sábado, 22 de noviembre de 2014

Tenemos que conocer al enemigo: Preparemos la estrategia para contrarrestar todos sus ataques

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
El propósito de la iglesia
Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de su fuerza, la cual ejercitó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
Efesios 1:18–23
El llamamiento a la iglesia ha sido el poner bajo los pies de Cristo a todo poder del enemigo. Para llevarlo a cabo tenemos primeramente que conocer al enemigo. Y en segundo lugar preparar la estrategia para contrarrestar todos sus ataques. Sabemos que el propósito de Satanás es de impedir que el pueblo de Dios pueda obrar con el dominio, poder y unción que le han sido dados por Él, a través del Espíritu Santo, para vencer.
Dios nos llama a ser agentes para cambiar al mundo y no a personas cambiadas por el mundo. Es fácil perder el enfoque y la visión de Dios cuando quitamos nuestros ojos del Señor y dirigimos nuestra vista a nosotros mismos.
 
Toda persona busca cuatro cosas:
1. La comodidad: Se logra mediante la adquisición de bienes materiales, viviendo de una vida de prestigio y dedicando nuestro tiempo a la diversión.
 
2. La seguridad: A través de lo que adquirimos y de lo que hacemos, tratamos de evitar cualquier cosa que nos cause inseguridad o temor. Suplirnos de recursos que nos protejan en tiempos difíciles y turbulentos.
 
3. El orgullo: Deseamos que otros nos acepten y nos amen y lo hacemos con la intención o el propósito de sentirnos satisfechos. Aun en el oficio del ministerio.
 
4. El amor a nosotros mismos: Hacemos todo lo necesario para tener y obtener nuestra propia conveniencia. Prefiriéndonos en todo momento a nosotros mismos. Cuando nos sacrificamos es solamente si nos conviene y no tomamos en cuenta cómo ni cuándo afectamos a otros.
 
Como cristianos nuestro deber es:
1. Ser siervos: Es decir, servir a otros para que sus vidas tengan un mayor significado. Gocémonos en el saber que estamos ayudando a otros y que recibiremos del Señor justa recompensa. El siervo de Dios sirve a otros.
 
2. Ser discípulos: Tener fe confiando en las promesas de su provisión. Creyendo que Dios conoce nuestras necesidades y lo que nos conviene, por lo cual responderá a nuestras peticiones. Aprendiendo a caminar en las promesas de Dios es ser discípulos.
 
3. Ser ministros (el amor a otros): Enfocando nuestro amor en otros aun en medio de sus faltas, de igual manera que Dios nos amó primeramente cuando estábamos perdidos en el pecado. Ministrar en todo lo que hacemos y decimos está basado en la compasión que sentimos por la humanidad y por sus sufrimientos.
 
4. Ser sacerdotes: El amar a Dios sobre todas las cosas, el tener comunión con Dios, alabarle y ofrecerle sacrificio, es ser un sacerdote.
Al enfocar nuestra visión en estas cuatro áreas, podremos alcanzar los objetivos por los cuales Jesucristo nos llenó de su poder y nos envió dándonos la Gran Comisión para reconciliar al mundo con Él.
Y todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
2 Corintios 5:18–20
Entonces, ¿qué requiere Dios de su iglesia y de nosotros los miembros de su cuerpo?
1. Ganar almas para Cristo (impacto)
Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda criatura.
Marcos 16:15
Y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.
Lucas 24:47
2. Hacer discípulos (excelencia)
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28:18–20
¿Cuál es la definición de discípulo? Es un adorador, obediente a la Palabra de Dios, un siervo de Dios y de su prójimo, que se puede enseñar, y que abraza una vida de arrepentimiento.
3. Equipar a los santos para reunir un ejército para batallar (movilización).
Y él mismo dio: unos, los apóstoles; otros, los profetas; otros, los evangelistas; y otros los pastores y maestros, a fin de equipar completamente a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños, zarandeados por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que aferrándonos a la verdad en amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien ajustado y trabado entre sí por todas las junturas que se ayudan mutuamente, según la actividad adecuada de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
Efesios 4:11–16
4. Establecer una comunidad cristiana. Es decir derribar las divisiones entre iglesias, denominaciones y ministerios y colaborar en unidad para llevar a cabo los tres aspectos anteriores.
5. Renovar la conducta cristiana. Somos llamados a ser epístolas vivientes.
Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.
2 Corintios 3:2–3
Debemos demostrar por nuestra conducta que vivimos lo que creemos. Somos hacedores y no solamente oídores. Todo cristiano debe ser reconocido como una persona de integridad y llena de amor y compasión.
6. Renovar la imagen de la iglesia. Muchos han dado la espalda a la iglesia porque no ha tenido relevancia, ni las respuestas para los sufrimientos y necesidades de los que están bajo el yugo y cautiverio del mundo y sus problemas. Esto ocurre primordialmente en tradiciones religiosas y con predispocisiones mentales acerca del evangelio.
7. Defender la moral cristiana. Si no batallamos contra los ataques del enemigo caeremos víctimas de nuestra indiferencia a las cosas de Dios.
La clave está en examinar nuestras prioridades en el ministerio, en nuestras vidas y en la iglesia y consagrarnos a obedecer a Dios. Todos debemos colaborar para poder hacer esta obra, mediante un pacto con Dios, de que le serviremos con todo nuestro ser, para su gloria y no la nuestra.
 
Finalmente, un hijo es aquel que conoce su parentesco pero un discípulo es aquel que obra en lo que conoce. (No es solamente un oidor sino un hacedor).
 
Dios está buscando usar ministerios creíbles; no ministerios increíbles. Debemos tener credibilidad ante el mundo, es decir, nuestra actitud y conducta son el barómetro de nuestra relación y consagración a Dios.

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