sábado, 11 de abril de 2015

Es un privilegio indescriptible conocer el nuevo pacto y formar parte del plan divino por medio de la iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


RAÍCES HISTÓRICAS DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
Son muchos los criterios que se han emitido respecto a la iglesia cristiana, tanto favorables como en contra. Si bien en muchos casos se le compara con la sal que perdió su sabor, por lo cual fue hollada por los hombres, con todo, el hecho de que permanezca hasta hoy, y esté llena de vigor en un mundo que le es adverso en mil maneras, indica que, en mayor o menor grado, ella ha cumplido su labor.
Para algunos la iglesia representa simplemente el producto de un sistema económico; un instrumento en manos de los poderes políticos; un medio que tienen ciertos grupos e intereses para manipular personas y pueblos; un rasgo todavía presente de expresiones culturales muy antiguas y ya superadas en el desarrollo de la historia, y por tanto, condenada a desaparecer.
Otros, un poco menos negativos, piensan que la iglesia es como un organismo que ayuda a amalgamar la sociedad; o bien es un factor que si no existiera sería ideal crearlo porque proporciona un ambiente para tener compañerismo.
Otros ven en ella un organismo que no tiene explicación ni razón de ser aparte de lo que la Biblia enseña, por lo cual la entienden, la ven y la viven como un verdadero proyecto de Dios en la tierra.
Las cuestiones así planteadas, y que están en la mesa de discusión hoy día en todo sitio, exigen ser analizadas. Para ello debemos irnos a las fuentes mismas de donde la iglesia toma su fundamento, esto es, la palabra de Dios, la Biblia.
En sus páginas encontramos tres escenarios principales y tres protagonistas: una entidad religioso-política que es la nación hebrea; una persona, Jesucristo; y un organismo espiritual, que trasciende razas, naciones, lenguas y culturas: la iglesia. Los tres están en relación única y absoluta con Dios el Padre y con la realización de un plan de proyecciones personales, cósmicas, temporales y eternas.
¿Cómo surgió la iglesia cristiana? ¿Qué razones se dieron para que esto sucediera? ¿En qué manera el mundo actual se ve afectado por la presencia de la iglesia? ¿Qué importancia tiene para los que nos llamamos cristianos? Estas cuestiones, que atañen a la raíz histórica y bíblica de la iglesia, son de las que nos ocuparemos en seguida.
1.     PROMESAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Necesitamos ubicarnos en la más amplia perspectiva bíblica para comprender mejor a la iglesia, como fenómeno histórico y como factor teológico de alcances extraordinarios. La raíz histórico-teológica de la iglesia se hunde en el principio del plan divino de redención. ¿En qué nos apoyamos para decir esto?
(1) Primeramente en la promesa hecha por Dios a Abraham, en un sentido doble. Por un lado porque “serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Indudablemente que el propósito divino fue en un principio que por medio de la simiente misma de Abraham, y de su pueblo, aquello tuviera cumplimiento. Pero al fallar la nación judía al llamamiento y vocación que Dios le asignó, la bendición celestial llegó al mundo a través de la predicación del evangelio por medio de la iglesia, a partir del siglo I de nuestra era (Mt 21:43; Jn 1:11–12).
Por otro lado las familias de la tierra serían bendecidas en la promesa a Abraham por el solo hecho de creer en la promesa de Dios. En el Antiguo Testamento los judíos no alcanzaron la promesa, ni llegaron a ser bendición al mundo, porque la buscaron por medio del cumplimiento de la ley. Pero en el Nuevo Testamento la bendición al mundo llega por el evangelio que llama al hombre y a la mujer, al igual que a Abraham, a creer en Dios, a creer en Su palabra. Por eso Abraham vino a ser también padre de todos los que hoy formamos la iglesia, simplemente por la fe en el Hijo y en su obra redentora (Ro 4:1–25; Gá 3:6–18; He 4:2).
(2) Dios también dio una promesa respecto al remanente fiel de su pueblo. Israel una y otra vez fue infiel a su Dios. Dios tuvo que castigarle muchas veces hasta que lo hizo en forma muy severa como en el caso de la destrucción de Samaria, reino del Norte (722 A.C.), luego con la destrucción de Jerusalén, reino del Sur (586 A.C.) y el consiguiente cautiverio babilónico y finalmente, con la destrucción total y esparcimiento judío por el mundo a partir del 70 A.D.
La promesa consistió en dejar un remanente, o sea un residuo, una parte de la comunidad que sobreviviría después de la destrucción y que a su vez, sería el núcleo de una nueva comunidad. El remanente no sólo habla de lo que quedaría del grupo, sino de la misericordia divina en conservarlo para continuar con el desarrollo de su plan (Is 19:24; 45:20; 66:18–23). Dios establecería un nuevo pacto por medio del cual vendrían las bendiciones más preciosas. Este acontecimiento toma lugar con la obra de Jesucristo y la correspondiente presencia y testimonio de la iglesia (Is 40:3–11; 59:20–21; Ez 34:11–16, 23–24; 36:24–27; Sof 3:17–20; Zac 12:10; 2 Cr 3:4–6; He 8:6–13).
Consecuentemente, la primera comunidad cristiana, la iglesia en Jerusalén, se vio a sí misma como aquel remanente electo de Israel y como la restauración del tabernáculo de David que estaba caído (Jl 2:32; Hch 2:17; 15:15–18).
(3) La promesa divina de un derramamiento del Espíritu Santo sobre toda carne, como nunca antes fue conocido, dada por el profeta Joel y hecha vivencia común, primero por un grupo de judíos y prosélitos el día de Pentecostés, luego sobre samaritanos y posteriormente más extensamente a todos los gentiles (Jl 2:28–32; Hch 2:14–21; 8:4–17; 10:1–48).
De modo que si bien en el Antiguo Testamento no se inicia la iglesia en el sentido que se presenta en el Nuevo, sin embargo, por la sabiduría y misericordia divinas ya se presentan elementos que darán fundamento sólido a la parte del proyecto divino que se concentra en la iglesia.
Es sumamente importante reconocer este factor porque lleva al estudiante de la palabra de Dios a comprender otros elementos. Por ejemplo, la profunda unidad de la Biblia, que a pesar del tiempo y circunstancias en que fue escrita, está tejida cuidadosamente por la mano de Dios. Y podemos también entender cómo el Nuevo Testamento no se da ni se comprende sin el Antiguo y viceversa, aunque sí debemos aprender a trazar las líneas de lo que continúa de uno a otro y también lo que fue interrumpido.
2.     PREPARACIÓN PARA EL NACIMIENTO DE LA IGLESIA
Una serie de acontecimientos altamente significativos e importantes se dieron en un lapso muy breve y antecedieron al surgimiento de la iglesia cristiana. Los más sobresalientes son los siguientes.
(1) El ministerio de Juan el Bautista
Durante su carrera profética, este hombre de Dios, primeramente anuncia un mensaje que demanda a las gentes arrepentimiento ante Dios, una actitud nueva ante la religiosidad y una expresión de genuina sinceridad e integridad ante los semejantes. Todo ello debido a que preparaba el camino al que habría de bautizar con Espíritu Santo y con fuego (Mt 3:1–12; Lc 3:1–18).
Juan el Bautista es quien señala específicamente al que habría de sentar las bases para la nueva comunidad con la cual Dios llevaría adelante sus planes redentores en el mundo. Presenta a Jesús como el que “es antes de mí” (aunque Juan nació primero que Jesús); como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; como el Hijo de Dios al descender el Espíritu Santo en forma de paloma el día de su bautismo; y Juan lo hizo de tal manera que sus discípulos empezaron a seguir a Jesús. Con ellos empezó a formarse el núcleo con el cual se fundó la iglesia (Jn 1:26–27, 29–34, 35–42).
Aunque Juan el Bautista nunca conoció la iglesia, en modo indirecto le brindó su apoyo. Cuando el apóstol Pedro habla en Jope al gentil Cornelio y a otros que él había reunido, Pedro da por sentado que el ministerio de Juan el Bautista se había divulgado por toda Judea y Galilea y en alguna manera era conocido por Cornelio (Hch 10:32–37). Cuando Pablo llegó a la lejana ciudad de Éfeso, encontró un grupo de personas que habían recibido el “bautismo de Juan” (Hch 19:3). Con ese grupo, al ser “bautizados en el nombre de Jesús”, se establece una importantísima avanzada de la iglesia cristiana en Asia Menor.
Aunque es materia de discusión, muchos opinan que las palabras de Jesús en Samaria, “otros labraron”, era una referencia al testimonio de Juan el Bautista a la gente de dicha región (Jn 4:38). Sabemos que Samaria, después de Jerusalén, recibió el evangelio con “gran gozo” (Hch 8:4–17). Así como los casos citados, no sabemos en qué manera el ministerio de Juan preparó otros terrenos y corazones para el establecimiento en el futuro de iglesias cristianas.
Desde otro punto de vista, vale la pena notar cómo de nuevo en este caso, las “piezas” aparentemente tan separadas en el plan de Dios, están perfectamente engarzadas y coordinadas. Juan el Bautista, el último de los profetas de la antigua dispensación, viene a servir, indirectamente, como eslabón para lo nuevo que Dios estaba creando: su iglesia.
(2) El ministerio de Jesucristo
Indudablemente que es mucho lo que se puede decir sobre la manera en que contribuyó el ministerio de Jesucristo en el surgimiento de su iglesia. Podemos citar lo más notorio.
Por un lado llama siempre la atención el hecho de que Jesús casi no se refiriera a la iglesia. En el evangelio de Mateo aparecen las dos únicas citas: “sobre esta roca edificaré mi iglesia” y “si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia …” (16:18; 18:17). En el segundo caso, evidentemente, se refiere a la sinagoga.
Con todo, la referencia de Mt 16:18 es suficiente para comprender lo que Jesús ya tenía en mente, considerando el hecho de que él vino a los suyos pero éstos no lo recibieron. Así la iglesia se abrió paso, primeramente entre un grupo de judíos que creyeron y luego con los muchos gentiles que sí lo recibieron y lo siguen recibiendo por la fe.
También es necesario tener presente el papel transitorio que ocupa el Señor Jesús al venir por un lado a hacer lo que ni la nación judía ni nadie había hecho: cumplir la ley. Y hacerlo por todos los que no lo hicieron ni lo podrían hacer. Por otra parte, vino a cumplir la demanda divina de sacrificio por el pecado, llevando la maldad de la humanidad en su calidad de Cordero de Dios. Finalmente, vino a revelar el amor, la gracia y la verdad del Padre para toda la humanidad, lo que viene a cristalizarse en el evangelio que llega a todas las gentes por medio de la iglesia (Mt 5:17–18; Jn. 19:30; Gn 22:7; Éx 12:1–11; Is 53:7; Jn 1:29; He 10:5–10; Jn 1:16–18; Hch 1:8). Así Jesús cierra el capítulo de la ley para abrir de par en par las puertas de la gracia (He 8:8–13).
El Señor Jesús igualmente hizo una avanzada decisiva en el establecimiento de su iglesia al formar el núcleo apostólico de los doce, íntimo y decisivo en sus planes, y el círculo mayor de los setenta. Aun se puede incluir en el círculo a las mujeres y otras personas que anduvieron muy cerca de él y participaron del derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés. El número total se aproximaba a los ciento veinte (Le 9:1–6; 10:1–20; 8:1–3; 23:27; Hch 1:12–14; 2:1–4).
Otro factor que debe ser reconocido como preparatorio para el surgimiento de la iglesia fue el extenso ministerio de Jesús en toda su nación. Su nacimiento milagroso rodeado de hechos exclusivos, su vida excepcional, sus milagros, su enseñanza y predicación, fueron del conocimiento de quizá toda la gente que habitaba Judea, Samaria, Galilea y aun más allá. Es indudable, por ejemplo, que la conversación con la mujer samaritana, y con sus coterráneos, preparó el ambiente para lo que posteriormente se dio cuando Felipe les anunció el evangelio (Jn 4:1–42; Hch 8:5–25). Y así muchos otros casos más.
Pero sobre todo, Jesús coloca el fundamento de la iglesia en el acontecimiento central de la Biblia y de toda la historia de la humanidad, esto es, su sacrificio expiatorio por el pecado en la cruz, su resurrección como el sello de la aprobación divina sobre su obra para nuestra justificación, su ascensión a la diestra del Padre para desempeñarse como único mediador, su anuncio del inminente envío del Espíritu Santo, su próximo regreso como Señor en plenitud, y su orden de llevar hasta lo “último de la tierra” el mensaje del evangelio (Is 52:13–53:12; Mt 16:21; Lc 24:44–49; Hch 1:6–8; He 1:1–2; Ro 4:25; Mr 16:15–20; Mt 28:18–20).
De los datos anteriores que nos brindan las Sagradas Escrituras, unos son hechos históricos, objetivos, y otros palabras y promesas de Dios que constituyen, no meramente el trasfondo histórico, sino el fundamento y razón de ser de la iglesia cristiana. Por ello su vida y misión quedan inseparablemente vinculadas con dichos principios.
(3) La expectativa mesiánica frustrada
Quizá la última pregunta que le formularon los discípulos al Señor Jesús antes de ascender a la diestra del Padre, revela en forma clara la expectación política de los judíos en aquel momento. “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch 1:6). Esperaban la redención política de su nación. Era tal su sentir al respecto que algunos de los discípulos portaban armas para entrar en acción en el momento, que suponían, su Mesías les habría de indicar (Lc 22:38, 49; Jn 18:10).
Por eso no podían entender la redención espiritual que Jesús realizó (Mt 16:21–23; Lc 24:13–27).
Dicha expectativa, tan arraigada en el pueblo, tenía razones bien fundadas. La nación judía estaba bajo el poder del Imperio Romano, aspecto por demás indigno para el pueblo de Jehová, y para los movimientos de liberación que ya se daban, entre ellos los Zelotes (Lc 6:15; Hch 5:36–37). La aparición de Juan el Bautista confirmaba promesas del Antiguo Testamento acerca de la venida del Señor a su pueblo (Lc 3:15; Is 40:3; Mal 3:1).
La serie de profecías dadas en el tiempo del anuncio del nacimiento, tanto de Juan el Bautista como de Jesús, indicaba la llegada del momento esperado de redención de la nación (Lc 1:26–38, 46–55, 65–66, 67–79; 2:8–20, 25–28, 29–35, 36–38). Por lo cual, incluso, el Rey Herodes estuvo muy atento a las circunstancias y trató de destruir al niño Jesús (Mt 2:1–21).
En la opinión de muchos intérpretes bíblicos, el abandono que hicieron los discípulos de su maestro, la traición de Judas, el vuelco del pueblo después de haberlo recibido con hosannas como el hijo de David y rey de Israel, y la preferencia por la liberación del sedicioso Barrabás, estuvieron directamente relacionados con la frustración sentida al ver que Jesús no encarnó al Mesías que esperaban ni el establecimiento del reino de Dios en forma terrenal.
Sin embargo el mismo Nuevo Testamento nos da la respuesta. Por un lado los judíos, en unión con los gentiles, al rechazar a Jesús y darle muerte (Hch 2:22–23; 3:13–15; 4:25–27), llenaron “la medida” de sus padres (Mt 23:32). Por lo que fueron castigados y el reino de Dios fue quitado de ellos y dado a “gente que produzca los frutos de él” (Mt 23:32–36; 21:33–46). Parte de esto se cumplió con la destrucción de Jerusalén en el 70 A.D. por las fuerzas romanas con la consiguiente dispersión judía por el mundo hasta el día de hoy.
El apóstol Pablo retoma este asunto en su carta a los Romanos y nos ofrece la más clara y autorizada explicación. Dice que aunque Dios “no ha desechado a su pueblo”, por lo que “aún en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”; sin embargo por “su transgresión —la de los judíos— vino la salvación a los gentiles …”. Que el endurecimiento de los judíos es “en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Ro 11:1–35).
Este factor toma cuerpo con el establecimiento de la primera iglesia cristiana en Jerusalén, más los judíos y prosélitos de muchas naciones que creyeron en el día de Pentecostés y regresaron a sus lugares de origen, así como también con los que huyeron por causa de la persecusión; todos ellos en realidad constituyeron aquel “remanente escogido por gracia”, base de las primeras congregaciones cristianas. Luego el remanente se incrementa con la predicación de la buena noticia y establecimiento de la iglesia entre los pueblos gentiles (Hch 2:43–47, 9–11; 8:1, 4; 11:19–21). De manera que la expectación mesiánica se cumplió en parte con el establecimiento de la iglesia.
Para no dejar un vacío en el tema, diré brevemente que mi apreciación bíblica es que la función mesiánica de Jesús hacia su pueblo no quedó frustrada. Las promesas del Señor están hechas y tendrán su cumplimiento. Pero por el ministerio de Jesús, en la realización del plan divino de redención, aquello se detuvo “momentáneamente”.
3.     EL DÍA DE PENTECOSTÉS
Pentecostés es el día del verdadero nacimiento de la iglesia de Jesucristo. Aunque en forma previa se dio una serie de acontecimientos como los mencionados anteriormente, y se fueron sentando bases para lo que habría de surgir, el cumplimiento de la profecía de Joel tocante al Espíritu Santo, marca el inicio de la iglesia (Jl 2:28–32; Hch 2:16–21).
Pentecostés era una de las tres grandes fiestas anuales establecidas por Dios para su pueblo. La palabra significa “quincuagésimo día”. Se daba entre mayo y junio, cincuenta días después de la Pascua. Son términos sinónimos la fiesta de las semanas, la fiesta de las primicias y la fiesta de las cosechas (Dt 16:10; Nm 28:26; Éx 23:16).
Para esta fecha 120 seguidores de Jesús estaban reunidos. Ellos “perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hch 1:14–15). Lo hacían en expectante obediencia a la orden del maestro al final de su ministerio terrenal: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lc 24:49).
El capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles narra un acontecimiento sobrenatural, que no sólo abarcó a los 120, sino a tres mil personas que aquel día recibieron la gracia del nuevo pacto y empezaron a experimentar sus bendiciones. Como lo indica el pasaje, había judíos y prosélitos reunidos en Jerusalén, no sólo de las regiones inmediatas, sino de lugares tan lejanos como Mesopotamia, Asia y África. Muchas de estas personas, debido a la persecusión desatada a los pocos días con motivo de la muerte de Esteban, fueron semilla de la nueva fe y fundadores de la iglesia en muchos lugares (Hch 2:9–11; 11:19–21).
En realidad Pentecostés, en conformidad a su significado original, vino a ser una verdadera fiesta de la cosecha de los primeros frutos. Lo fue en un sentido diferente al tradicional judío. La cosecha era del Señor de la mies, del Señor que contrató obreros para su campo, del Hijo del dueño de la viña que fue despreciado y muerto por los labradores, del Hijo de Dios que se entregó a sí mismo por los pecados del mundo.
Conforme a la profecía de Isaías, el que ahora estaba a la diestra del Padre, empezaba a ver “el fruto de la aflicción de su alma”; por “su conocimiento” estaba justificando a muchos y quitando las “iniquidades de ellos” (Mt 21:33–46; 20:1–16; Is 53:10–11). Los primeros frutos eran personas que creían que Jesucristo era el hijo de David, el Cristo, el Señor y Salvador.
Pero Pentecostés fue algo infinitamente mayor e inesperado. Lo que trajo no fue sólo la experiencia de las lenguas de fuego y la ágil comunicación de la fe como lo vivieron los 120 y muchos más. Recibieron un nuevo corazón y un nuevo espíritu; se les quitó de sus vidas el corazón de piedra y recibieron un corazón de carne. Además recibieron el Espíritu mismo de Dios para poder andar en sus estatutos, guardar sus preceptos y ponerlos por obra. Esta fue la experiencia que vivió en un principio la primera iglesia cristiana de Jerusalén, conocida por muchos como la “iglesia primitiva” (Ez 36:25–27; He 7:20–28; 8:8–13; Hch 2:43–47; 4:32–35).
Pentecostés en este sentido no es simplemente un día del calendario religioso común, sino una fecha extraordinaria en la cual Dios, en la persona de su Santo Espíritu, viene en forma permanente a las personas que acatan el llamado de Dios en Cristo Jesús. Es lo que Pablo llamó “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria …” (Col 1:26–27). Pentecostés es nada menos que Dios entre los hombres de buena voluntad, y Dios habitando en las personas que acuden al llamado de su Hijo.
Así empieza la iglesia cristiana. Y así queda marcada su vida y su misión.
4.     LAS PRIMERAS IGLESIAS CRISTIANAS
El desarrollo de este capítulo, como del resto del libro, está enmarcado fundamentalmente en los datos que nos ofrecen las páginas de la Biblia. De manera que en los siguientes párrafos, presentaré las iglesias acerca de las cuales tenemos referencias en el Nuevo Testamento y no en otros documentos históricos. En esta sección haré sólo una mención general de las congregaciones, ya que el desarrollo de los capítulos siguientes nos llevará a considerar aspectos particulares de ellas.
Las referencias bíblicas que tenemos nos indican que se formaron iglesias cristianas, primeramente en Jerusalén (Hch 2:37–47; 15:4). Después de cierto asentamiento de esta congregación, en forma quizá simultánea, o velozmente sucesiva, como reacción en cadena, encontramos iglesias en Samaria, Judea, Galilea, Damasco y Fenicia. Esto se dio como resultado del esparcimiento de los cristianos debido a la persecusión de Saulo y de las autoridades religiosas judías (Hch 8:1, 4, 5; 9:19; 15:3).
Son muy pocas las referencias que tenemos sobre el establecimiento de las primeras iglesias en dichas regiones. De Samaria sabemos que no sólo en la ciudad misma se anunció el evangelio y se estableció una congregación, sino que por haberse predicado en “muchas poblaciones” es de presumir que también en ellas se formaron iglesias. En modo semejante ocurrió en la región de Judea y Samaria. Sabemos que después de cierto tiempo dichas iglesias “tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hch 9:31).
Luego hay una serie de congregaciones de las cuales tenemos más datos. Son las de Antioquía de Siria, Antioquía de Pisidia, Listra, Derbe, Iconio, Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Éfeso, Troas, Roma, Galacia, Colosas, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, Laodicea y Creta.
San Pablo expresó su inmenso regocijo al decir “todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Ro. 15:19). Él vivió varios años en su lugar de origen, Tarso, donde se supone, su testimonio y labor deben haber desarrollado alguna congregación, acerca de la cual no tenemos referencia. Hasta el día de hoy en España piensan que San Pablo visitó sus tierras y existe una ruta que supuestamente siguió. Sin embargo, bíblicamente, lo único que sabemos es que él tenía la intención de visitarla (Ro 15:24).
Al igual que dichos ejemplos, el apóstol Pedro escribe a los “expatriados de la dispersión” en varios lugares. Lo mismo hacen Santiago, Juan y Judas. Es de suponer que igualmente lo hicieron pensando en congregaciones cristianas que, debido a persecuciones, estaban integradas en modo muy rudimentario basándose en el principio de que “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20).
Sorprende que en un lapso cercano a los 60–70 años, del grupo inicial establecido en Jerusalén, la iglesia se extendiera por tantos lugares en forma tan rápida, teniendo en cuenta las dificultades, persecuciones, falta de recursos económicos y falta de buenos medios de locomoción. Así se pone en evidencia el cumplimiento del mandato del Señor de que su evangelio partiera de Jerusalén hasta lo último de la tierra. Y, además, que el poder recibido por el Espíritu Santo como una experiencia transformadora de la vida y capacitadora para testificar, era el elemento vital para el avance del evangelio y el desarrollo de la iglesia.
5.     CONCLUSIONES
Con base en los elementos que han sido expuestos, considerados como raíz histórica y bíblica de la iglesia cristiana, cierro este capítulo con una serie de consideraciones o conclusiones generales.
(1) En primer lugar, para quienes hemos creído que Dios ha hablado a la humanidad, tanto por medio del Señor Jesucristo, como de la palabra escrita que tenemos en la Santa Biblia, tenemos que reconocer claramente lo siguiente: La iglesia no aparece en el mundo como un accidente más de la historia o como un simple resultado en la conjugación de fenómenos puramente humanos, económicos o culturales. La iglesia no es el producto de una mentalidad formada alrededor de mitos, leyendas o ingenuas creencias.
La iglesia es el producto del sentir, del pensar y del actuar manifiestamente intencionados de Dios en el mundo, en su preocupación por la redención, regeneración, protección y destino eterno de sus criaturas racionales. Ella constituye una parte fundamental en el desarrollo total del plan pensado y dirigido por Dios mismo.
Cualquiera que haya decidido seguir la fe de Jesucristo, y quien comprenda que su vocación cristiana es un llamado a servirle, debe armarse primeramente con estos pensamientos. Pues “no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios”. Tenemos ahora la “mente de Cristo”. Por lo cual debemos acomodar “lo espiritual a lo espiritual” (1 Co 2:12, 13, 16).
Comprendemos que algunas de las experiencias tocante a la iglesia cristiana no son las mejores ni las más acordes con lo que Dios espera y busca de ella. Pero esto de ninguna manera debe hacernos perder de vista su más íntima realidad, y que debe ser la que inspire y mantenga nuestras mejores actitudes y acciones hacia ella. Nuestra identificación con el proyecto de Dios en Cristo y en su iglesia debe instarnos, por un lado, a bendecir al Señor por su misericordia, y por otro, a disponernos a ser factores que permitan a la iglesia ser lo que Dios se ha propuesto que sea.
(2) La iglesia viene a ser el producto de un genuino “soplo” divino, al ser el Espíritu Santo mismo quien la inicia, la alienta, y la sostiene. No se puede entender, entonces, a la iglesia aparte de esa presencia, acción, aliento y dirección. Por la fe en Jesús, por el bautismo en agua y por el bautismo en un solo Espíritu, hemos sido incorporados a la iglesia (2 Co 3:17).
De manera que cuando se quiere ver a la iglesia únicamente como organización, o como parte de la historia o de algunas sociedades, primeramente debemos preguntar cuál es el lugar que el Espíritu Santo tiene en ella y en qué medida la está animando. Porque ciertamente la iglesia en sus muchas expresiones, una y otra vez se ha desviado o ha perdido su objetivo. Pero también una y otra vez el mismo Espíritu la ha vuelto a vivificar. Cualquiera que sea la orientación teológica que el estudiante de la Biblia y servidor del Señor en la iglesia tenga, debe entender que si el Espíritu de Dios no tiene el lugar que le corresponde, ella no podrá ser lo que Dios, y no los hombres, se ha propuesto que sea.
(3) La iglesia está formada por personas y es para las personas. Para ellas es el nuevo pacto y la nueva comunidad de creyentes.
Aunque este factor parece una repetición de cosas muy conocidas, sin embargo la historia de la iglesia, posterior a la época apostólica, indica claramente que el objetivo muchas veces se cambia. Se cambia por intereses económicos, políticos, militares, personales, colectivos o institucionales. Y hay que estar en guardia constantemente contra esto.
Dios busca hombres y mujeres. La iglesia, formada por estos, debe seguir buscando hombres y mujeres para que entren en toda la experiencia del nuevo pacto hecho posible por su mediador, nuestro Señor Jesucristo.
(4) Si bien en los rasgos históricos destacados vemos que en el plan divino las personas juegan un papel de trascendental importancia, hay que ver que lo son, no únicamente como el objeto del amor de Dios, sino como sujetos o agentes activos de una importante acción divina en el mundo. La iglesia recibe la bendición divina. Pero ella debe moverse, debe ir, debe agilizarse para que la bendición divina llegue por su medio a más personas. Por esto algunos dicen que la iglesia es misión, es tarea, es acción. Y esto plantea también serias inquietudes cuando las congregaciones cristianas se vuelven estáticas, sólo buscadoras de bendición, sin entrar en un serio y permanente compromiso con su Señor y con los seres que la necesitan.
Lo anterior atañe en forma muy especial a quienes tienen funciones de liderazgo en las iglesias. Porque cuidar y guiar al rebaño no es solamente alimentarlo y procurar que esté bien. Es guiarle para que dé lana, carne y leche. Dicho en los términos de Jesús respecto al reino de Dios, “para que produzca los frutos de él” (Mt 21:43).
¡Es un privilegio indescriptible conocer el nuevo pacto y formar parte del plan divino por medio de la iglesia! ¡Armémonos con estos pensamientos!
DOWNLOAD HERE>>>
http://www.ermail.es/link/TCVmmA2ccJJaaATCeC7CmA7CjaallVaa

No hay comentarios:

https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html