nuestra vida espiritual: Dios el Padre envió al Hijo a morir por nosotros, y Dios el Hijo nos envió al Espíritu Santo a vivir en nosotros. El contraste aquí no está entre niños e hijos adultos, sino entre esclavos e hijos. Como el hijo pródigo, los gálatas querían que su Padre los aceptara como siervos, cuando realmente eran hijos (Lucas 15:18–19). 

Los contrastes son fáciles de ver. Por ejemplo:
El hijo tiene la misma naturaleza que el padre, no así el esclavo. 
Cuando confiamos en Cristo, el Espíritu Santo viene a vivir en nosotros; y esto significa que somos participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4). La ley nunca pudo dar a la persona la naturaleza de Dios; sólo pudo revelarle su gran necesidad de ella. Así que, cuando el creyente regresa a la ley, niega que la naturaleza de Dios esté en él, y le da a la vieja naturaleza (la carne) la oportunidad de efectuar su obra perversa.

El hijo tiene padre, mientras que el esclavo tiene amo. Ningún esclavo puede llamar a su amo “Padre”. 
Cuando el pecador confía en Cristo recibe al Espíritu Santo, quien le da testimonio de que es hijo de Dios (Romanos 8:15–16). Es natural que un bebé llore, pero no que hable con su padre. El Espíritu, cuando entra en el corazón, dice: “Abba, Padre” (Gálatas 4:6); y en respuesta, el creyente clama, “Abba, Padre” (Romanos 8:15). La palabra “abba” es una palabra aramea que equivale a la palabra papá. Esto muestra la cercanía del niño a su padre, la cual ningún siervo tiene.

El hijo obedece por amor, mientras que el esclavo obedece por temor. 
El Espíritu obra en el corazón del creyente para avivar y aumentar su amor hacia Dios. “El fruto del Espíritu es amor” (Gálatas 5:22). “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). Los judaizantes dijeron a los gálatas que serían mejores cristianos al someterse a la ley, pero la ley nunca produce obediencia. Sólo el amor puede hacerlo. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

El hijo es rico, mientras que el esclavo es pobre. 
Somos “hijos y herederos”, y siendo que somos adoptados—colocados como hijos adultos en la familia—podemos empezar a aprovechar nuestra herencia ahora mismo. Dios ha puesto a nuestra disposición las riquezas de su gracia (Efesios 1:7; 2:7), las riquezas de su gloria (Filipenses 4:19), las riquezas de su benignidad (Romanos 2:4), y las riquezas de su sabiduría (Romanos 11:33–36)—y todas estas riquezas se hallan en Cristo (Colosenses 1:19; 2:3).

El hijo tiene un futuro brillante, mientras que el esclavo no lo tiene. 
Aunque muchos amos benignos proveían ayuda a sus esclavos en la vejez, la ley no lo exigía. Un buen padre siempre provee para el hijo (2 Corintios 12:14).

En un sentido, nuestra adopción no ha finalizado, porque estamos esperando el retorno de Cristo y la redención de nuestros cuerpos (Romanos 8:23). Algunos eruditos en Biblia piensan que esta segunda etapa de nuestra adopción corresponde a la práctica romana de adoptar a alguien. Primeramente, tenían una ceremonia privada en la cual el que iba a ser adoptado era comprado, y después una ceremonia pública en la cual la adopción era declarada ante los oficiales.

Los hijos de Dios han experimentado la primera etapa: hemos sido comprados por Cristo y habitados por el Espíritu. Estamos en espera de la segunda etapa: la declaración pública en la venida de Cristo cuando “seremos semejantes a él” (1 Juan 3:1–3). Somos “hijos y herederos”, y la mejor parte de nuestra herencia está aún por venir (ve 1 Pedro 1:1–5).

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