Mostrando entradas con la etiqueta resurrección de Jesús. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta resurrección de Jesús. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de marzo de 2016

Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella le dijo: —Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Jesús aparece a María Magdalena 
Juan 20:11-18
11 Pero María Magdalena estaba llorando fuera del sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro 12 y vio a dos ángeles con vestiduras blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 13 Y ellos le dijeron: 
—Mujer, ¿por qué lloras? 
Les dijo: 
—Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. 
14 Habiendo dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie; pero no se daba cuenta de que era Jesús. 
15 Jesús le dijo: 
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? 
Ella, pensando que él era el jardinero, le dijo: 
—Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 
16 Jesús le dijo: 
—María … 
Volviéndose ella, le dijo en hebreo: 
—¡Raboni! -que quiere decir Maestro-. 
17 Jesús le dijo: 
—Suéltame,  porque aún no he subido al Padre.  Pero vé a mis hermanos y diles: "Yo subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." 
18 María Magdalena fue a dar las nuevas a los discípulos: 
—¡He visto al Señor! 
También les contó que él le había dicho estas cosas. 

LAS APARICIONES DE JESÚS A SUS DISCÍPULOS


APARICIÓN PERSONAL A MARÍA MAGDALENA
Juan 20:11–18

Parece que los dos discípulos salieron de la tumba (10) antes que María hubiese podido regresar al huerto después de haberles a visado en cuanto a la piedra (2). Así, abandonada sola con su pena y su dolor, ella estaba fuera llorando junto al sepulcro (“sollozando”, Moffatt): Y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro (11). No hay mención alguna de que ella haya visto los lienzos y el sudario “enrollados en un lugar aparte” (6–7). Antes bien, vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto (12). 

Los cuatro evangelios relatan las apariciones angélicas en la tumba: 
  • “los ángeles”, (Mt. 2:5); 
  • “un joven” (Mr. 16:5); 
  • “dos varones” (Lc. 24:4; cf. Ap. 3:4–5; 4:4). 
Estos mensajeros con vestiduras blancas estaban “señalando el lugar donde había sido colocado el cuerpo, testificando el misterio de la resurrección”.

Los ángeles se dirigieron a María preguntándole: Mujer, ¿por qué lloras? (13). Ella no se mostró ni sorprendida ni atónita por su apariencia o vestidura, porque sólo una cosa llenaba su mente—su Señor. Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Ella todavía no se daba cuenta de la incongruencia de su conclusión.

 Las ropas en la tumba vacía que para Juan debieron ser suficiente evidencia para una fe activa y triunfante (“él creyó”, 8), aún no habían captado la atención de María. Es bueno recordar que Dios viene a los hombres en diversas maneras de acuerdo a sus distintos temperamentos y sus diferentes capacidades de comprensión y de respuesta. En este sentido tenemos aquí transmitida la imagen de un evangelio universal. Cristo es el Señor resucitado para todos los hombres.

Como si se diera la vuelta para irse, vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús (14). Jesús hizo la misma pregunta que los ángeles habían hecho a María: Mujer, ¿por qué lloras? (15). Pero ella no reconoció a Jesús. Pensó que era el hortelano. ¿Por qué no lo reconoció? Barclay sugiere dos razones. “El simple y punzante hecho de que no podía verlo a través de sus lágrimas… No podía quitar sus ojos de la tumba y estaba de espaldas a Jesús. Ella insistía en hacer frente en la dirección equivocada.”

Gossip presenta tres razones por las que María no reconoció a Jesús. En forma de bosquejo nos presenta las bases para un sermón fundado en Juan 20:11–18: 
(1) María estaba buscando un Cristo muerto, Juan 20:11–13; 
(2) No era María Magdalena quien acudió a Cristo sino El quien la encontró a ella,            Juan 20:14–16; 
(3) Aunque ella estaba buscándole con todo su ser, María no reconoció a Cristo                cuando lo vio, Juan 20:14. Cristo viene en maneras insospechadas.

El verso 16 es la narración de lo que ha sido llamado “la más grandiosa escena de reconocimiento en la historia”. Cuando El le dijo: María, “ella lo reconoció de inmediato”. “Lo que no puede hacer una palabra de interés común (mujer) lo hace al momento la palabra de simpatía individual.” O como dice Hoskyns: “El verdadero Gobernador del paraíso de Dios, el Dador de la vida había llamado a su propia oveja y ella conoció su voz” (Juan 10:3–4). Ella conoció la voz de Jesús llamándola por su nombre. Ella lo contempló: Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro) (16). Hoskyns contiende sobre la autoridad de Strack-Billerbeck, que Rabboni en la antigua literatura hebrea no es realmente sinónimo de Rabbí. “Raramente ha sido empleada para los hombres, y jamás para dirigirse a ellos. La palabra está reservada para dirigirse a Dios.” Hoskyns entonces comenta: “Por lo tanto el empleo que aquí hace María, probablemente debe comprenderse como una declaración de fe, paralela a la de Tomás (28).”

Aunque no está específicamente declarado por Juan, parecería que María, en un acto de adoración, homenaje y profunda emoción, se abrazó a los pies de Jesús (cf. Mt. 28:10). 

Entonces El le dijo: No me toques (“Deja de unirte a mí”, Moffatt; “No te tomes de mí ahora”, Phillips, 17). A la luz del verso 27, que dice que Tomás fue invitado por el Señor resucitado a “poner” su mano sobre el costado herido, este verso deja perplejos tanto a los comentadores como a los lectores. 

Las palabras de Jesús a María fueron: aún no he subido a mi Padre (Juan 20:17; cf. Juan 16:10, también Juan 7:33; Juan 16:5; también Juan 14:12, 28; Juan 16:28). Indudablemente María no quería dejarle ir nuevamente. La palabra traducida toques (haptou) significa “apegarse a un objeto con el deseo de retenerlo para sí”. Pero esta comunión íntima y preciosa de la que habían disfrutado ella y los seguidores de Jesús, ahora tomaría una forma y significado nuevos. Sin embargo, aún no podía (cf. Juan 2:4; Juan 7:6, 8, 30, 39; Juan 8:20) consumarse, tal como El lo había dicho cuando prometió la venida del Paracleto (Juan 16:7–8). Hoskyns dice con aguda visión:

  Ahora declara a María y mediante ella a sus discípulos que había llegado el tiempo para que El ascendiera al Padre, y, por lo tanto el momento de la inauguración de un nuevo orden. El mandato para que María cesara de tocarle se refiere al período ínterin entre la resurrección y la ascensión—y solamente a este período. Tan íntima será la relación con Jesús que, aunque María por el momento debía dejar de tocarle porque El tenía que ascender y ella debía llevar el mensaje, después de la ascensión, tanto ella como sus discípulos estarán concretamente unidos a El en una manera que podría ser descrita como “conmovedora”, de lo cual la participación del cuerpo y de la sangre del Señor (Juan 6:51–58) sería la ilustración más dramática.

Sin poner el énfasis sobre la eucaristía como Hoskyns, Macgregor ve este pasaje como la enseñanza que “la verdadera prueba de la resurrección y la verdadera posesión del Cristo crucificado [es]… el verla realizada en la experiencia espiritual normal del creyente”.

Lo que Jesús después dijo a María fue: Vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios (17). 

Así como la relación de María con Jesús en adelante no “dependería de sensaciones perceptivas”, esto se extendería a los discípulos—mis hermanos (adelphous) con quienes El había estado unido e identificado en su encarnación. 

Su perfecta humanidad está expresada no sólo en la expresión mis hermanos sino también en mi Dios. Strachan comenta: “Jesús es ahora la escalera que une el cielo y la tierra (cf. Juan 1:51) habitando ambos mundos (luz y tinieblas o incredulidad), y capacitando a los hombres para entrar al mundo superior. La ascención es la partida final de Jesús de la vida ordinaria de los hombres para estar con el Padre. De aquí en adelante El mantiene comunión con su iglesia por medio de su alter ego, el Espíritu.”

A la orden de Jesús, fue entonces María Magdalena (“salió María de Magdala”, Moffatt) para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que El le había dicho esas cosas (18).

DESCARGAR
https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html