sábado, 21 de marzo de 2015

La meta principal del andar de los cristianos es agradar a Dios: Abundar más y más en las cosas que agradan a Dios.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

 
 
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Instrucciones prácticas para los cristianos

1 Tesalonicenses 4:1–12

En 1 Tesalonicenses 3:10 Pablo habló de completar “lo que falte a vuestra fe”. Esa expresión indica que, no obstante el gran gozo que había experimentado al recibir las buenas nuevas de Timoteo, observaba algunas deficiencias. Pensaba tratar esas cosas en la visita que deseaba hacer, pero evidentemente decidió no esperar. En los capítulos 4 y 5 de su primera carta tocó esos temas. Esta última parte de la carta podría llamarse “Instrucciones prácticas y exhortaciones”. La sección que se va a tratar en este capítulo tiene cuatro divisiones principales:


Conducta en téminos generales     4:1–2

Apartaos de la fornicación     4:3–8

Abundad en el amor fraternal     4:9–10

Ocupaos en vuestros negocios     4:11–12


CONDUCTA EN TÉRMINOS GENERALES 4:1–2

Los dos primeros versículos de esta porción hablan en términos generales acerca de la conducta cristiana (4:1–2). Pablo se dirige a los creyentes llamándolos “hermanos”, demostrando siempre que había una relación fraternal entre él y ellos. Usa dos verbos, rogamos y exhortamos, para transmitir su mensaje. Rogar indica solicitar en vez de imponer la autoridad, y es un verbo que se usaba en aquel entonces entre personas de igual rango. Otros ejemplos se encuentran en 1 Tesalonicenses 5:12; 2 Tesalonicenses 2:1 y Filipenses 4:3. Todas las referencias aparecen en cartas dirigidas a los de Macedonia, e indican la gran estima que Pablo tenía hacia ellos. Exhortar, como ya hemos observado en capítulos anteriores, lleva la idea de amonestar con urgencia. Pablo rogaba y exhortaba en el Señor Jesús, y no utilizaba su propia autoridad con aire de superioridad.

Después hace referencia a cosas aprendidas de los misioneros: “cómo os conviene conduciros y agradar a Dios” (4:1c y d). No sabemos exactamente qué cosas fueron enseñadas por Pablo y sus colegas, pero las podemos adivinar con alguna certeza. En 1:6 Pablo dice que los tesalonicenses habían llegado a ser “imitadores de nosotros y del Señor”. Además de la bienvenida dada a la palabra (1:6) y del fervor misionero mencionado en 1:7–9, podemos deducir que imitaban también la conducta de los misioneros que Pablo describió como irreprensible (2:10). La expresión (“cómo os conviene conduciros”) usada en nuestra versión, deja algo que desear. Mejor sería cómo debéis conduciros. La buena conducta es un deber. No es opcional. “Conducir” viene de una raíz griega que quiere decir andar. Colosenses 2:6 dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él. Efesios 4:1 enseña: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”. Se supone que los tesalonicenses habían recibido enseñanzas parecidas a éstas, y por consiguiente, sabían cómo debían vivir.

La meta principal de su andar era agradar a Dios. Pablo ya había dicho que esa era su meta (2:4), y debe ser la meta de todos los cristianos. Los tesalonicenses debían abundar más y más en las cosas que agradaban a Dios.


“POR TANTO PROCURAMOS TAMBIÉN,

O AUSENTES O PRESENTES, SERLE AGRADABLES”

(2 CORINTIOS 5:9).


En 4:2, Pablo hace referencia a instrucciones que les dieron por el Señor Jesús, y añade que los tesalonicenses ya tenían conocimiento de dichas instrucciones. En el original, “instrucciones” es un término militar. No es un simple ruego. Es una ordenanza proveniente no de un ser humano, sino de nuestro Capitán, el Señor Jesús. Es menester obedecerle como fieles soldados de Cristo. El llamado a la santidad no es opcional. Es un imperativo.

¡PENSEMOS!
¿De qué cosa habla Pablo en 1 Tesalonicenses 3:10 que presenta el tema para los capítulos 4 y 5? ¿Cuáles son los dos verbos que Pablo usa en 4:1 para dirigirse a los tesalonicenses? ¿Cuál es el significado de la expresión “conduciros?” ¿Cuál debía ser la meta principal del andar de los hermanos?
¿Qué significa la palabra “instrucciones” en 4:2?

APARTAOS DE LA FORNICACIÓN 4:1–8

La exhortación de Pablo es clara. “La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (4:3). La santificación quiere decir vivir separados o apartados, e implica separación del mundo hacia Dios. Tiene tres aspectos. Fuimos separados para Dios para ser salvos desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:3–6). Este aspecto de la salvación llegó a ser efectivo cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador. La segunda fase de la santificación está llevándose a cabo en la actualidad y tiene que ver con nuestra continua separación del sistema mundanal y nuestro crecimiento en santidad hacia Dios. El último aspecto se cumplirá cuando venga Cristo y nos haga tal como él es en cada aspecto de nuestro ser (1 Juan 3:2). Sin lugar a duda, en 4:3 Pablo se refiere al segundo aspecto de nuestra santificación.


NO HAY LIBERTAD CRISTIANA

QUE JUSTIFIQUE LA FORNICACIÓN.


En griego, la palabra fornicación viene de porneia y abarca todos los aspectos de inmoralidad sexual. Los creyentes tesalonicenses no disfrutaban del mismo contexto moral que los judíos. En el judaísmo había leyes claras en contra de la fornicación y castigos bien definidos para los culpables. Pero en la cultura y aun en la religión de los gentiles se practicaba la prostitución abiertamente como cosa legítima y muchas veces como un rito de sus cultos. De modo que era necesario enseñar a los creyentes acerca de la pecaminosidad de la fornicación y exhortarles a apartarse de ella.

En la Versión Reina Valera 1960, 1 Tesalonicenses 4:4 dice de la manera siguiente: “que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor”. La Biblia de Las Américas tiene una traducción más fiel del griego y dice: “que cada uno de vosotros sepa como poseer su propio vaso en santificación y amor”. La palabra griega es skeúos, y consistentemente su traducción es vaso, como hacen constar los siguientes pasajes (2 Corintios 4:7 y 1 Pedro 3:7). La inserción de la palabra esposa en la Versión Reina Valera es una interpretación y no una traducción. “Vaso” hace referencia al cuerpo de uno, y la enseñanza es evidente. Cada uno debe usar su cuerpo en santificación y amor. Si se usara esposa, parece que la aplicación se limitaría a hombres casados, y los solteros y las mujeres quedarían al margen de la prohibición de involucrarse en la fornicación. La sugerencia es improbable, porque la exhortación se aplica igualmente a esposos y esposas, a solteros y solteras.


“QUE CADA UNO DE VOSOTROS

SEPA COMO POSEER SU PROPIO

VASO EN SANTIFICACIÓN Y AMOR” (4:4,

Biblia de las Américas).


“La voluntad de Dios” se expresa en forma positiva en 1 Tesalonicenses 4:4. En cambio, su énfasis es negativo en el versículo 5: “no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”. La concupiscencia es un deseo sexual desordenado. Pablo dice que no debemos entregar nuestro vaso o cuerpo a la satisfacción de tales deseos. El impulso sexual es más fuerte en algunos que en otros. San Pablo instruyó en 1 Corintios 7:2 “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido”. El significado es que el deseo sexual ha de satisfacerse dentro del matrimonio, y aun allí la concupiscencia no debe controlarnos.

No todos tienen el don de continencia (1 Corintios 7:9). Pero supongamos que sea difícil si no imposible encontrar esposa o esposo. ¿Qué se puede hacer? El cristiano debe entregarse a la santidad y honor (4:4) y no a una pasión de concupiscencia (4:5a). Los gentiles se gobiernan por sus deseos sexuales en forma desenfrenada. La enorme diferencia entre ellos y nosotros los creyentes es que “no conocen a Dios” (4:5b), pero nosotros sí lo conocemos. Hemos sido regenerados por él, y su poder nos hace más que vencedores por la sangre bendita de su Hijo Jesucristo.

¡PENSEMOS!
Según la enseñanza de Pablo en 4:3, ¿cuál es la voluntad de Dios? Defina el término santificación.
¿Qué significa fornicación? ¿Qué debe hacer uno con su propio vaso o curpo? ¿Cuál es el significado de concupiscencia? ¿Cuál es la gran diferencia entre los gentiles y nosotros los creyentes? ¿Qué valor práctico tiene esa diferencia a la luz de las enseñanzas de Pablo acerca de la fornicación?

Consideración para con el hermano 4:6

La instrucción de 4:6 comienza así: “que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano”. Esta prohibición también tiene que ver con la orden de apartarse de la fornicación. El uso de “hermano” aquí no se limita a los hermanos en Cristo ni a los hermanos de sangre de la familia. Se refiere más bien al prójimo. Además de poseer su propio cuerpo en santidad y honor (4:4), debemos pensar en el prójimo. Los judíos entendían perfectamente bien la enseñanza de Éxodo 20:17: “No codiciarás la mujer de tu prójimo”. Ya era tiempo de que los gentiles creyentes recibiesen la misma instrucción. Algunos opinan que la advertencia se refiere a la otra persona involucrada en un acto de inmoralidad. El iniciador sería el más culpable, pero ambos incurrirían en el castigo de Dios. “Porque el Señor es vengador de todo esto” (4:6b). Los hermanos tesalonicenses ya habían sido informados acerca de ese aspecto del carácter de Dios (4:6c).


“PUES NO NOS HA LLAMADO DIOS A INMUNDICIA,

SINO A SANTIFICACIÓN” (4:7).


En esta sección (4:6–7) Pablo da dos razones por las que el creyente debe evitar la inmoralidad sexual. La primera razón mira hacia el futuro, e invoca el juicio de Dios sobre todo pecado (4:6c). La segunda razón echa una mirada hacia atrás y enfoca el llamamiento de Dios para el cristiano (4:7). No hemos sido llamados a inmundicia, sino a santificación. Por lo tanto, debemos andar como es digno de nuestra vocación.

Advertencia para no desechar esta enseñanza 4:8

En el versículo 8, Pablo concluye su enseñanza acerca de la pureza moral haciendo una advertencia y una provisión. Primero, les advierte que no desecharan su enseñanza porque provenía de Dios (4:8a) y recordó a los creyentes que no estaban solos. Dios nos ha dado a su Espíritu Santo (4:8b). El que es santo y también poderoso, vive en nosotros permanentemente para recordarnos que hemos de vivir en santidad de vida y que él puede ayudarnos a vencer los deseos ilícitos de nuestro cuerpo.

ABUNDAD EN EL AMOR FRATERNAL 4:9–10

No era necesario que Pablo enseñara a los tesalonicenses acerca del amor fraternal, porque habían aprendido esa lección directamente de Dios (4:9). Hay ciertas cosas innatas en el nuevo hombre. El amor fraternal es una de ellas, y es una prueba de que uno ha nacido de Dios (1 Juan 3:14). Los creyentes ya practicaban el amor fraternal, y fueron elogiados por Pablo por su generosidad (1 Tesalonicenses 1:3 y 2 Corintios 8:1–5). Pablo no les está enseñando una cosa nueva aquí, sino que les estaba rogando “que abundaran en ello más y más” (4:9b).

OCUPAOS EN VUESTROS NEGOCIOS 4:11–12

Había otra deficiencia evidente entre los tesalonicenses. Algunos habían llegado a estar intranquilos y ociosos. No se nos explica la causa de su intranquilidad, pero es posible que hubiera una relación estrecha entre ambas cosas. El que se entrega a la ociosidad se intranquiliza a sí mismo, y es una distracción para otros. Puede ser que la ociosidad tuviera relación con el amor que las personas más prósperas de la iglesia mostraban a los demás. Su generosidad ya era evidente, y habían recibido elogios por parte de Pablo (1:3). Quizá algunos pensaran: “El amor en nuestra iglesia es extraordinario. Hay tanta provisión para las necesidades de la vida, que no hay por qué trabajar”. También existe la posibilidad de que algunos, esperanzados en la venida de Cristo, hubieran decidido dejar de trabajar, porque Cristo vendría en cualquier momento. Una de las artimañas del diablo es tergiversar las verdades preciosas de la palabra de Dios a tal extremo, que algunos creyentes abandonan el equilibrio espiritual, se desvían del Señor y causan intranquilidad en la iglesia. Seguramente eso es lo que pasó en Tesalónica.


QUE PROCURÉIS TENER TRANQUILIDAD,

Y OCUPAROS EN VUESTROS NEGOCIOS (4:11A).


La Biblia tiene mucho que decir acerca de la ociosidad o pereza y el trabajo. Las siguientes citas dan luz sobre el asunto: Proverbios 12:24; 18:9; 21:25; 22:29 y 26:13–15. En 1 Tesalonicenses 4:11, Pablo amonesta a los tesalonicenses a trabajar con sus propias manos de la manera que él les había mandado. Evidentemente, cuando estuvo en medio de ellos les instruyó en cuanto al valor del trabajo o les había enviado una razón con Timoteo. El trabajo es digno y debe ser ensalzado y practicado por parte de los cristianos. Pablo da dos razones de su consejo:


“A FIN DE QUE OS CONDUZCÁIS HONRADAMENTE

PARA CON LOS DE AFUERA,

Y NO TENGÁIS NECESIDAD DE NADA” (4:12).


El trabajo refuerza nuestro testimonio ante los no creyentes y es el instrumento que Dios usa para proveer todo lo que necesitamos.

¡PENSEMOS!
¿Qué significa la amonestación de no agraviar ni engañar en nada a los hermanos? ¿Cuál es el peligro de cometer esa ofensa? ¿Por qué no era necesario enseñar a los hermanos acerca del amor fraternal? ¿Qué ruego hizo Pablo a los tesalonicenses en cuanto al amor? ¿Por qué se cree que algunos hermanos habían dejado de trabajar? ¿Qué consejo les dio Pablo? ¿Por qué debe trabajar el creyente con sus manos?


La esperanza de la iglesia

1 Tesalonicenses 4:13–18

Por el contenido de este pasaje se deduce que después de la visita de Pablo, murieron algunos de los creyentes de Tesalónica. Los creyentes sobrevivientes estaban preocupados por el estado de sus hermanos muertos cuando se realizara el arrebatamiento de la iglesia. Pablo había predicado acerca de la resurrección en su ministerio inicial allí (Hechos 17:1–4), de modo que es muy probable que creyeran en la resurrección y el arrebatamiento de la iglesia, pero algunos detalles no estaban claros en su mente. Por consiguiente, había preguntas que revelaban otra deficiencia en su conocimiento, y Pablo se propuso completar lo que faltaba a su fe (3:10).

El pasaje se divide en cinco puntos:


El problema explicado     4:13

Una respuesta parcial     4:14

Seguridad que convence     4:15

El orden de los acontecimientos     4:16–17

Consolación expresada     4:18


EL PROBLEMA EXPLICADO 4:13

No deseaba el apóstol que los hermanos ignorasen acerca de los que dormían. El uso del verbo “dormir” aquí no tiene nada que ver con el sueño natural. Es un eufemismo para referirse a la muerte. Cristo usó la misma metáfora acerca de la muerte de Lázaro en Juan 11:11: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle”, pero dijo claramente en 11:14: “Lázaro ha muerto”. Tampoco tiene que ver con el sueño del alma en la tumba. Tan pronto como un creyente muere, su alma se aparta de su cuerpo para ir a estar con Cristo. 2 Corintios 5:8 expresa el anhelo de todo cristiano: “pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”.


DORMIR ES UN EUFEMISMO QUE SE REFIERE

A LA MUERTE.


La confusión acerca del estado de los muertos en Cristo presentaba otra posible consecuencia, la tristeza. El siervo de Cristo deseaba evitar que los cristianos se entristecieran “como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13b). De ninguna manera aconseja Pablo que el cristiano reprima toda su tristeza cuando muere un ser querido que es creyente. Es cosa bien sabida que emocionalmente, es saludable expresar la tristeza causada por la muerte. Lo que tenemos aquí es un contraste entre el creyente y el no creyente. El que no conoce a Cristo se entristece en forma desesperada. El cristiano se entristece, pero tiene esperanza. La muerte del creyente no significa una separación permanente. Nos volveremos a ver, y estaremos siempre juntos con el Señor.


CIERTO DESAHOGO ES SALUDABLE EN CASO

DE MUERTE, PERO EL CREYENTE EN CRISTO

NO DEBE DESESPERARSE.


UNA RESPUESTA PARCIAL 4:14

En el versículo 14, Pablo comienza a infundirles esperanza basándose en hechos históricos. Primero, apela a la muerte y resurrección de Cristo. La expresión “si creemos que Jesús murió y resucitó” no es condicional. Es más bien una afirmación, y se podría leer “Puesto que creemos que Jesús murió y resucitó”. Los creyentes de Tesalónica no dudaban de tales hechos. De modo que la expresión siguiente debió aliviar en gran escala su preocupación por sus hermanos muertos: “Así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él”. Este versículo tiene en mente las almas de “los que durmieron en él”. El regreso con Cristo de los creyentes muertos es tan seguro como la muerte y la resurrección del Señor.


EN 4:14 SE ENFOCAN TRES PUNTOS

CARDINALES DE LA CRISTOLOGÍA:

CRISTO MURIÓ,

CRISTO RESUCITÓ Y

CRISTO VENDRÁ OTRA VEZ.


¡PENSEMOS!
¿Cuál es el problema que Pablo enfoca en 1 Tesalonicenses 4:13–18? ¿Qué significa la expresión “los que duermen” de 4:13? ¿Qué es lo que Pablo no quería que los creyentes hicieran? ¿Cuáles son los hechos históricos que Pablo confirma en 4:14? ¿Qué seguridad ofrece a los creyentes el mismo versículo? Ese versículo abarca tres puntos claves de la cristología, ¿cuáles son?

SEGURIDAD QUE CONVENCE 4:15

En 4:15, el enfoque de Pablo cambia del cielo a la tierra. Las almas de los creyentes muertos vendrán con Jesús en el aire, pero ¿qué estará sucediendo en la tierra? ¿Serán arrebatados primero los creyentes vivos o serán resucitados primero los que duermen en Jesús? La contestación es clara y convincente. “Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”. Los que durmieron en Jesús serán resucitados primero.

El apóstol tenía la esperanza de ver al Señor y ser arrebatado sin pasar por la muerte. Él usó la primera persona plural y el tiempo presente del verbo vivir, incluyéndose a sí mismo entre los vivos, porque esperaba ver al Señor descender del cielo con sus ojos. Esto se llama la venida inminente de Cristo, e indica que él puede venir en cualquier instante para arrebatar a su iglesia sin esperar el cumplimiento de las señales. Los tesalonicenses tenían la misma esperanza, según se hace constar en 1 Tesalonicenses 1:9–10: “cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. Ellos no esperaban la muerte, sino la venida de Cristo. Esa debe ser la expectación de todos los creyentes de todas las épocas.

EL ORDEN DE LOS ACONTECIMIENTOS 4:16–17

En los versículos 16–17 se presenta el siguiente cuadro:


La venida de Cristo
1. Con voz de mando
2. Con voz de arcángel
3. Con trompeta de Dios
La resurrección de los muertos en Cristo
El arrebatamiento de la iglesia
El encuentro con el Señor en el aire



La venida de Cristo 4:16a–d

Nunca debemos perder de vista que es el Señor mismo el que descenderá del cielo. Esta esperanza la hemos tenido desde su ascensión a la diestra de su Padre. La promesa de los dos hombres vestidos de blanco fue acertada: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11).

Infortunadamente, tendemos a hacer más hincapié en volver a ver a nuestros seres queridos que en ver a nuestro Señor Jesucristo, al cual amamos sin haberlo visto (1 Pedro 1:8). Él es quien murió por nosotros, habiéndonos amado cuando aún “eramos pecadores” (Romanos 5:8). A él le debemos todo lo que somos por su gracia. Debemos amar su venida y anhelar el momento glorioso en que lo veremos con nuestros ojos. La corona de justicia se dará “a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8). Unámonos hermanos a los creyentes tesalonicenses en “esperar de los cielos a su Hijo… Jesús” (1 Tesalonicenses 1:10). La reunión con los creyentes muertos será especial, pero ¡qué gozo el nuestro de ver a Cristo primero!

Con voz de mando 4:16b. No se sabe si esa voz provendrá de él o de un ángel. Lo que sí es cierto es que su venida será acompañada de una voz de mando. La expresión que se usa en griego es un término militar, y puede referirse a la orden dada por un oficial a sus soldados. En este caso, ya sea que venga directamente de la voz del Señor o de uno de sus subordinados, es una orden que proviene de nuestro jefe supremo para despertarnos a que esperemos su venida. Seguramente, esa voz se oirá por todo el mundo.

Con voz de arcángel 4:16c. La Biblia únicamente menciona a un arcángel: Miguel (Judas 9), pero eso no indica dogmáticamente que no hay otros. El artículo de 1 Tesalonicenses 4:16 es indefinido, mientras que el de Judas 9 es definido, dando lugar a la posibilidad de que no sea Miguel el que se menciona en 4:16. No podemos ser dogmáticos cuando la Biblia no aclara una cosa. Lo que es cierto es que será una voz de arcángel que también se oirá por todo el mundo, la cual anunciará la llegada de Cristo en el aire.

Con trompeta de Dios 4:16d. La trompeta se ha usado a través de los siglos para convocar a la gente a reuniones especiales. Ese será su uso en aquel instante. Cristo descenderá en el aire para recibir a su iglesia, y la trompeta sonará para convocar a los muertos en él a que resuciten y a los vivos en él para que sean transformados y arrebatados con los resucitados para recibirle en el aire.

Las tres cosas, la voz de mando, la voz de arcángel y la trompeta de Dios, tienen el mismo propósito: anunciar la venida de Cristo en el aire y convocar a su iglesia para reunirse con él en el aire.

¡PENSEMOS!
¿Qué esperanza ofrece Pablo a los tesalonicenses en 4:15? ¿Qué evidencia hay en 4:15 de que Pablo esperaba ver a Cristo con sus ojos? ¿Cuál debe ser nuestra actitud en relación con la venida de Cristo para arrebatar a su iglesia? ¿De qué manera será anunciado Cristo en su regreso? ¿Quién es el único arcángel mencionado por nombre en la Biblia?

La resurrección de los muertos en Cristo 4:16e

Inmediatamente después del anuncio del descenso de Cristo en el aire, “los muertos en Cristo resucitarán primero” (4:16e). En la respuesta parcial de 4:14 se deduce que las almas de los creyentes que durmieron en Jesús vendrán con él en su regreso, pero no se dice nada acerca de sus cuerpos. En 4:16e la respuesta es más completa. Sus cuerpos se unirán con sus almas, y este acontecimiento glorioso precederá al arrebatamiento de los vivos. Primera Corintios 15 da más detalles acerca del cuerpo resucitado. Será un cuerpo incorruptible (15:53), inmortal (15:53), glorioso (15:43) y poderoso (15:43). Filipenses 3:20–21 agrega: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.

Vale la pena decir algo acerca de la identidad de “los muertos en Cristo”. ¿Quiénes son? ¿Se incluye en ese grupo a todos los justos del Antiguo y del Nuevo Testamento? ¿Se limita únicamente a los que han creído en Cristo? Existen varias opiniones, pero lo más probable es que sean únicamente las personas que han depositado su fe en el Cristo muerto y resucitado de la tumba. La expresión “en Cristo” nunca se usa para referirse a los santos que vivieron antes del comienzo de la iglesia en el día de Pentecostés. El Antiguo Testamento coloca la resurrección de Israel después de la gran tribulación (Daniel 12:1–3).

El arrebatamiento de la iglesia 4:17

Inmediatamente después de la resurrección de los muertos en Jesús, los que hayamos quedado vivos “seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (4:17a). Es evidente que el lapso de tiempo entre los dos acontecimientos es muy breve. Seremos arrebatados “juntamente con ellos”. Primera Corintios 15:52 indica que ambos eventos ocurrirán en un abrir y cerrar de ojos. Los vivos en Cristo no pasaremos por la muerte (1 Corintios 15:51). La descripción dada anteriormente a los cuerpos resucitados se aplica a los cuerpos de los vivos, que no morirán, sino que serán transformados por el poder de Cristo en su venida (1 Corintios 15:51).

La reunión con el Señor se llevará a cabo en el aire (1 Tesalonicenses 4:17a). Es importante distinguir entre su venida para llevar a su iglesia y su venida para reinar. En el arrebatamiento, sus pies no tocan la tierra. Ese evento gloriosísimo sucederá completamente en el aire. En su venida para reinar “se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos” (Zacarías 14:4).

Nuestra reunión con el Señor durará para siempe (1 Tesalonicenses 4:17b). Del punto de la reunión con él en el aire seremos llevados para estar con él en el cielo.

CONSOLACIÓN EXPRESADA 4:18

En San Juan 14, en un contexto relacionado con la partida de nuestro Señor Jesucristo, él dio a sus discípulos uno de los pasajes más famosos acerca de su ministerio actual y su regreso por los suyos. El Señor introdujo la enseñanza con la siguiente exhortación: “No se turbe vuestro corazón” (Juan 14:1). Enseguida, dio su promesa de ir a prepararles lugar (14:2) y volver a llevarles dónde él estuviera (14:3). Sin lugar a duda, se sintieron muy consolados por esas bellas palabras salidas de la boca del Señor.

En 1 Tesalonicenses 4:13–18 tenemos una escena parecida. Se trata de la ausencia de unos creyentes en el Señor, de las promesas de Pablo en el sentido de que regresarían con Cristo en su venida, que antecederían a los vivos en la resurrección y tanto ellos como los arrebatados tendrían un encuentro glorioso con el Señor en el aire, para estar con él para siempre. Tales palabras son promesas muy alentadoras que calman y consuelan el conrazón de los creyentes. Con razón Pablo terminó su instrucción con las siguientes palabras:


“POR TANTO, ALENTAOS LOS UNOS A LOS OTROS

CON ESTAS PALABRAS” (4:18).


¡PENSEMOS!
Cuando Cristo venga ¿qué sucederá primero, la resurrección de los muertos o el arrebatamiento? Describa cómo será el cuerpo resucitado de los creyentes. ¿Qué pasará con el cuerpo de los creyentes vivos?
¿A quiénes se refiere la expresión: “los muertos en Cristo”? ¿Dónde se llevará a cabo la reunión con el Señor? ¿Qué diferencia hay entre su venida para arrebatar a su iglesia y su venida para reinar?
¿Qué exhortación práctica da el apóstol acerca de su enseñanza?



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viernes, 20 de marzo de 2015

No temas, gusano de Jacob: Yo te he puesto por trillo para moler montes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la conde nación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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                      No temas, gusano de Jacob

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel.
(Isaías 41:14–16)


Antes de ascender a los cielos, el Señor Jesucristo encargó a un pequeño grupo de hombres sin recursos humanos la tarea de hacer discípulos en todas las naciones debajo del cielo; y les prometió que estaría con los Suyos en el cumplimiento de esa encomienda, hasta el fin del mundo. ¿Con qué contaban estos hombres para llevar a cabo semejante empresa? Con lo mismo que nosotros contamos hoy: la promesa de la presencia de Cristo por medio de Su Espíritu.
Esa ha sido la Historia del pueblo de Dios: un puñado de hombres y mujeres débiles, llevando a cabo una gran encomienda, y con un solo recurso a la mano: la promesa de ayuda y asistencia del Dios Todopoderoso. Y nunca han sido más efectivos los hijos de Dios a lo largo de los siglos que cuando han recordado cuán débiles son, y con qué recursos cuentan para llevar a cabo la tarea que se les ha encomendado. Ese es el tema que quiero considerar en esta ocasión, a la luz de Isaías 41:14–16. Pero, antes, vamos a ubicar el texto en su contexto…
El capítulo 40 de Isaías inicia una nueva sección en el libro, cuya nota dominante es la consolación de Dios a Su pueblo, anunciándole de antemano que serían librados del cautiverio babilónico que iban a padecer unos años más tarde: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados” (Isaías 40:1–2). En los versículos siguientes se exalta el poder y la grandeza de Dios, que Él mostrará en favor de Su pueblo para llevar a cabo semejante liberación.
Luego, en el capítulo 41 y en el contexto de todo lo que Él hará a favor de Su pueblo, Dios reta a los ídolos de las naciones vecinas a que muestren de alguna manera que realmente son dioses:

  Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos (vv. 21–23).

En otras palabras: “Manifestad de alguna manera vuestro poder para que podamos maravillarnos en ello; o dad algún aviso de lo que ha de suceder en el futuro, para que sepamos que sois genuinamente divinos”. Dios está denunciando a través de Su profeta la insensatez de la idolatría: “He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió” (v. 24). Pero al mismo tiempo está llevando a Su pueblo a fortalecerse en la fe.
Israel era una nación pequeña, rodeada de naciones poderosas y crueles que podían aplastarla en cualquier momento. De hecho, el mismo Dios había anunciado que serían llevados en cautiverio por causa de su pecado. Pero, en medio de ese panorama tan sombrío, viene este anuncio tan esperanzador: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor”. Esa nación pequeña y vapuleada se levantaría de nuevo, porque el mismo Dios que había traído juicio sobre ella, traería también liberación en el momento preciso.
Hay tres aspectos en nuestro texto a los que quiero llamar la atención; y el primero de ellos es la descripción que hace Dios de Su pueblo.


LA DESCRIPCIÓN QUE HACE DIOS DE SU PUEBLO

Él está tratando de alentarlos y darles valor, pero no solo los describe como gusanos, sino que para colmo les recuerda que son pocos: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel”. En cierta ocasión estaba leyendo las Escrituras cuando, no sé de dónde, cayó sobre una de sus páginas un pequeño gusanito; y solo fue necesario un ligero movimiento de mis dedos para deshacerme de él. ¡Cuán indefensos son los gusanos! ¡Cuán débiles! Y, sin embargo, esa es la figura que usa Dios aquí para describir a Su pueblo.
Israel llegó a su punto más bajo durante el cautiverio babilónico, y algunos de sus más feroces enemigos estaban alcanzando entonces su punto más alto, tanto en poderío militar como económico. Seguramente muchos judíos veían su nación como un pequeño gusano en medio de animales feroces y depredadores. Pero en vez de corregir esta percepción y subirles la autoestima, Dios les hace ver que su percepción es correcta: se sienten como un pequeño y débil gusano, porque eso es precisamente lo que son; y esta descripción se aplica a nosotros también: separados del poder de Dios, somos seres débiles e indefensos.
Pensemos en nuestra vida física, por ejemplo: el más fuerte de los hombres sufre una embolia y repentinamente se convierte en un vegetal. La picadura de una araña o el ataque de un virus microscópico pueden ser suficientes para llevarnos a la tumba. El hombre en su soberbia se siente fuerte e invencible, sobre todo si goza generalmente de buena salud. Pero nada puede evitar que lleguen los años del achaque y, a final de cuentas, todos nosotros nos apagaremos como una vela. “¿Qué es vuestra vida? —pregunta Santiago—. Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Cada segundo nuestra vida pende de un hilo delgado, y lo único que evita que ese hilo se rompa es el poder y la misericordia de Dios. Somos como “la hierba que […] en la mañana florece y crece; [y] a la tarde es cortada, y se seca” (Salmo 90:5–6). Estamos sujetos al dolor y a la enfermedad, a los achaques del cuerpo, a la debilidad y al cansancio físico.
Y lo mismo podemos decir de nuestra vida emocional. ¿Acaso no es cierto que nuestras emociones suelen ser sorprendentemente fluctuantes? En un momento podemos estar rebosantes de alegría porque alguien nos ha expresado su amor o su aprecio, y al minuto siguiente estar al borde de una depresión, porque hemos oído un chisme sobre nosotros o algunos nos han mostrado francamente que no somos de su agrado.
Somos débiles física y emocionalmente. Y en el plano espiritual somos mucho más débiles aún. El más fuerte de los cristianos es, en sí mismo, tan débil como un gusano cuando tiene que enfrentar los embates y las seducciones del enemigo de su alma. El rey David quedó reducido a un bocado de pan por la visión de una mujer hermosa; y este hombre, que era conforme al corazón de Dios, llegó a ser motivo de escarnio y de burla para la verdadera fe. Somos débiles, hermanos, muy débiles, y el enemigo de nuestras almas es fuerte, astuto y cruel. Dios nos advierte en Su Palabra que Satanás anda como un león rugiente buscando a quien devorar.
Y si no tenemos fuerzas en nosotros mismos para resistir los ataques del enemigo, menos fuerzas tenemos aún para el avance y la ofensiva. El Señor Jesucristo describe nuestra tarea, en Mateo 12:29, como un asalto a la casa del hombre fuerte. Se nos ha llamado a penetrar en la fortaleza del enemigo y rescatar a sus cautivos. No es tarea fácil la que se le ha encomendado a la Iglesia. Somos como esos equipos de rescate que se envían al mar para recoger cadáveres; pero no para darles una honrosa sepultura, sino para darles vida por medio del Evangelio. Y nos preguntamos quiénes somos nosotros para semejante tarea. Como dice Daniel Shanks, “en la causa de Dios y de la verdad, nuestros propios recursos y habilidades nunca nos darán la victoria”. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).
Hasta que lleguemos al punto de decir junto con David en el Salmo 22:6: “Soy gusano, y no hombre”, todavía no estaremos preparados para ser usados por Dios. Hubo una época en que Moisés se sintió capaz de liberar al pueblo de Israel, y Dios tuvo que enviarlo a la “escuela de Madián” durante cuarenta años para moldear su carácter; hasta tal punto que cuando Dios se le aparece en el episodio de la zarza y le manda llevar a cabo lo que cuarenta años atrás había intentado hacer por sí mismo, Moisés le responde: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?”. Por fin había adquirido conciencia de su “gusanía” y ahora estaba listo para ser usado por Dios. Moisés fue un instrumento poderoso en las manos de Dios, pero solo cuando se vio a sí mismo bajo esta luz y reconoció su propia indignidad y debilidad.
Y esto mismo era lo que Dios quería que Su pueblo entendiera en los días del profeta Isaías. Él tenía grandes cosas reservadas para ellos, pero primero debían dejar de confiar en sí mismos y verse como un gusano indefenso. Hasta que ese momento llegara, Israel no sería más que un pequeño gusano con delirios de grandeza, pero una vez adquirieran conciencia de lo que realmente eran, estarían preparados para las grandes cosas que Dios haría en ellos y con ellos.
Ya vimos cómo Dios describe al pueblo; veamos ahora, en segundo lugar, lo que Él les promete.


LA PROMESA DE DIOS PARA SU PUEBLO EN DEBILIDAD

“He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (vv 15–16). Ningún obstáculo podría interponerse para que Dios llevara a cabo Su obra en medio de ellos como, de hecho, sucedió. Unos 150 años después de que Isaías escribiera esta profecía, Dios levantó a Ciro el Persa (mencionado veladamente en este mismo capítulo, en los versículos 1–2 y 25, y al que luego señala por nombre en 44:28 y 45:1), el cual decretó el regreso de los judíos a su tierra (2 Crónicas 36:22–23). Y a pesar de todas las intrigas que se tejieron en los meses siguientes para impedir que los judíos llevaran a cabo la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y del Templo, ninguna conspiración pudo contra ellos, como vemos en el libro de Nehemías.
Ningún enemigo, por poderoso que sea, podrá prevalecer contra el pueblo de Dios, siempre que este no intente luchar con sus propias fuerzas.
En los días de Gedeón se juntaron los madianitas y amalecitas con otros pueblos del Oriente para atacar a Israel. Dice la historia bíblica que eran como langostas en multitud tendidos en el valle, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar. Pero Dios levantó a Gedeón para libertar a Su pueblo, y se juntaron en torno a él más de 30 000 israelitas, un ejército comparativamente pequeño si tomamos en consideración que el ejército enemigo contaba con unos 135 000 hombres.
No obstante, Dios consideró que ese número era muy alto y debía disminuirse: “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano […]. Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase” (Jueces 7:2–3). Se volvieron 22 000; de modo que quedaron 10 000… ¡para enfrentarse a 135 000! Pero Dios consideró que era mucho pueblo todavía. Seguían pareciéndose más a un ejército poderoso que a un grupo de gusanos. Así que usaron un sistema de selección que tenía que ver con la forma en la que tomaban el agua, y finalmente quedaron 300 hombres. “Entonces Jehová dijo a Gedeón: Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré, y entregaré a los madianitas en tus manos” (Jueces 7:7). Y así lo hizo Dios; con la particularidad de que lo único que hizo este ejército tan peculiarmente pequeño fue tocar unas trompetas y levantar sus teas encendidas. Dios se encargó del resto.
Otro episodio que viene a nuestras mentes es el de David y Goliat. Los filisteos desafían a Saúl y lo retan a buscar entre el pueblo a alguien que se enfrente en una lucha cuerpo a cuerpo con ese gigante que mide unos 3 m de alto. David llega en ese momento a visitar a sus hermanos en el campo de batalla, escucha el desafío y acepta el reto; siendo un joven adolescente, se enfrenta con Goliat únicamente con una honda y cinco piedras lisas. David era un gusanito en comparación con Goliat; pero la piedra que salió de su honda fue lanzada con energía y dirigida por el poder de Dios, de tal modo que penetró con fuerza en el punto preciso.
En nuestras propias fuerzas somos tan débiles como gusanos, pero un gusano en las manos del Todopoderoso puede hacer cosas extraordinarias. Y esto nos lleva a nuestro tercer punto.
Ya hemos visto la descripción que hace Dios de Su pueblo y la promesa contenida en el texto; veamos ahora, en tercer lugar…


LA BASE QUE SUSTENTA LA PROMESA

“No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor” (v. 14). Notad que Dios no dice a Su pueblo: “No temas, gusano de Jacob, mañana serás un león”. ¡¡No!!; seguiría siendo un gusano, pero uno que Dios promete usar como instrumento para trillar los montes y moler los collados. “He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes”. El trillo era un instrumento de labranza que, tirado por bueyes, desbarataba los montones de grano o de tierra. Un trillo por sí mismo no puede hacer nada, pero si es movido con fuerza y empuñado por una mano diestra, puede hacer grandes cosas. Las naciones poderosas eran como manojos de trigo, e Israel era como un trillo nuevo, bien afilado y lleno de dientes, movido y guiado por el Todopoderoso.
Se cuenta la historia de cierto capitán cuya bandera siempre estaba en alto en la batalla, y cuya espada era temida por todos sus enemigos. Su monarca, intrigado, quiso conocer que secreto encerraba esa espada que había ganado tantas batallas, y le pidió al capitán que se la enviara. Pero después de examinarla cuidadosamente el monarca no encontró en ella ninguna cosa especial, así que se la devolvió al capitán con esta nota: “No veo nada maravilloso en la espada; y no puedo entender por qué cualquier hombre tenga que tener temor de ella”. El capitán, entonces, con todo respeto le envió otra nota diciendo: “Vuestra majestad ha sido complacida en examinar la espada, pero yo no le envié el brazo que la porta; si pudiera examinarlo también, y el corazón que guía ese brazo, entonces podría comprender el misterio”.
El secreto no estaba en la espada, sino en el brazo que la manejaba y el corazón que guiaba al brazo. No es al hombre de Dios al que debemos mirar, sino al poder de Dios que está detrás del hombre. La Escritura señala que los ministros no somos competentes por nosotros mismos para hacer la obra de Dios, sino que nuestra competencia proviene de Él (2 Corintios 3:5). Somos lo que somos por la gracia de Dios; sin esa gracia somos menos que nada, gusanos débiles e indefensos: “Separados de mí —dice Cristo— nada podéis hacer” (Juan 15:5).
David llevó al pueblo de Israel a su máximo esplendor, y su reino vino a ser uno de los reinos más poderosos del mundo en aquel entonces. Dice en 1 Crónicas 11:9 que “David se engrandecía cada vez más”. ¿Cuál era su secreto? Que “el Señor de los ejércitos estaba con él”. Aunque somos débiles gusanos, amparados en Dios haremos proezas. Él es el Dios Todopoderoso; Aquel cuya mano nadie puede detener, ni preguntarle: “¿Qué haces?” (Daniel 4:35). Él es el Dios Soberano que gobierna sobre todas las cosas que ha creado, cuyo dominio es tan vasto que si pudiésemos volar eternamente a la velocidad de la luz, nunca encontraríamos sus límites.


CONCLUSIÓN

Para concluir, quisiera señalar algunas lecciones prácticas que podemos extraer de nuestro pasaje.
En primer lugar, aprendemos de nuestro texto que, para ser usados por Dios, debemos comprender primero nuestra propia pequeñez y debilidad. Nadie será fuerte en Dios en tanto que no se vea a sí mismo como Dios nos describe en este texto: como meros gusanos del polvo, porque el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. “Por tanto, de buena gana me gloriaré mas bien en mis debilidades —dice Pablo—, para que repose sobre mí el poder de Cristo […], porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9–10).
Siempre somos débiles, pero no siempre estamos conscientes de ello, y nunca somos más incapaces e ineptos en el servicio de Dios que cuando perdemos de vista nuestra propia debilidad. La Biblia nos enseña que “el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3). No nos engañemos, pues, a nosotros mismos; aun cuando estamos en nuestra mejor condición espiritual, seguimos siendo débiles gusanos rodeados de flaquezas y debilidades. La Escritura nos advierte que es maldito el hombre que confía en el hombre (Jeremías 17:5). ¿Eres tú un hombre de carne y hueso? No confíes, entonces, en ti mismo, ni para vivir la vida cristiana ni para hacer la obra de Dios.
En segundo lugar, aprendemos también que el pueblo de Dios no debe tener temor a pesar de su débil condición: “No temas, gusano de Jacob”. Somos tan débiles como un gusano, pero el Dios Todopoderoso ha hecho un pacto con Su pueblo de no volverse atrás de hacernos bien (Jeremías 32:40). Él ha comprometido Su nombre y su honor en ayudar al débil. Escucha las palabras del Salmista, en el Salmo 146:

Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
cuya esperanza está en Jehová su Dios,
el cual hizo los cielos y la tierra,
el mar, y todo lo que en ellos hay;
que guarda verdad para siempre,
que hace justicia a los agraviados,
que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;
Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.
Jehová guarda a los extranjeros;
al huérfano y a la viuda sostiene,
y el camino de los impíos trastorna.

(vv. 5–9)

No temas, hermano, que aunque los obstáculos sean tan grandes como las murallas de Jericó, de un solo grito podremos derribarlas, siempre que gritemos en el nombre de Dios. “En Dios haremos proezas”, dice el Salmista (Salmo 60:12). No siempre esas proezas serán vistas como tales, porque Dios no mide el éxito de una empresa como nosotros solemos hacerlo. Dios llamó al profeta Ezequiel a predicar Su Palabra, y le advirtió de antemano que nadie pondría por obra sus palabras (Ezequiel 33:31–32). Si evaluamos el ministerio de Ezequiel por sus frutos visibles, fue un absoluto fracaso. Pero si medimos a este hombre y su ministerio con una tabla de fidelidad, y consideramos su perseverancia en hacer la obra que Dios le encomendó a pesar de las dificultades, entonces veremos que hizo verdaderas proezas.
Dios no ha llamado a todos sus hijos a ser pastores o misioneros; así como tampoco ha llamado a todos sus ministros a tener ministerios con frutos tan visibles como el de Spurgeon, o como el de Whitefield; pero Él requiere de sus ministros, y de cada uno de sus hijos, “que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2), según los dones y la vocación que el Señor repartió a cada uno. Dios quiere padres y madres que críen fielmente a sus hijos en Su temor; esposos y esposas fieles en ser testimonios vivos en el mundo de la relación de Cristo con Su Iglesia; profesionales que sirvan fielmente a Dios y a su generación por medio de sus talentos y habilidades; obreros fieles que no sirvan al ojo, “como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios” (Colosenses 3:22).
Dios quiere pastores y misioneros que proclamen fielmente Su Palabra, para la salvación de unos y la edificación de otros. Si Dios nos concede ver a miles venir a los pies de Cristo, nos gozaremos enormemente en ello. Eso es lo que quisiéramos ver. Pero si solo son cinco, o diez, o veinte, y logramos llevar a esas almas con seguridad hasta la Canaán celestial, habremos cumplido con nuestro trabajo y escucharemos de Dios lo que todo siervo ansía escuchar de su Amo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Una sola alma vale más que el mundo entero (Mateo 16:26). Si tuviésemos que gastar nuestra vida entera por la salvación de un alma, bien habrá valido la pena el esfuerzo.
Propongámonos, entonces, hacer la voluntad de Dios; y cuando nos parezca que los obstáculos son muy grandes, y nos veamos tan pequeñitos delante de ellos como gusanos, que las palabras de Dios contenidas en este texto nos sirvan de aliento y estímulo: “No temas, gusano de Jacob […] yo soy tu socorro”.
Tal vez estás a punto de desmayar bajo el peso de tus responsabilidades como cristiano, o bajo el peso de las tentaciones; y tal vez has deseado declararte impotente y claudicar. Pero a la luz de la enseñanza de este pasaje, te exhorto a volver tu debilidad en una bendición, refugiándote en Dios y en la gloria de Su poder.
En tercer lugar, aprendemos de nuestro texto que nuestra confianza debe estar puesta en Dios y solo en Él. ¿A quién se le ocurriría poner su confianza en un gusano? Nos parece ridículo solo pensarlo; sin embargo, eso es lo que hacemos cada vez que ponemos nuestra confianza en los hombres y no en Dios.
Es bueno que las ovejas confíen en sus pastores, pero no es bueno que descansen en ellos como si fuesen capaces por ellos mismos para llevar adelante la obra de Dios. ¿Qué son los pastores después de todo? Hombres débiles, sujetos a tentaciones, a pruebas inusuales, a ataques despiadados; sujetos al desánimo y al cansancio. Esto es lo que somos. Por eso nunca nos cansaremos de suplicar que oren por nosotros. Mostrad que vuestra confianza está en Dios intercediendo continuamente por vuestros pastores, suplicando que Dios los guarde del mal, y que Dios los tome en sus manos para trillar los montes y moler los collados. Por eso debemos insistir en la importancia del culto de oración congregacional a mitad de semana. Esa es la caldera que mantiene en movimiento el motor de la iglesia. Cuando alguien preguntó a Spurgeon dónde estaba el éxito de su ministerio, su respuesta fue muy sencilla: “La iglesia ora por mí”.
En cuarto lugar, y finalmente, aprendemos de este texto que Dios merece toda la gloria por cada avance y cada logro de Su pueblo. “Pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (Isaías 41:16). Tenemos un tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no nuestra (cf. 2 Corintios 4:7). Somos lo que somos por la gracia de Dios; desprovistos de esa gracia no tenemos nada de qué presumir. “¿Qué tienes que no hayas recibido? —pregunta el apóstol Pablo en 1 Corintios 4:7—. Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”. Es la conciencia de nuestra debilidad la que nos lleva a exclamar continuamente: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Salmo 115:1).
Sigamos corriendo nuestra carrera con paciencia “con los ojos puestos en Jesús” y poniendo nuestros dones en acción para la expansión del Reino de Dios. Pero sean nuestro estandarte estas palabras de Pablo con las que ahora concluyo: “Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:20–21).

 
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