miércoles, 2 de septiembre de 2015

El hombre de doble ánimo es inestable en todos sus caminos... es arrastrado y seducido por su propia pasión

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


Estudiemos para confeccionar un Sermón
Base Bíblica
Santiago 1:2-18

Fe y sabiduría
2 Hermanos míos, tenedlo por sumo gozo cuando os encontréis en diversas pruebas, 3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.  
4 Pero que la paciencia  tenga su obra completa para que seáis completos y cabales, no quedando atrás en nada. 
5 Y si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos con liberalidad y sin reprochar; y le será dada. 
6 Pero pida con fe, no dudando nada. Porque el que duda es semejante a una ola del mar movida por el viento y echada de un lado a otro. 
7 No piense tal hombre que recibirá cosa alguna del Señor. 
8 El hombre de doble ánimo es inestable en todos sus caminos. 

Pobreza y riqueza
9 El hermano de humilde condición, gloríese en su exaltación; 10 pero el rico, en su humillación, porque él pasará como la flor de la hierba. 
11 Pues se levanta el sol con su calor y seca la hierba, cuya flor se cae, y su bella apariencia se desvanece. De igual manera también se marchitará el rico en todos sus negocios. 

Tentaciones y dones
12 Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba; porque, cuando haya sido probado, recibirá la corona de vida que Dios  ha prometido a los que le aman. 
13 Nadie diga cuando sea tentado: "Soy tentado por Dios"; porque Dios no es tentado por el mal, y él no tienta a nadie. 
14 Pero cada uno es tentado cuando es arrastrado y seducido por su propia pasión. 
15 Luego la baja pasión, después de haber concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez llevado a cabo, engendra la muerte. 
16 Mis amados hermanos, no os engañéis: 
17 Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación.  
18 Por su propia voluntad, él nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos como primicias de sus criaturas. 

EL DOBLE ÁNIMO PUEDE VENIR CON LAS PRUEBAS-TENTACIONES
Santiago 1:2–18

Como todo buen pastor, Santiago comienza identificándose con su rebaño. Ellos están esparcidos, perseguidos, pasando por diversas pruebas. 

La palabra griega pruebas, peirasmos 3986, puede significar varias cosas: 
(1) Un experimento, un intento, una prueba para ver si algo funciona, como en Juan 6:6. 
(2) Una prueba de la fidelidad o del amor de alguien, como en Gálatas 4:14. 
(3) Una tentación, una invitación al pecado, como en Mateo 4:1. 
(4) Una adversidad, una aflicción, un problema enviado por Dios para probar el carácter, la fe o la santidad de alguien, como en 1 Corintios 10:13. 
(5) Una tentación hecha a Dios por parte de los hombres, como en Salmo 78:41 y Hebreos 3:8.
De un modo u otro, Santiago parece incluirlas a todas en este pasaje de apertura de su epístola.


  1. Las pruebas-tentaciones, 1:2–4


Las dos traducciones posibles de peirasmos 3986 en español son “prueba” y “tentación”. Cuándo traducir cual es algo que los traductores debaten. Para evitar el debate, y darle a la palabra el sentido inclusivo en que Santiago parece usarla, propongo traducirla prueba-tentación. 

Prueba 
destaca el sentido positivo de la palabra, y 
Tentación 
el sentido negativo. 

Prueba-tentación intenta rescatar la ambigüedad intrínseca del término peirasmos, que le permite a Santiago jugar con sus múltiples significados y enriquecer su texto. El argumento de Santiago es muy sencillo, pero de algún modo difícil de explicar: 

Las pruebas-tentaciones enfrentadas correctamente son enriquecedoras, pero enfrentadas incorrectamente pueden ser muy dañinas.

Las pruebas-tentaciones son algo en lo cual, según Santiago, caemos. Las pruebas-tentaciones nos acometen sin que podamos hacer nada por evitarlas. La traducción os encontréis (voz pasiva) intenta rescatar este aspecto imprevisto de las pruebas-tentaciones. La palabra griega peripesete 4045 (comparar con el español peripecia, pirata, experiencia, empírico) significa caer en algo como por ejemplo en Lucas 10:30, en que el hombre a quien el samaritano ayudó “cayó en manos de ladrones”. 

Las pruebas-tentaciones nos atacan, caemos en manos de ellas, según Santiago, como piratas que en el medio del mar atacan nuestras naves. No podemos evitarlas, debemos aprender a tratar con ellas. Santiago, al igual que Pedro (1 Ped. 1:6), las califica como diversas: es decir nos atacan de todos los lados, en todos los tiempos y de todas las maneras. El carácter humano está siempre siendo probado, muy particularmente en aquellos momentos en que no estamos conscientes de ello.
Frente a las diversas e inevitables pruebas-tentaciones, Santiago tiene tres apreciaciones.

Las doce tribus de la dispersión
(1:1–4)
La referencia está dada por Santiago a los cristianos judíos que se encontraban fuera del área de Palestina y que estaban atravesando serias dificultades por seguir a Jesucristo. Este tipo de comunicación posiblemente les haría recordar la historia de su pasado y las pruebas que tuvieron cuando la nación judía fue dispersada, pero que salieron triunfantes de las pruebas y conflictos.


(1) Sumo gozo, 1:2. La primera es que debemos considerarlas con sumo gozo. Es cierto que la prueba-tentación en sí, como la buena educación, no produce gozo en el momento de sufrirla (1 Ped. 1:6, Heb. 12:11). Más tarde, sin embargo, cuando el pleno fruto de la prueba-tentación ha sido obtenido, el gozo es la marca predominante de la experiencia. Santiago no dice que debemos considerarlas con gozo, ni con algo de gozo, sino con “sumo” gozo, es decir, con gozo pleno, completo, entero (Fil. 2:29). La marca primordial de la experiencia cristiana es el gozo. 

Hay múltiples incidencias del gozo cristiano en el NT, que el lector debiera estudiar con ayuda de una buena concordancia. Gozo no es deleite, ni felicidad, ni placer, ni entusiasmo, ni júbilo, ni risa. Gozo es un profundo sentimiento de la aprobación de nuestro actuar por parte de Dios, una seguridad de saberse en los caminos y en la voluntad de Dios más allá de todo dolor humano que se pueda estar experimentando. Por eso, en medio de diversas pruebas-tentaciones, el cristiano fiel todavía puede tenerlo por sumo gozo.

(2) Paciencia, 1:3. La segunda apreciación de Santiago es que las pruebas-tentaciones producen en nosotros paciencia. En esto Santiago está de acuerdo con Pablo (Rom. 5:3, 4) y con Pedro (1 Ped. 1:6, 7). Evidentemente, esta sucesión de conceptos: 

prueba → paciencia → carácter → esperanza 

era común entre los primeros cristianos. 

La frase la prueba de vuestra fe no se refiere al proceso en el cual la fe es probada, sino al resultado, a la “parte probada”, al “residuo probado” de vuestra fe. Así como el oro se “prueba” en el fuego, y la “parte probada” es el oro purificado que queda, así también la fe, cuando es “probada” por las pruebas-tentaciones, produce un residuo, una parte probada, que es lo que produce paciencia. 

Al igual que Pablo (2 Cor. 4:17) y Pedro (1 Ped. 1:7), Santiago reconoce el elemento genuino de la fe que queda purificado por las pruebas-tentaciones.

La palabra produce está expresada en el griego de tal manera que debiera entenderse como “produce completamente” o “lleva hacia la producción total” de la paciencia. Las pruebas-tentaciones ponen a prueba la fe de muchos. Aquella persona que pueda mantenerse firme en medio de ellas, tendrá en sí misma una parte probada, un “eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17) que producirá en ella un segundo beneficio: el carácter cristiano.

La tercera apreciación de Santiago en cuanto a las pruebas-tentaciones es que conducen a la perfección cristiana. Cuando la paciencia tiene su “obra completa”, el cristiano llega a ser completo y cabal, no quedando atrás en nada. 

La palabra completos, teleios 5046, puede traducirse al menos de tres modos: 

(1) perfecto, como en Mateo 5:48 y 19:21; 
(2) completo, terminado, como en Juan 17:4; y 
(3) maduro, completo en el sentido humano, lleno de virtudes, adulto, como en 1 Corintios 2:6. 

Nuevamente, el sentido que Santiago da a esta palabra es inclusivo y no debe ser reducido a ninguno de sus equivalentes castellanos, que cortan su inclusividad.

Como para dar más énfasis a este estado de completo, Santiago agrega y cabales
La palabra cabales, jolokleros 3648, significa entero, completo en todas sus partes, algo a lo que no le falta nada, algo consumado, que no tiene falta ni defecto, así como se requería de las víctimas sacrificiales en la teología hebrea (Lev. 3:1 y paralelos). 

Algunos comentaristas han sugerido que estas imágenes de completos y cabales surgen de los juegos olímpicos, en los cuales el hombre que se hubiese perfeccionado en el pentatlón y hubiese obtenido la victoria, era llamado “completo” o “perfecto”. Sin embargo, parece correcto pensar que Santiago estaba pensando en la perfección requerida por la ley de Moisés (Deut. 6:1–9), la de los patriarcas (Gén. 6:9; 17:1; Núm. 32:11, 12; 1 Rey. 8:61; Job 1:1; Sal. 119:1 y paralelos), la que nuestro propio Señor reclamó de sus discípulos (Mat. 5:48; 19:21), y que los demás apóstoles también reclamaron (Ef. 4:13; Fil. 3:15; Col. 1:28; 2 Tim. 3:17; Heb. 10:1, 14). 

Todo creyente maduro debe anhelar la perfección cristiana. Debemos desear ser completos en la doctrina, adornados con el múltiple fruto del Espíritu Santo, ser poseedores de toda virtud y de toda la excelencia de la mente de Cristo, y practicar el amor con todos sin distinción de personas. Santiago se referirá más a la perfección cristiana durante el desarrollo de su epístola.


  2. La verdadera sabiduría de la vida, 1:5–8
Habiendo establecido la necesidad de la perfección cristiana, Santiago introduce el tema principal de la epístola, si bien esperará hasta bien entrado su argumento para exponerlo claramente: la sabiduría que procede de lo alto (3:13–18). Aquí, al comienzo de la epístola, sólo quiere aclarar quién es la fuente de esa sabiduría, y qué relación guarda esa sabiduría con la fe y con el carácter cristiano.

La frase Si a alguno de vosotros le falta sabiduría en el griego es una condición que presupone la realidad de la premisa. Santiago no está dudando que a alguien le falte sabiduría, por el contrario, con esta frase aparentemente condicional está afirmando que a todos, indudablemente, nos hace falta sabiduría. 

Una traducción posible sería: “Siendo que a alguno de vosotros le falta sabiduría…”, o “Ya que a alguno de vosotros le falta la sabiduría…”. Inmediatamente dice qué hacer cuando hace falta sabiduría: pídala a Dios. 

Una traducción más acertada sería “pídala de Dios”, o “de parte de Dios”. Hay dos tipos de sabiduría para Santiago, una que no desciende de lo alto, que es terrenal, animal y diabólica (3:15) y otra que sí procede de lo alto, que viene de Dios, que es de lo alto (3:17). 

Para tener la verdadera sabiduría hay que pedirla de Dios, Dios es su fuente y quien la da. Sólo Dios la puede dar porque sólo él la tiene. Él mismo es la sabiduría, ella es parte de su ser.

La verdadera sabiduría de la vida no se alcanza por méritos o esfuerzos humanos. Lo único que se requiere para obtenerla es la humildad de pedirla, y el reconocimiento de la soberanía y majestuosidad de Dios. Lo interesante del caso, dice Santiago, es que Dios le da a todos con liberalidad y sin reprochar. 

La palabra liberalidad, japlos 574, significa “sencillamente, abiertamente, francamente, sinceramente”. Así es como Dios la da. El dador de todo bien, el perfecto dador de toda buena dádiva y todo don perfecto (1:17), da a todos con generosidad, incondicionalmente, con liberalidad, especialmente cuando se le pide sabiduría. 

Así fue el caso de Salomón: Dios se le apareció en un sueño ofreciéndole cualquier cosa que él quisiera. Salomón pidió sabiduría, y tanto le agradó esto a Dios que junto con la sabiduría le dio las otras cosas que él no había pedido: riqueza y gloria (1 Rey. 3:4–15). Todos los libros de sabiduría en el AT enfatizan esta necesidad humana de sabiduría y su proveniencia divina. Las numerosas exhortaciones a procurar esa sabiduría proveniente de Dios se encuentra en el libro de los Proverbios.

La afirmación de Santiago se basa en esa tradición: Dios la da “con liberalidad y sin reprochar”. No hay nada reprochable en pedir sabiduría de parte de Dios. La única bendición que no añade tristeza es la que proviene de Dios (Prov. 10:22). Dios no reprocha a nadie, no echa en cara sus bendiciones, no cobra por lo que da, no busca lo suyo. Dios da generosamente, por amor.

Si alguno pide de Dios esta sabiduría, dice Santiago, le será dada. La afirmación es tajante y positiva. No tiene visos de duda. No hay un “quizá” o un “tal vez”. El futuro pasivo en que la frase está enmarcada indica nuevamente que la proveniencia es de Dios, y que seguramente llegará. Santiago afirma con certeza, en el mismo tono y con la misma fuerza que aprendió de nuestro Señor: “Pedid, y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad, y se os abrirá” (Mat. 7:7); una de las tantas reminiscencias que esta epístola guarda con las palabras del Sermón del monte.

Dios da su sabiduría a todos, es decir, a todo aquel que se la pida y la requiera. Dios no la da a quien no la pide, a quien vive engreídamente en sus propios caminos sin tomar en cuenta a Dios. Dios la da al que la pide con fe, no dudando nada. La fe, como decía el autor de Hebreos (11:6), es la actitud fundamental sin la cual no se puede agradar a Dios. 

La fe en este caso representa la seguridad del que pide que Dios le conceda el tan ansiado bien de la sabiduría. La expresión no dudando nada, diacrino 1252, no tiene tanto que ver con la anulación de un aspecto natural del juicio humano como es la duda, sino que tiene que ver más con los aspectos naturales del análisis discriminado que intenta decidir algo por sí mismo, pero sin tomar en cuenta a Dios. Santiago exhorta a sus lectores a pedir sabiduría de Dios sin la maquinación de hacer calculos estratégicos. No dudando nada no goza del doble negativo del castellano en el griego, si bien la expresión griega meden 3367, es un compuesto de “no” y “algo”, resultando en “nada”, de ahí la traducción de RVA.

La duda, sin embargo, como la fe, no puede ser vista en grados. Si alguien duda “algo”, ya está dudando lo suficiente. Por eso también los dichos de Jesús sobre la fe y el grano de mostaza (Mat. 17:20; Luc. 17:6) acentúan la independencia del tamaño sobre la efectividad de la fe. Santiago no reclama la anulación de la duda radical, sino de la duda en sí. Toda fe verdadera se sustenta sobre la duda, y todo aquel que camina sobre el mar, como Pedro, lo hace sobre las olas de la duda y la desesperación (Mat. 14:23–32). Como humanos dudamos, pero mientras nos sustentemos mirando a Jesús podemos caminar sobre el mar de la duda en el sustento que la fe nos otorga. La fe es el ancla de la duda.

El ejemplo de Santiago de la ola del mar, es un ejemplo de inestabilidad. Quien haya estado en el mar sabe lo que es: las olas son inestables. No hay quietud, siempre movimiento, un vaivén interminable que no para. Las olas son “movidas por el viento y echadas de un lado a otro”, dice Santiago. También en Efesios 4:14 el apóstol Pablo utiliza los mismos conceptos. Para los discípulos, criados y acostumbrados a los fuertes vientos en el mar de Galilea, algunos de ellos pescadores y hombres de mar, estas imágenes eran muy reales. El carácter cristiano debe afirmarse en la fe para que la duda no lo haga trastabillar.

Tal hombre, uso enfático del pronombre “tal”, indica un hombre que se deja dominar por la incertidumbre de no saber si Dios nos dará lo mejor, o qué; un hombre dividido en su mente, que no sabe qué pensar ni en qué afirmarse, un hombre que no está persuadido de la eficacia de la fe. Esa persona tiene una mente doble, como indicará inmediatamente Santiago en 1:8. No piense tal persona, negación también enfática, significando “de ninguna manera”, “bajo ninguna circunstancia”, que recibirá “cosa alguna” del Señor. No es sólo la sabiduría que se le niega a quien no puede afirmarse en la fe, sino también todas las cosas.

Del mismo modo que Salomón sólo pidió sabiduría, y recibió con ella todas las demás cosas, así también todas las cosas le son negadas a quien no tiene fe para pedir sabiduría de parte de Dios. Con la sabiduría vienen todas las cosas, sin la sabiduría las demás cosas también se retiran. Una nueva reminiscencia de Santiago al Sermón del monte de nuestro Señor, cuando dijo: “Más bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:33).

La persona que no puede afirmarse sobre la fe y la sabiduría que de ella se desprende es un hombre de doble ánimo. La palabra que Santiago usa para “hombre” en 1:8 es aner 435, que es el equivalente a “varón” en castellano, es decir, persona del sexo masculino. Por su parte, el término usado en 1:7 es anthropos 444, que significa “hombre” en sentido general, inclusivo, sin indicación ni referencia a sexo. Como se puede ver también en 1:12, 23; 2:2; 3:2; Santiago utiliza estos términos indistintamente, no así en el resto del NT en el que aner tiene un claro sentido de oposición genérica con gune 1135, término griego que significa “mujer”.

La expresión que se traduce como doble ánimo, dipsujos 1374, es una expresión peculiar y característica de Santiago, quizá acuñada por él. Aparece sólo aquí y en 4:8 en todo el NT. Compuesto de dis 1364, doble, doblado, y psuje 5590, alma, mente, corazón, por lo que podría traducirse: “mente doble”, “alma dividida”, “corazón doblado”. ¿A quién se refiere Santiago? Evidentemente a los hipócritas de su tiempo. Jesús había atacado fuertemente a la hipocresía, especialmente en el Sermón del monte (Mat. 6:2, 5, 16; 7:5, Luc. 6:42; 12:1; 13:15). 

La palabra “hipócrita” es una palabra importada por Jesús desde la prevalente cultura griega de su tiempo. Se refería al actor que, cubriéndose la cara con una máscara, representaba en el teatro griego más de un personaje a la vez. Santiago, siendo un purista de la lengua hebrea y escribiendo fundamentalmente para judíos, quiere evitar la palabra, por eso acuña la palabra dipsujos.

Para Santiago el hipócrita es una persona “de doble ánimo”, alguien que tiene dos almas; la una extendida hacia lo malo y la otra extendida hacia lo bueno, algo imposible de coexistir en una sola persona (Stg. 3:11). Así es el hombre de doble ánimo, alguien que tiene dos caras, que quiere asegurarse lo mejor de los dos mundos, que no quiere abandonar las cosas terrenales, pero tampoco puede asegurarse las celestiales.

Esa persona de ánimo dividido, de dos caras, es inestable en todos sus caminos. La palabra que se traduce inestable, acatastatos 142, o inconstante, aparece otras dos veces en Santiago (3:8, 16), una vez en los Evangelios (Luc. 21:9), donde se traduce “insurrecciones” o “revoluciones”; y dos veces en Pablo (1 Cor. 14:33; 2 Cor. 6:5,;12:20) donde se la traduce desorden, tumultos. Sólo una vez aparece en el AT, en Isaías 54:11, donde se la traduce fatigada. Así está el alma dividida: inestable, inconstante, en desorden constante, en tumulto continuo, fatigada, dividida contra sí misma. Como dijo Jesús: “Todo reino dividido contra sí mismo está arruinado” (Mat. 12:25; Luc. 11:17).


  3. El destino del ser humano, 1:9–11
Del mismo modo que la hipocresía lleva a la división de la persona, así también las riquezas. Las posesiones son engañosas porque nos hacen creer que por poseerlas somos más importantes, o que por carecerlas somos más humildes. Ni lo uno ni lo otro. Ni la pobreza puede equipararse con la humildad, ni la riqueza con la importancia. No somos más por lo que tengamos, ni menos por lo que carezcamos. Somos lo que somos solamente por la gracia de Dios (1 Cor. 15:10).

Esta es la primera vez en la carta de Santiago que puede percibirse la horrenda división de clases que existía en el primer siglo. La clase media, así como muchos la conocemos hoy, de gente que no es rica, pero tampoco pobre, no existía en el primer siglo. Es cierto que existía una clase trabajadora, artesanal, sin embargo, las clases estaban muy divididas: o se era muy rico, o se era muy pobre, no existía nada en el medio. 

Desgraciadamente, esta división podía verse también en el interior de la iglesia cristiana. Pablo hace referencia a ella en relación a la supuesta celebración de la cena del Señor que hacían los corintios (1 Cor. 11:20–22), en la cual unos se hartaban y se emborrachaban, mientras otros los miraban comer sin poder acercarse a los alimentos. Santiago reprocha esa división, como puede verse más adelante en 2:1–13 y 5:1–6.

Santiago, al igual que Pablo (Rom. 12:3), enseña que cada persona debe pensar de sí mismo con cordura. El humilde debe gloriarse porque será exaltado por Dios, y el rico debe gloriarse en que Cristo le ha enseñado la verdadera humildad. Cada uno, en su justa medida y en su estado correcto, deben depender de Dios, quien es el que humilla y exalta porque, como enseñó nuestro Señor “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mat. 23:12; Luc. 14:11; 18:14).

La palabra que Santiago usa para describir a este hermano de humilde condición es tapeinos 5011, palabra que indica una persona pobre, de condición baja, destituida, falta de medios económicos, humilde, sencilla, modesta, gente sin importancia (Prov. 30:14; Luc. 1:52). 

Según Levítico 27:8, tapeinos era una persona tan falta de valor que, llegada la circunstancia, el propio sacerdote tendría que fijarle algún precio. Según la ley, valía menos que un recién nacido. También la palabra podía significar una persona de actitud humilde, deprimida, pobre de espíritu (2 Cor. 7:6) y alguien de carácter amable y gentil (Mat. 11:29; 2 Cor. 10:1). Seguramente, con su espíritu inclusivo, Santiago se refería a ambos sentidos de pobreza.

Por otro lado, está también el rico. La palabra rico, plusios 4145, indica tanto una persona rica en el sentido material (Mat. 27:57; Luc. 6:24), como figurativamente una persona rica llena de virtudes y posesiones eternas (Luc. 12:21; 1 Cor. 4:8; 2 Cor. 8:9; 1 Tim. 6:18). Al hablar del rico, sin embargo, Santiago se refiere sólo a la riqueza material, porque los que son verdaderamente ricos en fe y herederos del reino de Dios, los ricos en espíritu, según Santiago, son los pobres (Stg. 2:5).

Lo que se destaca en el texto de Santiago es la igualdad de pobres y ricos. Todos dependemos del Señor. La vida es de Dios. Él da la vida y él la quita (Job 1:21). El destino de la vida nos iguala. El pobre será exaltado, y el rico será humillado. Por eso el hermano de humilde condición debe gloriarse en su exaltación mientras que el rico debe gloriarse en su humillación. Dios es el que exalta a los humildes y humilla a quienes se exaltan a sí mismos (Sal. 147:6; Prov. 3:34; Luc. 1:52; 2 Cor. 7:6; Stg. 4:6; 1 Ped. 5:5). El pobre debe gloriarse en su exaltación porque Dios le levantará. El rico debe gloriarse en su humillación porque Dios le humillará. El rico “pasará como la flor de la hierba”. Esto es cierto de todos, ricos y pobres. Todos pasaremos como la flor de la hierba.

Bosquejo homilético
La victoria en medio de las pruebas
Santiago 1:1–12
Introducción: 
Una característica de los auténticos cristianos, es el de ser victoriosos en medio de las pruebas y dificultades. Ellos ven las bendiciones de Dios a pesar de las pruebas, porque se encuentran revestidos del poder del Espíritu Santo y tienen plena confianza en su Señor.
  I.      La victoria se da en el siervo de Dios, 1:1–3.
    1.      La prueba al siervo produce gozo (v. 2).
    2.      La prueba al siervo refuerza la fe (v. 3).
    3.      La prueba al siervo genera paciencia (v. 3).

  II.      La victoria se da a los cabales, 1:4–6.
    1.      Debido a la calidad de vida (v. 4).
    2.      Debido a la sabiduría perdida (v. 5).
    3.      Debido a la seguridad de la respuesta (v. 6).

  III.      La victoria se da con la corona de vida, 1:7–11.
    1.      Por la firmeza de su ánimo (v. 8).
    2.      Porque tendrá su exaltación (v. 9).
    3.      Porque su existencialismo descansa en Dios (v. 11).

        Conclusión: La victoria está dada por el Señor, para quien haya soportado las dificultades y aceptado el reto en medio de las pruebas y llegado a ser auténtico en él (v. 12).


El apóstol Pablo afirmó: “Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” (Gál. 6:14). En la misma época y desde otra perspectiva, Santiago afirma lo mismo. En la cruz de Cristo nos igualamos ricos y pobres. La cruz es exaltación para el pobre y humillación para el rico, el instrumento de tortura se ha convertido en trono desde el cual reina el Rey de reyes y Señor de señores.

Santiago, al igual que Pedro (1 Ped. 1:24), cita a Isaías 40:6 y Salmo 90:5, 6, que hablan de la transitoriedad de la vida. También nuestro Señor se refirió a ella en el Sermón del monte cuando dijo: “Si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada en el horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?” (Mat. 6:30; Luc. 12:28).

El rico, dice Santiago, pasará, pareleusetai 3928, el original está en una forma tal que indica que desaparecerá, se desvanecerá, perecerá completamente. La hierba del rico “se seca”, su flor se cae, sus negocios “se marchitarán”. Todas estas acciones están dadas en la voz pasiva. Estas acciones sucederán aunque el ser humano no las quiera. Sucederán porque es Dios el que realiza este acto. Es Dios quien trae justicia sobre la tierra. De su parte vienen el bien y el mal. Dios hace prosperar y Dios hace marchitar. Tanto el rico como el pobre deben siempre recordarlo.

La justicia de Dios es equitativa y pareja. La figura de Santiago es muy clara: el mismo sol que produce la hierba es el que la seca. La figura intenta mostrar la inevitabilidad y la transitoriedad de la vida. Santiago recuerda a sus lectores la fragilidad de todos sus negocios. Negocios, poreia 4197, no significa aquí sólo aquellas actividades que puedan reportar alguna ganancia económica. La palabra también puede traducirse “viajes”, “actividades”, “emprendimientos”. Todo lo humano pasará. Como dice Isaías 15:6 (RVR-1960).

El amor y la justicia de Dios van de la mano y se necesitan. Dios es todo amor, pero es también todo justicia. Su amor se asienta en su justicia y su justicia se asienta en su amor. Uno trae beneficios y otro trae castigo, pero los dos vienen del mismo Dios y de su misma actitud hacia el ser humano, sea rico o pobre. La vanidad y la prepotencia humana pasarán. No serán los fuertes ni los ricos los que heredarán la tierra. Sólo aquellos que, siendo mansos y humildes de corazón, y se aferran a las promesas divinas, verán la salvación de Dios (Mat. 5:5).

  4. La bienaventuranza de la integridad, 1:12–15
Siendo que el amor y la justicia de Dios van de la mano, la virtud más grande del cristiano es la integridad. Nuevamente recuerda Santiago las enseñanzas de nuestro Señor en el Sermón del monte. 

Todo el Sermón del monte es un llamado a la integridad. Del mismo modo, Santiago insistirá en la integridad de la personalidad cristiana como una señal clara de la presencia de Dios en la persona, y como reconocimiento del carácter santo y eterno de Dios contrastado con la fragilidad y la transitoriedad humanas. La única manera de ambicionar la integridad cristiana es teniendo a raya al doble ánimo, denominación que Santiago usa para denotar la hipocresía tan denunciada por Jesús en sus enseñanzas.

El cristiano está llamado a resistir en las pruebas-tentaciones. Resistir en ellas no significa evitarlas, porque éstas no pueden ser evitadas. Santiago ya ha dicho que las pruebas-tentaciones nos atacan, se nos presentan en forma inevitable. El verbo que Santiago utiliza para describir la actitud del cristiano frente a las pruebas-tentaciones es jupomeno 5278. Este término, compuesto de jupo 5259, que significa “estar a merced de”, o “debajo”, y meno 3306, que significa “permanecer”, “continuar existiendo”, y en relación con personas, “seguir siendo uno mismo”, “esperar”, “tener paciencia”. 

El término jupomeno 5278, se traduce generalmente de tres maneras íntimamente relacionadas: 
(1) quedarse (Luc. 2:43; Hech. 17:14), 
(2) pacientes, soportar, sufrir a merced de alguien, perseverar ( Rom. 12:12; 1 Cor. 13:7; 2 Tim. 2:10, 12; Heb 12:7; 1 Ped. 2:20), y 
(3) perseverar (Mat. 10:22; Stg. 5:11). 

El llamado de Santiago a resistir en las pruebas-tentaciones se enmarca entre el segundo y tercer sentido. Santiago llama a sus lectores a mantenerse firme, a perseverar mientras uno sufre a merced de una experiencia que uno mismo no puede controlar. La traducción de RVA perseverar bajo la prueba es muy acertada.

Quien resista en las pruebas-tentaciones, dice Santiago, perfeccionará su carácter, y por eso será dichoso, bienaventurado. La felicidad bienaventurada no es sufrir las pruebas-tentaciones. El cristiano no es un masoquista que se deleita en el sufrimiento. El cristiano, sin embargo, puede sentirse bienaventurado al tener que sufrir múltiples pruebas-tentaciones, porque sabe que ellas educan su carácter y lo preparan para una vida con propósito, y para la vida eterna.

Quien resista en las pruebas-tentaciones, además, recibirá la corona de vida. Esa corona de vida se recibirá “cuando haya sido probado”. Santiago está repitiendo aquí la progresión:

 prueba → paciencia → carácter → esperanza 

que anteriormente había citado en 1:3. Probado, nuevamente, no se refiere al proceso en el cual la fe es probada, sino al resultado, a la “parte probada”, al “residuo probado” de la fe. La fe que es “probada” por las pruebas-tentaciones produce un residuo, una parte probada, que es lo que produce paciencia, la cual produce carácter, y ese carácter probado (Rom. 5:4; 1 Tim. 6:19) es la base de la esperanza bienaventurada de la salvación eterna.

Tesoro bíblico
Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba; porque, cuando haya sido probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1:12).

La frase corona de vida está construida en el original de tal manera que expresa que la vida misma es la esencia de la corona. La corona que el cristiano espera recibir de Dios no es una corona “de oro” que simboliza la vida, es una corona de vida. En esto Santiago concuerda con los apóstoles Pedro (1 Ped. 5:4) y Juan (Apoc. 2:10). 

La corona que nuestro Señor recibió de parte nuestra fue una corona de espinas (Mat. 27:29; Mar. 15:17; Juan 19:2), pero de parte de Dios recibió su verdadera corona (Hech. 2:36; Fil. 2:9–11). Así también los cristianos, muchas veces sólo recibimos pruebas y tentaciones, pero si somos fieles al Señor, recibiremos la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman (1 Cor. 9:25; 2 Tim. 4:8).

Lo que sostiene al cristiano a través de las pruebas-tentaciones es el amor de Dios y el amor a Dios. Dios ha prometido su corona “a los que le aman”. El amor a Dios es el primer mandamiento, dijo Jesús, y el amor al prójimo es el segundo (Mat. 22:36–39; Mar. 12:28–31; Juan 15:12). 

Nosotros amamos a Dios, sin embargo, porque Dios nos amó primero (1 Jn. 4:19). La base de nuestro amor es un amor correspondido. Es también un amor que se sostiene en el amor al prójimo (1 Jn. 4:20, 21). Si queremos sostenernos en nuestra propia fuerza no podremos hacerlo. Las pruebas-tentaciones son más fuertes que nuestra propia voluntad, pero no son más fuertes que el amor de Dios. Dios, que nos ama a pesar de todo, que nos ama más allá de nuestros errores y fracasos, nos da la fuerza necesaria para poder atravesar con éxito las más duras pruebas-tentaciones. “El amor de Cristo nos impulsa” dijo Pablo (2 Cor. 5:14). Santiago nos recuerda que es la única fuerza que nos podrá sostener en medio de las tormentas de la vida.

Quizá el problema humano más grande frente a las pruebas-tentaciones sea su fuente. ¿De dónde vienen? ¿Quién es el autor de ellas? Hasta el día de hoy los humanos nos justificamos frente al pecado en relación al supuesto origen de las pruebas-tentaciones: Dios. Se dice: Si Dios nos creó así, ¿qué podemos hacer? Creemos que hay algo en nuestros genes que nos empuja hacia el pecado de modo que no podemos evitarlo. Santiago se apresura a negarlo. Las pruebas-tentaciones no vienen de Dios. Para hacerlo apela al propio carácter de Dios. Dios es “intentable” dice Santiago, apeirastos 551, su carácter es tal que está más allá del bien y del mal, él es completamente diferente de nuestra naturaleza “tentable”.

Porque Dios no puede ser probado-tentado por el mal, por lo tanto él mismo tampoco prueba-tienta a nadie. El AT está lleno de advertencias sobre tratar de tentar a Dios. Éxodo 17:2–7 quizá sea el pasaje más ejemplar, recordado por los salmistas (Sal. 81:7; 95:8; 106:32). Dios no puede ser probado-tentado por los humanos, ni tampoco por el mal. La palabra que se traduce de modo neutro como mal, cacon 2556, podría también ser masculino, en cuyo caso habría que traducirla “maligno”. 

La distinción es importante porque se despersonaliza el mal, de modo que pierde algo de su fuerza maligna. Siendo que todo en el versículo 13 apunta a agentes humanos, creo que sería mejor traducirla “maligno”, de modo que se leería: “Dios no es tentado por el maligno”. Ahora, si debiéramos entender ese “maligno” como un agente humano, o personificado en Satanás, es algo que cada intérprete debe decidir por sí mismo. De cualquier modo, Santiago afirma una total independencia de Dios como la fuente de las pruebas-tentaciones, y como objeto de cualquier maligna intención sea humana o satánica.

Las pruebas-tentaciones no provienen de Dios. Nadie puede decir “Soy tentado por Dios”. Las pruebas-tentaciones son posibles porque es el medio ambiente en el que se desarrolla la vida humana. De la cuna hasta la tumba, todo en la vida puede ser equiparado a una prueba o a una tentación. Al enfrentarla, los humanos no podemos distinguir entre prueba y tentación. Sólo creemos saberlo cuando hemos pasado por la prueba o tentación. Si salimos airosos, decimos que fue una “prueba” y que fue enviada por Dios para purificar nuestra vida. 

Si voluntariamente caemos en ella, decimos que fue una “tentación” y que fue enviada por el maligno para destruir nuestra vida. Desde el punto de vista humano es imposible distinguir entre una y otra. Por eso no debemos culpar a Dios, como tampoco al diablo, por nuestras pruebas o tentaciones. La responsabilidad de la vida es nuestra, nos la fue dada por Dios, quien nos hizo personas únicas y responsables. No somos títeres de Dios sino individuos responsables. La responsabilidad de las pruebas-tentaciones es nuestra, no debemos culpar a nadie por ellas.

En los versículos 14 y 15 Santiago realiza una nueva progresión. Así como la progresión 

prueba → paciencia → carácter → esperanz

tenía como fin la corona de vida, esta nueva progresión tendrá como fin la muerte (Rom. 6:23). Se trata de la progresión 

pasión → concepción → pecado → muerte. 

La propia pasión, cuando nos arrastra y nos seduce, concibe. Cuando esta concepción se realiza, el pecado es dado a luz. El pecado tiene como consecuencia la muerte.

La verdadera fuente de las pruebas-tentaciones no está en Dios, está en nosotros mismos, es nuestra “pasión”. La palabra, epizumia 1939, significa textualmente “calentura superficial”, o “deseo ardiente frívolo”. 

En el NT se lo traduce de tres maneras: 
(1) en un sentido neutral, como un impulso o deseo (Mar. 4:19), 
(2) en un buen sentido, una aspiración, un anhelo verdadero (Fil. 1:23; 1 Tes. 2:17), y 
(3) en un sentido malo, un deseo incontrolado por algo prohibido, concupiscencia, deseo sexual, propensión a lo malo, bajo instinto (Rom. 7:7; 1 Tim. 6:9). 

Siguiendo la pauta hermenéutica trazada desde el comienzo, no podemos decir que Santiago no estaba incluyendo estas acepciones del término en este texto, si bien la mayoría de los intérpretes parece inclinarse hacia la tercera acepción.

El origen de las pruebas-tentaciones, dice Santiago, está en cada uno de nosotros. Cada uno, de su propia pasión, se prueba-tienta a sí mismo. Esa pasión, ese deseo, no es incontrolable, pero muchas veces es incontrolado. 

Dos imágenes superpuestas usa Santiago para describir esta progresión mortal. La imagen de la concepción y el parto, y la imagen de la pesca. Ambas están entrelazadas. Así como un pez es seducido por la carnada o el señuelo hasta que muerde el señuelo y el anzuelo se clava en su boca, así el deseo incontrolado, nos seduce y nos clava el anzuelo. 

Es notable que la palabra que se traduce “seducido”, deleazomenos 1185, tenga en sí la palabra delear, no usada en el NT, que significa “carnada”. La propia pasión nos seduce, se nos presenta de carnada, nos atrapa y nos arrastra. También el apóstol Pedro utiliza la misma figura en 2 Pedro 2:14–18.

Nadie diga soy tentado por Dios
(1:12–15)
Santiago rechaza el concepto griego de que Dios es quien tienta a las personas. Los griegos creían que sus dioses eran los causantes de las desgracias y tentaciones de los seres humanos. Un ejemplo es el caso de Zeus y Pandora cuando éste le dio a ella una caja llena de desgracias para la humanidad y cuando ésta fue abierta, vinieron múltiples calamidades a la tierra.

Eso no es pecado todavía
El deseo, aunque sea una “baja pasión”, no es pecado. Para que el deseo se convierta en pecado tiene que “concebir”. Aquí es donde Santiago mezcla la metáfora pesquera con la metáfora de la concepción de una mujer. Para que una mujer dé a luz, primero tiene que concebir. Así es el pecado, para dar a luz, primero tiene que “concebir”. Para poder concebir, necesita del auxilio de la voluntad. No hay pecado si no hay voluntad. Todo pecado humano es voluntario, sullambano 4815 significa tomar prisioneros, arrestar (Mat. 26:55; Hech. 26:21), cazar o pescar (Luc. 5:9), concebir o quedar embarazada una mujer (Luc. 1:24) y, metafóricamente, la unión del deseo sexual con la voluntad o la intención que resultará en un acto pecaminoso. 

Nuevamente, todos estos sentidos están entremezclados en la frase de Santiago. El deseo incontrolado, cuando se une con la voluntad o la intención de cometer aquel deseo incontrolado, “concibe”. Esa concepción, una vez hecha, dará a luz el pecado. Así como una mujer que ha quedado embarazada dará a luz a no ser que algún acto de fuerza mayor se lo impida, así también el pecado. Una vez que el deseo incontrolado se ha unido con la voluntad de cometer el acto concebido, el pecado es el único resultado predecible.

El pecado, “una vez llevado a cabo”, engendra muerte. Esta frase puede ser traducida de mejor manera y expresar lo que el original dice al expresarse “siendo plenamente formado”, porque sigue la figura de la concepción y el dar a luz. El verbo ticto 5088, significa fruto de la tierra, o el dar a luz la mujer. 

El pecado es la unión de la voluntad con el deseo incontrolado. 

La misma metáfora se usa en Salmo 7:14. Hay algo de inevitable una vez que el deseo incontrolado “concibe” en unión con la voluntad humana. Se forma el pecado, que cuando queda “plenamente formado” da nacimiento, produce la muerte.


  5. La naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, 1:16–18
Para concluir su primera advertencia, Santiago compara la naturaleza de Dios y la naturaleza humana. Dios no puede ser el autor de las pruebas-tentaciones porque Dios sólo da lo mejor. Dios creó las condiciones en las cuales se dan las pruebas-tentaciones, pero viviendo bajo esas mismas condiciones Jesucristo triunfó sobre el pecado y la muerte.

El ser humano no puede achacar a Dios su condición pecaminosa, sólo a sí mismo. Dios no nos induce al pecado, sino nuestra propia pasión incontrolada en conjunción con nuestra voluntad. Dios no puede ser probado-tentado y él tampoco prueba-tienta a nadie.

Santiago, como pastor de su grey, exhorta a sus amados hermanos a no dejarse engañar. La advertencia a no dejarse engañar no es dirigida sólo al varón, también a la mujer. El verbo no os engañéis sería mejor traducirlo “no seáis engañados” porque planao 4105, ser engañado, embaucado, engatusado, lo expresa así. También Pablo utiliza esta fórmula en sus cartas (1 Cor. 6:9; 15:33; Gál. 6:7).

El diablo es mentiroso y engañador, presentándose ante el ser humano como ángel de luz pero cegando sus ojos al peligro del pecado (2 Cor. 4:4; Ef. 4:14; 1 Ped. 5:8, 9). Suyo es el camino del hurtar, matar y destruir (Juan 10:10; Rom 7:7–14). Por eso no hay que dejarse engañar. 

El camino de Dios no es el camino del engaño sino el de la verdad. Dios es dador de todo lo bueno, no de lo malo. Toda buena dádiva y todo don perfecto provienen de él. Es curioso que esta frase, tan rítmica en el español, también lo sea en el griego. 

Algunos comentaristas piensan que puede haber aquí alguna cita a algún poema o a la letra de algún himno que los primeros cristianos conocerían de su tiempo de adoración en la sinagoga. No podemos saberlo a ciencia cierta. Lo interesante es que tanto Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto como “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (1 Cor. 15:33) son hexámeros, es decir frases de seis sílabas, y ambas siguen a la frase No os engañéis. Pablo y Santiago evidentemente responden a un modo común del dicho sapiencial de la época.

Resultado de las pruebas
(1:12–18)
Para el creyente en Jesucristo, las pruebas producen:
  1.      Dirección a la persona para evaluar su capacidad de resistencia.
  2.      Reafirmación de la fe en el Señor, cuando sale de ellas.
  3.      Perfeccionamiento de la paciencia para madurar.

Lo que Dios nos da son “dádivas”, “dones”, es decir regalos. Dios no nos paga conforme a nuestros bajos deseos. Los dones de Dios, especialmente la vida eterna, son siempre inmerecidos. La muerte, sin embargo, es completamente merecida. La muerte y el castigo eterno no parten de un capricho siniestro de Dios. Son el resultado directo de nuestros propios bajos deseos concebidos por nuestra voluntad. También el apóstol Pablo aseguraba que “la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:23).

La frase “de lo alto” o “de arriba”, en sintonía con otros textos neotestamentarios (Juan 3:3, ver nota RVA, 31; 19:11), significa “de Dios”. Dios es de lo alto, el hombre es de abajo (Ecl. 5:2; Mat. 5:34). Toda buena dádiva y todo don perfecto provienen de Dios, no sólo algunos. Dios es generador y dador de todo bien. Santiago continúa explicando su idea de que Dios no tienta a nadie. 

No parece probable que Santiago esté discutiendo la famosa frase de Job: “Recibimos el bien de parte de Dios, ¿y no recibiremos también el mal?” (Job 2:10), aunque no deja de venir a la mente cuando afirmamos tan tajantemente con Santiago que Dios es dador sólo de “buenas dádivas” y “dones perfectos”. 

Para clarificarlo, quizá sea necesario meditar en la naturaleza del bien y del mal. Muchas cosas que pensamos son nuestros bienes, terminan siendo nuestros males más grandes y, viceversa, muchas cosas que pensamos son nuestros males, terminan siendo nuestros grandes bienes. Nuevamente, como con la prueba y la tentación, se nos hace difícil a los seres humanos entender la naturaleza absoluta del bien y del mal. Pero para Dios es distinto. Dios ve las cosas desde otra óptica, su visión es total y absoluta. 

También Pablo afirmó que “Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman” (Rom. 8:28). Nosotros no podemos entender cómo una enfermedad pueda resultar en nuestro bien, pero Dios hace que todo resulte para nuestro bien, si es que le amamos. En todo, Santiago quiere que sus oyentes dependan de Dios.

Sorpresivamente, Dios es llamado por Santiago el Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación. Esta expresión, de esencia netamente griega, ha llevado a muchos comentaristas a dudar de la paternidad literaria de Santiago, el medio hermano del Señor. 

Ya se explicó en la Introducción la razón de las expresiones griegas en esta epístola. Juan dice que “Dios es luz” (1 Jn. 1:5), y Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). En este contexto, sin embargo, “luces” debe entenderse así como en Jeremías 4:23 y Salmo 148:3, las “luminarias”, es decir, las estrellas. Similarmente, Job llamó a Dios “padre de la lluvia” (Job 38:28), y Pablo “padre de consolación” (2 Cor. 1:3) y “padre de gloria” (Ef. 1:17). Santiago está diciendo no sólo que Dios es luz, sino más, que Dios es el padre de la luz y el padre de las luces. Todo lo bueno, simbolizado por la luz, proviene de Dios.

Como Dios es quien está en “lo alto” y de él “desciende” toda buena dádiva y todo don perfecto, en Dios no hay cambio ni sombra de variación, afirma Santiago. El interés de Santiago por afirmar la inmutabilidad de Dios no es tanto el interés griego de buscar un punto fijo en el cual y desde el cual afirmar todo el universo. Su interés no es filosófico, es pastoral. 

En Dios no hay cambio, Dios siempre busca el bien de aquellos que le aman. Dios no es un loco caprichoso a merced del cual los seres humanos nos sacudimos como hojas secas levantadas por el viento. Dios es constante, permanente, estable, duradero. Se puede confiar en él.

Para probarlo, Santiago apela a dos metáforas estelares: en Dios no hay “cambio” ni “sombra de variación”. Las dos metáforas están relacionadas con términos técnicos de la astronomía, por lo cual se hace difícil su interpretación. “Cambio” traduce la palabra griega paralage 3883, que indica una variación en la visión debida a factores atmosféricos o astronómicos. La palabra es también traducida técnicamente como “paralaje”. 

El diccionario de la Real Academia de la lengua Española define esta palabra así: Diferencia entre las posiciones aparentes que en la bóveda celeste tiene un astro, según el punto desde donde se supone observado. Es muy difícil pensar que Santiago tenía esta definición en mente cuando utilizó la palabra, sin embargo, su expresión no está totalmente desligada de este entendimiento. 

El paralaje de un astro es visible para quien estudie las estrellas, y también para quien, viendo una puesta de sol, compruebe que el tamaño del astro rey se ha aumentado. El sol siempre tiene el mismo tamaño, somos nosotros, los observadores, quienes lo vemos aumentado por causa del paralaje. En Dios no hay paralaje, dice Santiago. Dios ve las cosas como son, nosotros las vemos aumentadas o disminuidas, cambiadas, transformadas, alteradas por nuestras propias visiones humanas que son siempre pequeñas, parciales, fragmentarias.

No sólo que en Dios no hay cambio, ni siquiera hay en Dios sombra de variación. Una nueva metáfora astronómica que se refiere a las sombras que los astros proyectan sobre otros. Lo que nosotros llamamos “eclipse” no es en realidad un oscurecimiento del astro en sí, sino la sombra que otro astro proyecta sobre el que se ve. En Dios no hay eclipses, dice Santiago. 

Dios es un sol que siempre brilla al máximo de su potencia y de su luz. Nuestras visiones de Dios pueden ser parciales o fragmentarias, pero Dios está más allá de todas ellas, Dios es bueno y perfecto, dador de toda buena dádiva y todo don perfecto. Dios, como un “sol de justicia” (Mal. 4:2), puede ser abrasador para el malo, pero “en sus alas traerá sanidad” para quienes confían en él. La voluntad del Dios eterno e inmutable es traer buenas dádivas, dones perfectos y por sobre todo, la salvación.

La dádiva más grande de Dios para nosotros, afirma Santiago, no se traduce en cosas. Lo más importante que Dios nos da es ser hechos criaturas de él. Dios es el autor de nuestra vida material, pero más importante el autor de nuestra vida espiritual. Dios “nos hizo nacer” desde el vientre de nuestra madre (Sal. 22:9, 10; 71:6; 139:13), pero más que nada nos hizo nacer como “primicias de sus criaturas”. 

Como dijo Jesús a Nicodemo, todo ser humano tiene que “nacer de nuevo” (Juan 3:3), nacer “no de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12, 13). La dádiva más grande, el don más perfecto de Dios para toda criatura, no es sólo la vida en la cual a tientas nos afirmamos, es la vida eterna que proviene de Dios.

Santiago afirma este nuevo nacimiento como un nacimiento que se ha realizado por medio de la palabra de verdad, logo 3056 alezeias 225. La expresión no sólo denota la verdad del mensaje del evangelio (2 Cor. 6:7; Ef. 1:13; Col. 1:5; 2 Tim. 2:15), sino esa misma palabra logos que, según Juan, “se hizo carne” entre nosotros (Juan 1:1, 2, 14), por la que Dios nos hizo nacer a una nueva vida abundante, y a la vida eterna. 

Dos cosas son claras en este pasaje: Que el nuevo nacimiento se produce como una manifestación de la voluntad de Dios, y que se realiza a través de la palabra de verdad, o la verdadera palabra. Cuando el padre de las luces dijo: “Sea la luz” (Gén 1:3) fue el comienzo cósmico del mundo así como lo conocemos. Cuando el padre de las luces se manifestó a la humanidad perdida por medio de su verdadera Palabra, su logos hecho carne, nos hizo nacer “como primicias de sus criaturas” (Rom. 8:23; 1 Cor. 15:20–24). 

El paralelismo de una nueva creación que comienza a partir de la manifestación del único Hijo del único Padre es evidente. Así como la palabra de Dios fue la génesis de todo lo creado, así el logos inmanente y hecho carne entre nosotros es el nuevo nacimiento de todo aquel que cree y confía en él y le recibe como Señor y Salvador.

La primera advertencia de Santiago está completa: Cuidado con el doble ánimo; cuidado con el fariseísmo de quien se deja vencer por las pruebas-tentaciones; cuidado con no comprender que la integridad no sólo es la cosa más importante del cristianismo sino la única: cuidado con no afirmarse en Dios, quien es la única razón y sustento de toda nuestra existencia, la material y la espiritual. La segunda advertencia, como veremos, está íntimamente relacionada.

Tesoro bíblico
Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de variación (1:17).

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El siervo de Dios y del Señor Jesucristo, los saluda...

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Preparemos nuestro sermón
Santiago 1:

1 Santiago,  siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus de la dispersión:  Saludos. 



  SALUTACIÓN, 1:1
En cuanto a si este versículo, junto con Santiago 2:1, son adiciones poscristianas hechas a un escrito precristiano

Entonces dije: Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque el conocimiento del pobre sea menospreciado y sus palabras no sean escuchadas. Las palabras del sabio, oídas con sosiego, son mejores que el grito del que gobierna entre los necios. Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo pecador destruye mucho bien (Ecl. 9:16–18).

La pieza de literatura conocida como “Epístola universal de Santiago” es una obra de literatura de sabiduría, quizá la única en su estilo en todo el NT. Es una obra pequeña, de pretensiones humildes, casi insignificante frente a las imponentes obras de la literatura paulina; pero es una obra densa, importante y muy significativa desde el punto de vista de un cristiano comprometido que quiere de veras vivir como Jesús.

La epístola de Santiago es obra densa, oscura, indigesta, llena de implicaciones y connotaciones. Es un signo que indica en múltiples direcciones, es una red de significados, es una obra para leer lentamente, como los proverbios, uno por día y nada más. Santiago es un escrito para leer pausadamente, para meditar, para pensar. Cada frase, cada palabra, cada expresión tiene un significado pleno que lucha por ser comprendido.


LAS DIFICULTADES EN SANTIAGO
Diversas dificultades se presentan a quien accede a la lectura de Santiago desde el español. La primera de ellas es que se acerca a la obra a partir de una traducción. Las traducciones, a la vez que permiten a un lector llegar a la obra que, si no hubiese estado traducida, le quedaría prohibida; por otro lado oscurecen el texto que se traduce con la insoslayable oscuridad cultural del idioma al que es traducido.

Un ejemplo. En el capítulo primero de Santiago se usa seis veces el término griego peirasmos 3986. Sólo en el versículo 13 se lo utiliza tres veces. En la dos primera apariciones (1:2 y 1:12), la palabra se traduce “pruebas”, “prueba”. Pero en el versículo 13 la misma palabra se traduce “sea tentado”, “soy tentado”, “no es tentado”, “no tienta”, y en el versículo 14 “es tentado”. Si esto nos parece extraño, para agregar a los dolores de cabeza, en el versículo 12 hay una expresión española que parece provenir del mismo término griego, pero que en realidad proviene de otro. “Haya sido probado” no proviene del griego peirasmos 3986, sino de dokimos 1348, que significa algo que ha sido probado, “verificado” decimos hoy, y ha salido aprobado, airoso de la prueba.

Si aun en el propio griego es difícil comprender cabalmente el campo semántico que cubre la palabra peirasmos 3986, cuánto más en el español, en el que no hay una palabra que lo represente completamente, y menos aún cuando las palabras utilizadas para su traducción tienen significados e implicaciones teológicas tan distintas como “prueba” y “tentación”. Esta es una primera dificultad que todo lector del NT debe reconocer cuando lee en una lengua no original. Las dificultades de traducción son especialmente importantes en la lectura y estudio de Santiago.

Otro tipo de dificultades que se enfrentan al estudiar a Santiago nacen de la propia naturaleza del género literario en que está escrito. Santiago puede ser clasificado sin dudas como literatura de sabiduría. Si bien algunos autores han clasificado a Santiago como literatura “parenética” es decir educativa y exhortativa; y otros la han clasificado como “diatriba” o sea diálogo con supuestos oponentes; estas clasificaciones no echan por tierra la naturaleza sabia del escrito. 

Las dificultades propias de la literatura de sabiduría le pertenecen. La naturaleza del proverbio, aparentemente desconectado de su contexto inmediato; la naturaleza del dicho experiencial, que aparentemente no pretende enseñar sino decir la cosa tal cual es; la naturaleza del dicho didáctico, y del dicho artístico, de los mandatos y prohibiciones, de las enseñanzas “de tu padre” y “de tu madre”; todas ellas deben ser tomadas en cuenta al analizar el género literario de esta epístola.

Un tercer tipo de dificultad nace del análisis literario de la obra. Santiago usa continuamente y a la vez hebraísmos y helenismos, lo cual es extraño, como veremos más adelante. También utiliza aliteraciones, familias de palabras y relaciones semánticas muchas veces imposibles de traducir y explicar para quien no está habituado a comprender otro idioma que no sea el propio.

También hay dificultades teológicas. Estas quizá son las más graves. Algunos grandes cristianos, como Lutero, renegaron de esta obra, tildándola de “epístola de hojarasca, que no tiene nada del evangelio en ella”, porque parecía debatir la validez de la sola fide, incluyendo el valor de las obras para la salvación. No sólo en la historia de la iglesia, temprana y tardía, se ha leído a Santiago con sigilo y un poco de menosprecio, también actualmente hay muchos cristianos que no se atreven a leer la carta completa.

Otros han objetado que esta epístola tiene una cristología “pobre”, que sólo incluye 12 referencias al “Señor”, que sólo en dos ocasiones menciona el nombre de Jesús, y que tampoco tiene referencias a la cruz ni a la resurrección, lo cual la hace teológicamente objetable. Quienes hagan esta acusación no podrán dejar de reconocer, sin embargo, que esta carta es el documento neotestamentario que más menciona los dichos de Jesús, aparte de los cuatro Evangelios, y que se parece muchísimo en estilo y contenido al Sermón del monte, una de las piezas clásicas de Jesús.

Las dificultades no empobrecen la obra, por el contrario, la enriquecen. Las dificultades confieren a Santiago el carácter de una obra con una densidad específica muy alta, y la hacen muy rica a la vez que muy difícil al momento de su interpretación. Las dificultades pueden ser muchas, sin embargo, cualquier lector que lea este libro detenidamente y con la convicción que da el Espíritu Santo, no podrá negar su profundo sentir cristiano y su alto valor teológico.

Por eso, estudiar Santiago no es para desesperar al estudioso, sino que recordemos que para aclarar las dificultades es que se han escrito los comentarios, y esperamos que éste no sea la excepción. Las dificultades pueden ser muchas y nuestra luz poca, pero no debemos esquivar el desafío de arremeter contra ellas lo mejor que podamos. De los resultados verá si le hemos ayudado a comprender mejor el texto y a relacionar lo aparentemente inconexo, por lo cual nos sentiremos profundamente recompensados.


LAS LLAMADAS EPÍSTOLAS “CATÓLICAS”
Todas las Biblias, de las cuales RVA no es la excepción, clasifican a la Epístola de Santiago entre las llamadas epístolas “católicas”. Estas epístolas generales, universales o “católicas” tienen algunas características distintas del resto de las epístolas del NT.

Por ejemplo, por el estudio de las epístolas paulinas, uno está acostumbrado a esperar que una carta trate circunstancias concretas y específicas de la comunidad a la que fue dirigida. Pero con las epístolas generales, quizá con la excepción de las tres cartas juaninas, tales expectativas se ven altamente frustradas. Tan es así que algunos comentaristas han propuesto que estas epístolas no sean consideradas como tales, sino como tratados, diatribas o parénesis.

Lo mismo pasa con la epístola de Santiago. La falta de entendimiento sobre el carácter de este texto hace difícil la reconstrucción del contexto en el que fue dado. Esto debe ser muy tenido en cuenta en su interpretación, y considerar toda tesis sobre el carácter de este texto como provisional e hipotético.

Como Santiago no trata con problemas específicos de una iglesia en particular sino con diversos problemas de las diversas sinagogas de la época temprana del cristianismo en que fue escrita, muchos no quieren considerarla como carta. Sin embargo, en la consideración de las características literarias y teológicas de este escrito esperamos poder demostrar claramente no sólo que fue una carta, sino que fue una carta circular, que fue escrita tempranamente, siendo quizá uno de los escritos más tempranos de todo el NT, y que fue escrita por Santiago, el medio hermano de nuestro Señor Jesucristo, durante su largo ministerio pastoral al frente de la primera iglesia cristiana de Jerusalén.


CARACTERÍSTICAS LITERARIAS
Como ya hemos dicho, esta epístola tiene un carácter general o universal. Le falta un destinatario específico. La dirección: “a las doce tribus de la dispersión” (1:1) acentúa su carácter general, “católico”, circular.

Por esta razón el comentarista James H. Ropes, entre otros, afirma que esta epístola se trata de una diatriba, un género muy popular en el tiempo del NT, en el cual se atacan ideas, personas o acciones. Según este comentarista y otros, Santiago tiene perfectamente el diseño y el perfil de una diatriba.

Otros han considerado a Santiago como un gran resumen de apuntes de homilías, al igual que el Sermón del monte. Así, por ejemplo, el comentarista Martín Dibelius afirma que el carácter de Santiago es parenético. La parénesis, descrita por el mismo Dibelius, es un depósito de tradición del judeocristianismo de la época, que contiene amonestaciones para la vida diaria de los creyentes. Desde este punto de vista Santiago sería un compendio de refranes o dichos morales populares con el propósito no tanto de juntar información, sino de provocar en sus oyentes el sano deseo de comportarse como Jesucristo lo ordenó.

Además, el texto denota un autor de origen hebreo. Varios comentaristas coinciden en esto. El texto imita la literatura de sabiduría hebraica, con referencias frecuentes a los libros de sabiduría del AT, inclusive los deuterocanónicos Sabiduría y Eclesiástico. El texto destila una atmósfera como del AT. Si bien las citas directas son sólo 5, a saber: 1:11 a Isaías 40:7; 2:8 a Levítico 19:18; 2:11 a Éxodo 20:13; 2:23 a Génesis 15:6; 4:6 a Proverbios 3:34, el texto tiene una gran cantidad de instancias en que el griego recuerda la fraseología hebraica. El texto denota paralelismos, una figura poética hebraica: 1:9, 10; 1:15, 17; 1:19, 20, 22; 5:11, 12. 

Aliteración y asonancia, es decir, repetición de uno o varios sonidos semejantes en una palabra o enunciado, para producir un efecto poético: 1:2; 3:5; 3:8; 5:7. Repetición de palabras de la misma familia: 1:4; 1:13; 1:19; 3:6; 3:7; 3:18; 4:8; 4:11; y pleonasmo, una figura literaria que emplea vocablos innecesarios o repetición de palabras (redundancia) para dar mayor énfasis o expresividad, o para reforzar el sentido: 1:7; 1:8; 1:19; 1:23.

Sin embargo, y esto es lo extraño, pocos comentaristas pueden explicar el hecho de que el texto se exprese en un griego muy fino y pulido, lo que muestra un conocimiento profundo de la literatura griega (la lengua griega y el texto griego de la LXX). De modo que, aunque las principales ideas del texto son judías, el modo de expresarlas es eminentemente griego, con expresiones, sentencias y aun ideas del ámbito griego de la época del NT.

El texto mantiene el género literario sapiencial, caracterizado por sentencias breves y proverbiales, lo cual, unido a las abundantes referencias a los temas del Sermón del monte, le dan una cercanía muy especial al género usado por nuestro Señor Jesucristo. Por el otro lado, el texto también mantiene un carácter profético (4:2 ss., 4:7; 5:1), extraño en la literatura de sabiduría del AT. En Santiago, sin embargo, ambas características literarias no parecen estar en competencia, sino en una tensión creativa.

Por las características literarias podemos afirmar que Santiago es un cristiano de trasfondo judío escribiendo para otros cristianos que, por causa de la dispersión originada por la muerte de Esteban (Hech. 8:2; 11:19), se esparcieron por todo el mundo conocido llevando consigo el evangelio de Jesucristo. Estas comunidades en muchos casos incluían personas de trasfondo no judío, especialmente griegos. 

El griego pulido de su texto puede deberse a algún amanuense que Santiago tuviera en la primera iglesia de Jerusalén, dada la íntima relación que existe entre esta carta y la enviada por el Concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles (Hech. 15:23–29), relación que discutiremos más adelante como prueba de la paternidad literaria de Santiago, el medio hermano de nuestro Señor.


CARACTERÍSTICAS TEOLÓGICAS
Las características teológicas de la carta de Santiago también nos ayudan en su ubicación general. Por su estudio podemos inferir que esta es una de las cartas más tempranas, si no la más temprana del NT. Es posible que nos encontremos frente al primer escrito cristiano de todos los que forman el NT.

En primer lugar, la segunda venida del Señor está viviéndose como algo real e inminente, “¡He aquí, el Juez ya está a las puertas!” (5:9), un tema predilecto del cristianismo temprano.

Además, en la iglesia hay un orden “incompleto”. Los cristianos se reúnen todavía en la sinagoga, sunagoge 4864, (2:2); se mencionan “ancianos” (5:14), pero no obispos ni diáconos; hay multitud de maestros, lo cual no sólo preocupa a Santiago (3:1), sino que demuestra la falta de sistematización de la iglesia, una de las características de los comienzos del cristianismo.

Tampoco se menciona en la carta el Concilio de Jerusalén, realizado en el año 49, ni la admisión de los gentiles en la iglesia realizada inmediatamente después del Concilio, ni la caída de Jerusalén en el año 70, elementos que se hubieran mencionado si la carta hubiera sido escrita después de ellos, ya que convienen a muchos de los argumentos de la misma.
Un hecho teológico de importancia que Santiago muestra es el estado miserable de los cristianos, su aflicción, sus luchas internas, y su persecución por causa de los principales judíos. En la más pura tradición judeocristiana, Santiago defiende al pobre, al desvalido, al perseguido injustamente, al injuriado, al denigrado, al afrentado por su fe y su esperanza, al ultrajado en sus creencias y derechos; sufrimientos que, como cristianos, nos recuerdan el “final del Señor”, y nos llaman a “la perseverancia de Job” (5:11).

La ausencia de alguna referencia directa al Mesías, o a la muerte y resurrección del Señor, hicieron que muchos tomaran a este libro como de dudoso valor para el cristianismo, lo cual seguramente afectó su canonicidad. Sin embargo, como ya hemos dicho, su mensaje es fuertemente cristocéntrico, su interés es la promoción moral y espiritual de sus oyentes según la propia enseñanza de Jesucristo, de quien el autor, aunque fuera su medio hermano, se considera su siervo y esclavo.


ORIGEN Y DESTINATARIOS
La teoría tradicional ha sido considerar a Santiago como una epístola “católica” o universal, tanto por su alcance como por su canonicidad. Eusebio de Cesarea (265 d. de J.C.) la calificó de “católica”, citando a Clemente de Alejandría (150 d. de J.C.), quien la había calificado como “general, encíclica y circular”.

La teoría tradicional, sin embargo, no ha sostenido necesariamente la paternidad literaria de Santiago el medio hermano del Señor, aunque se podría considerar que esa es su presuposición principal. Algunas variantes de la teoría tradicional afirman que en realidad el autor fue otro de los Santiagos del NT, así Erasmo de Rotterdam y el comentarista Moffatt. Para otros, como el comentarista Lowther Clarke (1952), Santiago representa resúmenes de homilías de algún judío cristiano del primer siglo, que hablaba griego y que ponía sus resúmenes en forma de epístolas tradicionales para darles autoridad. El escrito sería entonces, pseudónimo.

En el siglo XIX, dos comentaristas trabajando paralelamente, el alemán Friedrich Spitta (1896) y el francés L. Massebiau (1985), cada uno por su lado afirmaron que Santiago es un documento originalmente judío al que se “cristianizó” con las inclusiones de 1:1 y 2:1. Según ellos, y muchos otros que hasta el día de hoy los siguen, la gran afinidad con lo judío y con lo cristiano quedaría así explicada.

Para algunos otros, como el comentarista Burkitt (1924), Santiago es una traducción libre de una carta aramea que sí fue escrita por Jacobo el hermano del Señor a alguna iglesia particular, y luego fue traducida y editada por algún griego de su tiempo que hizo las referencias específicamente griegas.

Según el comentarista alemán Martín Dibelius (1964), Santiago tiene un carácter parenético. Una parénesis es un “depósito de tradición”, es decir, es un escrito que recoge dichos de muchos autores compilados según un tema general que los reúne. No sería raro que los cristianos primitivos hayan usado la epístola de Santiago, entre otras epístolas, con propósitos de instrucción moral y discipulado, sin embargo, pensar que Santiago es un depósito de tradición anterior al cristianismo no se compadece con algunas enseñanzas específicamente cristianas que la epístola tiene (1:18; 1:25; 2:7; 2:14–26).

Hay muchas razones por las cuales se originaron estas teorías. Sin embargo, de todas las razones que puedan investigarse, ninguna parece más necesaria, ni explica mejor el origen de este escrito que la teoría tradicional. Por esta razón seguimos sosteniendo que el autor de esta carta circular fue Santiago, el primer pastor de la iglesia de Jerusalén. Santiago se sentía responsable no sólo por su iglesia local sino por todos aquellos que habían aceptado a Jesucristo como su Señor. 

Su obra pastoral no podía restringirse a la localidad de Jerusalén, por eso escribe una carta con extractos de sus homilías dominicales, y la envía como muestra de afecto, interés y deseos de educar a un público más general. Evita los localismos, trata de ser lo más inclusivo posible, y escribe uno de los escritos más bellos y profundos del NT.

Santiago mismo identifica sus destinatarios como “las doce tribus de la dispersión” (1:1), una frase que merece explicación ya que define sus destinatarios. Para poder entenderla, hay que relacionar este versículo con el siguiente: “tenedlo por sumo gozo cuando os encontréis en diversas pruebas” (1:2). ¿Quiénes eran estos “de la dispersión” que estaban pasando por diversas pruebas? 

Evidentemente, son los cristianos que, por causa de la persecución de Esteban, se habían dispersado por todo el mundo conocido. El texto de Hechos 11:19–21 es más que iluminador: “Entre tanto, los que habían sido esparcidos a causa de la tribulación que sobrevino en tiempos de Esteban fueron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin comunicar la palabra a nadie, excepto sólo a los judíos. Pero entre ellos había unos hombres de Chipre y de Cirene, quienes entraron en Antioquía y hablaron a los griegos anunciándoles las buenas nuevas de que Jesús es el Señor. La mano del Señor estaba con ellos, y un gran número que creyó se convirtió al Señor”. Este es el grupo de primeros creyentes a quienes Santiago dirige su carta.

Queda, sin embargo, la pregunta: ¿Por qué llamarles las “doce tribus”? Por falta de más evidencia, los comentaristas generalmente atribuyen a Pablo el concepto del “nuevo Israel” para referirse a los cristianos (ver Rom. 4; 9:7, 8; >1 Cor. 10:18; 11:25; Gál. 4:21–31; 6:15, 16; Fil. 3:3). Sin embargo, el concepto no necesariamente debió haber nacido con Pablo. Jesús mismo eligió a doce discípulos, claro símbolo de las doce tribus de Israel. 

Esta analogía del “nuevo Israel” con el antiguo debió haber sido pan cotidiano entre los primeros cristianos de Jerusalén, de trasfondo judío. Referencias indirectas a esta idea también pueden verse en los escritos del apóstol Pedro (1 Ped. 2:9, 10), del autor de Hebreos (Heb. 8:10) y del apóstol Juan (Apoc. 21:21). No es extraño entonces que Santiago, primer pastor de la primera iglesia cristiana de la historia, se refiera a su rebaño como “las doce tribus”. La referencia no es directa a Israel como nación, sino alegórica al “nuevo Israel” o al “Israel de Dios” (Gál. 6:16) todos aquellos que, habiendo recibido a Jesucristo como su Señor, ahora son hijos de Dios, herederos y coherederos con todos los santos, miembros y ciudadanos del Israel de Dios.

La carta está dirigida entonces a todos aquellos primeros cristianos que por causa de la persecución de Esteban fueron dispersados por todo el mundo conocido. A ellos Santiago, pastor preocupado por su bienestar espiritual y emocional, les escribe una carta de aliento, de recomendaciones pastorales, de amistad y cariño, una carta genuinamente pastoral.


AUTOR
El comentarista inglés Adam Clarke (1853), comienza su comentario sobre Santiago afirmando que “Ha habido más dudas y más diversidad de opinión sobre la autoría de esta carta que sobre cualquier otra parte del NT”. Por el versículo 1 del primer capítulo sabemos que el supuesto autor se llamaba Santiago, y que se consideraba a sí mismo “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. La pregunta sin embargo, subsiste: ¿significa eso algo para determinar la autoría de esta epístola? Las teorías sobre la autoría que se han propuesto son varias.

Quizá la teoría más generalizada sea la teoría pseudoepigráfica. Sostenida desde antaño, según se desprende de algunas citas de Eusebio y Jerónimo, y que es sostenida actualmente por muchos comentaristas. Martín Dibelius, por ejemplo, afirma: “Es natural que algún cristiano de la época que haya querido que su trabajo tenga resonancia, eligiera autodenominarse hermano del Señor”.

Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero, por su parte, sostuvieron que esta epístola fue escrita por “alguien llamado Santiago”, que no sabemos quién era. No debemos olvidar que Jacobo o Santiago era un nombre muy común entre los judíos de la época del NT. Lutero afirmó que debiéramos considerar al autor de esta epístola como “alguien bueno, piadoso, sincero, que tomó y recopiló muchos de los dichos de los apóstoles”.

Obviamente, si el autor fue algún “Santiago”, el NT tiene varios para ofrecer. El primer “Santiago” que podemos considerar es Santiago, “el de Judas” (lit. en Luc. 6:16; Hech. 1:13; Jud. 1:1). Este fue pariente del apóstol Judas, no el Iscariote. No parece muy probable, sin embargo, que este Santiago haya sido el autor de la epístola, al menos no es más probable que el medio hermano del Señor.

Otro “Santiago” fue el hijo de Alfeo (Mat. 10:3; Mar. 3:18; Luc. 6:15; Hech. 1:13) y hermano de Mateo (Mar. 2:14). Un tercer “Santiago” fue Santiago, “el menor”, o “el pequeño” (Mat. 27:56; Mar. 15:40; Juan 19:2). Un cuarto “Santiago” fue Santiago, el hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Mat. 10:2; Mar. 3:17; Luc. 6:14; Hech. 1:13). 

Este Santiago siempre aparece en el Evangelio junto a su hermano (Mat. 4:21; 17:1 y otros), y fue el primero en ser martirizado por Herodes Agripa en el año 44 d. de J.C. (Hech. 12:2), lo cual es una mediana prueba de que no pudo haber sido el autor de la epístola, porque es casi imposible fecharla tan temprano. 

Sin embargo, el códice Corbiense, del siglo X, titula esta carta como: “Epístola de Jacobo hijo de Zebedeo” y la tradición española, desde Isidro de Sevilla (636 d. de J.C.), ha sido inspirada por el patriotismo religioso de identificar a su patrono, Santiago de Compostela, como el hijo de Zebedeo y autor de esta epístola. No parece demasiado probable que alguno de estos “Santiagos” haya sido el autor, al menos no parece más probable que la teoría tradicional. Por esa razón es que la sostenemos.

El único “Santiago” que nos queda es Santiago “el hermano del Señor” (Mat. 13:55; Mar. 6:3). Sabemos que en vida de Jesús sus hermanos lo negaron (Mat. 12:46–50; Mar. 3:21, 31–35). Es más, ni aun creían en él (Juan 7:3–9). Pero en Hechos 1:14 la situación ha cambiado. De allí en adelante se menciona a este Santiago como el que toma la directiva en la iglesia de Jerusalén. 

Como tal, preside el Concilio de Jerusalén (Hech. 15:1 ss.), Pablo lo visita (Hech. 21:18), y lo reconoce como apóstol (Gál. 1:19) y “pilar” (Gál. 2:9).
Pablo sabe de la aparición del Cristo resucitado a Santiago (1 Cor. 15:5–7) y por ello es compatible que lo considere como apóstol (Hech. 1:22 y 1 Cor. 9:1), si bien lo distingue específicamente de los “doce” o “todos los apóstoles”.

Extrabíblicamente, sabemos que Eusebio cita a Hegesipo (apologista judío del siglo II) como reconociendo a Santiago como primer obispo de Jerusalén. También Clemente de Alejandría agrega que fue elegido por Pedro y Juan, Jerónimo dice que “fue ordenado obispo de Jerusalén inmediatamente después de la pasión por 30 años”, y las Recogniciones Clementinas relatan que en la aparición de 1 Corintios 15:7, Jesús le ordenó levantar una “huelga de hambre” que Santiago había prometido bajo juramento, de que no comería nada desde la hora “en que bebiera la copa del Señor hasta verlo levantado de los muertos”. La historia es evidentemente ficticia, ya que toma a Santiago como presente en la última cena. Lo único que emerge como histórico de todo este marco extrabíblico es el hecho de que este Santiago fue martirizado en Jerusalén en el año 61 d. de J.C.

Como puede parecer casi obvio ya, ésta última teoría es la más posible. Aunque no se puede afirmar con un 100% de certeza, lo más creíble es que esta epístola general o universal haya sido escrita por Santiago, el medio hermano del Señor, durante su ministerio como pastor en la primera iglesia de Jerusalén, a los cristianos que, dispersados por las persecuciones de los judíos nacidas después de la muerte de Esteban, estaban sufriendo ataques de todo tipo mientras continuaban reuniéndose en las sinagogas judías.

Consideremos ahora brevemente algunos argumentos en contra y a favor de esta última teoría. Algunos comentaristas afirman que es de esperarse con razón que en una epístola escrita por Santiago el “hermano del Señor” hubiera mencionado ese hecho. Si no lo hubiera hecho por su propio peso, quizá lo hubiera hecho porque le daría mayor autoridad y prestigio. 

Otros han comentado que si efectivamente esta carta fue escrita por un medio hermano del Señor, es notable la ausencia de toda referencia a los grandes eventos sobresalientes conectados con la persona de Jesús de Nazaret, su manera de vida, su sufrimiento y muerte, su resurrección y ascensión. También la omisión de toda referencia directa a Cristo como el Mesías de la profecía veterotestamentaria es vista por algunos como un dato que desestima la autoría del medio hermano del Señor.

Los argumentos anteriores, sin embargo, no son afirmativos, sino negativos. No afirman nada, sólo niegan. Son usualmente llamados “argumentos de silencio”. Los argumentos de silencio no desacreditan la autoría de Santiago, sólo prueban que Santiago como autor estaba más interesado en los problemas teológicos y humanos de sus miembros que en relatar hechos periodísticos. Santiago no está interesado en detalles, va al grano, quiere hacer una tarea de fondo. No menciona al Señor, menciona sus enseñanzas. No se acuerda de los detalles, sintetiza sus grandes enseñanzas, comparte su consuelo, le muestra a Jesús como Dios y Señor.

Otro argumento que se opone a esta teoría afirma que es muy improbable que un hombre de extracción humilde como un vecino galileo, hijo de María y José, sea capaz de escribir una epístola con un griego tan pulido. Esta es una teoría que ha ganado respetabilidad no tanto por lo que afirma sino por el calibre de los autores que la han propuesto. 

Sin embargo, debiera notarse que en la época de Santiago eran muy comunes los escribas o amanuenses, personas que se dedicaban profesionalmente al arte de escribir documentos. Siendo Santiago una persona “sin letras y del vulgo” (Hech. 4:13), es altamente probable que con asiduidad haya usado los servicios de un escriba o amanuense para las tareas pastorales que requerían la producción de algún documento, del mismo modo que hoy en día alguien puede apelar a un corrector de estilo, o más comúnmente, a un programa especializado de computador personal en corregir la ortografía y gramática.

La gran similitud estilística de Santiago con otra carta que también salió de su pluma más o menos para la misma época (Hech. 15:23–29), indica la gran probabilidad de que ambas hayan sido escritas por el mismo amanuense. Es muy probable además que Santiago, por la múltiple cantidad de visitas que recibía, por haber pasado tanto tiempo discutiendo con cristianos y no cristianos de todo el mundo que venían a Jerusalén a visitarle, hubiera ganado un conocimiento respetable del griego, del mismo modo que hoy en día no es raro encontrar personas que, por razones de trabajo o familiares, dominan a la perfección una segunda lengua.

Quizá el argumento más fuerte en contra de la paternidad literaria del medio hermano del Señor tenga que ver con la teología de esta epístola. Aparentemente, la actitud del hermano del Señor hacia la observación de la ley, en la controversia entre Pablo y los judaizantes, fue una actitud religiosa y conservadora. Algunos comentaristas han señalado que, aunque Santiago tomó una posición mediadora y conciliadora en el concilio de Jerusalén, en Gálatas 2:12 aparece como un estricto observador de la ley, ya que hasta el propio apóstol Pedro le teme. 

La cuestión era si tales “obras” de la ley como la circuncisión, las reglas de la dieta y la observación del sábado, eran o no requisitos para la justificación en Cristo. El tema, como sabemos, se trató extensivamente en el Concilio de Jerusalén (Hech. 15). En la epístola, sin embargo, todas estas cuestiones quedan sin tratar. Los intereses del autor parecen ser otros, de modo que Santiago, el medio hermano del Señor, dicen, no pudo haberla escrito.

Para contrarrestar este argumento, debemos darnos cuenta de que la expresión “algunos de parte de Jacobo” en Gálatas 2:12 no debe tomarse como que fue el propio Santiago quien envió los emisarios, sino que vinieron algunos de la iglesia que pastoreaba Jacobo. Además, el autor de Santiago hace una extensa discusión de la relación entre la fe y las obras, como anticipando el tema que habría de tratarse en el Concilio de Jerusalén. De modo que el hecho de que el autor no trate directamente temas como la circuncisión, la dieta o el sábado, no debe tomarse como que los ignora, sino que, dirigiéndose a comunidades cristianas que incluían también a griegos, decidió evitarlos por el bien del conjunto.

Entre los argumentos a favor de la autoría de Santiago, el medio hermano del Señor, podemos señalar primeramente el carácter general de la epístola, propio de una carta que viniera de la pluma de una personalidad como quien fuera el primer obispo o pastor de la iglesia de Jerusalén. El carácter eminentemente hebraico de su autor, y su excelente dominio del griego, hacen este documento propio de quien seguramente estaba día a día, por casi 30 años, discutiendo con cristianos y no cristianos de todo el mundo que venían a Jerusalén a visitarle, como hicieron Pedro y Pablo (Hech. 21:18; Gál. 1:19).

También el género literario de “sabiduría profética”, propio de quien debe ser pastor de una comunidad tan importante y variada como la jerosolimitana, favorece la autoría del medio hermano del Señor. Las expresiones “hermanos”, “mis hermanos”, usadas 14 veces, “¡gente adúltera!”, “pecadores”, “hombre vano”, y otras por el estilo, marcan la personalidad de quien está realmente acostumbrado a la continua predicación, como seguramente Santiago lo estaba.

Quizá la mayor indicación de la autoría de Santiago sea la íntima relación que existe entre el lenguaje de esta carta y el lenguaje de la carta enviada por el Concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles. Las coincidencias más visibles son las siguientes:
a. El saludo jairein 5463, usado en 1:1 y Hechos 15:23, representaba una forma educada de saludo epistolar. Sólo en estos dos casos, y en la carta de Claudio Lysias en Hech. 23:26, aparece esta forma en todo el NT.

b. La expresión “el buen nombre que ha sido invocado sobre vosotros”, usado en 2:7 y en Hechos 15:17 también representa un paralelo único en el NT.

c. El término hermano adelfos 80, ampliamente usado en Santiago 1:2, 9, 16, 19; 2:5, 15; 3:1; 4:11; 5:7, 9, 10, 12, 19, aparece también en la carta de Hechos 15:23, y en el modo de expresión de Santiago a la asamblea, en Hechos 15:13.

d. Otras coincidencias verbales que se pueden anotar son visitar episkepteszai 1980, usado en 1:27, y por Santiago en Hech. 15:14; guardarse terein 5083 kai diaterein 1301, usado en 1:27 y en Hechos 15:29; volver, convertirse epistrefein 1994, usado en 5:19, 20 y en Hechos 15:19; y amados agapetos 27, usado en 1:16, 19; 2:5 y en Hechos 15:25.

Estas coincidencias de lenguaje son evidencia innegable de que la misma persona que produjo esta carta es la que trabajó en la carta enviada como resultado del Concilio de Jerusalén, todo lo cual coincide interesantemente con el modo de hablar de Santiago según lo registra Lucas en el libro de Los Hechos.

Por todo lo anterior se hace necesario defender la teoría tradicional de que el autor de la carta de Santiago fue el medio hermano del Señor, pastor de la iglesia de Jerusalén.


FECHA
El problema de la fecha está íntimamente ligado al de la autoría. Por ejemplo, una teoría pseudoepigráfica necesitaría una fecha tardía, en el siglo II. Nuestra suposición de que el autor es Santiago, el medio hermano del Señor, nos hace suponer una fecha más bien temprana, es decir, aproximadamente entre el año 40, cuando fuera nombrado pastor de la iglesia, y el año 61, cuando según la tradición fue martirizado.

La mayoría de los comentaristas que favorecen la autoría de Santiago piensan que lo correcto sería la última fecha posible, es decir el año 61; ya que las principales doctrinas del cristianismo están dadas como supuestas en el texto. Sin embargo, las características teológicas ya mencionadas en esta introducción favorecen una fecha más bien temprana. Por ejemplo, la segunda venida del Señor está viviéndose como muy real e inminente (5:7–9), hay un orden “incompleto” de la iglesia, ya que se mencionan ancianos, pero no obispos ni diáconos (5:14), los cristianos están reuniéndose todavía en la sinagoga, sunagoge 4864, (2:2), hay muchos maestros que discuten entre sí, lo que preocupa a Santiago (3:1), todas estas son características de los comienzos del cristianismo.

También hay argumentos de silencio para fechar esta epístola tempranamente, como el hecho de que no se menciona el Concilio de Jerusalén ni la admisión de los gentiles en la iglesia, tampoco la caída de Jerusalén, todo ello sumado al estado de aflicción y lucha interna entre los cristianos, y la persecución por parte de los judíos. Estos argumentos de silencio, sin embargo, son muy precarios para poder fechar la epístola con objetividad.

La verdadera importancia de esta epístola no descansa en el hecho de que se haya escrito en el año 40 ó 60. La epístola está interesada en animar y desafiar a los cristianos de su época. La misma epístola muestra el poco desarrollo del pensamiento cristiano en aquellas primeras décadas. Santiago está interesado en poner un fundamento ético a la teología, señalando que la verdadera vida cristiana se fundamenta en lo moral, en lo que se hace, no tanto en lo que se dice. Eso tendría igual sentido con una fecha temprana o tardía.

En resumen, como hemos optado por la paternidad del medio hermano del Señor, en cuanto a fecha nos quedamos con la tradicional también. En la tradicional hay dos opciones, o la más tardía que Santiago permite, es decir, el año 61 d. de J.C., o una más temprana, siempre después del Concilio de Jerusalén. 

Si fechamos el Concilio para el año 42, Santiago tendría que ser fechado más o menos para la misma fecha, quizás un poco anterior al Concilio, ya que no lo menciona. Del mismo modo que algunos intérpretes han considerado a Gálatas como una preparación argumental hecha por el apóstol Pablo para el Concilio de Jerusalén, igualmente podríamos considerar a Santiago, como un preparativo argumental que el primer pastor de la iglesia de Jerusalén realiza para sí mismo con miras al encuentro con los grandes apóstoles y con la iglesia para decidir estos importantísimos argumentos de inclusión y consuelo.


EL PROPÓSITO DE LA CARTA
Con los comentarios anteriores llegamos a imaginar cuál fue el propósito de esta carta universal. Tres propósitos parecen muy apropiados: animar a las iglesias, corregir los excesos y exponer la necesidad de tener en todo la sabiduría de lo alto.

El primer propósito de Santiago es animar a las iglesias. Basta leer los primeros cuatro versículos para darse cuenta de que habla de gozo en medio de las pruebas, la fe que sostiene al creyente, la paciencia que es su fruto, y la sabiduría que se produce como resultado de las pruebas. En varias instancias de la epístola estos temas de ánimo se repiten, siendo quizá el fin de la carta, la segunda parte del capítulo 5, la que más claramente pueda ser clasificada como alentadora, confortadora y consoladora.

El segundo propósito de Santiago es el de corregir los excesos que estas tempranas congregaciones cristianas sin duda estaban experimentando. El problema de la palabrería sin base en la realidad, el de la acepción de personas, el de los múltiples maestros, el de la fe sin obras, el de la amistad con el mundo, el de la vanagloria, el de la riqueza mal habida y de la opresión de los pobres, todos ellos eran un signo, para Santiago, de que las comunidades habían olvidado lo principal, por lo cual debía llamarles la atención y llamarlos a la corrección.

El propósito final de Santiago es señalar la sabiduría de lo alto y animar a sus oyentes a vivir en ella. El centro y eje de la epístola está en el pasaje de 3:13–18. En ellos Santiago descubre la verdad esencial del cristianismo: vivir cada día en la sabiduría que viene de Dios. 

Las comunidades a quienes dirige su carta, sin duda espejo de la propia comunidad que Santiago pastoreaba en Jerusalén, necesitaban escuchar de su pastor y maestro la enseñanza que corregiría sus vidas para llevarlas a una correcta relación con Dios, autor y dador de toda sabiduría. A exponer esta sabiduría y detallar las 10 advertencias que Santiago dirige a sus contemporáneos nos dedicaremos en las siguientes páginas.


BOSQUEJO DE SANTIAGO

    I.      SALUTACIÓN, 1:1
      1.      Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, 1:1a
      2.      “A las doce tribus de la dispersión”, 1:1b
      3.      Saludos, 1:1c

    II.      CUIDADO CON EL DOBLE ÁNIMO QUE PUEDE VENIR CON LAS PRUEBAS-TENTACIONES, 1:2–18
      1.      Las pruebas-tentaciones, 1:2–4
         (1)      “Sumo gozo”, 1:2
         (2)      Paciencia, 1:3
      2.      La verdadera sabiduría de la vida, 1:5–8
      3.      El destino del ser humano, 1:9–11
      4.      La bienaventuranza de la integridad, 1:12–15
      5.      La naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, 1:16–18

    III.      CUIDADO CON LA FALSA RELIGIÓN DEL DECIR PERO NO HACER, 1:19–27
      1.      Ser pronto para oír, 1:19a
      2.      Ser lento para hablar, lento para la ira, 1:19b
      3.      Despojarse de toda inmundicia y toda maldad, 1:21a
      4.      Recibir con mansedumbre la palabra implantada, 1:21b
      5.      Ser hacedor de la palabra, 1:22–24
      6.      Prestar atención a la perfecta ley de la libertad, 1:25a      
      7.      Perseverar en la perfecta ley de la libertad, 1:25b
      8.      Sólo quien siga estos pasos es dichoso, 1:25c
      9.      Sólo quien siga estos pasos tiene un servicio religioso puro e incontaminado que no es el exterior de las formas, 1:26, 27

    IV.      CUIDADO CON HACER ACEPCIÓN DE PERSONAS Y HACERSE A UNO MISMO JUEZ, 2:1–13
      1.      El juicio verdadero nace de un espíritu imparcial, 2:1–4
      2.      El juicio verdadero se sustenta en la obediencia a la ley real, 2:5–9
      3.      El juicio verdadero culmina en la misericordia, 2:10–13

    V.      CUIDADO CON LA “FE” SIN OBRAS, 2:14–26
      1.      La fe sin obras está muerta en sí misma, 2:14–17
      2.      La fe y las obras se necesitan mutuamente, 2:18–20
      3.      La fe y las obras obran conjuntamente la justificación, 2:21–26

    VI.      CUIDADO CON LO QUE UNO DICE, Y CON HACERSE A UNO MISMO MAESTRO, 3:1–12
      1.      “No os hagáis muchos maestros”, 3:1, 2
      2.      Ejemplos prácticos, 3:3–12
         (1)      Los caballos, 3:3–4
         (2)      Los barcos, 3:4
         (3)      El fuego, 3:5
         (4)      La lengua y sus efectos, 3:6–12

    VII.      TEMA CENTRAL: LA SABIDURÍA DE LO ALTO, 3:13–18
      1.      La sabiduría de abajo, 3:14–16
      2.      La sabiduría de lo alto, 3:17
      3.      Los frutos de ambas sabidurías, 3:18

    VIII.      CUIDADO CON LAS PASIONES ENGAÑOSAS, 4:1–12
      1.      Las pasiones dominan nuestra vida, 4:1
      2.      Cuidado con la codicia y las pasiones, 4:2, 3
         (1)      “Codiciáis pero no tenéis”, 4:2a
         (2)      “Matáis y ardéis de envidia, pero no podéis obtener”, 4:2b
         (3)      “Combatís y hacéis guerra”, 4:2c
         (4)      “No tenéis, porque no pedís…”, 4:2d, 3
      3.      Cuidado con el adulterio espiritual, 4:4–6
      4.      Diez imperativos de la vida cristiana, 4:7–10
         (1)      Primera dupla, 4:7
         (2)      Segunda dupla, 4:8
         (3)      Tercera dupla, 4:9
         (4)      Cuarta y última dupla, 4:10
      5.      Las pasiones y los hermanos, 4:11, 12

    IX.      CUIDADO CON LA VANAGLORIA, 4:13–17
      1.      La vanagloria y jactancia, 4:13
      2.      El futuro, 4:14
      3.      La solución a la jactancia y la vanagloria, 4:15, 16
      4.      Corolario, 4:17

    X.      OCTAVA ADVERTENCIA: CUIDADO CON LA RIQUEZA Y CON OPRIMIR AL POBRE, 5:1–6
      1.      Recomendación inicial, 5:1
      2.      Riquezas que se han podrido…, 5:2, 3
      3.      Clama el jornal de los obreros, 5:4–6

    XI.      CUIDADO CON EL DESÁNIMO Y EL DESALIENTO, 5:7–12
      1.      Primera recomendación, 5:7, 8
      2.      La paciencia y la murmuración, 5:9
      3.      La paciencia y el camino de la felicidad, 5:10, 11
      4.      La paciencia y la integridad de espíritu, 5:12

    XII.      CUIDADO CON NO CONSIDERARNOS LOS UNOS A LOS OTROS, 5:13–20
      1.      La vida en comunidad nos ayuda en todos nuestros estados de ánimo, 5:13
      2.      La vida en comunidad nos ayuda en nuestra necesaria sanidad, 5:14–18
         (1)      Nos pone en circunstancias de que nuestros pecados sean perdonados, 5:16a
         (2)      Se fortifica en la oración del justo, 5:16b-18
      3.      La comunidad hace volver a la verdad a aquellos que estan extraviados, 5:19, 20

    XIII.      CONCLUSIÓN.

La primera palabra de la Epístola distingue a su escritor: Santiago. Este nombre era una forma helenizada del hebreo Iakob 8290, un nombre bastante común entre los judíos de todos los tiempos. Jacobo.

Es interesante notar que su nombre no vuelve a aparecer en el resto de la carta. No sólo que no aparece su nombre, tampoco aparece otra referencia personal a su escritor. A diferencia de Pablo, Juan, y otros escritores bíblicos que sí las hacen, Santiago no hace referencias directas o indirectas a su persona en toda su epístola, salvo en este primer versículo. Esto ha llevado a algunos a pensar que quien realmente escribió esta carta no era ningún Santiago, sino que fue atribuida a Santiago, especialmente teniendo en cuenta que Santiago fue el primer pastor de la iglesia de Jerusalén y, que por esta causa una carta de su autoría gozaría de mucha autoridad y popularidad.

Sin embargo, como ya hemos dicho en la Introducción, los argumentos de silencio no prueban nada en contra de los argumentos escritos. Como la epístola comienza identificando a su autor por nombre, mientras no se tengan argumentos sólidos y convincentes que prueben lo contrario, es correcto sostener que la autoría de esta epístola corresponde a alguien de nombre Santiago. En cuanto a quién de todos los Santiagos del NT corresponda, también ha sido discutido en la Introducción. La posición que hemos tomado es la tradicional: que el autor de esta epístola fue el medio hermano de nuestro Señor, de nombre Jacobo, o Santiago.


  1. Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, 1:1a
Además de identificarse por su nombre, Santiago se llama a sí mismo siervo de Dios y del Señor Jesucristo. La primera cosa que puede llamar la atención con esta descripción es que, siendo Santiago medio hermano del Señor, no haga referencia directa a ello. Esto no debe de extrañarnos, ya que tampoco Judas se distingue a sí mismo como medio hermano del Señor, aunque sabemos que lo fue, pero sí como hermano de Santiago (Jud. 1). Pero ambos, Santiago y Judas, se llaman a sí mismos siervo de Jesucristo.

Santiago no se llama a sí mismo apóstol, ni obispo de Jerusalén, ni utiliza otro tipo de título o referencia que le distinga. La iglesia cristiana a través de los siglos, sin embargo, lo ha considerado un apóstol de Jesucristo. El título que Santiago utiliza para sí es el de siervo, doulos 1401, palabra que distingue a quien es un esclavo en el sentido de haberse convertido en propiedad de un amo (Mat. 8:9). En esto se iguala Santiago a Pablo (Rom. 1:1; Fil. 1:1; Tito 1:1), quien también fue considerado apóstol por la iglesia a pesar de no haber sido de los doce.

Santiago se reconoce como siervo de Dios y del Señor Jesucristo. Textualmente, esta frase podría también traducirse de Jesucristo, Dios y Señor. Siendo esta epístola de fecha tan temprana, llama la atención que Santiago equipara a Jesucristo con Dios. Es un reconocimiento implícito del mesianismo de Jesucristo. Jesús es el Señor, Jesús es Dios, Jesús es el Mesías, el Cristo de Dios.

Jesús es el Señor. El título Señor, Kurios 2962, lo toma Santiago de la LXX, donde se lo usa como traducción de Elohim 430 y Jahweh 3068, los nombres de Dios. También hay que recordar que los romanos aplicaban este título al emperador, a quien asignaron durante algún tiempo, especialmente durante Nerón, atributos divinos. Jesús es el Cristo. 

La palabra Cristo, Cristos 5547, es la traducción griega del término hebreo para Mesías. Ambos términos significan “ungido”. Jesús es el ungido de Dios. Tan difícil como pueda parecer en una época tan temprana del cristianismo, Santiago comienza su epístola reconociendo la divinidad de Jesús, el Cristo de Dios.

  2. “A las doce tribus de la dispersión”, 1:1b
La epístola va dirigida a las doce tribus de la dispersión. Para una discusión del significado de esta frase, ver la Introducción. Baste recordar que no hay razón para pensar que esta carta estuviera dirigida solamente a los creyentes de entre los judíos. Siendo esta una época muy temprana del desarrollo del cristianismo, los creyentes estaban reuniéndose todavía en las sinagogas, lo cual hace difícil distinguir taxativamente entre judíos y no judíos. La carta fue escrita para todo aquel que supiera leer, y particularmente a quienes tenían a Jesucristo como su Señor. 

De la misma manera que parece raro aceptar que en una época tan temprana Santiago hubiera asignado divinidad a Jesucristo, también parece raro aceptar el que se haya referido a los cristianos como el nuevo Israel en época tan temprana, sin embargo, esto no es raro para un hombre iluminado que no teme llamarse siervo de su propio medio hermano, a quien le reconoce su divinidad.

  3. Saludos, 1:1c
Saludos es una mejor traducción del griego jairein 5463 que “salud”. El verbo saludar, jairo 5463, como expresión de saludo se encuentra sólo cuatro veces en el NT (las otras tres son en Hech. 15:23; 23:26; 2 Jn. 11). La aparición aquí está íntimamente ligada con la de Hechos 15:23, una carta también escrita por Santiago, o al menos por su amanuense personal (ver Introducción). El uso de esta palabra como saludo es una prueba más de la autoría de Santiago el medio hermano del Señor.

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