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sábado, 11 de abril de 2015

Es un privilegio indescriptible conocer el nuevo pacto y formar parte del plan divino por medio de la iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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RAÍCES HISTÓRICAS DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
Son muchos los criterios que se han emitido respecto a la iglesia cristiana, tanto favorables como en contra. Si bien en muchos casos se le compara con la sal que perdió su sabor, por lo cual fue hollada por los hombres, con todo, el hecho de que permanezca hasta hoy, y esté llena de vigor en un mundo que le es adverso en mil maneras, indica que, en mayor o menor grado, ella ha cumplido su labor.
Para algunos la iglesia representa simplemente el producto de un sistema económico; un instrumento en manos de los poderes políticos; un medio que tienen ciertos grupos e intereses para manipular personas y pueblos; un rasgo todavía presente de expresiones culturales muy antiguas y ya superadas en el desarrollo de la historia, y por tanto, condenada a desaparecer.
Otros, un poco menos negativos, piensan que la iglesia es como un organismo que ayuda a amalgamar la sociedad; o bien es un factor que si no existiera sería ideal crearlo porque proporciona un ambiente para tener compañerismo.
Otros ven en ella un organismo que no tiene explicación ni razón de ser aparte de lo que la Biblia enseña, por lo cual la entienden, la ven y la viven como un verdadero proyecto de Dios en la tierra.
Las cuestiones así planteadas, y que están en la mesa de discusión hoy día en todo sitio, exigen ser analizadas. Para ello debemos irnos a las fuentes mismas de donde la iglesia toma su fundamento, esto es, la palabra de Dios, la Biblia.
En sus páginas encontramos tres escenarios principales y tres protagonistas: una entidad religioso-política que es la nación hebrea; una persona, Jesucristo; y un organismo espiritual, que trasciende razas, naciones, lenguas y culturas: la iglesia. Los tres están en relación única y absoluta con Dios el Padre y con la realización de un plan de proyecciones personales, cósmicas, temporales y eternas.
¿Cómo surgió la iglesia cristiana? ¿Qué razones se dieron para que esto sucediera? ¿En qué manera el mundo actual se ve afectado por la presencia de la iglesia? ¿Qué importancia tiene para los que nos llamamos cristianos? Estas cuestiones, que atañen a la raíz histórica y bíblica de la iglesia, son de las que nos ocuparemos en seguida.
1.     PROMESAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Necesitamos ubicarnos en la más amplia perspectiva bíblica para comprender mejor a la iglesia, como fenómeno histórico y como factor teológico de alcances extraordinarios. La raíz histórico-teológica de la iglesia se hunde en el principio del plan divino de redención. ¿En qué nos apoyamos para decir esto?
(1) Primeramente en la promesa hecha por Dios a Abraham, en un sentido doble. Por un lado porque “serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Indudablemente que el propósito divino fue en un principio que por medio de la simiente misma de Abraham, y de su pueblo, aquello tuviera cumplimiento. Pero al fallar la nación judía al llamamiento y vocación que Dios le asignó, la bendición celestial llegó al mundo a través de la predicación del evangelio por medio de la iglesia, a partir del siglo I de nuestra era (Mt 21:43; Jn 1:11–12).
Por otro lado las familias de la tierra serían bendecidas en la promesa a Abraham por el solo hecho de creer en la promesa de Dios. En el Antiguo Testamento los judíos no alcanzaron la promesa, ni llegaron a ser bendición al mundo, porque la buscaron por medio del cumplimiento de la ley. Pero en el Nuevo Testamento la bendición al mundo llega por el evangelio que llama al hombre y a la mujer, al igual que a Abraham, a creer en Dios, a creer en Su palabra. Por eso Abraham vino a ser también padre de todos los que hoy formamos la iglesia, simplemente por la fe en el Hijo y en su obra redentora (Ro 4:1–25; Gá 3:6–18; He 4:2).
(2) Dios también dio una promesa respecto al remanente fiel de su pueblo. Israel una y otra vez fue infiel a su Dios. Dios tuvo que castigarle muchas veces hasta que lo hizo en forma muy severa como en el caso de la destrucción de Samaria, reino del Norte (722 A.C.), luego con la destrucción de Jerusalén, reino del Sur (586 A.C.) y el consiguiente cautiverio babilónico y finalmente, con la destrucción total y esparcimiento judío por el mundo a partir del 70 A.D.
La promesa consistió en dejar un remanente, o sea un residuo, una parte de la comunidad que sobreviviría después de la destrucción y que a su vez, sería el núcleo de una nueva comunidad. El remanente no sólo habla de lo que quedaría del grupo, sino de la misericordia divina en conservarlo para continuar con el desarrollo de su plan (Is 19:24; 45:20; 66:18–23). Dios establecería un nuevo pacto por medio del cual vendrían las bendiciones más preciosas. Este acontecimiento toma lugar con la obra de Jesucristo y la correspondiente presencia y testimonio de la iglesia (Is 40:3–11; 59:20–21; Ez 34:11–16, 23–24; 36:24–27; Sof 3:17–20; Zac 12:10; 2 Cr 3:4–6; He 8:6–13).
Consecuentemente, la primera comunidad cristiana, la iglesia en Jerusalén, se vio a sí misma como aquel remanente electo de Israel y como la restauración del tabernáculo de David que estaba caído (Jl 2:32; Hch 2:17; 15:15–18).
(3) La promesa divina de un derramamiento del Espíritu Santo sobre toda carne, como nunca antes fue conocido, dada por el profeta Joel y hecha vivencia común, primero por un grupo de judíos y prosélitos el día de Pentecostés, luego sobre samaritanos y posteriormente más extensamente a todos los gentiles (Jl 2:28–32; Hch 2:14–21; 8:4–17; 10:1–48).
De modo que si bien en el Antiguo Testamento no se inicia la iglesia en el sentido que se presenta en el Nuevo, sin embargo, por la sabiduría y misericordia divinas ya se presentan elementos que darán fundamento sólido a la parte del proyecto divino que se concentra en la iglesia.
Es sumamente importante reconocer este factor porque lleva al estudiante de la palabra de Dios a comprender otros elementos. Por ejemplo, la profunda unidad de la Biblia, que a pesar del tiempo y circunstancias en que fue escrita, está tejida cuidadosamente por la mano de Dios. Y podemos también entender cómo el Nuevo Testamento no se da ni se comprende sin el Antiguo y viceversa, aunque sí debemos aprender a trazar las líneas de lo que continúa de uno a otro y también lo que fue interrumpido.
2.     PREPARACIÓN PARA EL NACIMIENTO DE LA IGLESIA
Una serie de acontecimientos altamente significativos e importantes se dieron en un lapso muy breve y antecedieron al surgimiento de la iglesia cristiana. Los más sobresalientes son los siguientes.
(1) El ministerio de Juan el Bautista
Durante su carrera profética, este hombre de Dios, primeramente anuncia un mensaje que demanda a las gentes arrepentimiento ante Dios, una actitud nueva ante la religiosidad y una expresión de genuina sinceridad e integridad ante los semejantes. Todo ello debido a que preparaba el camino al que habría de bautizar con Espíritu Santo y con fuego (Mt 3:1–12; Lc 3:1–18).
Juan el Bautista es quien señala específicamente al que habría de sentar las bases para la nueva comunidad con la cual Dios llevaría adelante sus planes redentores en el mundo. Presenta a Jesús como el que “es antes de mí” (aunque Juan nació primero que Jesús); como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; como el Hijo de Dios al descender el Espíritu Santo en forma de paloma el día de su bautismo; y Juan lo hizo de tal manera que sus discípulos empezaron a seguir a Jesús. Con ellos empezó a formarse el núcleo con el cual se fundó la iglesia (Jn 1:26–27, 29–34, 35–42).
Aunque Juan el Bautista nunca conoció la iglesia, en modo indirecto le brindó su apoyo. Cuando el apóstol Pedro habla en Jope al gentil Cornelio y a otros que él había reunido, Pedro da por sentado que el ministerio de Juan el Bautista se había divulgado por toda Judea y Galilea y en alguna manera era conocido por Cornelio (Hch 10:32–37). Cuando Pablo llegó a la lejana ciudad de Éfeso, encontró un grupo de personas que habían recibido el “bautismo de Juan” (Hch 19:3). Con ese grupo, al ser “bautizados en el nombre de Jesús”, se establece una importantísima avanzada de la iglesia cristiana en Asia Menor.
Aunque es materia de discusión, muchos opinan que las palabras de Jesús en Samaria, “otros labraron”, era una referencia al testimonio de Juan el Bautista a la gente de dicha región (Jn 4:38). Sabemos que Samaria, después de Jerusalén, recibió el evangelio con “gran gozo” (Hch 8:4–17). Así como los casos citados, no sabemos en qué manera el ministerio de Juan preparó otros terrenos y corazones para el establecimiento en el futuro de iglesias cristianas.
Desde otro punto de vista, vale la pena notar cómo de nuevo en este caso, las “piezas” aparentemente tan separadas en el plan de Dios, están perfectamente engarzadas y coordinadas. Juan el Bautista, el último de los profetas de la antigua dispensación, viene a servir, indirectamente, como eslabón para lo nuevo que Dios estaba creando: su iglesia.
(2) El ministerio de Jesucristo
Indudablemente que es mucho lo que se puede decir sobre la manera en que contribuyó el ministerio de Jesucristo en el surgimiento de su iglesia. Podemos citar lo más notorio.
Por un lado llama siempre la atención el hecho de que Jesús casi no se refiriera a la iglesia. En el evangelio de Mateo aparecen las dos únicas citas: “sobre esta roca edificaré mi iglesia” y “si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia …” (16:18; 18:17). En el segundo caso, evidentemente, se refiere a la sinagoga.
Con todo, la referencia de Mt 16:18 es suficiente para comprender lo que Jesús ya tenía en mente, considerando el hecho de que él vino a los suyos pero éstos no lo recibieron. Así la iglesia se abrió paso, primeramente entre un grupo de judíos que creyeron y luego con los muchos gentiles que sí lo recibieron y lo siguen recibiendo por la fe.
También es necesario tener presente el papel transitorio que ocupa el Señor Jesús al venir por un lado a hacer lo que ni la nación judía ni nadie había hecho: cumplir la ley. Y hacerlo por todos los que no lo hicieron ni lo podrían hacer. Por otra parte, vino a cumplir la demanda divina de sacrificio por el pecado, llevando la maldad de la humanidad en su calidad de Cordero de Dios. Finalmente, vino a revelar el amor, la gracia y la verdad del Padre para toda la humanidad, lo que viene a cristalizarse en el evangelio que llega a todas las gentes por medio de la iglesia (Mt 5:17–18; Jn. 19:30; Gn 22:7; Éx 12:1–11; Is 53:7; Jn 1:29; He 10:5–10; Jn 1:16–18; Hch 1:8). Así Jesús cierra el capítulo de la ley para abrir de par en par las puertas de la gracia (He 8:8–13).
El Señor Jesús igualmente hizo una avanzada decisiva en el establecimiento de su iglesia al formar el núcleo apostólico de los doce, íntimo y decisivo en sus planes, y el círculo mayor de los setenta. Aun se puede incluir en el círculo a las mujeres y otras personas que anduvieron muy cerca de él y participaron del derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés. El número total se aproximaba a los ciento veinte (Le 9:1–6; 10:1–20; 8:1–3; 23:27; Hch 1:12–14; 2:1–4).
Otro factor que debe ser reconocido como preparatorio para el surgimiento de la iglesia fue el extenso ministerio de Jesús en toda su nación. Su nacimiento milagroso rodeado de hechos exclusivos, su vida excepcional, sus milagros, su enseñanza y predicación, fueron del conocimiento de quizá toda la gente que habitaba Judea, Samaria, Galilea y aun más allá. Es indudable, por ejemplo, que la conversación con la mujer samaritana, y con sus coterráneos, preparó el ambiente para lo que posteriormente se dio cuando Felipe les anunció el evangelio (Jn 4:1–42; Hch 8:5–25). Y así muchos otros casos más.
Pero sobre todo, Jesús coloca el fundamento de la iglesia en el acontecimiento central de la Biblia y de toda la historia de la humanidad, esto es, su sacrificio expiatorio por el pecado en la cruz, su resurrección como el sello de la aprobación divina sobre su obra para nuestra justificación, su ascensión a la diestra del Padre para desempeñarse como único mediador, su anuncio del inminente envío del Espíritu Santo, su próximo regreso como Señor en plenitud, y su orden de llevar hasta lo “último de la tierra” el mensaje del evangelio (Is 52:13–53:12; Mt 16:21; Lc 24:44–49; Hch 1:6–8; He 1:1–2; Ro 4:25; Mr 16:15–20; Mt 28:18–20).
De los datos anteriores que nos brindan las Sagradas Escrituras, unos son hechos históricos, objetivos, y otros palabras y promesas de Dios que constituyen, no meramente el trasfondo histórico, sino el fundamento y razón de ser de la iglesia cristiana. Por ello su vida y misión quedan inseparablemente vinculadas con dichos principios.
(3) La expectativa mesiánica frustrada
Quizá la última pregunta que le formularon los discípulos al Señor Jesús antes de ascender a la diestra del Padre, revela en forma clara la expectación política de los judíos en aquel momento. “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hch 1:6). Esperaban la redención política de su nación. Era tal su sentir al respecto que algunos de los discípulos portaban armas para entrar en acción en el momento, que suponían, su Mesías les habría de indicar (Lc 22:38, 49; Jn 18:10).
Por eso no podían entender la redención espiritual que Jesús realizó (Mt 16:21–23; Lc 24:13–27).
Dicha expectativa, tan arraigada en el pueblo, tenía razones bien fundadas. La nación judía estaba bajo el poder del Imperio Romano, aspecto por demás indigno para el pueblo de Jehová, y para los movimientos de liberación que ya se daban, entre ellos los Zelotes (Lc 6:15; Hch 5:36–37). La aparición de Juan el Bautista confirmaba promesas del Antiguo Testamento acerca de la venida del Señor a su pueblo (Lc 3:15; Is 40:3; Mal 3:1).
La serie de profecías dadas en el tiempo del anuncio del nacimiento, tanto de Juan el Bautista como de Jesús, indicaba la llegada del momento esperado de redención de la nación (Lc 1:26–38, 46–55, 65–66, 67–79; 2:8–20, 25–28, 29–35, 36–38). Por lo cual, incluso, el Rey Herodes estuvo muy atento a las circunstancias y trató de destruir al niño Jesús (Mt 2:1–21).
En la opinión de muchos intérpretes bíblicos, el abandono que hicieron los discípulos de su maestro, la traición de Judas, el vuelco del pueblo después de haberlo recibido con hosannas como el hijo de David y rey de Israel, y la preferencia por la liberación del sedicioso Barrabás, estuvieron directamente relacionados con la frustración sentida al ver que Jesús no encarnó al Mesías que esperaban ni el establecimiento del reino de Dios en forma terrenal.
Sin embargo el mismo Nuevo Testamento nos da la respuesta. Por un lado los judíos, en unión con los gentiles, al rechazar a Jesús y darle muerte (Hch 2:22–23; 3:13–15; 4:25–27), llenaron “la medida” de sus padres (Mt 23:32). Por lo que fueron castigados y el reino de Dios fue quitado de ellos y dado a “gente que produzca los frutos de él” (Mt 23:32–36; 21:33–46). Parte de esto se cumplió con la destrucción de Jerusalén en el 70 A.D. por las fuerzas romanas con la consiguiente dispersión judía por el mundo hasta el día de hoy.
El apóstol Pablo retoma este asunto en su carta a los Romanos y nos ofrece la más clara y autorizada explicación. Dice que aunque Dios “no ha desechado a su pueblo”, por lo que “aún en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”; sin embargo por “su transgresión —la de los judíos— vino la salvación a los gentiles …”. Que el endurecimiento de los judíos es “en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Ro 11:1–35).
Este factor toma cuerpo con el establecimiento de la primera iglesia cristiana en Jerusalén, más los judíos y prosélitos de muchas naciones que creyeron en el día de Pentecostés y regresaron a sus lugares de origen, así como también con los que huyeron por causa de la persecusión; todos ellos en realidad constituyeron aquel “remanente escogido por gracia”, base de las primeras congregaciones cristianas. Luego el remanente se incrementa con la predicación de la buena noticia y establecimiento de la iglesia entre los pueblos gentiles (Hch 2:43–47, 9–11; 8:1, 4; 11:19–21). De manera que la expectación mesiánica se cumplió en parte con el establecimiento de la iglesia.
Para no dejar un vacío en el tema, diré brevemente que mi apreciación bíblica es que la función mesiánica de Jesús hacia su pueblo no quedó frustrada. Las promesas del Señor están hechas y tendrán su cumplimiento. Pero por el ministerio de Jesús, en la realización del plan divino de redención, aquello se detuvo “momentáneamente”.
3.     EL DÍA DE PENTECOSTÉS
Pentecostés es el día del verdadero nacimiento de la iglesia de Jesucristo. Aunque en forma previa se dio una serie de acontecimientos como los mencionados anteriormente, y se fueron sentando bases para lo que habría de surgir, el cumplimiento de la profecía de Joel tocante al Espíritu Santo, marca el inicio de la iglesia (Jl 2:28–32; Hch 2:16–21).
Pentecostés era una de las tres grandes fiestas anuales establecidas por Dios para su pueblo. La palabra significa “quincuagésimo día”. Se daba entre mayo y junio, cincuenta días después de la Pascua. Son términos sinónimos la fiesta de las semanas, la fiesta de las primicias y la fiesta de las cosechas (Dt 16:10; Nm 28:26; Éx 23:16).
Para esta fecha 120 seguidores de Jesús estaban reunidos. Ellos “perseveraban unánimes en oración y ruego” (Hch 1:14–15). Lo hacían en expectante obediencia a la orden del maestro al final de su ministerio terrenal: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lc 24:49).
El capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles narra un acontecimiento sobrenatural, que no sólo abarcó a los 120, sino a tres mil personas que aquel día recibieron la gracia del nuevo pacto y empezaron a experimentar sus bendiciones. Como lo indica el pasaje, había judíos y prosélitos reunidos en Jerusalén, no sólo de las regiones inmediatas, sino de lugares tan lejanos como Mesopotamia, Asia y África. Muchas de estas personas, debido a la persecusión desatada a los pocos días con motivo de la muerte de Esteban, fueron semilla de la nueva fe y fundadores de la iglesia en muchos lugares (Hch 2:9–11; 11:19–21).
En realidad Pentecostés, en conformidad a su significado original, vino a ser una verdadera fiesta de la cosecha de los primeros frutos. Lo fue en un sentido diferente al tradicional judío. La cosecha era del Señor de la mies, del Señor que contrató obreros para su campo, del Hijo del dueño de la viña que fue despreciado y muerto por los labradores, del Hijo de Dios que se entregó a sí mismo por los pecados del mundo.
Conforme a la profecía de Isaías, el que ahora estaba a la diestra del Padre, empezaba a ver “el fruto de la aflicción de su alma”; por “su conocimiento” estaba justificando a muchos y quitando las “iniquidades de ellos” (Mt 21:33–46; 20:1–16; Is 53:10–11). Los primeros frutos eran personas que creían que Jesucristo era el hijo de David, el Cristo, el Señor y Salvador.
Pero Pentecostés fue algo infinitamente mayor e inesperado. Lo que trajo no fue sólo la experiencia de las lenguas de fuego y la ágil comunicación de la fe como lo vivieron los 120 y muchos más. Recibieron un nuevo corazón y un nuevo espíritu; se les quitó de sus vidas el corazón de piedra y recibieron un corazón de carne. Además recibieron el Espíritu mismo de Dios para poder andar en sus estatutos, guardar sus preceptos y ponerlos por obra. Esta fue la experiencia que vivió en un principio la primera iglesia cristiana de Jerusalén, conocida por muchos como la “iglesia primitiva” (Ez 36:25–27; He 7:20–28; 8:8–13; Hch 2:43–47; 4:32–35).
Pentecostés en este sentido no es simplemente un día del calendario religioso común, sino una fecha extraordinaria en la cual Dios, en la persona de su Santo Espíritu, viene en forma permanente a las personas que acatan el llamado de Dios en Cristo Jesús. Es lo que Pablo llamó “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria …” (Col 1:26–27). Pentecostés es nada menos que Dios entre los hombres de buena voluntad, y Dios habitando en las personas que acuden al llamado de su Hijo.
Así empieza la iglesia cristiana. Y así queda marcada su vida y su misión.
4.     LAS PRIMERAS IGLESIAS CRISTIANAS
El desarrollo de este capítulo, como del resto del libro, está enmarcado fundamentalmente en los datos que nos ofrecen las páginas de la Biblia. De manera que en los siguientes párrafos, presentaré las iglesias acerca de las cuales tenemos referencias en el Nuevo Testamento y no en otros documentos históricos. En esta sección haré sólo una mención general de las congregaciones, ya que el desarrollo de los capítulos siguientes nos llevará a considerar aspectos particulares de ellas.
Las referencias bíblicas que tenemos nos indican que se formaron iglesias cristianas, primeramente en Jerusalén (Hch 2:37–47; 15:4). Después de cierto asentamiento de esta congregación, en forma quizá simultánea, o velozmente sucesiva, como reacción en cadena, encontramos iglesias en Samaria, Judea, Galilea, Damasco y Fenicia. Esto se dio como resultado del esparcimiento de los cristianos debido a la persecusión de Saulo y de las autoridades religiosas judías (Hch 8:1, 4, 5; 9:19; 15:3).
Son muy pocas las referencias que tenemos sobre el establecimiento de las primeras iglesias en dichas regiones. De Samaria sabemos que no sólo en la ciudad misma se anunció el evangelio y se estableció una congregación, sino que por haberse predicado en “muchas poblaciones” es de presumir que también en ellas se formaron iglesias. En modo semejante ocurrió en la región de Judea y Samaria. Sabemos que después de cierto tiempo dichas iglesias “tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hch 9:31).
Luego hay una serie de congregaciones de las cuales tenemos más datos. Son las de Antioquía de Siria, Antioquía de Pisidia, Listra, Derbe, Iconio, Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Éfeso, Troas, Roma, Galacia, Colosas, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, Laodicea y Creta.
San Pablo expresó su inmenso regocijo al decir “todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Ro. 15:19). Él vivió varios años en su lugar de origen, Tarso, donde se supone, su testimonio y labor deben haber desarrollado alguna congregación, acerca de la cual no tenemos referencia. Hasta el día de hoy en España piensan que San Pablo visitó sus tierras y existe una ruta que supuestamente siguió. Sin embargo, bíblicamente, lo único que sabemos es que él tenía la intención de visitarla (Ro 15:24).
Al igual que dichos ejemplos, el apóstol Pedro escribe a los “expatriados de la dispersión” en varios lugares. Lo mismo hacen Santiago, Juan y Judas. Es de suponer que igualmente lo hicieron pensando en congregaciones cristianas que, debido a persecuciones, estaban integradas en modo muy rudimentario basándose en el principio de que “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20).
Sorprende que en un lapso cercano a los 60–70 años, del grupo inicial establecido en Jerusalén, la iglesia se extendiera por tantos lugares en forma tan rápida, teniendo en cuenta las dificultades, persecuciones, falta de recursos económicos y falta de buenos medios de locomoción. Así se pone en evidencia el cumplimiento del mandato del Señor de que su evangelio partiera de Jerusalén hasta lo último de la tierra. Y, además, que el poder recibido por el Espíritu Santo como una experiencia transformadora de la vida y capacitadora para testificar, era el elemento vital para el avance del evangelio y el desarrollo de la iglesia.
5.     CONCLUSIONES
Con base en los elementos que han sido expuestos, considerados como raíz histórica y bíblica de la iglesia cristiana, cierro este capítulo con una serie de consideraciones o conclusiones generales.
(1) En primer lugar, para quienes hemos creído que Dios ha hablado a la humanidad, tanto por medio del Señor Jesucristo, como de la palabra escrita que tenemos en la Santa Biblia, tenemos que reconocer claramente lo siguiente: La iglesia no aparece en el mundo como un accidente más de la historia o como un simple resultado en la conjugación de fenómenos puramente humanos, económicos o culturales. La iglesia no es el producto de una mentalidad formada alrededor de mitos, leyendas o ingenuas creencias.
La iglesia es el producto del sentir, del pensar y del actuar manifiestamente intencionados de Dios en el mundo, en su preocupación por la redención, regeneración, protección y destino eterno de sus criaturas racionales. Ella constituye una parte fundamental en el desarrollo total del plan pensado y dirigido por Dios mismo.
Cualquiera que haya decidido seguir la fe de Jesucristo, y quien comprenda que su vocación cristiana es un llamado a servirle, debe armarse primeramente con estos pensamientos. Pues “no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios”. Tenemos ahora la “mente de Cristo”. Por lo cual debemos acomodar “lo espiritual a lo espiritual” (1 Co 2:12, 13, 16).
Comprendemos que algunas de las experiencias tocante a la iglesia cristiana no son las mejores ni las más acordes con lo que Dios espera y busca de ella. Pero esto de ninguna manera debe hacernos perder de vista su más íntima realidad, y que debe ser la que inspire y mantenga nuestras mejores actitudes y acciones hacia ella. Nuestra identificación con el proyecto de Dios en Cristo y en su iglesia debe instarnos, por un lado, a bendecir al Señor por su misericordia, y por otro, a disponernos a ser factores que permitan a la iglesia ser lo que Dios se ha propuesto que sea.
(2) La iglesia viene a ser el producto de un genuino “soplo” divino, al ser el Espíritu Santo mismo quien la inicia, la alienta, y la sostiene. No se puede entender, entonces, a la iglesia aparte de esa presencia, acción, aliento y dirección. Por la fe en Jesús, por el bautismo en agua y por el bautismo en un solo Espíritu, hemos sido incorporados a la iglesia (2 Co 3:17).
De manera que cuando se quiere ver a la iglesia únicamente como organización, o como parte de la historia o de algunas sociedades, primeramente debemos preguntar cuál es el lugar que el Espíritu Santo tiene en ella y en qué medida la está animando. Porque ciertamente la iglesia en sus muchas expresiones, una y otra vez se ha desviado o ha perdido su objetivo. Pero también una y otra vez el mismo Espíritu la ha vuelto a vivificar. Cualquiera que sea la orientación teológica que el estudiante de la Biblia y servidor del Señor en la iglesia tenga, debe entender que si el Espíritu de Dios no tiene el lugar que le corresponde, ella no podrá ser lo que Dios, y no los hombres, se ha propuesto que sea.
(3) La iglesia está formada por personas y es para las personas. Para ellas es el nuevo pacto y la nueva comunidad de creyentes.
Aunque este factor parece una repetición de cosas muy conocidas, sin embargo la historia de la iglesia, posterior a la época apostólica, indica claramente que el objetivo muchas veces se cambia. Se cambia por intereses económicos, políticos, militares, personales, colectivos o institucionales. Y hay que estar en guardia constantemente contra esto.
Dios busca hombres y mujeres. La iglesia, formada por estos, debe seguir buscando hombres y mujeres para que entren en toda la experiencia del nuevo pacto hecho posible por su mediador, nuestro Señor Jesucristo.
(4) Si bien en los rasgos históricos destacados vemos que en el plan divino las personas juegan un papel de trascendental importancia, hay que ver que lo son, no únicamente como el objeto del amor de Dios, sino como sujetos o agentes activos de una importante acción divina en el mundo. La iglesia recibe la bendición divina. Pero ella debe moverse, debe ir, debe agilizarse para que la bendición divina llegue por su medio a más personas. Por esto algunos dicen que la iglesia es misión, es tarea, es acción. Y esto plantea también serias inquietudes cuando las congregaciones cristianas se vuelven estáticas, sólo buscadoras de bendición, sin entrar en un serio y permanente compromiso con su Señor y con los seres que la necesitan.
Lo anterior atañe en forma muy especial a quienes tienen funciones de liderazgo en las iglesias. Porque cuidar y guiar al rebaño no es solamente alimentarlo y procurar que esté bien. Es guiarle para que dé lana, carne y leche. Dicho en los términos de Jesús respecto al reino de Dios, “para que produzca los frutos de él” (Mt 21:43).
¡Es un privilegio indescriptible conocer el nuevo pacto y formar parte del plan divino por medio de la iglesia! ¡Armémonos con estos pensamientos!
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lunes, 24 de febrero de 2014

Muchos falsos profetas han salido por el mundo: Estaban con nosotros, pero no eran de nosotros

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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 ¿Qué es una secta?
   Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad…
(Hechos 20:29–31)

Hace poco leí en los titulares de uno de los diarios de mayor circulación en Buenos Aires: «Invasión de las sectas». Al leer el artículo me di cuenta de que para el autor en «las sectas» estábamos incluidos nosotros, los cristianos evangélicos.

En el primer siglo de nuestra era los judíos consideraban a Cristo y a sus seguidores como una secta. El tema de las sectas es tan candente que durante una cruzada en Brasil, el evangelista Luis Palau se vio obligado a explicar por televisión la diferencia entre una secta y una verdadera iglesia. No es fácil definir la palabra «secta». Una prominente revista secular, después del suicidio de 39 miembros de una secta explicó: «La línea divisoria entre religión y secta, entre fe y fanatismo, a menudo es difícil de trazar». El diccionario Espasa Calpe define secta como «conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideología», pero al agregar los sinónimos incluye «herejía».

En este libro consideramos que una secta es un grupo (generalmente sincero) que ha dejado la verdad enseñada en la Biblia y ha ido tras una doctrina extraña y/o un líder con mucho carisma. La secta se compone de elementos doctrinales y sociológicos. Para lograr sus propósitos termina manipulando y controlando a los feligreses.

Al exponer las marcas distintivas de las sectas, veremos que hay iglesias que no son sectas propiamente dichas pero exhiben una o más de las características; todavía no son sectas pero están en peligro de abusar de sus miembros y de convertirse en sectas.

Antes de entrar en el tema específico, es importante para el lector comprender lo siguiente:

1) La iglesia nunca estará libre de falsos profetas.
«Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor…» (2 Pedro 2:1).

No nos sorprendamos de que las sectas estén creciendo, pero al mismo tiempo estemos alertas. En la Biblia también hallamos exhortaciones como: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mateo 7:15); «Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo» (Filipenses 3:2); «…algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrina de demonios» (1 Timoteo 4:1); «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Corintios 11:14).

2) Según el apóstol Juan, la proliferación de las sectas falsas es una señal de que la última hora está cercana.
«Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo» (1 Juan 2:18).

3) Al referirse a las sectas, la prensa (y hasta algunos gobiernos) en Latinoamérica tiene en mente a todos los grupos que no pertenecen a la religión tradicional.

Prueba de ello es que en muchos diarios aparece una lamentable traducción al español del nombre de la secta «Heaven’s Gate» como «Puerta al Cielo». Numerosas iglesias evangélicas se llaman «Puerta del cielo» o «Puerta al cielo».

Los enemigos del evangelio lo han aprovechado para probar que el movimiento evangélico es una secta. El resultado es que al criticar a las sectas falsas por sus necedades y conductas extremas (un ejemplo es la malversación de fondos), incluyen a todos los cristianos evangélicos. Por eso es crucial que la iglesia misma sepa cómo distinguir entre una secta y una verdadera iglesia bíblica.

4) Sólo incluímos sectas que son derivaciones del verdadero cristianismo, y no hace referencia a otras religiones (por ejemplo el budismo, el hinduismo, etc.).

Características básicas de las sectas falsas

   Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. (1 Juan 4:1)

El apóstol Juan nos exhorta, o mejor dicho, nos ordena probar los espíritus. En realidad uno de los propósitos de 1Juan es el discernimiento, y por ello el estudio de esta epístola resulta idóneo para ayudarnos con este tema. Esta epístola fue escrita hacia fines del primer siglo.

Había pasado suficiente tiempo desde el comienzo de la iglesia como para que herejías, doctrinas extrañas, falsos profetas y engañadores entraran en las congregaciones.2 Primera Juan es el libro más apropiado del Nuevo Testamento para conocer las características básicas de una secta falsa, a fin de poder discernirlas y preparar a los cristianos con sana doctrina para que no caigan en la trampa del enemigo.

Vemos que los cristianos de Berea fueron premiados y llamados «más nobles» porque «día tras día estudiaban las Escrituras para ver si era cierto lo que se les decía» (Hechos 17:11 VP). Debido a que los mismos vientos de doctrina que circulaban en el primer siglo todavía están molestando a la iglesia contemporánea, con urgencia necesitamos escudriñar la Escritura para ver si «estas cosas son ciertas».

1. Salen de nosotros.
La gran mayoría de quienes comienzan una secta falsa tuvieron sus principios en el movimiento cristiano evangélico, como advierte Juan:

   «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros» (2:19)

Durante una visita a Argentina encontré literatura sobre la iglesia «evangélica» homosexual. Al indagar más, me enteré de que sus líderes anteriormente habían sido pastores de iglesias bíblicas.

En Guadalajara, México, los fundadores de «La Luz del Mundo» también salieron de dos grupos netamente evangélicos.

Es más, hemos recibido cartas (especialmente de Sudamérica) de personas atrapadas en la Iglesia de Unificación, cuyo fundador Sun Myung Moon antes de iniciar su propio grupo había comenzado en una iglesia presbiteriana y luego había sido miembro de una iglesia pentecostal.

Cuando con mi esposa vivíamos en México, «Los Niños de Dios» —ahora conocidos como «La Familia de Amor»— casi se llevaron el grupo de jóvenes de nuestra iglesia. El fundador, el ya fallecido David Berg, antes había sido ministro con la Alianza Cristiana y Misionera.

Jim Jones, el fundador del «People’s Temple», el grupo que se suicidó masivamente en Guyana, profesó su conversión en una Iglesia del Nazareno y luego pastoreó una iglesia carismática. El grupo conocido como «Dios es Amor» que proviene de Brasil, profesa ser una iglesia evangélica pentecostal.

De las sectas más conocidas podemos mencionar a Russell de los Testigos de Jehová, que comenzó en una iglesia congregacional; Mary Baker Eddy, fundadora de la Iglesia de Ciencia Cristiana, quien nació en una familia con tradición bíblica congregacional, y fue influenciada por las doctrinas de un hombre que había pertenecido primero a la iglesia metodista y más tarde a una iglesia pentecostal; José Smith de los mormones fue tocado por el avivamiento evangélico en Nueva Inglaterra en los Estados Unidos de América.

Seguramente cerca de nuestra casa se encuentra funcionado una secta cuyo fundador salió de una sólida iglesia bíblica. Pablo explica:

   «Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos»
(Hechos 20:30)


2. El error básico de la secta falsa radica en lo que cree sobre el Hijo de Dios y por ende sobre el plan de salvación.

   «¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?» (2:22)

De este versículo deducimos que es posible estar equivocado acerca de la doctrina de Dios Padre o aun de Dios Espíritu Santo y seguir llamándose verdadero cristiano, pero jamás se puede estar equivocado acerca del Hijo de Dios. Juan afirma:

   «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre» (1 Juan 2:23; véase también 2 Juan 7)

Hace tiempo una persona me escribió preguntando sobre un grupo en Centroamérica. Sucedía que al visitarlo le había impresionado el ambiente de «amor» y no le había parecido tan diferente de su iglesia a la que había asistido durante años. Después de investigar el tema, encontré en el grupo algo que Pablo seguramente denominaría «doctrinas de demonios» (1 Timoteo 4:1). Entre otras cosas, descubrí que ese grupo sostiene que Jesucristo evolucionó hasta llegar a ser un dios, y alega que Jesucristo y Satanás son hermanos. A este grupo Juan diría: «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios» (2Jn. 9).

Pasé varias horas escribiendo una cuidadosa contestación a la carta. Tres semanas más tarde recibí la respuesta, mejor dicho una protesta acusándome de que yo había falseado la doctrina del grupo y que era imposible que lo que yo decía fuera verdad. Como por mi parte había hecho un estudio cauteloso y sabía que yo tenía razón, entonces en mi réplica le expliqué a esta persona que aunque un grupo hasta el momento no hubiera enseñado cierta doctrina, ésta igualmente forma parte de sus creencias. Muchas sectas esperan hasta que la persona sea parte integral del grupo para entonces revelar las grandes doctrinas falsas, que generalmente tienen que ver con la persona de Cristo.

   «Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo»
(Judas 4)

3. Emplea material extrabíblico colocándolo al mismo nivel que la Biblia.
 Puede ser algo escrito como El libro del Mormón o Las cartas de MO (David «Moisés» Berg, de «La Familia de Amor»), o la palabra de un líder caudillo —como el ejemplo del joven pastor que presentamos al comenzar este libro.

Aduciendo «revelaciones directas de Dios», esta clase de líder (generalmente llamado profeta, apóstol o ungido) controla a los miembros del grupo. Recuerdo un triste incidente en un país de Centroamérica. Durante el culto el líder de la iglesia recibió la «revelación» de que una mujer soltera tenía que casarse con cierto hombre en la congregación.

En forma inmediata celebraron el casamiento (por cierto no legal). La dama, que no estaba de acuerdo pero a la vez no quería oponerse al ungido de Dios, luego admitió: «Aquella noche básicamente fui violada».

Lo que más me molesta de este incidente es que los líderes de la congregación tratan a los miembros como si no fueran «coherederos de la gracia de la vida» (1 Pedro 3:7), como si no tuvieran capacidades espirituales (1 Corintios 12) con derecho al acceso directo al trono de la gracia (He. 4:16), como si fueran súbditos a quienes pueden manipular por su palabra.

4. Alegan que son los únicos con la verdad.
 La mayoría de las sectas profesan haber encontrado la iglesia y la doctrina «ideal» y su razón de ser es no seguir cometiendo los errores de las demás iglesias.

Es propio decir que Jesús es el único camino porque la Biblia lo enseña (Juan 14:6), pero es totalmente diferente decir que mi iglesia o el grupo al que asisto es el único con la verdad, y como consecuencia los demás no son salvos o, peor todavía, que están bajo el control de Satanás. En un grupo de ese tipo la salvación no consiste tanto en ir a Cristo sino en ir a un grupo o iglesia, o en un sistema de obras humanas. Declarándose los únicos poseedores de la verdad, ciertos grupos no permiten que sus miembros pisen el umbral de otra iglesia.

Hace poco mi hijo Joel, a quien Dios le ha dado una preocupación especial por los que están atrapados en doctrina falsa, asistió a la iglesia de unos amigos a quienes había estado testificando de su fe. Joel me comentó que el culto fue similar al de una iglesia evangélica, pero con una diferencia notable: cuando la gente pasaba a dar testimonio ninguno alababa al Salvador Jesús sino que toda la alabanza estaba dirigida a la iglesia en sí.

Dar la gloria a otro es peligroso porque Dios mismo declara: «…a otro no daré mi gloria ni mi alabanza a esculturas» (Is. 42:8).

5. Emplean sólo porciones de la Biblia, y generalmente fuera de contexto. 
Fundamentan su doctrina en unos pocos pasajes de la Escritura, pero ¡cuidado! pues llegan a ser expertos en los pasajes que apoyan sus creencias.

Hace tiempo José, un miembro de nuestra iglesia, tuvo un encuentro con un miembro de una semisecta y se sentía confundido porque el hombre había declarado que José no era salvo por no haber sido bautizado de la manera prescrita en su iglesia.

Grupos así son peligrosos pues conocen muy bien su doctrina y ciertos versículos —generalmente oscuros— que apoyan tal doctrina, y se valen de ellos para confundir a la gente. José no fue el único caso; a otros miembros de nuestra iglesia les han dicho que no son salvos porque celebran la Navidad, toman café, comen carne, no dan su diezmo a cierto grupo, y varias otras cosas relacionadas con la manera de vestir, el maquillaje, etc. El apóstol Pablo debió enfrentarse con muchas de las mismas creencias (y aun más), y como respuesta escribió:

   «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo…. Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne»
(Col. 2:16–17, 20–23)

6. Emplean terminología bíblica pero con su propia definición de los distintos términos. 
Si cerca de su casa funciona una secta y usted llega a conversar con uno de sus integrantes, sugiero que le pregunte el significado de las siguientes palabras: salvación, pecado, redención, anticristo, evangelismo, reino de Dios, Hijo de Dios, Cuerpo de Cristo, justificación por la fe.

Luego, entonces, compare lo que ellos dicen con el significado bíblico. ¡Cuidado! Quizá al principio las definiciones de la secta tengan apariencia de verdad. Por eso es tan importante el discernimiento. Si Bernabé pudo ser arrastrado y engañado por falsa doctrina (Gá. 2:13), cuánto más nosotros.


martes, 22 de enero de 2013

Un estudio Bíblico Teológico sobre Cristo y su Iglesia en el Libro de Rut: Estudios grupales


. legend alineado al centro Un estudio Bíblico Teológico sobre Cristo y su Iglesia en el Libro de Rut 
. biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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 TABLA DE CONTENIDO


INTRODUCCIÓN

LECCIÓN 1: EL ES JEHOVÁ TU DIOS
1.1.  SOBERANO EN SU CREACIÓN
1.2.  INCOMPRENSIBLE EN SU CARÁCTER
1.3.  TODOPODEROSO EN SU ACCIÓN

LECCIÓN 2: MISERICORDIA Y DESCANSO
2.1.  TU TIERRA SERÁ MI TIERRA
2.2.  TU PUEBLO SERÁ MI PUEBLO
2.3.  TU DIOS SERÁ MI DIOS

LECCIÓN 3: EL ES JEHOVÁ TU PROTECTOR
3.1.  HAY GRACIA EN SUS OJOS
3.2.  HAY REFUGIO EN SUS ALAS
3.3.  HAY PROVISIÓN EN SU ERA

LECCIÓN 4: BENDICIÓN Y REFUGIO
4.1.  UN CAMPO DONDE ESPIGAR
4.2.  UNAS CRIADAS CON QUIENES TRABAJAR
4.3.  UNA CASA DONDE VIVIR

LECCIÓN 5: EL ES JEHOVÁ TU REDENTOR
5.1.  YO TE REDIMIRÉ, DESCANSA…
5.2.  BENDITA SEAS TÚ, HIJA MÍA…
5.3.  NO DESCANSARÉ Y CONCLUIRÉ…  
LECCIÓN 6: SALVACIÓN Y SEGURIDAD
6.1.  LE EXTIENDE SU MANTO
6.2.  LE DA SEGURIDAD Y DESCANSO
6.3.  LE LLENA SUS MANOS VACÍAS

LECCIÓN 7: EL ES JEHOVÁ TU SEÑOR
7.1.  DA RENOMBRE ETERNO
7.2.  DA HERENCIA ETERNA
7.3.  DA PROSPERIDAD ETERNA

LECCIÓN 8: HERENCIA Y POSTERIDAD
8.1.  SU NOMBRE RESTAURADO
8.2.  SU POSESIÓN REDIMIDA
8.3.  SU POSICIÓN PROMOVIDA

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
GUÍA DEL ESTUDIANTE Y FACILITADOR
ANEXOS

Al comenzar a estudiar este sensacional libro, es pertinente, reconocer su valor histórico,
bíblico y teológico. En consecuencia, en estas dos primeras lecciones consideraremos
aspectos relacionados con el carácter soberano y trascendental de Dios. En este sentido,
reconoceremos que el Señor tiene el control de todo cuanto existe; nada sucede sin su
designio. También, confesaremos que las cosas que vemos, vivimos y conocemos son
magistralmente, controladas, ejecutadas o permitidas por el Dios del universo. Lo cual
indica, que el hilo conductor de los acontecimientos y circunstancias, esta sostenido y
manejado por sus manos misericordiosas, justas y sabias.

La aceptación de su soberanía en todo cuanto existe, nos permitirá descansar en sus sabios
y cariñosos planes. También, nos invitará  en todo momento de nuestra vida a rendir
adoración, reconocimiento y servicio a su majestad. Solo un Dios soberano, controla todas
las cosas, porque Él mismo las ha decretado. Nadie puede conocer los acontecimientos de
la historia, si no es su autor. No obstante, el único y soberano Dios, conoce todas las cosas
y se complace en ejecutarlas para su propia  gloria. O usa los medios que Él mismo ha
establecido, para que esas cosas se realicen, de igual forma, para su única y gran gloria.

Al acercarnos al libro de Rut, descubriremos en sus líneas, no solo las maravillas de esta
historia, si no también aspectos de la vida de Israel, vida familiar, principios de relaciones y
fidelidad. Lo más fascinante y alentador es ver la mano de Dios guiando, dirigiendo y
haciendo que las cosas que  han sido decretadas y preestablecidas sean realidad en el
tiempo, circunstancias y condiciones como se han planeado. Además, nos permite conocer
a Dios, revelado en las cosas creadas y manifestado en forma providencial para guiar y
sustentar a los suyos. En este sentido, el capítulo primero de este libro, nos adentrará en
aspectos relacionados con su carácter, designios y su plan redentor para sus hijos. 

Para la realización de este estudio, es imprescindible leer el capítulo uno del libro de Rut
una y otra vez. Al leerlo debemos hacerlo en clave teológica. Es decir, se debe identificar,
resaltar y meditar en aquellos aspectos, decisiones y acciones directas o indirectas que lo
revelan como el Dios en la Biblia. De esta  forma, será posible reconocer su soberanía,
carácter y providencia diaria en todas las cosas y acontecimientos. Por consiguiente, nos
será posible, valorar su control absoluto y descansar en sus sabios planes. 

1.1.  SOBERANO EN SU CREACIÓN

El capítulo comienza hablando de un acontecimiento histórico y real. Aconteció en un lugar
y tiempo específico. Además, nos muestra las consecuencias reales y circunstanciales
vividas por quienes afrontaron  esta situación de hambre.  “Aconteció en los días que
gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra…” (Vs. 1). Pese a que el hambre es
consecuencia del pecado, no obstante, el Dios soberano la permite para manifestar su poder,
demostrar su juicio y expresar su gran poder y provisión. Podemos decir, que la situación
de hambre por la que pasó, por lo menos esta parte del pueblo de Israel, fue una expresión
de la soberanía divina para revelarnos su poder. Es interesente, anotar, que el alimento, por
ser una necesidad básica, moviliza a toda persona. En este caso a quienes están afrontando
la escasez y se ven abocados a ir a lugares donde haya alimentos suficientes.

Debemos resaltar que en varias partes en la  Biblia se registran situaciones de hambre por
las cuales pasó la tierra, no solo los del pueblo escogido. Esto nos permite reafirmar, que
las condiciones naturales, por las que el Señor permite que pasemos revelan la grandeza de
Dios sobre las cosas creadas. Él tiene el control sobre su creación de tal forma, que la hace
producir fruto en abundancia en algunas épocas, o la hace improductiva y estéril. 

En tiempos de Abram hubo hambre en su tierra y tuvo que ir a Egipto en busca de
alimentos; “Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para morar
allá; porque era grande el hambre en la tierra” (Gén. 12:10). Hubo hambre en Egipto, en
los días de José hijo de Jacob; “Y comenzaron a venir los siete años del hambre, como Joséhabía dicho; y hubo hambre en todos los países…” (Gén. 41:54). Durante el reinado de
David, hubo hambre en Israel;  “Hubo hambre en los días de David por tres años
consecutivos” (2 Sm. 21:1). Los profetas Elías y Eliseo también sufrieron las penurias de
periodos de hambre; “…Y el hambre era grave en Samaria” (1 Ry. 18:2), “Eliseo volvió a
Gilgal cuando había una grande hambre en la tierra” (2 Ry. 4:38). “Y hubo gran hambre
en Samaria, a consecuencia de aquel sitio” (2 Ry. 6:25).

También el profeta Jeremías sufrió los rigores del hambre;  “…porque allí morirá de
hambre, pues no hay más pan en la ciudad” y  “…prevaleció el hambre en la ciudad, hasta
no haber pan para el pueblo” (Jer. 28:9; 52:6). En el Nuevo Testamento, la Biblia registra
un periodo de hambre, el cual afectó a los cristianos; “Y levantándose uno de ellos, llamado
Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra
habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hc. 11:28).

Respecto a situaciones de hambre en la tierra, de la cual Noemí y su familia son afectadas,
hemos de notar que manifiestan la soberanía de Dios sobre su creación. Es el Señor mismo,
quien permite periodos de hambre y escasez para llamar a su pueblo al arrepentimiento;
juzgar a los reprobados; disciplinar a sus hijos y manifestar su maravillosa providencia para
con ellos. Eso nos muestran los siguientes textos: “…porque Jehová ha llamado el hambre,
la cual vendrá sobre la tierra por siete años” (2 Ry. 8:1). “Trajo hambre sobre la tierra, y
quebrantó todo sustento de pan” (Sal. 105:16).  “Así, pues, ha dicho Jehová de los
ejércitos: He aquí que yo los castigaré; los jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas
morirán de hambre” y “Y enviaré sobre ellos espada, hambre y pestilencia, hasta que sean
exterminados de la tierra que les di a ellos y a sus padres” (Jer. 11:22; 24:10).

Otra de las manifestaciones de la soberanía y  control del Señor aun en el hambre, es la
provisión de la cual Él nos colma, para su gloria y nuestra bendición. Por lo menos, eso es
lo que nos indica la Escritura.  “Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; Pero los que
buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien” (Sal. 34:10). “Jehová no dejará padecer
hambre al justo; Mas la iniquidad lanzará a los impíos” (Pv. 10:3).

La gracia soberana de Dios para con sus hijos, se manifiesta no solo en ordenar a la
naturaleza que actúe de acuerdo a sus designios, sino en sustentar a sus seguidores en
medio de las situaciones que parecen hostiles y adversas. En este sentido, podemos percibir
la soberanía del Señor, en el desplazamiento de esta familia a Moab y posteriormente, en la
muerte de los tres hombres de la familia judía. “…Y un varón de Belén de Judá fue a morar
en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos” (Vs. 1).

Muchos de nosotros, tenemos dificultad en ver la soberanía de Dios en la muerte de
nuestros seres queridos y en condiciones de pobreza, dolor y angustia. “Y murió Elimelec,
marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos… Y murieron también los dos, Mahlón y
Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido” (Vs. 3-5).
Al ser desterrados por razones naturales o antinaturales, y afrontar  la condición de otras
condiciones de vida, nos preguntamos ¿dónde está el Señor en todo esto?

Sin embargo, para quienes son guiados por el Señor, todas las cosas conducen a la vida y la
esperanza. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto
es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rm. 8:28). En este sentido, el
hambre, muerte, dolor y sufrimiento son elementos llenos de soberanía, usados por Dios
para el trato con sus hijos. Afirmar esto, desde la periferia es fácil. Sin embargo, cuando
estamos en el fragor de la prueba, la situación se torna distinta e incomprensible.

Un Dios soberano, dirige con cuerdas invisibles de amor y providencia a sus hijos. Eso es
lo que vemos con la dirección que da paso a paso a las decisiones, acciones y adversidades
en la vida de Noemí, Rut y su familia. Cada detalle, por sencillo que parezca, esta
enmarcado dentro del cuidado  amoroso, tierno, extraordinario y revelador de Dios. El
hambre en Belén y la posterior abundancia. Soledad y posterior compañía. Amargura y
posterior dulzura. Dolor y posterior esperanza. Pérdida y posterior ganancia. Todas las
situaciones y momentos específicos por los que pasamos a diario, son dirigidos y
encaminados por la cuerda irrompible de su soberanía, control y providencia sobrenatural. 

La casualidad, destino o suerte labrado por uno mismo, pierden sentido, al entender por la
gracia divina, que todo esta determinado  desde antes de la fundación del mundo. En
absoluto, nada sucede por decisión humana. Más bien, todo cuanto acontece a la naturaleza,
vida personal y a toda la creación, es la realidad de la soberanía de Dios. Por lo tanto, no
debemos desanimarnos ante las situaciones inesperadas y complejas de la vida. Debemos
descansar en la gracia soberana del Señor para sus hijos. Noemí y Rut vieron en su propia
vida su dirección. Comprendieron como Él, usa las circunstancias aparentemente adversas,
para ejecutar sus planes preestablecidos y llevar a cabo su perfecta obra.

De igual forma, todo fiel hijo, esta llamado a ver en todas las cosas la voluntad soberana de
Dios, siendo ejecutada para su propia gloria. Un Dios soberano, no es sorprendido por
ninguna cosa, sea natural o no. Por el contrario, Él mismo es quien da la palabra y todas las
cosas suceden. De manera especial, en el capítulo uno, vemos la soberanía maravillosa del
Señor a favor de sus hijos. Usa situaciones de  la vida, para revelarles los inalcanzables
propósitos de sus insondables planes. No debemos descansar hasta que comprendamos los
principios de su majestuosa acción en la vida de sus criaturas y creación.

1.2.  INCOMPRENSIBLE EN SU CARÁCTER

La soberanía de Dios es la expresión de su carácter. En este sentido, al desplegarse su
control poderoso, se pone de manifiesto el carácter del Señor. Cada acción, decisión o
realidad, de la que somos objeto, es la  presentación de acciones características y
perfecciones de Dios. Por lo cual, los eventos  en perspectiva bíblica y teocéntrica, nos
llaman a reconocer, adorar y exaltar una bondad específica del carácter Creador.

Por consiguiente, estudiar el cuidado de Él para sus hijos, es adentrarnos en aspectos de su
ser y obrar. Consideremos algunos de los aspectos de la esencia de Dios, manifiestos en el
capítulo uno. En esta lección se exalta la soberanía en los eventos históricos. También, su
providencia. Esta tiene que ver con su provisión para el sustento de la creación y las cosas
creadas. Consideremos las implicaciones y alcances de la providencia divina. 

Dios, el Gran Creador de todo, sostiene (Hb.  1:3) dirige, dispone, y  gobierna a todas las
criaturas, acciones y cosas (Dn. 4:34,35; Sal. 135:6; Hc. 17:25-28; Job 38-41) desde la más
grande hasta la más pequeña (Mt. 10:29-31),  por su sabia y santa providencia (Pv. 15:3;
Sal. 145:17; 104:24), conforme a su presciencia infalible (Hc. 15:18; Sal. 94:8-11) y al libre
e inmutable consejo de su propia voluntad (Ef. 1:11; Sal. 33:10,11), para la alabanza de la
gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia (Ef. 3:10; Rm. 9:17; Sal.
145:7; Is. 63:14; Gén. 45:7) (Westminster, Cap. 5).

En este sentido, podemos argumentar que la descripción característica de Dios presentada
en este libro, indica ampliamente, el cuidado y seguridad que Dios tiene de las cosas
creadas, incluido el hombre y la mujer. Por lo cual, vemos en el capítulo uno, el accionar
del Señor a favor de los suyos. Al proveer un sitio donde  vivir temporalmente, al dar
compañía y consuelo a la viuda y al facilitar el regreso de Noemí y Rut a tierra de Belén.

Pese al despliegue grandioso de Dios para sus hijas, es interesante ver la incomprensión que
tienen de su extraordinario y providencial accionar. Noemí no entiende el sufrimiento, las
pérdidas, los desplazamientos. Por tanto, entra en un estado de profunda depresión y
confusión. Recordemos que en su providencia, Él mismo establece los fines y los medios,
por los cuales se han de realizar sus planes (Hc. 27:31,44; Os. 2:21,22) a pesar de esto, Él
es libre para obrar sin los medios (Os. 1:7; Mt. 4:4; Job 34:10), sobre ellos (Rm. 4:19-21) y
contra ellos, según le plazca (2 Ry. 6:6; Dn. 3:27) (Westminster, Cap. 5).

En consecuencia, solemos hacer muchas preguntas ante las situaciones que soberanamente
han sido planeadas, cuando las sufrimos en carne propia. Lo que se pone de manifiesto es la
incomprensión, insatisfacción y desacuerdo ante sus sabias y justas decisiones. Noemí no es
la excepción. “¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que
puedan ser vuestros maridos? …porque yo  ya soy vieja para tener marido. Y aunque
dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos,
¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar
por amor a ellos?...” (Vs. 11-13). Aunque su razonamiento es veraz dentro de la lógica humana, no lo es así, desde la óptica divina. Podemos afirmar que Noemí, estaba muy
preocupada por resolver su soledad, viudez y falta de hijos por su propia cuenta; para sí
misma y para sus abnegadas nueras.

Se hace interesante, reconocer que los creyentes, ante la incomprensión de la gracia de Dios
en las circunstancias adversas, son tentados a confundirse y  a buscar remediar esas cosas
por sus propios medios ineficaces y pecaminosos. También, a culpar al Señor por su trato
hacía ellos. Al igual que Noemí, nos desahogamos, no reconociendo nuestras faltas, sino
expresando la amargura y aflicción ante Dios. Tendemos a quejarnos, y descargar  nuestra
amarga situación, ante el justo y bondadoso Señor. “No, hijas mías; que mayor amargura
tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí” (Vs. 13).

Al llegar a la tierra natal, Noemí es recibida en Belén con sorpresa y admiración.
“Anduvieron, pues, ellas dos hasta que llegaron a Belén; y aconteció que habiendo entrado
en Belén, toda la ciudad se conmovió por causa de ellas, y decían: ¿No es ésta Noemí?”
(Vs. 19). Lo interesante, es notar que esa sorpresa es por la  apariencia que reflejaba esta
abatida mujer. Es allí, cuando ella, saca a la luz toda la amargura, dolor y pesadumbre que
le agobian. “Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en
grande amargura me ha puesto el Todopoderoso” (Vs. 20). 

Es nuevamente en casa, cuando puede procesar las pérdidas y ser consolada. Allí da rienda
suelta a su sufrimiento. Puede hablar libremente, aunque sea de los amargos días que esta
pasando. “Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me
llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí, y el  Todopoderoso me ha
afligido?” (Vs. 21). Después de largos días de caminar en silencio, meditando su
sufrimiento, con la compañía silenciosa de su nuera Rut, ahora en Belén, exterioriza el
dolor y la motivación que la traen de regreso. Llora su dolor y sus muertos. Es en Belén,
donde comprende la totalidad de sus pérdidas y completa la elaboración del duelo.

Cuan interesente es que al manifestar su dolor y sufrimiento, Noemí reconoce la soberanía
del Señor en cumplir su voluntad en ella, pese a ser dolorosa. Reconoce que todo ha venido
de Dios. No atribuye ninguna mala decisión  de su parte o de su esposo, aunque fuera
posible. Por el contrario, exclama que el mismo Señor quien la sacó de Belén con las manos
llenas, la regresa con las manos vacías. Este reconocimiento indica el grado de madurez al
que ha sido llevada Noemí. No protesta contra Dios, si no que reconoce amargamente su
soberanía. No se silencia ante sus coterráneos, si no que expresa su incomprensión ante las
decisiones del Señor que le han sido dolorosas, con sabia y pública confesión.

Noemí no entiende como ahora todo ha cambiado. Se expresan muchos contrastes valiosos
para la comprensión de este cuadro de sufrimiento. La familia sale de Belén, casa del pan,
porque hay hambre. Llegan a Moab y se establecen con el infortunio para Noemí, de perder
a su esposo y sus dos hijos. Su nombre que significa placentera, se ha convertido en
amargura. Salió llena de esperanza, regresa vacía y en aflicción (Vílchez, 1998, pp. 84-85).

En realidad ¿Dios aflige a sus hijos? Aunque muchas personas consideran que un Dios
justo y bueno no puede afligir a sus hijos, no  obstante, vemos en este cuadro, la verdad
sobre el asunto. La aflicción es uno de los medios que Él emplea para manifestar su poder,
disciplinar a sus hijos y para glorificarse en medio de nuestras amarguras. Como en el caso
de Job, hay una incomprensión por parte de  Noemí de la realidad del sufrimiento. No
obstante, en el cuadro dramático de Job, se nos revela el origen celestial  y los propósitos
divinos del infortunio. En el caso de Noemí no hay esa información, que daría respuesta a
los lectores de las razones soberanas y celestiales que promovieron el dolor.

Noemí, está considerando la realidad presente con sus ojos de mujer. Sus ojos ven dolor,
pérdida, aflicción, amargura. Parece que ella, cree lo que muchos creen, respecto a la vida,
y es que todo tiempo pasado fue mejor. Al mirar atrás, quisiera regresar el tiempo y
continuar disfrutando de lo que a su juicio era más placentero. Sin embargo, desde la óptica
celestial, no ha acontecido nada que no contribuya para la  gloria de Dios y para la
bendición de Noemí y el pueblo escogido. Al respecto la Confesión de fe dice: “Aunque on respecto a la presciencia y decreto de  Dios, quien es la primera, todas las cosas
sucederán inmutable e infaliblemente (Hc. 2:23); sin embargo, por la misma providencia las
ha ordenado de tal manera, que sucederán  conforme a la naturaleza de las causas
secundarias, sea necesaria, libre o contingentemente (Gén. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt.
19:5; 1 Ry. 22:28,34; Is. 10:6,7) (Westminster, Cap. 5).

Ante el egoísmo de Noemí, y el de todos nosotros ante el sufrimiento, Dios responde. Sin
embargo, por nuestra dureza de corazón, vemos su respuesta después de mucho dolor y
amargura. En este sentido, para los hijos de Dios, todo tiempo por venir será mejor, porque
es la oportunidad para conocer más al Señor y disfrutar de sus hermosas decisiones
providentes, justas y soberanas. Además, lo que podemos aprender de Noemí y de todo hijo
de Dios, que es pasado por el sufrimiento y la aparente soledad, es como mientras nosotros
pensamos en sí mismos, Dios está tejiendo su proyecto redentor para todos los elegidos. En
consecuencia, no debemos preocuparnos y dolernos por lo que nos pasa, si no llenarnos de
gozo y alegría, por las cosas que el Señor está ejecutando para su gloria y la bendición de
muchos, en medio de nuestra incomprensión y confusión.

Lo altamente significativo y admirable es la  forma como el Dios soberano y fiel, usa la
incomprensión y el dolor nuestro para tejer sus maravillosos planes. También, podemos
gozarnos, porque en medio de nuestra dureza  para comprender el accionar divino, Él
permanece fiel a su palabra y a sus planes preestablecidos. Lo que no sabía Noemí, es que
su dolor y sufrimiento amargo, eran parte del precio que debía pagar por ir a tierra
extranjera y anunciar el plan redentor a los moabitas; de los cuales algunos, como es el caso
de Rut sería incluida en los hijos de Dios  y traída al pueblo del  pacto a vivir bajo la
promesa de salvación y vida abundante. 

Nos podemos preguntar ¿era consciente Noemí, que estaba siendo  dirigida por Dios?
¿Comprendía que su dolor era necesario para que Rut fuera traída a reconocer el señorí o del
Dios de Israel en su vida? ¿Si no hubieran muerto su esposo y sus dos hijos, Noemí hubiera
intentado regresar a Belén? ¿Se había establecido tanto Noemí, en Moab, que el Señor le quitó su familia, para que se viera obligada  a regresar? ¿No percibes en todo esto, la
dirección soberana de Dios para esta humilde y valiente mujer?

Podemos concluir esta sección diciendo, que pese a la amargura que nos causen las
decisiones de Dios en nuestra vida, aun así, todos sus hijos estamos siendo guiados por el
Señor. Además, estamos llamados a reconocer su carácter y aprender de su provisión en
medio de la más amarga incomprensión. Esa es una de las conclusiones a las cuales llega
Job al final del sufrimiento. Éste, le ha servido para conocer más del Señor a quien amaba y
para comprender sus inmensos designios y depender de sus maravillosos propósitos.

No es necesario entender los planes de Dios  para deleitarnos en ellos. No es necesario
definir la dirección que Él esta dando a nuestra vida, para depender de Él. No debemos
esperar a tener placer en todas las cosas, para aceptar que somos sustentados por Él.
Muchas veces Dios usa el dolor y sufrimiento nuestro para dar alegría y placer a muchos.
Ese es el caso de José, esclavo en Egipto, también el de Job, los discípulos y centenares de
creyentes en todo el mundo. Al igual que Noemí, la amargura temporal y la aparente
pérdida, son ampliamente recompensadas por el generoso y buen Dios.

En este sentido, podemos reiterar que Dios  siempre tiene cuidado de los suyos, aunque
éstos no lo vean y comprendan. En medio de la aflicción, amargura y vergüenza nuestra, el
Señor está haciendo sonar la melodía de su incomparable propósito redentor. Las notas de
sus bondadosos planes, suenan en medio de nuestros desafinados gritos de incomprensión
ante su dulce sinfonía. Por lo cual, debemos descansar en sus brazos y refugiarnos plácida y
confiadamente en su carácter inmutable. Noemí, es un claro ejemplo de la forma como Dios
nos revela su carácter, en medio de la admiración de los demás y la incomprensión
personal, por la forma como somos tocados y afectados por las situaciones de la vida.  

Recuerda, Dios siempre tiene un campo con cosecha y una mesa servida, luego de pasarnos 
por el desierto triste y doloroso. Por lo cual, debemos estar expectantes por el desarrollo de
los siguientes capítulos en la vida de Noemí  y Rut. El cuidado providencial de Dios, ha vuelto a traer a Noemí a la casa del pan: Belén, para ser alimentada y nutrida con los
suculentos manjares de la casa, bajo el cuidado paternal y providencial de Dios. Podemos
afirmar, en consecuencia, según lo dice la Confesión de fe; que “así como la providencia de
Dios alcanza, en general a todas las criaturas, así también de un modo especial cuida a su
Iglesia y dispone todas las cosas para el bien de ella (1 Tm. 4:10; Amos 9:8,9; Rm. 8:28; Is.
43:3-5,14)” (Westminster, Cap. 5).
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