domingo, 20 de octubre de 2013

Matrimonios Fuertes Sobre la Roca: La Familia-Institución Divina

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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EL ORIGEN DE LA FAMILIA

Al estudiar la Palabra de Dios y meditar luego en ella, comprobamos cómo muchas veces nos equivocamos en nuestra manera de pensar. Sucede que la sociedad en que vivimos se orienta por sofismas y presupuestos que están en oposición al designio de Dios. Necesitamos tener bien claro en nuestras mentes que el matrimonio fue diseñado exclusivamente por Dios y sus finalidades fueron, entre otras, remediar la soledad humana y traer felicidad al hombre y la mujer. En este estudio, verá dónde y cómo debe comenzar el matrimonio y lo que implica en términos de unidad.


En este estudio

  1.      Exploraremos cuál es el primer problema que el matrimonio está llamado a solucionar.
  2.      Apreciaremos la importancia de la mujer como compañera idónea del hombre.
  3.      Observaremos cómo el divorcio se opone al propósito original del Creador.
  4.      Exploraremos lo que significa, en términos prácticos, dejar al padre y a la madre para formar un matrimonio.
  5.      Aprenderemos el significado original de la expresión «se unirá a su mujer».
  6.      Apreciaremos la importancia de la unión sexual en el matrimonio.

Cuando me especializaba en matemáticas en la universidad aprendí que si uno no comienza con la premisa correcta al resolver un problema, no hay manera de obtener la respuesta correcta. De modo que, cuando llegué a ser cristiano, estudié la Biblia como si fuera un matemático. Es decir, pasé más tiempo en los primeros tres capítulos del Génesis que en cualquier otra parte de la Biblia, pues comprendí que estos capítulos constituían el fundamento de todo lo demás que hay en la misma. Descubrí que allí estaba, en forma de cápsula, la esencia de la verdad de Dios en lo concerniente al hombre y a la mujer, y a su relación con Dios y el uno con el otro. Allí comencé a entenderme y a entender a mi esposa, a hallar el perfecto designio de Dios para nuestra vida matrimonial y su propósito para nuestra vida conyugal.
Así que, como matemático, me metí en un concienzudo estudio de esos capítulos fundamentales, sabiendo que tenía que estructurar mi vida y mi relación matrimonial basado en las premisas correctas si de veras quería salir bien al final. El resultado ha sido más maravilloso de lo que yo esperaba: una bella vida matrimonial, un hogar piadoso, y una vida de ministerio con la oportunidad de mostrar a muchas otras parejas cómo alcanzar la felicidad conyugal siguiendo el plan original de Dios.
Por supuesto, para establecer un enfoque del matrimonio basado en la verdad del Génesis, tuve que abandonar algunos conceptos que había aprendido en mi vida anterior. Pero pude hacer eso porque comprendí que contaba con una formación exacta. Pude reemplazar las ideas equivocadas con las correctas y luego vivir confiadamente en conformidad con estas últimas. Descubrí que podía depender de esta verdad, la que nunca me dejaría tomar malas decisiones ni dar malos consejos.
¿Y qué me dice usted, estimado lector? ¿Qué es lo que ha dado forma a su manera de pensar con respecto al matrimonio? ¿Puede depender de ese pensamiento?


DESCUBRIMIENTOS: LO FALSO Y LO VERDADERO

Quiero que considere cuidadosamente los supuestos fundamentales que gobiernan sus actitudes hacia la vida matrimonial y el amor.
Algunos pueden ser falsos, otros pueden ser verdaderos. Es esencial que determine cuáles premisas son verdaderas, cuáles son dignas de basarse en ellas, y cuáles conceptos debe descartar por cuanto son falsos y, por lo tanto, no prácticos, y hasta potencialmente peligrosos.
Una pareja casada, a quienes llamaré Daniel y Carolina, habían llegado a este punto luego de muchos años de ser cristianos activos en una iglesia evangélica grande. Carolina consideraba a su esposo como «un hombre maravilloso y bondadoso» y un buen padre para sus hijos varones adolescentes. La vida conyugal de ellos era «agradable». Si la emoción parecía desaparecer de su relación, Carolina lo atribuía a los veinte años de vida matrimonial y a la edad de los dos, que pasaba un poco de los cuarenta.
Luego, el mundo de ella se conmovió hasta sus fundamentos cuando Daniel admitió que había tenido relaciones sexuales con una mujer que trabajaba con él en el ministerio musical de la iglesia. Daniel afirmó que la relación amorosa con esa mujer había terminado, pero una amiga íntima le aconsejó a Carolina que se divorciara sin demora, y le advirtió: «El adulterio mata al matrimonio. Y no está bien que te dejes usar como el felpudo que se coloca en la puerta».
Mientras Carolina, que se sentía perpleja y traicionada, se retiraba de su esposo, la joven del caso se mantenía activamente en pos de él. Daniel se había reunido con los diáconos para confesar su pecado, pero ahora se tornó renuente a asistir a la iglesia con su esposa e hijos. Los líderes de la congregación consideraron esto como una prueba de la insinceridad de él, y le predijeron a Carolina que el matrimonio no podría salvarse por cuanto «Daniel simplemente no estaba bien con Dios».
Daniel, profundamente deprimido, comenzó a pensar en conseguir un traslado de su trabajo para otra parte del país por un período de diez o más meses. Le explicó a Carolina: «La separación nos ayudará a comprender si realmente nos amamos el uno al otro, o no» La confidente de Carolina reaccionó con un consejo airado. Le dijo: «Empácale las maletas y déjaselas en las gradas del frente. ¡Cuanto antes mejor!»
Cuando Carolina me contó su historia, me quedé impresionado por el hecho de que todas las personas que entraron en esta dolorosa situación afirmaban ser creyentes en Jesucristo, que reconocían su Palabra como verdad: la esposa, el esposo, la otra mujer, la amiga que aconsejó a la esposa, y los líderes de la iglesia. Sin embargo, cada uno de éstos, a su propia manera, había demostrado una carencia de conocimientos de los principios bíblicos que podían preservar y sanar esa relación matrimonial. Tantísimos principios bíblicos importantes con respecto al matrimonio, al amor, al perdón, y a la restauración se violaron o se pasaron por alto que no es raro que Daniel y Carolina se sintieran ambos «congelados» en el dramático enredo e incapaces de hallarle salida.

Aún si los matrimonios se hacen en el cielo, el hombre tiene que ser responsable de su mantenimiento.
—Kroehler News

Desafortunadamente, ésta es una historia típica. La he oído muchas veces con pequeñas variaciones del tema básico. La comparto con usted, estimado lector, porque de ella se puede aprender muchísimo.
Mientras la aconsejaba, Carolina reflexionó en su propia manera de pensar y sus patrones de conducta. ¿Cuán válidas fueron sus acciones y reacciones durante la crisis? ¿Y qué las había impulsado? Sus decisiones, ¿fueron tomadas al calor de un falible consejo humano, o mediante el consejo eterno de Dios? ¿Qué supuestos básicos guiaron su pensamiento? ¿Eran falsas o verdaderas estas premisas?
Luego a Carolina le ocurrió algo muy interesante. Cuando se volvió a la Palabra de Dios, determinó seguir el consejo del Señor hacia donde la condujera y dejarle a Él los resultados. El consejo antibíblico que ella había recibido se le esfumó del pensamiento, y entonces comenzó a ver claramente lo falso y lo verdadero. Descubrió que hay un total desacuerdo entre la Biblia y el sistema de pensar del mundo en relación con el matrimonio y el divorcio, y que ella había sido engañada por Satanás, el maestro de la hipocresía, hasta el punto de creerle las mentiras con relación al matrimonio. Descubrió que Satanás puede actuar aun a través del cristiano que tenga las mejores intenciones, pero que tome el punto de vista humano en relación con el matrimonio, en vez de seguir la clara enseñanza bíblica de Dios. Aprendió también que, cuando los hombres y las mujeres reaccionan siguiendo sus inclinaciones naturales, generalmente, caen en decisiones equivocadas.
Según lo describió, tanto ella como Daniel habían caído en un abismo de pensamientos turbios, sentimientos confusos y reacciones fuera de tono. Sólo la verdad podía liberarlos. Los dos comenzaron a aprender de nuevo el proceso mediante el estudio del libro de Génesis, capítulos 1 al 3.
Toda pareja casada necesita saber la verdad completa con respecto al matrimonio, pero esta verdad nunca se hallará en las enseñanzas ni en los ejemplos del sistema del mundo. Lo mejor que este mundo puede ofrecer es un divorcio a bajo costo.
Generalmente, éste no obedece a ninguna razón válida y se obtiene muy fácilmente, lo cual le resulta muy cómodo a millares que, a tropezones, entran y salen del matrimonio como si éste fuera una puerta giratoria. Las palabras de un crítico social definieron esta situación en una sentencia clara y rotunda: «En la década que comenzó en 1970 —dijo—, ¡el divorcio llegó a ser el resultado natural del matrimonio!»
Si el divorcio se acepta ahora, y aun se espera que sea el resultado natural del matrimonio, es ésta una escalofriante herencia para las décadas venideras. Pero, ciertamente, no tenemos que adoptarla en nuestro pensamiento. Los creyentes de todas las culturas y de todas las edades que creen en la Biblia, han hallado la sabiduría y la fortaleza para nadar contra la corriente de los actuales estilos de vida. Notemos que la sabiduría bíblica viene primero; luego, la fuerza para ir contra la opinión popular, no importa cuán poderosa ésta sea.
Andemos juntos por el sendero bíblico que Daniel y Carolina siguieron en la búsqueda de la verdad fundamental sobre la cual estructurar su vida matrimonial.
Comenzaremos en el principio, con la creación del hombre y la mujer. Nuestro propósito es entender el matrimonio tal como Dios lo estableció, en contraste con las opiniones del mundo que nos rodea. Necesitamos examinar estos versículos del Génesis como si nunca antes los hubiéramos visto. No los consideramos como declaraciones gastadas, sino como una verdad para nuestras vidas individuales.

1. La idea de crear un hombre y una mujer fue de Dios

«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:27).
En Génesis 1 se narra el hecho de la creación del hombre, mientras que en Génesis 2 se nos revela el proceso a través del cual esto ocurrió. En el primer capítulo hallamos la verdad fundamental, ciertamente esencial para la apreciación del matrimonio, de que Dios hizo al varón y a la mujer para cumplir sus propios propósitos. Parece demasiado obvio, pero tal vez se deba señalar que la creación de dos clases de personas, hombres y mujeres, no fue una oscura conspiración para bloquear las ambiciones del movimiento femenino de liberación. La creación de las dos clases de personas no se hizo para humillar a las mujeres. En realidad, resultó ser un testimonio de lo contrario, pues la creación estaba incompleta sin la mujer. Mediante un acto creador, amoroso y asombroso, el Dios Todopoderoso concibió el maravilloso misterio del varón y la mujer, la masculinidad y la femineidad, para traer gozo a la vida. ¡Piense en cómo sería el mundo de descolorido y monótono si sólo existiera su clase de sexo! ¿Quién querría vivir en un mundo solamente masculino o solamente femenino? ¿O en uno en el que todas las marcas del género masculino o femenino se pasaran por alto o se suprimieran? La persona que se niega a comprender las diferencias fundamentales entre el varón y la mujer y a regocijarse en ellas, nunca gustará de la bondad divina que Dios planeó para el matrimonio.

2. El matrimonio fue diseñado por Dios para remediar el primer problema de la raza humana: la soledad

«Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ése es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre» (Gn 2:18–22).
Imagínese a un hombre en un ambiente perfecto, pero solo. Adán tenía comunión con Dios y la compañía de las aves y el ganado. Tenía un trabajo interesante, pues se le encomendó la tarea de observar, clasificar, y dar nombre a los animales vivientes. Pero estaba solo. Dios contempló la situación y dijo: «No es bueno». Así que el Creador sabio y amante proveyó una solución perfecta. Hizo otra criatura similar al hombre y, sin embargo, maravillosamente diferente de él. Fue tomada de él, pero ella lo complementó. Ella resultó totalmente adecuada para él en lo espiritual, lo intelectual, lo emocional, y lo físico. Según Dios, ella fue diseñada para ser la «ayuda idónea» de él. Este término, «ayuda idónea», se refiere a una relación benéfica en la que una persona ayuda a sostener a otra como amiga y aliada. Tal vez usted haya pensado que una ayuda idónea es una persona subordinada, cierta clase de sierva glorificada. Pero tendrá nueva luz para considerar la vocación de la mujer cuando se dé cuenta de que la misma palabra hebrea que se traduce ayuda se le aplica a Dios en el Salmo 46:1: «Nuestro pronto auxilio [ayuda] en las tribulaciones.»
El matrimonio comienza siempre con una necesidad que ha estado ahí desde el principio, una necesidad de compañerismo y complemento que Dios entiende. El matrimonio fue concebido para aliviar la soledad fundamental que todo ser humano experimenta. En su caso, según el grado en que su cónyuge no satisfaga sus necesidades —espirituales, intelectuales, emocionales, y físicas—, y según el grado en que usted no satisfaga las mismas necesidades de su cónyuge, en esa misma proporción los dos están aún solos. Pero esto no está en conformidad con el plan de Dios, y puede remediarse. El plan es que se complementen el uno al otro.

3. El matrimonio fue planeado y decretado para traer felicidad y no desdicha

«Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada» (Gn 2:23).
¡Este es el primer canto de amor que se escuchó en el mundo! Los expertos en hebreo nos dicen que Adán expresó de este modo una tremenda emoción, una mezcla de asombro y regocijo. «¡Al fin tengo a alguien que me corresponda!» Su expresión «hueso de mis huesos y carne de mi carne» llegó a ser un dicho favorito en el Antiguo Testamento para describir una relación personal íntima. Pero la plenitud de su significado les pertenece a Adán y a su esposa. El Dr. Charles Ryrie hace la interesante sugerencia de que la palabra hebrea para mujer, iskah, pudo haber venido de una raíz que significa «ser suave», que tal vez sea una expresión de la deleitosa y original femineidad de la mujer.
Así que, cuando el Señor le trajo la mujer a Adán, el hombre expresó sus sentimientos con palabras como las siguientes: «Al fin he hallado a una que puede complementarme, que me quita la soledad, a quien apreciaré tanto como a mi propia carne. ¡Es bellísima!, perfectamente adecuada para mí. ¡Ella será lo único que necesitaré!»
¿Puede imaginarse la emoción que tuvo que haber ardido dentro del hombre y la mujer cuando comprendieron lo que podrían significar el uno para el otro? ¿Puede usted comprender el propósito por el cual Dios creó a la mujer para el hombre? Pese a todos los chistes gastados que se digan en contrario, el matrimonio fue concebido para nuestro gozo y felicidad. Y el propósito de Dios no ha cambiado nunca.


4. El matrimonio tiene que comenzar con un abandono de las demás relaciones a fin de establecer una, permanente, entre un hombre y una mujer

«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:24).
Dios dio este mandamiento tripartito en el comienzo cuando estableció la institución del matrimonio. Aún sigue siendo el ejemplo de consejo más conciso y amplio que jamás se haya presentado sobre el matrimonio. Nótese que las palabras de este versículo son sencillas y fáciles de entender, a pesar de la infinita profundidad de su significado. Estas veintitrés palabras resumen toda la enseñanza de la Biblia sobre el matrimonio. Todo lo demás que se dice destaca o amplía los tres principios fundamentales que se originan en este versículo, pero nunca los cambia ni en el más leve sentido. Estos principios merecen que se los considere atentamente, pues cualquier problema real al que se enfrente en la vida matrimonial vendrá por pasar por alto alguno de los aspectos del mandamiento que Dios dio en el Génesis.
Tenemos que entender, ante todo, que el matrimonio comienza con un dejar: dejar todas las otras relaciones. En este caso se especifica la relación más estrecha que existe fuera del matrimonio, ya que implica que es necesario dejar al padre y a la madre. Luego, ciertamente, todos los demás vínculos tienen también que romperse, cambiarse, o dejarse.
Por supuesto, los vínculos de amor con los padres son duraderos, pero tienen que cambiar de carácter para que el hombre se dedique completamente a su esposa y para que la mujer se dedique completamente a su esposo. El Señor le dio al hombre este mandamiento, aunque el principio se aplica tanto al esposo como a su esposa, por cuanto le corresponde al hombre establecer una nueva familia de la cual será responsable. Ya no puede depender de su padre ni de su madre; ya no puede estar bajo la autoridad de ellos, pues ahora asume la dirección de su propia familia.
La Escritura enseña claramente que el adulto tiene que continuar honrando a sus padres, y ahora, que es independiente, necesita cuidar de ellos cuando sea necesario y asumir responsabilidad por ellos, más bien que ante ellos (Mt 15:3–9; 1 Tim 5:4–8). Pero el que se va a casar tiene que dejar a sus padres, pues ni los padres ni ninguna otra relación debe entremeterse entre esposo y esposa.
Esto significa que usted y su cónyuge necesitan reorientar sus vidas el uno hacia el otro, en vez de esperar que otra persona, o grupo de personas, responda a sus necesidades emocionales. Esto significa, también, que las otras cosas han de ir detrás en prioridad: los negocios, la carrera, la casa, los pasatiempos, los intereses, y aun la obra de la iglesia. Todo tiene que colocarse en su perspectiva correcta. Cualquier cosa que sea importante en la vida debe ser menos importante que su relación matrimonial.
La esposa de un próspero hombre de negocios que dedicaba todas sus energías a su empresa, derramó lágrimas amargas en mi oficina mientras decía: «Él se mantiene dándome recompensas monetarias, y cada vez que lo hace, pienso cuánto mejor sería que me diera su tiempo y su amor. Doctor Wheat, yo no quiero todas esas cosas. Sólo quiero que él me preste atención.»
En más de veinticinco años de aconsejar, he observado que cuando un hombre habitualmente pone su negocio o su carrera antes que su esposa, nada de lo que él pueda comprar con dinero la complacerá realmente.
Hay muchas maneras diferentes de no atender lo que se debe. Esto lleva al fracaso de una verdadera relación. He visto a mujeres tan envueltas en sus trabajos o en lograr una educación más avanzada, que resultan más compañeras de cuarto que esposas. Y también he visto a otras cuya preocupación por un minucioso cuidado de la casa empañó lo que hubiera podido ser un buen matrimonio. He conocido a algunos hombres que no pudieron abandonar sus vínculos con sus compañeros de caza o de juego de golf por el tiempo suficiente para la necesaria relación amorosa con sus respectivas esposas. Algunos, incluso no pueden despegarse de los deportes televisados por un rato lo bastante largo como para hablar con sus esposas. He conocido casos en que el esposo o la esposa ha participado excesivamente en la obra de la iglesia hasta el punto de causar detrimento a su vida matrimonial. Y he conocido algunos casos tristes en que la madre, y algunas veces el padre, dio a los hijos el primer lugar. Cuando esos hijos crecieron, sus padres quedaron emocionalmente en bancarrota.
El primer principio que podemos aprender en Génesis 2:24 es que el matrimonio significa dejar. A menos que usted esté dispuesto a dejar todo lo demás, nunca alcanzará la unicidad de esta emocionante relación que Dios tuvo en mente para disfrute de toda pareja casada.


5. El matrimonio exige una unión inseparable de esposo-esposa para toda la vida

«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:24).
Notemos otra vez que el Señor le dice esto especialmente al esposo, aunque el principio se aplica a ambos cónyuges.
¿Qué significa unirse? La palabra hebrea dabaq, que la Versión Reina-Valera, revisión de 1960, tradujo «se unirá», tiene sentido de acción. He aquí algunas definiciones del verbo dabaq: «pegarse o adherirse a, permanecer juntos, mantenerse firme, sobrecoger, proseguir con firmeza, perseverar en, tomar, atrapar mediante persecución». Los traductores bíblicos modernos generalmente utilizan para traducir dicho verbo hebreo los verbos: «se adherirá a», «se unirá a», «se une a».
Cuando llegamos al griego del Nuevo Testamento, la palabra significa pegar como si fuera con cemento, pegarse como si fuera con cola, o estar soldados los dos de tal modo que no pueden separarse sin daño mutuo.
Según esto, es obvio que Dios tiene un poderoso mensaje para los dos cónyuges, y al esposo en particular se le pone delante un dinámico curso de acción. El esposo es el responsable principal de hacer todo lo posible y de ser lo que debe ser, a fin de hacer tal vínculo con su esposa que los haga inseparables. Y la esposa tiene que responder a su esposo de la misma manera. Estos lazos no son como las bellas cintas de seda que se atan a los regalos de boda. Más bien tienen que forjarse como el acero en el fuego de la vida diaria y en las presiones de las crisis, a fin de que formen una unión indisoluble.
La mejor manera de comprender la fuerza del significado que hay en el verbo dabaq, que se tradujo «se unirá», consiste en considerar cómo usó el Espíritu Santo dicha palabra en el libro de Deuteronomio. Los siguientes cuatro ejemplos se refieren a la necesidad de unión con el Dios viviente.
«A Jehová tu Dios temerás, a Él sólo servirás, a Él seguirás, y por su nombre jurarás» (10:20).
«… que los cumpláis, y si amareis a Jehová vuestro Dios, andando en todos sus caminos, y siguiéndole a Él» (11:22).
«En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a Él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a Él serviréis, y a Él seguiréis» (13:4).
«… amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él» (30:20).
Esto indica que ante los ojos de Dios «unirse a» significa una entrega de todo corazón, en primer lugar de todo lo espiritual, pero que se extiende a toda área de nuestro ser, de tal modo que la unión sea también intelectual, emocional, y física. Significa que usted tendrá una continua oportunidad de unirse a su cónyuge aun en los detalles más nimios de la vida. De hecho, cualquier cosa que los acerque más y haga más firme su relación será parte de tal unión. Cualquier cosa que los distancie, mental o físicamente, debe evitarse, por cuanto rompe el patrón divino para la vida matrimonial.
Gran parte del consejo práctico que ofrezco en este libro le indicará cómo unirse a su cónyuge en diversas circunstancias y de diferentes maneras. Sea cual fuere la manera de expresarla, la unión siempre envuelve dos características: (1) una constante lealtad, y (2) un amor activo que prosigue, que no abandona.
Si quiere poner a prueba una acción, una actitud, una palabra, o una decisión ante las normas bíblicas de esta unión, formúlese las siguientes preguntas: Esto ¿nos acercará más o nos separará más? ¿Edificará nuestra relación o la romperá? ¿Producirá una reacción positiva o negativa? ¿Expresa mi amor y lealtad a mi cónyuge, o revela mi individualismo egocéntrico?
Recuerde que el plan de Dios para usted y su cónyuge es una unión inseparable que ustedes mismos construyen mutuamente al obedecer su mandamiento de unirse.


6. El matrimonio significa unidad en el más amplio sentido posible, e incluye la unión física íntima, sin vergüenza

«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (Gn 2:24, 25).
Vemos ahora que el modelo que Dios estableció para el matrimonio en la creación producirá algo muy hermoso si se aplica. Dos llegarán realmente a ser uno. ¡Esto es más que unidad! Ningún escritor, maestro, o teólogo ha explicado aún todo lo que significa el hecho de que dos personas lleguen a ser «una carne». ¡Sólo sabemos que ocurre!
Deben notarse varios requisitos elementales. Para que esto ocurra, el matrimonio tiene que ser monógamo (de dos personas solamente). En consecuencia, el adulterio y la promiscuidad quedan absolutamente prohibidos porque, como lo destacó el Señor Jesús en el Nuevo Testamento, los dos llegan a ser uno. La Biblia describe gráficamente los desdichados efectos del matrimonio polígamo a lo largo del tiempo y los resultados mortales del adulterio. En Proverbios 6:32, por ejemplo, leemos: «Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace». ¡Ciertamente nadie puede alegar como excusa la ignorancia! El matrimonio tiene que ser también heterosexual. Dios hizo una mujer para un hombre. El «matrimonio» homosexual, que hoy se proclama en ciertas esferas, es una deformación patética y escuálida del plan del Creador para la unión santa entre un hombre y una mujer.
Llegar a ser una sola carne es algo verdaderamente profundo: envuelve la unión física íntima en el contacto sexual. Y esto sin ninguna vergüenza entre los cónyuges. ¡Dios nunca incluyó la vergüenza en la relación sexual matrimonial! En vez de ello, la palabra que usa la Biblia para hacer referencia a la relación sexual entre el esposo y su esposa es el verbo «conocer», que es un verbo de profunda dignidad. «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió…» (Gn 4:1). «Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito…» (Mt 1:24, 25).
Este verbo «conocer» es el mismo que se usa en Génesis 18:19 para hacer referencia al conocimiento personal que el amante Dios tenía de Abraham: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio».
De modo que, en el modelo divino del matrimonio, la relación sexual entre el esposo y su esposa incluye el conocimiento físico íntimo, un conocimiento tierno y personal. Así, el dejar lo anterior y el unirse y conocerse el uno al otro da como resultado una nueva identidad en la cual dos se funden en uno: una mente, un corazón, un cuerpo, y un espíritu. No quedan dos personas, sino dos fracciones de una. Esta es la razón por la que el divorcio tiene un efecto tan devastador.
En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo utiliza el misterio de llegar a ser una carne, que se presenta en el Génesis, con su dimensión de la relación sexual, para describir un misterio aun más profundo: el de la relación entre Cristo y su esposa, la Iglesia. «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la Iglesia» (Ef 5:31, 32).
Este es el modelo de matrimonio tal como Dios lo estableció al principio: una relación amorosa tan profunda, tierna, pura, e íntima, que está modelada de acuerdo con la relación de Cristo y su iglesia. Este es el fundamento del amor que no se apaga y que usted puede experimentar en su propio matrimonio, un fundamento sobre el cual puede edificarse con seguridad.

¿ES SU HOGAR UN PARAÍSO DE FELICIDAD?

Cuando éramos niños, mamá nos contaba que el Príncipe Azul encontró a la Princesa Encantada y que, luego de algunas peripecias, los dos se enamoraron, se casaron y «vivieron felices el resto de sus días.» Esto fue creando en muchos de nosotros una idea muy ingenua del matrimonio, que contrasta con las muchas evidencias a nuestro alrededor de matrimonios que no son exactamente como los de los cuentos.
Es posible que ya de grandes todavía sostengamos que el hogar «debe ser un remanso de paz» o «un refugio» o «un paraíso». Con razón muchas parejas se sienten profundamente defraudadas cuando el hogar que han formado se asemeja más bien a un campo de batalla que al soñado paraíso. El creciente índice de divorcios parece indicar la dificultad de los cónyuges en aceptar que el matrimonio no es el paraíso donde descansar, sino solamente el huerto donde trabajar; no es el refugio a dónde huir, sino el camino que hay que recorrer; no es el jardín de rosas hecho para disfrutar, sino la parcela donde laborar.

Un buen hogar requiere esfuerzo

La idea de que un buen hogar se forma por «generación espontánea» o por «buena suerte» ha hecho que no nos preocupemos de prepararnos adecuadamente para la vida hogareña. Nos preparamos durante años para una profesión, para una carrera, para un trabajo, en fin, para casi todo, menos para el hogar y la formación y el desarrollo de la familia. No encuentro en la Biblia que Dios haya prometido hacer de cada hogar un paraíso, cualquiera que sea la connotación que le demos a esta palabra. Lo que sí encuentro es la intención del Creador de poner al ser humano en una red de relaciones familiares a fin de que se pueda desarrollar todo su potencial: en donde el hombre sea más hombre y la mujer más mujer; en donde los hijos crezcan amados y valorados; en donde todos sean cada vez más humanos para beneficio propio y de los demás. Esa es la voluntad revelada de Dios para el hogar y con ella ha comprometido el poder de su Palabra y de su Espíritu.
El hogar, por lo tanto, sí puede llegar a ser un lugar de sosiego, un espacio de amor, un sitio de satisfacción y desafío, pero no sin la dedicación, el trabajo y el esfuerzo necesarios.


El hogar: un lugar para crecer

Cuando me casé, oí que entraba «en el santo estado del matrimonio». Desde entonces, he tenido que luchar contra un concepto estático del matrimonio y procurar percibirlo en su dimensión dinámica. Para muchos, el formar un hogar significa arribar a la meta y… descansar. Con razón hay tanto descuido físico, intelectual y profesional en muchas parejas que creen que el matrimonio es la graduación de la vida.
El hogar tiene que ser percibido como el espacio en donde cada miembro crece y se desarrolla en todo su potencial y sus capacidades. Es en el hogar, más que en ninguna otra parte, donde los valores abstractos, tales como el amor y la bondad, la disciplina y el valor, la paciencia y la entrega, se ponen a prueba. Es allí donde todo lo mejor del ser humano es desafiado a comprometerse.


Varias etapas

Los que hemos estudiado el matrimonio en su desarrollo hemos encontrado varias etapas bastante bien definidas. La primera, la etapa romántica forjada en base a las muchas ilusiones, sueños y promesas grandiosas, no dura toda la vida, al menos en sus dimensiones iniciales. Tarde o temprano, las finanzas, el trabajo, los hijos, hacen que la pareja aterrice en la realidad de un mundo que demanda esfuerzo para sobrevivir y que parece amenazar el sueño de eterno romance y encanto. Aparecen, entonces, las frustraciones, las recriminaciones, los reclamos y la lucha por el poder. Toda pareja, de una forma u otra, atraviesa por esta etapa, no sin dolor y serios cuestionamientos acerca de su relación. Es aquí donde muchas personas que se resisten a crecer y a tomar responsabilidad por su vida, sus actos y sus sentimientos, deciden romper el vínculo matrimonial. Las parejas que deciden mantener el hogar por los hijos, por razones económicas o por las apariencias, pueden encontrarse en una etapa de desilusión y separación física, emocional o mental, que no les permite establecer el hogar que en el fondo anhelan. Las parejas que, en medio de su frustración y desconcierto, no se conforman con una relación mediocre y deciden crecer, experimentan una profunda transformación. Cada uno comienza a tomar responsabilidad por lo que es y por lo que quiere. Cada cual toma en serio la posibilidad de afectar las cosas a su alrededor y no sólo ser afectado. Ambos descubren que juntos pueden hacer más que cada uno por separado y eso los anima en su propósito de compartir toda la vida. Los dos van caminando en la etapa de la estabilidad, la intimidad y el compromiso como nunca antes. Eso les anima a continuar creciendo en su relación, no solo para bien de ellos mismos, sino para beneficio de toda su familia, su comunidad y las futuras generaciones.


Conclusión

Dios no nos ha ofrecido un paraíso o un jardín de rosas cuando formamos un hogar. Eso sí, nos ha entregado un terreno fértil, herramientas, y buenas semillas para que lo trabajemos con su ayuda y cultivemos con interés y esfuerzo las flores más hermosas para bien de muchos y para la gloria de Dios.




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