Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Hermenéutica: la ciencia de la interpretación
Muchas de las controversias modernas tocante a la Biblia giran alrededor de preguntas respecto a la hermenéutica. Hermenéutica es la ciencia de la interpretación bíblica. En la mitología griega el Dios Hermes era el mensajero de los dioses. Su tarea era la de interpretar la voluntad de los dioses. Por lo tanto, la hermenéutica se ocupa de transmitir un mensaje que pueda ser entendido.
El propósito de la hermenéutica es el de establecer pautas y reglas para la interpretación. Es una ciencia bien desarrollada que puede resultar técnica y compleja. Cualquier documento escrito está expuesto a mala interpretación, y es por ello que hemos ideado reglas para salvaguardarnos de errores de interpretación. Restringiremos este estudio a las reglas y pautas básicas más importantes.
Históricamente los Estados Unidos tienen una agencia especial que en teoría funciona como el consejo máximo en hermenéutica de este país. Esa agencia se llama la Corte Suprema. Una de sus principales tareas es la de interpretar la Constitución de los Estados Unidos. La Constitución es un documento escrito y requiere de tal interpretación. Originalmente el procedimiento de interpretar la Constitución se llevaba a cabo por medio del llamado método gramático-histórico. O sea, que la Constitución se interpretaba estudiando las palabras del documento en sí a la luz de lo que esas palabras significaban cuando fueron usadas en el tiempo de la formulación del documento.
Desde la obra de Oliver Wendell Holmes, el método de interpretación constitucional ha cambiado radicalmente. La crisis actual con respecto a la ley y la confianza pública en la Corte Suprema de la nación está directamente relacionada con el problema implícito del método de interpretación. Cuando la corte interpreta la Constitución a la luz de las actitudes modernas, de hecho la Constitución cambia a través de la reinterpretación. El resultado neto es que de una manera sutil la Corte se torna legislativa en vez de interpretativa.
El mismo tipo de crisis ha ocurrido con la interpretación bíblica. Cuando los eruditos de la Biblia utilizan el método de interpretación que involucra el “actualizar la Biblia” por medio de la reinterpretación, el significado original de la Escritura se oscurece y el mensaje queda amoldado a las tendencias de opinión contemporánea.
La analogía de la fe
Cuando los reformadores rompieron relaciones con Roma y declararon su punto de vista de que la Biblia debería ser la autoridad suprema de la iglesia (sola Scriptura) tuvieron cuidado de definir los principios básicos de la interpretación. La regla primordial de la hermenéutica se llamó “la analogía de la fe”. La analogía de la fe es la regla de que la Escritura debe interpretar a la Escritura: Sacra Scriptura sui interpres (la Sagrada Escritura es su propia intérprete). Esto significa, sencillamente, que ninguna parte de la Escritura puede ser interpretada de tal forma que cree un conflicto con lo que está claramente enseñado en otra parte de la Escritura. Por ejemplo, si un versículo determinado es susceptible a dos versiones o interpretaciones variantes, y una de esas interpretaciones va en contra del resto de la Escritura, mientras que la otra está en armonía con ella, entonces esta segunda interpretación es la válida.
Este principio se basa en la confianza previa en que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada. Por lo tanto, es consistente y coherente. Como se asume que Dios jamás se contradiría a sí mismo, se considera una calumnia contra el Espíritu Santo el escoger una interpretación alterna que innecesariamente le ocasionaría a la Biblia un conflicto consigo misma. Hoy en día tal escrupulosidad ha sido muy abandonada por aquellos que niegan la inspiración de la Escritura. Es común encontrar intérpretes modernos que no solamente interpretan la Escritura contra la Escritura sino que hacen de esto un propósito. Los esfuerzos de los eruditos ortodoxos por armonizar pasajes difíciles son tenidos a menos y ridiculizados en extremo.
Aparte de toda cuestión de inspiración, el método de la analogía de la fe es un adecuado enfoque para interpretar literatura. Los sencillos cánones de la decencia común deberían proteger a cualquier autor contra cargos injustificados de autocontradicción. Si tuviera yo la opción de interpretar los comentarios de una persona en dos formas distintas, una ofreciéndoles consistencia y la otra contradicción, me parece que esa persona debería contar con el beneficio de la duda.
Ha habido personas que me han preguntado acerca de pasajes que he escrito en algunos libros, señalándome que cómo puedo decir esto en el capítulo 6 cuando en el capítulo 4 dije tal y cual cosa. Entonces yo les explico lo que quiero decir en el capítulo 6 y la persona finalmente ve que los dos pensamientos no se hallan en conflicto. La perspectiva en el capítulo 6 es ligeramente diferente a la del capítulo 4, aunque a primera vista las dos parezcan contraponerse. Pero usando la “filosofía de la segunda mirada”, el problema se resuelve. Todos hemos sufrido la interpretación incorrecta, y deberíamos ser tan sensibles hacia las palabras de otros como queremos que lo sean con las nuestras.
Claro que es concebible que mis palabras se contradigan: así este enfoque de la sensibilidad y la “filosofía del beneficio de la duda” puede aplicarse solamente cuando exista la duda. Cuando no hay duda de que me he contradicho, sólo puede haber crítica. No obstante, cuando no tratamos de interpretar las palabras de una manera consistente, las palabras que leemos se convierten en una masa de confusión. Cuando esto sucede en la interpretación bíblica, la Biblia se convierte en un camaleón que cambia el color de su piel según el fondo de los intérpretes.
Parece así, pues, que nuestra perspectiva de la naturaleza y el origen de la Biblia tendrán un efecto significativo en cómo procedamos a su interpretación. Si la Biblia es la Palabra de Dios inspirada, entonces la analogía de la fe no es una opción sino un requisito para la interpretación.
Interpretando la Biblia literalmente
“Usted toma la Biblia literalmente, ¿cierto?” Es una pregunta que se me hace con frecuencia. La forma en que se dice y el tono de voz en que se expresa delatan que no es una pregunta sino una acusación. El significado implícito es: “No puede ser tan ingenuo como para interpretar la Biblia literalmente hoy día y en esta época, ¿verdad?” Cuando oigo esta pregunta, siento como que estoy siendo depositado sin ceremonia en un museo de reliquias.
Cuando se me hace una pregunta como esta contesto con una fórmula fija: No digo “Sí”, ni siquiera: “Bueno, a veces”; sino que contesto: “Por supuesto” (significando: ¿Quién que sea cuerdo no interpretaría la Biblia literalmente?). Esto lo utilizo como una especie de sacudida para llamar la atención en cuanto al verdadero significado de la interpretación literal de la Biblia.
Uno de los avances más importantes de la erudición bíblica durante la Reforma se ganó como resultado de la defensa militante de Lutero de la segunda regla de la hermenéutica: la Biblia debe ser interpretada de acuerdo con su sentido literal. Este era el principio de Lutero para interpretar la Biblia por sus sensus literalis. Para entender lo que se quería decir con este énfasis en el sentido literal necesitamos examinar la situación histórica en que surgió y el significado de las palabras mismas. (¡Aquí tengo que verme envuelto en una interpretación gramático-histórica de Lutero!)
El término literal viene del latín litera significando letra. Interpretar algo literalmente es hacer caso a la litera, o a las letras y palabras que están siendo empleadas. Interpretar la Biblia literalmente es interpretarla como literatura. O sea, que el significado natural de un pasaje debe ser interpretado de acuerdo con las reglas normales de la gramática, lenguaje, sintaxis, y contexto.
La Biblia es un libro muy especial, siendo singularmente inspirada por el Espíritu Santo; pero la inspiración no transforma las letras y las palabras o las frases de los pasajes en frases mágicas. Bajo la inspiración, un nombre propio sigue siendo un nombre propio y un verbo sigue siendo un verbo. Las preguntas no se convierten en exclamaciones y las narraciones históricas no se convierten en alegorías. El principio de Lutero no tenía nada de mágico y simplista. El principio de la interpretación literal es tal que nos exige la forma más estricta de escrutinio literario. Para ser intérpretes exactos de la Biblia necesitamos conocer las reglas de la gramática, y sobre todo, debemos estar cuidadosamente involucrados en lo que se llama genre análisis.
Interpretación literal y análisis literario
El análisis literario envuelve el estudio de cosas tales como formas literarias, figuras de dicción, estilo. Esto lo hacemos con toda clase de literatura. Distinguimos entre poesía lírica y escritos legales, entre informes en el periódico acerca de acontecimientos actuales y poemas épicos. Distinguimos entre el estilo de las narraciones históricas y los sermones, entre la descripción gráfica realista y la hipérbole. El dejar de hacer estas distinciones cuando se trata con la Biblia puede llevarnos a multitud de problemas de interpretación. El análisis literario es crucial para la interpretación exacta. Unos cuantos ejemplos de cómo esto funciona en asuntos bíblicos podrán ser útiles.
El problema de la historicidad de Jonás se presenta frecuentemente rodeado de preguntas en cuanto al análisis. Muchos eruditos que creen en la infalibilidad de la Biblia no creen que Jonás fuese realmente tragado por una ballena (o un gran pez).
Debido a que una larga sección del libro de Jonás está escrita en un sentido claramente poético (el capítulo segundo completo), algunas personas afirman que el libro jamás tuvo la intención de transmitir la idea de que el incidente realmente haya ocurrido. Más bien Jonás es visto como un tipo de epopeya o poema dramático que no está concebido para comunicar historia. Así, puesto que el libro no aparenta ser histórico, no debemos tomarlo como historia. Otros eruditos rechazan la historicidad de Jonás bajo otros fundamentos. Alegan que el libro no pretende ser una narración histórica con la sección poética meramente reflejando la oración de gratitud de Jonás por su rescate del mar, pero no debe ser tomado en serio porque involucra un milagro de la naturaleza. Como que estos eruditos no creen en milagros, rechazan la historicidad del libro. Así pues, el primer grupo rechaza la historicidad de Jonás sobre bases literarias al tiempo que el segundo grupo lo hace sobre bases filosófico-teóricas.
El análisis literario no puede decidir en cuanto a preguntas filosóficas de si Jonás pudo ser tragado por un pez o no. Lo único que puede hacer es darnos algunas bases para decidir si alguien realmente confirmaba que tal evento se llevó a cabo. Si alguien no cree que los milagros son posibles, no tiene bases para discutir que otra persona no pueda decir que ocurrió un milagro (¡a no ser que, claro está, se haya efectuado un milagro para demostrar que se efectuó un milagro!).
Otro ejemplo de problemas que surgen de conflictos literarios puede verse en el uso bíblico de la hipérbole. Hipérbole significa etimológicamente “una exageración”. Un diccionario la define como “una afirmación exagerada con fantasía, como para darle efecto”. El uso de la hipérbole es un fenómeno lingüístico común. Por ejemplo, los escritores del Nuevo Testamento dicen: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando …” (Mt. 9:35). ¿Trata el autor de decirnos que visitó cada una de las aldeas? Quizás, pero es dudoso.
Usamos el lenguaje en la misma manera. Cuando el equipo de fútbol de Pittsburgh ganó el campeonato la primera vez, los aficionados se aglomeraron para celebrar la victoria y dar la bienvenida al equipo a su regreso. Algunos periodistas dijeron: “La ciudad entera salió a recibirlos”. ¿Esperaban los periodistas que la gente entendiera que cada uno de los habitantes de Pittsburgh se encontraba allí? Por supuesto que number Obviamente sus palabras eran hiperbólicas.
Conozco a un erudito de la Biblia muy competente que rechaza la idea de la infalibilidad de la Biblia porque Jesús cometió un error cuando dijo que la semilla de mostaza era la más pequeña de las semillas. Ahora que sabemos que existen semillas más pequeñas que la de la mostaza, vemos que Jesús, en el Nuevo Testamento erró al decir que esta era la más pequeña. Pero el acusar a Jesús o a la Escritura de un error cuando la hipérbole es claramente usada es no estar al tanto del análisis literario.
El análisis literario puede también desenredar alguna confusión resultante de la personificación. La personificación es una figura retórica mediante la cual los objetos inanimados o animales adquieren características humanas. Lo impersonal se describe en términos personales. La Biblia describe los montes como bailando y batiendo las manos. Estas figuras de lenguaje por lo general son fáciles de reconocer y no causa dificultad su interpretación. Sin embargo, en algunos casos las dudas en cuanto a la personificación han llevado a serios debates. Por ejemplo, el Antiguo Testamento relata el incidente del asno de Balaam hablando. ¿Es esta una intrusión repentina de una forma poética en medio de una narración histórica? ¿Indica este animal hablando la presencia de una fábula en el texto? ¿O encontramos aquí una indicación de un milagro o providencia especial registrada como parte del documento de la actividad divina en la historia?
La forma subjetiva de contestar estas preguntas es el prejuzgarlas desde un punto de vista que permita o prohiba los milagros. Una forma objetiva de contestar la pregunta es aplicar las normas literarias al texto. Este episodio particular se lleva a cabo en medio de una sección de la Escritura que no lleva las marcas de la poesía ni la fábula. El contexto inmediato lleva todas las señales de la narración histórica. Sin embargo, el asno que habla es un aspecto significativo del texto total, por lo que presenta algunos problemas. Una vez más, el propósito de esta discusión no es el de decidir si el asno habló o no sino ilustrar cómo el asunto de la personificación puede llevarnos a la controversia.
Si a algo que tiene todas las señales de ser una narración histórica lo catalogamos de personificación, somos culpables de eiségesis. Si la Biblia declara que algo realmente sucedió, no tenemos derecho a “darle una explicación” llamándolo personificación. Eso es una retracción literaria e intelectual. Si no creemos que realmente haya sucedido, digámoslo y veámoslo como una intrusión de superstición primitiva en los registros del Antiguo Testamento.
Una cuestión de la personificación que ha engendrado confusión rabiosa es la de la serpiente que habla en el relato de la caída del Génesis. La iglesia reformada holandesa en los Países Bajos ha pasado por una seria crisis en torno al punto de vista que de este aspecto tienen los más destacados profesores teológicos. Cuando Karl Barth visitó los Países Bajos durante el furor de esta controversia, se le preguntó: “¿Habló la serpiente?” Barth repuso: “¿Qué dijo la serpiente?” La ingeniosa respuesta de Barth estaba diseñada para decir “No importa si la serpiente habló o no, lo que importa es lo que dijo y el impacto que tuvieron estas palabras en esta descripción de la caída”. Por supuesto que Barth tenía razón si el relato bíblico de la caída no es histórico ni pretende ser histórico. Sin embargo, su respuesta no satisfizo a los holandeses porque su preocupación no era tanto si hubo o no una serpiente que realmente haya hablado sino acerca de las razones por las cuales el profesor negaba la historicidad del suceso.
Los primeros capítulos del Génesis causan verdadera dificultad a la persona que quiera determinar con exactitud el género literario utilizado. Una parte del texto tiene las características de la literatura histórica; sin embargo, otra parte exhibe el tipo de imágenes que encontramos en la literatura simbólica. Adán es colocado en un lugar geográfico real y es descrito como un ser verdaderamente humano. Hay más; significativamente es situado en la estructura de una genealogía familiar, cosa que al judío le sería de lo más inapropiado para un personaje místico. Adán aparece en otras partes de la Escritura asociado a personajes cuya realidad histórica no se pone en duda. Todo esto representaría razones de peso bajo los cánones del análisis literario para ver a Adán como un personaje histórico. (Hay, por supuesto, razones teológicas adicionales para hacerlo, pero lo que nos concierne aquí solamente es la cuestión del análisis literario.) No obstante, aunadas a la presencia de las características narraciones históricas, encontramos referencias, por ejemplo, la del árbol de la sabiduría del bien y del mal en el huerto. ¿Qué clase de árbol es este? ¿Qué tipo de hojas tenía? ¿Qué tipo de fruto daba? Esta imagen tiene las características de un tipo de simbolismo que se halla, por ejemplo, en la literatura apocalíptica tal como el libro de Apocalipsis.
Así, en los primeros capítulos de la Biblia nos enfrentamos a un tipo o clase de literatura que contiene elementos de narración histórica y elementos de simbolismo mezclados en una forma poco usual. Sólo después que determinemos qué tipo de literatura es, podremos discernir lo que está comunicándonos como historia. Una vez que esto haya sido resuelto, podremos pasar a la cuestión de su credibilidad. A riesgo de repetir demasiado, permítaseme enfatizar una vez más que debemos tener cuidado en notar la diferencia entre discernir lo que realmente dice la Biblia y si lo que dice es verdad o no.
El problema de la metáfora
La metáfora es una figura de lenguaje en la cual una palabra o frase que literalmente denota un tipo de objeto o idea se utiliza en lugar de otra sugiriendo una semejanza o analogía entre ellas. La Biblia frecuentemente hace uso de metáforas, que a menudo se encuentran en labios de Jesús. En casi todos los casos son relativamente fáciles de distinguir. Cuando Jesús dice: “Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9). ¿Cómo debemos entender esto? ¿Significa que donde nosotros tenemos piel, Jesús tiene chapa de caoba? ¿Dónde tenemos brazos, Jesús tiene bisagras? que donde nosotros tenemos el ombligo, ¿Jesús tiene una perilla? Tales conclusiones, por supuesto, son absurdas. Aquí Jesús utiliza la forma del verbo ser en forma metafórica.
¿Pero, a qué se refiere cuando dice en la Última Cena: “Este es mi cuerpo” (Lc. 22:19)? ¿Representaba el pan su cuerpo en una forma metafórica? ¿O se convirtió en su cuerpo realmente y en forma “literal”? En este caso la forma literaria no es tan obvia. Las diferencias en el análisis literario han llevado a serias divisiones en la iglesia acerca del significado de la Cena del Señor. Uno de los pocos problemas en los cuales Lutero y Calvino no fueron capaces de llegar a un acuerdo fue justamente en la cuestión del significado de estas palabras de Jesús. En un punto de las negociaciones de los representantes de Calvino y Lutero, Lutero seguía repitiendo: “Hoc est corpus meum; hoc est corpus meum …” (Este es mi cuerpo …). Con toda seguridad, dado el punto de vista de Lutero y Calvino respecto a la autoridad de la Biblia, si ellos hubieran podido ponerse de acuerdo en cuanto a lo que la Biblia realmente dice, lo habrían acatado.
El método clásico, pues, de buscar el sentido literal de la Escritura significó buscar un conocimiento de lo que estaba siendo comunicado por medio de diversas formas y figuras de lenguaje empleadas en la literatura bíblica. Esto se hizo, no con un punto de vista de ablandar o debilitar o relativizar las Escrituras, sino para entenderlas correctamente, para que puedan servir de forma más eficaz como una guía de la fe y conducta a los hijos de Dios.
La cuadriga medieval
Aunque Lutero no fue el primero en enfatizar la importancia de buscar el sentido literal de la Escritura, fue él quien causó mayor impacto en el método predominante de la interpretación en su época, el cual seguía la llamada cuadriga. La quadriga era el método cuádruple de interpretación cuyas raíces comienzan con la historia de la iglesia. Desde la obra de Clemente y Orígenes en adelante es común encontrar comentaristas bíblicos que usan el método extravagante de alegorizar en su interpretación bíblica. En la Edad Media el método cuádruple fue establecido firmemente. Este método examinaba cada texto en busca de cuatro significados: literal, moral, alegórico y anagógico.
El sentido literal de la Escritura fue definido como el significado sencillo y evidente. El sentido moral era aquel que enseñaba a los hombres cómo comportarse. El sentido alegórico revelaba el contenido de la fe, y el anagógico expresaba la esperanza futura. Así por ejemplo, los pasajes que mencionaban a Jerusalén, eran susceptibles de tener cuatro significados diferentes. El sentido literal se refería a la capital de Judea y el santuario central de la nación. El sentido moral de Jerusalén es el alma del hombre (el “santuario central” del hombre). El sentido alegórico de Jerusalén es la iglesia (el centro de la comunidad cristiana). El sentido anagógico es el cielo (la esperanza final de la residencia futura para los hijos de Dios). Así, una sola referencia de Jerusalén podría significar cuatro cosas al mismo tiempo. Si la Biblia mencionaba que alguien había subido a Jerusalén significaba que había ido a una verdadera ciudad terrenal, o que su alma “subió” al lugar de excelencia moral, o que deberíamos ir a la iglesia, o que algún día iremos al cielo.
Es sorprendente lo lejos que personas inteligentes pudieron llegar con un método tan raro de interpretación. Incluso Agustín y Aquino, quienes favorecieron la restricción de la teología al sentido literal, no obstante con frecuencia especulaban violentamente por la vía de la cuadriga. Solamente se necesita una mirada al trato alegórico de Agustín en cuanto a la parábola del buen samaritano para ver este método en operación. Mirando bajo la superficie del significado llano de las Escrituras, los exégetas de la Biblia salieron con toda clase de cosas raras. Contra este y otros abusos, Martín Lutero protestó.
Aunque Lutero rechazaba los significados múltiples de los pasajes de la Biblia, no por eso restringió la aplicación de la Escritura a un solo sentido. A pesar de que un pasaje de la Escritura tiene un solo sentido, puede tener muchas aplicaciones a una amplia variedad de matices en nuestras vidas. Conozco a un profesor de un seminario que les dio a sus alumnos en el primer día de clases la tarea de leer un versículo del Nuevo Testamento y escribir cincuenta cosas que aprendieran del estudio de ese versículo. Los estudiantes trabajaron hasta entrada la noche, arduamente comparando notas con el fin de cumplir con los requisitos del profesor. Cuando regresaron a la clase a la mañana siguiente, el profesor reconoció su labor y les asignó cincuenta más sobre el mismo pasaje para el siguiente día. El punto, por supuesto, era el de saturar en las mentes de los estudiantes la riqueza y profundidad que se pueden encontrar en un solo pasaje de la Escritura. El profesor estaba haciendo resaltar que aunque la Escritura tiene un sentido unificado, su aplicación puede ser rica y variada.
Tanto la analogía de la fe como el principio de buscar el sentido literal (sensu literalis) son salvaguardas necesarias contra la especulación desenfrenada y la interpretación subjetiva. Tal como se define, el sentido literal no tiene el propósito de recomendar un forzamiento craso y rígido de la Biblia entera a un patrón de narración histórica. En realidad, es una salvaguarda contra el hacer eso mismo, así como contra redefinir la Biblia imponiendo significados figurativos a pasajes que no fueron hechos para ser figurativos. Podemos torcer la Biblia en una u otra dirección. Un método puede ser más refinado que otro pero no menos deformante.
El método gramático-histórico
Firmemente ligado a la analogía de la fe y al sentido literal de la Escritura está el método de interpretación denominado gramático-histórico. Tal y como sugiere el nombre, el método enfoca la atención no sólo sobre las formas literarias sino también sobre las construcciones gramaticales y los contextos históricos en que se escribieron las Escrituras. Las cosas escritas nos llegan con alguna forma de estructura gramatical. La poesía tiene cierta reglas de estructura, como también la tienen las cartas de negocios. Cuando se trata con la Escritura es importante saber la diferencia entre un objeto directo y un predicado nominal o predicado adjetival. Es importante conocer la gramática, pero también ayuda conocer algo acerca de las peculiaridades de la gramática hebrea y griega. Si, por ejemplo, el público americano tuviera un conocimiento perfecto de la gramática griega, los Testigos de Jehová tendrían muchos problemas para vender su interpretación del primer capítulo del Evangelio según San Juan, por el cual los testigos niegan la deidad de Cristo.
La estructura gramatical determina si las palabras deben ser tomadas como preguntas (interrogativo), órdenes (imperativo), o declarativas (indicativo). Por ejemplo, Jesús dice: “Me seréis testigos” (He. 1:8). ¿Está haciendo una predicción acerca de un futuro cumplimiento, o está emitiendo un mandato soberano? La forma española no es clara. La estructura griega de las palabras, no obstante, deja perfectamente claro que Jesús no se está refiriendo a una predicción futura sino que está emitiendo una orden. Otras ambigüedades del lenguaje pueden ser aclaradas y elucidadas por medio de la adquisición de un conocimiento de la gramática. Por ejemplo, cuando Pablo dice al principio de su Epístola a los Romanos que es un apóstol llamado a comunicar “la Palabra de Dios”, ¿qué quiso decir con de? ¿Se refiere el de al contenido del evangelio o a su procedencia? ¿Realmente de significa “acerca de”, o es un genitivo de posesión? La respuesta gramatical determinará si Pablo está diciendo que él va a comunicar el evangelio acerca de Dios o si está diciendo que va a comunicar el evangelio que viene de Dios y pertenece a Dios. Existe una gran diferencia entre los dos que solamente puede ser resuelta por medio del análisis gramatical. En este caso la estructura griega revela un genitivo de posesión, el cual responde a nuestra pregunta.
El análisis histórico envuelve el buscar un conocimiento del ambiente y la situación en que los libros de la Biblia fueron escritos. Este es un requisito para entender lo que la Biblia trataba de decir en su contexto histórico. Este asunto de la investigación histórica es tan peligroso como necesario. Sus peligros serán tratados más adelante en el capítulo 5. La necesidad está allí para un entendimiento adecuado de lo que fue dicho. Las preguntas en cuanto a la paternidad literaria, fecha, y destino de los libros son importantes para un conocimiento claro del Libro. Si sabemos quién escribió un libro, para quién, bajo qué circunstancias, en qué período en la historia, esa información facilitará grandemente nuestro interés de entenderlo.
Por ejemplo, hay en la Epístola a los Hebreos muchos pasajes difíciles y problemáticos. Las dificultades se incrementan porque no sabemos con seguridad quién escribió el libro, a cuáles “hebreos” fue dirigido y, más importante, qué forma de apostasía en particular amenazaba las vidas de la comunidad a la que fue dirigida. Si una o más de estas preguntas pudieran ser contestadas con seguridad, podríamos avanzar mucho en cuanto a desentrañar los problemas especiales que presenta el libro.
Crítica del origen
El método llamado crítica del origen ha sido útil en algunos aspectos para arrojar luz sobre las Escrituras. Siguiendo la noción de que Marcos fue el primer evangelio escrito y que Mateo y Lucas tenían el Evangelio de Marcos frente a ellos cuando escribían, muchas de las preguntas en cuanto a la relación entre los evangelios pueden ser explicadas. Vemos además que tanto Lucas como Mateo incluyeron cierta información que no se encuentra en Marcos. Así, parece ser que Lucas y Mateo tuvieron otra fuente de información accesible que Marcos no tenía, o no decidió usar. Examinando más detenidamente, encontramos cierta información en Mateo que no se encuentra en Marcos ni Lucas, e información en Lucas que solamente encontramos allí. Si aislamos el material encontrado solamente en Mateo o solamente en Lucas, podremos discernir algunas cosas acerca de las prioridades y los intereses en la Escritura. Sabiendo por qué un autor escribe lo que escribe nos ayudará a entender lo que escribe. En la lectura contemporánea es importante leer el prefacio del autor porque sus razones e intereses por escribir suelen explicarse allí.
Mediante los métodos de la crítica del origen podemos aislar materiales comunes a escritores particulares. Por ejemplo, casi toda la información que tenemos en el Nuevo Testamento en cuanto a José, el esposo de María, se encuentra en el Evangelio de Mateo. ¿Por qué? ¿O por qué Mateo tiene tantas más referencias al Antiguo Testamento que otros evangelios? La respuesta es obvia. Mateo se dirige a un público judío. Eran los judíos quienes tenían preguntas legítimas acerca de la afirmación de Jesús de ser el Mesías. El padre legal de Jesús fue José, y para Mateo era muy importante demostrarlo para asentar el linaje tribal de Jesús.
Por el mismo tipo de análisis descubrimos que Lucas obviamente escribe su evangelio para un público más amplio que Mateo y está muy interesado en comunicarse con el mundo gentil. Él pone énfasis, por ejemplo, en la “universalidad” de la aplicación del evangelio.
Paternidad literaria y fechado
Las preguntas en cuanto a la paternidad literaria y la fecha también son importantes para llegar a un entendimiento claro del texto. Como que el lenguaje puede cambiar su significado de una generación a otra y en diferentes localidades, es importante ser lo más preciso posible en fijar el lugar y la fecha de un libro. Tales esfuerzos por fechar y asignar paternidad literaria han constituido un factor de mayor importancia en discusiones teológicas debido a algunos de los métodos empleados.
Cuando las preguntas acerca de fechas se plantean estrictamente desde una perspectiva naturalista, los libros que afirman incluir profecía vatídica son colocados en una fecha contemporánea a los eventos o después de que fueron profetizados. Con esto tenemos un criterio extraliteral e histórico inadecuadamente impuesto a los libros.
Los asuntos de paternidad literaria y fechado están estrechamente ligados. SÍ sabemos quien escribió un libro en particular y cuándo vivió esa persona, entonces, por supuesto, conocemos el período básico en que el libro fue escrito. He aquí por qué los eruditos discuten tanto acerca de quién escribió Isaías o II Timoteo. Si Isaías escribió el libro de Isaías, entonces estamos tratando con una maravillosa pieza de profecía vatídica que requeriría de un nivel muy alto de inspiración. Si Isaías no escribió el libro completo que lleva su nombre, se podría justificar una opinión menos favorable de la Escritura.
Ha sido casi divertido ver la forma en que las cartas de Pablo han sido tratadas por altos críticos de la era moderna. Al pobre de Pablo se le han arrebatado alternadamente casi cada una de sus epístolas y después se las han devuelto. Uno de los métodos menos científicos utilizados para criticar la paternidad literaria es el estudio de lo que se denomina la incidencia del hapax legomena. La frase hapax legomena se refiere a la aparición de las palabras de un libro en particular que no se encuentran en ninguna otra parte de los escritos de aquel autor. Por ejemplo, si encontramos 36 palabras en Efesios que no se encuentran en ningún otro de los escritos de Pablo, podríamos llegar a la conclusión de que Pablo no escribió, ni pudo haber escrito Efesios.
La insensatez de darle demasiada importancia al hapax legomena me vino a la mente cuando tuve que aprender el idioma holandés apresuradamente para mi trabajo de graduación en los Países Bajos. Aprendí el holandés por el “método inductivo”. Se me asignaron varios volúmenes de teología escritos por G. C. Berkouwer. Empecé mi estudio leyendo su volumen sobre La persona de Cristo, escrito en holandés. Empecé por la primera página con la primera palabra y la busqué en el diccionario. Escribí la palabra en holandés de un lado de una tarjeta y la palabra en inglés sobre el otro lado y me propuse aprender el vocabulario de Berkouwer. Luego de hacer esto en cada página de La persona de Cristo, tenía más de 6.000 palabras en tarjetas. El siguiente volumen que estudié fue La obra de Cristo de Berkouwer. Encontré más de 3.000 palabras en ese libro que no se encontraban en el primero. ¡Esa es evidencia significativa de que La obra de Cristo no fue escrito por Berkouwer! Nótese que Berkouwer escribió La obra de Cristo apenas un año después de escribir La persona de Cristo. Él estaba tratando el mismo tema general (cristología) y escribía para el mismo público general. Sin embargo, hubo miles de palabras en el segundo volumen que no se hallaban en el primero.
Asimismo, nótese que la cantidad de escritura de Berkouwer en el primer volumen excede en mucho a la cantidad total de escritura que sobrevive de la pluma del apóstol Pablo. Las cartas de Pablo fueron mucho más breves. Fueron dirigidas a una amplia variedad de personas, tratando una amplia diversidad de temas y asuntos, y se escribieron sobre un largo período de tiempo. Aun así, hay personas que se emocionan cuando encuentran un puñado de palabras en una epístola que no se encuentran en ningún otro lugar. A no ser que Pablo tuviese el vocabulario de un niño de seis años y no tuviese ninguna clase de talento literario, deberíamos concederle poca importancia a esta desorbitada especulación.
En conclusión, la interpretación privada requiere un análisis cuidadoso de la gramática y el contexto histórico de la Escritura. Es algo que no puede dejarse de hacer. Notables investigadores han hecho mucho para avanzar nuestros conocimientos del fondo linguístico, gramatical, e histórico de la Biblia. A veces las suposiciones naturalistas que muchos de ellos emplean oscurecen una gran parte de su trabajo. Pero el análisis es necesario. Y solamente a través de este tipo de análisis podemos ganar el control necesario para contener a aquellos eruditos que extravían su rumbo.
Errores gramaticales
Antes de pasar a los principios prácticos básicos de la interpretación, permítaseme mencionar un problema más en cuanto a la gramática. Un análisis detallado de las estructuras gramaticales utilizadas en el Nuevo Testamento ha alzado más de unas cuantas cejas con respecto a la inspiración de la Biblia. Cuando examinamos el libro del Apocalipsis encontramos un estilo de redacción áspero y crudo en su estructura gramatical. Encontramos numerosos “errores” de gramática. Esto ha provocado a algunos a atacar la idea de su inspiración, así como la de la infalibilidad de la Escritura. Pero ambos principios de inspiración e infalibilidad han sido formulados con margen para el error gramatical. La Biblia no está escrita en un “griego del Espíritu Santo”. Para la ortodoxia protestante la inspiración jamás significó que el Espíritu “dictaba” las palabras y el “estilo” de los autores humanos. Tampoco se veía a los autores como autómatas de tipo mecánico totalmente pasivos a la obra del Espíritu.
La infalibilidad tampoco significaba el evitar los errores gramaticales. La infalibilidad se utiliza para indicar la “total veracidad” de la Escritura. Cuando Lutero declara que las Escrituras jamás se equivocan, él quiere decir que jamás se equivocan con respecto a la verdad que proclaman. Esto lo podemos ver en el sistema jurídico de nuestra propia nación con referencia al crimen de perjurio. Si a un hombre inocente se le pregunta en cuanto a su culpabilidad sobre el estrado de los testigos y si él contesta: “Mí nunca no ha matado”, no puede ser acusado de perjurio porque ha empleado mal la gramática para exponer su caso.
Los tres principios primarios de la interpretación ayudan a enriquecer nuestro conocimiento. La analogía de la fe mantiene toda la Biblia en perspectiva, no sea que suframos los efectos de la exageración de alguna de sus partes o la exclusión de otras. El sentido literal ofrece un control que evita que la imaginación se extravíe en interpretaciones fantásticas y nos invita a examinar de cerca las formas literarias de la Escritura. El método gramático-histórico enfoca nuestra atención sobre el significado original del texto para que no caigamos en la tentación de buscar en la Escritura nuestras propias ideas del presente. Vayamos ahora a la consideración de cómo estos principios se aplican en la práctica.
Hermenéutica: la ciencia de la interpretación
Muchas de las controversias modernas tocante a la Biblia giran alrededor de preguntas respecto a la hermenéutica. Hermenéutica es la ciencia de la interpretación bíblica. En la mitología griega el Dios Hermes era el mensajero de los dioses. Su tarea era la de interpretar la voluntad de los dioses. Por lo tanto, la hermenéutica se ocupa de transmitir un mensaje que pueda ser entendido.
El propósito de la hermenéutica es el de establecer pautas y reglas para la interpretación. Es una ciencia bien desarrollada que puede resultar técnica y compleja. Cualquier documento escrito está expuesto a mala interpretación, y es por ello que hemos ideado reglas para salvaguardarnos de errores de interpretación. Restringiremos este estudio a las reglas y pautas básicas más importantes.
Históricamente los Estados Unidos tienen una agencia especial que en teoría funciona como el consejo máximo en hermenéutica de este país. Esa agencia se llama la Corte Suprema. Una de sus principales tareas es la de interpretar la Constitución de los Estados Unidos. La Constitución es un documento escrito y requiere de tal interpretación. Originalmente el procedimiento de interpretar la Constitución se llevaba a cabo por medio del llamado método gramático-histórico. O sea, que la Constitución se interpretaba estudiando las palabras del documento en sí a la luz de lo que esas palabras significaban cuando fueron usadas en el tiempo de la formulación del documento.
Desde la obra de Oliver Wendell Holmes, el método de interpretación constitucional ha cambiado radicalmente. La crisis actual con respecto a la ley y la confianza pública en la Corte Suprema de la nación está directamente relacionada con el problema implícito del método de interpretación. Cuando la corte interpreta la Constitución a la luz de las actitudes modernas, de hecho la Constitución cambia a través de la reinterpretación. El resultado neto es que de una manera sutil la Corte se torna legislativa en vez de interpretativa.
El mismo tipo de crisis ha ocurrido con la interpretación bíblica. Cuando los eruditos de la Biblia utilizan el método de interpretación que involucra el “actualizar la Biblia” por medio de la reinterpretación, el significado original de la Escritura se oscurece y el mensaje queda amoldado a las tendencias de opinión contemporánea.
La analogía de la fe
Cuando los reformadores rompieron relaciones con Roma y declararon su punto de vista de que la Biblia debería ser la autoridad suprema de la iglesia (sola Scriptura) tuvieron cuidado de definir los principios básicos de la interpretación. La regla primordial de la hermenéutica se llamó “la analogía de la fe”. La analogía de la fe es la regla de que la Escritura debe interpretar a la Escritura: Sacra Scriptura sui interpres (la Sagrada Escritura es su propia intérprete). Esto significa, sencillamente, que ninguna parte de la Escritura puede ser interpretada de tal forma que cree un conflicto con lo que está claramente enseñado en otra parte de la Escritura. Por ejemplo, si un versículo determinado es susceptible a dos versiones o interpretaciones variantes, y una de esas interpretaciones va en contra del resto de la Escritura, mientras que la otra está en armonía con ella, entonces esta segunda interpretación es la válida.
Este principio se basa en la confianza previa en que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada. Por lo tanto, es consistente y coherente. Como se asume que Dios jamás se contradiría a sí mismo, se considera una calumnia contra el Espíritu Santo el escoger una interpretación alterna que innecesariamente le ocasionaría a la Biblia un conflicto consigo misma. Hoy en día tal escrupulosidad ha sido muy abandonada por aquellos que niegan la inspiración de la Escritura. Es común encontrar intérpretes modernos que no solamente interpretan la Escritura contra la Escritura sino que hacen de esto un propósito. Los esfuerzos de los eruditos ortodoxos por armonizar pasajes difíciles son tenidos a menos y ridiculizados en extremo.
Aparte de toda cuestión de inspiración, el método de la analogía de la fe es un adecuado enfoque para interpretar literatura. Los sencillos cánones de la decencia común deberían proteger a cualquier autor contra cargos injustificados de autocontradicción. Si tuviera yo la opción de interpretar los comentarios de una persona en dos formas distintas, una ofreciéndoles consistencia y la otra contradicción, me parece que esa persona debería contar con el beneficio de la duda.
Ha habido personas que me han preguntado acerca de pasajes que he escrito en algunos libros, señalándome que cómo puedo decir esto en el capítulo 6 cuando en el capítulo 4 dije tal y cual cosa. Entonces yo les explico lo que quiero decir en el capítulo 6 y la persona finalmente ve que los dos pensamientos no se hallan en conflicto. La perspectiva en el capítulo 6 es ligeramente diferente a la del capítulo 4, aunque a primera vista las dos parezcan contraponerse. Pero usando la “filosofía de la segunda mirada”, el problema se resuelve. Todos hemos sufrido la interpretación incorrecta, y deberíamos ser tan sensibles hacia las palabras de otros como queremos que lo sean con las nuestras.
Claro que es concebible que mis palabras se contradigan: así este enfoque de la sensibilidad y la “filosofía del beneficio de la duda” puede aplicarse solamente cuando exista la duda. Cuando no hay duda de que me he contradicho, sólo puede haber crítica. No obstante, cuando no tratamos de interpretar las palabras de una manera consistente, las palabras que leemos se convierten en una masa de confusión. Cuando esto sucede en la interpretación bíblica, la Biblia se convierte en un camaleón que cambia el color de su piel según el fondo de los intérpretes.
Parece así, pues, que nuestra perspectiva de la naturaleza y el origen de la Biblia tendrán un efecto significativo en cómo procedamos a su interpretación. Si la Biblia es la Palabra de Dios inspirada, entonces la analogía de la fe no es una opción sino un requisito para la interpretación.
Interpretando la Biblia literalmente
“Usted toma la Biblia literalmente, ¿cierto?” Es una pregunta que se me hace con frecuencia. La forma en que se dice y el tono de voz en que se expresa delatan que no es una pregunta sino una acusación. El significado implícito es: “No puede ser tan ingenuo como para interpretar la Biblia literalmente hoy día y en esta época, ¿verdad?” Cuando oigo esta pregunta, siento como que estoy siendo depositado sin ceremonia en un museo de reliquias.
Cuando se me hace una pregunta como esta contesto con una fórmula fija: No digo “Sí”, ni siquiera: “Bueno, a veces”; sino que contesto: “Por supuesto” (significando: ¿Quién que sea cuerdo no interpretaría la Biblia literalmente?). Esto lo utilizo como una especie de sacudida para llamar la atención en cuanto al verdadero significado de la interpretación literal de la Biblia.
Uno de los avances más importantes de la erudición bíblica durante la Reforma se ganó como resultado de la defensa militante de Lutero de la segunda regla de la hermenéutica: la Biblia debe ser interpretada de acuerdo con su sentido literal. Este era el principio de Lutero para interpretar la Biblia por sus sensus literalis. Para entender lo que se quería decir con este énfasis en el sentido literal necesitamos examinar la situación histórica en que surgió y el significado de las palabras mismas. (¡Aquí tengo que verme envuelto en una interpretación gramático-histórica de Lutero!)
El término literal viene del latín litera significando letra. Interpretar algo literalmente es hacer caso a la litera, o a las letras y palabras que están siendo empleadas. Interpretar la Biblia literalmente es interpretarla como literatura. O sea, que el significado natural de un pasaje debe ser interpretado de acuerdo con las reglas normales de la gramática, lenguaje, sintaxis, y contexto.
La Biblia es un libro muy especial, siendo singularmente inspirada por el Espíritu Santo; pero la inspiración no transforma las letras y las palabras o las frases de los pasajes en frases mágicas. Bajo la inspiración, un nombre propio sigue siendo un nombre propio y un verbo sigue siendo un verbo. Las preguntas no se convierten en exclamaciones y las narraciones históricas no se convierten en alegorías. El principio de Lutero no tenía nada de mágico y simplista. El principio de la interpretación literal es tal que nos exige la forma más estricta de escrutinio literario. Para ser intérpretes exactos de la Biblia necesitamos conocer las reglas de la gramática, y sobre todo, debemos estar cuidadosamente involucrados en lo que se llama genre análisis.
Interpretación literal y análisis literario
El análisis literario envuelve el estudio de cosas tales como formas literarias, figuras de dicción, estilo. Esto lo hacemos con toda clase de literatura. Distinguimos entre poesía lírica y escritos legales, entre informes en el periódico acerca de acontecimientos actuales y poemas épicos. Distinguimos entre el estilo de las narraciones históricas y los sermones, entre la descripción gráfica realista y la hipérbole. El dejar de hacer estas distinciones cuando se trata con la Biblia puede llevarnos a multitud de problemas de interpretación. El análisis literario es crucial para la interpretación exacta. Unos cuantos ejemplos de cómo esto funciona en asuntos bíblicos podrán ser útiles.
El problema de la historicidad de Jonás se presenta frecuentemente rodeado de preguntas en cuanto al análisis. Muchos eruditos que creen en la infalibilidad de la Biblia no creen que Jonás fuese realmente tragado por una ballena (o un gran pez).
Debido a que una larga sección del libro de Jonás está escrita en un sentido claramente poético (el capítulo segundo completo), algunas personas afirman que el libro jamás tuvo la intención de transmitir la idea de que el incidente realmente haya ocurrido. Más bien Jonás es visto como un tipo de epopeya o poema dramático que no está concebido para comunicar historia. Así, puesto que el libro no aparenta ser histórico, no debemos tomarlo como historia. Otros eruditos rechazan la historicidad de Jonás bajo otros fundamentos. Alegan que el libro no pretende ser una narración histórica con la sección poética meramente reflejando la oración de gratitud de Jonás por su rescate del mar, pero no debe ser tomado en serio porque involucra un milagro de la naturaleza. Como que estos eruditos no creen en milagros, rechazan la historicidad del libro. Así pues, el primer grupo rechaza la historicidad de Jonás sobre bases literarias al tiempo que el segundo grupo lo hace sobre bases filosófico-teóricas.
El análisis literario no puede decidir en cuanto a preguntas filosóficas de si Jonás pudo ser tragado por un pez o no. Lo único que puede hacer es darnos algunas bases para decidir si alguien realmente confirmaba que tal evento se llevó a cabo. Si alguien no cree que los milagros son posibles, no tiene bases para discutir que otra persona no pueda decir que ocurrió un milagro (¡a no ser que, claro está, se haya efectuado un milagro para demostrar que se efectuó un milagro!).
Otro ejemplo de problemas que surgen de conflictos literarios puede verse en el uso bíblico de la hipérbole. Hipérbole significa etimológicamente “una exageración”. Un diccionario la define como “una afirmación exagerada con fantasía, como para darle efecto”. El uso de la hipérbole es un fenómeno lingüístico común. Por ejemplo, los escritores del Nuevo Testamento dicen: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando …” (Mt. 9:35). ¿Trata el autor de decirnos que visitó cada una de las aldeas? Quizás, pero es dudoso.
Usamos el lenguaje en la misma manera. Cuando el equipo de fútbol de Pittsburgh ganó el campeonato la primera vez, los aficionados se aglomeraron para celebrar la victoria y dar la bienvenida al equipo a su regreso. Algunos periodistas dijeron: “La ciudad entera salió a recibirlos”. ¿Esperaban los periodistas que la gente entendiera que cada uno de los habitantes de Pittsburgh se encontraba allí? Por supuesto que number Obviamente sus palabras eran hiperbólicas.
Conozco a un erudito de la Biblia muy competente que rechaza la idea de la infalibilidad de la Biblia porque Jesús cometió un error cuando dijo que la semilla de mostaza era la más pequeña de las semillas. Ahora que sabemos que existen semillas más pequeñas que la de la mostaza, vemos que Jesús, en el Nuevo Testamento erró al decir que esta era la más pequeña. Pero el acusar a Jesús o a la Escritura de un error cuando la hipérbole es claramente usada es no estar al tanto del análisis literario.
El análisis literario puede también desenredar alguna confusión resultante de la personificación. La personificación es una figura retórica mediante la cual los objetos inanimados o animales adquieren características humanas. Lo impersonal se describe en términos personales. La Biblia describe los montes como bailando y batiendo las manos. Estas figuras de lenguaje por lo general son fáciles de reconocer y no causa dificultad su interpretación. Sin embargo, en algunos casos las dudas en cuanto a la personificación han llevado a serios debates. Por ejemplo, el Antiguo Testamento relata el incidente del asno de Balaam hablando. ¿Es esta una intrusión repentina de una forma poética en medio de una narración histórica? ¿Indica este animal hablando la presencia de una fábula en el texto? ¿O encontramos aquí una indicación de un milagro o providencia especial registrada como parte del documento de la actividad divina en la historia?
La forma subjetiva de contestar estas preguntas es el prejuzgarlas desde un punto de vista que permita o prohiba los milagros. Una forma objetiva de contestar la pregunta es aplicar las normas literarias al texto. Este episodio particular se lleva a cabo en medio de una sección de la Escritura que no lleva las marcas de la poesía ni la fábula. El contexto inmediato lleva todas las señales de la narración histórica. Sin embargo, el asno que habla es un aspecto significativo del texto total, por lo que presenta algunos problemas. Una vez más, el propósito de esta discusión no es el de decidir si el asno habló o no sino ilustrar cómo el asunto de la personificación puede llevarnos a la controversia.
Si a algo que tiene todas las señales de ser una narración histórica lo catalogamos de personificación, somos culpables de eiségesis. Si la Biblia declara que algo realmente sucedió, no tenemos derecho a “darle una explicación” llamándolo personificación. Eso es una retracción literaria e intelectual. Si no creemos que realmente haya sucedido, digámoslo y veámoslo como una intrusión de superstición primitiva en los registros del Antiguo Testamento.
Una cuestión de la personificación que ha engendrado confusión rabiosa es la de la serpiente que habla en el relato de la caída del Génesis. La iglesia reformada holandesa en los Países Bajos ha pasado por una seria crisis en torno al punto de vista que de este aspecto tienen los más destacados profesores teológicos. Cuando Karl Barth visitó los Países Bajos durante el furor de esta controversia, se le preguntó: “¿Habló la serpiente?” Barth repuso: “¿Qué dijo la serpiente?” La ingeniosa respuesta de Barth estaba diseñada para decir “No importa si la serpiente habló o no, lo que importa es lo que dijo y el impacto que tuvieron estas palabras en esta descripción de la caída”. Por supuesto que Barth tenía razón si el relato bíblico de la caída no es histórico ni pretende ser histórico. Sin embargo, su respuesta no satisfizo a los holandeses porque su preocupación no era tanto si hubo o no una serpiente que realmente haya hablado sino acerca de las razones por las cuales el profesor negaba la historicidad del suceso.
Los primeros capítulos del Génesis causan verdadera dificultad a la persona que quiera determinar con exactitud el género literario utilizado. Una parte del texto tiene las características de la literatura histórica; sin embargo, otra parte exhibe el tipo de imágenes que encontramos en la literatura simbólica. Adán es colocado en un lugar geográfico real y es descrito como un ser verdaderamente humano. Hay más; significativamente es situado en la estructura de una genealogía familiar, cosa que al judío le sería de lo más inapropiado para un personaje místico. Adán aparece en otras partes de la Escritura asociado a personajes cuya realidad histórica no se pone en duda. Todo esto representaría razones de peso bajo los cánones del análisis literario para ver a Adán como un personaje histórico. (Hay, por supuesto, razones teológicas adicionales para hacerlo, pero lo que nos concierne aquí solamente es la cuestión del análisis literario.) No obstante, aunadas a la presencia de las características narraciones históricas, encontramos referencias, por ejemplo, la del árbol de la sabiduría del bien y del mal en el huerto. ¿Qué clase de árbol es este? ¿Qué tipo de hojas tenía? ¿Qué tipo de fruto daba? Esta imagen tiene las características de un tipo de simbolismo que se halla, por ejemplo, en la literatura apocalíptica tal como el libro de Apocalipsis.
Así, en los primeros capítulos de la Biblia nos enfrentamos a un tipo o clase de literatura que contiene elementos de narración histórica y elementos de simbolismo mezclados en una forma poco usual. Sólo después que determinemos qué tipo de literatura es, podremos discernir lo que está comunicándonos como historia. Una vez que esto haya sido resuelto, podremos pasar a la cuestión de su credibilidad. A riesgo de repetir demasiado, permítaseme enfatizar una vez más que debemos tener cuidado en notar la diferencia entre discernir lo que realmente dice la Biblia y si lo que dice es verdad o no.
El problema de la metáfora
La metáfora es una figura de lenguaje en la cual una palabra o frase que literalmente denota un tipo de objeto o idea se utiliza en lugar de otra sugiriendo una semejanza o analogía entre ellas. La Biblia frecuentemente hace uso de metáforas, que a menudo se encuentran en labios de Jesús. En casi todos los casos son relativamente fáciles de distinguir. Cuando Jesús dice: “Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9). ¿Cómo debemos entender esto? ¿Significa que donde nosotros tenemos piel, Jesús tiene chapa de caoba? ¿Dónde tenemos brazos, Jesús tiene bisagras? que donde nosotros tenemos el ombligo, ¿Jesús tiene una perilla? Tales conclusiones, por supuesto, son absurdas. Aquí Jesús utiliza la forma del verbo ser en forma metafórica.
¿Pero, a qué se refiere cuando dice en la Última Cena: “Este es mi cuerpo” (Lc. 22:19)? ¿Representaba el pan su cuerpo en una forma metafórica? ¿O se convirtió en su cuerpo realmente y en forma “literal”? En este caso la forma literaria no es tan obvia. Las diferencias en el análisis literario han llevado a serias divisiones en la iglesia acerca del significado de la Cena del Señor. Uno de los pocos problemas en los cuales Lutero y Calvino no fueron capaces de llegar a un acuerdo fue justamente en la cuestión del significado de estas palabras de Jesús. En un punto de las negociaciones de los representantes de Calvino y Lutero, Lutero seguía repitiendo: “Hoc est corpus meum; hoc est corpus meum …” (Este es mi cuerpo …). Con toda seguridad, dado el punto de vista de Lutero y Calvino respecto a la autoridad de la Biblia, si ellos hubieran podido ponerse de acuerdo en cuanto a lo que la Biblia realmente dice, lo habrían acatado.
El método clásico, pues, de buscar el sentido literal de la Escritura significó buscar un conocimiento de lo que estaba siendo comunicado por medio de diversas formas y figuras de lenguaje empleadas en la literatura bíblica. Esto se hizo, no con un punto de vista de ablandar o debilitar o relativizar las Escrituras, sino para entenderlas correctamente, para que puedan servir de forma más eficaz como una guía de la fe y conducta a los hijos de Dios.
La cuadriga medieval
Aunque Lutero no fue el primero en enfatizar la importancia de buscar el sentido literal de la Escritura, fue él quien causó mayor impacto en el método predominante de la interpretación en su época, el cual seguía la llamada cuadriga. La quadriga era el método cuádruple de interpretación cuyas raíces comienzan con la historia de la iglesia. Desde la obra de Clemente y Orígenes en adelante es común encontrar comentaristas bíblicos que usan el método extravagante de alegorizar en su interpretación bíblica. En la Edad Media el método cuádruple fue establecido firmemente. Este método examinaba cada texto en busca de cuatro significados: literal, moral, alegórico y anagógico.
El sentido literal de la Escritura fue definido como el significado sencillo y evidente. El sentido moral era aquel que enseñaba a los hombres cómo comportarse. El sentido alegórico revelaba el contenido de la fe, y el anagógico expresaba la esperanza futura. Así por ejemplo, los pasajes que mencionaban a Jerusalén, eran susceptibles de tener cuatro significados diferentes. El sentido literal se refería a la capital de Judea y el santuario central de la nación. El sentido moral de Jerusalén es el alma del hombre (el “santuario central” del hombre). El sentido alegórico de Jerusalén es la iglesia (el centro de la comunidad cristiana). El sentido anagógico es el cielo (la esperanza final de la residencia futura para los hijos de Dios). Así, una sola referencia de Jerusalén podría significar cuatro cosas al mismo tiempo. Si la Biblia mencionaba que alguien había subido a Jerusalén significaba que había ido a una verdadera ciudad terrenal, o que su alma “subió” al lugar de excelencia moral, o que deberíamos ir a la iglesia, o que algún día iremos al cielo.
Es sorprendente lo lejos que personas inteligentes pudieron llegar con un método tan raro de interpretación. Incluso Agustín y Aquino, quienes favorecieron la restricción de la teología al sentido literal, no obstante con frecuencia especulaban violentamente por la vía de la cuadriga. Solamente se necesita una mirada al trato alegórico de Agustín en cuanto a la parábola del buen samaritano para ver este método en operación. Mirando bajo la superficie del significado llano de las Escrituras, los exégetas de la Biblia salieron con toda clase de cosas raras. Contra este y otros abusos, Martín Lutero protestó.
Aunque Lutero rechazaba los significados múltiples de los pasajes de la Biblia, no por eso restringió la aplicación de la Escritura a un solo sentido. A pesar de que un pasaje de la Escritura tiene un solo sentido, puede tener muchas aplicaciones a una amplia variedad de matices en nuestras vidas. Conozco a un profesor de un seminario que les dio a sus alumnos en el primer día de clases la tarea de leer un versículo del Nuevo Testamento y escribir cincuenta cosas que aprendieran del estudio de ese versículo. Los estudiantes trabajaron hasta entrada la noche, arduamente comparando notas con el fin de cumplir con los requisitos del profesor. Cuando regresaron a la clase a la mañana siguiente, el profesor reconoció su labor y les asignó cincuenta más sobre el mismo pasaje para el siguiente día. El punto, por supuesto, era el de saturar en las mentes de los estudiantes la riqueza y profundidad que se pueden encontrar en un solo pasaje de la Escritura. El profesor estaba haciendo resaltar que aunque la Escritura tiene un sentido unificado, su aplicación puede ser rica y variada.
Tanto la analogía de la fe como el principio de buscar el sentido literal (sensu literalis) son salvaguardas necesarias contra la especulación desenfrenada y la interpretación subjetiva. Tal como se define, el sentido literal no tiene el propósito de recomendar un forzamiento craso y rígido de la Biblia entera a un patrón de narración histórica. En realidad, es una salvaguarda contra el hacer eso mismo, así como contra redefinir la Biblia imponiendo significados figurativos a pasajes que no fueron hechos para ser figurativos. Podemos torcer la Biblia en una u otra dirección. Un método puede ser más refinado que otro pero no menos deformante.
El método gramático-histórico
Firmemente ligado a la analogía de la fe y al sentido literal de la Escritura está el método de interpretación denominado gramático-histórico. Tal y como sugiere el nombre, el método enfoca la atención no sólo sobre las formas literarias sino también sobre las construcciones gramaticales y los contextos históricos en que se escribieron las Escrituras. Las cosas escritas nos llegan con alguna forma de estructura gramatical. La poesía tiene cierta reglas de estructura, como también la tienen las cartas de negocios. Cuando se trata con la Escritura es importante saber la diferencia entre un objeto directo y un predicado nominal o predicado adjetival. Es importante conocer la gramática, pero también ayuda conocer algo acerca de las peculiaridades de la gramática hebrea y griega. Si, por ejemplo, el público americano tuviera un conocimiento perfecto de la gramática griega, los Testigos de Jehová tendrían muchos problemas para vender su interpretación del primer capítulo del Evangelio según San Juan, por el cual los testigos niegan la deidad de Cristo.
La estructura gramatical determina si las palabras deben ser tomadas como preguntas (interrogativo), órdenes (imperativo), o declarativas (indicativo). Por ejemplo, Jesús dice: “Me seréis testigos” (He. 1:8). ¿Está haciendo una predicción acerca de un futuro cumplimiento, o está emitiendo un mandato soberano? La forma española no es clara. La estructura griega de las palabras, no obstante, deja perfectamente claro que Jesús no se está refiriendo a una predicción futura sino que está emitiendo una orden. Otras ambigüedades del lenguaje pueden ser aclaradas y elucidadas por medio de la adquisición de un conocimiento de la gramática. Por ejemplo, cuando Pablo dice al principio de su Epístola a los Romanos que es un apóstol llamado a comunicar “la Palabra de Dios”, ¿qué quiso decir con de? ¿Se refiere el de al contenido del evangelio o a su procedencia? ¿Realmente de significa “acerca de”, o es un genitivo de posesión? La respuesta gramatical determinará si Pablo está diciendo que él va a comunicar el evangelio acerca de Dios o si está diciendo que va a comunicar el evangelio que viene de Dios y pertenece a Dios. Existe una gran diferencia entre los dos que solamente puede ser resuelta por medio del análisis gramatical. En este caso la estructura griega revela un genitivo de posesión, el cual responde a nuestra pregunta.
El análisis histórico envuelve el buscar un conocimiento del ambiente y la situación en que los libros de la Biblia fueron escritos. Este es un requisito para entender lo que la Biblia trataba de decir en su contexto histórico. Este asunto de la investigación histórica es tan peligroso como necesario. Sus peligros serán tratados más adelante en el capítulo 5. La necesidad está allí para un entendimiento adecuado de lo que fue dicho. Las preguntas en cuanto a la paternidad literaria, fecha, y destino de los libros son importantes para un conocimiento claro del Libro. Si sabemos quién escribió un libro, para quién, bajo qué circunstancias, en qué período en la historia, esa información facilitará grandemente nuestro interés de entenderlo.
Por ejemplo, hay en la Epístola a los Hebreos muchos pasajes difíciles y problemáticos. Las dificultades se incrementan porque no sabemos con seguridad quién escribió el libro, a cuáles “hebreos” fue dirigido y, más importante, qué forma de apostasía en particular amenazaba las vidas de la comunidad a la que fue dirigida. Si una o más de estas preguntas pudieran ser contestadas con seguridad, podríamos avanzar mucho en cuanto a desentrañar los problemas especiales que presenta el libro.
Crítica del origen
El método llamado crítica del origen ha sido útil en algunos aspectos para arrojar luz sobre las Escrituras. Siguiendo la noción de que Marcos fue el primer evangelio escrito y que Mateo y Lucas tenían el Evangelio de Marcos frente a ellos cuando escribían, muchas de las preguntas en cuanto a la relación entre los evangelios pueden ser explicadas. Vemos además que tanto Lucas como Mateo incluyeron cierta información que no se encuentra en Marcos. Así, parece ser que Lucas y Mateo tuvieron otra fuente de información accesible que Marcos no tenía, o no decidió usar. Examinando más detenidamente, encontramos cierta información en Mateo que no se encuentra en Marcos ni Lucas, e información en Lucas que solamente encontramos allí. Si aislamos el material encontrado solamente en Mateo o solamente en Lucas, podremos discernir algunas cosas acerca de las prioridades y los intereses en la Escritura. Sabiendo por qué un autor escribe lo que escribe nos ayudará a entender lo que escribe. En la lectura contemporánea es importante leer el prefacio del autor porque sus razones e intereses por escribir suelen explicarse allí.
Mediante los métodos de la crítica del origen podemos aislar materiales comunes a escritores particulares. Por ejemplo, casi toda la información que tenemos en el Nuevo Testamento en cuanto a José, el esposo de María, se encuentra en el Evangelio de Mateo. ¿Por qué? ¿O por qué Mateo tiene tantas más referencias al Antiguo Testamento que otros evangelios? La respuesta es obvia. Mateo se dirige a un público judío. Eran los judíos quienes tenían preguntas legítimas acerca de la afirmación de Jesús de ser el Mesías. El padre legal de Jesús fue José, y para Mateo era muy importante demostrarlo para asentar el linaje tribal de Jesús.
Por el mismo tipo de análisis descubrimos que Lucas obviamente escribe su evangelio para un público más amplio que Mateo y está muy interesado en comunicarse con el mundo gentil. Él pone énfasis, por ejemplo, en la “universalidad” de la aplicación del evangelio.
Paternidad literaria y fechado
Las preguntas en cuanto a la paternidad literaria y la fecha también son importantes para llegar a un entendimiento claro del texto. Como que el lenguaje puede cambiar su significado de una generación a otra y en diferentes localidades, es importante ser lo más preciso posible en fijar el lugar y la fecha de un libro. Tales esfuerzos por fechar y asignar paternidad literaria han constituido un factor de mayor importancia en discusiones teológicas debido a algunos de los métodos empleados.
Cuando las preguntas acerca de fechas se plantean estrictamente desde una perspectiva naturalista, los libros que afirman incluir profecía vatídica son colocados en una fecha contemporánea a los eventos o después de que fueron profetizados. Con esto tenemos un criterio extraliteral e histórico inadecuadamente impuesto a los libros.
Los asuntos de paternidad literaria y fechado están estrechamente ligados. SÍ sabemos quien escribió un libro en particular y cuándo vivió esa persona, entonces, por supuesto, conocemos el período básico en que el libro fue escrito. He aquí por qué los eruditos discuten tanto acerca de quién escribió Isaías o II Timoteo. Si Isaías escribió el libro de Isaías, entonces estamos tratando con una maravillosa pieza de profecía vatídica que requeriría de un nivel muy alto de inspiración. Si Isaías no escribió el libro completo que lleva su nombre, se podría justificar una opinión menos favorable de la Escritura.
Ha sido casi divertido ver la forma en que las cartas de Pablo han sido tratadas por altos críticos de la era moderna. Al pobre de Pablo se le han arrebatado alternadamente casi cada una de sus epístolas y después se las han devuelto. Uno de los métodos menos científicos utilizados para criticar la paternidad literaria es el estudio de lo que se denomina la incidencia del hapax legomena. La frase hapax legomena se refiere a la aparición de las palabras de un libro en particular que no se encuentran en ninguna otra parte de los escritos de aquel autor. Por ejemplo, si encontramos 36 palabras en Efesios que no se encuentran en ningún otro de los escritos de Pablo, podríamos llegar a la conclusión de que Pablo no escribió, ni pudo haber escrito Efesios.
La insensatez de darle demasiada importancia al hapax legomena me vino a la mente cuando tuve que aprender el idioma holandés apresuradamente para mi trabajo de graduación en los Países Bajos. Aprendí el holandés por el “método inductivo”. Se me asignaron varios volúmenes de teología escritos por G. C. Berkouwer. Empecé mi estudio leyendo su volumen sobre La persona de Cristo, escrito en holandés. Empecé por la primera página con la primera palabra y la busqué en el diccionario. Escribí la palabra en holandés de un lado de una tarjeta y la palabra en inglés sobre el otro lado y me propuse aprender el vocabulario de Berkouwer. Luego de hacer esto en cada página de La persona de Cristo, tenía más de 6.000 palabras en tarjetas. El siguiente volumen que estudié fue La obra de Cristo de Berkouwer. Encontré más de 3.000 palabras en ese libro que no se encontraban en el primero. ¡Esa es evidencia significativa de que La obra de Cristo no fue escrito por Berkouwer! Nótese que Berkouwer escribió La obra de Cristo apenas un año después de escribir La persona de Cristo. Él estaba tratando el mismo tema general (cristología) y escribía para el mismo público general. Sin embargo, hubo miles de palabras en el segundo volumen que no se hallaban en el primero.
Asimismo, nótese que la cantidad de escritura de Berkouwer en el primer volumen excede en mucho a la cantidad total de escritura que sobrevive de la pluma del apóstol Pablo. Las cartas de Pablo fueron mucho más breves. Fueron dirigidas a una amplia variedad de personas, tratando una amplia diversidad de temas y asuntos, y se escribieron sobre un largo período de tiempo. Aun así, hay personas que se emocionan cuando encuentran un puñado de palabras en una epístola que no se encuentran en ningún otro lugar. A no ser que Pablo tuviese el vocabulario de un niño de seis años y no tuviese ninguna clase de talento literario, deberíamos concederle poca importancia a esta desorbitada especulación.
En conclusión, la interpretación privada requiere un análisis cuidadoso de la gramática y el contexto histórico de la Escritura. Es algo que no puede dejarse de hacer. Notables investigadores han hecho mucho para avanzar nuestros conocimientos del fondo linguístico, gramatical, e histórico de la Biblia. A veces las suposiciones naturalistas que muchos de ellos emplean oscurecen una gran parte de su trabajo. Pero el análisis es necesario. Y solamente a través de este tipo de análisis podemos ganar el control necesario para contener a aquellos eruditos que extravían su rumbo.
Errores gramaticales
Antes de pasar a los principios prácticos básicos de la interpretación, permítaseme mencionar un problema más en cuanto a la gramática. Un análisis detallado de las estructuras gramaticales utilizadas en el Nuevo Testamento ha alzado más de unas cuantas cejas con respecto a la inspiración de la Biblia. Cuando examinamos el libro del Apocalipsis encontramos un estilo de redacción áspero y crudo en su estructura gramatical. Encontramos numerosos “errores” de gramática. Esto ha provocado a algunos a atacar la idea de su inspiración, así como la de la infalibilidad de la Escritura. Pero ambos principios de inspiración e infalibilidad han sido formulados con margen para el error gramatical. La Biblia no está escrita en un “griego del Espíritu Santo”. Para la ortodoxia protestante la inspiración jamás significó que el Espíritu “dictaba” las palabras y el “estilo” de los autores humanos. Tampoco se veía a los autores como autómatas de tipo mecánico totalmente pasivos a la obra del Espíritu.
La infalibilidad tampoco significaba el evitar los errores gramaticales. La infalibilidad se utiliza para indicar la “total veracidad” de la Escritura. Cuando Lutero declara que las Escrituras jamás se equivocan, él quiere decir que jamás se equivocan con respecto a la verdad que proclaman. Esto lo podemos ver en el sistema jurídico de nuestra propia nación con referencia al crimen de perjurio. Si a un hombre inocente se le pregunta en cuanto a su culpabilidad sobre el estrado de los testigos y si él contesta: “Mí nunca no ha matado”, no puede ser acusado de perjurio porque ha empleado mal la gramática para exponer su caso.
Los tres principios primarios de la interpretación ayudan a enriquecer nuestro conocimiento. La analogía de la fe mantiene toda la Biblia en perspectiva, no sea que suframos los efectos de la exageración de alguna de sus partes o la exclusión de otras. El sentido literal ofrece un control que evita que la imaginación se extravíe en interpretaciones fantásticas y nos invita a examinar de cerca las formas literarias de la Escritura. El método gramático-histórico enfoca nuestra atención sobre el significado original del texto para que no caigamos en la tentación de buscar en la Escritura nuestras propias ideas del presente. Vayamos ahora a la consideración de cómo estos principios se aplican en la práctica.
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