viernes, 25 de octubre de 2013

Capacitación Ministerial: ¡Base para un abuso espiritual?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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          Formar sin deformar: Capacitando siervos de Dios

El autoritarismo que manipula y controla a los educandos los deforma. Sus causas incluyen el orgullo, un carácter dominante, el miedo al cambio, experiencias de ser abusado y la cultura. Algunos de sus indicadores son la concentración del poder, reglas tácitas, conocimiento y lenguaje esotéricos, una jerarquía apuntalada por experiencias místicas, paranoia y exigencias de conformismo y lealtad ciega. La educación teológica más bien debe apuntar a y ser conducida por líderes-siervos que son humildes, enfocados en los otros y amorosos. Entre sus altos valores deben estar sumisión y respeto mutuos, gracia, integridad, transparencia y equilibrio. Sus estructuras pueden variar, pero no deben aislar la formación de la comunidad cristiana.

INTRODUCCIÓN

A pesar de la popularidad de la metáfora del barro y alfarero para ilustrar el desarrollo de la vida cristiana, la vid provee un ejemplo mucho más cercano al crecimiento hacia la madurez espiritual. Como Cristo mismo señaló, la vid es un organismo vivo cuyo crecimiento y producción de fruto depende del cuidado del labrador (Jn. 15:1–8). Uno de los trabajos principales es la dirección inicial dada al atar la cepa al lado del puntal a fin de guiar el crecimiento de la planta hacia arriba. Hasta que llega a la madurez, la vid es sumamente flexible y se arrastra por el suelo si no es atada o apuntalada para que los racimos se mantengan en el aire, protegidos del moho, tierra y animales. Esta flexibilidad se presta a múltiples formas de conducción con la finalidad de brindar sombra o fruto, según el caso. En una ocasión el presente autor observó una vid guiada estrechamente por los contornos de una casa, cuyos brotes y ramas doblaban las esquinas en ángulos rectos, de modo que la vid quedaba con una forma poco natural.
De la misma manera, la formación espiritual brindada en el discipulado o en la educación teológica puede ayudar al creyente a crecer impulsado por la vida del Espíritu (Jn. 15:5), o puede traer una deformación de la cual la recuperación será difícil, requiriendo una poda mayor de parte del Labrador Celestial (Jn. 15:2). Coe correctamente arguye que todos los aspectos de la educación teológica, sea lo realizado en el aula, las tareas asignadas o el intercambio relacional entre profesores y alumnos, deben enfocarse hacia la meta de promover la madurez espiritual. El apóstol Pablo expresa el mismo sentir en Colosenses 1:28: “a fin de presentar perfecto (τέλειον) en Cristo Jesús a todo hombre”. No obstante, existe para el educador el sutil peligro de usurpar el rol del Espíritu Santo en la vida del educando de modo que la formación llega a ser un abuso espiritual que resulta en desilusión, dependencia y la mala adaptación de cristianos mediocres, aun entre los que poseen títulos de posgrado.
El propósito del presente artículo es delinear aspectos de la deformación del educando a través del abuso espiritual, definir la meta de formación para el liderazgo espiritual y luego sugerir pautas para la correcta formación espiritual de liderazgo en la educación teológica.

DEFORMACIÓN EN LA FORMACIÓN TEOLÓGICA: ABUSO ESPIRITUAL

Autoritarismo en la Biblia

El autoritarismo en el pueblo de Dios no es una novedad, sino un problema de siempre. Los ejemplos bíblicos abundan. A pesar de su victoria sobre los filisteos, el liderazgo de Saúl fue abusivo, reconocido incluso por su hijo Jonatan (1 S. 14:24–35). David abusó de su autoridad para cometer adulterio y homicidio (2 S. 11:1–27). Jeremías denunció la corrupción de los profetas y sacerdotes (Jer. 5:26–31; 6:13–15). Cristo enfrentó a los fariseos por desviar al pueblo con su legalismo (Mt. 23:1–33). Pablo respondió enérgicamente a los gálatas, quienes habían sido alejados de su libertad en Cristo por falsos maestros (Gá. 1:6–9; 2:4–5). Juan advirtió a su amigo Gayo de los abusos de Diótrefes (3 Jn. 9–11). Es una táctica predilecta de Satanás desviar al líder a través de su propio ego (Gn. 3:1–5; Mt. 4:8–11; 1 Jn. 2:15–17), lo que lleva con facilidad al abuso de la autoridad.

Causas del autoritarismo

Las causas del autoritarismo pueden ser varias y complejas, así como es de variado y complejo la misma personalidad del ser humano. Veamos algunas de las causas.

Orgullo y soberbia. Aunque el reconocimiento de las propias habilidades y dones es un paso necesario para desempeñar con plenitud el rol que uno debe ocupar en el cuerpo de Cristo, la persona en autoridad puede llegar a sobreestimarse y dominar a otros (Ro. 12:3–8; 1 Co. 12:12–31). Es fácil caer en una mentalidad de “Yo sé mejor que ellos”, para luego pasar al síndrome de “nosotros contra ellos”, lo cual puede conducir al abuso de “ellos”.

Carácter fuerte, rígido y dominante. La tendencia nata hacia la dominación que algunos tienen, así como todo temperamento, debe dejarse controlar por el Espíritu Santo. El que está al frente de la obra del Señor debe recordar siempre que está al servicio, no al mando, de la grey (Mr. 10:42–45; 1 P. 5:1–3). Pérez Millos conjetura que esto haya sido el aguijón en la carne que sufrió el apóstol Pablo.

Emociones negativas. El miedo al cambio puede provocar una reacción defensiva. Así el líder puede pensar que lo diferente es peligroso. Mecanismos legalistas en los esquemas religiosos pueden ser diseñados para proteger a las personas de la “emergencia” o peligro percibido. Por otra parte, el enojo e ira por una injusticia sufrida puede provocar reacciones similares.

Trasfondo familiar. Un trasfondo familiar de abuso, sea físico, sexual, emocional o espiritual, puede llevar a la persona a controlar o dominar a otros por varios motivos, muchos de los cuales parecen legítimos a la persona autoritaria en su forma de ver el mundo.

Trasfondo cultural. La distancia de poder aceptada en la cultura puede facilitar una tendencia hacia la dominación. La preferencia para la autoridad autocrática o participativa queda bien marcada en la vida de las personas desde una temprana edad.9 La tendencia hacia el caudillismo en la cultura latinoamericano es bien reconocida. Culturas institucionales pueden manifestar la misma tendencia. Algunos grupos fundamentalistas11 o neopentecostales, por su énfasis en la obediencia absoluta a la autoridad eclesiástica o al profeta o apóstol, se exponen a una disposición hacia el autoritarismo y su consecuente abuso espiritual. Los que se crían en estas culturas repiten el cuadro simplemente porque no saben comportarse de otra manera.
Estas causas y móviles pueden entretejerse de tal modo que los comportamientos autoritarios son justificados, promovidos y transferidos dentro de una institución de educación teológica y técnicas de manipulación y abuso se incorporan al sistema.


¿Qué es abuso espiritual?

Expresado escuetamente, el abuso espiritual es el uso indebido de la autoridad (el autoritarismo) por personas que ejercen influencia espiritual. Johnson y Van Vonderen, posiblemente quienes acuñaron la frase “abuso espiritual”, lo definen de la siguiente manera:

  El abuso espiritual consiste, precisamente, en maltratar a una persona que necesita ayuda, apoyo o mayor crecimiento espiritual, lo cual debilita, sabotea o disminuye el desarrollo espiritual de esa persona.

Burdick, por su parte, también ofrece una definición breve, pero luego la amplía:

  El abuso de las Escrituras para manipular, controlar o demandar sumisión. La autoridad se puede abusar para justificar comportamiento inapropiado o para vedar a otro el derecho de ir a la iglesia o alabar a Dios. El “legalismo”, o sea, normas no bíblicas que exigen el cumplimiento de determinadas acciones para conseguir un estatus social en la iglesia, no es bíblico y, además, imparte a la gente un sentido falso de justicia propia.

  El abuso espiritual también incluye juzgar la fe de personas heridas por el abuso, en vez de aceptarlas con cariño y sentir su dolor. Así que, menospreciar el dolor de la persona herida, obligándola a orar más, o leer más la Biblia, es una forma de abusar a esa persona de nuevo. El abuso espiritual también incluye negarse a castigar a quienes tratan de destrozar ministerios dirigidos a los que han sido heridos por el abuso.

A fin de evitar malentendidos, Johnson y Van Vonderen agregan definiciones de lo que el abuso espiritual no es:

  No es abuso que un líder espiritual responsable de tomar decisiones definitivas use su mejor juicio, optando por ir en contra de la opinión de usted. Sin embargo, es abuso si se devalúa la espiritualidad de una persona por sostener un punto de vista contrario.
  No es abuso si un cristiano, líder o no, confronta a otro cristiano debido al pecado, malas obras o equivocación sincera que debe ser co-rregida …
  No es abuso pedir a una persona que desempeña un ministerio o una posición de liderazgo que haga abandono del oficio o cargo debido a problemas espirituales, mentales, físicos o emocionales …
  No es abuso espiritual, ni es inadecuado, disentir en materia de doctrinas u otros asuntos, aunque se manifieste en público …
  No es abuso sostener ciertas normas de conducta en grupos (como estilo de vestir), pero esto se vuelve abuso si se degrada o se avergüenza espiritualmente a las personas por no sostener las mismas convicciones.

No cabe la menor duda que la autoridad y el poder deben ser ejercitados con sumo cuidado, especialmente en materia de la fe, ya que se trata de la persona en su más íntima relación: la que tiene con Dios. Considerando el daño que puede producir el abuso, todo educador teológico debe estar atento al peligro, especialmente los que están involucrados en programas de formación espiritual.

Indicadores de abuso espiritual

A fin de evitar o corregir el abuso en la formación espiritual es necesario identificar las características de este cuadro disfuncional. Johnson y Van Vonderen señalan siete, las cuales comentaremos a continuación.

Concentración del poder. Los líderes abusivos recalcan su propio poder y autoridad espiritual basada en su posición de jerarquía o llamamiento especial de parte de Dios. Suelen recordárselo a los que les siguen, creando una relación de dependencia. La competencia por el poder se basa en el egoísmo20 y suele provocar la supresión de crítica y la eliminación de rivales. Henry y Richard Blackaby tienen razón: la dictadura espiritual suele ser la forma más opresiva de tiranía.22

Preocupación por el desempeño externo. El sistema religioso enfatiza el desempeño o comportamiento meramente externo de parte de los fieles. Aunque el mensaje de salvación puede inicialmente incluir la gracia, mantener la aceptación delante de Dios suele requerir el cumplimiento de una lista larga de mandamientos extrabíblicos o basados en una hermenéutica particular. El enfoque legalista se mantiene rígidamente.24 Sin embargo, a menudo los líderes no se ven obligados a cumplir con las mismas normas que los demás, debido a su posición privilegiada en la jerarquía (cp. Mt. 23:1–22).

Reglas tácitas. Como extensión de la pauta anterior, suele haber ciertas reglas no expresadas, que todos saben, cuyo incumplimiento, aun cuando no sea intencional, trae una de dos consecuencias: una marginación, o una disciplina legalista dura y tajante.

Desequilibrio. La falta de equilibrio en la vida cristiana en el cuadro abusivo se ve de dos maneras: en un objetivismo extremo que enfatiza conocimiento esotérico y lenguaje especial, así creando una élite de los que “saben” en virtud de su superior capacitación académica, o en un subjetivismo extremo que basa la vida cristiana sobre experiencias místicas en menosprecio de claras enseñanzas bíblicas. De alguna manera, hay una pretensión a un rasgo distintivo como base de una supuesta relación más íntima con Dios.28

Paranoia. La pretensión a la exclusividad trae consigo una paranoia para con los de afuera y una desconfianza hacia los que están adentro del grupo, provocando una mentalidad “de trinchera”. La resistencia se tilda de persecución, y abandonar las filas se considera como una traición personal al líder. Como los líderes se preocupan especialmente por la imagen (y no la esencia), es permitido revelar solamente lo que los dirigentes quieren.30 Los que no acatan esta norma son duramente disciplinados.

Lealtad ciega. Con la tendencia de depender en el legalismo para asegurar conductas que fortalecen su autoridad, el líder proyecta la idea de que “solo nosotros tenemos la razón”. Las preguntas no se hacen; las explicaciones no se dan. Se utilizan las amenazas, la manipulación o la humillación pública para mantener orden dentro de las filas. Hay un esfuerzo para crear una dependencia total de la voluntad del líder, tanto en lo personal y privado como en lo público.32

Secretos. Implícito es el compromiso de no hablar sobre lo que ocurre dentro del sistema. Se mantiene a la gente en estado de inmadurez a fin de controlarla mejor.
Al describir el problema de la tiranía en la iglesia, Ward señala cinco características que coinciden notablemente con las que ya hemos mencionado: pasividad de los laicos, sistema jerárquico, meritocracia intelectual, orgullo y estatus, y tácticas manipuladoras. Observa que estas tendencias se alimentan mutuamente, creando un sistema social que es difícil de romper. Además, acota que reflejan lo que se ve en nuestra sociedad occidental en general.35 De manera que la iglesia disfuncional procede de la sociedad en el mismo estado de descomposición y queda con la imperante necesidad de una redención por completo. Seguramente, hay otro camino para quienes deseen dar o recibir una formación espiritual sana y equilibrada.


EL PROPÓSITO DE LA FORMACIÓN TEOLÓGICA: CAPACITAR SIERVOS DE DIOS

Como ya hemos señalado, el apóstol Pablo expresó claramente el propósito de la educación teológica en Colosenses 1:28: “a quien [Cristo] anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre …”. La palabra traducida “perfecto” aquí no habla de una perfección absoluta, sino de la madurez de un adulto. Más tarde Pablo enumera las características de esta madurez en 1 Timoteo 3:1–13 y Tito 1:5–9. Mientras que todo ministerio evangélico debe apuntar a la madurez cristiana, la educación teológica suele restringir su objetivo a la preparación de aquellas personas que lideran el ministerio.
No sin razón algunos objetan al uso de la palabra “líder” en este contexto, dado los matices de dominación que se le suele atribuir. Cristo mismo marcó la pauta:

  Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mr. 10:42–45)

Es aparente que el liderazgo que Jesús plantea no incluye coerción, manipulación o dominación. Estas prácticas pueden producir resultados a corto plazo, pero dañan la relación interpersonal y resultan a la larga contraproducentes en cuanto al bien común. Aunque el término “líder-siervo” encierra cierta paradoja,40 Malphurs define el concepto con claridad: “Los líderes cristianos son siervos con credibilidad y capacidad, quienes pueden influenciar a las personas en un contexto determinado para perseguir su rumbo dado por Dios”. A la hora de transferir este concepto a la educación teológica valen las palabras de Lawrence:

  Nuestra visión al cumplir la responsabilidad del desarrollo personal y el desarrollo de liderazgo es tirar hacia el blanco de producir líderes con dos manos y el corazón. Tales líderes poseen el conocimiento de la Palabra de Dios, en una mano, y la pericia, en la otra, mientras en su corazón ellos crecen en la integridad de la voluntad de Cristo. Los pastores y maestros son llamados a desarrollar líderes para el cuerpo de Cristo, líderes que se definen por su impacto en las vidas de otros.

Varios rasgos de esta clase de liderazgo se han señalado. Ante todo, se destaca la humildad. Es sabio el consejo: “Deshágase de su ego en la puerta”. Solo así se va a poder ver las necesidades de la gente matizadas por la visión de la voluntad de Dios. Kouzes y Posner indican que esta humildad incluye la disposición a aprender, particularmente de subalternos.44 Collins, aunque señala la importancia de humildad, indica que los líderes empresariales de “Nivel Cinco”, los que gozan de mayor éxito, combinan la humildad con una firme voluntad para lograr su objetivo. Aunque él distingue entre esta clase de liderazgo y el liderazgo de servicio (Nivel Cuatro),46 el presente autor no ve la necesidad de hacerlo. Tanto Cristo (Jn. 5:30) como el apóstol Pablo (Fil. 3:13–14) dan ejemplos claros de humildad combinado con la voluntad férrea de cumplir con la misión encomendada por Dios.
El servicio también marca este tipo de liderazgo. Malphurs observa que Cristo utilizó dos palabras para ilustrar el concepto, διάκονος y δοῦλος. Combinadas, indican una obligación voluntaria a servir. No se trata de hacer el ministerio por otros, ni tampoco dejar que otros dominen, sino facilitar el servicio de otros que comparten la misma visión.48 El líder-siervo, entonces, faculta a otros, inspirándoles a cumplir el rol a que Dios les ha llamado.
En tercer lugar, el enfoque no está en el líder mismo (lo que sería orgullo), sino en otros. Esto es lo que Cristo señaló al decir: “El de vosotros que quiera ser el primero será siervo de todos” (Mr. 10:44). No se trata de ser pasivo ni ignorar necesidades propias, sino de utilizar la fuerza y talentos que uno posee para el bien común.

  El liderazgo es el uso de poder. Pero el poder, para ser ético, no debe ser abusado. Para asegurar eso, una regla jamás debe ser quebrantada: el poder ha de ser usado sólo para el beneficio de otros, nunca para uno mismo. Eso es la generosidad esencial y autosacrificio del líder.

El cuarto rasgo es el amor. Hunter destaca el concepto bíblico de agape al describir la motivación de liderazgo a través del servicio. Malphurs observa esta motivación en Cristo cuando lavó los pies de los discípulos.53 Este amor, proveniente de Dios (1 Jn. 4:7–10), fluyendo hacia otros, es el móvil adecuado para el líder que sirve.


FORMACIÓN DE SIERVOS DE DIOS: PAUTAS PARA DESARROLLAR EL CARÁCTER CRISTIANO

El liderazgo a través de servicio no solamente constituye una meta para el programa de formación espiritual, sino también debe marcar el medio para llevarlo a cabo, saturando a las personas, los contenidos y los métodos en todo momento. Veamos algunas pautas para la preparación y ejecución de una formación teológica de este tipo.


Bases preliminares

Ciertas presuposiciones subyacen en la formación espiritual evangélica. Partiendo de la autoridad e inerrancia de las Escrituras, el educador evangélico puede reconocer la importancia de una integración de la verdad que une aportes provenientes de la revelación natural con los de la revelación especial.55 Eso le dará una amplia base epistemológica para realizar su labor.
Tomando en cuenta que Dios tiene como propósito transformar por completo al creyente (Ro. 8:28–30; 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 3:1–3), ningún programa de formación espiritual puede aspirar a lograr más que un segmento en el proceso de crecimiento hacia la madurez, un proceso que Dios el Espíritu Santo está dirigiendo (Gá. 5:16–25). Según Banks, a lo largo de la historia de la Iglesia hasta la Edad Media la educación teológica fue “holística”, es decir, aplicada a todos los aspectos de la vida a través de un discipulado en que el maestro no solo instruía, sino encarnaba la enseñanza. En este sentido era una educación como la que Cristo impartió a los apóstoles, un modelo a que debemos regresar, ya que la verdad se aprende mejor en relación con otros.58

Valores clave

Dada la trascendencia de la tarea de formación espiritual y el peligro del abuso espiritual, es preciso afirmar algunos valores clave que deben guiar el proceso, protegiendo a todos los involucrados de las sutiles trampas de la deformación. Estos valores más caros pueden ser definidos como “aquellas creencias constantes, apasionantes y sagradas, que empujan el proceso y programa de formación espiritual”.

Sumisión mutua. Si el objetivo es formar siervos de Dios, entonces la sumisión tiene que ser un alto valor. Sin embargo, no se trata de una sumisión a la autoridad exclusivamente, sino también de una rendición de cuentas mutua entre educadores, y entre estos y los educandos. Así, debe reflejar el espíritu de Cristo.

  Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús … (Fil. 2:4–5)

  Someteos unos a otros en el temor de Dios. (Ef. 5:21)

El ejercicio de este valor disminuirá, sin duda, la distancia de poder, y promoverá, en cambio, otros valores cristianos como la integridad, la sinceridad y el aliento mutuo (Heb. 10:24; 1 P. 5:1–5).

Gracia. En vez de una preocupación por el desempeño en un sistema religioso legalista a través de controles férreos, un énfasis en extender la gracia debe saturar la teología y trato interpersonal en la formación espiritual. La gracia se comprende no solo como el medio para recibir la salvación, sino también como eficaz y vital para la santificación. Las disciplinas espirituales, tales como la oración, la lectura bíblica y el ayuno, no se conciben como mecanismos de superación personal, sino como medios de aplicar la gracia a la vida interior (Gá. 5:1–16; Col. 2:20–23).

Integridad. Este valor no es solo la base sino también la meta de la formación espiritual (Fil. 3:4–15). La integridad tiene que ver con “ser completo y coherente … rectitud, un sentido de salud moral”. Es una cualidad vital para la credibilidad en el liderazgo.63 Kouzes y Posner destacan las tres cualidades de ser honesto, ser inspirador y ser competente como ingredientes indispensables para la credibilidad. La capacidad de motivar a otros fluye de lo que uno es, una persona íntegra (1 Ts. 2:1–12).

Transparencia. La integridad y la sumisión mutua resultarán en un trato transparente en las relaciones interpersonales (2 Co. 5:6–11). La sinceridad brindará aliento mutuo para el ejercicio de las disciplinas espirituales, sin manipulación o control. La vida del educador debe ser un “libro abierto” a fin de mostrar una verdadera imitación de Cristo (1 Co. 11:1). La rendición de cuentas no debe invadir la privacidad del educando, sino limitarse a pedir aquello con que él se siente cómodo. Los grupos pequeños también pueden ser medios eficaces para fomentar la transparencia, permitiendo a la vez una notable diversidad en vez de una uniformidad regimentada.67

Equilibrio. Este valor debe figurar varios planos. Lawrence menciona el equilibrio entre el conocimiento y las habilidades ministeriales. La concentración excesiva en cuestiones menores de doctrina o práctica debe evitarse a todo costo (Mt. 23:13–24); se buscarán en cambio, las prioridades divinas (Lc. 10:25–34).

Respeto a las personas. El respeto debe manifestarse a todas las personas, no solo a las que pertenecen a la línea teológica “aceptada”. La solicitud en guardar la unidad del Espíritu (Ef. 4:3) es, a menudo, ignorada para levantar los fantasmas de “ecumenismo” y separación de “yugos desiguales”. Mientras estos peligros son reales, el énfasis desmedido, en desmedro de la unidad verdadera del cuerpo de Cristo, produce la paranoia de actitudes sectarias. En cambio, es necesario reconocer cómo Dios está obrando en otros (Lc. 9:49–50) y aprender a amarlos, brindándoles gracia aun en medio del desacuerdo. A su vez, esos otros hermanos en la fe nos darán aliento conforme nos apoyamos en la búsqueda de la unidad y el crecimiento en el cuerpo de Cristo (Ef. 4:13–16).

Estructura facilitadora

La estructura que incorpora estos valores puede tomar varias formas. Sin duda otros criterios teológicos y contextuales ejercerán su influencia. Con todo, un par de sugerencias al respecto podrían ser útiles.
Primero, la formación teológica cabal no puede realizarse en aislamiento del resto del cuerpo de Cristo—debe ocurrir en comunidad. Coe observa que la evaluación y la retroalimentación son elementos cruciales para tallar el carácter, y eso requiere roce con otros.73 Si bien las experiencias de la “torre de marfil” son provechosas, el educando debe tener contacto también con la comunidad en general a fin de no divorciar su fe de la vida real.
Hay motivos para ser optimista en cuanto a la formación formal en el aula. Banks la ve como un mecanismo de integración social. Para Deininger y Herring, el aula puede ser un ambiente propicio para el modeling. Coe ofrece sugerencias específicas que pueden ser aplicadas a toda materia.77 De todos modos, el modelo formal heredado del escolasticismo medieval no tiene que ser descartado del todo a pesar de sus manifiestas limitaciones. Hasta que surja otro mejor, el presente modelo va a tener que ser modificado, ajustado y refinado para lograr el objetivo de la formación espiritual cabal.

CONCLUSIONES

Hemos señalado los peligros de la deformación espiritual que resultan de mecanismos y actitudes de abuso de autoridad en la tarea pastoral y docente. Para los que estamos involucrados en el ministerio educativo sería recomendable un auto-análisis a fin de diagnosticar aquellos aspectos que podrían perjudicar a los que están bajo nuestro cuidado. La seriedad de nuestra responsabilidad ministerial nos debe impulsar a un examen de conciencia delante del Señor para que no salgamos descalificados en el día de presentarnos ante él (1 Co. 3:12–15; 2 Co. 5:6–10).
Por otra parte, es necesario cobrar una nueva perspectiva del rumbo que el ministerio de formación debe tomar. Hace unos años un viejo experto de la viña indicó al presente autor que al podar la vid es necesario tener en cuenta hacia dónde se quiere que crezca. La formación espiritual es un proceso análogo. Hemos de tener en vista constantemente hacia dónde se dirige la formación de siervos de Dios, manteniendo en alto los valores clave ya señalados, los cuales fomentan el crecimiento sano, tanto el nuestro, como el de los que están bajo nuestro cuidado.




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