miércoles, 19 de agosto de 2015

Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote...a ti te digo, levántate

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


CONSTRUCCIÓN DE SERMONES
MARCOS 
5: 21-43



Jesús sana a una mujer 

21 Cuando Jesús había cruzado de nuevo en la barca a la otra orilla, se congregó alrededor de él una gran multitud. Y él estaba junto al mar. 22 Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo. Cuando le vio, se postró a sus pies 23 y le imploró mucho diciendo: 
—Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva. 
24 Jesús fue con él. Y le seguía una gran multitud, y le apretujaban. 
25 Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años. 26 Había sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor. 27 Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto, 28 porque ella pensaba: "Si sólo toco su manto, seré sanada." 29 Al instante, se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote. 30 De pronto Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: 
—¿Quién me ha tocado el manto? 
31 Sus discípulos le dijeron: 
—Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: "¿Quién me tocó?" 
32 El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. 33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. 
34 El le dijo: 
—Hija, tu fe te ha salvado.  Vete en paz y queda sanada de tu azote. 

Jesús resucita a la hija de Jairo 

35 Mientras él aún hablaba, vinieron de la casa del principal de la sinagoga, diciendo: 
—Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestas más al Maestro? 
36 Pero Jesús, sin hacer caso a esta palabra  que se decía, dijo al principal de la sinagoga: 
—No temas; sólo cree. 
37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. 38 Llegaron  a la casa del principal de la sinagoga, y él vio el alboroto y los que lloraban y lamentaban mucho. 39 Y al entrar, les dijo: 
—¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 
40 Ellos se burlaban de él. Pero él los sacó a todos y tomó al padre y a la madre de la niña y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Tomó la mano de la niña y le dijo: 
—Talita, cumi  -que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate-. 
42 Y en seguida la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y quedaron atónitos. 43 El les mandó estrictamente que nadie lo supiese y ordenó que le diesen a ella de comer. 
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Resurrección de la hija de Jairo (5:21–43)

En la sección que está ante nosotros se describen “dos estupendos milagros”. 

Son únicos, en el sentido que uno interrumpe el progreso del otro sin frustrarlo. 

El primero representa a aquellos que buscan ayuda. 

El segundo a aquellos que la reciben mediante la instrumentalidad de otros. 

Uno ilustra el poder de Cristo sobre la enfermedad; el otro, su poder sobre la muerte.

a. El clamor de un padre (5:21–24). 
Regresando del lado oriental del mar de Galilea y la experiencia con el endemoniado gergeseno, Jesús pasó otra vez en una barca (21) al más poblado lado occidental. En agudo contraste con la hostil recepción entre los gergesenos, se reunió alrededor de él una gran multitud tan pronto como desembarcó en la costa cercana a Capernaum.

El primero en romper la curiosa muchedumbre fue uno de los más distinguidos miembros de la comunidad, uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo (22). Era algo así como el jefe de la congregación “en todo lo relacionado con el culto público y sus varias partes de oración, lectura de las Escrituras y exhortación”. 

En su desesperación, Jairo olvidó sus “prejuicios… dignidad… orgullo… amigos”. Y cayó a los pies de Jesús. Ningún hombre realmente ora hasta que está aplastado sobre sus rodillas.

Mi hija (en griego está en diminutivo, lenguaje peculiar de Marcos y era un término cariñoso) está agonizando… ven y pon las manos sobre ella (23). 

Jairo tenía una gran fe en Jesús y debe haber conocido su poder para sanar. Es una atractiva especulación que “puede haber pertenecido a los ancianos de los judíos” que buscaron a Jesús para que curara al siervo de un amigable centurión de Capernaum (Lc. 7:2–5).

Aunque presionado por todas partes y por los que le apretaban (24), Jesús fue con el atribulado padre, llevando la esperanza de que su hija sería salva.

b. Una patética interrupción (5:25–34)
Entre los que apretaban a Jesús (24), mientras se dirigía a la casa de Jairo, había una mujer (25) “que había tenido flujo de sangre durante 12 años” (Amp. N. T.). 

Su dolencia eran tan antigua como la edad de la niña que en esos momentos yacía “a punto de muerte” (23). La anónima mujer había buscado ayuda y sufrido… de muchos médicos (26) y nada había aprovechado, antes le iba peor. 

Marcos es descortés y nada lisonjero con los médicos de su tiempo. La mujer había sufrido mucho en sus manos y gastado todo lo que tenía y estaba peor. 

Lucas, el médico amado, es un poco más amigable con los de su profesión y nota que la enfermedad “no había podido ser curada” (Lc. 8:43).

El aprieto de la mujer era patético—“presumiblemente una de esas hemorragias crónicas, debilitantes, embarazosas, empobrecedoras… desanimadoras”. 

No es de sorprender que cuando oyó hablar de Jesús (27), cuya fama ya se había divulgado, buscara la liberación por su intermedio. Esperando “robar un milagro”, se puso entre la multitud detrás de Jesús y tocó su manto.

La práctica de la sanidad generalmente ha sido asociada con un toque. Ya hemos notado como Jesús “movido a compasión puso su mano sobre un leproso y le sanó” (1:41). Las multitudes a menudo “caían sobre él” para poder tocarle (3:10). Esto también concuerda con Santiago que da instrucciones con respecto a la oración por los enfermos (Stg. 5:14). 

Si tocare tan solamente su manto (28), pensó ella con una profunda esperanza, seré salva. Se exigía que los hombres de Israel llevaran un ribete en sus vestiduras: “en cada franja de los bordes, un cordón azul” (Nm. 15:38). Quizá sea esto lo que ella tocó (Lc. 8:44).

Y en seguida (adverbio favorito de Marcos, euthus) la fuente de su sangre (cf. Lv. 12:7) se secó (29); y sintió en el cuerpo que estaba sana de ese azote. La palabra traducida estaba sana es iatai y está en el tiempo perfecto e implica que “los resultados permanecen”.

Por el momento, el indecible gozo de la mujer se tornó en alarma, porque Jesús conociendo en sí mismo el poder (dynamis) que “había salido de él” (30, RSV), volviéndose a la multitud dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? 

¿Por qué hizo Jesús esta pregunta? Probablemente para ayudar a la mujer a hacer una confesión abierta, asunto tan importante para la salvación (Ro. 10:10); y también para aclarar que el objeto de su fe, era El mismo y no su ropa.

Los discípulos evidentemente se sorprendieron y se exasperaron un poco por la pregunta de Jesús cuando la multitud le estaba apretando por todos lados: ¿Quién me ha tocado? (31). La interrogación no era muy respetuosa, pero sí un poco sarcástica. Empero, nos demuestra que la fuente de Marcos era digna de confianza.

La sanidad de la mujer nos recuerda que “hay un mundo de diferencia entre apretar a Jesús y tocarle con fe personal”.

Ignorando el comentario de sus discípulos, Jesús miraba alrededor (32) para ver quién había hecho esto. Nuevamente tenemos el detalle que sólo puede provenir de un testigo ocular. 

Marcos nos presenta un cuadro vivido de Jesús escudriñando los rostros de la multitud, como en 3:5, con excepción de que en esta ocasión era con bondad y no con ira.

Perfectamente consciente de que ella había hecho que Jesús quedara ceremonialmente inmundo (Lv. 15:19) y temblando por la incertidumbre de ignorar si El estaría enojado, la mujer, “sin embargo vino y le dijo toda la verdad” (33, RSV). 

Las palabras bondadosas de Jesús mitigaron su espíritu temeroso. 
Hija, tu fe te ha hecho salva (34). 

Ningún grupo puede ganar más por servir a Cristo, o tener más que perder por rechazarle, que las mujeres del mundo.

Jesús aclaró que era la fe de la mujer en El, no nada mágico al tocar sus ropas, lo que la había sanado. Sus palabras también fueron una confirmación exterior de lo que había acontecido en ella.

Vé en paz, y queda sana. Ahora que ella sabía que ya estaba sana y era libre de su azote, la mujer podía irse en paz. Las bendiciones de la buena salud y el consecuente sentir de bienestar son dones de Dios. En sustancia, Jesús dijo: “Que tu preocupación nunca más vuelva a afligirte.”

Marcos así ha preservado para todos los tiempos otra de las poderosas obras de Jesús, “porque él es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (He. 13:8).

c. Vida desde la muerte (5:35–43)
Uno puede imaginar la intensa ansiedad de Jairo durante la interrupción descrita en los versos 25–34. Si abrigó tales temores, éstos fueron confirmados cuando una persona endurecida apareció mientras él [Jesús] aún hablaba (35) a la mujer, para informarle: Tu hija ha muerto. 

Su pregunta: ¿para qué molestar más al Maestro? implica que Jairo le estaba importunando. Ellos no esperaban una resurrección.

Después de oir lo que se decía (36), pero ignorando la implicación, Jesús rápidamente le dijo a Jairo: No temas, cree solamente. ¡Cuán a menudo Jesús reprendía el temor y fortalecía la fe!

En ese momento hizo volver a la curiosa muchedumbre y no permitió que le siguiese nadie, excepto los del círculo íntimo, Pedro, Jacobo y Juan su hermano. El privilegio de estos tres de ser testigos de éste y otros acontecimientos notables (la transfiguración, 9:2; la agonía de Getsemaní, 14:33) fue equilibrado por las posteriores responsabilidades. Pedro fue el principal orador del día de Pentecostés; Jacobo fue uno de los primeros mártires y Juan ejerció una inmensa influencia con su apostolado de amor.

Cuando por fin Jesús y los que le acompañaban llegaron a casa del principal de la sinagoga (38), se había hecho un alboroto y grande confusión causada por el llanto a gritos y los lamentos. Era costumbre emplear lamentadores profesionales, aunque no hay duda de que estaban presentes los amigos cercanos que lloraban con dolor sincero.

Posiblemente apenado por causa de algunos que lloraban y lamentaban por ganancia, Jesús entrando a la casa o en el atrio, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? (39, lit.: “por qué hacéis un tumulto”), “la niña no está muerta, está durmiendo” (39, NEB).

La muerte de la niña tiene que haber sido real, porque el relato es el clímax de las “obras poderosas”. Para el poder de Dios en Jesús su muerte no era un obstáculo mayor si hubiera sido una persona dormida. “El otro mundo… está dentro de los límites de la voz del Salvador.”

Seguros de que la niña no estaba dormida sino realmente muerta, los lamentadores se burlaban de él (40). El término kategelon implica escarnio. “Ellos… le escarnecían” (Amp. N. T.). La mofa no sirve para contribuir a la atmósfera de fe, de modo que Jesús los echó fuera a todos. “Sólo los verdaderos dolientes tenían que ser confortados; únicamente ellos lo necesitaban.”

Acompañado por los tres discípulos, Jesús hizo un verdadero servicio pastoral, tal como lo hace a menudo un buen ministro de Jesucristo. Tomó al padre y a la madre… y entró donde estaba la niña. La presencia de otros con Jesús en la habitación tendría el valor de la evidencia y satisfaría la insistencia judía en la manera correcta de proceder.

Con un movimiento característico, (cf. 1:31), Jesús tomó la mano a la niña (41) y la llamó como generalmente lo hacían los padres cuando estaba dormida: “ ‘Levántate, hijita’ ” (NEB). Talitha cumi son probablemente las palabras arameas que Jesús hablo, porque ese era su idioma. La respuesta de la niña fue inmediata. Luego (42)… se levantó y andaba. Marcos nota que la niña tenía doce años, es decir, que tenía edad para caminar.

Una vez más nos enteramos de la reacción emocional de los testigos del poder divino de Jesús. Y se espantaron grandemente, es decir, “quedaron completamente maravillados” (42, Goodspeed). “La gente quedó muy admirada” (VP.); “se asombraron con grande asombro” (VM.). “La gran realidad de la vida cristiana es que aquello que es completamente imposible para los hombres, es posible para Dios.”

Por supuesto que era imposible ocultar el hecho de que se había realizado un tremendo milagro a pesar de que Jesús les había ordenado que nadie lo supiese (43). Nuestro Señor se negaba a inflamar las falsas esperanzas de los judíos de que El era el Mesías político que ellos esperaban. La historia termina con una nota de la consideración y sentido práctico de Jesús: Y dijo que se le diese de comer. Esto también serviría para demostrar la realidad del milagro efectuado. “La muerta ahora estaba viva y comiendo.”

Este capítulo pinta a “Cristo el Vencedor”: 
(1) Sobre los demonios, 1–20; 
(2) Sobre la enfermedad, 25–34; 
(3) Sobre la muerte, 35–43.


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