sábado, 8 de agosto de 2015

Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CUANDO LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
SE ARREPIENTEN
Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Salmo 2:8).
Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella (Lucas 19:41).
Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad (Josué 6:16).
El Señor ama a todas las ciudades y naciones. Ama a la ciudad y la nación de usted. No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos. La Biblia está llena de ejemplos de ciudades y naciones que se arrepintieron de sus pecados y se volvieron a Dios. La Gran Comisión es precisamente el mandato de Dios para que eso suceda. El Señor quiere que se hagan discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19), para lo cual envió a su Espíritu Santo para que sus discípulos le fueran testigos en la ciudad de Jerusalén, en la región de Judea, en la nación de Samaría, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Dios quiere que tengamos la visión de tomar ciudades, regiones y naciones, territorialmente, para Cristo.

El apóstol Pablo escribió sus epístolas para las ciudades de Roma, Éfeso, Corinto, Galacia, etc. El libro de Apocalipsis nos revela que Dios bendice y juzga a la iglesia de manera colectiva, no individualmente. Es decir, ante Dios el Padre no son las denominaciones ni las congregaciones las que representan a Cristo, sino que es la iglesia en su totalidad, los creyentes todos de una ciudad.

La epístola a los Hebreos dice que Dios edificó una ciudad: «Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios[…] Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:10–16).

Todo lo anterior nos indica que Dios piensa en las ciudades y naciones del mundo, y que su voluntad es que procedan al arrepentimiento. Sus discípulos, sus obreros, sus mensajeros, sus pastores, son los instrumentos que Él ha escogido para ese arrepentimiento, porque todos, todos … somos y debemos ser los intercesores ante su trono de gracia para alcanzar misericordia.
Obediencia y oración
No obstante, es necesario que seamos obedientes. La Biblia nos da ejemplos al respecto en la vida de Josué y Caleb:
     Josué obedeció al Señor y conquistó para Él la ciudad de Jericó (Josué 6:16).
     Caleb obedeció y por fe recibió la tierra por posesión: «Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión» (Números 14:24).
Si obedecemos e intercedemos por nuestras ciudades y naciones, podremos entrar en la batalla para conquistarlas en la seguridad de que la victoria será nuestra, pues la batalla es del Señor:
Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra (Josué 6:2).
Asimismo, nos convertimos en instrumentos de justicia para esa necesaria y apremiante reconciliación total. Por consiguiente, tiene que desaparecer la atmósfera contaminada que asfixia a nuestros pueblos; tiene que desaparecer la religiosidad vacía, la corrupción de mente, de espíritu y de cuerpo, para que en estos últimos días, las ciudades y las naciones puedan regresar a Cristo. Ante todo, tiene que desaparecer la división entre el pueblo de Dios, ese pueblo llamado a conquistar y a triunfar, pero como un solo ejército.
En el caso de Josué, vemos que primeramente creyó en las promesas de Dios y, debido a ello, recibió la visión para la conquista de la ciudad de Jericó. Luego, obedeció el mandato de Dios en cuanto a la estrategia para la toma de la ciudad; y fue en obediencia a las instrucciones que Él le dio que demandó la unidad de todo el pueblo para el asalto final: «TODO el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá» (Josué 6:5).
Más adelante, encontramos a Caleb diciendo:
Como podrás ver, Jehová me ha mantenido con vida y salud durante estos cuarenta y cinco años desde que comenzamos a vagar por el desierto, y ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte ahora como cuando Moisés nos envió en aquel viaje de exploración y aún puedo viajar y pelear como solía hacerlo en aquella época. Por lo tanto, te pido que me des la región montañosa que Jehová me prometió. Recordarás que cuando exploramos la tierra vimos que los anaceos vivían allí en ciudades con murallas muy grandes, pero si Jehová está conmigo yo los echaré de allí (Josué 14:10–12, La Biblia al día).
La conquista fue posible porque hubo participación de todo el pueblo de Dios representado por cada una de las tribus de Israel:
Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu (Josué 3:12).
Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu (Josué 4:2).
Como una señal de UNIDAD, Josué mandó tomar doce piedras (Josué 4:3) de en medio del Jordán, las cuales debían llevarlas y levantarlas: «Para que esto sea señal entre vosotros» (Josué 4:6).

La unidad es la clave para conquistar ciudades y naciones mediante el arrepentimiento. «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía![…] porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna» (Salmo 131:1, 3b).

Aunque continuemos (y debemos hacerlo) cumpliendo nuestras responsabilidades en las asambleas y congregaciones locales a las cuales Dios nos ha llamado a servir, tenemos también la responsabilidad de unirnos delante de Dios en nuestras ciudades y regiones para rendirle adoración, alabanza, loor, honor y gloria, intercediendo por ellas para que Él derrame su misericordia. Y entonces podremos decir como Pedro: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (Hechos 10:34–35).
Arrepentimiento y confesión
Los profetas Esdras y Daniel nos demuestran el corazón de un intercesor que clama a Dios por el perdón de los pecados de la nación de Israel. Reconocieron que el sincretismo trae maldición a un pueblo que sufre el juicio de Dios. Es por eso que claman a Él y retan al pueblo a arrepentirse y a renunciar a la idolatría de sus antepasados.
Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo y a vergüenza que cubre nuestro rostro como hoy día (Esdras 9:5–7).
¿Qué sucedió como resultado de esta intercesión?
Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente[…] Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel. Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras. Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra (Esdras 10:1, 10–12).
He aquí la oración de intercesión de otro profeta, Daniel:
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Daniel 9:17–19).
Los profetas reconocieron que todo lo que le sobrevino a la nación fue debido a sus pecados. Pero sabían también que si se arrepentían, Dios los oiría desde los cielos.
Cuando la ciudad de Nínive oyó el mensaje del profeta Jonás, los habitantes creyeron y se arrepintieron, desde el mayor hasta el menor, hombres y bestias y aun el propio rey. Nos dice la Biblia que Dios los perdonó y no trajo juicio sobre la ciudad (Jonás 3:5–10).
Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante del enemigo por haber prevaricado contra ti, y se convirtiere, y confesare tu nombre, y rogare delante de ti en esta casa, tú oirás desde los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y le harás volver a la tierra que diste a ellos y a sus padres (2 Crónicas 6:24–25).
El mundo entero está bajo el poder del maligno, dice la Biblia (1 Juan 5:19), pero «los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con Él» (2 Crónicas 16:9a). Si intercedemos, Él tendrá misericordia.

Por lo tanto, cumplamos con nuestra misión de intercesión para que las ciudades y las naciones se arrepientan y vengan, de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio (Hechos 3:19).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).

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Aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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LOS GUARDAS DE LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra[…] He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con Él, y delante de Él su obra. Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada (Isaías 62:6, 11–12).
Sobre las ciudades y las naciones pesan maldiciones por causa del pecado, pero Dios ha puesto guardas sobre ellas. Es a estos guardas a quienes ha encomendado las llaves de sus puertas, para que por ellas entre la bendición. Al mismo tiempo, les ha dado el poder para penetrar, en el nombre de Jesucristo y por su delegación, en el mundo de las tinieblas y matar a la víbora en su propio nido.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mateo 16:19).
Los guardas de las ciudades son los pastores y los intercesores. Por eso, la unidad pastoral es vitalmente importante para el cabal cumplimiento de la Gran Comisión y de la misión que como tales tienen estos ministros. No tendremos éxito en nuestra misión si los llamados a un ministerio especial no estamos conscientes de la responsabilidad que tenemos en nuestra ciudad y en nuestra nación.

Es triste reconocer que hay una competencia malsana en el ministerio, a tal punto que ya se ha hecho costumbre que diferentes obreros cristianos entren a una ciudad sin la invitación, el apoyo ni el respaldo de aquellos hombres y mujeres llamados por Dios y establecidos como guardas de esa ciudad. Muchos de estos ministerios hacen y deshacen por su cuenta, los unos por no tomar en cuenta a los otros para contar con su respaldo y los otros por no respaldar el ministerio de tantos hombres y mujeres llamados por Dios para cumplir una tarea especial. Ninguno quiere ver la importancia del otro, insistiendo, por esa razón, en obrar cada uno a su antojo. Surge así, por lo general, la división en lugar de la unidad en la iglesia local.

La reconciliación de ciudades y naciones no será posible si no se permite la manifestación del Espíritu Santo que es uno de amor y unidad. Jamás la reconciliación con Dios que necesita la tierra en esta hora se logrará por individuos con complejos mesiánicos ni por segmentos fragmentados de la iglesia. La reconciliación de ciudades y naciones será el resultado de la obra mancomunada del Cuerpo de Cristo, y este no puede estar fragmentado. El Cuerpo de Cristo en la tierra intercederá por ellas para cambiar el curso de la historia.

No debemos olvidar que nuestro llamamiento proviene de Dios y no es para satisfacer nuestro ego ni nuestra vanidad. Si los llamados ministros están satisfechos con «su» obra y están contentos con lo que consideran «su» rebaño o «su» ministerio y no el del Señor Jesucristo, hay muy poco que decirles. Pero la verdad es que el Señor ha puesto a sus mensajeros como guardas de su ciudad y de su nación.

Recordemos la Gran Comisión y nuestra misión de ser instrumentos para la salvación de los perdidos. Esto será imposible si los obreros del Señor no somos en realidad «del» Señor y como tales no estamos unidos, pues el Señor es uno solo. Aceptemos con humildad y con alegría nuestro nombramiento de guardas de la ciudad y de la nación en las que Dios nos ha llamado a servir.

Ante los ojos del Señor, la ciudad en la cual vivimos es un lugar que necesita escuchar el mensaje redentor de su Palabra. Él la ve como una ciudad que está al borde del juicio como Sodoma, Gomorra, Nínive o Jerusalén y que necesita redención.

Aunque en cada ciudad haya congregaciones y congregaciones, predicadores y predicadores, maestros y maestros, eso no significa de ninguna manera que hayamos alcanzado el propósito que Dios tiene para esa ciudad. Mientras no seamos uno en Cristo, no podremos dar un verdadero testimonio de la muerte, sepultura, resurrección y señorío de Él.

No podremos hablar de guardas de las ciudades y de las naciones sin hablar de la unidad del Cuerpo de Cristo. Al ser uno, somos los que el Señor quiere que seamos: los guardas de la localidad en la que Él nos ha puesto. La salud espiritual de nuestras ciudades y naciones no se mide por el número de miembros de las iglesias, ni por el tamaño de nuestros templos, sino por el testimonio que damos como cristianos en esas localidades.
Porque tú dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas (Apocalipsis 3:17–18).
Dios está dando a su pueblo en toda la tierra una visión de unidad alrededor de la cruz de Cristo. ¡Qué impactante sería que una iglesia unida batallara para reconquistar la tierra para Cristo, como un ejército unido que sigue la dirección del Dios de los Ejércitos! ¡Qué grandioso sería que un pueblo de Dios fuerte y dispuesto para la batalla tomara por asalto a las ciudades para Cristo! Los cristianos, y más que todo los pastores, seríamos en realidad los vigías, los centinelas, los guardas, defendiéndolas y liberándolas de la opresión satánica en el nombre de Jesucristo.

¿Queremos ser guardas de nuestra ciudad y de nuestra nación? Tenemos que pagar el precio de la unidad, entendiendo y aceptando que todas las dificultades que tengamos para lograrla y para experimentarla «no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios» (Romanos 8:18–19). Y, ¿cómo pueden manifestarse los hijos de Dios, sino como hermanos, hijos de un mismo Padre?

¿Entendemos nuestra responsabilidad como guardas de ciudades y naciones? Si es así, debemos entender el pacto que tenemos con Dios y cumplirlo.

Mi buen amigo Alberto Mottesi en su maravilloso libro América 500 años después, se refiere al nuevo pacto en el cual somos llamados a vivir como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Nos dice por qué no estamos unidos: la falta de fe en las promesas de Dios. Expresa:
El pacto es la base de toda relación. La fidelidad al pacto, o sea, a lo prometido, es lo que permite que los seres tengan confianza unos con otros y puedan establecer verdaderas RELACIONES, basadas en la buena fe[…] Toda integración [comunión o colaboración] se debe basar en una perspectiva común [una misma visión]. La Biblia dice: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Amós 3:3)[…] el engaño es el patrón cultural que nos caracteriza. Y el engaño es la fuente de discordia [división, disensión y sectarismo] más grande que hay. Donde hay engaño hay sospecha, no hay confianza y no podrá haber jamás una verdadera unidad o integración. El engaño es la causa de nuestra falta de integración.1
Alberto se pregunta:
¿Cómo resolveremos el problema del engaño si está tan infiltrado en todos los segmentos de nuestra sociedad (incluyendo la iglesia y la familia)? Si la confianza es la raíz de toda relación, ¿cómo podremos vencer estas ataduras y fortalezas para establecerla?
Aunque nos avergüence y entristezca, tenemos que comenzar por reconocer que somos una ciudad dominada por el engaño. Nos hemos dejado controlar (gobernar) por la mentira.2
Como el problema es espiritual e individual, la solución tiene que comenzar con el individuo. Tenemos que encontrar la solución para dicho problema antes de encontrar soluciones para las cuestiones políticas y sociales.

Somos guardas de ciudades y naciones. Como tales, mal podemos pretender buscar soluciones rápidas e instantáneas por nuestra cuenta y a nuestro antojo. El carácter de los pueblos no puede forzarse a cambios inesperados. Sin embargo, hoy es la hora de Dios para Hispanoamérica. Él nos está despertando del sopor en el que hemos vivido para que reconozcamos las ataduras espirituales que se remontan hasta nuestros ancestros nos han mantenido imposibilitados y nos liberemos de ellas. Para lograrlo tenemos que obedecerle absolutamente:
Hijitos míos no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él[…] Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros[…] En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor (1 Juan 3:18–19; 4:11–12; 17–18).
¿Por qué este pasaje sobre el amor? ¿Qué tiene esto que ver con el hecho de que Dios nos ha puesto como guardas de las ciudades y de las naciones? Porque el amor es el arma por excelencia para derrotar al odio, para derrotar al temor, para derrotar al maligno. Por lo tanto, es el arma por excelencia para defender las puertas de las ciudades y de las naciones.

¿Se pueden imaginar a los pueblos llenos de amor? ¿Qué clase de mal podría entrar en un pueblo así? ¿Y qué es la unidad sino una de las más hermosas facetas del amor?
Hombres y mujeres con esa experiencia y con ese llamamiento son los guardas que Dios ha puesto, con una misión especial, en las ciudades y 
en las naciones.

1 Alberto Mottesi, América 500 años después, AMEA, Fountain Valley, CA, 1992, cap. 9, pp. 126–127, énfasis del autor.
2 Ibid., p. 127.

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Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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LAS ANATEMAS DEL PECADO
Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida[…] Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo (Génesis 3:14, 17–18).


El pecado trae maldición a la tierra y a los hombres. Al traer maldición, produce heridas. Estas son brechas abiertas por las que el enemigo entra y destruye y hace toda clase de daño. Es decir, permiten que la ira de Dios se manifieste contra toda injusticia e impiedad de los hombres (Romanos 1:18).
Todo Israel traspasó tu ley, apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra Él pecamos (Daniel 9:11).
Necesitamos estudiar a fondo la Biblia para entender bien las advertencias que Dios hace a las ciudades y a las naciones.

Al enfrentarnos al adversario, debemos ser unánimes en el proceso de cumplir la voluntad de Dios, en arrepentimiento y confesión de nuestros pecados y los de generaciones anteriores, e intercediendo por nuestras ciudades y naciones. De esta manera veremos un comienzo a la reconciliación total que sana las heridas del pasado.
Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano (Génesis 4:10–11).
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardien te de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora (Romanos 8:18–22).
Como es de notar, la naturaleza responde a la condición espiritual de sus habitantes. Por lo tanto, Satanás encuentra un campo fértil para construir su «fortaleza espiritual». Este término se refiere al lugar enfermo en la vida de una ciudad o una nación que aún no ha resuelto su culpabilidad. Si queremos rescatar un área que está muriendo, los cristianos podemos salvarla llevándole vida.

Dios también usa la naturaleza para traer sus juicios. El antiguo Egipto sufrió diversas plagas: la contaminación del río Nilo al convertirse el agua en sangre, la de ranas, la de piojos, las moscas, las úlceras del ganado, el granizo, las langostas, las tinieblas y, finalmente, la plaga de la muerte de los primogénitos de las familias y las bestias (Éxodo 7:15–11:6). Creo que Dios trata de llamar nuestra atención mediante la avalancha de desastres «naturales» que han venido sobre nosotros: incendios, inundaciones, huracanes, terremotos.

Norteamérica está en vergüenza y segando en torbellino de juicio (Oseas 8:7). Bajo el juicio de Dios estamos segando lo que hemos sembrado.1
Las obras de las tinieblas
Aunque han pasado miles de años desde los tiempos del profeta Oseas, los medios de comunicación masiva de hoy en día nos dan las mismas noticias que el profeta proclamaba en su tiempo como consecuencias del juicio de Dios sobre las naciones. El perjurio, la mentira, el engaño, la inmoralidad, la violencia, la guerra, el homicidio, el robo, todo esto y mucho más continúa siendo parte de la vida diaria de todo el mundo.

En la actualidad, la violencia es el tema que más inquieta a Estados Unidos y a Latinoamérica. En naciones como México, Colombia y Perú, las noticias de guerras, guerrillas, terrorismo y homicidios son el pan de cada día.

En los últimos años, los estados de Florida y California han soportado una aterrorizante ola de violencia que las autoridades no pueden controlar. En todo el continente hay ciudades heridas donde la violencia, el crimen, la guerrilla y el narcotráfico ponen de manifiesto la incapacidad de la autoridad y de la ley para controlar los acontecimientos que en ellas ocurren. Entre ellas están México, Guadalajara, Bogotá, Medellín, Lima, Río de Janeiro, Brasil, Washington D.C., Los Ángeles, San Francisco, Miami, Nueva York, etc. Toda esta culpabilidad no resuelta es la causa para que cada ciudad y nación cosechen lo que han sembrado: dolor, miseria, enfermedad, muerte.
Consecuencias del pecado
Los profetas Daniel, Oseas y Jeremías revelan las consecuencias del pecado sobre las ciudades y naciones de la tierra:
Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden. Por lo cual se enlutará la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las bestias del campo y las aves del cielo; y aun los peces del mar morirán. Ciertamente hombre no contienda ni reprenda a hombre, porque tu pueblo es como los que resisten al sacerdote (Oseas 4:1–4).
Alza tus ojos a las alturas y ve en qué lugar no te hayas prostituido. Junto a los caminos te sentabas para ellos como árabe en el desierto, y con tus fornicaciones y con tu maldad has contaminado la tierra. Por esta causa las aguas han sido detenidas, y faltó la lluvia tardía; y has tenido frente de ramera, y no quisiste tener vergüenza (Jeremías 3:2–3).
Muchas veces nos encontramos en algún lugar en el que sentimos la presencia de la muerte. El discernimiento espiritual nos permite esa sensación. Es entonces cuando el poder para enfrentarnos con ella dependerá de la obediencia que tengamos a nuestro llamamiento. Por ejemplo, frente a la situación de opresión espiritual que sufría su nación, Esdras extendió sus manos al Señor e intercedió por el pueblo identificándose con sus pecados:
Para que se busque en el libro de las memorias de tus padres. Hallarás en el libro de las memorias, y sabrás que esta ciudad es ciudad rebelde y perjudicial a los reyes y las provincias, y que de tiempo antiguo forman en medio de ella rebeliones, por lo que esta ciudad fue destruida (Esdras 4:15).
Dios el Padre envió a Jesús para deshacer las obras del diablo (1 Juan 3:8) y para salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11). De la misma manera, Dios el Padre nos salvó, nos llamó, nos apartó y nos mandó a hacer las mismas obras de Jesús, en todo lo relacionado con el reino de las tinieblas (Juan 9:4).

En la proclamación de las promesas de Dios tenemos el deber de tomar parte en el proceso del cumplimiento de los objetivos de Dios, es decir, la reconciliación con el Padre. Como atalayas, debemos anunciar y advertir a las naciones las consecuencias de su desobediencia.
Puse también sobre vosotros atalayas, que dijesen: escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos. Por tanto oíd, naciones, y entended, oh congregación, lo que sucederá (Jeremías 6:17–18).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).
La falta de la presencia de Dios en las ciudades y naciones que están bajo maldición es lo que en hebreo se llama Icabod (la gloria se ha ido), situación que deja a las aves de rapiña en libertad para consumar la destrucción.

Los profetas del Antiguo Testamento proclamaron siempre que todo lo que le sobrevenía a la nación era debido a sus pecados. Esto se debía, especialmente, por la abominación de mezclar la idolatría de los pueblos venidos de otras tierras con los ritos religiosos del pueblo de Dios. Abominación mucho más grande aun cuando los que estaban en autoridad eran los primeros en cometer ese pecado (Esdras 9:1–2, 13).
Lo que sigue, ¿será solamente coincidencia?

En agosto de 1992 el sur de Florida sufrió uno de los desastres naturales más grandes de la historia de la nación. El huracán Andrew causó grandes estragos a su paso. Ahora, más de dos años después, todavía la ciudad no se ha recuperado del desastre. Meses antes de esta tragedia, líderes y autoridades del estado tuvieron varias reuniones con los líderes religiosos de la santería cubana y del vudú haitiano. Su propósito era pedir su intercesión para evitar una explosión de violencia étnica entre negros e hispanos de las comunidades que representaban. Pienso que el incremento de ritos y sacrificios de santería, vudú y macumba, por ese motivo, y el reconocimiento de su poder por parte de las autoridades de gobierno desencadenaron el juicio de Dios sobre el estado por medio de la naturaleza.

Luego, el 17 de enero de 1994, el sur de California sufrió los efectos devastadores de un terremoto que arrasó con el valle de San Fernando y particularmente la ciudad de North-ridge. El movimiento sísmico, de 6, 9 en la escala de Richter, destruyó cientos de edificios, residencias, autopistas y centros comerciales. Esta área de California ha sido azotada por la sequía, los incendios, la violencia, los temblores y la decadencia económica. ¿No será que el mensaje que sale de Hollywood sobre el aborto, el homosexualismo y la oposición y el ataque a los valores cristianos, a la iglesia y a sus líderes han traído como consecuencia una tragedia tras otra?

La prensa secular, irónicamente, dijo que el terremoto de Northridge sería con toda seguridad una oportunidad más para que los cristianos declararan, como siempre, que todo eso era el juicio de Dios. ¿Sería una coincidencia que una gran parte de la pornografía que consume la nación saliera de esta ciudad y que en el terremoto se destruyeran nada menos que centros pornográficos millonarios? ¿Qué piensa usted?

El pecado de una ciudad concede poder al enemigo sobre ella y abre sus puertas al mundo de las tinieblas para que entren la maldición y la destrucción.

El conflicto y el antagonismo entre ministerios, culturas, clases sociales, razas, regiones, religiones, etc., son puertas abiertas al infierno, y causas para que las maldiciones caigan sobre las ciudades y las naciones.

La violencia y el crimen son el resultado de heridas y ofensas del pasado y del presente. Todos los esfuerzos, leyes, alianzas y tratados para contrarrestarlos no tendrán ningún resultado.

Hace poco tiempo, en Los Ángeles, California, la televisión mostró a un mundo horrorizado la criminal paliza que la policía propinó a un ciudadano negro. La escena la filmó un camarógrafo aficionado. Este hecho lo llevó a cabo nada menos que varios policías de raza blanca y un hispano. Esto desencadenó una ola de violencia en la que los negros atacaron a los blancos, a los hispanos, a los orientales. Turbas enfurecidas destruyeron negocios, quemaron, robaron y saquearon todo cuanto pudieron. Tomaron forma humana las palabras de Jesús: «El ladrón no viene sino para matar, robar y destruir» (Juan 10:10).
Una vez más, se hizo patético el antagonismo de razas. 

Ese que causó una herida a la ciudad y abrió las puertas a los demonios. La violencia engendró violencia. El derramamiento de sangre demandó más derramamiento de sangre, y todo esto desencadenó violencia social. Cayó la maldición de Dios sobre la ciudad.

Las guerras entre pandillas, entre carteles del narcotráfico, entre naciones, entre religiosos, etc., abren las puertas al mundo de las tinieblas y traen maldiciones sobre las ciudades y sobre las naciones.

El destino de nuestras ciudades y naciones, la anulación de las maldiciones que pesan sobre ellas y su pacificación, no depende ni de alianzas, ni pactos, ni tratados. No depende de la sangre que se derrama en las calles y en las plazas todos los días inútilmente. Su fortuna depende de la sangre que fue derramada por Jesucristo hace dos mil años en la cruz del Calvario. De la sangre que se derramó una vez y por todas para la remisión de pecados (Hebreos 9:22), porque entonces y sólo entonces se cumplirá la Palabra: «Haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios[…] matando en ella las enemistades» (Efesios 2:15b–16).
1 B. Bright, The Coming Revival [El avivamiento venidero], New Life Publications, p. 61.


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Habrá juicio sin misericordia contra aquel que no hace misericordia. ¡La misericordia se gloría triunfante sobre el juicio!

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Información 


BOSQUEJOS EXPOSITIVOS
SANTIAGO 2:1-13

1 Hermanos míos, tened la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo, sin hacer distinción de      personas. 
    2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa lujosa, y            también entra un pobre con vestido sucio, 
       3 y sólo atendéis con respeto al que lleva ropa lujosa y le decís: "Siéntate tú aquí en                buen lugar"; y al pobre le decís: "Quédate allí de pie" o "Siéntate aquí  a mis pies",  
           4 ¿no hacéis distinción entre vosotros, y no venís a ser jueces con malos criterios? 
             5 Amados hermanos míos, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo,                    ricos  en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? 
                 6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son                          ellos los que os arrastran a los tribunales? 
                     7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que ha sido invocado sobre vosotros? 
                        8 Si de veras cumplís la ley real conforme a las Escrituras: Amarás a tu                                     prójimo como a ti mismo,  hacéis bien. 
                            9 Pero si hacéis distinción de personas, cometéis pecado y sois                                                reprobados por la ley como transgresores. 
                              10 Porque cualquiera que guarda toda la ley pero ofende en un solo                                            punto se ha hecho culpable de todo. 
                                  11 Porque el que dijo: No cometas adulterio, también dijo: No cometas                                       homicidio.  Y si no cometes adulterio, pero cometes homicidio, te                                            has hecho transgresor de la ley. 
                                      12 Así hablad y así actuad, como quienes están a punto de ser                                                    por la ley de la libertad. 
                                           13 Porque habrá juicio sin misericordia contra aquel que no hace                                                 misericordia. ¡La misericordia se gloría triunfante sobre el                                                        juicio! 

Normas Cristianas de Valor


Santiago 2:1–13

En esta sección Santiago vuelve a un tratamiento más completo de su preocupación, expresada en 1:9–11, por una adecuada actitud cristiana hacia la riqueza. Su advertencia está claramente en línea con el énfasis del propio Jesús en que no podemos servir al mismo tiempo a Dios y al dinero (cf. Mt. 6:24). La advertencia de Santiago es apoyada también por Pablo: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Ti. 6:10). El problema es tan viejo como el hombre, pero la admonición de Santiago es tan pertinente hoy en día como los consejos de los médicos de someterse a exámenes físicos regulares para detectar a tiempo los síntomas de cáncer.

  A.      UNA FALSA MEDIDA DE LOS HOMBRES, 2:1–4

La preocupación específica de Santiago es que una congregación cristiana no trate de cortejar el favor de los ricos por causa de sus riquezas. ¿Están estas palabras dirigidas hoy directamente a una iglesia de clase media? ¿Están dirigidas a una congregación nueva que se esfuerza por establecerse en la comunidad? ¿Nos hablan a nosotros cuando tratamos de atraer a personas que pueden pagar el presupuesto? Todas éstas son metas válidas ¡pero la Biblia nos exhorta a cuidarnos! Santiago nos amonesta a no mostrar parcialidad hacia las personas de ingresos elevados cuando vienen, ni darles un trato preferencial en nuestros esfuerzos por ganarlas. Cuando lo hacemos no somos como Jesús.

    1.      El mandamiento (2:1)

El verso 1 debiera leerse como un mandamiento en línea con la naturaleza imperativa de la epístola. Pero Santiago empieza su amonestación donde debe empezar toda amonestación efectiva—identificándose con aquellos a quienes reprueba. Escribe hermanos míos (1) y hermanos míos amados (5). Como sabio dirigente eclesiástico, Santiago pide a sus lectores que juzguen sus conductas a la luz de su suprema fidelidad cristiana—vuestra fe en nuestro… Señor Jesucristo. Estaba escribiendo a hombres y mujeres cristianos. Ellos estaban bien conscientes del significado de la fe cristiana—la religión que Cristo había traído al mundo. Acepción de personas significa parcialidad; la exhortación es: “No mostréis prejuicios ni parcialidad” (Amp. N.T.). Phillips presenta la exhortación gráficamente: “Nunca intentéis, hermanos míos, combinar el esnobismo con la fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo.”


    2.      La ilustración (2:2–4)

Hoy en día estos versículos constituyen una pauta de ética para los ujieres de la iglesia. Pero en la iglesia del siglo I probablemente estuvieran dirigidos, no a un ujier, sino a cualquier miembro de la congregación que tuviera un asiento escogido para el servicio. Tal vez Santiago había observado esta clase de trato preferencial en la iglesia de Jerusalén o en alguna congregación vecina que había visitado. La congregación (2; gr., sinagoga, VM.) sería el lugar en que los cristianos—probablemente un grupo mixto de judíos convertidos y gentiles—se reunían para el culto. Es el mismo término empleado para las sinagogas judías. Era ésta una palabra y una forma de culto que la iglesia primitiva tomó directamente de sus antepasados hebreos. Debe notarse, sin embargo, que este es el único lugar en el Nuevo Testamento en que se llama “sinagoga” a una congregación cristiana.

Podemos suponer que el hombre con anillo de oro y el pobre, serían visitantes, no miembros regulares. Hay diferencia de opinión acerca de si eran visitantes cristianos o no cristianos. Esto, sin embargo, no cambia la verdad espiritual del pasaje. La actitud mostrada era equivocada en ambos casos. Y si el hombre bien vestido era una persona de la clase descrita en 6–7, aunque fuera miembro, su profesión religiosa había hecho poco para transformar su vida. 

La acción anticristiana era juzgar inmediatamente el valor del hombre por la apariencia de su atuendo. El anillo de oro indicaría un hombre de rango senatorial o un noble romano. Durante los primeros años del imperio solamente esta clase de hombres tenían derecho de usar un anillo así. Ropa espléndida significa una toga blanca, como la que usaban a menudo los candidatos a funciones públicas. “Acepción” (3, VM.) debe entenderse en el sentido de prestar especial atención al hombre de apariencia próspera. En la sinagoga por lo general había sillas u otra clase de asientos para los ancianos y los escribas. En esos asientos se ofrecía un lugar de honor a una persona de rango. Las de menor rango permanecían de pie o se sentaban en el suelo. Bajo mi estrado puede leerse “a mis pies” (RSV).

¿No hacéis distinciones (“sois parciales”, VM.) entre vosotros mismos? (4) tiene dos interpretaciones posibles. Algunos piensan que significa hacer distinciones entre los miembros, dividiendo así la iglesia. The Amplified New Testament traduce así: “discriminando entre los vuestros.” Otros interpretan la frase simplemente como un pensamiento paralelo a la segunda mitad del versículo. La NEB traduce todo el versículo: “¿No veis que sois inconsecuentes y juzgáis con normas falsas?” Jueces con malos pensamientos, es decir, que piensan con motivos erróneos. Aquí había jueces que estaban empleando normas erróneas de medición. ¿Cuáles eran los malos pensamientos de estos cristianos equivocados? (1) Que las ropas finas son señales de hombres buenos, y las ropas raídas de un carácter malo. (2) Que el valor de las personas se puede medir por su riqueza. (3) Que la situación financiera debe influir en la aceptación en la iglesia. (4) Que los “sistemas de castas” sociales y económicas son aceptos a Cristo y apropiados para su iglesia.


  B.      UNA VERDADERA MEDIDA DE LOS HOMBRES, 2:5–7

Santiago escribe usando estilos muy diversos. A menudo escribe breves sentencias que nos recuerdan a los proverbios. Pero aquí es tan cuidadoso como Pablo en desarrollar la secuencia de su argumento.


    1.      Dios elige a los pobres (2:5–6a)

Oíd (5) significa: “Un momento, prestad atención.” Es comparable al uso que hace Jesús de “de cierto, de cierto os digo” (cf. Jn. 3:5). Aquí Santiago reprueba a sus hermanos, pero es la reprobación del amor a los hermanos míos amados. El es sensible al maltrato de los pobres y a las acciones a menudo endurecidas e inhumanas de los ricos (cf. 5:1–6). Pero no defiende a los pobres por su pobreza ni ataca a los ricos porque son ricos. Tanto su defensa como su ataque se basan en otros hechos; hechos que admite como generalmente ciertos de las respectivas clases.

El argumento de Santiago es habéis afrentado (6) a aquellos que ha elegido Dios (5). “No es que Dios haya limitado su elección a los pobres, sino que, como lo muestra la historia, ellos han sido su primera elección (véase Lc. 1:52; 1 Co. 1:26).” Y la elección de Dios no ha sido arbitraria. Es simplemente un hecho que los pobres y los oprimidos se muestran más obedientes al evangelio que los ricos que dependen del poder de su dinero. En todo caso, Santiago aclara que los pobres, a los que se refiere, son ricos en fe y herederos del reino que ha prometido (Dios) a los que le aman.


    2.      La pobre elección humana de los ricos (2:6b–7)

Para el cristiano simplemente no tiene sentido favorecer a los ricos y desairar a los pobres. Juan Calvino comentaba que es ridículo honrar a nuestros verdugos y mientras tanto injuriar a los amigos. Probablemente Santiago se estuviera refiriendo a judíos ricos. En su Palestina natal, había visto a los ricos fariseos oprimir a la iglesia (Hch. 4:1–4); y tal vez estaba familiarizado con las experiencias de Pablo en las ciudades gentiles (Hch. 13:50; 16:19).
Tres cargos específicos se presentan contra los ricos cuyo favor busca la iglesia. Opresión y comparecer ante los tribunales son los dos primeros; el tercero es blasfemia. En todos ellos Santiago apela al conocimiento del propio lector y a su sentido de lo conveniente. “¿Acaso los ricos no os oprimen, y ellos mismos os arrastran ante los tribunales? ¿No blasfeman ellos aquel nombre honorable del cual vosotros sois llamados?” (VM.) “Del cual vosotros sois llamados” (7) es literalmente que fue invocado sobre vosotros. La referencia señala a la experiencia del bautismo en el cual el buen nombre, es decir, el nombre de Cristo, era invocado sobre ellos. El uso que el escritor hace de el… nombre en lugar de Dios o Cristo parece reflejar su educación judía en la cual siempre había un respeto tan grande por Dios que vacilaban en pronunciar el nombre de la Deidad.


  C.      LA NORMA QUE SIEMPRE ES JUSTA, 2:8–13

    1.      La ley real (2:8)

En este párrafo (8–13) Santiago nos lleva de vuelta, como siempre debemos hacerlo cuando evaluamos el carácter de nuestra conducta, a una norma básica para el cristiano—Amarás a tu prójimo como a ti mismo (8). Siempre haremos bien si hacemos lo que quisiéramos que los otros nos hicieran a nosotros si las condiciones fueran a la inversa.
Esta ley para la guía de la conducta cristiana es conforme a la Escritura. Se la cita del Antiguo Testamento (Lv. 19:18) y fue reafirmada en las enseñanzas de Jesús (Mt. 22:39). Es la ley real porque es la palabra de nuestro Señor; es la ley real porque cuando es observada en acciones, en verdad no podemos quebrantar ninguna de las leyes de Dios que gobiernan nuestras relaciones con nuestro prójimo. Guardar esta ley es guardarlas todas.


    2.      La parcialidad es pecado (2:9–11)

El autor va avanzando hacia la conclusión de su argumento: Si los cristianos observan la ley del amor agradarán a Dios, pero cuando muestran parcialidad cometen un pecado. En 9–11 anticipa una posible objeción. “¿Por qué dar tanta importancia a esta cuestión de la acepción de personas? Es sólo una ofensa que ciertamente no ha de tomarse demasiado en serio.” Santiago refuta esta objeción señalando que quebrantar cualquier parte de la ley es quebrantar toda la ley.

a. Todo pecado quebranta la ley de Dios (2:10). ¿Qué quiere decir Santiago cuando afirma que cualquiera… que ofendiere en un punto (de la ley), se hace culpable de todos? (10). Ciertamente no quiere decir que quebrantar un mandamiento acarrea consecuencias tan malas como quebrantar los diez. Ni que las consecuencias de una falta menor son serias como los resultados de un pecado flagrante. 

Algunos de los estoicos más extremos afirmaban que el robo de un centavo eran tan malo como matar a nuestros padres. Pero Santiago era un cristiano, no un estoico. Jesús enseñó que debemos amar a Dios con todo el corazón. Todo pecado es evidencia de que mi amor a Dios no es completo. Todo pecado, pues, es tan malo como cualquier otro en el sentido de que quebranta mi comunión con Dios. Si ese pecado no es perdonado y esa comunión no es restablecida, uno ha roto su unión vital con Dios. 

En este sentido uno se hace culpable de todos: el guardar todos los otros mandamientos no tiene valor para satisfacer a Dios mientras rechazo su voluntad para mi vida en un solo punto. En este sentido un hombre es “culpable de todos en que quebranta toda la ley, aunque no el todo de la ley, porque ofende contra el amor, que es el cumplimiento de la ley.” Uno no puede cometer el pecado de menospreciar voluntariamente la personalidad humana y ser agradable a Dios más de lo que puede violar cualquier otro mandamiento y retener el favor de Dios.

b. La parcialidad es seria (2:11). En el verso 9 Santiago ha dicho que si hacemos acepción de personas somos convictos por la ley como transgresores. Ahora trata de mostrar la gravedad de esta transgresión. El mismo Dios que dijo: “No cometerás adulterio”, ordenó: “No matarás”—y esta clase de destrucción de la personalidad es homicidio. Santiago refleja aquí la extensión de Jesús del mandamiento contra el homicidio (cf. Mt. 5:21–22). Airarse contra un semejante es devastador; despreciar a una persona es, a los ojos de Dios, una forma de homicidio. Los hombres pueden ser destruidos por una actitud maligna tan efectivamente como por un ataque físico.


    3.      Vivir a la luz del juicio de Dios (2:12–13)

No podemos agradar a Dios en esta vida si nuestra conducta viola la regla de oro. Cuando comparezcamos en el Día del Juicio la misma regla estará en vigor. Por lo tanto Santiago exhorta: Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad (12).

El cristiano no está bajo la ley de Moisés. Desde que vino Cristo estamos bajo la ley de la libertad (12). Somos libres de los pequeños detalles de la ley antigua, pero seremos juzgados por la ley de Cristo—“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37, 39). Esto es a la vez más severo y más benigno que la ley mosaica. “Será un juicio más profundo que el del hombre, porque no se detendrá en preceptos particulares ni aun en la acción exterior, cualquiera que fuere, sino que penetrará el temperamento y el motivo. Por otro lado, elimina todo cuestionamiento acerca del cumplimiento exacto de cada precepto separado. Si ha habido en uno el verdadero espíritu de amor a Dios y amor al hombre, éste es aceptado como el real cumplimiento de la ley.”

Se señala claramente el aspecto severo del juicio del Nuevo Testamento: Juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia (13). Esta es la posición de Jesús en Mateo 6:15: “Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” Pero aun así, Dios es un Dios de misericordia, y la misericordia triunfa sobre el juicio.

A la luz de estas verdades uno sólo puede orar: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Sal. 139:23–24). No permitas que peque al ser parcial hacia el rico o menospreciar al pobre, aun bajo nombres más elegantes. Enséñame a juzgar mi conducta a la luz de tu Palabra. No dejes que sea guiado por mis propios temores o por los prejuicios del día en que vivo. Guíame por la senda en la que debo andar; entonces me presentaré ante ti sin temor. En el nombre de Jesús. Amén.

Bosquejo homilético
La igualdad a los ojos de Dios es para todos
2:1–13
Introducción: 
Una de las características de Dios en su soberanía, es que él mira con misericordia a todos los seres humanos por igual y en él no hay variación ni mudanza de su amor.

  I.      La fe del Señor es sin distinción, 2:1–4.
    1.      El Señor ama a todos por igual (v. 1).
    2.      El Señor exige a la congregación igualdad (vv. 2–4).
      (1)      Tanto con el pobre, como con el rico.
      (2)      Tanto con el débil, como con el fuerte.

  II.      La elección del Señor es sin distinción, 2:5–11.
    1.      A los pobres de este mundo (vv. 5–7).
      (1)      A quienes hace ricos en fe.
      (2)      A quienes hace herederos del reino.
    2.      A los que aman al prójimo como a sí mismos (vv. 8–11).
      (1)      Que no hacen distinción de personas (v. 9).
      (2)      Que no cometen adulterio ni homicidio (v. 11).

  III.      La misericordia del Señor es sin distinción, 2:12, 13.
    1.      Para los que hablan y actúan (v. 12).
    2.      Para los que practican la misericordia (v. 13).

Conclusión: 
El Señor tomará cuentas no solamente a los individuos como tales, sino que también a su iglesia le exigirá responsabilidad como lo plantea el apóstol Santiago.




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