Introducción a 1, 2 y 3 Juan
Los tres libros del NT conocidos como 1, 2 y 3 Juan que han llegado a nosotros son tan similares entre sí que mucho de lo que se dice de uno se puede aplicar a los otros. Por tanto, esta introducción tratará esas características que tienen en común los tres libros. El comentario sobre cada uno de ellos también viene precedido por una breve introducción que trata los temas específicos de cada carta.
Importancia de las cartas
Antes de centrarnos en los asuntos históricos, se debe tomar en consideración la cuestión de por qué molestarse en estudiar estos tres libros. Su presencia en el NT, por supuesto, exige la atención de aquellos que creen que la Biblia es la Palabra de Dios. Pero, ¿Cuál es la importancia de estas tres breves cartas que se encuentran hacia la parte final de nuestras Biblias?
¿Quieres conocer a Dios? ¿Te importa la verdad sobre Dios? Conocer de verdad a Dios es el tema general del evangelio de Juan y de sus cartas. En un mundo que ya estaba plagado de religiones y filosofías conflictivas, un mundo muy similar al nuestro en ese aspecto, Jesús dijo: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Jn 17:3, cursiva añadida). Jesús define la vida eterna como el conocer a Dios, porque sólo respondiendo a la revelación que Dios hace de sí mismo a la humanidad, podemos llegar a conocerlo y a disfrutar la vida con él ahora y por toda la eternidad. Este es un tema bastante importante para toda persona en cualquier lugar a lo largo de la historia.
Es más, Jesús afirma que sólo hay un Dios verdadero, el Dios que envió a Jesucristo al mundo. Hay muchas maneras distintas, a veces conflictivas, de ver a Dios en las distintas culturas de hoy en día. Vivimos en unos tiempos espiritualmente confusos, especialmente desde que en las distintas culturas hay una mayor diversidad religiosa. Muchos creen que no importa lo que se crea sobre un poder más alto siempre y cuando creas en ello con sinceridad. Pero, ¿todas las religiones, desde las ideas orientales sobre la reencarnación a la espiritualidad de la “Nueva Era” pasando por las creencias que se enseñan en las sinagogas, las mezquitas y los templos sagrados del mundo, pueden ser verdaderas? Juan escribió estas tres breves cartas en un tiempo espiritualmente confuso en el que había teologías en conflicto sobre Jesucristo, y lo hizo para confirmar a sus lectores que ellos tendrían vida eterna tras la muerte porque conocían de verdad a Dios en Cristo. ¿Qué puede ser más importante que eso?
Autoría y procedencia
La tradición eclesial de los primeros días del cristianismo le ha adscrito la autoría de estas cartas a Juan, del que habitualmente se cree que era el apóstol Juan — uno de los doce elegidos por Jesús, el hijo de Zebedeo, y “el discípulo al que Jesús amaba” del evangelio de Juan. Pero téngase en cuenta que ni el texto del evangelio ni las cartas llevan el nombre de Juan, o cualquier otro nombre. La segunda y tercera de Juan salieron de la pluma de “el anciano,” al que no se ha identificado en ningún momento. Las cartas y el evangelio son anónimos, pero los cristianos que los recibieron originalmente conocían sin duda alguna la identidad de su autor, y es probable que fuera debido al testimonio antiguo de esos creyentes por lo que las cartas se atribuyeron a Juan.
Pero Juan (gr. Ἰωάννης) era un nombre muy común en aquellos tiempos, y ya en los primeros momentos de la historia del cristianismo algunos pusieron en duda que “el anciano” fuera el mismo hombre que escribió 1 Juan y el evangelio de Juan. Los estudiosos modernos del NT han complicado aún más el tema al rechazar en su mayoría que el discípulo amado fuera realmente el apóstol Juan y conjeturando sobre cinco autores/redactores posibles para el evangelio y las cartas.
La adjudicación de la autoría a Juan más antigua procede de Policarpo, obispo de Esmirna (m. 156 d.C.), y de Papías, contemporáneo de Policarpo, cuyos escritos sobrevivieron únicamente como citas en escritos posteriores de Ireneo y Eusebio.
Tanto Policarpo como Papías vivieron en los alrededores de Éfeso en Asia Menor occidental, el lugar al cual se dice que huyó el apóstol Juan cuando los romanos destruyeron el templo de Jerusalén (70 d.C.), llevándose a María, la madre de Jesús con él. Allí supuestamente vivió el resto de su larga vida, en los tiempos del reinado de Trajano, el emperador romano que dirigió el imperio desde 98 a 117 d.C. Ireneo (175–195 d.C.), obispo de Lyon, nació en Asia Menor y de niño conoció personalmente a Policarpo, del cual se dice que había sido elegido obispo de Esmirna por testigos oculares del Señor Jesús. Ireneo dice que Juan, el discípulo del Señor que estaba con Jesús en el aposento alto, escribió el evangelio mientras vivía en Éfeso (Haer. 3.1.2). Aún cuando estas fuentes están sujetas al mismo tipo de escrutinio histórico que otros documentos antiguos, suponen una impresionante cadena testimonial histórica que no tiene ningún otro libro del NT.
El testimonio de Papías es más complicado y ha estado sujeto a mayor debate, porque sus escritos sólo se han conservado dentro de los de Eusebio, cuya interpretación de las palabras de Papías plantearon la posibilidad de que hubiera dos hombres llamados Juan, uno autor del evangelio y otro, Juan el anciano, autor de las cartas y del libro del Apocalipsis (Hist. ecl. 3.39.3–17). Papías menciona a Juan dos veces, una como “discípulo del Señor” y otra como “anciano.” Pero Eusebio pasó por alto el hecho de que incluso cuando Papías se refiere a Pedro y Santiago, al principio no les llama “apóstoles” sino “ancianos,” sugiriendo que los dos títulos no eran mutuamente excluyentes en Papías. Pero incluso desde el siglo iv cuando escribió Eusebio, ha habido un debate en la iglesia sobre la autoría de las tres cartas atribuidas a “Juan” en el NT y sobre quién está enterrado en la “tumba de Juan” en Éfeso.
Aunque el tema de la autoría probablemente nunca se conozca con certeza, el autor de estas cartas claramente está reclamando ser el portador de la enseñanza apostólica de Jesús que se basaba en haber sido testigo presencial del ministerio público, muerte y resurrección de Jesús. La relación entre las tres cartas y de ellas con el evangelio (ver discusión más abajo) indica que el mismo autor escribió las tres cartas, y que fue también el autor del evangelio o un estrecho colaborador. Estas cartas insisten en que este testimonio apostólico impide cualquier reinterpretación de Jesús hecha por aquellos que no estaban comisionados por él y que estaban muy lejos de haberle conocido personalmente.
Situación histórica: ¿Lectura anti-gnóstica o lectura no polémica?
Como con cualquier carta del NT, debemos deducir el contexto histórico de las cartas de Juan y la razón por la cual fueron escritas de las cartas mismas, una tarea interpretativa intrínsecamente subjetiva que asumimos con muy poca información de otro tipo. Es difícil leer cualquier tipo de texto sin hacer suposiciones sobre la situación en la que fue escrito y la época y lugar en que vivió el autor, y cómo relacionar estas referencias en el texto con el “mundo real.” Pero al igual que una muestra de color parece cambiar dependiendo del fondo contra el que se expone, las suposiciones que los lectores aportan a la lectura pueden suponer una gran diferencia a la hora de entender el significado de un texto. Por tanto, es importante comprobar continuamente nuestras suposiciones sobre el contexto histórico de los libros bíblicos. Está claro que algunos desacuerdos perturbaban a las iglesias que estaban bajo la supervisión y la autoridad espiritual del autor, y que él pretendía reafirmar en su congregación la idea de que se salvarían si se adherían a las enseñanzas y creencias sobre Jesús que el autor representaba.
Los temas principales de cuáles son las verdaderas creencias sobre Jesús, cuál es la actitud adecuada hacia el pecado y la relación interpersonal caracterizada por el amor quedan claros, pero el porqué el autor ha escogido tratar estos temas en particular no tanto. Él refuerza su autoridad como portador de la enseñanza apostólica sobre la revelación de Dios en Jesucristo, lo cual implica que la fuente de la verdad sobre Dios en Cristo estaba un tanto en discusión. Pero el autor escribe con la intención de un pastor que se preocupa por su gente y no como un apologista que argumenta directamente en contra de aquellos que se habían ido de la iglesia o iglesias juaninas. Como escribió Brook: “Probablemente sea cierto que el escritor nunca pierde de vista las teorías de sus oponentes en ninguna parte de la epístola. Pero es importante enfatizar el hecho de que, a pesar de eso, el objetivo principal de la epístola no es exclusivamente, o siquiera principalmente, polémico.”
No obstante, la erudición a lo largo de finales del siglo xix y del xx gastaron mucho tiempo y tinta reconstruyendo la naturaleza más específica de las falsas enseñanzas suponiendo que contenían un impulso antinomiano motivado por tendencias (proto-)gnósticas. La suposición gnóstica la desarrolló en el siglo xx Rudolf Bultmann, tras lo cual las tres cartas se leyeron rutinariamente en relación con el error cristológico del Docetismo, que derivó de la aplicación del pensamiento gnóstico al evangelio de Jesucristo, y en contra de la vida licenciosa, que era una conclusión del pensamiento gnóstico aplicado a la vida cristiana. Leyendo a través de esta lente, los verbos de los sentidos en el prólogo de 1 Juan sirvieron para explicar la dimensión física de Jesús como ser humano real, y su venida en carne (1 Jn 4:2; 2 Jn 7).
A finales del siglo xx y principios del xxi ha surgido otra perspectiva que ha venido ganando terreno, la de que estas cartas no deberían leerse como una polémica directa contra el docetismo o su expresión efesia específica: el cerintianismo. La tradición enseña que Cerinto era un contemporáneo de Juan en Éfeso y enseñaba que la naturaleza divina descendió sobre el hombre ordinario que era Jesús en el momento del bautismo y que partió de él en Getsemaní, una teoría que los modernos teólogos denominan adopcionismo. (Ver comentario 1 Jn 2:19.) Ofreciendo varios factores que argumentan contra un supuesto contexto gnóstico, Lieu escribe: “Concediendo que este marco de interpretación tiene la convincente ventaja de permitir, al menos superficialmente, una exégesis coherente de toda la carta, la cuestión que debe plantearse es hasta qué punto es válido y verdadero para el pensamiento y la función de 1 Juan.”
Esta reciente teoría no polémica es un correctivo necesario para los estudios juaninos que con tanta fuerza han dependido de identificar lo que creían los secesionistas y por qué se fueron (1 Jn 2:19), y reenfoca la discusión para que sea más acorde con las propias declaraciones del autor sobre por qué escribió. Su preocupación era intentar que aquellos que estaban bajo su cuidado espiritual permanecieran dentro de los límites de la ortodoxia y no el tratar directamente la herejía (o herejías) que perturbaban a las iglesias; eso hace difícil reconstruir con especificidad los problemas que están siendo tratados. Libera a los intérpretes para que centren su atención en cómo define Juan la ortodoxia, lo cual en realidad implícitamente argumenta en contra no sólo del cerintianismo, el docetismo y el gnosticismo más ampliamente, sino también de muchas herejías a través de los siglos y en nuestro tiempo.
No obstante, queda claro por las cartas de Juan que se estaba argumentando contra algunos serios malentendidos y distorsiones del evangelio. Dado que el contexto probablemente sea Éfeso y por la probable fecha de las cartas, la influencia de las suposiciones filosóficas griegas, quizá combinadas con los malos entendidos respecto a las promesas del evangelio de Juan, habían producido creencias que, quizá inconscientemente, se oponían al evangelio de Jesucristo (o sea, eran creencias “anti-Cristo”).
Relación de las cartas con el evangelio de Juan
Queda claro que aunque el principal propósito de 1 Juan no era polemizar, el cisma dentro de la comunidad fue la razón inmediata de la carta, y los orígenes del cisma tienen que verse en esos elementos del pensamiento de la comunidad de 1 Juan que necesitaban tanto el debate cristológico como moral. Es al trazar las raíces de estos elementos del cuarto evangelio cuando entendemos mejor el problema y el logro de 1 Juan.
A pesar de las diferencias que podemos encontrar debido a que se trata de géneros diferentes, las cartas de Juan y el evangelio de Juan están más próximos en lenguaje, estilo, cosmovisión dualista y teología que cualquier otro libro del NT. Painter observa que las similitudes entre el evangelio y las cartas es más estrecho que entre otros libros del NT que se sabe pertenecen al mismo autor como por ejemplo, Lucas y Hechos o 1 y 2 Tesalonicenses.
Las similitudes obvias plantean la cuestión metodológica de si deberíamos permitir, y usar deliberadamente, el cuarto evangelio para influir en la exégesis de estas cartas. Por ejemplo, ¿debería el referente o sentido de un término en particular de las cartas ser definido según la misma palabra en el evangelio? Aunque las similitudes en su conjunto nos llevan en esa dirección, los propósitos diferentes por los cuales se escribieron el evangelio y las cartas nos debería advertir en contra de hacer una equiparación rápida del sentido en ambas. De hecho, algunos intérpretes sugieren que fue una mala interpretación y un mal uso del evangelio de Juan lo que hizo surgir las falsas enseñanzas en las iglesias juaninas, y que las cartas utilizan los mismos términos del evangelio pero con la intención de corregir la herejía. Esto, por supuesto, supone asumir que el evangelio se escribió primero y ya estaba en circulación, que surgieron los problemas al ser interpretado y utilizado y que las cartas vinieron a continuación.
Thatcher presenta otra opción: que aunque las cartas y el evangelio surgieron de la misma tradición y del mismo momento histórico, la controversia se desarrolló antes de que se escribiese el cuarto evangelio cuando las enseñanzas juaninas sobre Jesús todavía estaban en forma oral. Thatcher propone que las cartas fueron escritas para sofocar la controversia en ausencia de una narración autoritativa de la vida de Jesús en forma escrita. Según el punto de vista de Thatcher la controversia provocó que se escribiera el evangelio de Juan. Aunque esta teoría es interesante y creativa, parece que las cartas se relacionan tan bien con el evangelio en su forma escrita que la tradición oral tendría que haber sido esencialmente idéntica a la del evangelio de Juan.
Relación y fecha de las tres cartas
Se puede plantear una pregunta similar sobre la secuencia y relación de las cartas entre sí. Los temas, estilo y vocabulario son tan similares en 1 y 2 Juan que resulta difícil imaginar que no procedan de la misma mano. Y las similitudes entre 2 Juan y 3 Juan — ambas procedentes de “el anciano,” cuya principal preocupación era cuándo ofrecer la hospitalidad cristiana (3 Juan) y cuándo no (2 Juan) — se unen como las dos caras de la misma moneda. (Ver Introducción a 2 y 3 Juan.) Esta observación ha conducido a los comentaristas a proponer una serie de teorías sobre la secuencia en que fueron escritas estas cartas.
Strecker cree que 1 Juan se originó de forma independiente y posteriormente a 2 y 3 Juan, una teoría mantenida también por Marshall, que estructura su comentario tratando los libros en ese orden. Johnson propone que los tres fueron escritos por la misma persona a la vez y que se presentaron como un paquete.11 Según esa teoría, Demetrio llevó una carta de presentación a Gayo (3 Juan), junto con una carta para ser leída en la iglesia de Gayo (2 Juan) como introducción al sermón que debía impartirse (1 Juan). Painter cree que las tres cartas fueron escritas por el anciano, y probablemente en el orden en que aparecen en el NT, una idea compartida por esta autora. Propongo el escenario de que 1 Juan fue escrita y predicada en la iglesia casera del anciano poco después del cisma. Pero como los secesionistas se habían ido, llevándose con ellos sus falsas enseñanzas a otras iglesias de la zona, Juan envía 1 Juan a otras iglesias con una carta de presentación (2 Juan) “a la señora escogida y a sus hijos.” Por alguna razón, Diótrefes se niega a recibir a los portadores de 2 y 1 Juan, así que el anciano se vuelve hacia su amigo Gayo en busca de apoyo, enviando a Demetrio con una carta de presentación en mano (3 Juan). Aunque es casi imposible estudiar las cartas de Juan sin imaginarse un tipo de situación similar, cualquier escenario debe ser tratado con precaución y no permitir que dicte la exégesis, porque simplemente no sabemos los detalles de las circunstancias que relacionan a estos libros entre sí.
Si asumimos que el evangelio de Juan fue escrito en torno a 85–90 d.C. y que las cartas que surgieron tras el evangelio habían estado en circulación algún tiempo, las cartas probablemente daten de alrededor de 90–95 d.C., haciendo que sean posiblemente los últimos libros del NT en ser escritos. El evangelio de Juan y las tres cartas de Juan parecen haber sido escritas para gente dentro de la misma zona geográfica (probablemente la provincia romana de Asia, que conocemos como el extremo oeste de Turquía). Los cristianos nombrados en 3 Juan se conocían personalmente, lo cual sugiere una red de iglesias de la misma región que tenían un contacto frecuente y rutinario. La razón para que se conservara 3 Juan, como breve nota escrita a una persona, Gayo, es que era una parte importante de la misma historia por la cual se escribieron 1 Juan y 2 Juan. Por tanto, se nos pide que leamos las tres cartas teniendo en cuenta la relación existente entre ellas y con el evangelio de Juan.
El lugar de las cartas de Juan en la cronología histórica del Nuevo Testamento
La exégesis histórico-gramática es el enfoque metodológico utilizado por la mayoría de los estudiosos de la Biblia evangélicos. Eso significa interpretar el texto dentro de su contexto histórico original y prestar mucha atención a las palabras reales, a la sintaxis y estructura del texto en su idioma original. Téngase en cuenta que este no es el modo en que generalmente la iglesia lee la Biblia. La lectura devocional y litúrgica tiende a deshistorizar el texto pasando por alto su escenario histórico y leyendo la Biblia tal como se traduce en los idiomas modernos.
Es cierto que, aunque el lector general a menudo no lo tome en cuenta, los libros del NT no fueron escritos en el orden en que aparecen en el canon del NT. Y así al comienzo del estudio, es útil tener en mente la cronología de la historia del NT en la que fue escrito un libro, y lo que estaba sucediendo en aquel momento que puede ayudar la exégesis del libro. Después, también es útil considerar por qué los libros aparecen en una determinada secuencia en el NT. Seguramente había algún tipo de razón para que los libros fueran colocados en ese orden canónico particular en que los encontramos.
Todos los libros del NT se refieren a sucesos que ocurrieron en el siglo primero de esta era (esto es, 1–100 d.C., según el calendario moderno), como la vida de Jesús, la extensión del evangelio, y los problemas surgidos en las primeras iglesias. Los libros del NT se escribieron en la segunda mitad del ese mismo siglo. El NT en su conjunto se centra en una persona que vivió a principios del siglo primero, Jesús de Nazaret, y la importancia de su vida, muerte y resurrección. Los Evangelios que cuentan esta historia fueron escritos algunas décadas más tarde y se preocupan, primero, de los sucesos recogidos sobre la vida de Jesús pero, en segundo lugar, de lo que estaba sucediendo en las iglesias a las que iban dirigidos cada uno de los evangelios y que conformaron su contenido. Por tanto, es apropiado considerar lo que estaba sucediendo en las iglesias que eran las receptoras originales del evangelio de Juan, muy probablemente el último evangelio que se escribió.
Las cartas del NT son diferentes a aquellos relatos narrativos de la vida de Jesús porque cada una de ellas trata los temas apremiantes del momento y no intentan relatar los sucesos de un periodo de tiempo anterior. Los autores de las cartas están tratando cuestiones, temas y circunstancias reales apremiantes en aquel momento. En consecuencia, nos permiten distinguir tres periodos diferentes del siglo primero y colocar los sucesos y el origen de los libros dentro de cada periodo: (1) El tiempo en que vivió Jesús, durante el cual no se escribieron libros del NT; (2) un periodo de gran expansión del evangelio por todo el Imperio romano (33–60 d.C.); (3) un periodo de unificación doctrinal y eclesial (c. 60–100 d.C.). El evangelio y las cartas de Juan se escribieron en este último periodo, cuando la iglesia en general se enfrentaba a temas enormes, como la persecución de los cristianos por parte del gobierno romano, las herejías que se habían infiltrado en la iglesia (en especial las procedentes de las filosofías griegas) y la crisis de liderazgo en la iglesia, especialmente dado que los apóstoles habían muerto y el Señor no había regresado.
Las cartas de Juan reflejan estos dos últimos temas: la herejía y la crisis de liderazgo. Los falsos maestros habían surgido de las iglesias mismas del anciano, y sus creencias estaban desafiando su liderazgo apostólico. Si el anciano era Juan hijo de Zebedeo, probablemente era anciano y el último apóstol vivo. Como la iglesia estaba al borde de un futuro incierto en medio de una transición hacia un liderazgo en el que ya no había apóstoles, no había tema más importante que dónde encontrar la verdad sobre Jesucristo. El anciano argumenta que el liderazgo cristiano es esencialmente conservador, que conserva y pasa a la siguiente generación la enseñanza de los apóstoles a los que había elegido el Señor mismo. La innovación en las creencias y prácticas cristianas tenía que ir unida a la ortodoxia apostólica. Esto es relevante en toda generación de la iglesia hasta el regreso del Señor.
Canonicidad
En principio, cada uno de los libros del NT quedó dotado de este valor normativo, autoritativo tan pronto como se secó la tinta, en virtud de haber sido escritos por un autor apostólico inspirado por Dios. Pero todavía tardaron algún tiempo en ser colocados en el canon del NT para ser reconocidos como tal, especialmente cuando el texto empezó a circular más allá de los lectores originales y de las iglesias para las que fueron escritos cada uno de ellos. Raymond Brown resume:
Para mediados del siglo ii, las ideas, temas e incluso eslóganes de las epístolas juaninas (o, al menos, de i Juan) se estaban citando en otras obras cristianas. Pero ninguna de las similitudes propuestas es un cita textual, así que sigue siendo muy difícil estar seguros de que alguno de los autores mencionados tuviera el texto de las epístolas juaninas delante.
No obstante, es probable que el texto de 1 Juan estuviera a disposición de Policarpo (69–155 d.C.), que vivió en Esmirna, una ciudad de la región de Éfeso. La Carta a los filipenses de Policarpo (escrita antes de 140 d.C.) en 7:1 contiene un paralelismo claro con 1 Jn 4:2–3 y 2 Jn 7, “Porque todo el que no confiesa que Jesucristo ha venido en la carne, es anticristo,” aunque no lo atribuye a Juan o a sus cartas. Puede que haya otras alusiones menos obvias a las cartas de Juan en textos escritos antes de 175 d.C., pero la constatación más antigua de las tres cartas que ha sobrevivido es de Orígenes (c. 250 d.C.), que escribió que Juan “dejó también una epístola de unas pocas líneas y puede que una segunda y una tercera, pero no todos dicen que estas [la segunda y la tercera] sean genuinas” (citado en Eusebio, Hist. ecl. 6.25.10). La autoría apostólica de 1 Juan aparentemente no se cuestionaba, y Eusebio la enumera dentro de la lista de libros reconocidos (ver Introducción a 2 y 3 Juan para una discusión de la evidencia de Ireneo, que cita 1 y 2 Juan como si fueran un libro, lo cual sugiere que pueden haber circulado juntas). Las tres cartas fueron reconocidas como canónicas por la iglesia del siglo iv y están incluidas en el canon de Atanasio (367 d.c)
Bibliografía selecta
Comentarios
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