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viernes, 21 de agosto de 2015

Jesús le halló en el templo y le dijo: —He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra algo peor.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


PREPAREMOS NUESTROS SERMONES
JUAN 5:1-15
Jesús sana al paralítico en Betesda
1Después de esto había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 2 En Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, hay un estanque con cinco pórticos que en hebreo se llama Betesda.  3, 4  En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. 
5 Se encontraba allí cierto hombre que había estado enfermo durante treinta y ocho años. 6 Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó: 
—¿Quieres ser sano? 
7 Le respondió el enfermo: 
—Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras me muevo yo, otro desciende antes que yo. 
8 Jesús le dijo: 
—Levántate, toma tu cama y anda. 
9 Y en seguida el hombre fue sanado, tomó su cama y anduvo. Y aquel día era sábado. 
10 Entonces los judíos le decían a aquel que había sido sanado: 
—Es sábado, y no te es lícito llevar tu cama. 
11 Pero él les respondió: 
—El que me sanó, él mismo me dijo: "Toma tu cama y anda." 
12 Entonces le preguntaron: 
—¿Quién es el hombre que te dijo: "Toma tu cama y anda"? 
13 Pero el que había sido sanado no sabía quién había sido, porque Jesús se había apartado, pues había mucha gente en el lugar. 14 Después Jesús le halló en el templo y le dijo: 
—He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra algo peor. 
15 El hombre se fue y declaró a los judíos que Jesús era el que le había sanado. 
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Construyamos el sermón
Juan 5:1–15

En este pasaje tenemos alguno de los milagros de que S. Juan deja constancia. Como todos los milagros de este Evangelio, se describe con minuciosidad y precisión. Y, como más de un milagro, lleva a un sermón profundamente instructivo.
Por un lado, en este pasaje se nos enseña cuánta desdicha ha introducido el pecado en el mundo. ¡Leemos acerca de un hombre que llevaba nada menos que treinta y ocho años enfermo! Había soportado el dolor y la debilidad durante treinta y ocho agotadores veranos e inviernos. Había visto a otros curarse en las aguas de Betesda y volver a sus casas con júbilo. Pero no había habido una curación para él. Sin amigos, impotente y desesperado, se encontraba junto a las aguas milagrosas pero no obtenía beneficio alguno de ellas. Iban pasando un año tras otro y él seguía enfermo. No parecía probable que pudiera llegar algún alivio o cambio para bien a excepción de la muerte.
¡Cuando leemos de casos de enfermedad como este debiéramos recordar cuánto hay que odiar al pecado! El pecado fue la raíz original, la causa y la fuente de toda enfermedad del mundo. Dios no creó al hombre para que estuviera lleno de achaques, dolores y enfermedades. Estas cosas son fruto de la Caída. Si no hubiera habido pecado, no habría habido enfermedad.
No puede haber prueba más grande de la incredulidad innata del hombre que su indiferencia respecto al pecado. “Los necios —dice el sabio— se mofan del pecado” (Proverbios 14:9). Hay miles que se deleitan en cosas claramente malas y corren tras lo que es puro veneno. Aman lo que Dios abomina y les disgusta lo que Dios ama. Son como el loco que ama a sus enemigos y odia a sus amigos. Sus ojos están cegados. Sin duda, si tan solamente los hombres miraran a los hospitales y enfermerías y pensaran en la destrucción que ha sembrado el pecado en la Tierra, jamás se complacerían en el pecado como lo hacen.
¡Bien se nos dice que oremos por la venida del Reino de Dios! ¡Bien se nos dice que anhelemos la Segunda Venida de Jesucristo! Entonces, y solo entonces, no habrá ya una maldición sobre la Tierra, ni más sufrimiento, dolor y pecado. Se enjugarán las lágrimas de los rostros de todos aquellos que desean la Venida de Cristo, el regreso de su Señor. La debilidad y la enfermedad desaparecerán. El retraso de lo que esperamos ya no entristecerá los corazones. Cuando Cristo haya renovado esta Tierra no habrá inválidos crónicos ni casos incurables.
Por otro lado, en este pasaje se nos enseña cuán grandes son la misericordia y la compasión de Cristo. “Vio” al pobre enfermo entre la multitud. Abandonado, desechado y olvidado entre la muchedumbre, fue observado por el ojo omnisciente de Cristo. “Supo” de sobra, gracias a su conocimiento divino, cuánto tiempo “llevaba […] así” y se compadeció de él. Le habló inesperadamente con palabras de bondadosa simpatía. Le curó con un poder milagroso, de forma inmediata y sin tediosa dilación, y le mandó a su casa lleno de júbilo.
Este es solo uno de los muchos ejemplos de la bondad y compasión de nuestro Señor Jesucristo. Está lleno de un amor inmerecido, inesperado y abundante hacia el hombre: “Se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Está mucho más dispuesto a salvar al hombre de lo que este lo está a salvarse, mucho más dispuesto a hacer el bien que el hombre a recibirlo.
Nadie debe temer comenzar a vivir como un cristiano verdadero si se siente dispuesto a comenzar. Que no se demore y retrase por causa de la vana impresión de que Cristo no desea recibirle. Que acuda con valor y confianza. Aquel que curó al paralítico de Betesda sigue siendo el mismo.
Por último, se nos enseña la lección que debiera mostrarnos la recuperación de la enfermedad. Esa lección se encuentra en las solemnes palabras que dirigió nuestro Señor al hombre que había curado: “No peques más, para que no te venga alguna cosa peor”.
Toda enfermedad y dolor es la voz de Dios hablándonos. Cada una tiene su propio mensaje. Afortunados los que tienen ojos para ver la mano de Dios y oídos para oír su voz en todo aquello que les sucede. No hay nada en este mundo que ocurra por azar.
E igual que sucede con la enfermedad, así sucede con la recuperación. La salud renovada debiera enviarnos de vuelta a nuestro lugar en el mundo con un odio más profundo hacia el pecado, una vigilancia más escrupulosa de nuestra conducta y una intención más constante de vivir para Dios. Demasiado a menudo, la emoción y la novedad de la salud recuperada nos tientan a olvidar las promesas y los buenos propósitos del lecho de enfermedad. ¡La recuperación encierra peligros espirituales! Bien nos iría si, después de cada enfermedad, grabáramos estas palabras en nuestros corazones: “No peque más, no sea que me venga alguna cosa peor”.
Concluyamos este pasaje con corazones agradecidos y bendigamos a Dios por tener un Evangelio y un Salvador como los que la Biblia nos revela. ¿Estamos enfermos? Recordemos que Cristo ve, conoce y puede curar si lo considera adecuado. ¿Tenemos problemas? Escuchemos en nuestros problemas la voz de Dios y aprendamos a odiar más al pecado.

Notas: Juan 5:1–15

V. 1: [Después de estas cosas]. Algunos piensan que, cuando S. Juan relata algún acontecimiento inmediatamente posterior a lo último que narró, utiliza la expresión: “Después de esto” (como en Juan 2:12); pero que, cuando existe un intervalo de tiempo, utiliza la expresión: “Después de estas cosas”. Si esto es correcto, debemos suponer que hubo un período entre la curación del hijo del noble y la visita a Jerusalén que se documenta en este capítulo.

[Una fiesta de los judíos]. No hay nada que nos indique de qué fiesta se trataba. La mayoría de los comentaristas opina que era la Pascua. No obstante, otros muchos piensan que era la fiesta de Pentecostés. Algunos dicen que era la fiesta de los Tabernáculos; otros, la fiesta del Purim; y otros, la fiesta de la Dedicación. Cada interpretación cuenta con sus defensores y probablemente esta cuestión no se dirima jamás. Un argumento a favor de la Pascua es el hecho de que ninguna de las cinco fiestas judías parece gozar de una concurrencia tan regular de los judíos devotos como la Pascua. Un argumento en contra es el hecho de que en otras tres ocasiones en que se menciona la Pascua en S. Juan, este se cuida de llamarla por su nombre, y uno esperaría que también lo hiciera en este caso.
La cuestión no tiene gran importancia en realidad. Solo es interesante desde un punto de vista. Si la “fiesta” era la Pascua, demuestra que hubo cuatro Pascuas durante el ministerio de nuestro Señor en la Tierra. S. Juan menciona tres por su nombre aparte de esta “fiesta” (cf. Juan 2:23; 6:4; 12:1). Esto certificaría que el ministerio de nuestro Señor duró tres años completos o que, en todo caso, debió de comenzar en una Pascua y terminar en otra. Si la “fiesta” no era la Pascua, no tenemos prueba alguna de que su ministerio durara más que entre dos y tres años (cf. notas sobre Juan 2:13).
La expresión “una fiesta de los judíos” es una de las muchas pruebas incidentales de que S. Juan escribió específicamente para los conversos gentiles y consideró necesario para su beneficio explicarles las costumbres judías.

[Subió Jesús]. Debería advertirse siempre la constante asistencia de nuestro Señor a las fiestas judías y el respeto que mostró por los mandatos mosaicos. Fueron instituidos por Dios y los honró mientras estuvieron vigentes. Es una prueba importante para nosotros de que la indignidad de los ministros no es motivo para desestimar sacramentos de Dios como el Bautismo y la Cena del Señor. El beneficio que recibimos de los medios de la gracia y los sacramentos no dependen de la naturaleza de aquellos que los administran, sino del estado de nuestras propias almas. Los sacerdotes y gobernantes del Templo en tiempos de nuestro Señor probablemente eran personas muy indignas. Pero eso no impidió que nuestro Señor honrara las fiestas y ritos del Templo. En cualquier caso, de esto no se deriva que esté justificado escuchar la predicación habitual de falsa doctrina. Nuestro Señor jamás lo hizo.
Observemos que ninguno de los autores de los Evangelios hablan tanto de las obras de nuestro Señor en Judea como S. Juan.

V. 2: [Hay en Jerusalén]. Se piensa que estas palabras muestran que Jerusalén seguía en pie y no había sido destruida aún por los romanos cuando S. Juan escribió su Evangelio. De otro modo, se argumenta que habría dicho: “Había en Jerusalén”.

[Cerca de la puerta de las ovejas, un estanque]. No hay nada seguro acerca de este estanque o de su ubicación. Los viajeros modernos han querido situarlo. Pero existe poca base para determinar esta cuestión como no sean las conjeturas y la tradición. Después de todos los cambios de dieciocho siglos, puntos como este escapan a una solución satisfactoria. Quizá no haya lugar en el mundo donde sea tan difícil determinar con exactitud cualquier cosa relacionada con lugares y edificios antiguos.

[Llamado en hebreo Betesda]. Según Cruden, la palabra “Betesda” significa “casa de efusión” o “casa de piedad o misericordia”. No se menciona en ninguna otra parte de la Biblia. La mención del “hebreo” muestra una vez más que Juan no escribió tanto para los judíos como para los gentiles.

[El cual tiene cinco pórticos]. Estos pórticos eran probablemente galerías cubiertas, balaustradas, abiertas por un lado pero con una techumbre que protegía del Sol y de la lluvia. En un país cálido como Palestina, es muy necesario ese tipo de edificios.

V. 3: [En éstos yacía una multitud]. El contexto parece indicar que la multitud se congregaba en este lugar, en esta fiesta en concreto, esperando que se produjera cierto milagro que solo ocurría en este momento del año en particular.

[Movimiento del agua]. Este “movimiento” debía de ser algo observable por las personas que estuvieran en el lugar. El agua no tenía virtud o elemento curativo alguno hasta que se producía el movimiento.

V. 4: [Porque un ángel descendía, etc.]. Lo que se dice aquí es algo muy curioso. No hay nada semejante en la Biblia. Josefo, el autor judío, no lo menciona. La interpretación más sencilla es que era un milagro regular que se producía una vez al año —como dice Cirilo— o, en cualquier caso, únicamente en una época especial, por decisión de Dios, para recordar a los judíos las maravillosas obras que había hecho por ellos en tiempos pasados y hacerles ver que el Dios de los milagros no había cambiado. Pero cuándo se produjo este milagro por primera vez, en qué ocasión, por qué no se nos dice nada más al respecto y de qué manera descendía el ángel, son preguntas que no podemos responder. Es claro que los ángeles intervenían de forma milagrosa en los tiempos del Nuevo Testamento por los numerosos casos que se documentan en los Evangelios y en Hechos. Es claro que los judíos tenían una gran fe en la intervención de los ángeles en ciertas ocasiones por el relato de la visión de Zacarías, cuando simplemente se nos dice que las gentes “comprendieron que había visto visión en el santuario” (Lucas 1:22). Es muy probable que desde los tiempos de Malaquías, cuando cesó la inspiración, Dios considerase oportuno mantener entre los judíos una fe en las cosas invisibles por medio de un milagro regular. Lo más sabio es interpretar el pasaje tal como se nos presenta y creer lo que no podemos explicar.
Todos los demás intentos de superar las dificultades del pasaje son por completo insatisfactorios. Condenar el pasaje como no genuino es una forma cómoda de salir del paso y sin una base clara en los manuscritos. Decir que S. Juan solo utilizó el lenguaje popular de los judíos al describir el milagro y que en realidad no creía en él es, cuando menos, irreverente y blasfemo. Suponer, como han hecho Hammond y otros, que el “ángel” solo representa un “mensajero” humano común enviado por los sacerdotes y que la eficacia curativa del agua procedía de la sangre de muchos sacrificios que llegaba hasta el estanque de Betesda en la fiesta de la Pascua; o suponer, como otros, que Betesda era un estanque donde se lavaban los sacrificios antes de ser ofrecidos, son todas suposiciones completamente gratuitas que no superan la principal dificultad. No hay prueba alguna de que la sangre de los sacrificios se filtrara hasta el estanque. No hay prueba alguna de que la sangre confiriese virtudes curativas al agua. No hay prueba alguna (como dice Lightfoot) siquiera de que se lavaran los sacrificios (cf. Exercitations on John [Ejercicios sobre Juan], de Lightfoot, con respecto a este pasaje). Más aún, estas hipótesis no explicarían por qué solo se curaba una persona cada vez que se “agitaban” las aguas o la mención que hace S. Juan del “ángel” que agitaba las aguas. Aquí, como en muchos otros casos, la interpretación más sencilla y la que menos dificultades plantea es tomarlo tal como se nos presenta e interpretarlo como la narración de un hecho, esto es, de un milagro regular que se obraba literalmente en cierto momento y quizá cada año.
Después de todo, no hay más dificultad en el relato que tenemos delante que en la historia de la tentación de nuestro Señor en el desierto, los diversos casos de posesión demoníaca o la liberación de Pedro de la cárcel por un ángel. Una vez admitida la existencia de los ángeles, su ministerio en la Tierra y la posibilidad de que intervengan para ejecutar los planes de Dios, nada en este pasaje debiera suponer un escollo. El verdadero secreto de las objeciones que se le plantean es la tendencia moderna a considerar todos los milagros como un lastre inútil que debe arrojarse por la borda siempre que se pueda y eliminarse de la narración bíblica en cada ocasión que se presente. Debemos mantenernos en guardia y en alerta ante esa tendencia.
Comenta Rollock: “El pueblo judío de esa época se encontraba en un estado de gran confusión y se había retirado de él la presencia de Dios en gran medida. Los judíos ya no recibían a los profetas que Dios había acostumbrado a levantar con fines extraordinarios. Dios, pues, para no parecer completamente ausente de su pueblo, estaba dispuesto a curar a algunos milagrosamente y de forma extraordinaria a fin de dar testimonio al mundo de que la nación no había sido rechazada por completo”. Calvino y Brentano dicen algo muy parecido.
Poole piensa que este milagro solo comenzó poco antes del nacimiento de Cristo “como una imagen de Aquel que estaba a punto de venir que sería un manantial abierto para la casa de David”. Lightfoot es de la misma opinión.

[Agitaba el agua]. No hay razón para suponer que el ángel apareciera visiblemente al hacerlo. Basta suponer que a cierta hora se producía un movimiento y una agitación de las aguas, que inmediatamente después poseían la milagrosa virtud curativa, igual que las aguas de Mara se endulzaron inmediatamente después de que Moisés echara un árbol en ellas (cf. Éxodo 15:25).

[El que primero]. Esto muestra que era una cuestión milagrosa. No se puede explicar de ninguna otra forma por qué solo se curaba una persona tras la agitación del agua. Creo que es claro, a partir de las palabras del pasaje, que solo se curaba uno.

[De cualquier enfermedad que tuviese]. Estas palabras se podrían traducir de manera más literal como “cualquier enfermedad que le esclavizara”.
Piensa Bengel que la utilización del tiempo verbal pasado muestra que el milagro había cesado para cuando Juan lo escribió: “Descendía de tiempo en tiempo”; “agitaba”, etc. Tertuliano afirma expresamente que el milagro había cesado para cuando los judíos rechazaron a Cristo.

V. 5: [Hacía treinta y ocho años que estaba enfermo]. Este es el tiempo durante el cual el hombre había estado enfermo. No sabemos cuál era su edad.
Comenta Baxter: “¡Qué gran favor es vivir treinta y ocho años bajo la sana disciplina de Dios! Oh, Dios mío, te doy gracias por la similar disciplina de ochenta y cinco años. ¡Qué segura es una vida como esta en comparación con otra de plena prosperidad y placer!”.
Aquellos que ven significados tipológicos y abstrusos en los detalles más minúsculos del relato bíblico observan que treinta y ocho años fue exactamente lo que duró el vagar de Israel por el desierto. En el enfermo, impotente y sin esperanza hasta la llegada de Cristo, ven un tipo de la Iglesia judía. El estanque de Betesda es la religión del Antiguo Testamento. El pequeño beneficio que confería —esto es, curar a un solo hombre cada vez— representa el beneficio estrecho y limitado que confería el judaísmo al género humano. La misericordiosa intervención de Cristo a favor del hombre enfermo representa la introducción del Evangelio para todo el mundo. Estos son pensamientos píos, pero es dudoso que tengan alguna base.
Las ideas de que el estanque de Betesda era un tipo del bautismo y los cinco pórticos tipos de los cinco libros de la Ley o de las cinco heridas de Cristo me parecen meras invenciones ingeniosas del hombre sin fundamento sólido. Sin embargo, Crisóstomo, S. Agustín, Teofilacto, Eutimio, Burgon, Wordsworth y muchos otros las sostienen. Los que deseen ver una respuesta completa a la teoría de que el milagro del estanque de Betesda es una prueba típica de la doctrina de la regeneración bautismal, la hallarán en Gomarus, el teólogo holandés. Toma el argumento de Belarmino con respecto a esta cuestión y le da una respuesta completa.

V. 6: [Cuando Jesús lo vio […] supo que […] mucho tiempo así]. No debemos poner en duda que nuestro Señor conocía la historia de este hombre debido a su conocimiento divino que, como Dios, tiene de todas las cosas en el Cielo y en la Tierra. Suponer que descubrió la situación en que estaba por medio de indagaciones es una interpretación débil, exigua y fría. Como verdad práctica, es una doctrina sumamente reconfortante que Jesús conozca cada enfermedad y dolencia y toda su fatigosa historia. Nada se le oculta.

[Le dijo]. Este es un ejemplo de nuestro Señor siendo el primero en hablar e iniciar la conversación, igual que lo hizo con la mujer de Samaria (Juan 4:7). Sin que se le pidiera, y de forma inesperada, se dirigió misericordiosamente al hombre enfermo. No cabe duda que siempre comienza en el corazón del hombre antes de que el hombre comience con Él. Pero hace todas las cosas como Soberano, según su propia voluntad; y no siempre le vemos dando el primer paso de forma tan rotunda como aquí.

[¿Quieres ser sano?]. La pregunta quizá tenía la intención de despertar el deseo y la expectación del hombre y prepararle en un sentido para la bendición que poco después se le iba a conceder. ¿No es este, por verlo de forma espiritual, el mismísimo lenguaje que dirige Cristo continuamente a todo hombre y a toda mujer que oye su Evangelio? Nos ve en un estado desgraciado, desdichado y enfermo. Lo único que nos pregunta es: “¿Quieres ser salvo?”.

V. 7: [No tengo quien me meta en el estanque]. Sin duda esto se menciona intencionadamente como una demostración de la crueldad de la naturaleza humana. ¡Piensa en un pobre inválido esperando durante años junto al agua sin un solo amigo que le ayude! Cuanto más tiempo vivamos en la Tierra, más constataremos que es un mundo egoísta y que los enfermos y afligidos tienen pocos amigos en los momentos de necesidad: “El pobre es odioso aun a su amigo” (Proverbios 14:20). Cristo es el único amigo fiel de los que no tienen amigos y ayudador de los que no reciben ayuda.

V. 8: [Levántate, toma tu lecho, y anda]. Aquí, como en otros casos, es evidente que el poder milagroso se manifestó por medio de las palabras de nuestro Señor. De igual forma: “Extiende tu mano” (Marcos 3:5); “Id, mostraos a los sacerdotes” (Lucas 17:14). Mandatos como estos ponían a prueba la fe y la obediencia de aquel a los que iban destinados. ¿Cómo podían hacer estas cosas si estaban impedidos como el hombre que tenemos delante? ¿De qué servía hacerlas si estaban cubiertos de lepra como los diez leprosos? Pero era precisamente con el acto de obediencia como llegaba la bendición. Todo el poder es de Cristo. Pero Él ama que nos esforcemos y mostremos nuestra obediencia y fe.
S. Agustín ve en el mandato de “toma tu lecho” una exhortación al amor al prójimo, puesto que debemos llevar nuestras respectivas cargas; ¡y en el mandato de “camina” una exhortación a amar a Dios! Semejante alegorización me parece muy infundada y carente de resultado salvo ocasionar el desprecio de la Biblia, como un libro al que se puede hacer decir cualquier cosa.

V. 9: [Al instante […] fue sanado, […], y anduvo]. Aquí vemos la realidad del milagro que se obró. Nada sino un poder divino podía capacitar a alguien que había sido paralítico durante tantos años para que moviera sus miembros y acarreara una carga inmediatamente. Pero fue tan fácil para nuestro Señor proporcionar fuerza instantáneamente como crear músculos, nervios y tendones el día que se creó a Adán.
Cuando se nos dice que el hombre “tomó su lecho”, debemos recordar que probablemente no era más que un ligero colchón, una alfombra o un paño grueso como el que se acostumbra a utilizar en los países cálidos para dormir.

V. 10: [Los judíos]. Aquí, como en muchos lugares del Evangelio según S. Juan, la expresión “los judíos”, cuando se utiliza en referencia a los judíos de Jerusalén, hace referencia a los dirigentes del pueblo: ancianos, gobernantes y escribas. No se refiere vagamente a “la multitud judía” que rodeaba a nuestro Señor, sino a los representantes de toda la nación, los que encabezaban a Israel en aquella época.

[No te es lícito llevar tu lecho]. Para apoyar esta acusación de ilegalidad, los judíos no solo podían alegar la ley general del cuarto mandamiento, sino pasajes específicos de Nehemías y Jeremías acerca de no “llevar carga” en el día de reposo (cf. Nehemías 13:9; Jeremías 17:21). Pero no podían demostrar que esos pasajes se aplicaran al hombre que tenían ante sí. Que un hombre cargara con mercancía en el día de reposo era una cosa. Que un hombre enfermo, curado repentina y milagrosamente, volviera a su casa llevando su colchón era otra muy distinta. Prohibir que el primero llevara su carga era escriturario y legítimo. Prohibírselo al segundo era cruel y contrario al espíritu de la Ley de Moisés. El acto del primero era innecesario. El acto del otro era un acto de necesidad y misericordia. Quizá se pueda aducir a favor de los judíos que únicamente vieron a un hombre acarreando una carga sin saber nada acerca de su anterior enfermedad o de su curación. Pero cuando recordamos los numerosos casos que se documentan en los Evangelios de su interpretación radical y extrema del cuarto mandamiento, es dudoso que esta disculpa se sostenga en pie.

V. 11: [El que me sanó, él mismo me dijo, etc.]. La respuesta del hombre parece sencilla. Pero contiene un principio profundo. “Ciertamente debía obedecer al que ha hecho una cosa tan grande por mí cuando me dijo que tomara mi lecho. Si tenía autoridad y poder para curar, no era probable que me impusiera un mandato ilegítimo. Solo obedecí al que me curó”. Si Cristo ha curado verdaderamente nuestras almas, ¿no debiera ser este nuestro sentimiento hacia Él? “Tú me has curado. Lo que me mandes, eso haré”.

V. 12: [¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?]. Ecolampadio, Grocio y muchos otros señalan qué ejemplo constituye esto del espíritu malévolo y malicioso de los judíos. En lugar de preguntarle: “¿Quién te curó?”, preguntaron: “¿Quién te dijo que llevaras tu lecho?”. No les preocupaba saber lo que podían admirar como una obra misericordiosa, sino lo que podía servirles de base para una acusación. ¡Cuántos hay como ellos! Siempre están buscando algo que considerar una falta.

V. 13: [No sabía quién fuese]. Es más que probable que el paralítico no supiera quién le había curado y solo hubiera visto al Señor aquel día por primera vez. Desconocía su nombre y solo sabía que era una persona bondadosa que había aparecido y preguntado repentinamente: “¿Quieres ser sano?”; y que después de curarle milagrosamente desapareció de pronto entre la multitud.

[Se había apartado]. La palabra griega así traducida es singular, y solo se halla aquí. Parkhurst piensa que simplemente significa “se marchó o se fue”. Schleusner dice que la idea que hay detrás es “escabullirse o escaparse escabulléndose” y que el significado aquí es “se apartó discretamente de la gente que estaba en aquel lugar”. Si esto es así, no es improbable que nuestro Señor, igual que en Lucas 4:30 (en Nazaret) y en Juan 10:39 (en el Templo), hiciera una demostración de poder milagroso al pasar o deslizarse silenciosamente entre la multitud sin ser observado o detenido.

V. 14: [Después […] templo]. No está claro cuánto tiempo medió hasta que nuestro Señor se encontró en el Templo con el hombre que había curado. Si es cierta la teoría que señalé en la nota del versículo 1, debió de haber un intervalo. La palabra “después” es literalmente “después de estas cosas”.
Crisóstomo piensa que la circunstancia de que se hallara al hombre “en el templo” es indicativa de su piedad.

[Mira, has sido sanado; no peques más, etc.]. Estas palabras parecen indicar algo más de lo que se nos presenta. Son una solemne advertencia. Uno podría imaginar que nuestro Señor sabía que había un pecado detrás del comienzo de la enfermedad del hombre y que su intención era recordárselo. Ciertamente, parece muy improbable que nuestro Señor dijera general y vagamente “no peques más” a menos que se refiriera a un pecado específico que hubiera sido la causa principal de la enfermedad de este hombre (cf. 1 Corintios 11:30). Hay pecados que acarrean su propio castigo en los cuerpos de los hombres: y me inclino a creer que ese pudo haber sido el caso de este hombre. La expresión “algo peor” tendría entonces más fuerza. Sería un “castigo más grave”, un juicio peor que el de los treinta y ocho años de enfermedad. Un lecho de enfermedad es un lugar doloroso, pero el Infierno es un sitio mucho peor.
Comenta Besser: “Es algo terrible cuando la corrección y la misericordia del amor divino se aplican vanamente a un hombre. El que esté enfermo, que escriba sobre su lecho cuando se levante con salud renovada: ‘Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor’ ”. Brentano dice algo muy parecido.
Si el pecado había sido la causa de la enfermedad de este hombre y de que hubiera sufrido sus efectos durante treinta y ocho años, ¡es claro que debió de ser cometido antes del nacimiento de nuestro Señor! Este caso es un ejemplo del conocimiento perfecto y divino de nuestro Señor de todas las cosas, tanto pasadas como futuras.

V. 15: [Se fue, y dio aviso a los judíos]. No hay evidencias de que el hombre lo hiciera de manera malintencionada. Nacido como judío, y educado para reverenciar a sus gobernantes y ancianos, deseaba naturalmente darles la información que deseaban y, que sepamos, no tenía motivos para suponer que dañaría a su benefactor.


1. La impotencia del hombre (1–5).
Este hombre que durante años había permanecido inmóvil, es una figura de la situación del hombre moderno que no ha experimentado la vida nueva que llena el vacío del corazón.
El pecado inmoviliza el alma. Por más que el hombre sea culto o muy preparado profesionalmente, es impotente a nivel espiritual. En lo profundo de su ser está vacío, arruinado, fracasado y es incapaz de mover un solo dedo con acciones que lo lleven a Dios. Por sí solo es el mayor de los incapaces. Este paralítico junto al pórtico de Betesda es un símbolo de la impotencia espiritual del hombre de hoy.

Junto a este paralítico había una multitud de enfermos esperando que apareciera un ángel a mover las aguas, pues el primero que se echaba al agua del estanque, sanaba en forma milagrosa. Pero este pobre hombre estaba enfermo desde hacía 38 años, ni siquiera podía moverse, y por lo tanto nunca tenía la oportunidad de tirarse al agua y experimentar sanidad. El estanque se parecía a lo que tendríamos que hacer según la ley, pero somos incapaces de cumplir, no podemos llegar.

Aparece entonces en escena Jesucristo. 

2. La pregunta de Jesús (6).
Jesús preguntó: “¿Quieres ser sano?” Dada la situación del hombre, la pregunta pareciera un tanto ridícula. ¿Qué enfermo no desea ser sano? Sin embargo, la pregunta no es tan pueril puesto que este individuo necesitaba confrontar la realidad. Hay millones que con desesperación buscan su sanidad, buscan escapar de su dilema personal, de los problemas y vacío de su alma, y sin embargo se niegan a ser sanados moral y espiritualmente. Por ello Jesús le preguntó al paralítico si deseaba ser sano.
Es la misma pregunta que le hace hoy al hombre: ¿Quieres ser sano? ¿Quieres que tu alma y tu mente sean sanadas? ¿Quieres que tu mente y todo tu ser sea regenerado de una vez por todas?

3. El palabrerío por ignorancia (7).
La respuesta del enfermo no contestó directa ni específicamente la pregunta de Jesús. El paralítico sólo se limitó a relatar por qué le era imposible sanar cada vez que aparecía el ángel. Este enfermo ignoraba quién era Jesús, y con palabrería empieza a filosofar, dando explicaciones y argumentos humanos.
La actitud de este hombre enfermo es similar a la de muchos hoy día, que comienzan con argumentos y excusas en lugar de reconocer con honestidad su enfermedad física, moral y espiritual.

4. El poder de Jesucristo (8–9).
A pesar de todo, Jesús le dice: “Levántate, toma tu lecho y anda.” Hay cierto paralelismo entre estas palabras de Jesús y lo que dice a todo pecador arrepentido, al pecador con parálisis mental, moral y espiritual. Ningún pecador que en verdad se arrepiente tiene por qué quedar tirado, postrado en el camino de la vida. Al recibir a Cristo en su ser, el paralítico espiritual puede levantarse.
La obra de Jesús fue instantánea: en ese mismo instante el hombre sanó y volvió a caminar.

LOS HECHOS EN EL PASAJE
1. Los espectadores ofendidos (10).
Estos versículos muestran la dureza del corazón de los hombres, la conciencia cauterizada. Cuando ocurre un milagro o un hecho maravilloso, hay quienes en vez de gozarse en su corazón, se ofenden y hasta se enojan. Precisamente eso sucedió con los enemigos de Jesús cuando sanó al paralítico. En lugar de alegrarse por el milagro que beneficiaba a otro, sacan a relucir su legalismo y se convierten en religiosos hipócritas. ¡Cuán poco comprendían!

2. El sanado no comprende (11–13).
Por otra parte, el inválido curado ni siquiera reparó en dar gracias o averiguar quién había sido el autor de su sanidad. Después de 38 años de penurias por invalidez, llega el acto sobrenatural de Jesús, y hallamos que el sanado no podía explicar cómo había ocurrido ni sabía acerca de la persona que había realizado el milagro.
En nuestros días, hay quienes habiendo experimentado el milagro de la regeneración, quienes habiendo sido sanados aun físicamente, permanecen ignorantes de Cristo, de Dios y de la Biblia. Si alguien les preguntara cómo aconteció el milagro del nuevo nacimiento, lo único que sabrían responder es que creen en Cristo, que son cristianos. La maravilla de la nueva vida en el Señor es que si uno ha puesto toda su confianza en él, la obra es de Dios—aunque la persona sea ignorante y desconozca las enseñanzas de la Biblia.
El cristiano no debe conformarse con experimentar la nueva vida que Dios le ofrece, sino que debe estar dispuesto a conocer a su Salvador en calidad de Señor (ver 9:35–38 y 2 P. 3:18). Es triste ser un ignorante espiritual. Hay pocas cosas más tristes que ser cristianos ignorantes. Si pedimos a Dios sabiduría (Stg. 1:5), obtendremos crecimiento y madurez en la vida espiritual a fin de poder compartirla con otros.

3. El sanado al fin comprende (14–15).
Más tarde en el templo se produce el encuentro entre el ex-paralítico y Jesús. Con su advertencia el Señor le enseña que la sanidad también implica santidad (Ef. 4:17–32; 1 Jn. 3:6, 9). Al fin este hombre comprende el milagro que había acontecido en su vida por la misericordia divina, y lo anuncia a los demás.

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