lunes, 28 de septiembre de 2015

Saber qué harán los hombres con su libertad no es lo mismo que ordenar lo que deben hacer, contra su libre elección. El conocimiento de Dios no es necesariamente incompatible con el libre albedrío.

RECUERDAEl que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6








Si Dios existe,¿Qué clase de Dios es?

INTERROGANTES ACERCA DE DIOS


La existencia de un Dios personal y moral es el fundamento de todo lo que creen los cristianos. Si no hay un Dios moral no hay un ser moral contra quien pecar; por lo tanto, no se necesita salvación. Más aún, si no hay Dios, sus actos (milagros) no pueden existir, y los relatos acerca de Jesús solo pueden entenderse como ficción o mitos. Por lo tanto, la primera pregunta a tratar en la preevangelización es: «¿Existe Dios?» La segunda está muy relacionada con la anterior: «Si existe, ¿qué clase de Dios es?»

En este estudio contestamos ambas preguntas. 


¿EXISTE DIOS?

ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Tradicionalmente se usan cuatro argumentos básicos para probar la existencia de Dios: 

  • cosmológico, 
  • teleológico, 
  • axiológico y 
  • ontológico; 
vocablos técnicos que definimos así: 

  • argumento a partir de la creación (cosmos significa creación); 
  • argumento a partir del diseño o propósito (telos significa propósito); 
  • argumento a partir de la ley moral (axios significa juicio); y, el 
  • argumento a partir del ser (ontos significa ser).


  Historia del argumento a partir de la creación

  Pablo dijo que todos los hombres conocen acerca de Dios «porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1:19–20). Platón es el primer pensador conocido que desarrolló todo un argumento basado en la causalidad. Aristóteles siguió su línea. Los filósofos musulmanes Al Farabi y Avicenna también recurrieron a este tipo de razonamiento, al igual que el pensador judío Moisés Maimónides. En el pensamiento cristiano, Agustín, Santo Tomás, Anselmo, Descartes, Leibniz, y otros hasta nuestros días, lo hallaron valioso y lo han hecho el argumento más ampliamente conocido de la existencia de Dios.


El argumento a partir de la creación

La idea básica de este argumento es que, así como hay un universo, este debió ser causado por algo más allá de él mismo. Esto se basa en la ley de la causalidad, la cual dice que todo objeto finito es causado por otro diferente a él. Este argumento asume dos formas distintas que trataremos por separado. La primera indica que el universo necesita una causa inicial; la segunda, que necesita otra causa actual para continuar existiendo.


El universo fue causado en el principio

Este argumento afirma que el universo es limitado porque tuvo un principio, y que tal principio fue originado por algo más allá del universo mismo. Esto puede formularse de la siguiente manera:

    1.      El universo tuvo un comienzo.
    2.      Lo que tiene un comienzo debe haber sido causado por otra cosa.
    3.      Por lo tanto, el universo fue causado por otra cosa, y esa causa fue Dios.

Para evitar esa conclusión algunos dicen que el universo es eterno; que nunca tuvo comienzo, que siempre existió y nada más. Carl Sagan señaló: «El cosmos es todo lo que es, fue alguna vez, o será». Pero tenemos dos respuestas a esa objeción. La primera de ellas es que la prueba científica respalda fuertemente la idea de que el universo tuvo un comienzo. El punto de vista que casi siempre sostienen quienes proclaman que el universo es eterno —llamada teoría del «estado constante» conduce a algunos a creer que el universo está produciendo constantemente átomos de hidrógeno a partir de la nada.2 Sería mucho más sencillo creer que Dios creó el universo a partir de la nada.

Además, el consenso de los científicos que estudian el origen del universo es que éste se formó de una manera súbita y cataclísmica, lo que llaman teoría del Big-bang o la Gran Explosión. La prueba principal de que el universo tuvo un comienzo es la segunda ley de la termodinámica, que afirma que el universo se está quedando sin energía utilizable. Es decir, que si está agotándose, no puede ser eterno. «Alguien tuvo que darle cuerda para que se esté acabando». Otra prueba del Big-bang es que todavía podemos encontrar radiación de esa explosión y ver el movimiento que ha causado. 

Robert Jastrow, fundador y director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, dijo: «Debe haber una explicación lógica del explosivo nacimiento de nuestro universo; y si existe, la ciencia no puede hallar cuál es esa explicación. La pesquisa científica del pasado termina en el momento de la creación».

Más allá de la evidencia científica que demuestra que el universo empezó, hay una razón filosófica para creer que el mundo tuvo un punto de partida. Este argumento muestra que el tiempo no puede regresar a la eternidad pasada. Se ve que es imposible pasar por una serie infinita de momentos.

Uno puede imaginarse que pasa por un número infinito de puntos sucesivos en el vacío, moviendo el dedo de un punto a otro, pero el tiempo no tiene dimensiones ni es imaginario. Es real, y cada momento que pasa consume tiempo que no podemos recuperar; es más que pasar el dedo a través de un número interminable de libros en una biblioteca. Uno nunca llega al último libro. Aunque piense que lo ha hecho, siempre puede agregarse uno más, otro y otro … Uno nunca puede terminar una serie infinita de objetos materiales.

Si el pasado es infinito (lo cual es otra manera de decir: «Si el universo siempre hubiera existido sin un comienzo»), nunca habríamos podido pasar por el tiempo para llegar a hoy. Si el pasado es una serie infinita de momentos y justo ahora es donde termina, habríamos pasado por una serie infinita, y eso es imposible. Si el mundo nunca hubiera tenido un principio, no habríamos podido llegar a hoy. Pero llegamos a hoy; de modo que el tiempo debe haber empezado en algún punto particular del pasado y hoy ha llegado a un tiempo definido desde entonces. Por lo tanto, el mundo es un hecho finito, después de todo, y necesita una causa para su comienzo.

  Dos clases de series infinitas

  Hay dos clases de series infinitas: una es abstracta y otra concreta. La serie infinita abstracta es un infinito matemático. Por ejemplo, como cualquier matemático sabe, hay un número infinito de puntos en una línea entre el extremo A y el B, no importa cuán corta o larga sea la línea. Digamos que los puntos son dos sujetalibros separados por un metro. Ahora, como todos sabemos, aunque haya un número infinito de puntos matemáticos abstractos entre los dos sujetalibros, no podemos poner un número infinito de libros entre ellos, ¡no importa cuán delgadas sean las páginas! Tampoco importa cuántos metros de distancia pongamos entre los sujetalibros, pues, de todos modos, no podemos poner un número infinito de libros entre ellos. De manera que si las series infinitas matemáticas abstractas son posibles, no lo son las series infinitas reales.

Ahora que sabemos que el universo necesitó una causa para su comienzo, prosigamos con la segunda forma del argumento, la cual muestra que también necesita una causa para continuar existiendo.


El universo necesita una causa para su existencia continua

Algo nos mantiene existiendo precisamente ahora, en este momento, para que no desaparezcamos sin más ni más. Algo ha causado no solo que el mundo sea (Génesis 1:1) sino que también continúe y conserve su existir en el presente (Colosenses 1:17). El mundo necesita tanto una causa originadora como una causa conservadora. En cierto sentido, es la pregunta más elemental que podemos hacer: «¿Por qué hay algo en vez de nada?» Eso puede plantearse de la siguiente manera:

  1. Las cosas finitas, cambiantes, existen. Por ejemplo, yo. Debo existir para negar que existo; de modo que, de una u otra manera, debo existir realmente.
  2. Cada cosa finita, cambiante, debe ser causada por otra cosa. Si es limitada y cambia, no puede existir independientemente. Si existiera independiente o necesariamente, debería haber existido siempre sin ninguna clase de cambio.
  3. No puede haber un regreso infinito de estas causas. Es decir, uno no puede seguir explicando cómo esta cosa finita causa esta otra, la que a su vez causa otra cosa finita, y continuar con lo mismo. En realidad, eso es posponer indefinidamente la explicación. Eso no explica nada. Además, si hablamos de por qué existen cosas finitas en el presente, no importa cuántas causas finitas pueda uno alinear como explicación puesto que, a su debido momento, habrá una causa que origine su propia existencia, lo que es simultáneamente efecto de esa causa. Eso carece de sentido. Por lo tanto, ningún regreso infinito puede explicar por qué existo hoy.
  4. En consecuencia, debe haber una primera causa incausada de toda cosa finita cambiante que existe. Este argumento muestra por qué debe haber una causa conservadora, presente, del mundo pero no nos dice mucho sobre qué clase de Dios existe. ¿Cómo sabemos que esta causa es realmente el Dios de la Biblia?


DOS ASPECTOS DE LA CREACIÓN



Argumento a partir del propósito (diseño)

Este argumento, como otros que mencionaremos brevemente, razona a partir de un aspecto específico de la creación, para ir luego al Creador que lo puso ahí. Argumenta a partir del diseño al Diseñador inteligente.

    1.      Todo diseño implica un diseñador.
    2.      Hay un gran diseño en el universo.
    3.      Por lo tanto, debe haber un Gran Diseñador del universo.

Conocemos la primera premisa por experiencia. Cada vez que vemos un diseño complejo sabemos, por esa experiencia, que provino de la mente de un diseñador. Los relojes implican relojeros, los edificios suponen arquitectos, las pinturas implican pintores, los mensajes codificados presuponen un emisor inteligente. Siempre tenemos esa expectativa porque la vemos ocurrir una y otra vez. Esta es otra manera de establecer el principio de la causalidad.

Además, mientras mayor el diseño, mayor su diseñador. Los castores construyen represas con troncos pero nunca han hecho una como la de Hoover, en Colorado, E.U.A. De igual manera, si sentamos mil simios ante una máquina de escribir nunca escribirán un Hamlet. No obstante, Shakespeare lo hizo en el primer intento. Mientras más complejo el diseño, mayor la inteligencia requerida para producirlo.

  Historia del argumento a partir del diseño

  «Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien» (Salmo 139:13–14). William Paley (1743–1805), en respuesta al nacimiento de la «Ilustración» y del método científico, insistía que si alguien encontraba un reloj en un campo, concluiría correctamente que hubo un relojero, debido al claro diseño. Lo mismo debía decirse del diseño encontrado en la naturaleza. El escéptico David Hume llegó a aseverar ese argumento en su libro Dialogues Concerning Natural Religion [Diálogos acerca de la religión natural], como hicieron otros pensadores. Sin embargo, hubo tanto oponentes como defensores de esta teoría. El clásico defensor fue William Paley, y el oponente más famoso, David Hume.

Aquí debemos mencionar que hay una diferencia entre los patrones sencillos y el diseño complejo. Los copos de nieve o los cristales de cuarzo tienen patrones sencillos, repetidos una y otra vez, aunque se debe a causas naturales por completo. Por otro lado, no encontraríamos frases escritas en piedras si no existieron seres inteligentes que las escribieran. 

Eso no ocurre de manera natural. La diferencia radica en que los copos de nieve y los cristales de cuarzo tienen un simple patrón repetido. Pero el lenguaje comunica información compleja, no la misma cosa una y otra vez. Esta información compleja acontece cuando se dan condiciones definidas a los elementos naturales. Por lo tanto, un minero no se sorprende cuando ve pequeñas piedras redondas en un arroyo, porque la erosión natural las redondea de esa manera. 

Pero si encuentra una punta de flecha, deduce que un ser inteligente modificó deliberadamente la forma natural de la piedra. Advierte aquí cierta complejidad que las fuerzas naturales no explican. Ahora bien, el diseño del cual hablamos en este argumento es uno complejo y no simples patrones; mientras más complejo sea el diseño, mayor la inteligencia requerida para producirlo.

Aquí es donde entra la siguiente premisa. El diseño que captamos en el universo es complejo. El universo es un intrincado sistema de fuerzas que obran en conjunto para el beneficio integral del todo. La vida es un desarrollo muy complejo. Una sola molécula de ADN, el «ladrillo» elemental de toda vida, lleva la misma información que un tomo de una enciclopedia. Nadie que vea una enciclopedia tirada en un bosque, dudaría en pensar que tuvo una causa inteligente, de modo que cuando encontramos una criatura viva compuesta de millones de células construidas por ADN, debemos presuponer que, de igual manera, tiene una causa inteligente detrás. Aun más claro es el hecho que algunas de estas criaturas vivas son inteligentes también. Hasta Carl Sagan reconoce que:

  «El contenido de información que hay en el cerebro humano, expresado en bits, puede ser comparable con el número total de conexiones entre las neuronas: aproximadamente cien trillones, o sea 100.000.000.000.000, de bits. Si esa información se escribiera, digamos en español, llenaría unos veinte millones de tomos, tantos como hay en las bibliotecas más grandes del mundo. Ese equivalente a veinte millones de libros yace en la cabeza de cada uno de nosotros. El cerebro es un lugar muy grande en un espacio muy pequeño … La neuroquímica del cerebro, asombrosamente activa, es el circuito de una máquina mucho más maravillosa que cualquiera que los seres humanos hayan diseñado».

Algunos objetan este argumento basándose en el azar. Dicen que cuando se lanzan los dados, puede darse cualquier combinación. Sin embargo, esto no es muy convincente por varias razones. Primero, el argumento del diseño no es en verdad un argumento a partir del azar sino, precisamente, del diseño mismo, que sabemos tiene una causa inteligente por nuestras repetidas observaciones. Segundo, la ciencia se basa en la observación repetida, no en el azar; por lo cual esta objeción planteada al argumento del diseño o propósito no es científica. Finalmente, aunque hubiera un argumento aleatorio (probabilístico), las posibilidades indican que es mucho más probable que haya un diseñador. Un científico calculó la probabilidad de que una sola célula animal surgiera por pura casualidad en 1 en 1040000. Las probabilidades de que un ser humano, infinitamente más complejo que una célula, surja al azar son demasiado bajas para calcularlas. La única conclusión razonable es que hay un Gran Diseñador tras el diseño del mundo.


El argumento a partir de la ley moral

Pueden plantearse argumentos similares basados en el orden moral del universo, más que en su orden físico. Estos postulan que la causa del universo debe ser moral, además de poderosa e inteligente.

    1.      Todos los hombres son conscientes de una ley moral objetiva.
    2.      Las leyes morales suponen un Legislador de ellas.
    3.      Por lo tanto, debe haber un supremo Legislador moral de la ley.

Este argumento sigue también el principio de la causalidad en un sentido, pero las leyes morales son diferentes a las naturales que ya examinamos. Las leyes morales no describen lo que es, prescriben lo que debe ser. No son sencillamente una descripción de la manera en que se comportan los hombres, ni se conocen observando lo que ellos hacen. Si lo fueran, nuestro concepto de moralidad sería, por cierto, diferente. Las leyes morales nos dicen, en cambio, lo que los hombres deben hacer, háganlo o no. Así que, todo «deber» moral procede de más allá del universo natural. No se puede explicar con nada de lo que sucede en el universo, ni se puede reducir a lo que hacen los hombres en el universo. Trasciende el orden natural y requiere una causa trascendente.

  Historia del argumento moral

  Este argumento no ganó prominencia sino hasta comienzos del siglo diecinueve, luego que se publicaran los escritos de Emanuel Kant. Este insistía en que no había forma de acceder al conocimiento absoluto de Dios, y rechazaba todos los argumentos tradicionales sobre su existencia. Sin embargo, aprobó el planteamiento moral, no como prueba de la existencia de Dios, sino como forma de mostrar que es un postulado necesario para la vida moral. En otras palabras, no podemos saber que Dios existe, pero debemos actuar como si existiera para que la moral tenga sentido. Pensadores posteriores a Kant, refinaron el argumento para demostrar que hay cierta base racional de la existencia de Dios en la moralidad. También se ha intentado refutar la existencia de Dios basándose en la moral e ideas procedentes de Pierre Bayle y Albert Camus.

Algunos alegarán que esta ley moral no es realmente objetiva; que es solo un juicio subjetivo que procede de los postulados sociales. No obstante, este punto de vista no considera el hecho de que todos los hombres reconozcan las mismas cosas malas (como el asesinato, la violación, el robo, la mentira). Además, la crítica que este criterio plantea se parece mucho a un juicio subjetivo porque dice que nuestros juicios de valor son erróneos. Ahora bien, si no hubiera una ley moral objetiva, entonces no podría haber juicios de valor correctos ni erróneos. 

Si nuestras perspectivas acerca de la moralidad son subjetivas, entonces las de ellos también lo son. Pero si afirman efectuar una declaración objetiva sobre la ley moral, entonces presuponen que hay una ley moral en el acto mismo de tratar de negarlo. Quedan así atrapados en ambos sentidos. Hasta su declaración «nada sino» exige conocer «más que», lo que muestra que se adhieren, secretamente, a alguna norma absoluta que trasciende los juicios subjetivos. Por último, hallamos que aun aquellos que dicen que no hay orden moral, esperan ser tratados con equidad, cortesía y dignidad. Si uno de ellos planteara esta objeción y le replicáramos con un: «¡Cállese! ¿A quién le interesa lo que usted piensa?», comprobaríamos que cree que hay algunos «deberes» morales. Cada uno espera que los otros sigan algún código moral, hasta aquellos que pretenden negarlos. La realidad es que la ley moral es un hecho innegable.

  ¿Igual, diferente o similar?

  ¿Cuánto nos parecemos a Dios? ¿Cuánto puede decirnos un efecto acerca de su causa? Algunos dicen que el efecto debe ser exactamente el mismo que su causa. Las cualidades del efecto, tales como la existencia o la bondad, son las mismas que las de su causa. Si eso fuera cierto, todos deberíamos ser panteístas, porque todos somos Dios, eternos y divinos. Otros, reaccionan diciendo que somos diferentes de Dios totalmente, que no hay similitud entre lo que Él es y lo que somos nosotros. 

Pero eso significaría que no tenemos conocimiento positivo de Dios; solo podríamos decir que Dios es «no esto» y «no aquello», y jamás qué es Él. Lo equilibrado es afirmar que somos similares a Dios: lo mismo, pero en una manera diferente. La existencia, la bondad, el amor, todo eso significa lo mismo para nosotros y para Dios. Nosotros lo tenemos en forma limitada, en cambio Él es ilimitado. De modo que podemos decir qué Dios es, aunque en algunas cosas debamos también decir que no es limitado como nosotros: es «eterno», «inmutable», «incorpóreo», etc.


Argumento a partir del ser

Un cuarto argumento intenta demostrar que Dios debe existir por definición, y señala que cuando accedemos a la noción de qué es Dios, la idea supone necesariamente la existencia. Hay varias formas de este argumento, pero veamos solo la idea de Dios como Ser perfecto.

    1.      Toda la perfección que se pueda atribuir al ser más perfecto posible (concebible) debe atribuírsele a Él (de otro modo, no sería el ser «más perfecto posible»).
    2.      La existencia necesaria es una perfección atribuible al Ser más perfecto.
    3.      Así que, debe atribuirse la existencia necesaria al Ser más perfecto.

  Historia del argumento a partir del ser

  Cuando Dios le reveló su nombre a Moisés, dijo: «YO SOY EL QUE SOY», dejando muy en claro que la existencia (el ser) es su principal atributo (Éxodo 3:14). Anselmo de Canterbury, monje del siglo XI, usó esta idea para formular una prueba de la existencia de Dios a partir de la noción de Dios, sin tener que buscar la evidencia en la creación. Anselmo se refirió a ella como «prueba a partir de la oración», porque pensaba en ella mientras meditaba en la idea de un ser perfecto; de aquí, el nombre del tratado donde se expone esta prueba: el Monologium, que significa orar en un solo sentido, En el Proslogium, otra de sus obras, Anselmo dialoga con Dios sobre la naturaleza, y también desarrolla un argumento a partir de la creación. Este argumento, en filosofía moderna, se encuentra en las obras de Descartes, Spinoza, Leibniz y Hartshorne.

Par responder la primera cuestión, la existencia necesaria significa que algo existe y no puede no existir. Cuando decimos esto de Dios, significa que para Él es imposible no existir. Esta es la clase más perfecta de existencia porque no puede dejar de ser.
Este argumento logra demostrar que nuestra idea de Dios debe incluir la existencia necesaria, pero no comprueba que Dios exista de modo real. Demuestra que debemos pensar en Dios como existente necesariamente; pero no prueba que exista necesariamente. Este es un error que ha confundido a mucha gente, por el que uno no debe sentirse mal. El problema es que solo habla de la manera en que pensamos acerca de Dios, y no existe o no, en realidad. Debería reformularse de esta manera:

    1.      Si Dios existe, lo concebimos como un Ser necesario.
    2.      Por definición, un ser necesario debe existir sin poder no existir.
    3.      Por lo tanto, si Dios existe, debe existir sin poder no existir.

Es como decir: Si hay triángulos, deben tener tres lados. Por supuesto, puede que no haya triángulos. El argumento jamás supera ese «si» inicial. Nunca llega a probar la gran cuestión que afirma responder. La única manera de hacer que ese argumento pruebe que Dios existe es introducir subrepticiamente el argumento a partir de la creación, lo cual puede ser útil porque demuestra que si hay Dios, existe en forma necesaria. Eso hace diferente esta noción de Dios en cuanto a otras maneras de concebirlo, como veremos más adelante.

  Todos los caminos conducen a una causa

  Hemos visto que todos los argumentos tradicionales se apoyan, en última instancia, en la idea de la causalidad. El argumento a partir del ser necesita la confirmación de que algo existe y que en ese algo se encuentra la perfección y el ser. El argumento a partir del diseño presupone que el diseño fue causado. Igualmente, la moralidad, la justicia y la verdad, son propios de argumentos que creemos tuvieron una causa como recurso básico que demuestra la existencia de Dios, pues, como dijera un estudiante, es el argumento «causamológico».

Ahora la pregunta del millón: Si todos estos argumentos tienen alguna validez pero se apoyan en el principio de causalidad, ¿cuál es la mejor manera de probar que Dios existe? Si responde: «El argumento a partir de la creación», está en la pista correcta. Pero, ¿y si combinamos estos argumentos en un todo uniforme que pruebe qué clase de ser es Dios, y asimismo su existencia? A esto nos dedicaremos en las siguientes páginas.


¿QUÉ CLASE DE DIOS EXISTE?

Si queremos demostrar que Dios existe y que es el Dios de la Biblia, debemos comprobar que todas las cosas planteadas por los argumentos mencionados son verdaderas. Cada una contribuye algo a nuestro conocimiento de Dio, y en conjunto forman un cuadro que solo puede corresponder al único y verdadero Dios.


DIOS ES PODEROSO

El argumento a partir de la creación prueba no solo que Dios existe sino que tiene poder. Solamente un Dios con increíble poder puede crear y sostener todo el universo. Su energía tiene que ser mayor que toda la que haya tenido a su disposición la creación completa, pues Él no solo causó todas las cosas sino que las mantiene juntas y existentes, e incluso sostiene su propia existencia. Eso es más poder de lo que podemos imaginar.


DIOS ES INTELIGENTE

Hasta Carl Sagan reconoce que el diseño del universo es muchísimo más que lo que el ser humano puede concebir. El argumento a partir del diseño nos demuestra que aquello que causó al universo no solo tuvo gran poder sino además gran inteligencia. Dios conoce las cosas inclusive las que no podemos entender. Esto abre la posibilidad de que Dios sepa todas las demás cosas, no obstante nos ocuparemos de eso más adelante. Por ahora baste decir que Dios, al menos, sabe todo lo que hay que saber acerca de la manera en que pensamos, porque diseñó nuestros cerebros.


DIOS ES MORAL

La existencia de la ley moral en la mente de un Legislador tal nos demuestra que Dios es un Ser moral. Él no está por encima de la moralidad (como algunos reyes piensan que lo están), ni por debajo de ella (como una roca). Dios es moral por naturaleza. Esto significa que parte de lo que sabe es la diferencia entre lo bueno y lo malo. Pero avancemos un paso más: No solo es moral; Él es bueno. Sabemos que la gente también fue parte de su creación, y que ella mantiene el reflejo de Su imagen. Que las personas siempre esperen un trato mejor que las cosas así lo demuestra. Aun el que niega el valor de la gente, espera que valoremos su opinión como persona. Pero aquello que crea cosas buenas debe ser bueno en sí mismo (una causa no puede causar lo que no es). Así pues, Dios no es solo moral sino que es bueno.


DIOS ES NECESARIO

El argumento a partir de la idea del ser necesario puede no probar que Dios existe, pero ciertamente nos dice mucho acerca de Él en cuanto sabemos que existe (por el argumento a partir de la creación). Dijimos que la existencia necesaria significa que Él no puede no existir —de modo que no tuvo comienzo ni fin. Pero también significa que Él no puede «llegar a ser» en otra forma. Él debe ser necesariamente como es. No puede devenir en algo nuevo. Eso elimina todo cambio de su ser. Él es inmutable. Sin cambio. El tiempo no puede, porque es solo una manera de medir el cambio, por tanto Él es eterno. Es más, dado que el ser necesario no puede no ser, Él no puede tener límites. Un límite significa «no ser» en algún sentido, y eso es imposible, porque Él es infinito. Además, no puede limitarse a categorías como «aquí y ahora» porque al ser ilimitado debe estar en todas las partes en todos los tiempos, por lo tanto, es omnipresente. Todos estos atributos se entienden cuando comprendemos que Él es necesario.

  El cambio puede ser en esencia, como transformar un perro en caballo; o accidental, como transformar una morena en rubia. Los cambios esenciales modifican aquello que define a una cosa; los accidentales cambian solo los detalles pequeños. Dios no cambia su esencia porque eso significaría no existir (recuerde: Su esencia es existir). Él no puede cambiar ningún detalle suyo porque todo lo que es está envuelto en su existencia. Por lo tanto, es inmutable.

Pero esa necesidad también nos dice algo sobre sus atributos. Debido a ella, Él puede tener solo aquello que tiene necesariamente. Eso significa, como hemos visto, eterno, inmutable e infinito. Así que, aun cuando el argumento a partir de la creación nos dice que Él tiene poder, el argumento a partir del ser muestra que es poder perfecto e ilimitado. El argumento a partir del diseño nos dice que es inteligente, pero su necesidad nos informa que su conocimiento es eterno, inmutable e infinito. El orden moral sugiere que Él es bueno, pero la perfección de su ser quiere decir que debe ser todo bueno en forma perfecta e ilimitada. Todo lo que Dios es debe serlo de acuerdo a su naturaleza; así que su poder, conocimiento y bondad son tan perfectos como su ser.


DIOS ES ÚNICO

Hemos dicho que Dios es todopoderoso, omnisciente, todo bueno, infinito, increado, inmutable, eterno y omnipresente. Pero, ¿cuántos seres como ése puede haber? Él es una clase de «único» por definición. Si hubiera dos seres ilimitados, ¿cómo distinguirlos? Si no tienen límites que definan dónde termina uno ni dónde empieza el otro —de igual manera—, ninguno podría «empezar» o «terminar». Solo puede haber un ser infinito y no otro.


DIOS ES SEÑOR SOBRE LA CREACIÓN

El argumento a partir de la creación hace más que probar que Dios existe; también demuestra que es el Creador. No hay manera de distinguir dos criaturas infinitas, pero Dios es distinto al mundo finito que ha hecho. Todo el argumento a partir de la creación fundamenta que el universo no puede explicar su propia existencia — que no es Dios. Ese mismo punto puede alegarse si consideramos a un individuo. Existo, pero no tengo manera de responder por mi propia existencia. Queda dolorosamente claro que mi ser no es necesario —puedo dejar de existir en cualquier momento, y el mundo sigue adelante sin mí. Puedo encontrarle sentido a mi existencia solo si reconozco un ser infinito, una causa necesaria para mi vida: Aquel que me da el ser. Él tiene control sobre la creación en cuanto es todopoderoso y omnisciente Creador. Dios no solo existe, sino también su creación.


DIOS ES YAHVÉ

¿Es este el Dios de la Biblia? Dios le dijo su nombre a Moisés en la zarza ardiente: «YO SOY EL QUE SOY» (Éxodo 3:14). Eso significa que la característica principal del Dios de la Biblia es la existencia. Su naturaleza misma es existir. Cualquiera puede decir: «Yo soy lo que soy», pero solamente Dios puede decir: «YO SOY EL QUE SOY». Él es el «YO SOY». La Biblia también lo llama eterno (Colosenses 1:17; Hebreos 1:2), inmutable (Malaquías 3:6; Hebreos 6:18), infinito (1 Reyes 8:27; Isaías 66:1), todo bondad (Salmos 86:5; Lucas 18:19), y todopoderoso (Hebreos 1:3; Mateo 19:26). Puesto que todo es lo mismo, en todos los aspectos, y no puede haber dos seres infinitos, este Dios que nos señala el argumento es el Dios de la Biblia.


ALGUNAS OBJECIONES

SI TODO NECESITA UNA CAUSA, ENTONCES ¿QUÉ CAUSÓ A DIOS?

Esta pregunta se plantea muy a menudo. El problema es que la gente no escucha bien lo que decimos. No dijimos que todo necesita una causa; indicamos que todo lo que tiene un principio necesita una causa. Solo los entes finitos necesitan una causa. Dios no tuvo comienzo; Él es infinito y necesario. Dios es la causa incausada de todas las cosas finitas. Si Él necesitara una causa, empezaríamos con una regresión infinita de causas que nunca respondería la pregunta. Tal como son las cosas, no podemos preguntar: «¿Quién causó a Dios?» porque Dios es la primera causa. No se puede ir más allá de lo primero.


SI DIOS CREÓ TODAS LAS COSAS, ¿CÓMO SE CREÓ A SÍ MISMO?

Nuevamente, solo los seres finitos necesitan causas. Los seres necesarios no. Nunca dijimos que Dios es un ser autocausado pues eso es imposible. Sin embargo, podemos hacer de esta objeción un argumento en pro de Dios. Solo hay tres clases posibles de seres: autocausados, causados por otro e incausados. ¿Cuáles somos nosotros? Imposible que seamos autocausados respecto a la existencia; no podemos traernos a la existencia a nosotros mismos. Ser incausado significa que somos seres infinitos, eternos, necesarios, y no somos eso; de modo que debemos ser causados por otro. Y si somos causados por otro, ¿qué clase de ser es ese? Repito, imposible que sea autocausado, pues si lo fuera, supondría otro que lo cause, lo cual conduce a una regresión infinita; así que Él debe ser incausado.


LAS DECLARACIONES ACERCA DE LA EXISTENCIA NO SON NECESARIAS

Algunos críticos han intentado una prueba ontológica contraria a Dios, diciendo que no podemos hablar de Él en términos de verdades necesarias. Sin embargo, esa misma afirmación demuestra ser necesaria en cuanto a Dios, al decir que tales declaraciones no pueden hacerse. Ahora bien, es una declaración necesariamente verdadera o no lo es. Si lo es, el acto mismo de afirmarse prueba que es falsa, pues dice que tales declaraciones son imposibles. Si no es necesariamente verdadera, son posibles algunas declaraciones necesarias y la objeción se esfuma. Seamos justos: si pueden hacer declaraciones negativas sobre la existencia (Dios no existe), ¿por qué no podemos hacerlas positivas?


LA LEY MORAL ES ARBITRARIA O TRASCIENDE A DIOS

Bertrand Russell preguntaba de dónde derivó Dios la ley moral. Él afirmaba que esa ley, o trasciende a Dios, y que éste está sujeto a ella (y por ende, no es el bien definitivo), o es una selección arbitraria de códigos que se originaron en la voluntad de Dios. De modo que Dios o no es definitivo o es arbitrario; y en todo caso es indigno de ser adorado. Russell no logra agotar las posibilidades, por lo que podemos esquivar las derivaciones de este dilema. Nuestro punto de vista es que la ley moral se arraiga en la bondadosa y amante naturaleza de Dios. Esto no es algo que trasciende a Dios, sino que es inherente a Él. Es imposible que Dios desee algo que no concuerde con su naturaleza. Dios es bueno y no puede querer arbitrariamente el mal. Así que no hay dilema.


¿PUEDE DIOS HACER UNA MONTAÑA TAN GRANDE QUE NO PUEDA MOVERLA?

Este es otro cuestionamiento carente de significado. Pregunta: «¿Hay algo que sea más que el infinito?» Imposible, lógicamente, que algo sobrepase al infinito, ya que este no tiene fin. Lo mismo se aplica a preguntas como: «¿Puede Dios hacer un círculo cuadrado?» Es como si preguntara: «¿Cómo huele el azul?» Esto es un error categórico —los colores no huelen ni los círculos pueden ser cuadrados. Son imposibilidades lógicas que se contradicen a sí mismas cuando tratamos de pensar en ellas. La omnipotencia de Dios no significa que pueda hacer lo que es imposible, sino que tiene poder para hacer todo lo que es realmente posible, aunque sea imposible para nosotros. Puede controlar cualquier montaña que haga, poniéndola donde quiera y desintegrarla si lo desea. No se puede pedir más poder que ese.


SI DIOS NO TIENE LIMITES, DEBE SER: BUENO Y MALO, EXISTENTE Y NO EXISTENTE, FUERTE Y DÉBIL

Cuando decimos que Dios es ilimitado, queremos decir que es ilimitado en sus perfecciones. Ahora bien, el mal no es una perfección, sino una imperfección. Lo mismo es cierto en cuanto a la no existencia, la debilidad, la ignorancia, la finitud, la temporalidad, u otra característica que suponga limitación o imperfección. Podríamos decir que Dios es «limitado» respecto a que no puede acceder a limitaciones como tiempo, espacio, debilidad, mal; al menos no como Dios. Solo está «limitado» por su ilimitada perfección.


SI DIOS ES UN SER NECESARIO, TAMBIÉN LO ES EL MUNDO

Esto supone que un ser necesario debe hacer todo lo que haga necesariamente, pero nuestra definición era que Él debe ser todo lo que Él es. Todo eso que es en la naturaleza de Dios, es necesario, pero todo lo que Él hace lo extiende más allá de su naturaleza y lo hace por su libre albedrío. Uno ni siquiera puede decir que Él necesitara crear. Su amor puede haberle dado el deseo de crear, pero no exigió que lo hiciera. Él debe ser como es, aunque puede hacer lo que le plazca en la medida que no contradiga su naturaleza.


SI DIOS ES ETERNO, ¿CUÁNDO CREÓ AL MUNDO?

Esto plantea una cuestión confusa. Como seres finitos, podemos imaginar un momento antes del comienzo del tiempo, aunque en realidad no hubo tal cosa. Dios no creó al mundo en el tiempo; Él es responsable de la creación del tiempo. No hubo tiempo «antes» del tiempo. Solo hubo eternidad. La palabra «cuando» supone que hubo tiempo antes del tiempo. Es como preguntar: «¿Dónde estaba el hombre que saltó del puente?» ¿En el puente? Eso era antes de que saltara. ¿En el aire? Eso fue después que saltó. En esta pregunta, «cuando» supone que hay un punto concreto para una acción procesal. Saltar es el proceso que va del puente al aire. La pregunta respecto a la creación trata de introducir a Dios en el tiempo en vez de ponerlo en el inicio. Podemos hablar de la creación del tiempo pero no en el tiempo.


SI DIOS SABE TODO, Y SU CONOCIMIENTO NO PUEDE CAMBIAR, TODO ESTÁ PREDETERMINADO Y NO HAY LIBRE ALBEDRÍO

Saber qué harán los hombres con su libertad no es lo mismo que ordenar lo que deben hacer, contra su libre elección. El conocimiento de Dios no es necesariamente incompatible con el libre albedrío. No es difícil decir que Dios creó a los hombres con libre albedrío de modo que pudieran devolverle su amor, aunque Él sabe que algunos no lo decidirían así. Dios es responsable del hecho de la libertad, pero los hombres son responsables por sus actos de libertad. Dios puede aun persuadir a los hombres a que tomen ciertas decisiones, pero no hay razón para suponer que coercione una decisión que destruya la libertad. Él obra de manera persuasiva, no coercitivamente.


DIOS NO ES MÁS QUE UNA MULETA SICOLÓGICA, UN DESEO, UN REFLEJO DE LO QUE ESPERAMOS SEA CIERTO

Esta clase de argumento comete un grave error: ¿Cómo saben los hombres que Dios «no es más que» un reflejo, si no tienen un conocimiento superior? Para tener la seguridad de que el límite de la realidad es la conciencia del hombre y que nada hay más allá de ella, uno debe superar los linderos de esa conciencia. Pero si uno puede hacerlo, es que no hay límites. Esta objeción dice que nada existe fuera de nuestras mentes, pero para decir eso uno debe pasar los límites de su propia mente. Si la objeción fuera cierta, debería ser falsa. Se anula a sí misma.

Fue un ascenso prolongado, pero tenemos un firme argumento de que Dios —y no solo un Dios— existe. En este punto nos sentimos tentados a cruzarnos de brazos y sentarnos como si no hubiera otras preguntas que se pudieran formular. Sin embargo, apenas establecimos que este Dios existe; no hemos demostrado que sea cierto todo lo que la Biblia dice que Él hizo o dijo. Además, no hicimos mucho por distinguir esta definición de Dios de cualquier otro concepto de Él. 

DESCARGAR

domingo, 27 de septiembre de 2015

Yo les enviaré profetas, sabios y maestros, pero a algunos de ellos ustedes los matarán o los clavarán en una cruz, a otros los golpearán en las sinagogas, y a otros los perseguirán por todas las ciudades

RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

    COMO AYER EL CLERO Y ALGUNAS DENOMINACIONES SE UNEN AL PODER POLÍTICO










El cristianismo se hace un imperio
El imperio cristiano


Abarca un periodo Desde el Edicto de Milán (313) hasta la deposición del último emperador romano de Occidente (476).*
Con la «conversión» del emperador Constantino, las cosas cambiaron radicalmente. La iglesia perseguida se volvió la iglesia tolerada, y pronto vino a ser la religión oficial del Imperio Romano. Como consecuencia de ello la iglesia, que hasta entonces estuvo formada principalmente por personas de las clases más pobres de la sociedad, se abrió campo entre la aristocracia.
La «conversión» de Constantino fue un proceso lento, paralelo a la ruta que llevó a Constantino al poder absoluto sobre todo el Imperio. Poco a poco, Constantino fue venciendo a sus rivales y extendiendo su poderío. Aunque apoyaba a los cristianos, no se bautizó sino en el lecho de muerte, y nunca renunció al título de Sumo Sacerdote del paganismo, que como emperador le correspondía.
Aunque al morir Constantino el cristianismo no era todavía la religión oficial del imperio (no lo sería sino hacia fines de ese siglo IV), la política de Constantino y sus sucesores hizo gran impacto en la vida religiosa del Imperio Romano.* La iglesia, antes perseguida, gozó de un prestigio y hasta de un poderío siempre crecientes. En consecuencia, fueron muchos los que se añadieron a ella, especialmente entre la aristocracia que hasta poco antes había visto la fe cristiana como cosa de gente ignorante y despreciada.
La conversión de Constantino también impactó el culto cristiano.* Al fundar la ciudad de Constantinopla, en el sitio donde estaba la antigua Bizancio, la dotó de iglesias. Y lo mismo hicieron en Palestina y otros lugares tanto él como su madre y luego sus sucesores. El resultado fue un culto cada vez más formal en el que se imitaban algunos de los usos de la corte. Y comenzó a aparecer además una arquitectura típicamente cristiana, cuya forma típica es la «basílica».
El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy diversas maneras.
Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva situación, que se les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante el gobierno y la sociedad.
Aunque es de suponerse que tal fue la actitud más frecuente entre el común de los cristianos, el principal exponente de esta postura es Eusebio de Cesarea.* Eusebio había vivido a través de las persecuciones, y por tanto la nueva actitud por parte del gobierno le parecía un milagro. Su obra más famosa, la Historia eclesiástica, da la impresión de que desde el principio Dios estaba preparando el camino para esta gran unión entre la iglesia y el Imperio.
Otros huyeron al desierto o a otros lugares apartados y se dedicaron a la vida monástica.*
Aunque los orígenes del monaquismo se remontan a tiempos antes de Constantino, las nuevas condiciones impulsaron a muchos a seguir el ideal monástico. Ahora que ya no era posible el cristianismo heroico de los mártires, muchos optaron por el cristianismo heroico de los ascetas—es decir, quienes se dedicaban a una vida de renunciación y contemplación.
Los lugares favoritos de los primeros monjes eran el desierto de Egipto y otros lugares semejantes. En Egipto vivieron Pablo y Antonio, dos ermitaños a quienes distintos autores antiguos conceden el honor de haber fundado el monaquismo.
Aunque al principio los monjes vivían solos (la palabra «monje» quiere decir «solitario») pronto comenzaron a agruparse para compartir recursos y enseñanzas. Por fin surgió un nuevo tipo de monaquismo. Este nuevo monaquismo se caracterizaba por la vida en comunidades (lo que ahora llamamos «monasterios»), y recibe el nombre de «cenobita». Se dice que su fundador fue Pacomio. Y, aunque haya habido otras comunidades antes de las pacomianas, lo cierto es que Pacomio fue el gran organizador del monaquismo cenobítico en Egipto.
El monaquismo se extendió rápidamente por toda la iglesia, y contó entre sus principales propulsores a personajes tales como Jerónimo y Basilio el Grande.
Algunos sencillamente rompieron con la iglesia mayoritaria, insistiendo en que ellos eran la verdadera iglesia.*
Esto sucedió especialmente en el norte de Africa, en Numidia, Mauritania, y los alrededores de Cartago. La razón teológica que se le dio al cisma fue la restauración de los caídos, y sobre todo el debate sobre si los ministros caídos tenían todavía potestad de celebrar sus funciones ministeriales. Pero en realidad el cisma tenía también raíces raciales y sociales, pues la población de la región estaba socialmente estratificada, y el cisma siguió una estratificación semejante.
Puesto que uno de los principales jefes del grupo cismático se llamaba Donato, a los cismáticos se les dio el nombre de donatistas.
El bando más radical de los donatistas era el de los «circunceliones», que andaban escondidos en las zonas más remotas y hacían uso de las armas para defender su causa. Aunque las autoridades imperiales trataron de suprimirlos mediante las armas, los circunceliones continuaron existiendo por lo menos hasta las conquistas árabes del siglo VII.
Tampoco faltó la reacción de los paganos, que deseaban volver a la vieja religión y su antigua relación con el estado.*
A Constantino le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constancio y Constante. A la muerte del último de ellos, Constancio, le sucedió su primo hermano Juliano, a quien se conoce como «el Apóstata» (aunque en verdad nunca parece haber sido cristiano).
Juliano trató de restaurar la vieja gloria del paganismo. Aunque no persiguió a los cristianos, les quitó todos los privilegios que sus predecesores les habían dado, y se dedicó también a ridiculizar el cristianismo. Al mismo tiempo, trató de reorganizar el paganismo siguiendo el modelo de la iglesia cristiana. Pero su gestión no tuvo gran éxito, y a su muerte sus reformas fueron abandonadas.
Los más destacados líderes del cristianismo adoptaron una postura intermedia: siguieron viviendo en las ciudades y participando de la vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico. Fue así que, librada de la constante amenaza de persecución, la iglesia produjo algunos de sus mejores maestros — razón por la cual se puede llamar a este período «la era de los gigantes». Fue una época en que se escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de espiritualidad y la primera historia de la iglesia.
Atanasio de Alejandría fue el gran defensor de las decisiones del Concilio de Nicea (ver más abajo).* Por ello chocó con las autoridades imperiales que trataban de deshacer lo hecho en el Concilio de Nicea (año 325), y las vicisitudes políticas de la época le obligaron a repetidos exilios. Posiblemente su mayor contribución estuvo en lograr un entendimiento entre los que sostenían la fórmula de Nicea («homousios», de la misma substancia) y quienes preferían otra fórmula («homoiusios», de semejante substancia) para rechazar el arrianismo que había sido condenado en Nicea.
Esta obra fue continuada por los «grandes capadocios»—título que se les da generalmente a Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo.* La hermana mayor de dos de ellos, Macrina, no siempre ha sido recordada por los historiadores. Pero jugó un papel importante en la vida de sus hermanos y, a través de ellos, del resto de la iglesia. Basilio el Grande, hermano de Macrina, fue obispo de Cesarea. Escribió un importante tratado sobre el Espíritu Santo. Su hermano menor, Gregorio de Nisa, fue sobre todo un místico. El amigo de ambos, Gregorio de Nacianzo, fue un famoso orador. Una de sus obras más importantes es Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad. Trabajando en conjunto, los capadocios continuaron la labor de Atanasio, clarificando la doctrina de la Trinidad hasta que ésta fue proclamada definitivamente por el Concilio de Constantinopla (año 381).
Ambrosio de Milán fue un alto funcionario del Imperio hasta que fue inesperadamente electo como obispo de Milán.* Chocó repetidamente con la emperatriz Justina, quien defendía el arrianismo, y luego con el poderosísimo emperador Teodosio, cuya crueldad reprendió. Su predicación fue instrumento para la conversión de Agustín.
Juan Crisóstomo («boca de oro») fue uno de los más famosos predicadores de todos los tiempos.* Oriundo de Antioquía, llegó a ser Patriarca de Constantinopla, donde atacó las injusticias de los poderosos. Por ello murió en el destierro.
Jerónimo fue un hombre de alta cultura clásica, quien se refugió como monástico en Palestina.* Su principal contribución fue la traducción de la Biblia al latín de la época. Esa traducción, conocida como la Vulgata, fue la Biblia que empleó el Occidente latino durante toda la Edad Media.
Por último, Agustín de Hipona se crió en el norte de Africa.* Su madre, Mónica, hizo todo lo posible porque aceptara el cristianismo. Pero Agustín se hizo maniqueo (doctrina dualista parecida al gnosticismo), y luego neoplatónico. Por fin se convirtió en Milán, donde enseñaba retórica. Regresó al Africa, para vivir como monje, pero poco tiempo después fue hecho obispo de Hipona.
Como obispo, Agustín escribió contra el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo. Este último era una doctrina que subrayaba la iniciativa humana en la salvación. Frente al donatismo, Agustín desarrolló su doctrina de la iglesia. Y frente al pelagianismo, su doctrina de la gracia y la predestinación. Además, cuando algunos paganos empezaron a decir que Roma había caído en poder de los godos (año 410) por haberse hecho cristiana, Agustín refutó esa posición en su extensa obra La ciudad de Dios. Sus Confesiones, en las que declara cómo Dios le guió hasta hacerle cristiano, han llegado a ser una de las obras más leídas e influyentes.
Cuando Agustín murió, en el año 430, los vándalos tenían sitiada la ciudad de Hipona —señal de que la vieja civilización se derrumbaba, y una nueva era comenzaba a despuntar.
Pero esta época también produjo fuertes controversias teológicas —sobre todo la que giró alrededor del arrianismo y la doctrina trinitaria.*
Ya hemos hecho referencia a controversias alrededor de doctrinas tales como el donatismo y el pelagianismo. Pero ninguna controversia fue tan aguda como la que giró alrededor del arrianismo. Esta comenzó en Alejandría, pero pronto involucró a toda la iglesia.
Arrio era un presbítero de Alejandría que sostenía que el Verbo que se encarnó en Jesús, aunque existía antes que todo el resto de la creación, no era Dios mismo, sino que era la primera de todas las criaturas.
En respuesta a la controversia, Constantino convocó a un concilio de todos los obispos. Este concilio se reunió en Nicea en el año 325, y se le llama también «Primer Concilio Ecuménico». Allí el arrianismo fue condenado, y se promulgó un credo que, con algunas variaciones, es lo que hoy llamamos el «Credo Niceno».
Pero la controversia no terminó. Muchos no quedaron contentos con las decisiones de Nicea, que parecían decir que el Hijo es lo mismo que el Padre. Además, las vicisitudes políticas le añadieron fuego a la controversia.
Fue en esas circunstancias que teólogos tales como Atanasio y los Capadocios trabajaron en busca de fórmulas y explicaciones que sirvieran para refutar el arrianismo.
Por fin, en el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), el arrianismo fue definitivamente condenado y se confirmó la doctrina trinitaria. (Pero ya el arrianismo se había extendido a algunos de los vecinos pueblos «bárbaros», y por ello más adelante, cuando estos pueblos invadieran el Imperio, el arrianismo cobraría nuevas fuerzas.)
Terminó este período con las invasiones de los «bárbaros», pueblos germánicos que invadieron el Imperio Romano y se asentaron en sus territorios. En el año 410, los godos tomaron y saquearon la misma Roma. Y en el 476 el último emperador (Rómulo Augústulo) fue depuesto.*
Aunque esto le puso fin al Imperio Romano de Occidente, en el Oriente el imperio continuó existiendo por mil años más. Pero aun en el Occidente, el ideal del imperio cristiano no desapareció. Repetidamente veremos en el curso de esta historia cómo se intentó restaurar el Imperio Romano y —lo que es mucho más importante— cómo la iglesia y el estado continuaron colaborando hasta tiempos muy recientes de un modo semejante a como lo hicieron en tiempos de Constantino y sus sucesores.

* HC 1:125–232

HP 1:253–318 1:305–367 2:11–56

W 112–190
* HC 1:129–144

W 112–114
* HC 1:41–144
* HC 1:145–150
* HC 1:151–162

W 136–138
* HC 1:163–167
* HC 1:179–183
* HC 1:185–192

HP 1:279–288

W 117–125
* HC 1:193–202

HP 1:289–309

W125–127
* HC 1:203–208

W 140–141
* HC 1:209–214

W 141–142
* HC1:215–220

W 173–175
* HC 1:221–229
HPC
2:11–56

W 175–188
* HC 1:169–177

HP 1:253–278

W 114–128
* HC 1:231–232

W 129–133
DESCARGAR

sábado, 26 de septiembre de 2015

La iglesia cristiana nació en un mundo ya envejecido. Dentro del imperio Romano la Iglesia cristiana pasó los primeros cinco siglos de su existencia.

RECUERDAEl que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6







Entorno de la Iglesia Primitiva
EL MUNDO DE LA IGLESIA PRIMITIVA
La iglesia cristiana nació en un mundo ya envejecido. Grandes imperios habían surgido y luego desaparecido. Las glorias de Egipto, Sumeria, Babilonia, Asiria, Persia, y Grecia eran cosas del pasado. Ahora Roma, el más grande de los imperios, regía el mundo civilizado. Fue casi exclusivamente dentro de ese imperio que la iglesia cristiana pasó los primeros cinco siglos de su existencia. Antes de comenzar el estudio de la historia de la iglesia, es importante considerar brevemente las características principales del mundo en el cual se desarrolló. Para ello debemos tener en cuenta el Imperio Romano, el trasfondo judío de la iglesia, la influencia del pensamiento griego, y las distintas religiones que el cristianismo halló en su derredor.
El Imperio Romano
La iglesia cristiana nació dentro del Imperio Romano. Esta grande y poderosa comunidad de naciones se extendía desde lo que hoy es Irán hasta Inglaterra, y desde el Sahara hasta el noroeste de Alemania. El mar Mediterráneo no bañaba, como hoy, las costas de muchas naciones; más bien constituía una gran vía de comunicación interna que unía las distintas provincias del imperio que lo rodeaba por todos lados. Cientos de tribus vivían dentro de las fronteras de Roma, y había naciones bajo su férula cuya historia databa de mucho antes de su fundación. El centro del imperio era Roma, donde todo el poder estaba en manos del emperador.
1. Desarrollo
Cuando nació Jesús, Roma ya tenía unos 750 años. Fundada como una pequeña aldea a orillas del río Tíber en Italia occidental, creció hasta hacerse un pueblo, luego una ciudad, y por fin un estado. A través de guerras y tratados con los estados vecinos siguió el proceso de expansión. En 265 A.C., quinientos años después de su fundación, Roma era ya dueña de toda la península itálica. Luego se extendió hacia el oeste a través del mar. En menos de cien años había conquistado las islas de Sicilia, Córcega, y Cerdeña, el poderoso estado de Cartago en el norte de África, y mucho de España. De allí se volvió hacia el este y el norte. Conquistó todas las tierras sobre el Mediterráneo, toda la Galia hacia el norte, y parte de la Alemania de nuestros días. Fue así que Palestina vino a quedar bajo el control del imperio en el año 63 A.C., y se transformó en una provincia del mismo en el A.D. 6.
2. Gobierno
Hasta el año 27 A.C. todos los territorios de Roma eran administrados por una forma de gobierno central conocida como república. Dentro de la misma el senado romano era muy poderoso y ninguna persona por sí sola controlaba el gobierno. Sin embargo en el año 27 A.C., luego de un número de desastrosas guerras civiles que duraron más de cien años, se le dio el poder absoluto a Gayo Octavio, sobrino de Julio César (conquistador de la Galia y uno de los más grandes romanos). A Octavio se le conoce en la historia como César Augusto, el primero y más grande de los emperadores. Con él terminó la república y comenzó el imperio; reinó desde el año 27 A.C. hasta el A.D. 14. Este es el César que aparece en Lucas 2:1 cuando se dice: «Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado». Con la excepción de algunas luchas en las fronteras del imperio, el reino de paz iniciado por César Augusto duró más de doscientos años. Fue durante estos dos siglos que la iglesia, resultado de la vida y obra de nuestro Señor, llegó a ser un testigo del evangelio a través de todo el imperio.
3. Fronteras

Los límites del imperio eran claros. Al oeste tenía el Atlántico. Desde los Alpes al mar del Norte, el río Rin separaba la Galia de la Alemania no conquistada. En el sudoeste de Alemania, no muy lejos del nacimiento del Rin, el río Danubio corría hacia el este para desembocar en el mar Negro. Este río protegía el imperio de las tribus de los bárbaros del norte. En el este la frontera la constituía el imperio persa. Por el sur, debajo de la larga y fértil franja a lo largo de la costa del África del norte, el desierto de Sahara limitaba el imperio. Con la excepción de unas pocas variaciones, especialmente en el este (como consecuencia de las guerras con Persia), estos límites se mantuvieron por más de cuatro siglos.
4. Pax romana
En este vasto imperio la pax romana (paz romana) hizo posible el comercio y los viajes en forma fácil y segura. Era posible viajar de un lado a otro del imperio por tierra, mar, y ríos. También se promovió el desarrollo de la cultura en todos sus aspectos, llegándose a grandes logros en el campo de las letras, la arquitectura, y la escultura. El estudio de las leyes se desarrolló notablemente. En cuanto a la economía se alcanzó un mayor grado de prosperidad a través del imperio. Por dondequiera el ejército romano era un símbolo del poder romano, de la ley romana, y de la paz romana. Y lo que era importante es que había una lengua común, el griego, por medio del cual se podían entender a través de la mayor parte del imperio. Una lectura cuidadosa del libro de los Hechos nos revelará muchas de las características del Imperio Romano mencionadas en esta sección.
El trasfondo judío
La iglesia cristiana tiene sus raíces en la historia y la religión de Israel. «La salvación viene de los judíos», dijo Jesús (Juan 4:22). Jesús no vino para abrogar sino para cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17). Aquellos que pertenecen a Cristo son linaje de Abraham, herederos de acuerdo con la promesa (Gálatas 3:29). Así como la Palestina era parte del Imperio Romano, la iglesia está relacionada, y muy profundamente, con Israel, el pueblo de Palestina. La iglesia primitiva era totalmente judía, su Salvador era judío, y todo el Nuevo Testamento fue escrito, probablemente, por judíos. Es útil, por lo tanto, hacer una breve reseña de la historia de Israel.
1. Desde David hasta Alejandro
El reino de Israel fue prácticamente establecido por David, el hijo de Isaí, alrededor del año 1000 A.C. David reinó hasta más o menos el año 960 A.C. David imprimió tal carácter al reino y a su función real que llegó a ser un símbolo de las esperanzas mesiánicas de Israel. Después de la muerte de su hijo Salomón, alrededor del año 930 A.C., el reino que David había establecido se dividió en dos. El reino del norte, llamado Israel, fue atacado y sus moradores llevados cautivos a Asiria en el año 721 A.C. Israel nunca fue restaurado. El reino del sur, Judá, que había permanecido leal a la casa de David, tuvo una historia más larga. Sin embargo en 586 A.C. también fue llevado al exilio en Babilonia. En 539 A.C., Ciro, rey de Persia, conquistó Babilonia. Ciro permitió que aquellos que desearan volver a Jerusalén lo hicieran. Al año siguiente varios miles volvieron a su tierra nativa. Estos luego reconstruyeron el templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había destruido.
Después de estos, otros grupos volvieron a Palestina. Uno de sus líderes fue Esdras, un sacerdote que amaba profundamente la ley de Moisés. Tenía un gran deseo de que la observancia de la Tora, la ley de Israel, llegara otra vez a formar parte vital de la religión judía. Los fariseos, a quienes encontramos a menudo en los evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, emergieron de este movimiento tendiente a restaurar la ley que Esdras había comenzado.
Entre los años 334 y 323 A.C., Alejandro, el joven rey macedonio, conquistó todas las tierras al este de Grecia hasta la India y hasta Egipto al sur. Cuando murió en 323 A.C., sus generales dividieron entre ellos el imperio que Alejandro había creado. Ptolomeo fue entonces el regidor de Egipto. Dentro de la zona que él gobernaba estaba Palestina, que permaneció bajo la autoridad de sus descendientes hasta 198 A.C. En ese mismo año, los descendientes de otro de los generales, Seleucio, obtuvo el control de Palestina. Los seléucidas gobernaron Siria, gran parte del Asia Menor, y toda Persia. Este cambio en los gobernantes de Palestina tuvo muy grandes consecuencias para el pueblo judío.
2. Los macabeos
Los reyes tolemaicos habían permitido a los judíos practicar libremente su religión. Por más de 250 años después de su regreso del exilio, los judíos habían observado la ley mosaica, tal como Esdras la había enseñado. Ahora sus nuevos señores los estaban presionando para que abandonaran su antigua religión y siguieran las costumbres griegas. El líder de este movimiento era Antíoco el Cuarto, el rey seléucida de Siria. Ascendió al trono en 175 A.C. Cuando los judíos resistieron su política, se produjeron toda clase de revueltas y masacres y la religión judía fue prohibida, especialmente la circuncisión. La ofensa más grande fue la quema en público de la Tora.
La rebelión contra los seléucidas se desató entonces con furia (163 A.C.) bajo el liderato de un anciano sacerdote llamado Matatías y sus cuatro hijos. De estos, Judas era el principal líder. Se los conoce como los macabeos, es decir, «hombres que luchan violentamente». En el año 141 A.C. los judíos ganaron la victoria total sobre sus enemigos seléucidas, y por primera vez desde 586 A.C. Israel volvió a ser una nación independiente. Pero esto duró solo ochenta años. En 63 A.C. la guerra civil en Palestina les dio a los romanos la ocasión para establecer allí su autoridad. A través de los sesenta años siguientes Israel fue un estado semindependiente, siendo sus gobernantes nombrados por Roma. En 37 A.C. Herodes (conocido como Herodes el Grande, durante cuyo reinado nació Jesús) se transformó en rey con la aprobación de Roma. Después de su muerte, el reino fue dividido entre sus hijos. Arquelao recibió a Judea, Samaria, e Idumea; Herodes Antipas se hizo cargo de Galilea y Perea; y Felipe del área noreste de Galilea. En el año 6 A.D. Arquelao fue depuesto y enviado al destierro a causa de sus malas prácticas. Su región se transformó en una provincia romana gobernada por procuradores romanos. Del 26 al 36 A.D. el procurador de Judea fue un romano llamado Poncio Pilato.
Para concluir debemos decir algo sobre el desarrollo de la sinagoga, el sanedrín, los fariseos, y los saduceos, y sobre la dispersión judía en el mundo antiguo.
3. La sinagoga y el sanedrín
Antes del exilio judío en el año 586 A.C., el centro de adoración de los judíos era el templo en Jerusalén. Después del exilio, el centro religioso vino a ser la sinagoga, la cual había existido en cada comunidad local de judíos aun desde antes del exilio. Pero en Babilonia los judíos, privados del templo, usaron la sinagoga para orar, leer las Escrituras, y enseñar mucho más de lo que habían hecho en su tierra. Fue confirmada aun más por Esdras y sus sucesores como un medio de enseñar la ley. El libro de Hechos indica que donde había judíos en el imperio allí también había una sinagoga. En cada ciudad que visitaba, Pablo comenzaba a testificar de Cristo dentro de la sinagoga. El líder o presidente de la asamblea era llamado el gobernador o principal de la sinagoga. Era asistido por un lector de las Escrituras, un conductor de la oración congregacional, y un oficial que custodiaba las Escrituras y presidía en ausencia del presidente.
El cuerpo gobernante de los judíos en Palestina era el sanedrín. Literalmente la palabra «sanedrín» significa «sentarse juntos». Si bien el sanedrín estaba bajo la autoridad romana, de hecho gobernaba la provincia en asuntos civiles y religiosos. Los judíos fuera de Palestina reconocían su autoridad en asuntos meramente religiosos. El sanedrín estaba compuesto en su mayoría de saduceos y fariseos bajo la autoridad del sumo sacerdote.
4. Fariseos y saduceos
Los fariseos y los saduceos fueron los dirigentes judíos a partir de la época de los macabeos. Los saduceos venían de familias sacerdotales y eran estudiantes y expositores de la ley; favorecían las costumbres antiguas y se oponían a los cambios. Sin embargo, respaldaban los esfuerzos de los últimos macabeos en introducir ideas griegas en la vida de los judíos. En la esfera religiosa se les conoce mayormente por rechazar la doctrina de la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus. También creían que el alma perecía con el cuerpo. Para ellos, pues, no existía la vida futura.
Los fariseos eran lo opuesto de los saduceos en casi todo. No pertenecían a la clase sacerdotal pero eran también maestros de la ley, si bien creían que la ley era susceptible de nuevas interpretaciones. Los fariseos eran ardientes nacionalistas y por lo tanto se oponían a influencias extranjeras, ya fuesen griegas o romanas. Creían en la resurrección y en la vida futura con recompensas y castigos. Estaban mayormente interesados en la observancia exterior de la ley, y en ello las actitudes espirituales tenían poco que ver. Fue precisamente este aspecto de su religión lo que los puso en conflicto con Jesús. Los saduceos tenían doctrinas erróneas; los fariseos tenían doctrinas correctas, pero sus vidas contradecían sus enseñanzas. Por consiguiente, Jesús podía decir: «En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos, así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen» (Mateo 23:2, 3).
Los saduceos fueron perdiendo su influencia y gradualmente desaparecieron después de la caída de Jerusalén en el año A.D. 70. Los fariseos siguieron por más tiempo, pero luego también desaparecieron de la escena al ser destruido el estado judío.
5. La dispersión
Hasta ahora nuestra reseña del judaísmo se ha limitado a Palestina. Es importante notar, sin embargo, que había muchos más judíos fuera que dentro de Palestina. La deportación de prisioneros de guerra, pero especialmente los intereses comerciales, diseminaron a los judíos por todas direcciones fuera de Palestina. Se estima que durante el tiempo del primer Imperio Romano había dos millones y medio de judíos en Palestina y un millón en Egipto, lo mismo en Asia Menor y en Mesopotamia, respectivamente. Además alrededor de cien mil judíos habitaban en Italia y en África del norte. Colonias más reducidas se encontraban desparramadas a través del imperio. Las referencias en el Nuevo Testamento a los judíos dispersos son impresionantes: Juan 7:35, Hechos 2:5–11 y otras muchas a través de este libro, Santiago 1:1, 1 Pedro 1:1. Parte inseparable de la dispersión era la sinagoga. Estos dos factores juntos establecieron una base natural fuera de Palestina para la proclamación del evangelio en otras tierras.
El centro más importante de la dispersión fue Alejandría, en Egipto, donde los judíos ocupaban barrios enteros. Allí el Antiguo Testamento fue traducido al griego en el año 250 A.C., poniéndolo así al alcance del mundo griego. Esta traducción fue conocida como la Septuaginta (versión de los Setenta). Allí también la vida intelectual judía halló su más grande exponente en el filósofo judío Filón —entre los años 20 A.C. Y A.D. 42, de quien hablaremos en la próxima sección.
El pensamiento griego
Dentro del imperio la influencia espiritual más importante no vino de los romanos sino de los griegos. El poder y la ley romanos controlaban la vida militar, política, social, y económica del imperio; pero el pensamiento griego controlaba las mentes de los hombres.
1. Primeros filósofos griegos
Alrededor del año 600 A.C. los filósofos griegos meditaron profundamente acerca de la naturaleza del mundo y el significado de la vida. El primero de los filósofos fue Tales, que vivió en la ciudad de Mileto en la costa sudoeste del Asia Menor. El creía que todo lo que existía de una u otra manera había surgido del agua. Anaximandro, un discípulo de Tales, enseñó que no el agua sino la ilimitada atmósfera era el origen de todas las cosas. La filosofía de Heráclito, quien vivió alrededor del 500 A.C. en Éfeso (también en Asia Menor), era más compleja. El elemento básico del universo, decía, es el fuego. De él proceden todas las cosas, y a él vuelven todas las cosas. Del fuego sale el aire; del aire, el agua; del agua, la tierra. Luego la tierra vuelve al agua; el agua al aire, el aire al fuego, y así sigue el ciclo interminablemente. Las combinaciones que son posibles por medio de estos cambios producen la gran variedad de cosas que se hallan en el mundo. Pero ninguna permanece. No hay nada constante en la vida, nada que permanezca. La vida es como un río que corre; nadie puede bañarse en la misma agua dos voces. En realidad, Heráclito hizo del río un símbolo de su filosofía, la cual resumió con las palabras «todas las cosas fluyen». No obstante, este mundo siempre cambiante está controlado por una mente, una razón que él llamó el logos. Esta palabra debe ser cuidadosamente notada, pues ella tuvo un papel muy importante en el pensamiento teológico de la iglesia primitiva.
Tales, Anaximandro, y Heráclito vivieron todos en el Asia Menor, la cual había sido colonizada por los griegos. Una colonia similar griega al sur de Italia también produjo filósofos. Una de sus figuras más destacadas fue Parménides. Contemporáneo de Heráclito, Parménides enseñó lo opuesto del filósofo efesio. Él creía que no había ningún cambio en absoluto. Hay una sola cosa que existe; lo que es. Todo el cambio que experimentamos y observamos es solo apariencia. La variedad, la belleza, la tristeza, y el gozo de la vida son apariencias que existen únicamente en nuestras mentes.
Por extraños que pudieran parecer estos puntos de vista, presentaban un problema fundamental con el cual todo pensamiento serio sobre la vida ha de enfrentarse. Provocaban un interrogante: ¿Cómo se relacionan entre sí la permanencia y el cambio, la realidad y la apariencia, la eternidad y el tiempo? ¿Cómo se relaciona el hombre maduro con el niño del cual ha emergido? El cambio ha transformado al niño en un hombre, pero la permanencia ha mantenido a la persona igual. ¿Cómo ha de entenderse esto?
2. Sócrates y Platón
Con Sócrates, quien vivió en Atenas alrededor de 450 A.C., se produjo un cambio en el pensamiento griego. Sócrates estaba más interesado en la calidad de los hombres que en la naturaleza del mundo. Sostenía que solo podemos conocer una cosa con certeza: el hombre mismo. Podemos saber lo que debemos ser y cuál es el propósito de la vida. Saber esto es poseer el verdadero conocimiento. Este conocimiento puede obtenerse por medio de una educación adecuada; el hombre tiene el poder de hacerse a sí mismo moralmente bueno. Esto constituye una filosofía humanista.
Aparecen luego en Grecia dos de los más distinguidos filósofos de todos los tiempos: Platón (ca. 425–345 A.C.), discípulo de Sócrates, y Aristóteles (ca. 385–320 A.C.), discípulo de Platón. El centro del pensamiento filosófico para este entonces se había desplazado desde las colonias hacía la madre patria, específicamente hacia Atenas. Cuando Roma no era aún la dueña total de Italia, cuando Palestina estaba todavía bajo el control persa, Atenas era ya el brillante centro cultural del mundo.
Platón unió en su filosofía la preocupación de los primeros pensadores en comprender el mundo en su totalidad, y la preocupación de Sócrates de comprender al hombre. Junto con Parménides, Platón creía que el mundo real no era el mundo que podía ser visto y palpado: montañas, árboles, cielo, ríos, campos, hombres. El mundo real era el mundo invisible, el mundo de las ideas. Por «ideas» Platón no quería decir «pensamientos u opiniones», o lo que nosotros queremos significar por «ideas». Él quería decir realidades espirituales que existen en un mundo invisible. En ese mundo están las «ideas» de cosas materiales como árboles, montañas, agua, sillas… y de las cualidades espirituales como coraje, amor, verdad, bondad y, no menos importante, el alma. Estas ideas existen en el mundo invisible en el orden en que unas sirven a otras. En la cima de la pirámide está la idea del bien.
Pero existe también otro mundo, el mundo de la materia. En su estado original la materia no tiene forma ni aspecto. Es una masa desordenada, sin armonía, sin forma, un caos. Sin embargo, nosotros nunca vemos esa masa de esa manera. Las ideas le imprimen su carácter de orden y sentido. Es esta unión de las ideas perfectas con la materia desordenada lo que vemos y experimentamos en el mundo que nos rodea. La materia es la fuente de todo mal: del dolor, la desilusión, la imperfección, el sufrimiento, y la muerte. Todo el mundo de la naturaleza y del hombre surge de la extraña unión de ideas y materia. Este es el mundo cambiante que tan profundamente había impresionado a Heráclito. Todo lo que está en el mundo es una pobre copia de las ideas eternas, verdaderas, e inamovibles que se manifiestan a través de su unión con la materia. Todo lo que es hermoso, moral, adecuado, y lleno de propósito en estas copias viene de las ideas. Todo lo que es malo o doloroso en estas copias se deriva de la materia. Ambos mundos son igualmente eternos; ninguno de los dos puede vencer al otro. El hombre es una unión de espíritu y materia. Cuando la muerte llega, el alma se alegra pues puede así retornar a su estado puro como idea sin el peso de la materia. Es por esa razón que los filósofos de Atenas escucharon tranquilamente a Pablo cuando él les predicaba el evangelio hasta que habló de la resurrección: «Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez» (Hechos 17:32).
Al estudiar la historia de la iglesia primitiva, es preciso comprender este punto de vista griego en cuanto a la relación entre la idea y la materia, el bien y el mal, el alma y el cuerpo. Si esto no se capta, es casi imposible comprender adecuadamente los cuatro primeros siglos de la historia de la iglesia. Las dos mayores herejías, el gnosticismo y el arianismo, amenazaron peligrosamente la verdad del evangelio, la primera antes, y la segunda después del A.D. 300. Ambas surgieron de un malentendido de lo que es el hombre y el mundo al estilo de Sócrates y Platón. Solamente un enfoque espiritual de Dios, del hombre, del mundo, y de su relación entre sí, salvó a la iglesia de transformarse en testigo de un falso evangelio.
3. Estoicismo
Dejamos ahora las enseñanzas de Aristóteles y otros para notar brevemente las principales del estoicismo. Esta era la filosofía dominante en el Imperio Romano en el tiempo de Cristo y de la iglesia primitiva.
El nombre estoicismo se deriva de la palabra griega stoa que significa «galería», «pórtico». Era el nombre que se daba a un corredor o arcada pública cerca del mercado en Atenas, donde los hombres se reunían para discutir diferentes asuntos. Fue aquí que Zenón, un nativo de Chipre, enseñó filosofía alrededor del año 300 A.C. A su filosofía se le llamó «estoicismo» por causa del lugar donde la enseñaba. Sus enseñanzas, y la de sus sucesores, daban más importancia, como las de Sócrates, a la conducta humana que a la naturaleza del universo. Él y sus sucesores enseñaron que solamente existe la materia. No hay tal cosa como el espíritu solo. Mente y cuerpo son materiales. Aun Dios es material; el universo es su cuerpo y él es su alma. El estoicismo, por consiguiente, es una especie de panteísmo, es decir, todo es Dios. El hombre está relacionado con Él como una gota de agua se relaciona con el océano, o como una chispa con el fuego que la provoca. Dios, como alma del mundo, gobierna todas las cosas; ama a los hombres y desea todo lo bueno.
Por cuanto el hombre está relacionado con Dios, debería ir hacia donde la razón divina, llamada logos, le guía. La verdadera sabiduría consiste en descubrir el camino de Dios para los hombres. La persona verdaderamente humana no resiste la guía de Dios; se rinde a ella, no importa cuán penoso le resulte, pues Dios le ama. La virtud es una y es indivisible. Las cuatro cualidades más sobresalientes del carácter son la sabiduría, el coraje, la moderación, y la justicia. Si uno carece de una de estas cualidades, carece de todas; si realmente tiene una, las tiene todas. Ser libre y feliz significa conocerse a si mismo, conocer la voluntad de Dios para uno, y vivir de acuerdo con ese conocimiento.
El estoicismo era tanto una religión como una filosofía. Por su carácter filosófico era aceptado solamente por la gente culta. Las masas no podían razonar de la manera que el estoicismo lo requería. Entre el elemento de hombres educados algunas de las mentes más preclaras del imperio seguían estas enseñanzas. Uno de estos fue Marco Aurelio, emperador desde el A.D. 160 al 180. Había mucho en el estoicismo que los cristianos podían usar y lo usaban, pero solo atraía a los más preparados. Sin embargo, aun estos carecían de poder como para hacer lo que el amor y la justicia requerían. Una de las más crueles persecuciones del imperio contra la iglesia se llevó a cabo durante el reinado de Marco Aurelio. El mundo, por lo tanto, continuó esperando una religión que no solo enseñara lo que era justo sino que también proporcionara el poder para hacerlo.
4. Filón
Un filósofo a quien debemos considerar es el pensador judío Filón. Este nació alrededor del año 20 A.C. Y murió poco después del año A.D. 40. Pasó su vida en Alejandría, el centro de la dispersión judía. En algunos aspectos Filón era más griego que judío. Se entregó a la filosofía de una manera poco común en un judío, hablaba y escribía el griego mejor que el hebreo, pero al mismo tiempo era, y permaneció siempre, un judío verdadero. Consideraba que la más alta autoridad divina se encontraba no en la filosofía sino en el Antiguo Testamento, especialmente el Pentateuco. Sostenía que cualquiera cosa que fuera cierta en la filosofía de los griegos ya había sido expresada antes en las Escrituras. El creía que de alguna forma los griegos habían obtenido sus ideas principales del Antiguo Testamento.
Filón trató de combinar las escrituras del Antiguo Testamento con la filosofía griega, lo que le trajo un problema con respecto a la doctrina de la creación. Según la enseñanza bíblica Dios creó el mundo de la materia, pero los filósofos griegos no podían aceptar esto pues sostenían que Dios no puede tener contacto con la materia, que es el origen de todo mal. Por lo tanto, Filón, como los griegos, colocó un mediador entre Dios y el mundo. Este mediador se halla en el Logos. El es el más grande de los poderes de que Dios está rodeado. En él vio Filón un poder divino menor que Dios, que estaba entre Dios y el mundo. A través de él Dios había creado todas las cosas. Más tarde, este pensamiento jugó un papel importante en el esfuerzo de los pensadores cristianos para explicar la relación de Cristo con Dios.
Religión en el imperio
Sin duda que los distintos puntos de vista filosóficos satisfacían muchas mentes educadas. Sin embargo, las masas populares no eran instruidas. ¿Cómo podrían ellas encontrar comunión y paz con Dios? Esto solo lo podían obtener por medio de la religión. Aun entre las clases más privilegiadas había un sentimiento de que la filosofía no proporcionaba la verdadera respuesta a la necesidad espiritual del hombre. Muchas religiones existieron en el imperio que trataron de llenar ese vacío. Se podían clasificar aproximadamente en tres clases.
1. Religiones de la naturaleza
Estas religiones atribuían poderes sobrenaturales a las montañas, a los lagos, los ríos, los árboles, el sol y la luna, a ciertos animales, y hombres. Honraban las fuerzas de la naturaleza y creían en el poder de amuletos y sortilegios. Aparte de esto creían en los antepasados, en espíritus buenos y malos, en dioses que controlaban el destino de los hombres. Cada religión en este grupo tenía sus propios mitos y rituales y una clase especial de hombres llamados sacerdotes que podían recitar los mitos y celebrar las ceremonias rituales. Este tipo de religión basado en la naturaleza era siempre una religión de grupo. El elemento personal estaba en gran parte ausente. En una sociedad sencilla de agricultores o pescadores tal religión podría parecer adecuada, pero para los hombres que vivían en un mundo cambiante, en desarrollo, no lo era. Ellos precisaban una religión donde lo sobrenatural fuera más personal, una religión en la cual pudieran experimentar el efecto de lo sobrenatural en sus vidas llenas de problemas. Esta necesidad parecía satisfacerse en las religiones de misterio.
2. Religiones de misterio
La gran atracción de estas religiones residía en la oportunidad de poder comunicarse con la divinidad. Esta comunicación podía obtenerse por medio de ciertos actos ceremoniales. El primero era el bautismo, ya sea por medio de agua o por la sangre de un animal. Esto les lavaba de su contaminación y suciedad haciendo posible el contacto con ese dios. Al bautismo seguía una comida sagrada con la cual se experimentaba la comunión con el dios en cuestión. La comida sagrada llevaba a un esclarecimiento o conocimiento. El nuevo creyente conocía al dios dentro de cuya comunión había sido bautizado. Por medio de este conocimiento, el creyente también se dedicaba a sí mismo al servicio del dios, y además podía vivir en paz y morir confortado por la reconciliación con ese dios. Los seguidores de esta religión no podían revelar los secretos del bautismo, de la comida de comunión, y del esclarecimiento. Por esta razón es que se llamaba una religión de misterio.
Este tipo de religión tenía una larga historia en el oriente: en India, Persia, Babilonia, y Egipto, y estaba en su apogeo en el imperio cuando comenzó a diseminarse el cristianismo. Por un tiempo el mitraísmo, una religión de misterio, compitió con el cristianismo y tuvo muchos adeptos en el ejército romano.
3. Religión del estado
La religión del estado tenía fuertes connotaciones políticas. Su elemento principal era el sacrificio ofrecido al emperador. Originalmente los sacrificios se habían hecho a los dioses del estado. En los primeros años del imperio se hicieron sacrificios a los emperadores muertos. Más tarde se comenzó a adorar a los emperadores que ejercían el poder, por medio de sacrificios. El emperador era considerado como el dios que proporcionaba orden y prosperidad en el estado; en cierto sentido se le tenía por la encarnación del imperio. Por lo tanto la religión del estado estaba considerada como el lazo que unía a la gran diversidad de pueblos y tribus a través de todo el imperio. Cualquier religión que reconociera al emperador dios y no interviniera con el buen orden del imperio, era aceptada como una religión legítima. La religión del estado, sin embargo, era una religión sin calor, sin comunión, sin unión con lo divino y, especialmente, era una religión sin salvación.
DESCARGAR

https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html