lunes, 6 de abril de 2015

En vez de estudiar todas las doctrinas de cada grupo religioso, estudiemos cómo se ajustan o se apartan de cuatro puntos cardinales de la doctrina bíblica: Dios, el pecado, la salvación y la vida futura

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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               CAMINOS QUE PARECEN DERECHOS

Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es caminos de muerte.
Proverbios 14:12

Nadie se pierde intencionalmente. Todo viajero se propone llegar a su destino, pero hay influencias y circunstancias que desvían a algunos del rumbo correcto. Lo mismo se puede decir de la vida espiritual. Analicemos cuatro de esas influencias desviadoras.

INFLUENCIAS DESVIADORAS

1. Un viajero solitario en el altiplano andino se detiene perplejo. El camino se divide en dos senderos. No sabe a cuál de los dos seguir para llegar al pueblo distante. La noche se acerca. El frío se hace más intenso. Una mala elección pudiera ser fatal. Se regaña por no haber averiguado mejor la dirección. Por fin, escoge la senda que le parece mejor y sigue caminando. Pero cuando debiera haber llegado al pueblo, le sorprende una tormenta entre los picachos nevados donde anda completamente extraviado. Perece en la noche. ¿Por qué? No conocía el buen camino.

2. Cierto piloto de avión vuela cerca de la frontera de un país enemigo. Busca en su radio la señal que le ha de guiar a su propia base donde quiere aterrizar. Sintoniza lo que cree que es la señal correcta. Corrige el rumbo del vuelo. Al poco rato, sin saberlo está volando sobre territorio enemigo. El avión cae a tierra acribillado por las balas antiaéreas. Una señal engañosa lo ha desviado.

3. Un grupo de cazadores acepta los servicios de un “guía” quien les asegura que conoce el terreno como la palma de la mano. Lo siguen confiadamente cuando se interna en la selva. Pero todos pierden la vida porque su guía no tiene experiencia alguna y es el primero en extraviarse. Siguieron a un guía que no merecía su confianza.

4. ¡Vimos con asombro que el sol se levantaba en el occidente! Por supuesto eso no podía ser. Dos hermanos míos y yo íbamos del centro de los Estados Unidos al sur, rumbo a Miami, Florida. Habíamos viajado toda la noche, pero en cierta ciudad donde varias carreteras iban unidas por un trecho y luego se repartían, mi hermano que manejaba el auto se había equivocado. Seguía confiado por horas mientras mi otro hermano y yo dormíamos. Teníamos mapa de carreteras, pero nadie se fijó en él. Pasamos por pueblos que no estaban en nuestra ruta y junto al camino había señales que debían habernos advertido de nuestro error. Pero en la oscuridad nadie se fijaba. Sólo cuando se levantó el sol “en el occidente” nos dimos cuenta del error. Íbamos al norte en un estado donde no nos correspondía estar. A tiempo el sol, las señales de carretera y el consultar el mapa nos hicieron cambiar de dirección y llegamos sin novedad a Miami. Nos habíamos extraviado por no consultar el mapa de carreteras.

Estos cuatro casos sacados de la vida ilustran las influencias responsables de muchas desviaciones espirituales:
    1.      Poco conocimiento del camino al cielo.
    2.      Señales de origen satánico hechos para confundir al hombre.
    3.      La personalidad atrayente de guías falsos.
    4.      El no consultar el mapa, la Biblia.

¿POR QUÉ ESTUDIAR LAS DOCTRINAS FALSAS?

En defensa propia

El propósito de este escrito es combatir estas cuatro influencias desviadoras que han apartado a muchas personas de la verdad. Jesucristo nos ha dicho: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Hay que seguirlo a Él de cerca, conocerlo bien. Nos comunicamos con Él constantemente en oración para que su luz nos ilumine. Le pedimos que nos guarde de todo error y nos conduzca al hogar celestial.

Dios nos ha dado la Santa Biblia como mapa para señalarnos el camino. El que no se ocupe de estudiarla no sabrá distinguir si es falsa o verdadera cualquier doctrina que se le presente. El que ignora las Escrituras confunde fácilmente el camino.

Hay muchos senderos doctrinales que parten del camino verdadero. Algunos de ellos parecen derechos, citan la Biblia y contienen mucha verdad, pero poco a poco van alejándose del camino verdadero. No se nota a primera vista el error. El que viaja por el camino al cielo debe comparar cuidadosamente las enseñanzas que encuentre con lo que se halla en su mapa, la Biblia.

Varias de esas religiones enseñan a sus miembros a ir de casa en casa procurando ganar adeptos para su fe. Se brindan a ayudarlos a comprender mejor la Biblia, y les enseñan el error. El estudiante debe basarse tan firmemente en las Escrituras que ni los argumentos, ni las invitaciones, ni el ejemplo de otros lo puedan apartar de la verdad revelada en Cristo y en su Palabra.

Hay mucha verdad en el refrán: “Guerra avisada no mata soldados.” Los miembros de nuestras iglesias deben estar al tanto de lo que enseñan tales grupos y conocer la refutación bíblica de sus errores. “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14).


Para ayudar a otros

La mayoría de los grupos que se estudian en este escrito profesan ser cristianos, pero tienen ciertas doctrinas erróneas o corrientes teológicas que apartan de Cristo la fe para ponerla en otras cosas. Algunos se han desviado más y otros menos de la verdad. Entre ellos hay muchos buenos cristianos que aman y sirven al Señor a pesar de los errores que enseña su iglesia.

El conocimiento del error en el cual se encuentran las personas nos ayuda a presentarles la verdad que necesitan. Entre ellas se hallan muchas que desean conocer la verdad. Es de esperar que estos estudios nos inspiren mayor compasión hacia los que andan errados y nos muevan a orar y trabajar por su salvación.

Entre los nuevos convertidos en nuestras iglesias hay quienes han estado enredados en doctrinas falsas. Estos estudios pueden ayudarnos a comprenderlos y darles el auxilio que necesitan.


LOS PUNTOS DE ORIENTACIÓN

En vez de estudiar todas las doctrinas de cada grupo religioso, veremos cómo se ajustan o se apartan de cuatro puntos cardinales de la doctrina bíblica: Dios, el pecado, la salvación y la vida futura. Veremos también algo de su fondo histórico y algunas de sus creencias y prácticas que no se relacionen directamente con estos puntos cardinales.

En el escrito aparece un cuadro comparativo de las creencias principales de las iglesias o sistemas religiosos estudiados. Donde aparece la palabra “ortodoxo” (que significa “doctrina correcta”) quiere decir que se adhiere a la enseñanza bíblica en ese aspecto. Es bueno que el lector se familiarice con el cuadro antes de estudiar el escrito, porque así asimilará más rápidamente la materia. El cuadro también le ayudará a repasar rápida y frecuentemente lo estudiado.


EL TRATO CON LOS DE OTRA RELIGIÓN

En cada acápite se dan sugerencias para el evangelismo personal con personas del grupo que se estudia. Los principios fundamentales dados a continuación pueden servir en el trato con todos.
          1.      Reconozca desde un principio que los argumentos son incapaces de mover el corazón al arrepentimiento. Sólo el Espíritu de Dios puede hacer esto.

          2.      Ore por las personas a quienes desea llevar a Cristo, pidiendo que Dios les abra el corazón a la verdad.

          3.      Evite las discusiones acaloradas. “Que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo” (2 Timoteo 2:25, 26).

          4.      Demuestre la cortesía y el amor de Cristo en todo momento, tomando en cuenta que la vida diaria se encarga de confirmar o desmentir las palabras que uno habla.
          5.      Nunca demuestre una actitud de “soy más santo que tú”.

          6.      Nunca critique la religión de la persona con quien trata ni a los fundadores de ella. No los ponga en ridículo. Las creencias religiosas de una persona le son muy valiosas y suelen estar profundamente arraigadas en ella. Si alguien las ataca, se siente obligada a defenderlas. Lo más probable es que se ofenda y no estará dispuesta a aceptar nada de lo que diga el que la ha “insultado” así.

          7.      Presente la verdad positiva del evangelio en vez de atacar las creencias de la persona. Así estará más dispuesta a recibir la enseñanza. Por ejemplo, si usted fuera una persona que orara a otros dioses, ¿a cuál de estos evangélicos estaría más dispuesto a escuchar? Uno le dice: “Es malo orar a esos dioses falsos; así se va a ir al infierno.” El otro le dice: “Quiero contarle lo que Dios hizo por mí en respuesta a la oración.”

          8.      No se ponga a discutir puntos de importancia secundaria que únicamente lo desviarían de la conversación principal.

          9.      Testifique de Cristo y de lo que Él ha hecho para usted y para otros. El gozo rebosante de una vida victoriosa atrae a más personas que grandes cantidades de buena lógica y argumentos acertados. El testimonio respaldado por la vida puede hacer que otros deseen lo que usted ha encontrado en el Señor.

          10.      Si no se han entregado a Cristo, invítelos a que se entreguen, arrepintiéndose del pecado y poniendo su fe en Él. Si logra eso, Él les iluminará la mente para entender las Escrituras y recibir la verdad que se les enseña. Note este orden en 2 Timoteo 2:25, 26. Al acercarse a la luz, las tinieblas se disipan. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

          11.      Aproveche los puntos en que estamos de acuerdo. Puede usarlos como punto de partida en vez de ir directamente a las diferencias. Por ejemplo, pueden darle gracias a Dios que tienen fe en Él en estos tiempos de tanta incredulidad. ¿Aman a Dios? Nosotros también. Entonces ¿por qué no orar juntos? ¿Quisieran tener una comunión más íntima con Dios? Señale los versículos que explican cómo alcanzarla.

          12.      Sea obediente al Espíritu Santo. Pida su dirección para hallar a los que andan descarriados y llevarlos a Cristo. Eso puede ser mediante la amistad, el obsequiarles folletos o el Nuevo Testamento, el invitarlos a acompañarlo a reuniones evangélicas o de alguna otra manera. Pídale al Señor que lo llene a usted de su amor y valor, y que lo use como instrumento para la salvación de las almas para la gloria de Dios.


AVISOS EN EL CAMINO

¡Cuántas veces una señal de carretera nos ha salvado la vida! PELIGRO: CURVA CERRADA, nos dice una. La vemos a tiempo, disminuimos la velocidad y atravesamos sin novedad un tramo peligrosísimo. El Departamento de Obras Públicas tiene la responsabilidad de señalar claramente los lugares peligrosos para proteger la vida de los viajeros. No cumplir ese deber sería negligencia criminal.

¿Y acaso los obreros del Señor no tienen la responsabilidad de marcar bien el camino de la vida? ¿No les corresponde señalar los lugares peligrosos para evitar que los viajeros se aparten de la sana doctrina y sufran un desastre espiritual?

Las cruces colocadas al lado del camino en algunas regiones le hablan silenciosamente al viajero. “¡Cuidado!—le dicen—. En este punto otros han perdido la vida.” De igual modo, la tragedia de los que han dejado el camino verdadero para seguir doctrinas erróneas sirve de advertencia contra las tendencias que los desviaron de la verdad.

Estas mismas tendencias pueden surgir en cualquiera de las iglesias evangélicas y ocasionar estragos. Por ese motivo se incluye en cada capítulo la sección “Avisos en el camino”. Señala algunas tendencias peligrosas que a veces se presentan. Si las toma en cuenta el pastor, podrá reconocer a tiempo el problema y evitar dificultades serias en la iglesia.

El tratar sobre problemas existentes en iglesias evangélicas no es por espíritu de crítica ni de pugna. Tampoco es para indicar que es una situación característica o general. Es sencillamente para cumplir con la responsabilidad que nos corresponde de marcar bien el camino. “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él” (Isaías 30:21). “Haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino” (Hebreos 12:13).


PREGUNTAS Y ACTIVIDADES

        1.    ¿Cómo puede ayudarle el estudio de este escrito?
     2.  Mencione tres influencias desviadoras que han contribuido al origen de grupos religiosos que se llaman cristianos pero enseñan doctrinas erróneas.
      3.   ¿Ha observado alguna vez en su iglesia o denominación una de estas influencias? ¿Cuál de ellas? En la clase se pueden citar casos. El análisis de problemas pasados puede ayudar a vencer otros similares en el futuro.
      4.    ¿Cuáles son los puntos cardinales que se examinan al estudiar una religión?
      5.   Lea el índice de los capítulos. Mencione siete de los grupos religiosos que se estudian en este escrito.
      6.    ¿Para qué se incluye en cada capítulo la sección “Avisos en el camino”?
     7.   Hágase en la clase una dramatización en dos actos de cómo tratar con personas de otras religiones. Dos alumnos pueden hacer el papel de obreros personales. Otros dos actúan como adeptos de otra religión. En primer lugar, una pareja muestra cómo no se debe hacer el evangelismo personal. Después, la segunda pareja muestra un método mejor.
     8.   Haga una lista de los conocidos suyos que están en otra religión o secta. Empiece a orar por ellos.
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Con frecuencia, no somos sinceros con nosotros mismos porque nuestros pecados nos han cegado a la verdad

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Cuando los ciegos ven
y los que ven están
ciegos
(9.1–10.39)
Es algo asombroso. Se le puede explicar a un niño pequeño por qué no debe cruzar una calle muy transitada o tocar una estufa caliente, y aunque incluso dé muestras de haber comprendido, hará lo que le advirtieron que no hiciera. Luego, cuando le pregunte por qué lo hizo, responderá: «No sé», en un tono que uno duda si le entendió cuando se lo dijo.
Lo más sorprendente de este fenómeno es que no finaliza en la adolescencia. Se le puede explicar a un hijo adolescente por qué debiera esforzarse en las tareas escolares, o practicar más el instrumento musical, o elegir mejor sus amistades, y dar explicaciones con una increíble claridad y convicción, pero si no quiere aceptar lo que se le dice, no lo hará. Y cuando se le pregunta por qué no siguió el consejo, ofrecerá la misma respuesta infantil: «No sé». O, más sofisticado aun: «Sencillamente, no quería hacerlo». Pero si se le pregunta el porqué, quizás volverá a escuchar ese «no sé».
¿Se supera esta condición en la edad adulta? ¡No! Si algo aporta la edad adulta, es un nivel más absurdo todavía en las respuestas. Nos volvemos expertos en encontrar justificativos para eludir las buenas razones y las claras explicaciones acerca del porqué aceptar o rechazar determinadas ideas, puntos de vista o comportamientos. Por supuesto, como adultos hemos superado la etapa del «no sé». En cambio repetimos las preguntas, dando la impresión de que nunca oímos o entendimos lo que en realidad ya se nos había dicho varias veces, O, mejor todavía, damos «razones» por las que no hemos aceptado lo que se nos dijo, aunque no tenemos verdaderos argumentos para apoyar nuestro punto de vista, O, más que eso, reunimos a nuestro alrededor un grupo de personas que aceptan lo que decimos; pero a la mayoría la hemos engañado de todos modos, de manera que sólo saben lo que nosotros sabemos, y eso al fin y al cabo es erróneo.
¿Por qué no decimos, simplemente: «No quiero hacerlo» o «Me niego a creerlo»? ¿Por qué no nos limitamos a ser sinceros respecto al tema? Hay muchas respuestas posibles para estas preguntas, pero la más directa es también la más acertada: con frecuencia, no somos sinceros con nosotros mismos porque nuestros pecados nos han cegado a la verdad. Muchas veces nuestra vida se ha construido sobre la negación, el rechazo, las mentiras y las justificaciones, a tal punto que llegamos a perder de vista lo que es verdadero. No podemos vernos con claridad nunca más, así que con toda seguridad no veremos claramente a los demás tampoco. Nos convertimos en ciegos que conducen a otros ciegos, y con demasiada facilidad somos presas del error de arrogantemente acusar de ceguera a otros que ven mejor que nosotros.
Jesús entró en contacto con personas iguales a nosotros. A los que estaban dispuestos a reconocer que eran ciegos, les dio vista. Pero a los que se negaban a que los guiara, los abandonó a su ceguera.
¿Quiere usted ver? Quizás ni siquiera sepa que hay cosas que no es capaz de ver, pero lo cierto es que a todos nos ocurre. De manera que, antes de proseguir la lectura, entre en la presencia de Dios por medio de la oración, y pídale al Espíritu Santo que actúe en su vista espiritual mientras estudia este capítulo. Luego, cuando el Espíritu le muestre lo que usted ha estado procurando encubrir durante tanto tiempo, no cierre los ojos. En lugar de ello, pídale al Señor que le dé fortaleza para mirar de frente el asunto y para depender de El a fin de que lo ayude a tratar la cuestión con sinceridad y dignidad. Al Señor le encanta responder a esta clase de plegarias.
Un milagro para dar la vista
Cuando Jesús escapó para no ser apedreado, «vio a un hombre ciego de nacimiento» (Jn 9.1). Al ver a este hombre los discípulos le hicieron una pregunta a Jesús (v. 2). ¿Qué revela esta pregunta respecto al concepto que tenían acerca del origen de las incapacidades físicas?
     Entre bastidores
Los discípulos de Jesús no eran los únicos en sus creencias acerca de la causa de los impedimentos físicos. Algunos textos judíos de esa época enseñaban que el alma de una persona podía pecar en un estado preexistente (Sabiduría 8.20). Muchos creían que una criatura podía tener sentimientos estando aún en el vientre de su madre, incluso sentimientos pecaminosos (cf. Gn 25.22; Lc 1.41–44). Se ha extendido la creencia de que los pasajes de Éxodo 20.5 y 34.6, 7 enseñaban que nuestros propios descendientes serían castigados por nuestros pecados. Los discípulos simplemente querían que Jesús les resolviera esta cuestión teológica en relación con el caso de este ciego.1
Lo que Jesús respondió a sus discípulos no resuelve el interrogante teológico. Es más, Jesús no dice nada acerca de lo que ocasionó la ceguera de este hombre. Lo único que dice es lo que se puede hacer a través de este caso. ¿Y cuál es ese caso? (Jn 9.35)
     Fe viva
Es muy fácil para nosotros especular en relación a los motivos del sufrimiento ajeno. ¿Qué camino mejor preparó para nosotros la respuesta de Jesús a sus discípulos con relación a esto?
¿Cómo sanó Jesús a este ciego? (vv. 6, 7)
¿Tuvo el ciego alguna seguridad de Jesús que, si seguía sus instrucciones, sería sanado?
¿Qué nos dice esto acerca del papel de la fe en este milagro?
¿Qué relación ve entre este milagro y la declaración de Jesús en el versículo 5?
¿Cuál fue la reacción del hombre sanado y la de los que lo conocían personalmente a esta señal? (vv. 8–12)
Un interrogatorio ciego
Como podría esperarse, la increíble curación de este hombre motivó una investigación y un interrogatorio inmediatos por parte de —ya lo habrá adivinado— los fariseos, que eran los legalistas que imperaban en la época (v. 13). ¿Por qué tenían tanto interés en este hombre? (vv. 14–16)
Cuando empezó el interrogatorio, ¿qué divisiones provocó entre los fariseos el testimonio inicial de este hombre? (v. 16)
¿Cuál fue la primera conclusión de este hombre acerca de Jesús? (v. 17)
Al no recibir las respuestas que esperaban, los fariseos intentaron racionalizar el milagro. ¿Qué explicación dieron y cómo intentaron probarla? (v. 18)
¿Pudieron mantener su argumento después de interrogar a los padres del hombre sanado? (vv. 19–23) ¿Qué ocurrió?
¿Qué pasó cuando llamaron de nuevo al hombre sanado? ¿Se retractó de su primer testimonio o lo sostuvo con más énfasis aún? Fundamente su respuesta con el texto bíblico (vv. 24–33).
Incapaces de sostener su argumentación, ¿qué hicieron los fariseos? (v. 34) ¿Cambiaron su punto de vista? ¿Se arrepintieron? ¿Pidieron disculpas?
Visión verdadera vs. ceguera verdadera
¿Qué sucedió entre Jesús y el hombre sanado después del interrogatorio de los fariseos? (vv. 35–38)
¿Con qué propósito vino Jesús a este mundo? (v. 39)
(Nota: Recuerde que el «juicio» de Dios es el don de la salvación para los que confían en El, pero es también la condenación para los que lo rechazan. El juicio, como en el caso de una sentencia judicial, puede obrar en cualquiera de las dos direcciones.)
Cuando algunos de los fariseos acertaron a oír las palabras de Jesús, le preguntaron con cierta arrogancia si les estaba sugiriendo que eran a la verdad ciegos (v. 40). Después de todo, eran los maestros estrictos de la Ley. Si alguien conocía la verdad, eran ellos. La respuesta de Jesús es muy penetrante (v. 41), aunque a primera vista resultaba enigmática. «Jesús llevó la discusión del plano de una ceguera física al de una ceguera espiritual. Creer en Jesús significa ver espiritualmente, en tanto que los que no creen en Él permanecen ciegos»,2 atrapados en la oscuridad de su propio pecado.
El camino del Pastor
Jesús no terminó allí. Continuó hablando a los fariseos, pero ahora a través de imágenes pastoriles, en lugar de la comparación entre la ceguera y la capacidad de ver. Los fariseos conocían bien la ilustración del pastor. Esta figura se usa a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Busque los siguientes pasajes para entender mejor con qué relacionarían los fariseos las palabras de Jesús: Genesis 49.24; Salmo 23.1; 80.1; Isaías 40.10, 11; 56.9–12; Jeremías 23.1–4; 25.32–38; Ezequiel 34.
En la alocución a los fariseos, Jesús se identifica con dos de los símbolos que menciona: El es la «puerta de las ovejas» (Jn 10.7, 9) y el «buen pastor» (vv. 11, 14). La primera imagen abarca los versículos 1–10, y se contrasta con la figura del ladrón. La segunda abarca los versículos 11–18, y se opone a la del obrero asalariado o contratado. Teniendo presente esta estructura del pasaje, complete el cuadro a continuación, resumiendo lo que Jesús dice de sí como la puerta de las ovejas y el buen pastor, en oposición al ladrón y al obrero asalariado.
La Puerta De Salvación
(vv. 
1–10)
La Puerta De Las Ovejas
El Ladrón












El Pastor Salvador
(vv. 
11–18)
El Buen Pastor
El Asalariado












¿Cómo reaccionaron los fariseos a las enseñanzas de Jesús? (vv. 19–21)
     Fe viva
¿Qué aplicaciones para la vida puede extraer de las enseñanzas de Jesús en los versículos 1–18?
Palabras sencillas y piedras mortíferas
Entre Juan 7.1–10.21 y la confrontación que se registra en 10.22–39 hay un período de casi dos meses. El marco de la primera de estas referencias es la Fiesta de los Tabernáculos, que se celebraba en octubre. La celebración religiosa que ocupa el centro del segundo pasaje es la Fiesta de la Dedicación, que tenía lugar en diciembre.
     Entre bastidores
«La Fiesta de la Dedicación, hoy conocida como el Hanukah, tuvo su origen en la liberación y rededicación del templo bajo el liderato de los macabeos en el año 165 a.C., tras haber sido desacralizado por el monarca seleucida Antíoco Epífanes».3
Una vez más Jesús entró al área del templo en Jerusalén, pero esta vez, mientras sólo caminaba por el lugar, los judíos lo rodearon en un intento de evitar que escapara (vv. 23, 24). ¿Qué querían saber? (v. 24)
¿En qué ocasión anterior le plantearon el mismo asunto? Vuelva hacia atrás en el Evangelio para encontrarla.
¿Qué les respondió Jesús? (vv. 25–30)
¿Cómo reaccionaron las autoridades judías y por qué? (vv. 31–33)
Dada la interpretación que sus enemigos dieron a sus palabras, Jesús tuvo una oportunidad perfecta para corregirlos si se trataba de un error de comprensión. Pero no lo hizo. En lugar de eso, les dio un argumento que apoyaba aun más su declaración de ser uno con el Padre. Veamos más de cerca la defensa.
Primero, Jesús cita el Salmo 82.6 (Jn 10.34). El salmo no habla acerca de dioses falsos y tampoco deifica al ser humano. ¿De qué se ocupa? Lea el salmo completo en más de una versión. ¿Quiénes son los «dioses»?
Segundo, en Juan 10.35, 36, Jesús argumenta que puesto que las Escrituras no pueden ser quebrantadas (anuladas o invalidadas) y que se refieren a determinadas personas como dioses, ¿dónde está el problema en que Él se proclame como Hijo de Dios, puesto que específicamente tiene una relación especial con el Padre? ¿Cuál es esa relación?
Tercero, Jesús está dispuesto a basar toda su defensa de su unidad con el Padre en el hecho de que sus obras milagrosas verifican esa unidad (vv. 37, 38). En otras palabras, si es falsa esa unidad que Él afirma tener con Dios, ¿cómo podían explicar su capacidad para curar la ceguera congénita con sólo colocar saliva y barro sobre los ojos del enfermo, o hacer que los inválidos caminen o conyertir el agua en vino? Por lo demás, si tales actos son en realidad sobrenaturales, ¿quién entonces aparte del Padre puede ser su fuente? ¡Su Hijo, obviamente!
¿Cómo respondieron los judíos al argumento de Jesús? (v. 39)
Una vez más, Jesús escapa de la trampa.
Donde los ciegos ven en realidad
Después que Jesús sale de Jerusalén, ¿hacia dónde se dirige? (v. 40; cf. 1.28)
¿Qué dicen los versículos 41 y 42 acerca del ministerio de Juan el Bautista?
Después de la confrontación, el engaño, la hipocresía y las diatribas que Jesús enfrentó en Jerusalén, ¿cómo piensa que se sentiría cuando la sencilla gente de campo creía en El por fe?
     Fe viva
¿Y qué de usted? ¿Está su fe basada en el cumplimiento de determinadas fórmulas, tradiciones o prácticas religiosas, en complacer a determinadas personas, obedecer ciertos códigos morales o en cualquier otra cosa u obligación? Si la seguridad y las convicciones no están afianzadas en el trino Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), si alguien pretende llegar al cielo, alcanzar la perfección o la madurez espiritual por otra vía, está absolutamente equivocado. La fe comienza y se sostiene eternamente sólo en el Señor. Nada ni nadie más es suficiente. ¿Hay algún área de su vida en que esta dependencia total de Jesucristo necesite ser cimentada? No deje de aclarar este asunto con Jesús hoy mismo.
1 J. Carl Laney, John [Juan], Moody Gospel Commentary [Comentario Bíblico de los Evangelios], ed. gen. Paul Enns, Moody Press, Chicago, IL, 1992, p. 172; Merrill C. Tenney, «The Gospel of John» en The Expositor’s Bible Commentary [Comentario Bíblico del Expositor], ed. gen. Frank E. Gaebelein, Zondervan Publishing House, Crand Rapids, MI, 1981, 9:101.
2 Biblia Plenitud, Editorial Caribe, Miami, FL, 1994, en nota a 9.35–41, p. 1358.
3 Ibid., en nota a 10.22, p. 1360.

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El lugar del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo: Ahí está su misión y su tarea

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La vida en común

« ¡Qué dulce y agradable es para los hermanos vivir juntos y en armonía! » (Sal 133:1).
Vamos a examinar a continuación algunas enseñan­zas y reglas de la Escritura sobre nuestra vida en común bajo la palabra de Dios.
Contrariamente a lo que podría parecer a primera vista, no se deduce que el cristiano tenga que vivir ne­cesariamente entre otros cristianos. El mismo Jesucristo vivió en medio de sus enemigos y, al final, fue abando­nado por todos sus discípulos. Se encontró en la cruz solo, rodeado de malhechores y blasfemos. Había veni­do para traer la paz a los enemigos de Dios. Por esta ra­zón, el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. «El reino de Jesucristo debe ser edificado en medio de tus enemigos. Quien rechaza esto renuncia a formar parte de este reino, y prefiere vi­vir rodeado de amigos, entre rosas y lirios, lejos de los malvados, en un círculo de gente piadosa. ¿No veis que así blasfemáis y traicionáis a Cristo? Si Jesús hubiera actuado como vosotros, ¿quién habría podido salvarse?» (Lutero).
«Los dispersaré entre los pueblos, pero, aun lejos, se acordarán de mí» (Zac. 10, 9). Es voluntad de Dios que la cristiandad sea un pueblo disperso, esparcido como la semilla «entre todos los reinos de la tierra» (Dt 4, 27). Esta es su promesa y su condena. El pueblo de Dios de­berá vivir lejos, entre infieles, pero será la semilla del reino esparcida en el mundo entero.
«Los reuniré porque los he rescatado... y volverán» (Zac 10, 8-9). ¿Cuándo sucederá esto? Ha sucedido ya en Jesucristo, que murió «para reunir en uno a todos los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52), y se hará visible al final de los tiempos, cuando los ángeles de Dios «reú­nan a los elegidos de los cuatro vientos, desde un extre­mo al otro de los cielos» (Mt 24, 31). Hasta entonces, el pueblo de Dios permanecerá disperso. Solamente Jesu­cristo impedirá su disgregación; lejos, entre los infieles, les mantendrá unidos el recuerdo de su Señor.
El hecho de que, en el tiempo comprendido entre la muerte de Jesucristo y el último día, los cristianos pue­dan vivir con otros cristianos en una comunidad visible ya sobre la tierra no es sino una anticipación misericor­diosa del reino que ha de venir. Es Dios, en su gracia, quien permite la existencia en el mundo de semejante comunidad, reunida alrededor de la palabra y el sacra­mento. Pero esta gracia no es accesible a todos los cre­yentes. Los prisioneros, los enfermos, los aislados en la dispersión, los misioneros están solos. Ellos saben que la existencia de la comunidad visible es una gracia. Por eso su plegaria es la del salmista: «Recuerdo con emo­ción cuando marchaba al frente de la multitud hacia la casa de Dios entre gritos de alegría y alabanza de un pueblo en fiesta» (Sal 42,5). Sin embargo, permanecen solos como la semilla que Dios ha querido esparcir. No obstante, captan intensamente por la fe cuanto les es ne­gado como experiencia sensible. Así es como el apóstol Juan, desterrado en la soledad de la isla de Patmos, ce­lebra el culto celestial «en espíritu, el día del Señor» (Ap 1, 10), con todas las Iglesias. Los siete candelabros que ve son las Iglesias; las siete estrellas, sus ángeles; en el centro, dominándolo todo, Jesucristo, el Hijo del hombre, en la gloria de su resurrección. Juan es fortale­cido y consolado por su palabra. Esta es la comunidad celestial que, en el día del Señor, puebla la soledad del apóstol desterrado.
Pese a todo, la presencia sensible de los hermanos es para el cristiano fuente incomparable de alegría y con­suelo. Prisionero y al final de sus días, el apóstol Pablo no puede por menos de llamar a Timoteo, «su amado hi­jo en la fe», para volver a verlo y tenerlo a su lado. No ha olvidado las lágrimas de Timoteo en la última despe­dida (2 Tim 1, 4). En otra ocasión, pensando en la Igle­sia de Tesalónica, Pablo ora a Dios «noche y día con gran ansia para volver a veros» (1 Tes 3, 10); y el após­tol Juan, ya anciano, sabe que su gozo no será comple­to hasta que no esté junto a los suyos y pueda hablarles de viva voz, en vez de con papel y tinta (2 Jn 12). El cre­yente no se avergüenza ni se considera demasiado car­nal por desear ver el rostro de otros creyentes. El hom­bre fue creado con un cuerpo, en un cuerpo apareció por nosotros el Hijo de Dios sobre la tierra, en un cuerpo fue resucitado; en el cuerpo el creyente recibe a Cristo en el sacramento, y la resurrección de los muertos dará lugar a la plena comunidad de los hijos de Dios, forma­dos de cuerpo y espíritu.
A través de la presencia del hermano en la fe, el cre­yente puede alabar al Creador, al Salvador y al Reden­tor, Dios Padre, Hijo y Espíritu santo. El prisionero, el enfermo, el cristiano aislado reconocen en el hermano que les visita un signo visible y misericordioso de la presencia de Dios trino. Es la presencia real de Cristo lo que ellos experimentan cuando se ven, y su encuentro es un encuentro gozoso. La bendición que mutuamente se dan es la del mismo Jesucristo. Ahora bien, si el mero encuentro entre dos creyentes produce tanto gozo, ¡qué inefable felicidad no sentirán aquellos a los que Dios permite vivir continuamente en comunidad con otros creyentes! Sin embargo, esta gracia de la comunidad, que el aislado considera como un privilegio inaudito, con frecuencia es desdeñada y pisoteada por aquellos que la reciben diariamente. Olvidamos fácilmente que la vida entre cristianos es un don del reino de Dios que nos puede ser arrebatado en cualquier momento y que, en un instante también, podemos ser abandonados a la más completa soledad. Por eso, a quien le haya sido conce­dido experimentar esta gracia extraordinaria de la vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón; que, arrodillado, le dé gracias y confiese que es una gracia, sólo gracia!
La medida en que Dios concede el don de la comu­nión visible varía. Una visita, una oración, un gesto de bendición, una simple carta, es suficiente para dar al cristiano aislado la certeza de que nunca está solo. El saludo que el apóstol Pablo escribía personalmente en sus cartas ciertamente era un signo de comunión visible. Algunos experimentan la gracia de la comunidad en el culto dominical; otros, en el seno de una familia creyen­te. Los estudiantes de teología gozan durante sus estu­dios de una vida comunitaria más o menos intensa. Y actualmente los cristianos más sinceros sienten necesi­dad de participar en «retiros» para convivir con otros creyentes bajo la palabra de Dios. Los cristianos de hoy descubren nuevamente que la vida comunitaria es ver­daderamente la gracia que siempre fue, algo extraordi­nario, «el momento de descanso entre los lirios y las ro­sas» al que se refería Lutero.


La comunidad cristiana


Comunidad cristiana significa comunión en Jesucris­to y por Jesucristo. Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que nace de un breve encuentro hasta la que re­sulta de una larga convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo.
Esto significa, en primer lugar, que Jesucristo es el que fundamenta la necesidad que los creyentes tienen unos de otros; en segundo lugar, que sólo Jesucristo ha­ce posible su comunión y, finalmente, que Jesucristo nos ha elegido desde toda la eternidad para que nos aco­jamos durante nuestra vida y nos mantengamos unidos siempre.
Comunidad de creyentes. El cristiano es el hombre que ya no busca su salvación, su libertad y su justicia en sí mismo, sino únicamente en Jesucristo. Sabe que la palabra de Dios en Jesucristo lo declara culpable aun­que él no tenga conciencia de su culpabilidad, y que es­ta misma palabra lo absuelve y justifica aun cuando no tenga conciencia de su propia justicia. El cristiano ya no vive por sí mismo, de su autoacusación y su auto-justificación, sino de la acusación y justificación que pro­vienen de Dios. Vive totalmente sometido a la palabra que Dios pronuncia sobre él declarándole culpable o jus­to. El sentido de su vida y de su muerte ya no lo busca en el propio corazón, sino en la palabra que le llega desde fuera, de parte de Dios. Este es el sentido de aquella afir­mación de los reformadores: nuestra justicia es una «justicia extranjera» que viene de fuera (extra nos). Con esto nos remiten a la palabra que Dios mismo nos diri­ge, y que nos interpela desde fuera. El cristiano vive ín­tegramente de la verdad de la palabra de Dios en Jesu­cristo. Cuando se le pregunta ¿dónde está tu salvación, tu bienaventuranza, tu justicia?, nunca podrá señalarse a sí mismo, sino que señalará a la palabra de Dios en Je­sucristo. Esta palabra le obliga a volverse continuamen­te hacia el exterior, de donde únicamente puede venirle esa gracia justificante que espera cada día como comida y bebida. En sí mismo no encuentra sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera. Pues bien, esta es la buena noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada día en la palabra de Dios que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia, inocen­cia y felicidad.
Esta palabra ha sido puesta por Dios en boca de los hombres para que sea comunicada a los hombres y transmitida entre ellos. Quien es alcanzado por ella no puede por menos de transmitirla a otros. Dios ha queri­do que busquemos y hallemos su palabra en el testimo­nio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; son quienes verdaderamente pueden quitarle siempre sus in-certidumbres y desesperanzas. Queriendo arreglárselas por sí mismo, no hace sino extraviarse todavía más. Ne­cesita del hermano como portador y anunciador de la palabra divina de salvación. Lo necesita a causa de Je­sucristo. Porque el Cristo que llevamos en nuestro pro­pio corazón es más frágil que el Cristo en la palabra del hermano. Este es cierto; aquel, incierto. Así queda cla­ra la meta de toda comunidad cristiana: permitir nuestro encuentro para que nos revelemos mutuamente la buena noticia de la salvación. Esta es la intención de Dios al reunimos. En una palabra, la comunidad cristiana es obra solamente de Jesucristo y de su justicia «extranje­ra». Por tanto, la comunidad de dos creyentes es el fru­to de la justificación del hombre por la sola gracia de Dios, tal y como se anuncia en la Biblia y enseñan los reformadores. Esta es la buena noticia que fundamenta la necesidad que tienen los cristianos unos de otros.
Cristo mediador. Este encuentro, esta comunidad, solamente es posible por mediación de Jesucristo. Los hombres están divididos por la discordia. Pero «Jesu­cristo es nuestra paz» (Ef 2, 14). En él la comunidad di­vidida encuentra su unidad. Sin él hay discordia entre los hombres y entre estos y Dios. Cristo es el mediador entre Dios y los hombres. Sin él, no podríamos conocer a Dios, ni invocarle, ni llegarnos a él; tampoco podría­mos reconocer a los hombres como hermanos ni acercarnos a ellos. El camino está bloqueado por el propio «yo». Cristo, sin embargo, ha franqueado el camino obstruido, de forma que, en adelante, los suyos puedan vivir en paz no solamente con Dios, sino también entre ellos. Ahora los cristianos pueden amarse y ayudarse mutuamente; pueden llegar a ser un solo cuerpo. Pero sólo es posible por medio de Jesucristo. Solamente él hace posible nuestra unión y crea el vínculo que nos mantiene unidos. Él es para siempre el único mediador que nos acerca a Dios y a los hermanos.
La comunidad de Jesucristo. En Jesucristo hemos sido elegidos para siempre. La encarnación significa que, por pura gracia y voluntad de Dios trino, el Hijo de Dios se hizo carne y aceptó real y corporalmente nuestra naturaleza, nuestro ser. Desde entonces, noso­tros estamos en él. Lleva nuestra carne, nos lleva consi­go. Nos tomó con él en su encarnación, en la cruz y en su resurrección. Formamos parte de él porque estamos en él. Por esta razón la Escritura nos llama el cuerpo de Cristo. Ahora bien, si antes de poder saberlo y quererlo hemos sido elegidos y adoptados en Jesucristo con toda la Iglesia, esta elección y esta adopción significan que le pertenecemos eternamente, y que un día la co­munidad que formamos sobre la tierra será una comuni­dad eterna junto a él. En presencia de un hermano debe­mos saber que nuestro destino es estar unidos con él en Jesucristo por toda la eternidad. Repitámoslo: comuni­dad cristiana significa comunidad en y por Jesucristo. Sobre este principio descansan todas las enseñanzas y reglas de la Escritura, referidas a la vida comunitaria de los cristianos.
«Acerca del amor fraterno no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros unos a otros... Pero os rogamos, herma­nos, que abundéis en ello más y más» (1Tes 4, 9-10). Dios mismo se encarga de instruirnos en el amor frater­no; todo cuanto nosotros podamos añadir a esto no será sino recordar la instrucción divina y exhortar a perseve­rar en ella. Cuando Dios se hizo misericordioso revelándonos a Jesucristo como hermano, ganándonos para su amor, comenzó también al mismo tiempo a instruirnos en el amor fraternal. Su misericordia nos ha enseñado a ser misericordiosos; su perdón, a perdonar a nuestros hermanos. Debemos a nuestros hermanos cuanto Dios hace en nosotros. Por tanto, recibir significa al mismo tiempo dar, y dar tanto cuanto se haya recibido de la mi­sericordia y del amor de Dios. De este modo, Dios nos enseña a acogernos como él mismo nos acogió en Cristo. «Acogeos, pues, unos a otros como Cristo os acogió» (Rom 15, 7).
A partir de ahí, y llamados por Dios a vivir con otros cristianos, podemos comprender qué significa tener her­manos. «Hermanos en el Señor» (Fil. 1,14) llama Pablo a los suyos de Filipos. Sólo mediante Jesucristo nos es posible ser hermanos unos de otros. Yo soy hermano de mi prójimo gracias a lo que Jesucristo hizo por mí; mi prójimo se ha convertido en mi hermano gracias a lo que Jesucristo hizo por él. Todo esto es de una gran tras­cendencia. Porque significa que mi hermano, en la co­munidad, no es tal hombre piadoso necesitado de frater­nidad, sino el hombre que Jesucristo ha salvado, a quien ha perdonado los pecados y ha llamado, como a mí, a la fe y a la vida eterna. Por tanto, lo decisivo aquí, lo que verdaderamente fundamenta nuestra comunidad, no es lo que nosotros podamos ser en nosotros mismos, con nuestra vida interior y nuestra piedad, sino aquello que somos por el poder de Cristo. Nuestra comunidad cris­tiana se construye únicamente por el acto redentor del que somos objeto. Y esto no solamente es verdadero pa­ra sus comienzos, de tal manera que pudiera añadirse al­gún otro elemento con el paso del tiempo, sino que si­gue siendo así en todo tiempo y para toda la eternidad. Solamente Jesucristo fundamenta la comunidad que na­ce, o nacerá un día, entre dos creyentes. Cuanto más au­téntica y profunda llegue a ser, tanto más retrocederán nuestras diferencias personales, y con tanta mayor clari­dad se hará patente para nosotros la única y sola reali­dad: Jesucristo y lo que él ha hecho por nosotros. Úni­camente por él nos pertenecemos unos a otros real y to­talmente, ahora y por toda la eternidad.


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