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viernes, 25 de marzo de 2016

Simón Pedro entró en el sepulcro. Y vio los lienzos que habían quedado, y el sudario que había estado sobre Su Cabeza, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. Entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La resurrección de Jesús
Juan 20:1-10 
20 : 1El primer día de la semana, muy de madrugada, siendo aún oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido quitada del sepulcro. 2 Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y les dijo: 
—Han sacado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto. 

3 Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo e iban al sepulcro. 4 Y los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 Y cuando se inclinó, vio que los lienzos habían quedado allí; sin embargo, no entró. 

6 Entonces llegó Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro. Y vio los lienzos que habían quedado, 7 y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. 9 Pues aún no entendían la Escritura, que le era necesario resucitar de entre los muertos. 10 Entonces los discípulos volvieron a los suyos. 

Semana Santa Bíblica: La Resurrección del Hijo del Hombre


LA RESURRECCIÓN
Juan 20:1-29

Según el arreglo de las evidencias por A. T. Robertson, hubo once apariciones de Jesús registradas después de la resurrección y antes de la ascensión, más el encuentro de Pablo con Jesús en el camino a Damasco. 

Diez de estas apariciones se encuentran en los Evangelios, o, según, Culpepper solo nueve. 

Cada Evangelio relata los eventos en una manera particular, ninguno pretendiendo abarcar todo lo que ocurrió (ver Juan 20:30), pero todos concuerdan en los hechos básicos: 
  • la tumba vacía, 
  • la resurrección corporal de Jesús, 
  • las apariciones sólo a los discípulos, los cuales las recibieron con dudas y reserva, pero finalmente todos fueron convencidos. 
Las diferencias en el contenido y la manera de presentar las apariciones hacen difícil un arreglo armónico. Algunos sugieren que estas diferencias restan valor a su autenticidad, pero otros creen que más bien la confirman, porque, como dicen, ¿qué autor falso o impostor habría dejado tantas diferencias?

Las diferencias reflejan el propósito de cada redactor y su conocimiento personal de los hechos, o las tradiciones a su disposición. 

Morris acota que las mencionadas diferencias indican que tenemos la evidencia espontánea de testigos, no la repetición estereotipada de una historia oficial. Juan es muy independiente en su presentación, no relatando ninguna de las historias que los otros presentan. 

Lindars, quien rechaza la paternidad juanina, sugiere que el autor tenía a mano solamente tradiciones de tres de las apariciones. Plummer observa que las características distintivas de Pedro, Juan, Tomás, Magdalena y otros están en completa armonía con lo que se sabe de ellos de otros pasajes.

Varios eruditos ofrecen un intento de armonizar las apariciones, adoptando distintos criterios. Nos limitamos aquí a presentar el esquema de A. T. Robertson: 
  • a María Magdalena (Mar. 16:9–11; Juan 20:11–18); 
  • a las otras mujeres (Mat. 28:8–10); 
  • a los dos discípulos en camino a Emaús (Mar. 16:12 s.; Luc. 24:13–32); 
  • a Simón Pedro (Luc. 24:33–35; 1 Cor. 15:5); 
  • a los diez discípulos, sin Tomás (Mar. 16:14; Luc. 24:36–43; Juan 20:19–25); 
  • el domingo siguiente a los once discípulos, con Tomás presente (Juan 20:26–31; 1 Cor. 15:5); 
  • a los siete discípulos y la pesca milagrosa (Juan 21:1–25); 
  • a 500 personas en un monte, y una comisión a los discípulos (Mar. 16:15–18; Mat. 28:16–20; 1 Cor. 15:6); a Jacobo (1 Cor. 15:7); 
  • a los once, dándoles una comisión (Luc. 24:44–49; Hech. 1:3–8); 
  • la última aparición y la ascensión (Mar. 16:19 s.; Luc. 24:50.53; Hech. 1:9–12).



1. La tumba vacía, Juan 20:1–10
Los cuatro Evangelios concuerdan en afirmar el hecho de la tumba vacía. Esta es la primera evidencia del cumplimiento de la promesa de Jesús de que resucitaría al tercer día (ver Mat. 16:21; 17:23; 20:19; 27:63; Mar. 8:31; 9:31; 10:34; Luc. 9:22; 18:33; 24:7). 

Habiendo prometido tantas veces que resucitaría al tercer día, es casi increíble que los discípulos hayan demorado tanto en creer que de veras había resucitado, aun cuando vieron la tumba vacía. 

Beasley-Murray piensa que los discípulos fueron a Jerusalén con la firme expectativa de la rápida venida del reino de Dios (ver Luc. 19:11) y que la crucifixión aplastó esa expectativa a tal punto que pensaban que todo estaba perdido.

La expresión primer día de la semana es literalmente: “Y en el día uno de los sábados”, que significa el domingo, pues el último día de la semana era el sábado. Nótese que Juan emplea un número cardinal (“uno”) en lugar de un ordinal (“primero”), quizás por la influencia semítica. 

El término semana puede referirse a los días de la fiesta, o al período entre dos sábados. La expresión muy de madrugada, siendo aún oscuro, parece contradecir el texto de Marcos 16:2 donde el autor dice que “apenas salido el sol”. La solución podría ser que salió de su casa siendo oscuro, pero ya salía el sol cuando llegó a la tumba. De todos modos este hecho explicaría por qué no vio lo que estaba dentro de la tumba, como luego vieron Pedro y Juan. 

Juan no había mencionado la piedra en relación con la sepultura, pero la expresión aquí indicaría que era conocida, o que normalmente se encontraría una piedra sobre la boca de una tumba. La expresión había sido quitada puede ser traducida “había sido levantada”. 

En todo caso, sería muy difícil remover la piedra, pero mucho más el levantarla. Lindars opina que el relato de Juan indicaría que la piedra era cuadrada, haciendo necesario el levantarla. 

La piedra quitada sería el primer milagro en relación con la resurrección de Jesús. Se ha observado que la piedra no fue quitada para permitir a Jesús salir sino para que los discípulos pudieron ver que había resucitado. 

Comparando el testimonio de los cuatro Evangelios, Marcos describe la colocación de la piedra (15:46), Mateo, el sello romano puesto sobre la piedra (27:66), pero los cuatro informan que la piedra fue quitada.

Juan informa que María Magdalena fue a la tumba, pero los Sinópticos indican que varias mujeres la acompañaron, llevando especias aromáticas para aplicar al cuerpo de Jesús (Mat. 28:5–8; Mar. 16:2–8; Luc. 24:1–8). 

Algunos piensan que la mejor explicación de esta aparente contradicción es que Juan, sabiendo que fue María Magdalena quien lo vio primero (ver Mar. 16:9), se limita a mencionarla a ella sola aquí. Sin embargo, todo el grupo de mujeres lo vieron en el camino de vuelta a la ciudad (ver Mat. 28:9).

Por alguna razón Juan menciona sólo a María Magdalena quien corrió a avisar de la tumba vacía, pero Mateo (28:8) y Lucas (24:9) indican que todas las mujeres fueron a avisar a los once discípulos. 

Probablemente fue María Magdalena la que compartió la noticia primero a Simón Pedro y al otro discípulo, y luego a los demás. A pesar de la triple negación de su relación con Jesús, parece que Pedro todavía era considerado como el principal en los once. 

El hecho de mencionar al otro discípulo a quien amaba Jesús (ver Juan 13:23; Juan 19:26) dentro del grupo de los once discípulos (ver Luc. 24:9) indicaría que él era uno de ellos. Además, el hecho de darle un lugar de prominencia al lado de Simón Pedro parece indicar que era uno de los principales discípulos. Todas estas evidencias apuntarían al apóstol Juan.

La conclusión de María Magdalena de que algunos han sacado al Señor del sepulcro, sin indicar si eran amigos o enemigos, es una clara evidencia de que tanto ella como las demás no estaban esperando la resurrección corporal de Jesús. Beasley-Murray comenta que el robo de cuerpos y artículos de valor era muy común, a tal punto que el emperador Claudio (41–54 d. de J.C.) decretó que uno culpable de violar las tumbas sería sentenciado a la muerte. 

Los judíos comenzaron el rumor de que fueron los discípulos los que habían robado el cuerpo de Jesús (ver Mat. 28:13–15), lo cual nos parece ridículo, pero servía el propósito de los enemigos de Jesús.

El verbo Han sacado, traducido como si estuviera en el tiempo perfecto, está realmente en el tiempo aoristo y se traduce “sacaron”. Seguramente ellas no vieron los lienzos de Jesús dentro de la tumba, quizás por la oscuridad que todavía cubría la tumba, o por su sorpresa de encontrar algo inesperado. 

El cambio de repente de tercera persona singular, corrió… fue… dijo, a primera persona plural, no sabemos, es la evidencia, según varios autores, de que el redactor estaba uniendo la tradición de Juan con la de los Sinópticos. En cambio, Bultmann y Dalman opinan que este sería un caso del arameo usado en Galilea en que se usaba frecuentemente la primera persona del plural por la primera del singular.

El testimonio de la mujer no se consideraba válido; tendría que ser verificado por uno o más varones (ver Deut. 19:15). Estos dos, quizás dudando la realidad de lo que las mujeres dijeron, no perdieron tiempo en ir para ver lo que había pasado (v. 3). El verbo Salieron está realmente en la tercera persona singular, “salió”, indicando que Pedro se levantó para salir (ver Luc. 24:12) y luego el otro lo siguió. Nótese el cambio en el tiempo de los verbos, Salieron está en el tiempo aoristo, indicando una acción puntual, mientras que iban está en el imperfecto, indicando acción continuada, es decir, la corrida al sepulcro que llevó un tiempo. Brown sugiere que María Magdalena acompañó a los dos discípulos a la tumba porque luego aparece otra vez allí (v. 11). 

La expresión al sepulcro emplea una preposición que significa literalmente “dentro del sepulcro”.

El verbo corrían, como iban (v. 3), está en el tiempo imperfecto y es gráfico en su descripción. El discípulo amado pudo correr más rápidamente que Pedro porque, como se piensa, era más joven, o estaba en mejores condiciones físicas. En todo caso, el otro discípulo… llegó primero al sepulcro. Esta descripción de la carrera, uno más rápidamente que el otro, es otra evidencia de un testigo ocular, apuntando al apóstol Juan. 

Plummer comenta cuán natural es el proceso de convicción que pasa por la mente de Juan: la pesada incredulidad antes, la expectativa emocionante en la corrida, la timidez y reverencia al llegar, luego el nacimiento de la fe ante la tumba vacía.

Parece que la entrada de la tumba era muy baja, haciendo necesario que uno se inclinara para ver hacia adentro. Los verbos vio y habían quedado están en el tiempo presente descriptivo y se traducen literalmente: “mira los lienzos que están puestos”. 

No fue una mirada pasajera que Juan dio, sino una prolongada contemplación mientras esperaba la llegada de Pedro. Con todo, y de acuerdo con su carácter reticente, Juan no entró.

Contrario a la acción de Juan, y de acuerdo con su carácter audaz e impulsivo, cuando Pedro llegó no demoró ni un instante para entrar en la tumba. Como Juan, Pedro vio los lienzos que habían quedado, pero el verbo vio, también en el tiempo presente, traduce otro vocablo gr. que significa más bien contemplar. Pedro quedó contemplando por un tiempo las evidencias, tratando de entender el significado de la tumba vacía y los lienzos puestos, y vio cosas que Juan no pudo ver desde su posición fuera del sepulcro. Sin embargo, su mente estaba todavía aturdida y no llegó a la conclusión más natural, es decir, que Jesús había resucitado tal cual había prometido.

El término sudario (v. 7) es la transliteración de sudarion4676 y se refiere a una tela que se usaba para limpiar el sudor del rostro (ver Hech. 19:12). En Lucas 19:20 se refiere a un lienzo, o “pañuelo”, en que el siervo malo había envuelto el dinero de su señor. Se describe a Lázaro cuando salió de la tumba “y su cara envuelta en un sudario” (Juan 11:44). 

Así, José y Nicodemo, preparando el cuerpo de Jesús para el entierro, habían envuelto su cabeza en un pañuelo grande. Nótese la descripción detallada y precisa: el sudario… no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. No sólo es la marca de un testigo ocular, sino que este detalle, que no fue observado por Juan cuando miró hacia adentro desde afuera, evidentemente tenía un significado importante. 

La tumba vacía era, sin lugar a dudas, evidencia convincente de la resurrección de Jesús. Mucho más, la misma presencia del sudario y su ubicación aparte, además de los lienzos con que fue envuelto el cuerpo de Jesús, todo apuntaba a la resurrección. 

Como muchos han comentado, si alguien hubiera robado el cuerpo, seguramente no le habría quitado los lienzos y el sudario, los cuales, juntamente con los compuestos aromáticos, tendrían gran valor. Tampoco hubiera envuelto el sudario y los lienzos, dejándolos puestos como Pedro los encontró. 

Algunos han procurado comprobar que los lienzos y el sudario estaban arreglados para sugerir que Jesús los traspasó y los dejó en el lugar donde cayeron. El texto griego no dice tal cosa, ni lo niega. Debemos resistir la tentación, por más interesante y plausible que sea, de afirmar categóricamente algo que no está expresado explícitamente.

Animado por la acción impulsiva de Pedro, el otro discípulo (v. 8) se atreve a entrar en la tumba. De acuerdo con el carácter sensible y el discernimiento espiritual del otro discípulo, características propias del apóstol Juan, él fue el primero en discernir en las evidencias objetivas delante de sus ojos que la única conclusión razonable era la realidad de la resurrección corporal de Jesús. 

Los verbos vio y creyó, traducidos correctamente en el tiempo aoristo, hablan de una acción puntual e instantánea. No demoró en llegar a una conclusión positiva. El término vio traduce otro verbo griego, orao3708 que tiene una gran variedad de significados: ver, contemplar, marcar, observar, percibir. Los dos verbos, vio y creyó no tienen un cumplimiento directo, es decir, el autor no nos dice qué es lo que vio y qué es lo que creyó. Sin embargo, el contexto implica que vio las mismas evidencias que Pedro había visto. Quizá Pedro todavía estaba allí apuntando a las evidencias y preguntando por una explicación. 

El verbo creyó, a la luz del significado a través del Evangelio (ver Juan 20:25, 27, 29, 30), es que creyó que Jesús había resucitado, confirmando que era el Hijo de Dios. 

Es el primero de todos sus discípulos que llegó a esta convicción y es el único que sepamos que creyó en la resurrección solamente basado en la evidencia de la tumba vacía y los lienzos puestos. 

Probablemente, en su mente llegó a relacionar las evidencias en la tumba con las promesas de Jesús de que resucitaría al tercer día. Sin embargo, todavía no había relacionado este evento con las Escrituras, es decir, con el AT. Para evitar esta dificultad, algunos entienden que lo que el otro discípulo creyó fue meramente el anuncio de María Magdalena. Tal conclusión no concuerda con el relato de Juan, porque el hecho de la tumba vacía y la ausencia del cuerpo de Jesús era evidente al llegar a la tumba, pero la mención de su fe vino más tarde.

La frase adverbial aún no entendían (v. 9) parece indicar que en ese momento no habían entendido, pero luego sí. La expresión la Escritura parece referirse a un texto particular, no al AT en general, pero no indica a cuál se refiere. Aunque ningún texto del AT describe explícitamente que le era necesario resucitar de entre los muertos, Morris menciona varios que podrían implicar el hecho (ver Isa. 53:10–12; Ose. 6:2; Jon. 1:17). 

Parece que Pablo se refiere a las mismas citas bíblicas en su Carta a los corintios cuando hablaba de la resurrección de Jesús (1 Cor. 15:4). La creencia de los discípulos en la resurrección no se basaba en el AT, sino en las promesas de Jesús, en las evidencias objetivas en la tumba y en sus apariciones. Luego de llegar a esa convicción, buscaron en el AT pasajes que podrían respaldar esa convicción, y los encontraron. Vincent opina que el verbo impersonal, traducido era necesario, se refiere al consejo divino que incluía el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús (ver Juan 3:14; Juan 12:34). 

Literalmente el texto del v. 10 se traduce así: “Se fueron entonces otra vez a los suyos los discípulos”. Algunas versiones lo traducen “volvieron a sus hogares”. Quizás la expresión en griego podría indicar “a sus hogares”, pero no es concebible que hayan ido a sus hogares como si nada extraordinario hubiera sucedido. 

Es más natural pensar que una vez que habían comprobado la veracidad del anuncio de María Magdalena y se habían convencido de que Jesús había resucitado, no podían esperar para contar las buenas nuevas a los demás, tal como fue el caso de los dos que iban en el camino a Emaús (ver Luc. 24:13). 

La noticia era demasiado buena para retenerla; era necesario compartirla. Beasley-Murray cita a Bernard quien asume que el discípulo amado llevó las noticias de la tumba vacía a María, madre de Jesús. Seguramente María figuraría entre los suyos, pero la expresión, siendo plural, no se limita a ella.
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martes, 12 de enero de 2016

Aprender a ser administradores de lo que Dios no ha dado

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Renunciar para Crecer
El principio
de la renuncia
Uno de los primeros paradigmas que debemos cambiar en nuestra vida es la forma en la que nos vemos a nosotros mismos en relación a las cosas que nos rodean. Para eso, es importante contestar a la pregunta filosófica de: 
«¿Por qué existimos y cuál es nuestra tarea en el mundo?»

Obviamente, esa pregunta es demasiado grande para un libro tan pequeño como este. Sin embargo, en cuanto al área de manejo económico, es interesante que de las tres religiones más extensas del mundo (la del pueblo cristiano, judío y musulmán), todas tienen la misma respuesta para esta pregunta: existe un Creador y nosotros, Sus criaturas, hemos sido colocados en este mundo para administrarlo.

Sea uno religioso o no, lo interesante del estudio de religiones comparadas es descubrir que este principio de la renuncia se encuentra tejido en nuestra humanidad como una fibra que tenemos en común más allá de las culturas y trasfondos sociales. 

Este, realmente, es un principio con «P» mayúscula. El primer principio «P» para la economía universal: debemos renunciar a la actitud de ser dueños de lo que poseemos y comenzar a actuar como administradores (o, en el mundo de los negocios, nos llamaríamos gerentes).

A lo largo de los años se ha notado que la capacidad de una determinada persona para verse a sí misma como «Administrador», «Gerente» o «Mayordomo» de las cosas que posee es determinante en el proceso de tomar las decisiones adecuadas para alcanzar la prosperidad integral.

Cuando aplicamos este principio a nuestra vida diaria, nos damos cuenta que a cada uno de nosotros se nos ha encomendado una cierta cantidad de días para vivir, una cierta cantidad de amigos y familia que atender, y un determinado número de bienes materiales (sean pocos o muchos) que debemos administrar.

Comentemos la historia de Roberto. Él vive en la ciudad B y lo han elegido gerente general de una cadena de supermercados. Esta empresa tiene más de 50 negocios en todo el país. Al llegar el fin de año Roberto nota que uno de los supermercados situados en B no está andando bien. Viene trayendo pérdidas por los últimos tres años y a pesar de los esfuerzos hechos para reavivar el negocio en esa zona de la ciudad, este año ha cerrado con pérdidas nuevamente. 

Entonces, ¿Qué es lo que debe hacer Roberto como gerente de esa cadena de supermercados? Probablemente debe cerrar ese negocio con problemas y estudiar la posibilidad de abrir otro en alguna otra parte.

Por otro lado está Federico. Vive en la ciudad A. Tiene una tienda que fundó su abuelo. El abuelo se la dio en heredad a su padre y su padre se la pasó en herencia a él. El problema es que en los últimos tres años el negocio no ha andado muy bien. El año pasado dio serias pérdidas y este año no anda nada mejor.

La pregunta clave, ahora, es: ¿A quién le va a costar más, emocionalmente, cerrar el negocio? ¿A Roberto o a Federico?

Si bien Roberto debe manejar una suma millonaria de dinero para cerrar el supermercado que no va muy bien en la ciudad B, seguramente el que va a sufrir más en el proceso va a ser Federico.

¿Por qué?
Porque Roberto es simplemente un gerente, un administrador de una cadena de negocios; pero Federico es dueño.

Esa es la gran diferencia entre ser dueños y ser administradores. 

El principio «P» indica que nosotros tenemos que aprender a ser administradores. 

Sin embargo, lamentablemente, la mayoría de la gente del mundo se ven a sí mismas como dueñas.

El dueño está emocionalmente apegado a sus posesiones. El administrador está emocionalmente desprendido de las cosas materiales que maneja.

El dueño tiene dificultad en tomar las decisiones difíciles que se necesitan tomar y, muchas veces, las toma demasiado tarde. El administrador sabe que las posesiones que maneja no son suyas y, por lo tanto, despegado de las emociones, puede tomar las decisiones difíciles fríamente y a tiempo.

Esta, a veces, es la diferencia entre la vida y la muerte económica.

Daniela y Juan Carlos viven en la ciudad C. Ahora son excelentes administradores de sus posesiones, pero cuando los encontramos por primera vez, estaban con una deuda encima que llegaba a los 135 mil dólares. Ambos tenían excelentes trabajos y ganaban muy bien. Pero se encontraban simplemente inundados por la cantidad de pagos mensuales a los diferentes prestamistas con quienes habían hecho negocios.

Cuando ellos terminaron el primer análisis de su economía familiar, Juan Carlos se dio cuenta de que si vendían la excelente casa en la que vivían, podrían pagar una buena parte de sus deudas y, de esa manera, podrían «respirar» mejor a fin de mes. 

Con el tiempo, y después de alquilar en algún barrio más barato por algunos años, podrían tratar de volver a comprar otra casa.

Nos dimos cuenta de lo mismo, pero, por lo general, no le decimos a la gente lo que tiene que hacer. De todos modos, después de tantos años de consejería personal, ya nos hemos dado cuenta de que la gente siempre hace lo que quiere, ¡y no lo que uno le aconseja!

Sin embargo, y a pesar de no haber abierto la boca, Daniela miró hacia nosotros y nos apuntó con el dedo diciendo: «Andrés: ¡la casa no! Cualquier cosa, menos la casa.»

Nosotros, por supuesto, tratamos de calmarla y de decirle que decisiones como esas se debían pensar un poco y que quizás con el correr de los días encontrarían otra salida creativa a su situación.

El problema real que tenía Daniela no eran los 135 mil dólares que tenía que pagar. Esa era simplemente la manifestación de otros problemas más profundos en su carácter. Era el «efecto» de una «causa» que no se manifestaba a simple vista. Sin embargo, el problema más importante que Daniela tenía frente a ella era su actitud. ¡Y ni siquiera lo sabía!

Daniela estaba emocionalmente apegada a su propiedad. Se sentía dueña, no administradora. Eso, por un lado, no le permitía colocar todas y cada una de las cartas disponibles en la mesa para tomar una decisión acertada; y por el otro, confiaba en el «techo familiar» para que le proveyera de una falsa sensación de seguridad cuando, en realidad, la casa no era de ella: era del banco con el que la tenía hipotecada y hasta que no pagara el cien por ciento de su hipoteca, la casa, realmente, ¡ni siquiera le pertenecía!

Con el correr de los meses, nuestros amigos de C hicieron un cambio significativo en su actitud con respecto a las finanzas. Todavía guardo un mensaje electrónico de Daniela en nuestra computadora que dice: «Andrés: yo sé que no está bien que tengamos tantas deudas. Juan Carlos y yo hemos decidido que vamos a salir de ellas. Cueste lo que nos cueste … ¡aunque tengamos que vender la casa!»

Ese día supimos que ellos iban a salir de sus aprietos económicos.

Un año después del primer incidente nos encontramos nuevamente y ellos nos contaron cómo habían podido re-arreglar sus deudas y como habían recibido trabajos extras inesperados que les permitieron pagar, el primer año solamente, ¡65 mil dólares en deudas acumuladas!

Nosotros creemos que el desprendernos emocionalmente de las cosas materiales que tenemos es el primer paso en la dirección correcta para disfrutar de lo que hemos llamado  la «prosperidad integral».
Para poner en práctica
Ahora que hemos entendido este primer principio «P» debemos comenzar hoy mismo a desprendernos emocionalmente de las cosas que tenemos, para comenzar a vernos como administradores de estas posesiones.
Si eres un joven o señorita y no tienes una pareja, entonces, haz una lista de todas las cosas que tienes y en la parte superior de la hoja escribe: «Administrador/a general de la vida-Lista de cosas que me tocan administrar».

Por otro lado, si ya tienes pareja, pídele que lea este primer capítulo y hagan juntos este ejercicio:
1.   Escribe en la planilla que tienes a continuación el nombre de las habitaciones de tu casa. Coloca debajo, a grandes rasgos, las cosas que tienes dentro de cada habitación.
Por ejemplo:
Nombre de la habitación: Cuarto de los niños
Detalle:
     2 camas
     1 silla
     1 cómoda
     ropa
     juguetes
2.     Al terminar con cada habitación (o con toda la casa) haz lo siguiente:
Te recomendamos que, luego de llenar el formulario, lo tomes en tu mano y te prometas individualmente o le prometas a tu pareja que a partir del día de hoy cambiarán su paradigma económico. Ahora serán gerentes, administradores de estos bienes que no son suyos, sino que son bienes de la vida. A partir de hoy, prometen desengancharse emocionalmente de sus posesiones personales y van a comenzar a tomar decisiones financieras con la «cabeza fría» de un gerente.
Administrador/a general de la vida
Lista de cosas que me toca administrar:
Formulario de renuncia
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
Nombre de la habitación:___________________________________
Detalle:
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domingo, 27 de septiembre de 2015

Yo les enviaré profetas, sabios y maestros, pero a algunos de ellos ustedes los matarán o los clavarán en una cruz, a otros los golpearán en las sinagogas, y a otros los perseguirán por todas las ciudades

RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

    COMO AYER EL CLERO Y ALGUNAS DENOMINACIONES SE UNEN AL PODER POLÍTICO










El cristianismo se hace un imperio
El imperio cristiano


Abarca un periodo Desde el Edicto de Milán (313) hasta la deposición del último emperador romano de Occidente (476).*
Con la «conversión» del emperador Constantino, las cosas cambiaron radicalmente. La iglesia perseguida se volvió la iglesia tolerada, y pronto vino a ser la religión oficial del Imperio Romano. Como consecuencia de ello la iglesia, que hasta entonces estuvo formada principalmente por personas de las clases más pobres de la sociedad, se abrió campo entre la aristocracia.
La «conversión» de Constantino fue un proceso lento, paralelo a la ruta que llevó a Constantino al poder absoluto sobre todo el Imperio. Poco a poco, Constantino fue venciendo a sus rivales y extendiendo su poderío. Aunque apoyaba a los cristianos, no se bautizó sino en el lecho de muerte, y nunca renunció al título de Sumo Sacerdote del paganismo, que como emperador le correspondía.
Aunque al morir Constantino el cristianismo no era todavía la religión oficial del imperio (no lo sería sino hacia fines de ese siglo IV), la política de Constantino y sus sucesores hizo gran impacto en la vida religiosa del Imperio Romano.* La iglesia, antes perseguida, gozó de un prestigio y hasta de un poderío siempre crecientes. En consecuencia, fueron muchos los que se añadieron a ella, especialmente entre la aristocracia que hasta poco antes había visto la fe cristiana como cosa de gente ignorante y despreciada.
La conversión de Constantino también impactó el culto cristiano.* Al fundar la ciudad de Constantinopla, en el sitio donde estaba la antigua Bizancio, la dotó de iglesias. Y lo mismo hicieron en Palestina y otros lugares tanto él como su madre y luego sus sucesores. El resultado fue un culto cada vez más formal en el que se imitaban algunos de los usos de la corte. Y comenzó a aparecer además una arquitectura típicamente cristiana, cuya forma típica es la «basílica».
El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy diversas maneras.
Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva situación, que se les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante el gobierno y la sociedad.
Aunque es de suponerse que tal fue la actitud más frecuente entre el común de los cristianos, el principal exponente de esta postura es Eusebio de Cesarea.* Eusebio había vivido a través de las persecuciones, y por tanto la nueva actitud por parte del gobierno le parecía un milagro. Su obra más famosa, la Historia eclesiástica, da la impresión de que desde el principio Dios estaba preparando el camino para esta gran unión entre la iglesia y el Imperio.
Otros huyeron al desierto o a otros lugares apartados y se dedicaron a la vida monástica.*
Aunque los orígenes del monaquismo se remontan a tiempos antes de Constantino, las nuevas condiciones impulsaron a muchos a seguir el ideal monástico. Ahora que ya no era posible el cristianismo heroico de los mártires, muchos optaron por el cristianismo heroico de los ascetas—es decir, quienes se dedicaban a una vida de renunciación y contemplación.
Los lugares favoritos de los primeros monjes eran el desierto de Egipto y otros lugares semejantes. En Egipto vivieron Pablo y Antonio, dos ermitaños a quienes distintos autores antiguos conceden el honor de haber fundado el monaquismo.
Aunque al principio los monjes vivían solos (la palabra «monje» quiere decir «solitario») pronto comenzaron a agruparse para compartir recursos y enseñanzas. Por fin surgió un nuevo tipo de monaquismo. Este nuevo monaquismo se caracterizaba por la vida en comunidades (lo que ahora llamamos «monasterios»), y recibe el nombre de «cenobita». Se dice que su fundador fue Pacomio. Y, aunque haya habido otras comunidades antes de las pacomianas, lo cierto es que Pacomio fue el gran organizador del monaquismo cenobítico en Egipto.
El monaquismo se extendió rápidamente por toda la iglesia, y contó entre sus principales propulsores a personajes tales como Jerónimo y Basilio el Grande.
Algunos sencillamente rompieron con la iglesia mayoritaria, insistiendo en que ellos eran la verdadera iglesia.*
Esto sucedió especialmente en el norte de Africa, en Numidia, Mauritania, y los alrededores de Cartago. La razón teológica que se le dio al cisma fue la restauración de los caídos, y sobre todo el debate sobre si los ministros caídos tenían todavía potestad de celebrar sus funciones ministeriales. Pero en realidad el cisma tenía también raíces raciales y sociales, pues la población de la región estaba socialmente estratificada, y el cisma siguió una estratificación semejante.
Puesto que uno de los principales jefes del grupo cismático se llamaba Donato, a los cismáticos se les dio el nombre de donatistas.
El bando más radical de los donatistas era el de los «circunceliones», que andaban escondidos en las zonas más remotas y hacían uso de las armas para defender su causa. Aunque las autoridades imperiales trataron de suprimirlos mediante las armas, los circunceliones continuaron existiendo por lo menos hasta las conquistas árabes del siglo VII.
Tampoco faltó la reacción de los paganos, que deseaban volver a la vieja religión y su antigua relación con el estado.*
A Constantino le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constancio y Constante. A la muerte del último de ellos, Constancio, le sucedió su primo hermano Juliano, a quien se conoce como «el Apóstata» (aunque en verdad nunca parece haber sido cristiano).
Juliano trató de restaurar la vieja gloria del paganismo. Aunque no persiguió a los cristianos, les quitó todos los privilegios que sus predecesores les habían dado, y se dedicó también a ridiculizar el cristianismo. Al mismo tiempo, trató de reorganizar el paganismo siguiendo el modelo de la iglesia cristiana. Pero su gestión no tuvo gran éxito, y a su muerte sus reformas fueron abandonadas.
Los más destacados líderes del cristianismo adoptaron una postura intermedia: siguieron viviendo en las ciudades y participando de la vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico. Fue así que, librada de la constante amenaza de persecución, la iglesia produjo algunos de sus mejores maestros — razón por la cual se puede llamar a este período «la era de los gigantes». Fue una época en que se escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de espiritualidad y la primera historia de la iglesia.
Atanasio de Alejandría fue el gran defensor de las decisiones del Concilio de Nicea (ver más abajo).* Por ello chocó con las autoridades imperiales que trataban de deshacer lo hecho en el Concilio de Nicea (año 325), y las vicisitudes políticas de la época le obligaron a repetidos exilios. Posiblemente su mayor contribución estuvo en lograr un entendimiento entre los que sostenían la fórmula de Nicea («homousios», de la misma substancia) y quienes preferían otra fórmula («homoiusios», de semejante substancia) para rechazar el arrianismo que había sido condenado en Nicea.
Esta obra fue continuada por los «grandes capadocios»—título que se les da generalmente a Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo.* La hermana mayor de dos de ellos, Macrina, no siempre ha sido recordada por los historiadores. Pero jugó un papel importante en la vida de sus hermanos y, a través de ellos, del resto de la iglesia. Basilio el Grande, hermano de Macrina, fue obispo de Cesarea. Escribió un importante tratado sobre el Espíritu Santo. Su hermano menor, Gregorio de Nisa, fue sobre todo un místico. El amigo de ambos, Gregorio de Nacianzo, fue un famoso orador. Una de sus obras más importantes es Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad. Trabajando en conjunto, los capadocios continuaron la labor de Atanasio, clarificando la doctrina de la Trinidad hasta que ésta fue proclamada definitivamente por el Concilio de Constantinopla (año 381).
Ambrosio de Milán fue un alto funcionario del Imperio hasta que fue inesperadamente electo como obispo de Milán.* Chocó repetidamente con la emperatriz Justina, quien defendía el arrianismo, y luego con el poderosísimo emperador Teodosio, cuya crueldad reprendió. Su predicación fue instrumento para la conversión de Agustín.
Juan Crisóstomo («boca de oro») fue uno de los más famosos predicadores de todos los tiempos.* Oriundo de Antioquía, llegó a ser Patriarca de Constantinopla, donde atacó las injusticias de los poderosos. Por ello murió en el destierro.
Jerónimo fue un hombre de alta cultura clásica, quien se refugió como monástico en Palestina.* Su principal contribución fue la traducción de la Biblia al latín de la época. Esa traducción, conocida como la Vulgata, fue la Biblia que empleó el Occidente latino durante toda la Edad Media.
Por último, Agustín de Hipona se crió en el norte de Africa.* Su madre, Mónica, hizo todo lo posible porque aceptara el cristianismo. Pero Agustín se hizo maniqueo (doctrina dualista parecida al gnosticismo), y luego neoplatónico. Por fin se convirtió en Milán, donde enseñaba retórica. Regresó al Africa, para vivir como monje, pero poco tiempo después fue hecho obispo de Hipona.
Como obispo, Agustín escribió contra el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo. Este último era una doctrina que subrayaba la iniciativa humana en la salvación. Frente al donatismo, Agustín desarrolló su doctrina de la iglesia. Y frente al pelagianismo, su doctrina de la gracia y la predestinación. Además, cuando algunos paganos empezaron a decir que Roma había caído en poder de los godos (año 410) por haberse hecho cristiana, Agustín refutó esa posición en su extensa obra La ciudad de Dios. Sus Confesiones, en las que declara cómo Dios le guió hasta hacerle cristiano, han llegado a ser una de las obras más leídas e influyentes.
Cuando Agustín murió, en el año 430, los vándalos tenían sitiada la ciudad de Hipona —señal de que la vieja civilización se derrumbaba, y una nueva era comenzaba a despuntar.
Pero esta época también produjo fuertes controversias teológicas —sobre todo la que giró alrededor del arrianismo y la doctrina trinitaria.*
Ya hemos hecho referencia a controversias alrededor de doctrinas tales como el donatismo y el pelagianismo. Pero ninguna controversia fue tan aguda como la que giró alrededor del arrianismo. Esta comenzó en Alejandría, pero pronto involucró a toda la iglesia.
Arrio era un presbítero de Alejandría que sostenía que el Verbo que se encarnó en Jesús, aunque existía antes que todo el resto de la creación, no era Dios mismo, sino que era la primera de todas las criaturas.
En respuesta a la controversia, Constantino convocó a un concilio de todos los obispos. Este concilio se reunió en Nicea en el año 325, y se le llama también «Primer Concilio Ecuménico». Allí el arrianismo fue condenado, y se promulgó un credo que, con algunas variaciones, es lo que hoy llamamos el «Credo Niceno».
Pero la controversia no terminó. Muchos no quedaron contentos con las decisiones de Nicea, que parecían decir que el Hijo es lo mismo que el Padre. Además, las vicisitudes políticas le añadieron fuego a la controversia.
Fue en esas circunstancias que teólogos tales como Atanasio y los Capadocios trabajaron en busca de fórmulas y explicaciones que sirvieran para refutar el arrianismo.
Por fin, en el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), el arrianismo fue definitivamente condenado y se confirmó la doctrina trinitaria. (Pero ya el arrianismo se había extendido a algunos de los vecinos pueblos «bárbaros», y por ello más adelante, cuando estos pueblos invadieran el Imperio, el arrianismo cobraría nuevas fuerzas.)
Terminó este período con las invasiones de los «bárbaros», pueblos germánicos que invadieron el Imperio Romano y se asentaron en sus territorios. En el año 410, los godos tomaron y saquearon la misma Roma. Y en el 476 el último emperador (Rómulo Augústulo) fue depuesto.*
Aunque esto le puso fin al Imperio Romano de Occidente, en el Oriente el imperio continuó existiendo por mil años más. Pero aun en el Occidente, el ideal del imperio cristiano no desapareció. Repetidamente veremos en el curso de esta historia cómo se intentó restaurar el Imperio Romano y —lo que es mucho más importante— cómo la iglesia y el estado continuaron colaborando hasta tiempos muy recientes de un modo semejante a como lo hicieron en tiempos de Constantino y sus sucesores.

* HC 1:125–232

HP 1:253–318 1:305–367 2:11–56

W 112–190
* HC 1:129–144

W 112–114
* HC 1:41–144
* HC 1:145–150
* HC 1:151–162

W 136–138
* HC 1:163–167
* HC 1:179–183
* HC 1:185–192

HP 1:279–288

W 117–125
* HC 1:193–202

HP 1:289–309

W125–127
* HC 1:203–208

W 140–141
* HC 1:209–214

W 141–142
* HC1:215–220

W 173–175
* HC 1:221–229
HPC
2:11–56

W 175–188
* HC 1:169–177

HP 1:253–278

W 114–128
* HC 1:231–232

W 129–133
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