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viernes, 20 de marzo de 2015

No temas, gusano de Jacob: Yo te he puesto por trillo para moler montes

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la conde nación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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                      No temas, gusano de Jacob

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel.
(Isaías 41:14–16)


Antes de ascender a los cielos, el Señor Jesucristo encargó a un pequeño grupo de hombres sin recursos humanos la tarea de hacer discípulos en todas las naciones debajo del cielo; y les prometió que estaría con los Suyos en el cumplimiento de esa encomienda, hasta el fin del mundo. ¿Con qué contaban estos hombres para llevar a cabo semejante empresa? Con lo mismo que nosotros contamos hoy: la promesa de la presencia de Cristo por medio de Su Espíritu.
Esa ha sido la Historia del pueblo de Dios: un puñado de hombres y mujeres débiles, llevando a cabo una gran encomienda, y con un solo recurso a la mano: la promesa de ayuda y asistencia del Dios Todopoderoso. Y nunca han sido más efectivos los hijos de Dios a lo largo de los siglos que cuando han recordado cuán débiles son, y con qué recursos cuentan para llevar a cabo la tarea que se les ha encomendado. Ese es el tema que quiero considerar en esta ocasión, a la luz de Isaías 41:14–16. Pero, antes, vamos a ubicar el texto en su contexto…
El capítulo 40 de Isaías inicia una nueva sección en el libro, cuya nota dominante es la consolación de Dios a Su pueblo, anunciándole de antemano que serían librados del cautiverio babilónico que iban a padecer unos años más tarde: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados” (Isaías 40:1–2). En los versículos siguientes se exalta el poder y la grandeza de Dios, que Él mostrará en favor de Su pueblo para llevar a cabo semejante liberación.
Luego, en el capítulo 41 y en el contexto de todo lo que Él hará a favor de Su pueblo, Dios reta a los ídolos de las naciones vecinas a que muestren de alguna manera que realmente son dioses:

  Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos (vv. 21–23).

En otras palabras: “Manifestad de alguna manera vuestro poder para que podamos maravillarnos en ello; o dad algún aviso de lo que ha de suceder en el futuro, para que sepamos que sois genuinamente divinos”. Dios está denunciando a través de Su profeta la insensatez de la idolatría: “He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió” (v. 24). Pero al mismo tiempo está llevando a Su pueblo a fortalecerse en la fe.
Israel era una nación pequeña, rodeada de naciones poderosas y crueles que podían aplastarla en cualquier momento. De hecho, el mismo Dios había anunciado que serían llevados en cautiverio por causa de su pecado. Pero, en medio de ese panorama tan sombrío, viene este anuncio tan esperanzador: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor”. Esa nación pequeña y vapuleada se levantaría de nuevo, porque el mismo Dios que había traído juicio sobre ella, traería también liberación en el momento preciso.
Hay tres aspectos en nuestro texto a los que quiero llamar la atención; y el primero de ellos es la descripción que hace Dios de Su pueblo.


LA DESCRIPCIÓN QUE HACE DIOS DE SU PUEBLO

Él está tratando de alentarlos y darles valor, pero no solo los describe como gusanos, sino que para colmo les recuerda que son pocos: “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel”. En cierta ocasión estaba leyendo las Escrituras cuando, no sé de dónde, cayó sobre una de sus páginas un pequeño gusanito; y solo fue necesario un ligero movimiento de mis dedos para deshacerme de él. ¡Cuán indefensos son los gusanos! ¡Cuán débiles! Y, sin embargo, esa es la figura que usa Dios aquí para describir a Su pueblo.
Israel llegó a su punto más bajo durante el cautiverio babilónico, y algunos de sus más feroces enemigos estaban alcanzando entonces su punto más alto, tanto en poderío militar como económico. Seguramente muchos judíos veían su nación como un pequeño gusano en medio de animales feroces y depredadores. Pero en vez de corregir esta percepción y subirles la autoestima, Dios les hace ver que su percepción es correcta: se sienten como un pequeño y débil gusano, porque eso es precisamente lo que son; y esta descripción se aplica a nosotros también: separados del poder de Dios, somos seres débiles e indefensos.
Pensemos en nuestra vida física, por ejemplo: el más fuerte de los hombres sufre una embolia y repentinamente se convierte en un vegetal. La picadura de una araña o el ataque de un virus microscópico pueden ser suficientes para llevarnos a la tumba. El hombre en su soberbia se siente fuerte e invencible, sobre todo si goza generalmente de buena salud. Pero nada puede evitar que lleguen los años del achaque y, a final de cuentas, todos nosotros nos apagaremos como una vela. “¿Qué es vuestra vida? —pregunta Santiago—. Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Cada segundo nuestra vida pende de un hilo delgado, y lo único que evita que ese hilo se rompa es el poder y la misericordia de Dios. Somos como “la hierba que […] en la mañana florece y crece; [y] a la tarde es cortada, y se seca” (Salmo 90:5–6). Estamos sujetos al dolor y a la enfermedad, a los achaques del cuerpo, a la debilidad y al cansancio físico.
Y lo mismo podemos decir de nuestra vida emocional. ¿Acaso no es cierto que nuestras emociones suelen ser sorprendentemente fluctuantes? En un momento podemos estar rebosantes de alegría porque alguien nos ha expresado su amor o su aprecio, y al minuto siguiente estar al borde de una depresión, porque hemos oído un chisme sobre nosotros o algunos nos han mostrado francamente que no somos de su agrado.
Somos débiles física y emocionalmente. Y en el plano espiritual somos mucho más débiles aún. El más fuerte de los cristianos es, en sí mismo, tan débil como un gusano cuando tiene que enfrentar los embates y las seducciones del enemigo de su alma. El rey David quedó reducido a un bocado de pan por la visión de una mujer hermosa; y este hombre, que era conforme al corazón de Dios, llegó a ser motivo de escarnio y de burla para la verdadera fe. Somos débiles, hermanos, muy débiles, y el enemigo de nuestras almas es fuerte, astuto y cruel. Dios nos advierte en Su Palabra que Satanás anda como un león rugiente buscando a quien devorar.
Y si no tenemos fuerzas en nosotros mismos para resistir los ataques del enemigo, menos fuerzas tenemos aún para el avance y la ofensiva. El Señor Jesucristo describe nuestra tarea, en Mateo 12:29, como un asalto a la casa del hombre fuerte. Se nos ha llamado a penetrar en la fortaleza del enemigo y rescatar a sus cautivos. No es tarea fácil la que se le ha encomendado a la Iglesia. Somos como esos equipos de rescate que se envían al mar para recoger cadáveres; pero no para darles una honrosa sepultura, sino para darles vida por medio del Evangelio. Y nos preguntamos quiénes somos nosotros para semejante tarea. Como dice Daniel Shanks, “en la causa de Dios y de la verdad, nuestros propios recursos y habilidades nunca nos darán la victoria”. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).
Hasta que lleguemos al punto de decir junto con David en el Salmo 22:6: “Soy gusano, y no hombre”, todavía no estaremos preparados para ser usados por Dios. Hubo una época en que Moisés se sintió capaz de liberar al pueblo de Israel, y Dios tuvo que enviarlo a la “escuela de Madián” durante cuarenta años para moldear su carácter; hasta tal punto que cuando Dios se le aparece en el episodio de la zarza y le manda llevar a cabo lo que cuarenta años atrás había intentado hacer por sí mismo, Moisés le responde: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?”. Por fin había adquirido conciencia de su “gusanía” y ahora estaba listo para ser usado por Dios. Moisés fue un instrumento poderoso en las manos de Dios, pero solo cuando se vio a sí mismo bajo esta luz y reconoció su propia indignidad y debilidad.
Y esto mismo era lo que Dios quería que Su pueblo entendiera en los días del profeta Isaías. Él tenía grandes cosas reservadas para ellos, pero primero debían dejar de confiar en sí mismos y verse como un gusano indefenso. Hasta que ese momento llegara, Israel no sería más que un pequeño gusano con delirios de grandeza, pero una vez adquirieran conciencia de lo que realmente eran, estarían preparados para las grandes cosas que Dios haría en ellos y con ellos.
Ya vimos cómo Dios describe al pueblo; veamos ahora, en segundo lugar, lo que Él les promete.


LA PROMESA DE DIOS PARA SU PUEBLO EN DEBILIDAD

“He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los molerás, y collados reducirás a tamo. Los aventarás, y los llevará el viento, y los esparcirá el torbellino; pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (vv 15–16). Ningún obstáculo podría interponerse para que Dios llevara a cabo Su obra en medio de ellos como, de hecho, sucedió. Unos 150 años después de que Isaías escribiera esta profecía, Dios levantó a Ciro el Persa (mencionado veladamente en este mismo capítulo, en los versículos 1–2 y 25, y al que luego señala por nombre en 44:28 y 45:1), el cual decretó el regreso de los judíos a su tierra (2 Crónicas 36:22–23). Y a pesar de todas las intrigas que se tejieron en los meses siguientes para impedir que los judíos llevaran a cabo la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y del Templo, ninguna conspiración pudo contra ellos, como vemos en el libro de Nehemías.
Ningún enemigo, por poderoso que sea, podrá prevalecer contra el pueblo de Dios, siempre que este no intente luchar con sus propias fuerzas.
En los días de Gedeón se juntaron los madianitas y amalecitas con otros pueblos del Oriente para atacar a Israel. Dice la historia bíblica que eran como langostas en multitud tendidos en el valle, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar. Pero Dios levantó a Gedeón para libertar a Su pueblo, y se juntaron en torno a él más de 30 000 israelitas, un ejército comparativamente pequeño si tomamos en consideración que el ejército enemigo contaba con unos 135 000 hombres.
No obstante, Dios consideró que ese número era muy alto y debía disminuirse: “El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano […]. Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase” (Jueces 7:2–3). Se volvieron 22 000; de modo que quedaron 10 000… ¡para enfrentarse a 135 000! Pero Dios consideró que era mucho pueblo todavía. Seguían pareciéndose más a un ejército poderoso que a un grupo de gusanos. Así que usaron un sistema de selección que tenía que ver con la forma en la que tomaban el agua, y finalmente quedaron 300 hombres. “Entonces Jehová dijo a Gedeón: Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré, y entregaré a los madianitas en tus manos” (Jueces 7:7). Y así lo hizo Dios; con la particularidad de que lo único que hizo este ejército tan peculiarmente pequeño fue tocar unas trompetas y levantar sus teas encendidas. Dios se encargó del resto.
Otro episodio que viene a nuestras mentes es el de David y Goliat. Los filisteos desafían a Saúl y lo retan a buscar entre el pueblo a alguien que se enfrente en una lucha cuerpo a cuerpo con ese gigante que mide unos 3 m de alto. David llega en ese momento a visitar a sus hermanos en el campo de batalla, escucha el desafío y acepta el reto; siendo un joven adolescente, se enfrenta con Goliat únicamente con una honda y cinco piedras lisas. David era un gusanito en comparación con Goliat; pero la piedra que salió de su honda fue lanzada con energía y dirigida por el poder de Dios, de tal modo que penetró con fuerza en el punto preciso.
En nuestras propias fuerzas somos tan débiles como gusanos, pero un gusano en las manos del Todopoderoso puede hacer cosas extraordinarias. Y esto nos lleva a nuestro tercer punto.
Ya hemos visto la descripción que hace Dios de Su pueblo y la promesa contenida en el texto; veamos ahora, en tercer lugar…


LA BASE QUE SUSTENTA LA PROMESA

“No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor” (v. 14). Notad que Dios no dice a Su pueblo: “No temas, gusano de Jacob, mañana serás un león”. ¡¡No!!; seguiría siendo un gusano, pero uno que Dios promete usar como instrumento para trillar los montes y moler los collados. “He aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de dientes”. El trillo era un instrumento de labranza que, tirado por bueyes, desbarataba los montones de grano o de tierra. Un trillo por sí mismo no puede hacer nada, pero si es movido con fuerza y empuñado por una mano diestra, puede hacer grandes cosas. Las naciones poderosas eran como manojos de trigo, e Israel era como un trillo nuevo, bien afilado y lleno de dientes, movido y guiado por el Todopoderoso.
Se cuenta la historia de cierto capitán cuya bandera siempre estaba en alto en la batalla, y cuya espada era temida por todos sus enemigos. Su monarca, intrigado, quiso conocer que secreto encerraba esa espada que había ganado tantas batallas, y le pidió al capitán que se la enviara. Pero después de examinarla cuidadosamente el monarca no encontró en ella ninguna cosa especial, así que se la devolvió al capitán con esta nota: “No veo nada maravilloso en la espada; y no puedo entender por qué cualquier hombre tenga que tener temor de ella”. El capitán, entonces, con todo respeto le envió otra nota diciendo: “Vuestra majestad ha sido complacida en examinar la espada, pero yo no le envié el brazo que la porta; si pudiera examinarlo también, y el corazón que guía ese brazo, entonces podría comprender el misterio”.
El secreto no estaba en la espada, sino en el brazo que la manejaba y el corazón que guiaba al brazo. No es al hombre de Dios al que debemos mirar, sino al poder de Dios que está detrás del hombre. La Escritura señala que los ministros no somos competentes por nosotros mismos para hacer la obra de Dios, sino que nuestra competencia proviene de Él (2 Corintios 3:5). Somos lo que somos por la gracia de Dios; sin esa gracia somos menos que nada, gusanos débiles e indefensos: “Separados de mí —dice Cristo— nada podéis hacer” (Juan 15:5).
David llevó al pueblo de Israel a su máximo esplendor, y su reino vino a ser uno de los reinos más poderosos del mundo en aquel entonces. Dice en 1 Crónicas 11:9 que “David se engrandecía cada vez más”. ¿Cuál era su secreto? Que “el Señor de los ejércitos estaba con él”. Aunque somos débiles gusanos, amparados en Dios haremos proezas. Él es el Dios Todopoderoso; Aquel cuya mano nadie puede detener, ni preguntarle: “¿Qué haces?” (Daniel 4:35). Él es el Dios Soberano que gobierna sobre todas las cosas que ha creado, cuyo dominio es tan vasto que si pudiésemos volar eternamente a la velocidad de la luz, nunca encontraríamos sus límites.


CONCLUSIÓN

Para concluir, quisiera señalar algunas lecciones prácticas que podemos extraer de nuestro pasaje.
En primer lugar, aprendemos de nuestro texto que, para ser usados por Dios, debemos comprender primero nuestra propia pequeñez y debilidad. Nadie será fuerte en Dios en tanto que no se vea a sí mismo como Dios nos describe en este texto: como meros gusanos del polvo, porque el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. “Por tanto, de buena gana me gloriaré mas bien en mis debilidades —dice Pablo—, para que repose sobre mí el poder de Cristo […], porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9–10).
Siempre somos débiles, pero no siempre estamos conscientes de ello, y nunca somos más incapaces e ineptos en el servicio de Dios que cuando perdemos de vista nuestra propia debilidad. La Biblia nos enseña que “el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3). No nos engañemos, pues, a nosotros mismos; aun cuando estamos en nuestra mejor condición espiritual, seguimos siendo débiles gusanos rodeados de flaquezas y debilidades. La Escritura nos advierte que es maldito el hombre que confía en el hombre (Jeremías 17:5). ¿Eres tú un hombre de carne y hueso? No confíes, entonces, en ti mismo, ni para vivir la vida cristiana ni para hacer la obra de Dios.
En segundo lugar, aprendemos también que el pueblo de Dios no debe tener temor a pesar de su débil condición: “No temas, gusano de Jacob”. Somos tan débiles como un gusano, pero el Dios Todopoderoso ha hecho un pacto con Su pueblo de no volverse atrás de hacernos bien (Jeremías 32:40). Él ha comprometido Su nombre y su honor en ayudar al débil. Escucha las palabras del Salmista, en el Salmo 146:

Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
cuya esperanza está en Jehová su Dios,
el cual hizo los cielos y la tierra,
el mar, y todo lo que en ellos hay;
que guarda verdad para siempre,
que hace justicia a los agraviados,
que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;
Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.
Jehová guarda a los extranjeros;
al huérfano y a la viuda sostiene,
y el camino de los impíos trastorna.

(vv. 5–9)

No temas, hermano, que aunque los obstáculos sean tan grandes como las murallas de Jericó, de un solo grito podremos derribarlas, siempre que gritemos en el nombre de Dios. “En Dios haremos proezas”, dice el Salmista (Salmo 60:12). No siempre esas proezas serán vistas como tales, porque Dios no mide el éxito de una empresa como nosotros solemos hacerlo. Dios llamó al profeta Ezequiel a predicar Su Palabra, y le advirtió de antemano que nadie pondría por obra sus palabras (Ezequiel 33:31–32). Si evaluamos el ministerio de Ezequiel por sus frutos visibles, fue un absoluto fracaso. Pero si medimos a este hombre y su ministerio con una tabla de fidelidad, y consideramos su perseverancia en hacer la obra que Dios le encomendó a pesar de las dificultades, entonces veremos que hizo verdaderas proezas.
Dios no ha llamado a todos sus hijos a ser pastores o misioneros; así como tampoco ha llamado a todos sus ministros a tener ministerios con frutos tan visibles como el de Spurgeon, o como el de Whitefield; pero Él requiere de sus ministros, y de cada uno de sus hijos, “que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2), según los dones y la vocación que el Señor repartió a cada uno. Dios quiere padres y madres que críen fielmente a sus hijos en Su temor; esposos y esposas fieles en ser testimonios vivos en el mundo de la relación de Cristo con Su Iglesia; profesionales que sirvan fielmente a Dios y a su generación por medio de sus talentos y habilidades; obreros fieles que no sirvan al ojo, “como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios” (Colosenses 3:22).
Dios quiere pastores y misioneros que proclamen fielmente Su Palabra, para la salvación de unos y la edificación de otros. Si Dios nos concede ver a miles venir a los pies de Cristo, nos gozaremos enormemente en ello. Eso es lo que quisiéramos ver. Pero si solo son cinco, o diez, o veinte, y logramos llevar a esas almas con seguridad hasta la Canaán celestial, habremos cumplido con nuestro trabajo y escucharemos de Dios lo que todo siervo ansía escuchar de su Amo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Una sola alma vale más que el mundo entero (Mateo 16:26). Si tuviésemos que gastar nuestra vida entera por la salvación de un alma, bien habrá valido la pena el esfuerzo.
Propongámonos, entonces, hacer la voluntad de Dios; y cuando nos parezca que los obstáculos son muy grandes, y nos veamos tan pequeñitos delante de ellos como gusanos, que las palabras de Dios contenidas en este texto nos sirvan de aliento y estímulo: “No temas, gusano de Jacob […] yo soy tu socorro”.
Tal vez estás a punto de desmayar bajo el peso de tus responsabilidades como cristiano, o bajo el peso de las tentaciones; y tal vez has deseado declararte impotente y claudicar. Pero a la luz de la enseñanza de este pasaje, te exhorto a volver tu debilidad en una bendición, refugiándote en Dios y en la gloria de Su poder.
En tercer lugar, aprendemos de nuestro texto que nuestra confianza debe estar puesta en Dios y solo en Él. ¿A quién se le ocurriría poner su confianza en un gusano? Nos parece ridículo solo pensarlo; sin embargo, eso es lo que hacemos cada vez que ponemos nuestra confianza en los hombres y no en Dios.
Es bueno que las ovejas confíen en sus pastores, pero no es bueno que descansen en ellos como si fuesen capaces por ellos mismos para llevar adelante la obra de Dios. ¿Qué son los pastores después de todo? Hombres débiles, sujetos a tentaciones, a pruebas inusuales, a ataques despiadados; sujetos al desánimo y al cansancio. Esto es lo que somos. Por eso nunca nos cansaremos de suplicar que oren por nosotros. Mostrad que vuestra confianza está en Dios intercediendo continuamente por vuestros pastores, suplicando que Dios los guarde del mal, y que Dios los tome en sus manos para trillar los montes y moler los collados. Por eso debemos insistir en la importancia del culto de oración congregacional a mitad de semana. Esa es la caldera que mantiene en movimiento el motor de la iglesia. Cuando alguien preguntó a Spurgeon dónde estaba el éxito de su ministerio, su respuesta fue muy sencilla: “La iglesia ora por mí”.
En cuarto lugar, y finalmente, aprendemos de este texto que Dios merece toda la gloria por cada avance y cada logro de Su pueblo. “Pero tú te regocijarás en Jehová, te gloriarás en el Santo de Israel” (Isaías 41:16). Tenemos un tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no nuestra (cf. 2 Corintios 4:7). Somos lo que somos por la gracia de Dios; desprovistos de esa gracia no tenemos nada de qué presumir. “¿Qué tienes que no hayas recibido? —pregunta el apóstol Pablo en 1 Corintios 4:7—. Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”. Es la conciencia de nuestra debilidad la que nos lleva a exclamar continuamente: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Salmo 115:1).
Sigamos corriendo nuestra carrera con paciencia “con los ojos puestos en Jesús” y poniendo nuestros dones en acción para la expansión del Reino de Dios. Pero sean nuestro estandarte estas palabras de Pablo con las que ahora concluyo: “Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Efesios 3:20–21).

 
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miércoles, 9 de enero de 2013

¿Cómo sabe una persona que ha sido llamada para el ministerio pastoral?


. El llamado a ser pastor
. biblias y miles de comentarios
 

¿Cómo sabe una persona que ha sido llamada para el ministerio pastoral? 

El llamado al pastorado consta de dos aspectos fundamentales:
 
Primero, el llamado al ministerio pastoral empieza con la vocación o el llamamiento interno que el Espíritu Santo hace en el corazón de la persona. Este llamado es dado junto con los dones que el Espíritu da al creyente. El varón que ha sido llamado al pastorado, en diferentes grados, es conciente de esta vocación, y le agrada estar cerca de los pastores con el fin de aprender de ellos, se prepara y se capacita. Es como Josué al lado de Moisés, o Timoteo, aprendiendo de Pablo.
 
Pero este llamado o convicción interna no es suficiente para saber que una persona ha sido llamada al ministerio. Se requiere que la iglesia local también reconozca estos dones en dicho varón. Si la persona cree ser llamada al ministerio, pero sólo él reconoce esto, y en la iglesia nadie o muy pocas personas ven los dones, entonces es probable que el tal no haya sido llamado al ministerio.
 
Un error común de algunos jóvenes es que se apresuran a buscar el reconocimiento del llamado ministerial que creen tener, y en ese apresuramiento se vuelven rebeldes contra los pastores y líderes de sus iglesias locales. Si un varón cree tener el llamado para ser pastor, entonces debe esperar a que el Señor sea quien lo ponga, pues, el Señor es quien da a los pastores como don a las iglesias locales: “Y él mismo constituyó a unos… pastores y maestros” (Ef. 4:11).
 
Otro error muy común que se da en la cristiandad de hoy, es que algunos “evangelistas” o “profetas” andan de iglesia en iglesia, entusiasmando a los creyentes con profecías o unciones donde les dicen que Dios los ha llamado para ser pastores. Hay que tener cuidado con esto, porque esta no es la forma bíblica de ordenar un pastor.
 
Las personas que han sido llamadas por Dios para el pastorado, luego de un tiempo en el cual ellos, como miembros de la iglesia local, evidencian los dones, y sirven por cierto tiempo, en sujeción a sus pastores; cuando la iglesia ha reconocido el llamado del hermano al pastorado, entonces, junto con los ancianos o pastores ya en ejercicio, lo ordenan.
 
A continuación transcribo algunas enseñanzas bíblicas respecto a la ordenación de nuevos pastores, que forman parte de un libro que escribí algunos años sobre los principios bíblicos para el establecimiento y organización de una iglesia local:
 
Ya hemos dicho que en el Nuevo Testamento el término Pastor, anciano u obispo, indica un mismo cargo o ministerio. “Supervisor (griego: episkopos) – que muchas versiones traducen por obispo – es un término que expresa los deberes y responsabilidades de un pastor. Que es sinónimo de anciano (griego: prebyteros) queda patente por Hch. 20:17,18, donde a los presbíteros de Éfeso se les llama obispos, así como en Tito 1:5 y 7 donde los ancianos nombrados para cada localidad son llamados obispos. En I de Pedro 5:1 a 2 se exhorta a los ancianos a pastorear, teniendo cuidado (episkopúntes – esta palabra falta en unos MSS) de la grey. Fil. 1:1 alinea a los obispos junto a los diáconos. Finalmente, en un pasaje paralelo al de Tito, 1ª Tim. 3:1 y ss., nos presentan las cualificaciones pastorales de un obispo. Todavía Jerónimo, entrado ya el siglo V, dice: “El apóstol enseña claramente que los presbíteros son lo mismo que los obispos”
 
La Biblia exige ciertos requisitos para los que anhelan ser pastores, ancianos u obispos:
 
Irreprensible. “Significa: Que no se puede sujetar”. El hombre irreprensible es aquel que nunca podrá ser apresado como si fuera un delincuente, en su contra no podrá hallarse ninguna falta. Esto no implica que jamás haya pecado, sino que los vicios evidentes nunca han estado en él, de manera que todos pueden tomarle como ejemplo de conducta (Fil. 3:17; 2 Ts. 3:9; He. 13:7; 1 P. 5:3). John MaCarthur en su comentario a 1 Timoteo presenta varias razones de por qué los pastores deben ser irreprensibles:
 
1. Porque son el blanco especial de Satanás y él los atacará con tentaciones más severas que a otros.
 
2. Su caída tiene mayor potencialidad de hacer daño.
 
3. El mayor conocimiento de la verdad de parte de los líderes, y la responsabilidad de vivirla, traen un castigo mayor cuando pecan.
 
4. Hay más hipocresía en los pecados de los ancianos que en los de los demás, porque predican contra los mismos pecados que cometen”
 
Marido de una sola mujer. Es decir: “…un obispo o anciano debe ser un hombre de moralidad incuestionable, que es enteramente fiel y leal a su única y sola esposa; que siendo casado, no entra, a la manera de los paganos, en una relación inmoral con otra mujer” Algunos han interpretado este pasaje como prohibiendo que un hombre viudo, y vuelto a casar, ejerza el pastorado. Pero esto es ir más allá del pasaje. La cuestión  que surge de este pasaje, relacionado con la condición de “irreprensible” y la prohibición que Pablo hace en otros pasajes del divorcio y nuevo recasamiento mientras los dos cónyuges viven, es:
 
¿Es correcto que un hombre divorciado, por la razón que haya sido, y viviendo aún su esposa, ejerza el pastorado?, ¿No será esta situación causa de tropiezo para los demás?, ¿Esta situación no se convertirá en estorbo para influenciar en los miembros para que lleven una vida familiar firme y unida?, ¿No utilizará Satanás su divorcio para siempre estropear su ministerio?, ¿Cómo podrá aconsejar a las parejas en conflictos para que luchen por solucionar sus problemas, cuando él mismo no pudo sostener su matrimonio?
 
Realmente he tocado un tema álgido en nuestros días, cuando los divorcios son la moda del día. Conozco los casos de algunos creyentes que son divorciados porque sus esposas cometieron adulterio. ¿Podrán estos aspirar a ser pastores siendo que ellos no “tuvieron la culpa”? Esto también ha sido tema de gran debate, pues, aunque muchos culpan a sus ex esposas de haber sido infieles, habría también que preguntarse: ¿Qué les condujo a esa infidelidad?, ¿No tendrán también culpa los esposos por el abandono, la falta de ternura, amor y compañerismo?, ¿No tendrán también culpa los esposos cuando las abandonaban sexualmente por dedicarse a sus labores espirituales? Aunque con esto no estoy justificando el pecado sexual, si quiero que reflexionemos sobre las responsabilidades que tiene el esposo indiferente.
 
Sobrio. “Tal persona vive una vida profunda. Sus placeres no son primariamente los de los sentidos, como los placeres de los borrachos, por ejemplo, sino los del alma. Está lleno de fervor espiritual y moral. No es dado a los excesos sino que es moderado, equilibrado, calmo, cuidadoso, firme y sano. Esto se refiere a sus gustos y hábitos físicos, morales y mentales”. La sobriedad se evidencia en un control sobre la lengua (no habla mas allá de lo que el buen juicio manda, mas bien calla), evitará malgastar el tiempo en cosas triviales, también controlará los deseos exacerbados de su estómago, será frugal a la hora de comer, evitará tomar mucho vino, no se acalorará en las discusiones con otras personas.
 
Prudente. “Esta característica es resultado de ser moderado. El hombre prudente es disciplinado y conoce como ordenar correctamente sus prioridades. Es una persona seria en cuanto a las cosas espirituales. No se precipita en el juicio, sino que piensa bien las cosas, es serio y cuidadoso”.
 
Decoroso.Ordenado” (gr. Kósmios) “Es el que se comporta con educación, con decencia y, como lo dice la etimología, con orden. Ya dice el antiguo proverbio latino: “Guarda el orden, y el orden te guardará”. Sin orden no se puede llevar bien la administración, ni de una iglesia, ni de una casa”.  Un varón desordenado en sus hábitos alimenticios, horas de levantarse y de acostarse, estudios, responsabilidades familiares, sociales y laborales, difícilmente podrá desarrollar un ministerio efectivo para la gloria de Dios, es necesario que, antes de ejercer el pastorado, corrija su falta de orden o decoro y después, sí, ejerza el ministerio. Un pastor o anciano desordenado difícilmente expresará el carácter de Cristo en su vida. “El  ministerio no es una ocupación para el hombre cuya vida es una continua confusión de planes, sin realizar y actividades no organizadas” Una persona que anhela ser pastor debe caracterizarse por tener muy bien ordenados sus hábitos.
 
 
Hospedador. “Significa que es amante de los forasteros. Su hogar está abierto a salvos y a inconversos, y busca ser de bendición para todos los que acuden bajo su techo”. Las Escrituras mandan a los creyentes a que estemos dispuestos a amar y a hacer bien, incluso a los enemigos. Si esto es así para los creyentes, cuánto mas para los pastores o ancianos. Lastimosamente los nuevos conceptos de “mega-iglesia” han resquebrajado esta virtud, debido a que el pastor está tan ocupado en actividades eclesiásticas que no “tiene tiempo para atender las necesidades de los demás”. Si no tiene tiempo para atender las necesidades de los miembros de su iglesia, mucho menos la de los extraños y forasteros. “La puerta de un hogar cristiano, así como el corazón de la familia cristiana, deben estar abiertos para todo el que llega con necesidad. Esto es muy cierto para el obispo. Los ancianos no están en lugar tan elevado que no puedan ser alcanzados, deben estar disponibles. La vida y el hogar de un pastor deben estar abiertos para que su verdadero carácter sea manifiesto a todos los que llegan, amigos o forasteros”
 
Apto para enseñar. Un pastor, anciano u obispo debe cuidar y alimentar a la grey. ¿Cómo la alimenta, cuida y edifica? A través del alimento sólido que es la Palabra de Dios. Pero este alimento sólido debe ser dado como pastos tiernos a las ovejas. Es decir, el pastor debe ser un maestro que exponga con claridad las Escrituras. Esto implica que debe ser un hombre dado al estudio personal, no sólo de las Escrituras, sino de toda ciencia y conocimiento que le permita manejar diestramente los temas actuales que enfrentan los creyentes en medio del mundo.
 
“Apto para enseñar indica la suficiente competencia en el conocimiento de la Palabra de Dios, así como la aptitud para comunicar a otros las verdades fundamentales del cristianismo. Esto requiere, por supuesto, haber sido enseñado de forma conveniente”, o como dice Hendriksen “…ninguno será apto para enseñar, si él mismo no es enseñado”. En los años maravillosos de la reforma protestante los varones que anhelaban el pastorado acudían a las academias teológicas donde recibían valiosa formación bíblica en niveles superiores; luego, en los años gloriosos de la época puritana, donde la iglesia produjo los más renombrados e influyentes predicadores y escritores que sucedieron a la reforma, los pastores también recibían formación teológica avanzada.
 
Las épocas gloriosas de la iglesia se han caracterizado por tener ministros bien formados. Lastimosamente el siglo XXI no se ha caracterizado por esta constante de preparación en los ministros. Aunque hoy día hay muchos seminarios e institutos bíblicos, y cada vez surgen más, el nivel teológico ha bajado considerablemente. Creo que, en parte, esto se debe al interés exclusivo de tener títulos que los acrediten como Licenciados o Doctores en teología, aunque el nivel de conocimientos ni siquiera llegue al de un bachillerato en teología. Hoy día muchos pastores, o candidatos a pastores, han caído en la mediocridad de la época. Afortunadamente aún se conservan pocos seminarios que exigen disciplina y estudio a sus estudiantes, y no están interesados en otorgar títulos de una manera rápida y facilista.
 
No dado al vino. El apóstol Pablo le había aconsejado al pastor Timoteo que tomara un poco de vino, a causa de sus frecuentes enfermedades estomacales, pero insiste en recordarle que nadie puede ser anciano u obispo si es tomador de vino. Deben evitarse los extremos. 
 
No pendenciero. El pastor no debe ser violento. Debe conservar siempre un carácter sereno frente a las adversidades, dificultades y discusiones. Un espíritu violento, así sea de palabras o gestos, generará confusión y reacción en los miembros; el pastor perderá respeto y aceptación como líder espiritual si no sabe controlar sus impulsos.
 
No codicioso de ganancias deshonestas. No avaro. El pastor debe ser una persona que sirve al Señor sin ningún interés en lo económico, su confianza está en el Dios que suple para las necesidades de los suyos, y concentrará todas sus fuerzas en servir al pueblo de Dios. El obispo o anciano no debe ser amante del dinero. “Se preocupa por la vida espiritual del pueblo de Dios y rehúsa dejarse llevar por un fuerte deseo hacia las cosas materiales”. La Biblia advierte sobre los falsos pastores o profetas que entrarán al redil con el propósito de utilizar la fe de los incautos para sacarles dinero y bienes con fines netamente personales. (1 Ts. 2:5; 1 P. 5:2; 2 P. 2:1-3,14; Jud. 16).
 
En este siglo materialista han salido muchos falsos pastores predicando una teología amañada y falsa, con el fin de extraer bienes materiales a los codiciosos cristianos que desean tener más dinero del que Dios, en su gracia, les ha dado. El trabajo honrado, realizado con tesón, es el medio provisto por Dios para que seamos sostenidos materialmente. Cualquier otra forma que el hombre busque para hacer dinero rápidamente, así se  llame “la fe” o la “siembra”, es una corrupción que muy rápidamente conducirá a las personas a un materialismo dañino. Los pastores deben ser sostenidos por los miembros de la iglesia local, de acuerdo con las condiciones y situación económica de ellos. Un pastor no debiera aspirar a recibir un salario que esté por encima del promedio que reciben sus miembros. La avaricia o ganancia deshonesta también se relaciona con el desear obtener provecho personal de la posición de pastor u obispo, ya sea al anhelar reconocimiento personal, buscar provecho para una carrera política, etc.
 
Amable, apacible. “Describe a la persona que es considerada, cordial, paciente y cortés, que perdona fácilmente las fallas humanas. Tal persona recuerda lo bueno, no lo malo. No guarda una lista de todas las cosas malas que le han hecho, ni guarda rencor”. La palabra usada en griego para amable también describe a una persona que es complaciente o que cede sus derechos personales ante los demás. “Las cualidades de condescendencia, equidad, gentileza, racionalidad, dulzura, disposición de ayudar y generosidad se combinan en este individuo conciliatorio, considerado, apacible, mas que borrachón”
 
Que gobierne bien su casa. Un anciano o pastor debe saber gobernar. “Si estas dotes de gobierno no se manifiestan en la pequeña casa de su familia, ¿Cómo podrán manifestarse en otra casa mayor, y en medio de problemas de toda índole, que es la iglesia?”. El buen gobierno en la casa se hará visible a través de la sujeción de los hijos. Un hombre, que tenga las otras cualidades para ser anciano, demostrará su capacidad de pastorear una iglesia, si antes ha pastoreado la iglesia pequeña de su casa. Debe saber guiar a sus hijos en los asuntos espirituales, de lo contrario no está capacitado para guiar a un grupo mayor.
 
No un neófito. El pastor o anciano no debe ser un recién convertido o un recién bautizado. Debe ser un varón que haya transitado durante algún tiempo considerable en los caminos de la fe. Poner a un nuevo creyente en funciones de liderazgo es exponerlo a la tentación del orgullo.
 
Que tenga buen testimonio de los de afuera. Los pastores deben tener reconocimiento moral de los no creyentes. No quiere decir esto que va a ser aceptado por todos. De seguro que muchos denigrarán de él, especialmente en lo que se relaciona con su fe religiosa, pero nadie deberá hablar de su conducta o testimonio. “La Biblia espera que la vida de todo creyente sea un testimonio positivo para el mundo que está mirando, y esto es muy cierto en quienes se desempeñan como pastores.
 
Pablo exhortó a los filipenses a que fueran “…irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”, Fil. 2:15. Colosenses 4:5 exhorta a los creyentes a que anden “…sabiamente para con los de afuera”. Pedro escribió: “Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras”, 1 P. 2:12” 
 
Realmente el pastorado no es para todos. Los requisitos que deben cumplirse son numerosos, pero esto no quiere decir que difícilmente se encontrarán hombres así. Recordemos que, debido a nuestra naturaleza caída, la imperfección es la que nos abruma, pero Dios mismo se encarga de levantar hombres con estas cualidades y de perfeccionarlos para la obra del ministerio. Definitivamente esto es obra de la gracia. Es por eso que las iglesias locales deben orar al Señor para que levante hombres idóneos que puedan ser pastores o ancianos. No debemos apresurarnos en designar para tal oficio a varones que no llenan todos los requisitos, pues, los resultados van a ser funestos. Numerosas iglesias han sido divididas y acabadas por hombres que no estaban dotados con todas estas cualidades. Si Jesús es el dueño de la Iglesia, Él se encargará de dotarla con dones especiales, no debemos apresurarnos.
 

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viernes, 14 de enero de 2011

Capacítate para la Obra: Libro de Historias para Pastores


 
Capacítate para la Obra: Libro de Historias para Pastores
Archivo: PDF | Tamaño: 2MBytes | 124 páginas | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
Para Quien Es este Libro
Para qué Contamos Historias
Cómo Usar este Libro
Sección I. DESCUBRIENDO A CRISTO Cada capítulo de Sección I es un Descubrimiento
I-1 Descubrimiento 1: Regresamos a Nuestro Hogar Verdadero
I-2 Descubrimiento 2: Volvemos al Único Dios Verdadero
I-3 Descubrimiento 3: Somos Salvos por la Muerte y Resurrección de  Jesús
I-4 Descubrimiento 4: Escapamos del Poder de la Maldad y la Muerte
I-5 Descubrimiento 5: Encontramos las Verdaderas Riquezas Eternas
I-6 Descubrimiento 6: Nos Arrepentimos de Corazón de la Vida de Pecado
I-7 Descubrimiento 7: Encontramos en Jesús la Nueva Vida de
Alegría y Santidad 
Sección II. FORMANDO NUEVAS IGLESIAS
Cada  capítulo  de  Sección  II  es  un  Mandamiento  básico  de Jesús
II-1 Mandamiento de Cristo 1: Arrepentirse, Creer y Ser  Transformado por el Espíritu
II-2 Mandamiento de Cristo 2: Bautizar a los Nuevos
II-3 Mandamiento de Cristo 3: Hacer Discípulos
II-4 Mandamiento de Cristo 4: Amar
II-5 Mandamiento de Cristo 5: Orar
II-6 Mandamiento de Cristo 6: Celebrar la Santa Cena 
II-7 Mandamiento de Cristo 7: Dar con Generosidad
Sección III. DESARROLLANDO MINISTERIOS BÁSICOS
Cada capítulo de Sección III es un Ministerio
III-1 Ministerio 1: Llevar las Buenas Nuevas a Otros y Bautizar a los que Reciban a Cristo
III-2 Ministerio 2: Usar los Dones Espirituales que Dios nos Ha Dado para Servir a Otros
III-3 Ministerio 3: Adorar a Dios y Celebrar la Santa Cena
III-4 Ministerio 4: Estudiar, Enseñar y Aplicar la Palabra de Dios
III-5 Ministerio 5: Levantar Nuevas Congregaciones
III-6 Ministerio 6: Capacitar Líderes
III-7 Ministerio 7: Desarrollar la Cooperación en toda Iglesia y Entre Congregaciones
III-8 Ministerio 8: Visitar y Aconsejar
III-9 Ministerio 9: Fortalecer los Matrimonios y la Fe de la Familia
III-10 Ministerio 10: Atender a los Enfermos, los Necesitados y los Maltratados
III-11 Ministerio 11: Mantener la Disciplina Espiritual de la Iglesia
III-12 Ministerio 12: Hablar con Dios
III-13 Ministerio 13: Ser Buenos Mayordomos de los Recursos de Dios
III-14 Ministerio 14: Enviar Misioneros
Apéndice
Lista de Historias Bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamentos
INTRODUCCIÓN
¿Para Quién Es este Libro? Libro de Historias para Pastores en lenguaje sencillo es para  las personas que…
  • No tienen la Biblia en su dialecto
  • Necesitan urgentemente capacitarse para pastorear 
  • Faltan recursos para capacitarse en alguna institución 
  • Desean comunicar la Palabra de Dios por medio de historias sencillas
  • Desean reproducir iglesias hijas y nietas, rápidamente
  • Libro de Historias para Pastores es gratuito y puede ser traducido a cualquier idioma.
 
¿Para qué Contamos Historias? Libro de Historias para Pastores expone las grandes doctrinas de la  Biblia, que todos los cristianos creen, sin análisis sistemático. Ayuda  a nuevos creyentes en Cristo y líderes a compartir las verdades de la  Palabra de Dios con otros, tal como lo hizo nuestro Señor Jesucristo.
 
Todas las verdades bíblicas provienen de eventos históricos. Los comentarios inspirados de los profetas y apóstoles acerca de estos eventos son la base de la teología cristiana. El Espíritu Santo usa estas historias bíblicas de varias maneras. Llevan al arrepentimiento al que tiene oídos para oír, transforman su vida y le sirven de modelo para los ministerios de la iglesia.

La Biblia nos relata el fundamento histórico para las creencias y las prácticas de la iglesia. Hasta los libros bíblicos más filosóficos como Romanos y Hebreos, fueron escritos para personas que ya conocían los hechos históricos en que estos libros se basan. Los eventos históricos incluyen:
  • la creación y la caída de Adán, 
  • la promesa a Abraham de bendecir a todas las naciones por medio de un descendiente, 
  • el sacrificio de Isaac, 
  • la Ley del antiguo pacto dada por medio de Moisés, 
  • el primer sumo sacerdote Aarón, 
  • las conquistas de David, 
  • el nacimiento, la vida, la muerte, la resurrección y la
    ascensión de Jesucristo, 
  • la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, 
    y muchos más.
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