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domingo, 29 de septiembre de 2013

La Revelación de Dios: La Biblia y su estudio con provecho

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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La Biblia como revelación

Uno de los más importantes beneficios que nos da la Biblia es el de proporcionarnos información que no se encuentra en ninguna otra parte. Nuestras universidades nos ofrecen riqueza de conocimientos adquiridos por investigación humana del mundo natural. Aprendemos por observación, análisis, y especulación abstracta. Comparamos y contrastamos variedad de opiniones de doctos notables. Pero con todas las habilidades del conocimiento que tenemos a nuestra disposición en este mundo, no hay quien nos pueda hablar por medio de una perspectiva trascendental, nadie que pueda razonar con nosotros, como dicen los filósofos, sub specie aeternitatis.

Sólo Dios puede proporcionarnos una perspectiva eterna y hablar con nosotros con autoridad absoluta y terminante. Las ventajas que ofrece la Escritura consisten en proveernos de conocimientos no accesibles por ninguna otra fuente. Claro que la Escritura nos habla de asuntos que pueden aprenderse por otros medios. No dependemos enteramente del Nuevo Testamento para saber quién fue Augusto César o la distancia que hay entre Jerusalén y Betania. Pero el mejor geógrafo del mundo no nos puede enseñar el camino a Dios ni el mejor psiquiatra del mundo nos podrá dar una respuesta concluyente al problema de nuestra culpabilidad. Hay asuntos en la Sagrada Escritura que descubren lo que no está expuesto al curso natural de la investigación humana.

Aunque se puede aprender mucho de Dios por medio de un estudio de la naturaleza, es la revelación de él mismo en la Escritura la más completa y valiosa para nosotros. Existe una analogía entre cómo llegamos a conocer a las personas en este mundo y cómo nos relacionamos con Dios. Si queremos saber algo acerca de una persona hay muchas maneras de conseguirlo. Podríamos escribir a agencias oficiales indagando si tienen alguna ficha suya. Podríamos solicitar una copia de sus calificaciones en la escuela o la Universidad. Con estos documentos podríamos descubrir su biografía básica, registro médico, logros académicos y atléticos. Luego podríamos entrevistar a sus amigos para obtener una evaluación más personal. Pero todos estos métodos son indirectos y muchas de las cualidades intangibles de la persona quedarán fuera de nuestro escrutinio. Todos estos métodos no son más que fuentes secundarias de información.

Si deseamos obtener un conocimiento más exacto del individuo necesitamos conocerlo personalmente, observar su aspecto exterior, ver cómo se desenvuelve, qué modos emplea. Hasta quizás podríamos colegir cómo siente, cómo piensa, lo que valora y lo que le disgusta. Pero si deseamos llegar a conocerlo íntimamente tendremos que entrar en algún tipo de comunicación verbal con él. Nadie puede expresar con mayor claridad o exactitud lo que cree, siente, o piensa que la persona misma. A menos que el sujeto en cuestión escoja revelar esas cosas verbalmente, nuestro conocimiento estará limitado a la adivinación y la especulación. Sólo las palabras nos iluminarán.

Asimismo, cuando hablamos acerca del concepto de la revelación nos estamos refiriendo al principio básico de la autorrevelación. Las Escrituras nos llegan como autorrevelación divina. Aquí la mente de Dios se muestra descubierta en muchas cuestiones. Con un conocimiento de la Escritura no necesitamos depender de información de segunda mano o mera especulación para aprender quién es Dios y lo que Él valora. En la Biblia Dios se revela a sí mismo.

Teoría y práctica


Como el cristiano que rehúye la teología, hay aquellos que desdeñan cualquier tipo de búsqueda de conocimiento teórico de Dios, insistiendo más bien en ser “prácticos”. El espíritu de los EE.UU. ha sido definido como el espíritu del pragmatismo. Este espíritu en ningún lugar se manifiesta tan claramente como en el campo de la política o en el sistema de escuelas públicas. Este último ha sido informado por los principios y métodos de educación establecidos por John Dewey.
El pragmatismo puede ser definido simplemente como la aproximación a la realidad que toma la verdad como “lo que da resultado”. El pragmatismo se preocupa por los resultados, y los resultados determinan la verdad. El problema con este tipo de pensamiento, si se priva de ser informado acerca de la perspectiva eterna, es que los resultados tienden a ser juzgados en términos de metas a corto plazo.

Este dilema lo experimenté al matricular a mi hija en el sistema de escuela pública en el kindergarten. La niña asistió a una escuela muy progresiva fuera de Boston. Después de unas semanas recibimos una notificación de la escuela anunciando que el director sostendría una reunión abierta con los padres con el fin de explicar el programa y los procedimientos empleados. En la reunión el director explicó cuidadosamente el programa diario. Dijo: “No se alarmen si su hijo llega a casa y les dice que estuvo armando rompecabezas o jugando con arcilla plástica. Puedo asegurarles que todo en la rutina diaria se hace con un propósito. De 9:00 a 9:17 A.M. los niños juegan con rompecabezas que han sido cuidadosamente diseñados por expertos ortopedistas para desarrollar los músculos motores de los últimos tres dedos de la mano izquierda”. Siguió explicando cómo cada minuto del niño estaba planeado con hábil precisión para asegurar que cada cosa fuese hecha con un propósito. Quedé muy impresionado.

Al final de su presentación, el director nos invitó a hacer preguntas. Yo alcé mi mano y dije: “Estoy profundamente impresionado por la cuidadosa planificación que se ha llevado a cabo en este programa. Puedo ver que cada cosa se efectúa con un propósito en mente. Mi pregunta es: ¿Cómo decide usted qué “propósito” emplear? ¿Qué tipo de propósito final se usa para decidir los propósitos individuales? ¿Cuál es el propósito general de sus propósitos? En otras palabras, ¿qué clase de niño está usted tratando de producir?”

El hombre se puso blanco y después rojo y en términos vacilantes contestó: “No lo sé; nadie me había hecho esa pregunta”. Le agradecí el candor de su respuesta y la humildad genuina que demostró, pero al mismo tiempo, su respuesta me aterró. ¿Cómo podemos tener propósitos sin un propósito? ¿Dónde podemos acudir para descubrir la prueba máxima de nuestro pragmatismo? Aquí es donde la revelación trascendental es más crítica a nuestras vidas. Aquí es donde el contenido de la Escritura es más relevante para nuestra práctica. Sólo Dios nos puede dar la evaluación final de la sabiduría y valorar nuestras prácticas.

La persona que desdeña la teoría y se llama práctica no es sabia. Quien se preocupe por sí mismo solamente con metas a corto plazo puede tener serios problemas cuando se trate de metas a largo plazo o la eternidad. Debo añadir también que no puede haber práctica sin alguna teoría en el fondo. Hacemos lo que hacemos porque tenemos una teoría en cuanto al mérito de hacerlo. Nada revela más elocuentemente nuestras más profundas teorías que nuestra práctica. Puede que nunca pensemos seriamente acerca de nuestras teorías ni las pongamos en tela de juicio, pero todos las tenemos. Como en el caso del cristiano que quiere a Cristo sin la teología, la persona que quiere la práctica sin la teoría generalmente termina con malas teorías que llevan a una mala práctica.

Como que las teorías que se hallan en la Escritura proceden de Dios, la Biblia es eminentemente práctica. Nada podría ser más práctico que la Palabra de Dios pues procede de una teoría que se establece de la perspectiva eterna. La debilidad fatal del pragmatismo sucumbe ante la revelación.

El cristiano sensual

Frecuentemente me he visto tentado a escribir un libro titulado El cristiano sensual. La mujer sensual, El hombre sensual, La pareja sensual. La divorciada sensual … al punto de saturación, todos han sido éxitos de librería. ¿Por qué no El cristiano sensuall?

¿Qué es un cristiano sensual? Un diccionario define sensual como “perteneciente a los sentidos u objetos sensibles: altamente susceptible por los sentidos”. El cristiano sensual es el que vive por los sentimientos más que por su entendimiento de la Palabra de Dios. El cristiano sensual no puede ser movido al servicio, la oración, o el estudio a no ser que él “tenga ganas”. Su vida cristiana es solamente tan efectiva como la intensidad de los sentimientos en ese momento. Cuando experimenta la euforia espiritual, es un remolino de actividad divina; cuando está deprimido, es un incompetente espiritual. Constantemente busca experiencias nuevas y frescas y las utiliza para determinar la Palabra de Dios. Sus “sentimientos internos” se convierten en la máxima prueba de la verdad.

El cristiano sensual no necesita estudiar la Palabra de Dios porque él ya conoce la voluntad de Dios a través de sus sentimientos. Él no quiere conocer a Dios: quiere experimentarlo. El cristiano sensual iguala “la fe de un niño” con la ignorancia. Él piensa que cuando la Biblia nos llama a tener la fe de un niño se refiere a una fe sin contenido, una fe sin entendimiento. Él no sabe que la Biblia dice: “Sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20). No se da cuenta de que Pablo nos dice una y otra vez: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio” (véase, por ejemplo, Ro. 11:25).

El cristiano sensual va alegre por su camino hasta que se encuentra con el dolor de la vida, que no es tan alegre, y se desploma. Por lo general termina por abrazarse a un tipo de “teología relacional” (la más terrible maldición de la cristiandad moderna) donde las relaciones personales y la experiencia toman precedencia sobre la Palabra de Dios. Si la Escritura nos demanda una acción que pueda poner en peligro una relación personal, entonces la Escritura debe ponerse en tela de juicio. La ley más elevada del cristiano sensual es la de que los sentimientos malos deben ser evitados a toda costa.

La Biblia está dirigida primordialmente, aunque no exclusivamente, a nuestro entendimiento. Eso, en cuanto a la mente. Esto resulta difícil de comunicar a los cristianos modernos que están viviendo en lo que podría ser el período más antiintelectual de la civilización occidental. Nótese, no dije antiacadémico ni antitecnológico ni antidocto. Dije antiintelectual. Hay una fuerte corriente de antipatía hacia la función de la mente en la vida cristiana.

En punto de hecho, existen razones históricas para esta clase de reacción. Muchos laicos han sufrido el resultado de lo que un teólogo ha definido como “la traición del intelectual”. Tanto escepticismo, cinismo, y crítica negativa han salido del mundo intelectual de los teólogos que los laicos han perdido su confianza en los proyectos intelectuales. En muchos casos se teme que la fe no pueda sostenerse bajo el escrutinio intelectual, por lo que la defensa se convierte en la denigración de la mente humana. Nos volvemos a los sentimientos en lugar de volvernos a nuestras mentes para establecer y preservar nuestra fe. Este es un problema muy serio al que nos enfrentamos en la iglesia del siglo xx.
El cristianismo es supremamente intelectual, aunque no intelectualista. O sea, la Escritura está dirigida al intelecto sin al mismo tiempo abrazar un espíritu de intelectualismo. La vida cristiana no debe ser una vida de meras conjeturas o racionalismo frío; debe ser una vida de pasión vibrante. Fuertes sentimientos de gozo, amor, y exaltación se manifiestan una y otra vez. Pero esos sentimientos pasionales son una respuesta a lo que con nuestras mentes entendemos que es verdad. Cuando leemos en la Escritura: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33), el bostezo no es una respuesta apropiada. Podemos sentirnos animados porque entendemos que Cristo ciertamente ha vencido al mundo. Eso estremece nuestras almas y nos hace bailar de contento. ¿Qué es más maravilloso que experimentar la dulzura de la presencia de Cristo o la cercanía del Espíritu Santo?
Dios no permitió que perdiésemos nuestra pasión o que pasáramos por el peregrinaje cristiano sin una experiencia de Cristo. ¿Qué sucede cuando hay un conflicto entre lo que Dios dice y lo que yo pienso? Debemos hacer lo que Dios dice, nos guste o no. Eso es de lo que trata el cristianismo.

Reflexione un momento. ¿Qué sucede en su propia vida cuando usted actúa según lo que tiene ganas de hacer y no según lo que sabe y comprende que se le está pidiendo que haga? Aquí nos enfrentamos a la cruel realidad de la diferencia entre la felicidad y el placer. ¡Cuan fácil es confundir las dos cosas! La búsqueda de la felicidad se considera nuestro “derecho inalienable”. Pero la felicidad y el placer no son la misma cosa. Los dos son agradables, pero sólo uno es duradero. El pecado puede traer placer, pero no la felicidad. Si el pecado no fuese tan placentero, apenas representaría una tentación. Pero, mientras que el pecado frecuentemente “es agradable”, no produce felicidad. Si no conocemos la diferencia o, peor aun, no nos importa la diferencia, habremos avanzado a grandes pasos para convertirnos en el máximo cristiano sensual.

Es precisamente en el punto de discernir la diferencia entre el placer y la felicidad en el que el conocimiento de la Escritura es tan vital. Existe una relación maravillosa entre la voluntad de Dios y la felicidad humana. El engaño fatal de Satanás es la mentira de que la obediencia jamás nos podrá proporcionar felicidad. Desde la tentación primordial de Adán y Eva a la seducción satánica de anoche, la mentira ha sido la misma. “Si haces lo que Dios ordena, no serás feliz. Si haces lo que yo digo, serás ‘liberado’ y conocerás la felicidad”.

¿Qué tendría que ser verdad para que el argumento de Satanás fuese cierto? Parecería que para que el argumento de Satanás fuese cierto, Dios tendría que ser una de estas tres cosas: ignorante, malévolo, o engañoso. Podría ser que la Palabra de Dios no funcione para nosotros porque procede de sus divinas equivocaciones.

Simplemente, Dios no sabe lo suficiente para decirnos lo que necesitamos hacer para obtener la felicidad. Probablemente desea nuestro bienestar, pero simplemente no sabe lo suficiente como para instruirnos adecuadamente. A Él le gustaría ayudarnos a salir adelante, pero las complejidades de la vida y las situaciones humanas sobrecogen su mente.

Tal vez Dios es infinitamente sabio y sabe lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos. Tal vez Él entiende las complejidades del hombre mejor que los filósofos, moralistas, políticos, maestros de escuela, pastores, y la Sociedad Psiquiátrica. Pero nos odia. Él conoce la verdad pero nos lleva por mal camino para Él seguir siendo el único ser feliz en el cosmos. Probablemente su ley es una expresión de su deseo de deleitarse alegremente en nuestra miseria. Por tanto, su malevolencia hacia nosotros lo lleva a adoptar el papel del Gran Impostor. ¡Disparates! Si eso fuese cierto, entonces la única conclusión a la que podríamos llegares que Dios es el diablo y el diablo es Dios, y las Sagradas Escrituras son en realidad el manual de Satanás.

¿Absurdo? ¿Inconcebible? Yo desearía que lo fuese. Literalmente en miles de estudios de pastores, la gente está siendo aconsejada a actuar en contra de la Escritura porque el pastor quiere que sean felices. “Sí, Sra. Pérez, vaya y divorcíese de su esposo a pesar de que no tiene usted la orden bíblica, ya que estoy seguro de que usted nunca encontrará la felicidad casada con un hombre como ese”.
Si hubiera algún secreto -un secreto cuidadosamente velado- para alcanzar la felicidad humana, sería aquel expresado en un catecismo del siglo que dice: El fin primordial del hombre es el de glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre”. El secreto de la felicidad se encuentra en la obediencia a Dios. ¿Cómo podemos ser felices si no somos obedientes? ¿Cómo podemos ser obedientes si no sabemos a qué obedecer? En resumen, la felicidad no puede ser completamente descubierta mientras permanezcamos ignorantes de la Palabra de Dios.

Dicho sea de paso, el conocimiento de la Palabra de Dios no garantiza que haremos lo que dice, pero cuando menos sabremos lo que deberíamos estar haciendo en nuestra búsqueda de realización como humanos. La cuestión de la fe no es tanto si debemos creer en Dios, como si realmente creemos al Dios en quien creemos.

Una cuestión de deber

¿Por qué debemos estudiar la Biblia? Hemos mencionado brevemente el valor práctico, la importancia ética, y el camino de la felicidad. Hemos visto algunos de los mitos que proponen las personas que no estudian la Biblia. Hemos discurrido algo acerca del espíritu de pragmatismo y el clima antiintelectual de nuestros días. Hay muchas facetas en la pregunta e innumerables razones por las que debemos estudiar la Biblia.

Yo podría tratar de convencerlos de estudiar la Biblia para su edificación personal. Podría tratar, mediante el arte de la persuasión, de estimular su búsqueda de la felicidad. Podría decir que el estudio de la Biblia probablemente sería la experiencia educacional más satisfactoria y ventajosa de toda su vida. Podría citar numerosas razones por las que saldría beneficiado de un estudio serio de la Escritura. Pero, en última instancia, la razón principal por la que debemos estudiar la Biblia es porque es nuestro deber.

Si la Biblia fuese el libro más aburrido, insípido, y menos interesante del mundo, y aparentemente irrelevante, aun así sería nuestro deber estudiarla. Si su estilo literario fuese torpe y confuso, el deber seguiría existiendo. Vivimos como seres humanos bajo una obligación por mandato divino de estudiar diligentemente la Palabra de Dios. Él es nuestro Soberano; es su Palabra y Él nos ordena que la estudiemos. Un deber no es una opción. Si aún no ha empezado a responder a esa orden, entonces necesita usted pedirle a Dios que lo perdone y tomar la resolución de llevar a cabo su deber desde este día en adelante.

¿Cómo Estudiar la Biblia con provecho? II: Estudia y aprovecha tu estudio

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Información


La claridad de la Escritura

En el siglo XVI, los reformadores declararon su entera confianza en lo que denominaron la “perspicuidad” de la Escritura. A lo que se referían con ese término técnico era a la claridad de las Escrituras. Afirmaban que la Biblia era clara y lúcida. Es lo suficientemente sencilla para que cualquier persona letrada pueda entender su mensaje básico. Esto no significa que todas las partes de la Biblia sean igualmente claras o que no haya en ella pasajes o secciones difíciles. Los laicos sin preparación en cuanto a lenguas antiguas y los aspectos críticos de la exégesis pueden tener dificultad con algunas partes de la Escritura, pero el contenido esencial es lo suficientemente claro para ser entendido con facilidad. Lutero, por ejemplo, estaba convencido de que lo que era oscuro y difícil en una parte de la Escritura, se afirmaba con mayor claridad y sencillez en otras partes de la Escritura.
Algunas partes de la Biblia son tan claras y sencillas que resultan ofensivas a aquellos que sufren de arrogancia intelectual. Hace algunos años daba yo una conferencia en cuanto a cómo la muerte de Cristo en la cruz cumplía un motivo maligno del Antiguo Testamento. A mitad de mi conferencia un hombre de entre el público me interrumpió diciendo en alta voz: “Eso es primitivo y obsceno”. Le pedí que repitiera su observación para que todos los presentes tuvieran la oportunidad de oír su queja. Cuando lo hubo repetido, le dije: “Tiene usted toda la razón. A mí en particular me gusta su selección de palabras, primitivo y obsceno”.

La historia entera de la redención se comunica en términos primitivos desde el episodio del encuentro de Adán y Eva con la serpiente hasta la destrucción devastadora que Dios inflige a las carrozas de Egipto en el Éxodo y hasta el craso y brutal asesinato de Jesús de Nazaret. La Biblia revela a un Dios que oye los gemidos de toda su gente, desde el campesino hasta el filósofo, desde el lerdo al docto más refinado. Su mensaje es lo suficientemente sencillo como para que la más simple de sus criaturas caídas lo entienda. ¿Qué clase de Dios revelaría su amor y redención en términos tan técnicos y conceptos tan profundos que sólo la flor y nata de un grupo de eruditos profesionales pudiera entenderlos? Dios sí habla en términos primitivos porque se está dirigiendo a primitivos. Al mismo tiempo, hay bastante profundidad en la Escritura como para tener a los sabios más astutos y eruditos solícitamente ocupados en sus averiguaciones por el resto de sus vidas.

Si la palabra primitivo es la apropiada para describir el contenido de la Escritura, obsceno lo es aun más. Todas las obscenidades del pecado están registradas con lenguaje claro y directo en la Escritura. ¿Y qué hay más obsceno que la cruz? He aquí la obscenidad a escala cósmica. Sobre la cruz carga Cristo sobre sí los pecados más terribles de los hombres para poder redimir a esa humanidad inmerecedora.

Si usted ha sido uno de esos que se ha apegado a los mitos del aburrimiento o la dificultad, probablemente se deba a que usted le ha atribuido a la totalidad de la Escritura lo que ha encontrado en algunas de sus partes. Puede ser que algunos de los pasajes hayan sido particularmente difíciles y obscuros. Otros pasajes le podrán haber dejado con fundido y desconcertado. Tal vez esos debieran dejárseles a los eruditos para que los desenmarañen. Si usted encuentra difíciles y complicadas algunas porciones de la Escritura, ¿debe deducir que la totalidad de la Escritura es aburrida e insípida?

El cristianismo bíblico no es una religión esotérica. Su contenido no se oculta tras símbolos vagos que requieran de algún tipo de “ingenio” especial para captarse. No se requiere ninguna especial proeza intelectual ni algún don espiritual para entender el mensaje básico de la Escritura. En las religiones orientales, tal vez, el ingenio se limita a algún “gurú” remoto que habita en una choza en las alturas de las montañas. Puede ser que ese “guru” haya quedado pasmado por los dioses con algún misterio profundo del universo. Usted viaja para indagar y él le dice en un susurro leve que el significado de la vida es el “dar palmas con una sola mano”. Eso es esotérico. Es tan esotérico que ni aun el “gurú” lo entiende. No lo puede entender porque es absurdo. Lo absurdo muchas veces suena profundo porque no somos capaces de entenderlo. Cuando oímos cosas que no entendemos, a veces pensamos que sencillamente son demasiado profundas para captarse cuando de hecho son meras afirmaciones ininteligibles como “dar palmas con una sola mano”. La Biblia no habla así. La Biblia habla de Dios con patrones de lenguaje significativos. Algunos de esos patrones podrán ser más difíciles que otros, pero no llevan la intención de ser frases disparatadas que sólo un “gurú” pueda entender.

El problema de la motivación

Es importante observar que el tema de este libro no es cómo leer la Biblia sino cómo estudiar la Biblia. Hay mucha diferencia entre leer y estudiar. Leer es algo que puede hacerse pausadamente, estrictamente como pasatiempo, en una forma casual y desenvuelta. Pero el estudio sugiere labor, trabajo serio y diligente.

Por tanto, he aquí el verdadero problema de nuestra negligencia. Fallamos en nuestro deber de estudiar la Palabra de Dios, no tanto porque sea simple y aburrida sino porque es trabajo. Nuestro problema no es de falta de inteligencia o de pasión; nuestro problema es que somos perezosos.
Karl Barth, el famoso teólogo suizo, escribió en una ocasión que todo el pecado encuentra sus raíces en tres problemas humanos básicos. En su lista de pecados rudimentarios incluyó los pecados del orgullo (hubris), la falta de honestidad, y la pereza. Ninguna de estas maldades básicas queda erradicada instantáneamente por medio de la regeneración espiritual. Como cristianos debemos luchar contra estos problemas por medio de un completo peregrinaje. Ninguno de nosotros es inmune. Si vamos a tratar con la disciplina del estudio de la Biblia, debemos reconocer desde el principio que vamos a necesitar de la gracia de Dios para perseverar.

El problema de la pereza ha estado con nosotros desde la maldición de la caída. Ahora nuestro trabajo está mezclado con sudor. Crecen con más facilidad las malas hierbas que el pasto. Es más fácil leer el periódico que estudiar la Biblia. La maldición del trabajo no desaparece mágicamente por el hecho de que nuestra tarea sea la de estudiar la Escritura.

Frecuentemente doy charlas a grupos sobre el tema del estudio de la Biblia. Suelo preguntar al grupo cuántos de ellos han sido cristianos por un año o más. Después les pregunto cuántos de ellos han leído la Biblia de cubierta a cubierta. En cada ocasión, la abrumadora mayoría contesta negativamente. Me atrevería a decir que de aquellos que han sido cristianos por un año o más, cuando menos el ochenta por ciento nunca ha leído la Biblia entera. ¿Cómo es posible? Solamente una apelación a la caída radical de la raza humana podría empezar a contestar a esa pregunta.
Si usted ha leído toda la Biblia, usted forma parte de una minoría de cristianos. Si ha estudiado la Biblia, se encuentra usted en una minoría aún más reducida. ¿No es sorprendente que casi todas las personas estén listas para dar su opinión en cuanto a la Biblia, y sin embargo tan pocos la hayan estudiado? A veces parece que las únicas personas que dedican tiempo al estudio de la Biblia son aquellas con las hachas más afiladas para hacerla pedazos. Muchas personas la estudian con el fin de encontrar posibles escapatorias para poder esquivar el peso de su autoridad.

La ignorancia en cuanto a la Biblia de ninguna manera se limita a los laicos. Yo me he sentado en mesas de examen de algunas iglesias con la responsabilidad de preparar y examinar a seminaristas estudiando para su ministerio pastoral. El grado de ignorancia bíblica demostrado por muchos de estos estudiantes causa consternación. Los planes de estudio de los seminarios no han hecho gran cosa por aliviar el problema. Muchas iglesias ordenan hombres cada año que son virtualmente ignorantes acerca del contenido de la Escritura.

Quedé espantado cuando presenté un examen de conocimientos bíblicos para ser admitido al seminario teológico del cual me gradué. Cuando acabé el examen, me sentía avergonzado de entregar mi hoja. Había tomado varios cursos en la universidad que pensé me prepararían para este examen, pero a la hora de la verdad no estaba listo. Dejé pregunta tras pregunta en blanco y estaba seguro de que me habían suspendido. Cuando las calificaciones fueron anunciadas, descubrí que había obtenido una de las más altas puntuaciones en un grupo de setenta y cinco alumnos. Aun con las calificaciones en escala, había muchos alumnos que obtuvieron menos de diez puntos de una calificación máxima de cien. Mi puntuación fue muy baja, pero aun así, era una de las mejores dentro de las malas. La ignorancia acerca de la Biblia entre laicos se ha generalizado tanto que con frecuencia encontramos a pastores molestos y enojados cuando sus feligreses les piden que les enseñen algo de la Biblia.

En muchos casos el pastor vive en un temor mortal de que su ignorancia se vea expuesta por el hecho de ser presionado hacia una situación en la que se espere de él que dé un estudio bíblico.


Los fundamentos bíblicos para el estudio de la Biblia
La Biblia misma tiene mucho que decir en cuanto a la importancia de estudiar la Biblia. Examinemos dos pasajes, uno de cada testamento, con el fin de avistar brevemente estos mandatos.
Antiguo Testamento. Sus palabras se usaban para convocar a la congregación a adorar. Leemos: “Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ uno es. Y amarás a JEHOVÁ tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas”. (vv. 4–5) Casi todos nosotros conocemos estas palabras. Pero ¿qué viene inmediatamente después de ellas? Siga leyendo:

  Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las exhibirás en los postes de tu casa y en tus puertas. (vv. 6–9)

Aquí, Dios soberanamente ordena que su Palabra sea enseñada tan diligentemente que penetre al corazón. El contenido de esa Palabra no deberá ser mencionado en forma casual y ocasional. La orden del día, de cada día, es la exposición repetida. La orden de atarla a la mano, la frente, los postes y la puerta, deja claro que Dios está diciendo que la labor debe llevarse a cabo por cualquier método que se requiera.

En el Nuevo Testamento, leemos acerca de la amonestación de Pablo a Timoteo:

  Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Tm. 3:14–17)

Esta exhortación es tan básica para que comprendamos la importancia del estudio bíblico que nos ordena un cuidadoso escudriñamiento.

Persiste en lo que has aprendido. Esta parte de la amonestación pone énfasis en la continuidad. Nuestro estudio de la Escritura no deberá ser asunto de una-vez-por-todas. No hay lugar para aquello de un recorrido general a la ligera. Es necesaria la perseverancia para llegar a un fundamento sólido en el estudio bíblico.

Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación. Pablo se refiere a la capacidad de las Escrituras para dar sabiduría. Cuando la Biblia habla de “sabiduría” se refiere a una clase especial de sabiduría. El término no se emplea para connotar la habilidad de ser avezado en las cosas del mundo, o de poseer el ingenio necesario para escribir un almanaque popular de anécdotas. En términos bíblicos, la sabiduría está relacionada con la cuestión práctica de aprender a vivir una vida agradable a Dios. Una mirada superficial a la literatura sapiencial del Antiguo Testamento permitirá observar que existe un énfasis abundantemente claro. Los Proverbios, por ejemplo, nos dicen que la sabiduría comienza con el “temor de Dios” (Pr. 1:7; 9:10). Ese temor no es un temor servil sino una actitud de respeto y reverencia, la cual es necesaria para una auténtica santidad. El Antiguo Testamento distingue entre la sabiduría y el conocimiento. Se nos manda que busquemos el conocimiento pero sobre todo que obtengamos sabiduría. Los conocimientos son necesarios si se va a adquirir sabiduría, pero no son lo mismo que la sabiduría. Se pueden tener conocimientos sin tener sabiduría, pero no puede tenerse sabiduría si no se tienen conocimientos. Una persona sin conocimientos es ignorante. Una persona sin sabiduría es considerada necia. En términos bíblicos, la necedad es un asunto moral y recibe el juicio de Dios. La sabiduría en su sentido más elevado es estar al tanto respecto a la salvación. Por tanto, la sabiduría es un asunto teológico. Pablo está diciendo que por medio de las Escrituras podemos obtener esa clase de sabiduría que concierne a nuestra máxima realización como seres humanos.

Sabiendo de quién has aprendido. ¿Quién es este “quién” al cual Pablo se refiere? ¿Se refiere a la abuela de Timoteo?, ¿o a Pablo mismo? Estas dos posibilidades son dudosas. El “quién” se refiere a la máxima fuente de los conocimientos que Timoteo ha adquirido, es decir, Dios. Esto se ve con mayor claridad en la frase: “Toda Escritura es inspirada por Dios”.

Escritura inspirada por Dios. Este pasaje ha sido el punto de enfoque de volúmenes de literatura teológica que describen y analizan teorías de inspiración bíblica. La palabra crucial en el pasaje es el término griego theopneust, que suele ser traducido a la frase “inspirado por Dios”. El término más exacto es “respirado por Dios”, el cual se refiere no tanto al acto de Dios “inspirando” como “espirando”. En ese caso veríamos el significado del pasaje, no para proveernos de una teoría de la inspiración -una teoría de cómo Dios transmitió su Palabra a través de autores humanos- sino más bien, una manifestación del origen o la fuente de la Escritura. Lo que Pablo le dice a Timoteo es que la Biblia viene de Dios. Él es su máximo autor. Es su Palabra; viene de Él; lleva el sello de todo lo que Él es. Por tanto, el mandato que se ha de recordar es “de quién has aprendido [estas cosas]”.

La Escritura es útil para enseñar. Una de las prioridades más importantes que Pablo menciona es la forma destacada en que la Biblia nos es útil. La primera, y ciertamente la más útil, es la de la enseñanza o instrucción. Podremos tomar la Biblia y sentirnos “inspirados” o conmovidos o experimentar otras emociones intensas. Pero nuestro mayor provecho está en ser instruidos. Añádase que nuestra instrucción no está en cómo construir una casa o cómo multiplicar o dividir o en cómo emplear la ciencia de ecuaciones diferenciales, sino que somos instruidos en las cosas de Dios. Esta instrucción se denomina “útil” porque Dios mismo le da un valor incalculable. A la instrucción se le asigna valor y significado.

Un sinnúmero de veces he oído a cristianos decir: “¿Por qué necesito estudiar doctrina o teología cuando solamente necesito conocer a Jesús?” Mi respuesta inmediata es esta: “¿Quién es Jesús?” Tan pronto como empezamos a contestar esta pregunta nos estamos adentrando en la doctrina y la teología. Ningún cristiano puede evitar la teología. Todo cristiano es teólogo. Quizás no un teólogo en el sentido técnico o profesional, pero es un teólogo. La cuestión para los cristianos no es si somos buenos o malos teólogos. Un buen teólogo es aquel que es instruido por Dios.

Escritura útil para redargüir, corregir, y para instruir en justicia. En estas palabras Pablo articula el valor práctico del estudio de la Biblia. Como criaturas caídas pecamos, erramos, y estamos inherentemente en mala posición con respecto a la justicia. Cuando pecamos, necesitamos ser reprobados. Cuando erramos, necesitamos ser corregidos. Cuando nos hallamos en mal estado, necesitamos ser instruidos. La función de las Escrituras es la de reprobador principal, nuestro sumo corrector, y nuestro máximo instructor. Las librerías de este mundo están llenas de libros de métodos de instrucción para adquirir excelencia en deportes, para bajar de peso y estar en buen estado físico, y para alcanzar habilidad en otras áreas. Las bibliotecas poseen pilas de libros escritos para enseñarnos administración financiera y los matices de planes sabios de inversión. Podemos encontrar muchos libros que nos enseñan a convertir nuestras pérdidas en ganancias, nuestras deudas en posesiones. ¿Pero dónde están los libros que nos instruyen en justicia? La pregunta aún sigue siendo: “¿De qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?”

A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. El cristiano que no esté diligentemente dedicado aun estudio serio de la Escritura simplemente es deficiente como discípulo de Cristo. Para ser un cristiano adecuado y competente en las cosas de Dios debe uno hacer más que asistir a las “sesiones de participación” y las “fiestas de bendición”. No podemos obtener esa capacidad por ósmosis. El cristiano bíblicamente iletrado no sólo es deficiente sino que tampoco está preparado. En verdad, es inadecuado porque no está equipado. Lee Treviño podrá dar exhibiciones de su prodigiosa habilidad para pegarle a las pelotas de golf con botellas de refresco envueltas en cinta adhesiva. Pero él no usa una botella de refresco para tomar parte en un campeonato.

sábado, 29 de octubre de 2011

Sermones: El Estudio de Las Escrituras



TEMA:      El Estudio de las Escrituras
TEXTO:    2 Timoneo 2:15
Introducción:         La Santa Biblia (Biblia: griego=libros) está distinta de cualquier otro libro escrito porque todos de sus 66 Libros son inspirados por Dios el Espíritu Santo.  La Biblia es una revelación de Dios el Creador al hom­bre.  Él tuvo que revelar a Sí mismo a nosotros porque no hay otra manera en que el hombre puede conocer a Dios.
      El Libro contiene la historia de la ruina completa del hombre en pecado... la rebelión contra la voluntad perfec­ta de Dios... y acerca del plan perfecto de Dios a redimir al hombre perdido de su condición caída por medio de la obra final de Jesucristo, Dios el Hijo, en la cruz.
      El Libro es único, en que es una revelación completa que consiste de 66 revelaciones distintas, pero todo en armonía, escritos por unos cuarenta autores humanos, todos guiados por Dios el Espíritu Santo, y durante un período de más de mil quinientos años.
      El Libro, aunque sus contenidos son muy profundos, es tan sencillo que hasta un niño puede leerlo, todavía tan complejo que el hombre más sabio no puede com­prenderlo.
      Vez tras vez los hombres impíos han tratado de des­truirlo, pero todavía está en existencia y es el Libro con más venta de todos los libros del mundo año tras año.  La Santa Biblia es la Palabra de Dios infalible, inalte­rable, sin errores e inspirada por el Dios Trino y Uno.
I. ¿Qué es la Biblia?
1.   Su Autor, 2 Timoteo 3:16.
2.   ¿Cómo fue escrito? 2 Pedro 1:21.
3. ¿Puede cambiar? Salmo 119:89; Mateo 24:35.
II. ¿Cuánto tiempo durará las Escrituras? 1 Ped. 1:25.
III. ¿Cuál es el propósito de las Escrituras?
1.     Para enseñar que Jesús es el Mesías prometido, Juan 20:31.
2.     Para que el creyente tenga esperanza, Rom. 15:4.
3.     Para nuestra instrucción, 1 Corintios 10:11.
4.     Para que sepáis que tenéis vida eterna, 1 Jn 5:13.
5.     Para que el creyente pueda crecer en relación de su salvación, 1 Pedro 2:2.
6.     Para que no tengamos vergüenza de las Buenas Noti­cias, Romanos 1:16.
IV. ¿Por qué debemos estudiar las Escrituras? 2 Timoteo 3:16; 17.  Son útiles:
1.     Para la enseñanza.  Las Escrituras proveen un cuerpo completo de la verdad Divina necesaria para vida y para una vida pía, Sal. 119:97-105.
2.     Para la reprensión.  Reproche para el comportamiento malo o creencia mala.  Las Escrituras revelan el pecado, Hebreos 4:12, 13 y por medio de confesión y arrepenti­miento tales pecados pueden ser eliminados.
3.     Para la corrección.  La restauración de algo a su con­dición propia, Juan 15:1, 2.
4.     Para la instrucción en justicia.  Las Escrituras proveen una enseñanza positiva en el comportamiento pío, 1 Ti­moteo 4:6.
5.     Para que el hombre de Dios sea completo, capaz, apto, maduro, Colosenses 2:10.
6.     Para que el hombre de Dios sea capacitado para toda buena obra, Efesios 4:11-13.
V. David, en Salmo 119, pagó tributo al Libro completo.  Este capítulo muestra el significado que David puso en los primeros cinco Libros del A. T.
VI. Cada creyente debe leer y estudiar las Escrituras diariamente, comenzando con el Libro de Juan, luego 1 de Juan, entonces Los Hechos, Romanos y seguir hasta el N.T.  Leyendo los textos, mirando y anotando:
1.     Que pecados en su vida Ud. tiene que abandonar.
2.     Que promesas exigir.
3.     Que mandatos obedecer.
4.     Que obstáculos evitar.
VII. Estudiando el Libro quince minutos cada día le re­vela tantas cosas.  En un año Ud. puede terminar con la lectura del N.T.  Siempre pida al Espíritu Santo, que le guíe en su estudio, Juan 14:26.  Use un lápiz de color rojo para subrayar los textos que tienen una significación especial en su vida.
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