miércoles, 9 de diciembre de 2015

En la mucha sabiduría hay mucha frustración, y el que aumenta conocimiento, aumenta su aflicción.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La Perspectiva de El Predicador


 Teología de Eclesiastés
Primera Parte
Las suposiciones son puestas en duda

La perspectiva del Predicador acerca del mundo, de conocer a Dios y de la justicia divina.

Los autores de la literatura sapiencial hacen una serie de suposiciones acerca de Dios y del mundo que Él creó, y luego basan sus reflexiones en estas suposiciones. Alan Jenks identifica tres pre suposiciones teológicas que proveen la perspectiva ortodoxa presente en Proverbios:

    1.      El mundo sigue un orden, dirigido por Dios, su sabio Creador.
    2.      Es posible entender ese orden si buscamos la sabiduría.
  3.    Por tanto, el sabio que sigue el orden divino experimentará buenas cosas, mientras que el insensato sufrirá por su necedad. (1985, 44)

¿En qué manera difiere la perspectiva del Predicador acerca del orden de Dios en la creación con la de la mayoría de los autores bíblicos?

El autor de Eclesiastés pone en duda estas suposiciones, asumiendo una perspectiva distinta en cada una de ellas. La mayoría del resto de la Biblia considera que el orden de Dios en este mundo es parte de su plan lineal que será cumplido sólo al final de los tiempos. Aún así el Predicador se enfoca en la naturaleza cíclica del mundo (una característica común entre los escritores sapienciales) —los patrones repetitivos— y descubre que “no hay nada nuevo bajo el sol.” 

La vida no es caótica y todo puede ser asignado a un tiempo y una hora específica, pero no siempre las personas pueden saber cuándo es ese momento. Eclesiastés cuestiona la utilidad del orden divino de la creación para planear nuestra vida si no podemos identificar ese orden.

Otra de las perspectivas del Predicador es que parece ser imposible conocer a Dios. En esta vida, Dios es misterioso y está escondido. La muerte termina cualquier esfuerzo de aprender acerca de Él, y el Predicador no sabe qué pasa después de la muerte.

Mientras que Job cuestiona la justicia de Dios en relación a su caso en particular, el Predicador duda de la justicia divina en general. Él ha visto a “justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes acontece como si hicieran obra de justos” (Eclesiastés 8:14). Aunque la causa de la injusticia puede atribuirse al pecado, éste no determina con exactitud la experiencia humana. Los que pecan no siempre experimentan lo malo, así como los que hacen el bien no siempre experimentan lo bueno. La justicia de Dios simplemente no funciona como una ley mecánica en la que ciertas acciones siempre tienen ciertos resultados. Aunque el Predicador no rechaza la suposición de Proverbios, sí la califica.


La vida: un soplo de aire

¿Cómo usó el Predicador la palabra vanidad para describir la vida?

La perspectiva de que todo es vanidad es prevalente en todo lo que dice el Predicador en Eclesiastés. La palabra hebrea hebel es traducida “vanidad” en la versión Reina Valera y es “absurdo” en la Nueva Versión Internacional. Esta palabra literalmente significa “un soplo de aire”, “un respiro” o “un vapor”. También puede referirse a la naturaleza transitoria de la vida humana (Proverbios 31:30) y a la idea de que algo es falso o engañoso (Job 21:34). En Eclesiastés, es frecuentemente combinada con la palabra hebrea que se traduce como “espíritu”, “respiro”, o “viento”. Por tanto, hebel es como “ir tras del viento” (Eclesiastés 1:14; 2:11, 17, 26). Significa algo inseguro o poco confiable. El Predicador piensa que el orden que ofrece la sabiduría y la seguridad prometida siempre se mantienen más allá de nuestro alcance, desapareciendo cuando son examinados muy de cerca.


El problema de la muerte

La perspectiva en el Antiguo Testamento de la vida después de la muerte.

¿En qué se diferencia la perspectiva del Nuevo Testamento de la vida después de la muerte de la del Antiguo Testamento?

Cuando leemos la Biblia, es importante que no supongamos que los autores entendieron el mundo de la misma manera que nosotros lo entendemos, o que todos tenían la misma comprensión del plan y de los propósitos de Dios. Por ejemplo, el Antiguo Testamento presenta un concepto de la vida después de la muerte no totalmente desarrollado. La vida y la muerte estaban en extremos opuestos en una línea continua entre las cuales las personas podían moverse libremente. 

Muchas veces los salmistas hablaron de bajar al sepulcro cuando estaban enfermos o de cómo el Señor los rescató de la tumba, restaurándolos a salud y seguridad (Salmos 30:3; 107:17–19). Los autores bíblicos del Antiguo Testamento tuvieron poco que decir acerca de la resurrección, una creencia que fue poco común hasta el período intertestamentario (los cuatrocientos años entre el final del Antiguo Testamento y el tiempo de Cristo). Aún en los días de Jesús, continuaba un gran debate acerca de la resurrección. Pablo se valió de esto como un punto de contención en su juicio ante el Sanedrín en Jerusalén (Hechos 23:6–8), y fue la razón por la cual muchos en Atenas rechazaron el evangelio (Elesiastés 17:31–32).

Partes del Antiguo Testamento muestran que la creencia era que una persona moría y descendía al Seol, una “tumba” o “sepulcro” en común. Esto era considerado un lugar de olvido, no de castigo ni de recompensa. Por esta razón, la vida presente era sumamente importante. La gente en los tiempos del Antiguo Testamento pensaba que, si Dios era justo, Él pondría en equilibrio la balanza de justicia en nuestra vida antes de que muriéramos. En el seol no había memoria, ni alabanza, ni comunión con Dios.

No obstante, algunos pasajes del Antiguo Testamento hablan de la resurrección y de la vida después de la muerte. La enseñanza más clara y más completa se encuentra en Daniel 12:2: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” Isaías 26:19 habla de la resurrección de los muertos, pero no en específico de la vida después de la muerte: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Porque todo rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos.” Salmos 16:9–11; 49:15; 73:24; y Job 19:25–27 son algunos pasajes que sugieren la idea de la resurección sin describir claramente lo que ocurre después de la vida. Derek Kidner sugiere que tanto Job como Proverbios esperaban justicia para el justo y un revestimiento de lo malo después de la muerte (Proverbios 11:7; 12:28; 14:32; Kidner 1985, 118–119). La idea de la vida después de la muerte se desarrolla lentamente y bastante tarde en el Antiguo Testamento.

El Predicador, aunque posiblemente sabía de la creencia en la resurrección y la vida después de la muerte, no estaba seguro de lo que pasaría después de la muerte. Su problema principal es su falta de conocimiento acerca de lo que habría después de la muerte (Eclesiastés 2:16, 21–22; 3:11, 14, 21; 4:7–8; 5:15–16; 6:6, 12; 8:6–7, 17; 9:4, 6, 10; 11:5; 12:7). Para él la muerte limitaba todos los logros y la satisfacción que éstos producían por lo que pierden su significado (Eclesiastés 3:19–20; 4:3; 9:3–6, 10–12; 8:8; 11:8–12:7). Además, la muerte pone fin a cualquier oportunidad de reparar los errores cometidos y hacer justica.

Por tanto, el prospecto de la vida se convierte en una carga para el Predicador. “Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflcción de espíritu” (Eclesiastés 2:17). “Tal reflexión lanzó al Predicador a un rechazo radical de la bondad de la vida. Después de toda una vida de esfuerzos, nada queda, y la suma de las cosas se asemeja a un gran respiro” (Crenshaw 1981, 129). El Predicador prefiere el día de la muerte más que el día de nacimiento porque, cuando llega la muerte todas las ilusiones de la vida desaparecen y todos son iguales nuevamente (Eclesiastés 4:1–3; 6:1–6).

Al final, el Predicador es forzado a aceptar los límites que Dios impone a la revelación. “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También se ha visto que esto es de la mano de Dios” (Eclesiastés 2:24; 3:13; 5:18; 12:13–14).
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