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biblias y miles de comentarios
Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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El mal, y el buen uso de las ilustraciones
¿Qué tiene que ver esa ilustración con el tema?
Uso y abuso de las ilustraciones
Predica la Palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción.
2 Timoteo 4:2
Me interesó un sermón predicado por un buen amigo cuyo nombre, por cariño, me reservo. Se basaba en Isaías 7:14, que dice: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.
Recuerdo que aquel domingo me acomodé en el asiento de la iglesia para oír lo que esperaba fuese un gran sermón navideño. Pero ¡me decepcionó! Como que aprendemos mucho de los ejemplos negativos. Hace poco, al recordar el sermón, me acerqué a la iglesia para comprar el casete de ese sermón. Lo acabo de escuchar de nuevo. Con fidelidad, pues, puedo identificar las fallas en el sermón.
El gran error de mi amigo fue crear un sermón alrededor de unas buenas ilustraciones, en lugar de dejar que estas surgieran del tema bíblico. Les cuento las ilustraciones para mostrar la manera en que caemos, con facilidad, en la tentación de permitir que ellas cambien el rumbo de una predicación. Así se darán cuenta de lo fácil que es dejar que las ilustraciones sean lo que forman la base de los pensamientos en vez del pasaje bíblico.
Comenzó contando acerca de lo inepto que somos, usando una ilustración personal: Fue al refrigerador a buscar la mayonesa. Sabía que solía estar allí, pero no la podía encontrar. Así que llamó a la esposa. Acercándose a la puerta abierta, ella apuntó el dedo y le dijo: «¡Ahí está, en tus propias narices! ¿Cómo es posible que no lo hayas visto»? De inmediato siguió a otra ilustración, esta vez relató en cuanto a lo sordo que a veces somos: la ocasión mencionada fue un juego de fútbol que veía en la televisión. La esposa se le acercó para pedirle un favor.«Honestamente —confesó— no oí ni una sola palabra de lo que ella me pidió, tan absorto estaba en el juego».
Aplicando las dos ilustraciones al sermón, dijo: «Así era Israel. Tan absortos estaban en sus problemas y quehaceres que no prestaron atención a lo que les dijo el profeta Isaías en cuanto a la venida del Mesías».
«Buen comienzo», pensé, «me alegro que vine».
Pero fue al terminar esa explicación, mi amigo comenzó a fallar. Habló acerca de la manera en que hoy día se nos bombardea con publicidad por televisión. Citó un verso pueril, publicidad cantada para niños, con el propósito de venderles «perros calientes» (un pan con salchicha, salsa de tomate, mayonesa y mostaza), que decía así:
Cuánto quisiera ser perro caliente;
Es lo que más quiero, verdaderamente;
Porque si fuera un perro caliente,
Todo el mundo me amaría siempre.
La congregación estalló en risas, y alentado por esa respuesta de la audiencia, mi amigo predicador continuó. Al parecer, lo contagioso de la cancioncita le inspiró otros pensamientos, y el sermón comenzó a buscar otro rumbo. Dejó de hablar del profeta Isaías, abandonó el texto que había escogido, e introdujo un tema totalmente nuevo: los regalos que tú y yo deseamos. Indicó que en lugar de desear aquello que nos hace mejores, escogemos lo que nos perjudica. Pasó un buen rato hablando de nuestras avaricias malsanas.
Esto lo siguió introduciéndonos, con otra ilustración, al gran músico Bethoven, cuando era ya viejo y muy sordo. En cuanto a este personaje, el predicador relató que un día se sentó ante el clavicordio y comenzó a tocar con todas sus fuerzas. Tan sordo estaba que no podía oír que el instrumento estaba todo desafinado y algunas cuerdas rotas. Inspirado con su ilustración, mi amigo comenzó a levantar la voz contándonos que, a pesar de su sordera, la música le salía del corazón a Bethoven y que en su «oído interno» le sonaba tan bien que las lágrimas brotaban de sus ojos. «Cuando hay música en el interior —dijo con gran fervor— no importa lo que se oye por fuera, estamos conmovidos y satisfechos, pues Dios ha puesto música en el alma de nuestras vidas».
Lo que decía sonaba convincente, pero no tenía nada que ver con el pobre Isaías, los perros calientes ni la Virgen con que había comenzado; ya no se acordaba de ellos. Ahora hablaba de la música que debiéramos tener en el interior de nuestras almas.
Luego habló de una señora que tenía una casa. El piso de la misma estaba cubierto totalmente por una linda alfombrada, pero estaba muy sucia; por tanto necesitaba una aspiradora eléctrica. La mujer fue a un almacén de Sears y se compró una. La llevó a su casa y la enchufó en el tomacorriente. Prendió la aspiradora, pero al poco rato se apagó. Volvió a prenderla, y se apagó de nuevo. Irritada pensando que la habían engañado, la señora llamó al almacén contando lo ocurrido con el aparato y exigió otro.
El gerente, oyendo cómo funcionaba la máquina de manera tan inexplicable, mandó un empleado a la casa de la mujer para que le mostrara el problema. La señora enchufó de nuevo el aparato, y comenzó nuevamente a trabajar, pero enseguida se paró. El empleado revisó la conexión eléctrica, y se echó a reír diciéndole. «Miré, señora. Usted enchufó la aspiradora a la conexión que enciende las luces de su arbolito de Navidad. Este enchufe tiene un dispositivo intermitente para que las luces del arbolito prendan y apaguen. Es por eso que su aspiradora funciona así».
Todos los presentes nos reímos, pues la ilustración era graciosa. Pero, ya pueden imaginarse el rumbo que tomó el sermón.
Mi amigo pastor se puso a hablar de la necesidad que tenemos de estar conectados directamente a Jesucristo, no dejando que las tentaciones intermitentes del mundo nos distraigan. La única relación que hizo con el pasaje de Isaías fue una breve referencia a que Jesucristo procedía de una Virgen, según la promesa del profeta.
Citó luego un proverbio chino: «El que no cambia de rumbo, llegará al destino del camino por el que va». Esta cita fue seguida por otra del conocido escritor Max Lucado, hablando de «un nombre nuevo escrito en la gloria». Ambas referencias le sirvieron para preguntar a sus oyentes —nosotros—, qué camino seguíamos, y si tendríamos nuestros nombres escritos en la gloria.
Terminó contándonos acerca de un hogar para niños con el síndrome de Down. Resulta que, acercándose la Navidad, el director, Bud Wood, les habló a los niños de la manera en que Jesús los amaba. Añadió que Él regresaría pronto, apareciendo en las nubes, para llevarlos al cielo. A los niños les encantó la historia, y todos corrieron a las ventanas del hogar, pegando sus manos y bocas contra el cristal, para intentar ver a Jesús descender en las nubes. Pocos minutos después llegaron visitantes y familiares. Comentaron de lo sucio que estaban los cristales de las ventanas. «Ah —explicó el director— es que los niños hace unos minutos las ensuciaron todas, queriendo ver si Jesús llegaba en las nubes para llevarlos al cielo».
Así llegó a la conclusión: «Queridos amigos, qué precioso es pensar que Jesús vino al mundo para hacer posible que nosotros, manchados y sucios por el pecado, podamos ir al cielo. Recuerden que si no están limpios por su sangre, esa entrada les será prohibida. Pero si sus pecados han sido limpiados, esa esperanza es de ustedes».
Creo que al revisar las ilustraciones de mi amigo en su sermón todos diríamos que son buenas —algunas magníficas. Pero como acabamos de ver, tener magníficas ilustraciones no hace un sermón. Tener muchas ilustraciones tampoco. El buen sermón tiene que apegarse a un texto o pasaje bíblico y quedarse ahí —no vagar por el mundo entero. Las ilustraciones escogidas tienen que ayudarnos a entender el pasaje de comienzo a fin, no sencillamente llenar los minutos que corresponden a un sermón dominical.
¿Cuál fue el gran error de mi colega? Dejar que las ilustraciones fueran las que guiaran el pensamiento. Nunca permitamos que la ilustración sea la base del sermón. Lo que Dios ha dicho en su Palabra es esa base. Lo que debe hacer una ilustración es abrir la mente para que entendamos el concepto tratado en la Biblia. Lo que necesita la humanidad es un mensaje claro de la palabra divina, no una serie de ilustraciones entretenidas que nos llevan a nada.
Tenemos que presentar esa palabra de tal forma que el que nos escucha sea conmovido por ella. Queremos ver cumplir en nuestra predicación un espectáculo milagroso, pues sabemos que esa Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.1
Ilustraciones bien escogidas
Una ilustración puede ser breve o extensa. Lo importante es que, cuando estamos predicando, las que usemos no salgan del marco de la enseñanza bíblica que proponemos, más bien que nos ayuden a aclarar esa enseñanza en particular.
¿Hay vida después de la muerte?
Pensemos en el interrogante planteado por el patriarca Job: Si el hombre muere, ¿volverá a vivir? (Job 14:14). Por siglos los hombres hemos vivido y muerto, pero ¿habrá manera de escapar de la muerte para vivir otra vez eternamente?
Hay un relato acerca de un ateo que al rechazar la idea de Dios, igualmente rechazaba el concepto de que existe vida después de la muerte. Dios le abrió los ojos de una manera sorprendente:
Un domingo de una mañana invernal, fue despertado por el son de las campanas de una iglesia. Furioso se levantó, fue a la ventana y la abrió. Allí, desafiando el crudo viento y la nieve que caía, vio a un grupo de fieles que se abrían paso hacia la iglesia.
¡Tontos! —decía—. ¡Pasan la vida en busca de un Dios que no existe! Cerró la ventana y se volvió a acostar. Ya no podía dormir, y allí en la cama se quedó maldiciendo a esos cristianos tontos.
De pronto oyó el choque de algo sobre una ventana de su casa, como si le hubieran tirado una bola de nieve. Entonces, otro golpe, seguido por uno más. ¿Qué podría ser? Se levantó de nuevo. Mirando por la ventana, notó que eran los pájaros, buscando refugio de la cruel tempestad invernal. En su desesperada búsqueda no veían el cristal de las ventanas y se lanzaban contra ellas, matándose.
Bajó del segundo piso de su casa a la sala, y abrió una ventana. «¡Tengo que salvarlas!», pensó y comenzó a gritar:
— ¡Vengan, vengan por acá! Esta ventana está abierta, ¡sálvense! —pero las aves no le entendían y seguían matándose.
En su desespero tomo una escoba y salió al patio. Batía la escoba en el aire tratando de meterlas por la ventana y la puerta que había dejado abierta, pero no le hacían caso. «¡No me entienden!, ¡no me entienden! ¿Cómo puedo hacerlas entender? ¡Para salvarlas tendría que volverme un pájaro; no entienden mi idioma!»
En ese momento sonaron las campanas de la iglesia otra vez. De repente su mente captó el misterio de Cristo. Siendo Dios, se hizo hombre, para ofrecerle vida al hombre cuyo destino era la muerte. Corrió a su habitación, se cambió y apurado fue a la iglesia, donde entregó su corazón a Cristo.
Satanás, siervo de Dios
Max Lucado, el conocido autor y pastor de la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San Antonio, Texas, predicó un sermón titulado: Satanás, siervo de Dios.2 Para mostrar cómo ilustra sus puntos, hacemos una condensación de su tema. Fíjese, por favor, en la manera en que cada ilustración amplía el sentido del tema, todas en conjunto enfatizan el principio que Lucado desea enseñar, que Satanás en verdad es un siervo más de Dios. Nótese también, que la mayoría de las ilustraciones las extrae de la Biblia —¡qué gran fuente de ilustraciones! De inmediato capta la atención con una ilustración que todos comprendemos:
La frustración del diablo
Imagínese pensar que uno es un jugador estrella en un equipo de fútbol. Corre con toda su fuerza con la bola y patea un fantástico gol, pero en vez de oír aplausos y voces de triunfo, oye silbidos y gritos de burla. La razón es que corrió hacia el arco equivocado y, en vez de anotar para su equipo, anotó para los contrarios.
Eso es lo que siente Satanás continuamente. Cada vez que cree que ha metido un gol para su equipo, en realidad lo anota para Dios. ¿Puede imaginarse lo frustrado que se ha de sentir?
Pensemos en la esposa de Abraham, Sara. Dios le promete un hijo, pero pasan los años y no hay descendiente. Satanás apunta a esa cuna vacía para crear tensión, disensión y dudas. Sara sirve de ejemplo perfecto de que no se puede confiar en las promesas de Dios. Pero, inesperadamente llega Isaac para llenar esa cuna, y Sara a los 90 años de edad se convierte en el modelo idóneo de toda la historia para comprobar que Dios siempre cumple sus promesas.
¿Recuerdan a Moisés? Satanás y todos sus demonios se mueren de risa el día en que el joven Moisés monta su caballo y sale huyendo de la presencia de Faraón. Pensaron que en esa circunstancia no había manera en que pudiera librar a su pueblo de la esclavitud. Cuarenta años más tarde aparece un viejo de ochenta con su bastón en Egipto, hace milagros increíbles y libera poderosamente a todo el pueblo de Dios. Sobre cada labio en Egipto está el nombre del viejo: ¡Moisés! ¡Moisés! De nuevo, Satanás es humillado.
¿Qué diremos de Daniel? La vista de toda esa juventud israelita llevada en cautiverio alegra al corazón de las huestes satánicas. ¡Ahora verán lo que es ser esclavo! Pero en lugar de esclavitud, Dios los eleva y llegan a ser príncipes de Babilonia. El mismo joven que Satanás quiso callar llega a ser el hombre que sabe orar y recibir de Dios la interpretación de sueños, y es elevado por encima de los sabios del reino para servir de consejero a los reyes de Babilonia. ¿Qué risa debe quedar en los labios de ese mundo demoníaco?
También podemos pensar en Pablo. Ponerle en la cárcel romana pareciera un triunfo para Satanás. Ahora, de ninguna manera podrá seguir abriendo iglesias y predicando a los gentiles. Pero la cárcel se convierte en un escritorio. De la pluma de Pablo salen las hermosas epístolas para las iglesias de Galacia, Éfeso, Filipos y Colosas, cartas que hasta el día de hoy traen inspiración e instrucción al pueblo de Dios. ¿Pueden ver a Satanás pateando y crujiendo sus dientes cada vez que un cristiano lee una de esas cartas, diciéndose: «¡Y pensar que fui yo el que hizo posible que se escribieran, poniendo a Pablo en la cárcel».
Y de Pedro también podemos hablar. Satanás procura desacreditar a Jesús provocando a Pedro para que lo negara. Pero, otra vez el plan se le invierte. En vez de Pedro servir como ejemplo de desgracia y fracaso, se convierte en modelo de la gracia de Dios para levantar a los caídos.
Cierto es que cada vez que Satanás cree haber hecho un gol, resulta que ha goleado para Dios. Como en la serie televisiva, Satanás es el coronel Klink de la Biblia. ¿Se acuerdan de Klink? Siempre salía como el estúpido en la serie Los héroes de Hogan. Klink se creía muy inteligente en su trato con los prisioneros de guerra, pero en realidad eran estos los que le hacían las jugadas a él.
Una vez tras otra la Biblia aclara quién es el que en verdad gobierna la tierra. Satanás hará sus maniobras y sus amagos, pero el que maneja todo es Dios.
Hemos oído del diablo, y lo que se ha dicho de él nos llena de miedo. En dos ocasiones la Biblia abre la cortina para dejarnos ver a ese ángel Lucifer, el que no se satisfacía con estar al lado de Dios. Quería ser más grande que Él. No se conformaba con adorar a Dios, quería ocupar el mismo trono de la Santa Trinidad.
Nos cuenta Ezequiel tanto de la belleza como de la iniquidad de Lucifer: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad (Ez 28:12–15).
Los ángeles, al igual que los humanos, fueron hechos para servir y adorar a Dios. A ambos Dios les dio soberanía limitada. De no ser así, ¿Cómo hubieran podido adorarle? Tanto Ezequiel como Isaías describen a un ángel más poderoso que cualquier humano, más hermoso que toda otra criatura, y a la vez más tonto que todos los seres a quienes Dios le dio vida. Su orgullo fue lo que lo destruyó.
La mayoría de los eruditos de la Biblia señalan a Isaías14:13–15 como la descripción de la caída de Lucifer: Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
En esas expresiones, «subiré al cielo» y «levantaré mi trono», se capta la increíble arrogancia de este pretencioso ángel. Por querer exaltarse hasta el trono divino cayó en las profundidades de la maldad. En lugar de llegar a ser como Dios, llegó a ser la misma antítesis de todo lo grandioso y bueno, lo opuesto a todo lo que es hermoso y sublime. Él ha pasado su existencia tratando, generación tras generación, de tentar al hombre para que haga lo mismo que él. En cada oído susurra: «Oye mi consejo» y «Seréis como Dios» (Gn 3:5).
Satanás no ha cambiado. Es el mismo egocéntrico. Es tan necio como lo fue al principio, y sigue siendo tan limitado como al principio. Aun cuando su corazón no había concebido esa rebeldía contra su creador, era limitado e inferior.
Todos los ángeles son inferiores a Dios. Dios todo lo conoce, los ángeles solo conocen lo que les es revelado. Dios está en todas partes, ellos solo pueden estar en un lugar a la vez. Dios tiene todo poder, los ángeles solo tienen el poder que Dios les permite tener. Todos los ángeles, incluyendo a Satanás, son inferiores a Dios. Y una cosa más, algo que posiblemente les sorprenda: Satanás sigue siendo siervo de Dios.
El diablo es el diablo de Dios
No es que lo quiere ser, ni tiene la intención de serlo, pero no puede evitarlo. Cada vez que procura avanzar su causa, Satanás termina adelantando la de Dios.
En su libro, La serpiente del paraíso, el autor Erwin Lutzer dice:
El diablo es tan siervo de Dios ahora en su rebelión como lo fue antes de su caída. No podemos olvidarnos del dicho de Lutero: «El diablo es el diablo de Dios». Satanás tiene distintos roles, dependiendo de los propósitos y el consejo de Dios. Y está obligado a servir a la causa de Dios en este mundo y a seguir los mandatos del Todopoderoso. Hemos de recordar que el diablo todavía tiene poder, pero nos complace saber que solo lo puede ejercer bajo las directrices divinas. Satanás no puede ejercer su voluntad sobre este mundo a su propia discreción y deseo.
Es por eso que cuando comienza a tentar, a obrar y a atormentar a los siervos de Jesucristo, todo le sale a la inversa. Aflige a Pablo con una espina, pero en lugar de derrotarlo, le sirve para que aprenda de gran manera lo que realmente es la gracia de Dios, y así es perfeccionado en sus debilidades (2 Co 12).
En 1 Corintios leemos del creyente que, seducido por Satanás, cayó en terrible inmoralidad. Pareciera que esto fue una victoria para el diablo. Pero sorpresivamente Pablo le dice a la iglesia: El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús (1 Co 5:5). Esa sacudida que le da Satanás no es para destruirlo sino para su salvación. Algo parecido se nos cuenta de un tal Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás, dice el texto, para que aprendan a no blasfemar (1 Tim 1:20). En lugar de destruir a estos hombres, Satanás termina rescatándolos para Dios. En verdad que tiene que sentirse frustrado. Nunca sale ganando.
Recordemos la ocasión en que Jesús le dice a Pedro: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22:31–32). De nuevo vemos la lección. Satanás puede venir para zarandearnos, pero uno mucho más fuerte que él ha orado por nosotros, y esa oración de Jesucristo es tan poderosa que no solo nos rescata de la garras del diablo, sino que nos saca de tal forma que resultamos fortalecidos para servir de ayuda y ánimo al pueblo de Dios. Satanás siempre sale perdiendo, no importan sus intentos.
No importa los límites a que llegue Satanás cuando quiere tentarnos y hacernos caer, la promesa de Dios es cierta: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Co 10:13).
Luego que pasemos por las pruebas más difíciles y angustiosas, podremos mirar atrás y, con el gran vencedor José, decirle al diablo y a toda esa hueste de demonios: Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo (Gn 50:20).
Conclusión
Hemos visto que las magníficas ilustraciones no hacen que el sermón sea bueno. Tampoco tener muchas. El buen sermón es aquel que tiene lúcidas ilustraciones que ayudan a interpretar y a aclarar un texto o pasaje bíblico. Si las ilustraciones escogidas no nos ayudan a entender el contenido bíblico, hemos fallado en nuestro intento de predicar.
El gran error de muchos predicadores es permitir que las ilustraciones guíen el pensamiento, en lugar de aclarar la exégesis. Como ya hemos dicho, esto es un ¡anatema! Nunca permitamos que las ilustraciones sirvan de base a lo que predicamos. Esa no es su función. Lo que Dios ha dicho en su Palabra es la base sólida sobre la cual fundamos nuestro pensamiento. Una ilustración sirve para abrir la mente a un concepto tratado en la Biblia.
Volvemos a repetir: Lo que necesita la humanidad es un mensaje claro de la palabra divina, no una serie de ilustraciones entretenidas que nos llevan a nada.
¿Cómo aprendemos a ilustrar ese tipo de mensajes que nutren a la iglesia? Voltee la página y lea el tercer capítulo.
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