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jueves, 3 de septiembre de 2015

No me avergüenzo del Evangelio... es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree...El justo por la fe vivirá

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestros sermones 
ROMANOS 1:16–18

  LA VIBRANTE EXPRESIÓN DE LA PROCLAMA 
(Romanos 1:16–18)

16  Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. 
17   Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. 
18   Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.



¡El evangelio! Este es el gran tema que hace vibrar el corazón de Pablo. Lo presenta desde su corazón, hacia el corazón de sus lectores, ya preparado por sus oraciones y por lo que les ha anticipado (vv. 1–15). Pablo acaba de decir: “en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (v. 15). Ha tomado una decisión irrenunciable. 

Después de considerar todos los factores que hasta el momento le han impedido hacer su deseado viaje a Roma, y a pesar de todo eso, afirma su disposición y decisión: “pronto estoy”. Y relaciona ese pensamiento con una razón, con un “porque” con que inicia el v. 16. Está pronto para ir a Roma porque no se avergüenza del evangelio.

La estridente declaración de los vv. 16–18 es la más grandiosa que se haya oído jamás en el universo creado. Trastocó una vez las estructuras del imperio romano, volvió a conmocionar al mundo con la Reforma del siglo XVI, y sigue siendo todavía el poder de Dios, capaz de salvar y transformar personas, iglesias, países y continentes. 

En este evangelio se revela, se manifiesta y actúa la justicia de Dios. Es la única justicia verdadera e inapelable, la que condena a todos, por cuanto todos pecaron. A la vez es la única que puede justificar a los que primero ha condenado, bajo la sola condición de que esa justificación se obtiene por medio de la fe en Jesucristo, y sólo por medio de la fe en El.

    1.      La actitud de Pablo hacia el evangelio: ¿vergüenza u orgullo?

“No me avergüenzo del evangelio”

      a)      Negativo
Veamos primero esta expresión en sentido negativo, tal como está expresada. ¿Qué es la vergüenza, sino un sentimiento paralizante de la acción? Todos podemos recordar alguna situación de la niñez en que la vergüenza nos dejó tiesos, mudos y cabizbajos, mientras cumplíamos el rol de involuntarios actores principales.

Pablo pondera la situación que tiene que afrontar. Se ha convertido en el principal actor, por la elección que Dios ha hecho de él, para la presentación y difusión del evangelio. Todas las miradas, unas llenas de receptividad y las demás de odio o de indiferencia, están puestas sobre él. 

Pablo sabe que la predicación del evangelio lo identifica con un Jesús: 
  • rechazado por la religión judía, 
  • Negado por la cultura griega, y 
  • Crucificado bajo la ley romana (Jn. 19:19, 20).


Ante un rechazo general tan reciente del crucificado, ¿sería fácil pasar de la timidez natural a la osadía sobrenatural que se requería para no sentirse avergonzado de anunciar el evangelio? La respuesta se encuentra en el mismo evangelio que predica.

No se avergüenza del evangelio porque conoce bien, por la revelación que Dios le ha hecho, qué es el evangelio. Frente a ese conocimiento, toda duda, temor y vacilación, se desvanecen como las sombras de la noche ante la salida del sol, para dar paso a una intrepidez a toda prueba. Y exclamará aquellas palabras inmortales que han sido de inspiración para legiones de predicadores y lo siguen siendo para nosotros: ¿vergüenza? “No me avergüenzo del evangelio” y “ay de mí si no anunciare el evangelio” (1 Co. 9:16) (siendo el evangelio lo que él sabe que es).

Decir “no me avergüenzo del evangelio” no es como silbar en la oscuridad en una situación de confrontación probable. Este no me avergüenzo es más bien lo que podríamos llamar una declaración en situación real. Y es hasta cierto punto una vivencia jactanciosa de parte de Pablo (“me glorío y aún me gloriaré.” Fil. 1:18). 

Es como mirar la multitud de discípulos que ceden terreno a las intimidaciones del enemigo mientras que él avanza de manera resuelta para ponerse del lado de su Señor. “Yo no me avergüenzo, no puedo avergonzarme del poder (gr. DYNAMIS, de donde deriva el vocablo ‘dinamita’) que Dios ha puesto en acción para salvar a cualquiera que cree”. 

Los valores desvalorizados de este mundo pueden hacer pensar que identificarse con un Cristo rechazado es un acto de debilidad, y que identificarse con un evangelio que es “locura para los que se pierden”, es un acto de pobreza intelectual. 

Para ellos, el evangelio insiste en cosas tan poco atractivas al hombre como dos toscos travesaños de madera manchados por la sangre de un crucificado. Cuando hay una multitud que se burla y niega, es difícil dar un paso al frente y decir “es mi Cristo”, “es mi evangelio”. 

Un resuelto Pedro no pudo hacerlo (antes de Pentecostés) y le negó tres veces. Pablo tiene su lección aprendida en carne y sangre. Y entonces afirma, con mayor certidumbre aun que cuando un maestro dice a sus alumnos:
 2+2=4. 
“Evangelio = poder de Dios …”

Aplicación
¿Y no será, estimado consiervo, que nuestra falta de valentía por el evangelio tiene su raíz en nuestra falta de un mayor conocimiento intelectual, espiritual y experimental de lo que es el evangelio?

Por más que creamos conocer el evangelio que predicamos, nunca alcanzaremos a agotar la posibilidad de ese conocimiento pues, como ya vimos, el evangelio se origina en Dios mismo, y siendo así, conocer el evangelio implica vivir el evangelio y conocer el mismo corazón de Dios.

Confesamos con vergüenza nuestra vergüenza muchas veces disimulada de identificarnos en forma abierta con el evangelio y de predicarlo siendo que se trata de algo apenas conocido.

“No me avergüenzo del evangelio”

      b)      Positivo
Ahora miremos esta expresión en sentido positivo. Equivale a decir: “Estoy orgulloso del evangelio”. Es como expresar: “Tengo absoluta confianza en el evangelio”, o bien, “no hay nada en el mundo que se pueda comparar con el evangelio”. 

Pablo tiene tal confianza en el evangelio que puede predicarlo, aun ante los que se oponen, y hacerlo de una manera osada, abierta, sin abrigar el menor temor de que en algún momento pueda tener que arrepentirse de haberlo recomendado. Sería un imposible.

    2.      Qué es el evangelio.

      a)  “El evangelio es el poder de Dios”
La desgracia mayor del hombre es haber caído, a poco de ser creado por Dios, bajo el poder destructor del enemigo Satanás.

Ilustración: 
El evangelio podría representar una poderosa grúa espiritual capaz de levantar al hombre de su posición caída y colocarlo por encima de sí mismo, de sus circunstancias deprimentes y aplastantes, situándolo en los brazos a la vez tiernos y fuertes de un Salvador amante que es Cristo el Señor. 

Y al mismo tiempo, hacer eso habiéndolo transformado mediante el poder de Dios, manifestado en la obra redentora de Jesucristo, de un estado de pecado y ruina a un estado de santidad y gloria.

Pablo probó en carne propia el poder del evangelio cuando yendo camino a Damasco, se convirtió de perseguidor en discípulo (Hch. 9). No podía avergonzarse de un evangelio tan poderoso, que lo había conmocionado de tal manera en ese encuentro personal con Cristo, el ungido Señor, ante cuya autoridad y poder capituló diciendo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” 

El uso enfático del pronombre “yo”, que podría ser obviado en la expresión de nuestro idioma, no hace sino remarcar de una manera clara y relevante, la distancia que Pablo vio entre el hombre de la tierra y el Cristo de la gloria a quien él en su ignorancia e incredulidad había creído ser su deber combatir (Hch. 9:6).

Tú allá y yo acá. 
Tú santo y yo pecador. 
Tú exaltado y yo humillado. 
Tú vencedor y yo vencido. 

¿Qué quieres, Señor? 
                ¿Cuáles son las condiciones de mi rendición incondicional? 
La respuesta de Cristo se sintetiza: “para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto …” (Hch. 26:16; ver también vv. 17–18) es decir, del evangelio. Aquella visión transformadora de Cristo había revelado el poder del evangelio para hacer de Saulo un hombre totalmente nuevo, diferente, valiente y decidido, y había producido en él una verdadera identificación entre su Señor y su evangelio.

Aplicación: “Poder de Dios.” Uno de los más preocupantes problemas de la Rusia post comunista ha sido: ¿quién tiene el poder (nuclear)? Y nosotros podemos preguntarnos con asombro: ¿Quién tiene el poder de salvación? No hay otra respuesta que decir que lo tiene Dios, y que lo ha depositado en ‘su evangelio’. Cualquier redimido que anuncia el evangelio de Dios (y no un evangelio diferente al de Dios) se convierte en un bienaventurado comunicador y transmisor del poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. En un mundo donde el poder se utiliza en su mayor proporción para destruir, sabemos que somos poseedores de un precioso depósito de verdad que debe ser anunciada, de un evangelio que es de Dios, y que es poder de Dios para salvar, para librar de la destrucción presente y eterna a todo aquel que cree.

¿Podemos avergonzarnos? De ninguna manera. ¿Tenemos que andar escondiendo este poder de los que se burlan o se oponen? Tampoco. Antes, podemos sentirnos santamente orgullosos, satisfechos, confiados, urgidos a llevar este evangelio por todas partes, “porque [el evangelio] es poder de Dios para salvar”.

      b)      “Poder … para salvar” (ver 1 Co. 1:24.)
El evangelio es el poder de Dios en plena acción salvadora en favor de las personas que al oírlo lo aceptan.

¿Oyen nuestras congregaciones “el evangelio de Dios”? ¿O están oyendo otra clase de apelaciones que los llevan a tomar otro tipo de decisiones que no conducen a su salvación eterna y presente?

Es grande, sin duda enorme, la responsabilidad que tenemos como siervos del Señor, de tener entre manos un poder tan grande y no emplearlo en forma correcta. Parafraseando He. 2:3 podríamos decir: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos un poder de salvación eterna tan grande?” Eso es lo que ha pasado por la mente y consideración de Pablo cuando exclama: “Ay de mí si no anunciare el evangelio”. ¡Ay de mí si enseño doctrina de hombres o pongo la atención de la congregación en otras cosas por más buenas que sean que no llevan la poderosa verdad del evangelio al corazón mismo de los oyentes!

¡Qué herramienta de poder ha puesto Dios en las manos de sus obreros que anhelamos servirle! ¡Qué mensaje tan dinámico, en el sentido de “dinamita”, que echa por tierra las estructuras del pensamiento y del accionar humano e implanta los pensamientos y el accionar del Dios Salvador, Jesucristo, nuestro Señor!

La palabra salvación, se refiere a la liberación del poder del pecado; es una salvación que tiene un alcance mucho mayor que la salvación del peligro físico tan común en el A.T. Pablo era consciente de que antes había utilizado el poder de los hombres para destruir a los seguidores de Cristo. Nada ni nadie podría impedirle ahora que utilizara el “poder para salvar” que Dios le había encomendado con el evangelio.

En nuestra incapacidad tendemos a identificarnos con los poderes para salvar (?) que utilizan los hombres, que son ‘poderes sin poder’, ‘sal sin sabor’. Como hijos de Dios tenemos que ponernos en forma decidida del lado de Pablo, del lado de Cristo, del lado de un evangelio que salva al hombre de la ruina del pecado, y lo salvará del desastre de sus consecuencias. La única solución a todos los problemas presentes y futuros que pueda tener el hombre, pasa por su total rendición a la autoridad de Cristo, y por la operación del poder que hay en su evangelio.

Aplicación: 
¿Lo creemos así? ¿O pensamos que la solución del hombre es Cristo y algo más, o es el evangelio y algo más? ¿Cuándo entenderemos como iglesia de Jesucristo el “sin Cristo nada” de la iniciación cristiana definido en Jn. 15:5, que nos lleva enseguida al “con Cristo todo” de la madurez cristiana presentado por Pablo en Fil. 4:13?

Las mismas cosas, los mismos métodos, los mismos argumentos valen si proceden del poder del evangelio de Cristo, pero llegan a ser inoperantes si proceden de nosotros. Un vaso de agua dado en nuestro nombre, tiene el valor del momento por el cual calma la sed. Pero el mismo vaso de agua dado en el nombre de Cristo tiene valor de eternidad. Es algo así como la distinción entre activismo carnal y actividad espiritual.

Pablo podía ser confundido con un activista, pero su accionar nacía en el poder del evangelio. ¡Qué diferencia! ¡Qué cambios veríamos si abandonáramos del todo el activismo humano y nos entregáramos del todo a la actividad del Espíritu Santo; si como individuos y como cuerpo actuáramos bajo su consciente control!

“Poder para cambiar toda una vida y darle más”, dice una canción que describe la necesidad de nuestro compromiso de predicar el evangelio de Cristo. Poder para transformar al hombre y la sociedad, al hombre y al mundo.

“Judío y … griego.” Religión y cultura. Poder para salvar una religión que necesita ser salvada. Poder para salvar una cultura que ha sido definida por algunos como poscristiana. Primero la “religión”. Si la iglesia de Cristo no vive delante de los hombres como una comunidad donde rige el reino de Dios y su justicia (Mt. 6:33), no estará a la altura del poder salvador del evangelio. Luego la “cultura”. Mal que les pese a los que exaltan la cultura por la cultura misma y propician conservar aun las formas más primitivas y a veces aberrantes que condicionan al hombre sin Cristo, la cultura debe ser salvada, cambiada, transformada por el poder liberador del evangelio.

Religión y cultura van de la mano porque son inherentes a la vida del hombre. Pero el evangelio es la “contrarreligión cristiana”, así como vivir el evangelio ha sido definido como la “contracultura cristiana”.

    3.      El alcance del evangelio.

“A todo aquel que cree.”
La universalidad del mensaje y de su poder (como la fe de antaño), “fue buena para Pablo y es buena para mí”. Pablo no desperdició sus diálogos con los hombres; hizo con sus palabras lo mismo que hacía en sus viajes: “desde … y hasta … todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (15:19). “Desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone” (Is. 45:6). ¡Qué cobertura total!

Aplicación: Resultan apropiadas ciertas antiguas reflexiones que dicen: “¿Por qué los que debieran hablar callan, cuando los que recién empiezan a leer escriben?” Yesta otra: “La mentira ha recorrido medio mundo, cuando la verdad recién empieza a calzarse para perseguirla”.

Con Pablo no era así. Sabía quién era Cristo y conocía qué implicaciones y alcances tenía el evangelio. Para él era la verdad que debía ser proclamada en toda circunstancia, en todo lugar y a toda criatura. Era la luz que debía iluminar no debajo de una mesa donde perdería efecto, sino por encima de todo, donde lo aclarara todo. El evangelio es de carácter único y universal: al judío primeramente (el que practicaba la religión conocida) y también al griego (el que seguía la cultura dominante).

    4.      El evangelio y la justicia de Dios (v. 17)

El evangelio explica, demuestra y revela de qué manera justifica Dios al hombre, es decir, de qué forma lo pone en una relación correcta con El. ¿Cómo resuelve la justicia de Dios el problema del pecado y su merecida condena?

En el evangelio tenemos la justicia de Dios en acción. Es una justicia que en lugar de perseguir al pecador para condenarlo, está empeñada en perseguirlo para salvarlo, tal como se expresa del Señor Jesús mismo en Jn. 3:17, 18. Es una justicia que no se detiene hasta que el Juez puede declarar al culpable no culpable, y lo pone sentado en el lado derecho, como hacían los jueces antiguos con los que eran declarados inocentes. Si observamos en otros pasajes de la Biblia, el lado derecho es el de los justos (las ovejas a la derecha; ver Mt. 25:33, 37). Jesús se sentó a la derecha del trono de Dios, el lugar de la justicia (He. 12:2). El propósito de Dios es sentarnos (ya justificados) juntamente con Cristo (Ef. 2:6).

El evangelio es el despliegue, la revelación de la justicia de Dios. Tal es el contenido del evangelio que Pablo desarrollará en la extensión de su carta y sobre el cual debemos preguntarnos: ¿apunta mi predicación básicamente a la revelación de la justicia de Dios o a las necesidades presentes del hombre? El punto puede parecer intrascendente, pero hace a la esencia misma del evangelio. Según que la justicia de Dios, los derechos de Dios, constituyan el centro del mensaje, o que el centro sea la necesidad del hombre y los derechos del hombre, estaremos o no acertando con el propósito de Dios referente al evangelio.

a) La importancia de la fe.
La justicia de Dios, con todo lo que veremos que ella implica, se descubre (revela) por fe y para fe. La justicia de Dios revelada en el evangelio es la justicia que el justo (el justificado) alcanza por medio de la fe y no de otra manera, ya que esa justicia por la fe es la vida misma de todo aquel que cree.

Ilustración: 
Cuando tomamos una fotografía, por lo general hay una persona o un objeto o una escena que es el centro de atención. El foco de la cámara va dirigido a eso. Lo demás entra en la foto porque es lo que acompaña, es el entorno.

Si tomamos el v. 17 como si fuera una fotografía, tenemos que concluir (o destacar) que el foco de lo que dice está centrado en la fe. No podemos negar la importancia que tiene el justo—declarado así por la justicia de Dios—ni tampoco la realidad de que ese “justo” o “justificado” tiene nada menos que la vida. Sin embargo, ese justo no sería justo y esa vida no sería vida si no hubiera intervenido la instrumentalidad de la fe. Si sacamos la fe del centro, al instante advertimos que ni existe alguien que pueda ser declarado justo, ni existe la posibilidad de que ese alguien pueda tener vida para con Dios.

La fe, entonces, es el foco de la declaración. La fe es el camino—el único y excluyente camino—para llegar a la justificación ante Dios y, en consecuencia, para llegar a la participación de la vida de Dios.

Y aun al hablar de la fe como la forma, como el instrumento, como el camino o como el medio que Dios ha establecido para que el hombre sea justificado y viva para Dios, debemos tener cuidado de una cosa. La fe es todo eso, pero a la vez nada más que eso: forma, instrumento, camino, medio. Esto significa que la fe no es un “algo meritorio”. El justo vivirá por la fe (Hab. 2:4). Pero no hay ningún mérito atribuido a la fe ni tampoco a la persona que ejercita la fe. Como el mismo Pablo lo aclara “No [es] por obras, para que nadie se gloríe”. Es “por la fe” pero esto no como algo que pertenece a la persona, pues la fe “es [un] don de Dios” (Ef. 2:8 y 9).

También notamos que la justicia de Dios es “por fe y para fe”. Esto equivale a decir, como algunos han traducido: es “por fe desde el principio hasta el fin”. Empieza por la fe, sigue por la fe y termina siendo consumada por la fe.

Ilustración
La fe es la llave que abre la puerta de entrada. Una vez adentro, veremos cuál es la base, el fundamento, los beneficios de la justificación, y también sus responsabilidades. Por fe y para fe es “fe de punta a punta”. 

Esta expresión que tomamos para ilustrar, describe a alguien que ganó una competencia, por ejemplo, una carrera pedestre, y que no tuvo ningún rival que lo sobrepasara ni siquiera durante un tramo de la carrera. “Por fe y para fe” quiere decir justamente eso. Es por la fe y nada más que por la fe, es decir por la “sola fe”, con exclusión de todo otro competidor, con exclusión de obras, de méritos personales, de dinero, de religiones, de filosofías o pensamientos humanos. Todo queda excluido.

b) El disfrute de la vida justificada. 
“Vivirá”. No es la extensión de la vida lo que tiene la mayor importancia acá, sino la calidad de la vida. La vida que viene de Dios y de la cual Jesucristo dijo: “Yo les doy vida eterna” (calidad—no extensión—) y además, “no perecerán jamás” (aquí sí puede ser extensión). Es la vida que tiene su origen, su permanencia y su proyección en Dios.

El justo es entonces alguien que no era justo (porque no hay ni siquiera uno que lo sea), pero que ha sido colocado por Dios mismo en una correcta relación con El, es decir, ha sido justificado por Dios.

    5.      El Evangelio y la ira de Dios (v. 18)

El evangelio incluye por su naturaleza y esencia una solemne declaración de que “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”.

Por más que quisiéramos terminar la consideración sobre el evangelio en el v. 17, con la gloria que significa la vida de fe, no podemos eludir a conciencia la declaración del v. 18 en cuanto a la revelación de la ira de Dios. El evangelio es mensaje de salvación para el que cree, porque de lo contrario ya es mensaje de condenación para el que no cree. El evangelio es lo que es (buena noticia, noticia segura y de valor eterno) en razón de que hay una sentencia condenatoria que pesa sobre el pecado y que pone en acción la justa ira de Dios.

Aplicación: 
¿Nos afectan o no las definiciones enunciadas en cuanto al evangelio? Si comparamos nuestra predicación, ¿qué puntos nos veríamos obligados a suprimir por no formar parte del evangelio de Dios? ¿O qué puntos nos veríamos obligados a incluir porque están excluidos, en forma implícita o explícita, de nuestra predicación? 

¿Es el evangelio de Romanos diferente de nuestro evangelio? ¿O es más correcto decir que nuestro evangelio es diferente del de Romanos? Y si vemos que hay diferencias, ¿con cuál de los dos nos tenemos que quedar? 

¿Cuál de los dos producirá los resultados de salvación presente y eterna para los cuales el evangelio nos ha sido dado? ¿Tendremos la valentía de presentarnos delante de Dios con el evangelio que predicamos, y pedirle a El mismo que apruebe lo que concuerda con su evangelio y descalifique lo que no concuerda? 

¿Podemos pedirle la audacia necesaria para que no nos avergoncemos de predicar “su evangelio”, aunque al hacerlo no podamos recoger honores personales, ni podamos contabilizar la cantidad de personas que solemos alcanzar con “nuestro” evangelio?

Oración: 
Señor, si tengo la convicción de que me has enviado a predicar el evangelio, dame la convicción de cuál es el evangelio que me has enviado a predicar, “no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17).

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jueves, 19 de marzo de 2015

Ante una situación problemática lo mejor es no quejarnos, permitir que nos defrauden y tomen de nosotros algo que nos pertenece

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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¿Para qué Vivir?
1 Corintios 6
“¡Así soy yo!” “¡Van a ver quién soy!” “Voy a defender mis derechos”. “Nadie me puede decir lo que debo hacer”. Aunque estas frases nos parecen desagradables, es la manera en que mucha gente piensa hoy en día, los que sólo viven para satisfacer sus impulsos y deseos.
La falta de amor en la iglesia de Corinto produjo actitudes similares entre los hermanos. El resultado era un estilo de vida consecuente e igualmente desagradable: las divisiones basadas en la preferencia por ciertas personas abundaban; habían permanecido indiferentes en lugar de intervenir para ayudar a un creyente descarriado. Por otro lado, se expresaban excesivamente fuerte cuando debían callar ante las ofensas personales recibidas de los demás cristianos.
Cada uno quería hacer su voluntad y defendía sus derechos sin importar que tuviera que acusar a otros ante los tribunales. Parece que a través de los dos mil años de historia de la iglesia, no ha habido muchos cambios. Todavía se observan estas mismas características en las iglesias del siglo veinte. Así que, las amonestaciones de Pablo en relación a estas circunstancias también se aplican a nosotros.
DERECHOS PROPIOS Y PLEITOS LEGALES
6:1–11
Las circunstancias lamentadas 6:1
Actualmente, las demandas se multiplican con exageración. Esta actitud se encuentra aun entre hermanos, quienes se justifican diciendo: “Esto no se queda así, yo tengo mis derechos y nadie puede maltratarme sin que pague las consecuencias”. Recientemente se calculó que sólo en una ciudad de los Estados Unidos se habían gastado cincuenta millones de dólares en pleitos legales entre cristianos. ¿Cuánto más se hubiera logrado si ese dinero se hubiera invertido en la obra de Dios, en lugar de gastarlo en abogados? Siguiendo el ejemplo del mundo, los cristianos han seguido el popular camino de las denuncias y demandas.
Esta tendencia era una práctica corriente en Corinto, conocida por su pleitos legales. Era común que de 200 a 6000 personas participaran como jurados para resolver casos mayores. Los creyentes seguían la moda y norma establecida por sus conciudadanos y también acusaban a los hermanos ante los tribunales tratando de resolver sus diferencias. Pero, ¿qué había pasado con la ordenanza divina? Enseguida, Pablo se dedica a tratar este tema.
Al analizar el origen de las disputas, notamos que no se trataba de demandas por actos criminales, o reclamaciones de seguros o para defenderse de difamaciones. Por su lado, Pablo es digno ejemplo de la defensa legítima de un cristiano ante las acusaciones injustas que lo llevaron a los tribunales romanos. Sin embargo, el problema de la congregación de Corinto era que sus litigios se relacionaban con quejas personales entre creyentes.
La corrección sugerida 6:2–8
El apóstol afirma que las diferencias entre creyentes en Cristo son cuestión de familia y por lo tanto, deben ser resueltos dentro de la comunidad. Las quejas de los cristianos deben ser discutidas entre ellos, no frente a las autoridades de este mundo.
Pablo presentó dos razones para apoyar su proposición, ambas basadas en la escatología y en su perspectiva acerca de los eventos que sucederán en el futuro. En primer lugar, les recuerda que los santos juzgarán al mundo. Si Dios considera que somos aptos para enjuiciar al universo, ¿no sería lógico suponer que también lo somos para resolver los asuntos internos (6:2)?
Además de eso, añade que también nos corresponde juzgar a los ángeles, los seres creados que ahora se presentan como superiores a los hombres. Si el Señor piensa utilizarnos para realizar ese acto, ¿cómo no somos capaces de solucionar los asuntos comunes y corrientes de la vida diaria (6:3)? En ambos casos, su idea es que si podemos dictaminar adecuadamente en lo primero, seguramente seremos capaces de en lo segundo.
Pablo reconoce que se pueden utilizar tres alternativas. La primera es la que ya estaban practicando, pero es la peor de las tres. Aunque pueden llevarse unos a otros ante los tribunales, esta opción no es la apropiada.
La segunda es dejar que la iglesia oiga el caso y emita su fallo al respecto (6:4–6), porque los hermanos tienen la capacidad de resolver las quejas que surjan entre ellos. Les sugiere que es mejor ponerse en manos del peor juez designado por la iglesia, que acudir al mejor que el mundo pudiera recomendar. Por lo menos, el creyente comprende la perspectiva divina y no se guía solamente por la humana.
Agrega que cualquier hermano, aunque no cuente con todo el respeto de la iglesia es preferible que la gente injusta. Parece que el apóstol tuvo que apelar al orgullo que sentían por su gran sabiduría según mencionó en los primeros capítulos de esta carta. Ahora les pregunta qué pasa con sus “sabios”. ¿No existe ninguno que sea entendido para dirimir las dificultades dentro del cuerpo de Cristo?
Esta alternativa presenta dos problemas mayores. En realidad una corte creada dentro del pueblo de Dios no tiene ninguna autoridad verdadera para obligarlos a aceptar un fallo, y quien no esté de acuerdo con él probablemente saldrá de esa iglesia para buscar otra en otra parte de la ciudad. Esta falta de aceptación de una sentencia dada por hermanos es muy común hoy en día.
La segunda dificultad con esta opción es que la solución muchas veces no resuelve el problema verdadero; sólo toca los síntomas. Deduce que probablemente la situación que necesita atención no es la queja en sí, sino la falta de amor. Un tribunal eclesiástico podría reconocer esta falta, pero no les podría obligar a amarse unos a otros.
Así que, la tercera solución presentada es la mejor. Pablo afirma que lo mejor sería que sin quejarnos, permitiéramos que nos defraudaran y tomaran de nosotros algo que nos pertenece. Es mejor aceptar la pérdida personal y dejar de pelear (6:7).
ES MEJOR ACEPTAR QUE NOS HAGAN MAL
QUE PELEAR PARA DEFENDER
NUESTROS DERECHOS
De acuerdo a la perspectiva del apóstol, el hecho de apelar a los tribunales era muy lamentable y desde el principio los hacía perdedores. No importaba quién ganara el caso, todos salían perjudicados. Pablo no se pronuncia en forma dogmática contra los tribunales; su interés va mucho más allá. Lo que quería era ver el amor sincero manifestándose entre ellos.
En lugar de hacerlo, se iban al otro extremo; debiendo sacrificar sus propios derechos por el bien del otro, se presentaban como denunciantes. Esto equivale a defraudar a otros creyentes en Cristo, porque no estaban dispuestos a sufrir los agravios sino a cometerlos, e insiste en que todos ofenden el principio básico del amor al no buscar el bienestar de su hermano primero.
El problema de los tribunales 6:9–11
Para ayudarles a ver con mayor claridad hasta dónde había llegado esta situación inaceptable, el escritor sagrado describe el estilo de vida de los jueces mundanos ante quienes llevaban sus querellas y les pregunta: “¿Cómo esperan conseguir justicia de los injustos?” Los hermanos estaban evidenciando el espíritu del mundo del cual habían sido librados, y al cual pertenecían los jueces todavía. Así que, estos árbitros tenían muy poco que ofrecerles para solucionar sus problemas. La iglesia se estaba sujetando a gente abusiva, aceptando sus dictámenes. Obviamente, sería mucho mejor acudir a la iglesia, que cuando menos buscaba la justicia, en lugar de ir a los tribunales civiles.
El apóstol termina la descripción de estos jueces haciendo un contraste entre ellos y los creyentes y les dice que todo vivimos así en el pasado, pero ahora somos diferentes. Por tanto, debemos manifestar ese cambio en nuestro estilo de vida resolviendo los obstáculos en la iglesia. Cuando tenemos un conflicto con un hermano, debemos tratar el asunto en privado con la persona involucrada; después, si esto no resulta, debemos confrontarlo ante testigos. Por último, se debe llevar a los ancianos a la iglesia (Mateo 18).
¿Quiere conocer una mejor solución? ¡No luche por hacer valer sus derechos! Es mejor aceptar el mal que otros nos pueden hacer que pelear en los tribunales del mundo.
¡PENSEMOS!
A muchos no les agrada esta idea, están acostumbrados a que se respeten sus derechos. Tal vez no tengan que acudir a los tribunales, pero sí tienen problemas de actitud y quieren salirse con la suya. Tenemos que reconocer que hay un mejor camino, el del amor sacrificial que somete sus derechos y busca el bienestar del hermano.
Considere el ejemplo de Cristo presentado por Pablo en Filipenses 2:1–8. El mundo dice: “Defiéndase. Si no lo hace, nadie lo hará por usted”. El amor dice que es mejor aceptar el agravio que pelear. ¿Qué cambio requiere este ejemplo en su conducta? ¿En su estilo de vida?
MIS PRERROGATIVAS Y MI CUERPO
6:12–20
El principio de libertad 6:12
Además de las riña mencionadas por hacer valer sus derechos, había otro problema basado en el mismo error, que consistía en que querían gozar de absoluta libertad en el uso del cuerpo. La iglesia aparentemente había sido afectada por las actitudes locales acerca de esto y aspiraban a tener la autonomía de utilizarlo como les viniera en gana.
La sociedad en que vivían se caracterizaba por el paganismo y todo tipo de prostitución y algunos hermanos querían vivir como ellos, pensando que las restricciones legalistas que dictaban la abstinencia sexual estaban fuera de moda y decían: “¡Nosotros somos superiores, hemos sido liberados de estas antiguas tradiciones!”
Los cristianos auténticos constantemente tenían que combatir esta influencia y muchos empezaban a decaer en su firmeza. Se cuestionaban acerca del mejor uso del sexo y del cuerpo en general. Algunos insistían en que tenían suficiente libertad de decisión, sin importar el amor genuino y sus consecuencias en sus relaciones con otros.
También en la actualidad presenciamos una absoluta liberación sexual, la cual nos afecta a todos, aun los que estamos dentro del pueblo de Dios. Se ha popularizado el dicho: “¡Si te gusta, hazlo!” Satanás nos seduce con la idea de que podemos gozar de nuestro libre albedrío, pero oculta la verdad de que ese estilo de vida nos esclaviza.
A pesar de los riesgos del SIDA y otros azotes semejantes, la liberación sexual sigue a todo vapor. Un informe de prensa reciente indica que en una encuesta hecha entre mil universitarios estadounidenses, el sesenta por ciento dijo que no estaban dispuestos a abandonar sus prácticas sexuales libres, sin importar la amenaza del SIDA.
En la iglesia evangélica también existe la lucha contra la inmoralidad. Se hizo una investigación entre señoritas evangèlicas de ocho distintas agrupaciones y se descubrió que antes de llegar a los 18 años de edad, el 43 por ciento ya había tenido relaciones sexuales. No crea que esta tendencia sólo se da en grupos no cristianos. Aunque parezca que es más reducida en su ambiente, inexorablemente sigue su camino ascendente en todo el mundo.
Pablo muestra que el asunto básico gira alrededor de la pregunta: “¿Para qué estamos viviendo?” ¿Vivimos para satisfacernos a nosotros mismos? O, ¿para glorificar al Señor? ¿Cómo afecta a nuestra vida diaria el hecho de que el Señor nos ha librado de la esclavitud del pecado?
En el tiempo de Pablo circulaban dos conceptos que se habían popularizado grandemente. El primero era el concepto de libertad personal. Según esto, para el hijo de Dios todo le es lícito porque es libre; y puede hacer lo que le plazca. Esta idea tiene base en al enseñanza del Nuevo Testamento que dice que tenemos libertad para controlar el uso de nuestro organismo. Esta actitud se repite en la actualidad. Decimos que nadie tiene derecho a decirnos lo que podemos o hacer con nosotros mismos.
La segunda opinión que se encontraba en boga se representa por el dicho citado: “Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas”, lo cual quiere decir que el Creador nos hizo tal como somos. Por lo tanto, tiene que comprender cómo actuamos y cuáles son nuestras necesidades. Si poseemos ciertos apetitos y deseos, debemos satisfacerlos. Esta actitud denota que antes que nada está la satisfacción personal.
El principio que gobierna el argumento de Pablo contra esas ideas es que el cuerpo del creyente es templo del Espíritu Santo y por lo tanto, su razón de ser es realizar un propósito. Es el instrumento que Dios quiere utilizar para revelar su gloria; no para satisfacernos a nosotros mismos.
El escritor insiste en ello de distintas maneras en este pasaje:
6:13b “el cuerpo… es… para el Señor”
6:15a “vuestros cuerpos son miembros de Cristo”
6:19–20 “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”
NUESTRO CUERPO EXISTE PARA DIOS
Este postulado bíblico se contrasta con la conducta de los injustos en los versículos anteriores (6:9–11), la cual obstaculiza la entrada al reino de Dios. Aunque hacíamos tales cosas en el pasado, ahora hemos sido purificados y apartados (6:11).
Debido a nuestra redención, todas las restricciones legalistas han sido eliminadas. Es verdad que todas las cosas son lícitas para el creyente porque nuestra justicia se basa en la fe, no en las obras. Por eso, podemos hacer cualquier cosa sin que afecte nuestra posición delante del Altísimo.
Así, que podemos observar que la importancia de no vivir conforme a los deseos de la carne no se basa en una fórmula legalista como: “No harás tal o cual cosa…” Pablo gozaba de su libertad, pero reconoce que la verdadera libertad va acompañada de responsabilidad. De esta manera, podemos disfrutar de la frescura de la independencia cristiana y al mismo tiempo rechazar los abusos del libertinaje.
Estamos conscientes de que ciertas actividades no son consecuentes con nuestra nueva posición adquirida en el Señor Jesucristo y no son provechosas porque no contribuyen a edificar nuestra vida y hacernos mejores. Paradójicamente, algunas de esas acciones nos esclavizan. Por lo tanto, a pesar de la libertad que tenemos, no debemos permitir que entre en nuestra vida cualquier cosa que pudiera tomar control de nosotros.
Ilustraciones acerca del abuso de libertad 6:13–18
A continuación, el apóstol presenta dos ejemplos que nos revelan la esencia del asunto. La realidad es que todo deseo que Dios ha puesto en nosotros para nuestro bien, puede ser pervertido, distorsionado y usado para el mal. Es cierto que él nos dio el apetito para gozar la buena comida. Sin embargo, ese deseo puede degenerarse y resultar en glotonería.
Así es con el sexo también. El Señor nos dio impulsos sexuales para que los gocemos dentro del matrimonio. Sin embargo, al pervertirlo y convertirlo en fornicación, adulterio, o cualquier otro pecado degenerado, no resultan en bendición, sino en esclavitud. Lo mismo se aplica a los otros apetitos que el Creador ha puesto en la raza humana.
TODA BENDICION QUE DIOS
HA DADO AL HOMBRE
PUEDE SER PERVERTIDA
Y USARSE PARA MAL
El espíritu popular de la época en que vivimos, tal como el que existía en Corinto, se refleja en las palabras de un joven: “Si me da hambre, paso por el restaurante más cercano y compro una buena comida. De la misma manera, si siento necesidad sexual, busco una mujer que esté disponible. ¿Qué hay de malo en eso?”
Esta actitud egocéntrica de autosatisfacción es muy común en nuestros días: “Sólo estoy contento cuando consigo lo que quiero: placer, sexo, drogas, amor, dinero, posesiones, amistades, un esposo o esposa que me ama, o un buen novio o novia”. Tome nota que este cuadro de buscar el agrado personal gira alrededor del ”yo” y de la culminación de mis deseos y sueños.
La principal dificultad de esto es que nunca consideramos que ya conseguimos lo suficiente de lo que anhelamos. Es más, si alcanzamos algo, no nos satisface, porque no llena el vacío de nuestra alma. Siempre deseamos algo más. Así que tenemos que preguntarnos: ¿Qué se puede desear en la vida realmente valga la pena? ¿Qué podemos perseguir para encontrar la plenitud verdadera?
El móvil del mundo es obtener la satisfacción de nuestros caprichos: El cuerpo fue hecho para comer; así que, ¡comamos! El cuerpo fue hecho para el sexo; así que, ¡gocémonos!
Aunque hay cierta verdad en esto, hay que reconocer que todo es temporal y a la larga nada de esto nos proporciona deleites permanentes.
Como miembros del pueblo de Dios, nuestro cuerpo se ha unido al del Señor Jesucristo; somos su templo; debemos glorificarlo a él, y no a nosotros mismos. Pablo muestra que el cuerpo nos fue dado para que el Padre Celestial lo use para su gloria. La búsqueda de nuestra satisfacción personal no debe controlar nuestra vida.
Vivimos bombardeados constantemente con la idea popular de que debemos satisfacernos a nosotros mismos. El mensaje se repite a diario y el control personal está fuera de moda. El concepto bíblico acerca de la moralidad se presenta como cosa de viejos. Por lo anterior, es necesario meditar continuamente en la perspectiva divina expuesta por el apóstol en este pasaje.
El uso correcto del cuerpo 6:19–20
Pablo concluye su discusión con una de las ideas más importantes que podemos aprender acerca de la vida cristiana. El cuerpo del hijo de Dios tiene como propósito realizar la misma tarea que se le dio al templo en el Antiguo Testamento: revelar a la humanidad la naturaleza del Creador del universo.
Esa es la misión de nuestro cuerpo; estamos aquí para honrarlo; él nos ha apartado de todos los demás para que lo revelemos al mundo que nos rodea. Por lo tanto, cada uno tiene que preguntarse: “¿Puede el mundo conocer a Dios al observar mi estilo de vida? ¿Lo glorifico con el cuerpo que me dio?” Si no es así, ¿cómo lo van a conocer?
NUESTRO CUERPO ES TEMPLO DE DIOS
POR ESO, DEBEMOS GLORIFICARLO
CON NUESTRO ESTILO DE VIDA
¡PENSEMOS!
Este pasaje nos enseña tres principios básicos que debemos procurar poner en práctica diariamente.
1.     Aunque todo me es permitido, no todo conviene.
2.     El verdadero gozo resulta de reconocer que pertenezco a Dios y que él vive en mí.
3.     Debo vivir
Estos postulados provocan tres preguntas que debemos hacer para determinar qué actividades nos convienen y cuáles no:
1.     ¿Será provechosa para mí?
2.     ¿Llegará a controlarme?
3.     ¿Honrará a Dios?
Considere estas interrogantes. Si empezara a vivir conforme a los tres principios y las tres preguntas de arriba, ¿cómo tendría que cambiar su vida? ¿Qué quiere el Señor que haga al respecto?
para glorificarle a él, no para satisfacer mis propios deseos.



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