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martes, 31 de julio de 2012

La lucha espiritual y su propiciador: Estudios para Obreros Itinerantes Parte 3

biblias y miles de comentarios
 
PARTE CUATRO
LA DERROTA DE SATANÁS EN NUESTRA VIDA PERSONAL
Las Iglesias y las Naciones
Capítulo 11
Nuestro Desafío como Creyentes
Satanás es como un criminal condenado a la horca, viviendo de tiempo prestado. Aunque todavía es un león rugiente y un insidioso tentador, está mortalmente herido. El mundo está sujeto al Creador, no al engañador; al Redentor, no al que esclaviza. Frederick Leahy escribió: “El contraataque de Satanás es tan desesperanzado como fiero. No debemos creer en su orgullosa proclama de ‘todos los reinos del mundo’; su pretensión de dominar es una mentira. Él es un usurpador sin autoridad. Es Dios quien sostiene al mundo en sus manos, no este archifalsificador. Y en el mundo de Dios, Satanás es un impostor, un paracaidista sin derechos” (Satanás Echado Fuera, p. 31)
Cristo derrotó a Satanás en la cruz y la resurrección, pero Satanás aún espera la ejecución final. Tal como los creyentes vivimos la tensión que los académicos llaman: “ya, pero todavía no”, de la iglesia del Nuevo Testamento (ya somos salvos, pero todavía no somos lo que seremos en el cielo cuando estemos más allá del alcance de Satanás), de la misma forma Satanás vive en la era del Nuevo Testamento en la tensión del “ya, pero todavía no”: ya está derrotado por la muerte y resurrección de Cristo, pero todavía no es lo que será en el infierno, donde será completamente aplastado y será incapaz de herir el calcañar de la simiente de la mujer.
Desde la perspectiva eterna de Dios, la brecha entre el “ya” y el “pero todavía no” es prácticamente inexistente; desde nuestra perspectiva como criaturas atadas al tiempo, sentimos una brecha entre ambos. Pero un día, cuando estemos en el cielo, esa brecha parecerá un parpadeo. Esta brecha es semejante al lapso entre el rayo y el trueno. En realidad suceden al mismo tiempo, pero dado que la luz viaja más rápido que el sonido, primero vemos el rayo y, segundos después, escuchamos el trueno. En el ministerio de Cristo, su muerte y resurrección, Satanás cayó como un rayo del cielo. En el Día del Juicio, escucharemos el trueno de la destrucción eterna de Satanás.
Como creyentes que viven en el corto espacio de tiempo entre el rayo y el trueno, nuestra responsabilidad es derribar las fortalezas de Satanás en nuestra vida, en la iglesia y en nuestra nación. En el poder de Cristo, nuestro desafío diario es negarle sus metas a Satanás, primero, viviendo por la fe; en segundo lugar, dando fruto; y, tercero, haciendo que la verdad de Cristo y su Evangelio victorioso sea conocido por otros. Consideremos ahora cómo, por la gracia de Dios, podemos cumplir este desafío por medio de los siguientes propósitos:
1.     Decida vivir conforme a su identidad en Cristo. Este es el profundo mandamiento que da Pablo en Romanos 6 a los creyentes. Pablo resume su mandato en el versículo 11: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. En el versículo 22, Pablo les dice a los cristianos que hemos sido liberados del pecado, y en los versículos 7–11 explica que es así porque hemos muerto al pecado. La libertad del pecado se fundamenta en nuestra nueva identidad como creyentes cristianos. No podemos seguir viviendo en pecado porque, por definición, hemos muerto al pecado (v. 2).
Pablo apela a nuestro bautismo en los versículos 3–5. Hemos sido bautizados en Jesucristo, lo que incluye la unión con su muerte y resurrección. Esas son las realidades que dominan nuestra nueva identidad. Como creyentes verdaderos, no hay nada más importante de comprender, para usted y para mí, cuando se nos cuestiona quienes somos, que vernos como gente que ha muerto al pecado en unión con Jesucristo y que ha sido levantada hacia una nueva vida.
Pablo habla sobre el pecado en Romanos 5 y 6, no solamente como algo que cometemos, sino como un opresor que caza nuestras vidas. En Romanos 5:21, Pablo explica que el pecado ha reinado sobre nosotros como monarca hasta la muerte. Dice: “Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Posteriormente en Romanos 6:14, Pablo dice: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. En otras palabras, el pecado gobierna sobre la gente como un tirano. El versículo 13 continúa: “Tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumento de iniquidad”. Aquí, Pablo pinta al pecado como una especie de general galardonado con cinco estrellas al que los individuos le ofrecen sus cuerpos como armas. Finalmente, en el versículo 23, Pablo dice: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. El pecado, por naturaleza, es un monarca que nos gobierna (5:21), un tirano que nos derriba (6:14), un general que quiere usar nuestros cuerpos como armas (6:13), y un empleador que nos paga el salario de la muerte al final del día (6:23).
En todas estas imagines, Pablo pinta al pecado como señor y maestro con poder sobre nosotros. No limita el pecado a los actos que cometemos o a nuestras fallas en hacer lo correcto, sino que lo revela como un poder que ha sujetado nuestras vidas, se ha enseñoreado de nosotros y nos ha esclavizado. Pablo dice: “Amigos cristianos, todos hemos sido bautizados en Cristo, lo que significa que también hemos sido bautizados con su muerte. Jesús sufrió en la cruz, colocándose bajo el reinado del pecado. Pero Él rompió el poder del pecado con su muerte; y surgió victorioso sobre el pecado. Su santidad destruyó los poderes que lo presionaban y rompió las cadenas de muerte que lo mantenían cautivo. Con su resurrección, Cristo venció el dominio del pecado y la muerte y a Satanás. Nosotros, que estamos unidos por medio de la gracia con Jesucristo, también compartimos la victoria sobre el dominio del pecado. Hemos sido liberados de la autoridad del pecado. El pecado ya no debe aprisionar nuestras vidas, enseñorearse de nosotros ni esclavizarnos”.
Pablo no dice que los cristianos no continuarán cometiendo pecados diferentes. Tampoco dice que los cristianos son perfectos y que no pecan. Lo que dice es que cada creyente cristiano unido a Jesucristo es libre del dominio, la autoridad, el gobierno y el reinado del pecado, porque Dios ha librado a los creyentes de la potestad de las tinieblas y los ha trasladado al reino de su amado Hijo. Pablo les dice a los cristianos romanos, y a nosotros: “No se confundan respecto a qué reino pertenecen; cuando sean tentados a pecar, reconozcan que ustedes pertenecen al reino de Cristo. Confíen en la cruz en la que Satanás fue derrotado, y ordénenle a Satanás y al pecado que se vayan. Díganles: ‘Ya no se enseñorean de mí; ya no pagan más mi salario, ya no son mis monarcas, y ya no soy más un esclavo de su tiranía. Pertenezco a Cristo; Él es mi soberano. He muerto al dominio del pecado y soy libre de sus plagas. Pelearé contra cada movimiento del pecado y del diablo’ ”.
Nos es difícil sentir lo que dice Pablo. Yo no me siento libre de pecado. Así como hay ocasiones en que uno tampoco siente su nacionalidad ni su estado civil. Sin embargo, estos roles son realidades fundamentales de su vida, y tienen toda clase de implicaciones en la forma en que se comporta. De la misma forma, Pablo dice: “Amados, si estamos unidos en matrimonio a Cristo Jesús, y Él nos ha llevado por medio de su muerte a una nueva vida, entonces ese es el tipo de personas que somos. Reconocer ese rol cambiará profundamente la forma en que vivimos”.
Querido creyente, sin importar cómo se sienta, Pablo dice que usted ha muerto al “viejo hombre” del pecado en su interior (v. 6). El “viejo hombre” se refiere a la naturaleza pecadora que usted recibió a través del pecado de Adán. Ahora que está unido con Cristo en su muerte y resurrección, el viejo hombre, Adán, ya no lo gobierna. Cristo, el segundo Adán, ha reemplazado al primero. Dado que usted ya no está con Adán, sino con Cristo, su vida ya no es dominada por el pecado, la vergüenza y la culpa. Los efectos del viejo Adán tal vez aún estén con usted, pero ya no dominan su vida. Lo que ahora domina su vida es Dios, provocándole crecer como una nueva creación en Jesucristo (2 Corintios 5:19). Su vida como cristiano da testimonio de que usted ya no es dominado por el hombre que fue en Adán, sino por lo que Jesucristo ha hecho por usted. Lo que Jesús hizo por usted se sigue extendiendo cada vez más en su ser hasta que un día sea como Él.
El punto de Romanos 6 es que no tenemos por qué ceder a las tentaciones de Satanás pues él ya no es nuestra cabeza ni nuestro propietario. Él es un enemigo derrotado incluso para nosotros porque estamos en Cristo. Eso nos libera. ¿Usted ha experimentado esta liberación? Cuando se firmó la Proclamación de Emancipación en 1863, liberando a los esclavos de Estados Unidos de América, muchos esclavos no captaron el mensaje en ese momento. Aún pensaban y actuaban como esclavos, y se permitían ser tratados como esclavos. Es como si Pablo dijera: “No seamos de esa forma ya que, por la gracia de Dios, somos hombres libres en Cristo. Cuando Satanás venga a tentarnos para llevarnos de vuelta a la esclavitud del pecado, digámosle: ‘Diablo, has venido a la dirección equivocada. Si me quieres, tienes que ir con mi Cabeza, quien está en el cielo, puesto que yo estoy en Él. Él es mi nuevo Propietario; le debo toda mi lealtad. Satanás, ya no eres más el dueño de mi vida; ya no tengo que pagarte la renta. Y, en lo que a mí respecta, estoy resuelto a vivir la vida para la que fui destinado a vivir como un pecador que ha sido salvado y se le ha dado vida en Cristo’ ”.
2.     Decida vencer el malvado mundo actual por la fe en Cristo. En 1 Juan 5:4b–5 dice: “Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”. Por “vence al mundo”, Juan no se refiere a conquistar a la gente de este mundo, ganar pugnas por el de poder sobre nuestros colegas, ni dominar a otros. Juan tampoco se refiere a alejarse del mundo, como tienden a hacer los monjes o el pueblo Amish por medio de establecer sus propias comunidades. Un cristiano es llamado a pelear en este mundo aun cuando no sea de este mundo. Escapar del mundo es como si un soldado evitara ser herido huyendo del campo de batalla. Escapar no es vencer.
Vencer tampoco significa lograr santificar al mundo por Cristo. Algunas partes del mundo deben ser redimidas para Cristo, pero las actividades pecaminosas no pueden ser santificadas. Para Juan, vencer al mundo significa pelear por la fe contra la corriente del malvado mundo actual. Significa levantarse sobre la forma de pensar y las costumbres de este mundo. Significa perseverar en la libertad en Cristo fuera de la esclavitud mundana. Significa esforzarse por ser leal a Dios en vez de al mundo. Significa encontrar libertad solo en Cristo y su servicio de modo que cantemos con el salmista:
Soy, Oh Señor, tu servidor, esclavo pero libre,
Hijo de tu sierva, cuyos grilletes tú has roto;
Redimido por la gracia, daré como muestra
De gratitud mi alabanza constante a Ti.
Psalter [Salterio] 426, estrofa 9 (Salmos 116)
Significa ser levantado por sobre las circunstancias de este mundo, de modo que, como Pablo, aprendamos a contentarnos cualquiera sea nuestra situación, sabiendo que todas las cosas ayudan para bien a los que aman a Dios (Romanos 8:28). Significa anclar nuestras vidas en Cristo y las cosas eternas en vez de en este mundo y las cosas temporales; viviendo, por la gracia de Cristo, por sobre las amenazas y sobornos y burlas del mundo. Significa seguir al Señor como Caleb (Números 14:24) en medio de quienes se quejan. Significa mantener la paz cuando nuestros amigos o compañeros de trabajo nos menosprecian por servir al Señor.
Vencer al mundo por la fe significa vivir una vida de auto negación. Cuando Dios le indicó a Abraham que dejara a su familia y amigos en Harán, Abraham obedeció, sin saber adónde iba. Cuando se le presentaron las fértiles planicies del Jordán, no pidió mudarse ahí, como lo hizo su sobrino Lot. Cuando Dios le pidió sacrificar a su hijo Isaac, por medio del cual vendrían todas las promesas del pacto, Abraham desenvainó su cuchillo y se preparó a matar a su hijo en obediencia a Dios. Una vida de autonegación significa frecuentemente que debemos morir muchas muertes ahora, mientras servimos a Dios en este mundo.
Vencer al mundo por la fe significa aguantar pacientemente todas las persecuciones que el mundo nos arroja. Spurgeon aconseja: “Vencer al mundo soportando pacientemente todas las persecuciones que vengan sobre nosotros. No se enoje; y no se desanime. Las bromas no rompen huesos; y si usted se rompe algún hueso por causa de Cristo, sería el hueso más honrado de todo su cuerpo”.
Un estimado colega de Sudáfrica me contó sobre algunas de las ocasiones en que lo arrestaron en Sudán. Me dijo que solamente experimentó “persecución menor”, como tener su cabeza sumergida en un balde de orina hasta que se vio forzado a beberla, o que le ataran una bolsa alrededor del cuello hasta que se desmayó por falta de oxígeno. “Eso no es nada comparado con lo que nuestro Señor experimentó, ‘agregó rápidamente’. Los cristianos debemos contar por gozo el ser perseguidos por la causa de Cristo”.
La mayoría de nosotros no sufrimos tal persecución, pero si debemos vencer al mundo, no debemos ser amigos del mundo. Como dice Juan, la gente del mundo que odió a Cristo odiará también a sus discípulos. En 2 Timoteo dice: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”. Es mucho mejor tener como adversarios al diablo y a la gente del mundo, que tenerlos como amigos. Recuerden que un mundo que les sonríe es un lugar peligroso.
3.     Decida resistir al diablo peleando bajo el estandarte de Cristo. Santiago 4:7 dice: “Resistid al Diablo, y huirá de vosotros”. Resistir significa soportar, mantenerse en contra de algo. Siempre debemos estar contra Satanás, oponiéndonos en cada punto. Debemos oponernos con nuestra voluntad, nuestro intelecto, nuestra conciencia, nuestro corazón, nuestro poder y nuestra fuerza. Debemos permanecer firmes en nuestra fe, asiéndonos continuamente de la palabra de Dios. No debemos darle concesiones al diablo.
Debemos oponernos a Satanás por medio de determinarnos firmemente a hacerlo. Por la gracia de Dios debemos decidir no ceder a ningún asalto de Satanás, ni sucumbir a aflicción alguna. Decidirse es la mitad de la batalla. Decidirse por Dios es aniquilar a Satanás. Si titubeamos perdemos nuestra determinación y le damos la bienvenida a Satanás a nuestro hogar. La indecisión cede ante los artilugios de Satanás. Y cederle una pulgada es una invitación para que tome todo. Satanás no puede tolerar la oposición firme, decisiva.
Debemos pelear, vencer y derrotar al diablo, utilizando la misma arma que Jesús utilizó: la palabra de Dios. Solamente la palabra de Dios hará que el diablo huya de nosotros.
Juan dijo: “Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18). Ser guardados por medio del poder y la gracia de Dios es la promesa más cierta de que Satanás no nos puede tocar. Uno se guarda apoyándose en la Biblia, la palabra escrita, y en Jesucristo, la Palabra viviente. Satanás no puede ganar la victoria sobre la Escritura cuando se usa correctamente ni sobre Cristo y su sangre. Cada vez que mira al Calvario Satanás retrocede. Las heridas de Cristo son más poderosas que la fuerza de Satanás. Como dijo un ministro respecto al diablo: “Palidece con cada visión del Calvario”.
Un corazón rociado con la sangre de Cristo es suelo sagrado sobre el que Satanás teme pisar. Experimentar la salvación por medio de esa sangre expiatoria es una protección infalible contra Satanás. La Escritura nos dice que quienes están en el cielo han vencido a Satanás “por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos” (Apocalipsis 12:11).
4.     Decida dar fruto por la causa de Cristo. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis”, en el sentido de que se reconoce a los creyentes por ciertas actitudes y acciones. Jesús nos dice en Juan 15 que el fruto genuino solo viene por estar unido a Cristo y permanecer en Él (v. 4). Cualesquiera sean los dones o virtudes que usted tenga no puede dar fruto lejos de Cristo. Si quiere dar fruto, acérquese a la Vid verdadera, y confíe en la energía de Cristo en su vida para producir fruto. Abandone cada pecado que lo distrae de permanecer en Cristo y que mine su energía.
Filipenses 1:11 dice que Dios produce los frutos de la rectitud en nosotros de forma que Él pueda ser glorificado. Los frutos de la rectitud incluyen frutos de actitud y frutos de acción. Estos frutos de actitud, de acuerdo con Gálatas 5:22–23, son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estas características no son naturales en nosotros. Son más bien características espirituales de nuestro Salvador, que fluyen a nosotros por medio de la obra de salvación del Espíritu. Si los frutos de actitud están en nuestras vidas, les seguirán los frutos de acción.
Note que los frutos de actitud no se desarrollan de manera individual, sino como un paquete. Pablo habla del “fruto” en sentido singular. No vamos del amor al gozo a la paz; en vez de ello, el Espíritu Santo obra todos estos frutos de manera conjunta en nuestras vidas, en tanto permanezcamos en Cristo.
Los frutos de acción también sirven como ofrenda a Dios. Hebreos 13:15 describe una vida de alabanza llena de gratitud: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él [Cristo], sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Romanos 15:28 habla de ayudar a los necesitados. Pablo dice que sellaría para los gentiles “el fruto” dado por los romanos. Si se ofrece un don a alguien necesitado con un corazón lleno de amor que fluye de la energía divina e intangible de Cristo, ese es un fruto de acción. Así, Pablo dice: “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:8). Colosenses 1:10 se refiere a una conducta pura como un fruto de acción: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra”.
Satanás no tiene poder cuando la vida de un cristiano muestra fruto verdadero. Aun la gente que no tiene a Dios de pronto tiene actitudes y acciones divinas. La forma en que usted vive puede ayudar a construir el reino de Dios o el de Satanás. Un cristiano que resbala puede hacer mucho daño. Un cristiano que da fruto, lleno de Dios, puede hacer mucho bien.
Recientemente se realizó una encuesta entre miles de congregantes de iglesias. Al responder a la pregunta: “¿Qué te motivó a ir a la iglesia la primera vez?”, más de 90% dijo que se sintieron atraídos a ir a la iglesia por alguna buena actitud o acción de un miembro de esa iglesia. Si usted profesa el cristianismo, nunca olvide que el mundo lo observa de cerca.
La raíz del fruto está en la obra de salvación del Espíritu Santo en nuestra alma, que, a su vez, despierta en nuestra mente un compromiso total, conjugado en presente, con Dios. Luego, se abre paso al exterior por medio de nuestras palabras y acciones en toda nuestra vida (Filipenses 2:12–13). Influencia todo lo que somos, hacemos, pensamos, hablamos o planeamos. Afecta nuestro amar, nuestro odiar, nuestros silencios, nuestras penas y nuestro regocijo. Es inseparable de nuestro entretenimiento, negocios, amistades y relaciones.
Dar fruto es una tarea diaria. Involucra toda nuestra alma y todo nuestro cuerpo. El dar fruto es poner en acción la piedad bíblica. Juan Calvino dijo que toda nuestra vida “debe ser un ejercicio de piedad”. Ejercitarse en la piedad es un compromiso de por vida para vivir “mediante Cristo para con Dios” (2 Corintios 3:4), para ganar a nuestros vecinos para Cristo, y para derribar el reino de Satanás.
¿Está usted cultivando el fruto del Espíritu en su vida en gratitud a Dios y bajo la dependencia de su Espíritu? ¿Utiliza diligentemente las disciplinas espirituales para este propósito? ¿Está genuinamente preocupado de que cada parte de su vida muestre el fruto de la santidad para que otros deseen lo que usted tiene? ¿Su manera de hablar y conversar, sus actitudes y acciones, se alinean con la Escritura? ¿Su familia y amigos reconocen que, a pesar de sus defectos, usted es un cristiano sincero, lleno de fruto?
5.     Decida a no ser una herramienta del tentador. Satanás nos tienta directamente al hablar a nuestras mentes y obrar en nuestras emociones, y nos tienta indirectamente a través de otra persona como un miembro de la familia, un colega o un extraño. La otra persona usualmente no es creyente, pero como nos dice Pablo en Romanos 14, dicha persona también puede ser un creyente que se vuelva una herramienta de Satanás.
La motivación de tentar a alguien a pecar puede ser para complacer la carne. Una persona tiene cierta necesidad o deseo y tienta a alguien más para que le ayude a satisfacerla. O alguien busca aliviar su propia culpa al involucrar a alguien en el mismo pecado. Cualquiera que sea la motivación. Los cristianos se parecen más al diablo cuando se permiten a sí mismos tentar a otros a pecar.
Jesús pronunció una maldición divina sobre quienes tientan a otros a pecar. Dijo en Mateo 18:6–7: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”.
Previamente, en Mateo 18, Jesús habló sobre lo preciosos que son los niños, específicamente los niños en la gracia, o los nuevos conversos. Por extensión, todos los creyentes son niños en su relación con Cristo. Así pues, Jesús le advierte a cualquier creyente o no creyente sobre la gravedad de tentar a un hijo de Dios a pecar. Dice que entonces hacemos lo que Satanás hace, y debemos esperar sufrir las consecuencias de ese acto.
Las piedras de molino eran utilizadas en la época de Jesús para moler el trigo en harina. La piedra tenía de unos 44 centímetros de diámetro y entre 7 y 10 centímetros de espesor. Tenía un agujero en el centro y un asa en un extremo. Esta piedra se colocaba encima de otra piedra. Las mujeres giraban entonces el asa o palo mientras vertían el grano por el agujero para producir la harina para sus panes.
Otro tipo de rueda de molino tenía un metro y medio de diámetro y varios centímetros de espesor. Esta rueda era tan pesada que debía ser tirada por un asno. La piedra giraba sobre otra piedra, moliendo el grano. Si Jesús se refería a la piedra pequeña o a la grande, no es importante. El punto es que una persona que tienta voluntariamente a un creyente para pecar, mejor le sería tener una soga atada a su cuello con una piedra de molino y después ser arrojado al mar para ahogarse. Más le valdría al tentador estar muerto y no vivo.
Jesús fue justificadamente extremo en esta declaración en contra de llevar a un creyente por el mal camino. Ya es suficientemente malo pecar personalmente contra Dios y cargar con la pena de ese pecado, pero al tentar a alguien más a pecar, el tentador se convierte en el propagador y catalizador del pecado. Tal tentador es un peligro para los nuevos creyentes. Así como un terrorista es un peligro en nuestra guerra física, de la misma forma, una persona que trabaja para Satanás es un peligro para nuestra guerra espiritual. Dios dice que más le valdría a un tentador estar muerto que incitar a otros a caer en el pecado y arruinar sus vidas.
Jesús continúa en el versículo 7: “¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”. El vocablo ay advierte sobre la futura destrucción. En Mateo 23, Jesús utilizó ese vocablo siete veces, anunciando el castigo al decir: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!”. En Mateo 26, Jesús pronunció un “ay” sobre Judas Iscariote, quien traicionaría a Cristo. Es inevitable no ser seducidos a pecar, dice Jesús, pero ay de la persona por medio de la cual viene la tentación.
Los “ayes” de Jesús continúan hoy en día. Ay por el marido que no demuestra amor a su mujer, enseñando de esa forma a su hijo recién casado a no darse cuenta de la importancia de amar a su joven esposa. Ay por la mujer que no se somete a su marido, enseñándole a su recién casada hija que no es importante apoyar a su joven pareja como cabeza de la familia. Ay por el joven hombre que acepta un trabajo de barman para mantener a su familia, pero cuyas acciones invitan a otros a pecar mediante el alcohol. Ay por la joven mujer que se viste seductoramente y genera pensamientos pecaminosos en un joven temeroso de Dios.
Usted podrá objetar que conoce gente que tienta a otros a caer, pero no los ve sufriendo ningún “ay”. Se la pasan bien. Mi amigo, lo único que usted sabe sobre los demás es lo que ve y escucha. Frecuentemente no sabe lo que la gente siente. No conoce su lucha con el dolor y el sufrimiento. No sabe cómo el tentar a pecar a otros ha arruinado sus vidas y sus familias, dividido a sus hijos y provocado que sus negocios quiebren. Usted no sabe cómo el peso de dicho pecado ha oprimido sus corazones y obsesionado sus pensamientos. Usted no sabe si se la pasan bien o no.
El fondo del asunto es este: de ninguna manera actúe como una herramienta de Satanás tentando a alguien a pecar. Pagará profundamente por ello. Ore diariamente para que nunca dañe el nombre de su Salvador. Ruegue por el perdón de Dios por cualquier forma en que haya influenciado a otros, no intencionalmente, a tropezar en su camino con Dios.
Capítulo 12
Nuestro Desafío como Miembros de la Iglesia
Nuestro desafío para vivir como la iglesia de Jesucristo a la luz de la derrota de Satanás implica hacer el siguiente compromiso:
1.     Decida vivir por la Escritura solamente. Sola Scriptura era el grito de batalla de la Reforma. Los reformadores pensaban que la Escritura es perfecta, completa, clara, perentoria, inequívoca y completamente inspirada por el Espíritu Santo desde el primer capítulo de Génesis hasta el último capítulo de Apocalipsis. Para derrotar a Satanás en la iglesia, no espere que la iglesia sea perfecta. En vez de ello, ayude a la iglesia a perfeccionarse reformándola de acuerdo con las Escrituras. La Escritura es el eje del que irradian la Ley y el Evangelio, la doctrina y la predicación, la guía y la autoridad. Derrote a Satanás luchando por hacer de la Escritura el cimiento preeminente y la norma infalible en la iglesia.
Afirmar que la Escritura es infalible, inequívoca y perentoria no es suficiente para la iglesia. También debe ser liberada de los ministros que obran en su contra para tergiversar sus enseñanzas y permitir una Biblia libre de mitos, mujeres que ofician y matrimonios gay. La iglesia debe experimentar la Escritura como la forma en que Dios nos habla a nosotros, de la misma forma en que un padre habla a sus hijos. Dios nos da su Palabra como la verdad y el poder. Cuando la iglesia se rige por la Escritura en su profesión, enseñanza, experiencia espiritual y forma de vida, el Evangelio es “el poder de Dios [dunamis o dinamita] para salvación … (Romanos 1:16).
La Palabra de Dios es el arma más poderosa de la iglesia contra Satanás y su reino. Como escribió Lutero: “Todas las piedras que los David de Dios han lanzado a los Goliat [de Satanás] han sido tomadas del arroyo de las Escrituras”. No hay arma que Satanás tema más que la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. La iglesia de hoy necesita demostrar urgentemente el poder transformador de la Palabra de Dios. Dicho poder debe ser evidente en la forma en que los miembros de la iglesia viven en sus hogares, escuelas, negocios, comunidad y trabajos. Los miembros de la iglesia deben demostrar sincera y humildemente que aunque otros libros pueden informarles o incluso reformarlos, solo uno puede transformarlos y hacerlos conforme a la imagen de Cristo. Solamente como “cartas vivientes de Cristo” (2 Corintios 3:3) podemos esperar ganar la batalla actual por la Biblia. Si tan solo la mitad de la fuerza que gastamos atacando o defendiendo la Biblia se dedicara a conocer y vivir las Escrituras, ¡cuánta gente más caería bajo el poder transformador de la Escritura!
La iglesia actual debe ser más centrada en la Palabra al predicar, orar, alabar y vivir. Como dijo Henry Smith: “Siempre deberíamos poner la Palabra de Dios ante nosotros como una regla, y no creer ninguna otra cosa que lo que nos enseña solamente, amar lo que prescribe, odiar lo que prohíbe y no hacer nada más de lo que nos ordena” (Works, 1:494). Cuando la palabra sea el centro de nuestras iglesias, Satanás será derrotado. Experimentaremos lo que dice John Flavel: “Las Escrituras nos enseñan la mejor forma de vivir, la manera más noble de sufrir y el modo más confortable de morir”.
¿Usted, de manera personal, conoce, ama y vive las Sagradas Escrituras? ¿Busca la Palabra de Dios y la disfruta? ¿Puede decir, junto con Ezequiel: “Y fue en mi boca dulce como miel” (Ezequiel 3:3)? ¿Es la Biblia su primer amor o pasa más tiempo leyendo el periódico o navegando en Internet? ¿Es la Escritura el espejo frente al que nos vestimos (Santiago 1), nuestra regla de trabajo (Gálatas 6:16), el agua con que nos lavamos (Salmos 119:9), el alimento que nos nutre (Job 23:12), nuestra espada para pelear (Efesios 6:17), nuestro consejero para responder dudas y temores (Salmos 119:24), y nuestra herencia para enriquecimiento (Salmos 119:111)? ¿Son nuestras conciencias, como la de Lutero, cautivas por la Palabra de Dios?
2.     Decida vivir por medio de la fe para salvación en el señorío de Cristo a través de arduo trabajo bajo su gobierno. La fe en el señorío de Cristo es la columna vertebral del servicio en la iglesia. La fe nunca olvida que la iglesia está en guerra; proporciona paz en medio del conflicto espiritual. El verdadero cristiano está en Cristo, y pertenecer a Cristo nos habilita a triunfar sobre Satanás y todas sus fuerzas. En Cristo, la iglesia está a salvo, sin importar qué tan oscuros sean los tiempos. El pueblo de Dios es optimista porque su Salvador es victorioso. Él es el león de la tribu de Judá. Él es el Dios poderoso nacido en un pesebre en Belén. Él avanza desde ahora y hasta el día final, conquistando y para conquistar. Él le dice a su iglesia: “Creéis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1), y la iglesia responde con Pablo en 2 Corintios 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.
Cuando la iglesia está apasionadamente convencida de que Cristo es el Señor, y dicha convicción está casada con un profundo amor al Salvador y una comunión diaria con Él, el futuro de la iglesia es realmente brillante. Ella sabe que Cristo es más poderoso que Satanás, y que todos los demonios del infierno no pueden soltarla de la mano del Padre.
Podemos confiar la iglesia en las manos de Cristo, sabiendo que la iglesia le pertenece. Cristo prometió: “Edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). Su señorío prevalecerá. Por eso Lutero podía decir, antes de irse a dormir: “Señor Jesucristo, ahora necesito descanso, así que retiro de mis hombros las cargas de la iglesia y las coloco en ti. Descansaré en paz sabiendo que Tú eres el cuidador de la iglesia. Por la mañana, volveré de nuevo al servicio”. Lutero tenía fe en el señorío de Cristo sobre su iglesia. La iglesia es el sitio de trabajo donde Dios conjunta una gran fe y un arduo trabajo.
Jesucristo es el mediador, ministro, fiador y Señor de su iglesia. La sustancia con la que construye su iglesia son los pecadores. Él cambia a los pecadores con su poder, los hace confesar su nombre, y obra el compromiso en sus vidas. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia de Dios (Mateo 16:18). A través de la historia, aún cuando la iglesia parecía abrumada por los poderes de la oscuridad, ha sobrevivido y crecido. John Flavel les dijo a unas personas que estaban a punto de llorar en duelo por una iglesia vacilante: “Dios ha obrado bien en medio de ella”. “No se apresuren a quemar la iglesia antes de que esté muerta”.
La iglesia podrá tambalearse, pero seguramente continuará su marcha a través de la historia hacia el triunfo final. Ello es porque Jesucristo garantiza su éxito como el Señor. Él nunca la desechará como si fuese irrelevante, tal como lo hacen otros. Las iglesias individuales podrán cerrar sus puertas, las denominaciones podrán marchitarse, pero la iglesia de Cristo crecerá y prosperará. Como dice la Confesión Belga en el artículo 27: “Esta santa iglesia es guardada por Dios, sostenida contra el furor del mundo entero; si bien a veces, durante algún tiempo ella parece a los ojos de los hombres haber venido a ser muy pequeña y quedar reducida a una apariencia; así como el Señor, durante el peligroso reino de Acab, retuvo para sí siete mil almas que no doblaron sus rodillas ante Baal”.
Si en verdad comprendiéramos la perspectiva de Dios sobre la iglesia, muchos de los problemas con los que lidiamos en la iglesia local parecerían pequeños. Considere, por ejemplo, lo siguiente. Mientras Israel solamente veía los escombros de Jerusalén, Dios vio murallas construidas de nuevo (Isaías 49:16). Cuando vemos una iglesia desgarrada por la disensión, Dios ve una iglesia gloriosa elegida por el Padre (Efesios 1:3–6), redimida por el Hijo (Efesios 1:7), y adoptada por el Espíritu (Romanos 8:15). La iglesia es gloriosa debido a su papel en el plan de Dios (Efesios 3:10–11), su santidad (Efesios 2:10), su acceso a Dios (Hebreos 4:16), y su distinguida herencia (Efesios 1:14–18). Tal como escribió John Newton:
Glorias mil de ti se cuentan, oh Ciudad de nuestro Dios;
Tus mansiones se sustentan al sonido de su voz.
Sobre Roca estás fundada, tus cimientos fijos son;
Pues estás amurallada con eterna salvación.
Los verdaderos cristianos son miembros de la única institución permanente y exitosa de la tierra. “No hay grupo, movimiento o institución de ninguna clase en el mundo que pueda tan siquiera acercarse a la gloria, el esplendor, el honor, la belleza, la magnificencia, la maravilla, la dignidad, la excelencia y el resplandor de la iglesia de Dios”, escribió Daniel Wray, [La Importancia de la Iglesia Local, pp. 4–7; Estandarte de la Verdad]. Deberíamos servir a la iglesia, y a Cristo por medio de la iglesia, con todo nuestro corazón, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios 15:58).
La iglesia es una flota de barcos pesqueros, no un club de yates; es un hospital para pecadores, no un museo para santos. Dedicamos nuestra vida a una obra en desarrollo: lo que Cristo ha prometido y pagado con su propia sangre. Trabajamos para lo que es valioso y será exitoso al final, aunque el oro siempre tendrá escoria. El trabajo de la iglesia, por lo tanto, nunca es en vano. Es el producto de la gracia soberana de Dios en Cristo, no el producto de las ideas y los esfuerzos de los hombres.
La promesa de Cristo respecto a que edificará la iglesia se está cumpliendo. En este lado del Día del Juicio, la iglesia está en construcción. Y como en cualquier sitio de obras, este sitio de construcción no está necesariamente ordenado ni tampoco es impresionante. Incluye montones de ladrillos y tablas, feas zanjas, cascajo, escombros y herramientas abandonadas.
Si vemos tal desorden, fácilmente nos podemos desanimar. Vemos mucha gente sin terminar en la iglesia, llenas de imperfecciones y debilidades. Si creemos que podríamos encontrar algo mejor que eso, solamente nos estamos preparando para ser desilusionados. Sin embargo, en vez de criticar a la gente que no alcanza nuestras expectativas, debemos ponernos las botas, el mono y el casco, y poner manos a la obra.
También deberíamos prepararnos para una gran cantidad de arduo trabajo que al parecer no sirve de mucho. Ora et labora (“¡ora y trabaja!”) debe convertirse en nuestra canción de trabajo. La iglesia de Cristo necesita servidores de todo tipo, e instrumentos de toda clase, tanto navajas como espadas, hachas y martillos, las Marta y María, los Pedro y Juan, escribió J. C. Ryle. Aunque vamos a lidiar con muchos desafíos en la obra de la iglesia, debemos perseverar, siempre recordando lo que la iglesia será algún día: una novia ataviada para su marido, sin mancha ni arruga. Matthew Henry escribió: “La iglesia sobrevivirá al mundo, y estará en gloria cuando el otro esté en ruinas”. “Mientras los hombres predicen la ruina de la iglesia, Dios la está preparando para su salvación”.
Si Cristo obtendrá la victoria sobre Satanás por la Palabra, y Él le ordena a su iglesia que predique la Palabra por todo el mundo para cumplir sus propósitos, el privilegio de la iglesia es amarse los unos a los otros, obedecer el mandato del Señor y dejar el resultado en su mano soberana. La iglesia debe descansar, como en los días de Noé, en la seguridad de que la Palabra de Dios no volverá a Él vacía (Isaías 55:11). Trabajamos con confianza, no frenéticamente, sabiendo que el Segador es Dios y la siega está en sus manos. Cuando nos olvidamos de esto, dudamos, tememos y entramos en pánico; pero cuando actuamos conforme a esto y llevamos el Evangelio a los confines de la tierra, nos regocijamos en la obediencia de la fe y creemos que, en breve Satanás será aplastado bajo nuestros pies.
3.     Decida vivir para la reforma y el avivamiento en la iglesia. Para mantener a raya a Satanás, la iglesia debe continuar luchando por reformarse. Debe recuperar lo que ha perdido desde la Gran Reforma Protestante. Los reformadores del siglo XVI pelearon por cuatro grandes frentes. El primer aspecto fue reformar la adoración. Calvino consideraba la adoración como el campo de batalla fundamental, dado que la iglesia llega a su expresión total en la adoración. ¡Oh, cuánto necesitamos regresar hoy en día a la adoración de los días de la reforma: simple, bíblica, en Espíritu y en verdad, centrada en la predicación no adulterada de todo el consejo de la palabra de Dios: la muerte en Adán y la vida en Cristo! Demasiadas iglesias atraen a la gente a sus servicios por medio de estrategias engañosas sin darse cuenta de que cualquier estrategia que la iglesia utilice para llevar gente, debe perpetuarse para mantener a la gente ahí. Seguramente Satanás no tiene problema con las iglesias que se alejan de la adoración centrada en Cristo, centrada en la palabra. No pelea contra esas iglesias, sino, como dice Vance Havner: “Se les está uniendo ya que hace más daño sembrando cizaña que arrancando el trigo. Consigue más por la imitación que por una oposición abierta”.
El segundo frente de la Reforma era la preocupación doctrinal por recuperar la visión bíblica de Dios, el hombre, la salvación, la obra del Espíritu y los sacramentos. La iglesia de hoy necesita regresar a los sellos básicos de la Reforma: las cinco Solas fundamentales, los cinco puntos del Calvinismo, el pacto de gracia, el señorío de Cristo, la obra de salvación del Espíritu, y la soberanía trascendente de Dios.
El tercer frente de la Reforma era la práctica y disciplina de la iglesia. He aquí sus principios básicos: el Señor Jesucristo es la única Cabeza de la Iglesia (Colosenses 1:18). Él ha establecido el gobierno en la iglesia (Mateo 16:19), que le confía a sus Efesios 4:11–12), quienes deben ejercitarse en la escritura, el poder espiritual y la disciplina (Juan 18:36; Mateo 28:19–20) para el bienestar de la iglesia (Tito 1:5). Dicha disciplina debe ser preventiva y correctiva. Calvino se refirió a la disciplina como la tercera marca de la iglesia verdadera. Él creía que si la llave de la disciplina de la iglesia se oxidaba por falta de uso, las otras dos marcas de la iglesia: la predicación pura y la correcta administración de los sacramentos también perderían su eficacia como medicina curativa. Actualmente, la mayoría de las iglesias no utilizan la llave de la disciplina o la utilizan burdamente sin amor. Incluso aquellas que la usan, con frecuencia disciplinan tardíamente. Y cuando lo hacen, se topan con una férrea resistencia por parte de los parientes o amigos del hermano que está siendo amorosamente disciplinado.
Finalmente, los reformadores peleaban por la piedad basada en una sana doctrina. Para los reformadores, el entendimiento teológico y la piedad práctica eran inseparables. Calvino desarrolló una forma de piedad que él argumentaba como la principal razón para escribir su obra Institución de la Religión Cristiana. Como yo he enseñado en todas partes (The Cambridge Companion to John Calvin [El Compañero de Juan Calvino en Cambridge], ed. Donald K. McKim, pp. 125–52), la piedad de Calvino es evidente en prácticas pragmáticas como: la oración, el arrepentimiento, la negación de uno mismo, el soportar la cruz y la obediencia. Es evidente en doctrinas teológicas como: la unión con Cristo, la justificación y la santificación. Pero la piedad es también evidente en asuntos eclesiásticos. Calvino habló frecuentemente sobre la piedad en la iglesia, la piedad de la predicación de la palabra a través del ministro interno (el Espíritu Santo) por medio del ministro externo (el predicador). Habló de la piedad en la ley, en los sacramentos y en el salterio. El llamado a regresar a una completa piedad bíblica es la dimensión más olvidada y abandonada de la Reforma.
Los reformadores creían apasionadamente que se necesitaba reformar estos cuatro frentes. No eran personas pragmáticas que simplemente siguieron la corriente mientras las cosas funcionaban. En vez de ello, reformaron la iglesia, desde sus cimientos hasta lo alto, edificando los principios de la alabanza bíblica, una teología sólida, la educación de fe y una completa piedad.
De la misma forma, la iglesia de hoy en día debe luchar por ser una iglesia reformada. No debe tratar de ser lo que cree que la gente quiere que sea. Si queremos que la iglesia cambie al mundo, la iglesia debe estar bien, en primera instancia. Debe ser lo que la Escritura habla de ella: gente que ha sido apartada para alabar al Señor en Espíritu y verdad y para trabajar en su reino en la tierra.
La iglesia también necesita un avivamiento. Con demasiada frecuencia, la gente que quiere reformar la iglesia no está consciente de la necesidad de avivamiento de la iglesia. Pero sin avivamiento, la reforma en la iglesia será fría y formal, y puede ser destructiva. Cuando cada corchete del tabernáculo sea traído bajo el escrutinio de personas de mentalidad reformista cuyos corazones no hayan sido renovados y encendidos con amor por Dios, la reforma producirá esterilidad, formalidad, legalidad y tal vez, divisiones en la iglesia. Una reforma sin avivamiento puede tornarse fea y brutal.
Los avivamientos son tiempos de refrigerio que vienen de la presencia del Señor, de acuerdo con Hechos 3:19. Durante el avivamiento, el Espíritu Santo se vierte en los pecadores de una forma extraordinaria. Los auténticos avivamientos no producen una clase de cristianismo diferente; dan nueva vida al verdadero cristianismo. No son completamente diferentes de las experiencias tradicionales de la iglesia; la diferencia es cuestión de grados. En un verdadero “derramamiento del Espíritu”, un gran número de personas son nacidas de nuevo. El pueblo de Dios crece en madurez espiritual en mayor medida que la usual. La influencia espiritual se difunde más, hay una convicción más profunda del pecado y los sentimientos son más intensos. El sentido de la presencia de Dios es más evidente y el amor por Dios y los otros se incrementa. Un avivamiento resalta todas estas características del cristianismo (Ian Murray, Revival and Revivalism [El Avivamiento, su Doctrina e Historia], p. 23).
Tal como la reforma necesita un avivamiento, el avivamiento también necesita una reforma. Sin una reforma constante, los avivamientos pueden salirse del camino debido a abusos ajenos a la Escritura, fenómenos extraños y falsas conversiones. En los avivamientos, la paja crece junto al buen trigo, pero la paja empieza a tomar el control cuando el avivamiento no va de la mano de una reforma. Los avivamientos son influenciados por el hombre, por lo tanto, los avivamientos frecuentemente son seguidos por una temporada de trilla (Ian Murray, pp. 82–85).
Los auténticos avivamientos varían enormemente, pero desde los avivamientos registrados en el Nuevo Testamento en el libro de Hechos, hasta los grandes avivamientos de la historia de la iglesia, como la Reforma del siglo XVI, el Gran Despertar de la década de 1740, o los avivamientos internacionales a finales de la década de 1850, las características de un verdadero avivamiento incluyen:
a.     La obra soberana del Espíritu Santo. La existencia, profundidad, tiempo y el número de verdaderos avivamientos son determinados por Dios (Hechos 2:47; 13:48).
b.     Un derramamiento notorio de oración (Hechos 1:14; 2:1).
c.     Un movimiento que inicia en la iglesia. El verdadero avivamiento frecuentemente inicia en la iglesia con el nuevo despertar y la nueva luz de aquellos que ya han nacido de nuevo (Hechos 2:2–4).
d.     Predicación bíblica. La predicación basada en las Escrituras es crucial en el avivamiento. Doce de los 22 versículos del sermón de Pentecostés de Pedro que instan al avivamiento son citas de Salmos y los profetas.
e.     Arrepentimiento. El avivamiento es honesto con las almas de la gente; su llamado al arrepentimiento va de la mano con el redescubrimiento de la verdad (Hechos 2:38). La reforma y el avivamiento van juntos.
f.     Fe. En el verdadero avivamiento, el poder de la fe se une con el poder de la verdad y el arrepentimiento (Hechos 2:39).
g.     Centrado en Cristo. El avivamiento siempre se centra en Cristo de manera empírica.
h.     Evangelizar. Cuando la iglesia es avivada, difunde el Evangelio por todos lados (Hechos 13:48–49).
i.     Amor. El avivamiento promueve gran amor por la gloria de Dios y las almas de los demás.
Un avivamiento sin reforma promueve calor sin luz, celo sin salud. Para derrotar a Satanás en nuestras iglesias, debemos orar tanto por una reforma como por avivamiento. Ore por un “avivamiento reformador” y una “reforma reavivada”. Mientras tanto, pregúntese si en verdad anhela la reforma y el avivamiento. ¿Se esfuerza por vivir en genuina piedad en Cristo? ¿Camina siendo digno de la vocación a la que ha sido llamado como miembro de la iglesia de Cristo? ¿Se refleja eso en su devoción privada y su alabanza familiar? ¿Se derrama en un uso fiel de los medios de la gracia? ¿Asiste a servicios de alabanza, reuniones de oración y otros ministerios en la iglesia con entusiasmo lleno de oración y expectativa sincera? ¿Espera grandes cosas de un gran Dios? Cuando parece que no hay conversiones por varias semanas, ¿pregunta usted con oración preocupada como George Whitefield: “Señor, ¿qué está pasando”?
4.     Decida vivir en unidad ante Cristo. Una miembro me llamó un día, bastante triste. Viajaba en un avión, junto a un hombre que iba orando. Cuando terminaba, le preguntó cálidamente:
“Así que, ¿es usted cristiano?”
“No,” respondió él, cortante.
“Creí que estaba orando,” insistió ella.
“Lo estaba,” dijo él.
Tras unos minutos mi congreganta preguntó: “Señor, ¿puedo preguntarle a quién oraba?”.
Él hizo una pausa y luego dijo: “Estaba orando a Satanás”.
“¿Y qué razón en la tierra le hace orar a Satanás?” preguntó asombrada.
Él respondió: “Oraba por que Satanás tenga éxito en dañar la relación entre al menos 30 pastores y sus congregaciones en Norte América esta semana”.
Mi congreganta estaba pasmada. “El hombre parecía muy sincero cuando oraba,” me dijo. “Parecía más serio que yo en la mayoría de mis oraciones”.
Satanás se deleita en la división. Se deleita en rasgar el cuerpo de Cristo. Para contrarrestar a Satanás, la iglesia debe esforzarse para darse cuenta de su unidad en Cristo. Debemos esforzarnos por tener buena comunicación y entendimiento. Debemos desafiar los intentos de Satanás para separar a la iglesia.
El Credo Niceno confiesa “una iglesia” (unam eclesiam), refiriéndose a que la iglesia se edifica sobre una roca, un Mesías, una confesión. La Confesión de Westminster dice que la unidad de la iglesia yace en Jesucristo: “La iglesia universal que es invisible, consiste de todo el número de elegidos que han sido, son, o serán reunidos en unidad bajo Cristo, la Cabeza de dicha unidad; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud del que lo llena todo” (Capítulo 25.1). Decir que la iglesia es el cuerpo de Cristo y Él mismo es la cabeza, (Col. 1:18) implica que Cristo y la iglesia se complementan, pues un cuerpo y una cabeza no pueden existir el uno sin el otro.
Wilhelmus Brakel dijo que la iglesia y Cristo son cada uno propiedad del otro. Su unión se afirma por el regalo de Cristo a la iglesia, la adquisición de la iglesia por parte de Cristo y su victoria por la misma, la morada del Espíritu de Cristo dentro de la iglesia, y la rendición de la iglesia por la fe y el amor a Cristo (The Christian Reasonable Service [El Culto Racional del Cristiano], 2:87–90). Pensar en Cristo sin la iglesia separa lo que Dios ha unido por siempre en santa unión.
La iglesia está relacionada orgánicamente con Cristo más profundamente que cualquier relación orgánica que esté dentro del dominio de nuestra experiencia; está enraizada y edificada en Cristo (Colosenses 2:7), ataviada con Cristo (Romanos 13:14), y no puede vivir sin Cristo (Filipenses 1:21). “La iglesia en Cristo es lo que Eva era en Adán”, escribió Richard Hooker.
Todos los miembros del cuerpo de Cristo están unidos unos con otros debido a su Cabeza en común (1 Corintios 12). Todos los verdaderos creyentes que confiesan a Cristo como su único Salvador forman una sola iglesia que está “ensamblada y reunida con el corazón y la voluntad en un mismo espíritu, por el poder de la fe”, de acuerdo con el Artículo 27 de la Confesión Belga. Están unidos como miembros de la familia de Dios, la comunión de Cristo, y la comunidad del Espíritu. Hay un solo Evangelio (Hechos 4:12), una revelación (1 Corintios 2:6–10), un bautismo (Efesios 4:5), y un memorial del Señor (1 Corintios 10:17).
A.A. Hodge dijo que si hay un Dios, un Cristo, un Espíritu y una cruz, solamente puede haber una iglesia (Confesión Westminster de Fe p. 310ff.). Los creyentes de esta iglesia se describen en imágenes del Nuevo Testamento como sal de la tierra, el templo sagrado, la nueva creación, los esclavos santificados, hijos de Dios y combatientes contra Satanás. Hay muchas ramas en una vid, muchas ovejas en un rebaño y muchas piedras en un edificio. La iglesia es un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
La unidad de la iglesia en Cristo es indestructible, pues viene junto con Cristo. Su unidad, sin embargo, puede ser interrumpida. Cuando eso sucede, debemos sentir pena y dolor por cuánto se puede dividir una iglesia debido a su infidelidad a Cristo y su desviación del patrón apostólico de unidad. Pecados como la falta de atención a la pureza de práctica y doctrina (1 Timoteo 6:11–21), la autonomía (1 Corintios 1:10–17), disensiones (1 Corintios 3:1–23), el deseo de poder (3 Juan 9), la falta de disposición para buscar la reconciliación (Mateo 5:23–26), la falta de mantener la disciplina de la iglesia (Mateo 18:15–20), y el negar ayuda a los hermanos necesitados (Mateo 25:31–46) rasgan el cuerpo de Cristo.
Con todo, aun las múltiples divisiones de la iglesia ocasionadas por desavenencias entre creyentes no pueden dividir a la verdadera familia de Cristo. Los hermanos y hermanas de una familia podrán discutir y separarse, pero siguen siendo miembros de una familia. De la misma forma, la iglesia es un cuerpo en Cristo con muchos miembros (Romanos 12:3–8; 1 Corintios 12:27), una familia de Dios Padre (Efesios 4:6), y una comunidad en el Espíritu (Hechos 4:32; Efesios 4:31–32). Como Pablo escribió a los Efesios: “Un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (4:4–6).
Entendida correctamente, la unidad de la iglesia nos ayuda a evitar la clase de unidad que se tiene a expensas de la verdad expresada en sus confesiones de fe. Algunas divisiones son críticas para mantener a la verdadera iglesia separada de la falsa. “Es mejor la división que concordarse en la maldad”, dijo George Hutcheson. Aquellos que apoyan la falsa unidad al tolerar errores y herejías olvidan que una separación con base en los fundamentos bíblicos ayuda a preservar la verdadera unidad del cuerpo de Cristo. “La guerra del diablo es mejor que la paz del diablo”, comentó Samuel Rutherford.
La unidad de la iglesia nos ayuda a evitar divisiones por doctrinas no esenciales así como diferencias egoístas. Dichas separaciones violan la unidad del cuerpo de Cristo. Como advirtió Samuel Rutherford: “Es un pecado temible provocar un cisma y un hoyo en el cuerpo místico de Cristo a causa de una mancha”. Tal división ofende al Padre, quien anhela ver a su familia viviendo en armonía; ofende al Hijo, quien murió para tumbar las murallas de la hostilidad; y ofende al Espíritu, quien mora entre los creyentes para ayudarles a vivir en unidad.
Los miembros de la iglesia deben darse cuenta de que no pueden tocar ninguna parte del cuerpo de la iglesia sin afectar a todo el cuerpo (1 Corintios 12). La desunión afecta a toda la iglesia, incluyendo su trabajo de evangelismo. En Juan 17, Jesús oró por la unidad de la iglesia, de forma que el mundo creyera que Dios envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. La auténtica unidad de la iglesia, que es un sorprendente contraste a las luchas en el mundo, es una señal para el mundo de la unidad que existe entre Padre e Hijo.
Los cristianos por tanto debieran trabajar en unidad en la iglesia. Como escribió John Murray, “Si nos convencemos de una vez de la maldad del cisma en el cuerpo de Cristo” entonces nos sentiremos obligados a predicar sobre el mal, a traer convicción a los corazones de otros también, a implorar la gracia y sabiduría de Dios para remediar el mal, y para concebir formas y medios de sanar estas rupturas” (Collected Writings [Escritos Recopilados], 2:335). Necesitamos seguir el consejo de Matthew Henry: “En los grandes asuntos de la religión, sean de una sola mente, pero cuando no haya unión de opiniones, que exista unión de afectos”.
A pesar de las separaciones no bíblicas, los verdaderos creyentes continuarán unidos como miembros del cuerpo de Cristo hasta el fin de los tiempos, cuando la división externa desaparezca. No habrá divisiones en el cielo. En el cielo, la oración de Cristo para que todos los creyentes sean uno será cumplida en verdad (Juan 17:20–26). La unidad del cuerpo de Cristo resplandecerá (Apocalipsis 7:9–17). Lo que ahora difícilmente podemos creer por fe será evidentemente glorioso a la vista.
Capítulo 13
Nuestro Desafío como Ciudadanos
Finalmente, nuestro desafío para derrotar a Satanás como ciudadanos en nuestras respectivas naciones, implica resoluciones que debemos tomar en la fuerza de Cristo, por la fe:
1.     Decida evangelizar difundiendo la verdad donde sea posible. Satanás es el padre de los mentirosos; él es tanto el mentiroso como la mentira. Es la antítesis de Dios, quien es la esencia de la verdad. Dios Padre declara la verdad (Juan 1:18), Dios Hijo es la personificación de la verdad (Juan 1:17; 14:6), y Dios Espíritu Santo nos guía a la verdad (Juan 17:17; 16:13). Dios es la verdad absoluta, incondicional; Él no puede mentir ni ser falso (Tito 1:2; Hebreos 6:18). Como dice Salmos 111:7–8: “Las obras de sus manos son verdad y juicio; fieles son todos su mandamientos, afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud”. La verdad es un atributo glorioso de Dios. Todas las mentiras son pecado, puesto que son una contradicción de Dios como verdad.
Dios ama la verdad. Thomas Goodwin dijo: “Dios tiene tres cosas de grande estima para Él en este mundo: sus santos, su alabanza y su verdad; y es difícil decir cuál de estas tres es de más estima para Él”. La gente comprometida con la caída de Satanás y el crecimiento de Cristo difunden la verdad. Decida ser tal persona.
¿Usted se pregunta, cómo voy en este asunto? El difundir la palabra inicia con la oración privada. Cada mañana pídale a Dios que haga de su vida una fuerza de la verdad en ese día. Pídale que le ayude a olvidarse de sí mismo y a recordarlo proclamando su verdad en lo que usted dice y hace. Ore por que se abran oportunidades para hablar una buena palabra para Dios, y anticípese y actúe conforme a esas oportunidades. Oblíguese a no permitir que se le vaya ninguna oportunidad sin decir alguna palabra para bien. Entre más lo haga, será más fácil.
Permítame darle dos rápidos ejemplos. Como pastor de una gran iglesia, frecuentemente visito gente en el hospital. Cuando subo al elevador, generalmente lo utilizo para conversar con los que comparten el ascensor conmigo. Rompo el típico silencio de los elevadores con uno o dos comentarios amistosos, tal vez acerca del clima. La mayoría de las veces las otras personas responden cálidamente. Entonces les pregunto: “¿Tiene algún familiar o amigo cercano en el hospital?”. Casi en todos los casos, así es, de modo que empiezan a hablar sobre la persona que visitan y en qué estado se encuentra. Si bajamos en el mismo piso, la conversación suele continuar. He tenido muchas oportunidades de orar con esas personas, quienes minutos antes eran completos extraños para mí. Y frecuentemente he dado un seguimiento a esas oportunidades de pastoreo enviándoles literatura reformada.
También he iniciado la conversación con gente en aviones. Me he decidido a hacerlo cada vez que viaje solo. Al principio era duro, pero con el tiempo he aprendido a disfrutar de testificarle a la gente en los aviones. Por una razón, debido al anonimato de los aviones, la gente casi siempre está dispuesta a abrir su vida. La mayoría de las veces, aceptan algo de la literatura reformada que siempre llevo conmigo, a propósito. Antes de aterrizar, les ofrezco enviarles más literatura gratuita. Casi la mitad de la gente acepta mi oferta y me dan su domicilio.
No hay duda de que muchos de esos esfuerzos permanecerán sin dar fruto, pero ¿quién puede saberlo? Eclesiastés 11:1 dice: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días, lo hallarás”. En una ocasión, volando sobre el estado de Nueva York, le di cierta literatura a una sobrecargo que no era creyente. Mientras aterrizábamos, me preguntó si podría enviarle algunos sermones en cintas puesto que diariamente tenía que manejar 145 kilómetros para ir a trabajar. Le envié 20 cintas. Algunas semanas después, me escribió para decirme lo importante que habían sido para ella los sermones, e incluyó un cheque por $50 dólares. Sobra decir que le envié más cintas.
La vida es increíblemente corta. Permita que la verdad lo convenza de su pecado, libérese en Cristo y transfórmese en un difusor de la verdad. “Guarden la verdad, y la verdad los guardará”, dijo William Bridge. Difunda la verdad por donde pueda, de cualquier forma que se ajuste a los dones que Dios le ha dado. Difunda la verdad en conversaciones privadas, folletos, cintas, periódicos, libros, radio y correo electrónico. Difunda la verdad en su hogar, su iglesia, su escuela dominical y entre sus vecinos. Difunda la verdad en la sociedad, en las cárceles, en las guarderías o asilos y en las calles.
Un amigo de Cape Town, Sudáfrica, se dedica a un ministerio de fe de tiempo completo para difundir las Últimas Preguntas de John Blanchard a cualquiera que quiera recibirlas. Cuenta numerosas historias sobre cómo ha bendecido Dios la repartición de decenas de miles de estos documentos. Su gasto más elevado es comprar varios pares de zapatos cada año, debido al desgaste que sufren tras caminar en las calles de diez a doce horas diarias. Más cerca de aquí, tengo un tío en los ochenta años que siempre lleva en sus bolsillos varios folletos de sermones. A donde quiera que va, busca difundir la verdad entablando conversación con la gente, con el objetivo de entregarles un folleto. Una vez, en una reunión de la iglesia, escuchamos sonar varias sirenas; desapareció por un momento, solo para regresar con gran emoción. “Una gran multitud se reunió alrededor de un motociclista que golpeó un auto, cayó al césped y estaba bien ‘dijo’. Pero lo mejor de todo ‘añadió, abriendo su chaqueta y mostrando los bolsillos vacíos’ ¡fue que pude entregar todos mis folletos en un solo lugar!”.
¿Qué verdad divulgamos? Si no somos salvos, pervertimos la verdad y nuestras vidas difunden mentiras, puesto que pertenecemos a Satanás, el mentiroso. Cada ocasión en la que no glorificamos a Dios, vivimos por la fe y caminamos conforme al espíritu de la ley, damos falso testimonio de nuestro Creador. Si somos salvos, nuestras vidas deben difundir la verdad cada vez más, puesto que somos de Cristo, quien es la Verdad. No se avergüence de hablar de Cristo. El mundo no se avergüenza de su falsa agenda; ¿por qué tendrían que avergonzarse los cristianos por decirles a otros sobre la Verdad que cambia vidas? Thomas Brooks escribió: “Cada parcela de la verdad es preciosa, como las limaduras de oro; debemos vivir con ellas, o morir por ellas”.
Si se expone a la debilidad de Satanás, decida a vivir como una luz sobre un monte y como la sal de la tierra. Permita que su vida sea contagiosa. Que abunden el amor y la verdad, recordando que la necesidad más profunda de nuestra nación no es legislar sobre la piedad y la moral de arriba hacia abajo, sino la conversión de la gente común, una a la vez, desde el nivel más bajo. El evangelismo uno-a-uno, y no las políticas de las naciones, esto que puede salvar a nuestros países que están alejados de Dios.
Compre la verdad (Proverbios 23:23). Sea un difusor de la verdad dedicado, persistente y lleno de oración. Conozca la verdad (Juan 8:32), haga la verdad (Juan 3:21), y practique a la verdad (Juan 8:44). Siga el consejo de John Hus: “Busquen la verdad, escuchen la verdad, aprendan la verdad, amen la verdad, hablen la verdad, abracen la verdad hasta la muerte”. Y así su sal no perderá su sabor como un ciudadano cristiano de su nación.
2.     Decida extender el amor de Cristo a los pobres y necesitados. La causa de Satanás se fortalece cuando los cristianos cierran ojos y oídos a los problemas sociales. Santiago nos advierte severamente sobre el juicio de Dios por no cuidar de la gente necesitada. Dice: “Y si un hermano o hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma” (2:15–17).
Debemos extendernos hacia nuestros vecinos en necesidad tanto en palabra como en actos. Como dijo John Stott: “¿Por qué deberían involucrarse los cristianos? Al final solamente hay dos actitudes posibles que los cristianos pueden adoptar hacia el mundo: el Escape y el Compromiso”. Stott explica que el “escape” significa dar la espalda al mundo. Significa rechazar a los no creyentes, lavarnos las manos de ellos y endurecer nuestro corazón contra sus lamentos de agonía por ayuda. Por el contrario, el “compromiso” significa dar la cara al mundo en compasión, ensuciarnos las manos, lastimarlas y desgastarlas por su servicio. Significa: “Sentir profundamente dentro de nosotros la agitación del amor que no puede ser contenido”. Stott concluye: “Si en verdad amamos a nuestros vecinos y … deseamos servirles, debemos preocuparnos por todo su bienestar, tanto el de su alma como el de su cuerpo y su comunidad. Y nuestra preocupación nos llevará a programas prácticos” (Decisive Issues Facing Christians Today [Problemas Decisivos que Enfrentan los Cristianos Actuales], pp. 14, 19).
La liturgia Reformada Danesa para el matrimonio reta al nuevo esposo a trabajar fielmente para que pueda mantener honestamente su hogar y “de la misma forma tenga algo que dar a los pobres” (Psalter [Salterio], p. 77). ¿Qué estamos dando de nuestro tiempo y recursos financieros para ayudar a los pobres? ¿Los estamos alcanzando en palabra y actos?
3.     Decida hablar sobre asuntos morales y bíblicos. Muchos cristianos evitan involucrarse en la política puesto que sus esfuerzos no parecen efectivos. Sin embargo, tal vez una razón por la que la vida política se ha degenerado es que el pueblo de Dios frecuentemente no se involucra.
Necesitamos considerar seriamente dos cosas: en primera, Dios ha establecido autoridades civiles para ejecutar juicio, establecer el orden y la rectitud en la sociedad y proveer para el bien común. Él hace esto para proporcionar un contexto pacífico en el que el Evangelio, la piedad y la honestidad prosperen (Romanos 13:1–7; Salmos 106:3; Isaías 1:17; 1 Timoteo 2:1–2).
En segundo lugar, tenemos la responsabilidad de apoyar a nuestro gobierno. Debemos pagarle al gobierno lo que le debemos (Marcos 12:13–17) y orar por quienes tienen autoridad sobre nosotros (1 Timoteo 2:1–4). Debemos respetar y obedecer al estado, pero nuestra obediencia al estado no debe ser ciega. Los apóstoles dijeron que los cristianos no debían obedecer a las autoridades civiles si sus mandatos contradicen las leyes de Dios (Hechos 5:29). Pablo utilizó su ciudadanía romana para objetar contra la injusticia (Hechos 16:35–39; 22:24–29). Otros personajes bíblicos influenciaron al gobierno secular que los gobernaba. Considere los ejemplos de José (Génesis 41) y Daniel (Daniel 6).
Debemos considerar cuidadosamente por quién votar en las elecciones locales y federales. Como dijo John Jay, el primer Presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos, en 1816: “La Providencia ha dado a nuestro pueblo la opción de elegir sus gobernantes, y es el deber … de nuestra nación cristiana seleccionar y preferir a los cristianos por gobernantes” (Correspondence and Public Papers of John Jay [Correspondencia y Documentos Públicos de John Jay][Nueva York: G.P. Putnam, 1893], 4:393).
Los cristianos deben ser la sal y la luz del mundo y ello incluye al gobierno. J. I. Packer escribió: “Entre más profundamente se preocupe uno por el cielo, más profundo será el interés de que se haga la voluntad de Dios en la tierra”.
¿Qué tan lejos debe ir un cristiano para apoyar al estado y los asuntos políticos? He aquí cuatro principios que nos guiarán:
a.     Estudiar las Escrituras para recibir guía. Entienda lo que la Biblia tiene que decir sobre asuntos morales como el aborto, la eutanasia, la homosexualidad y la profanación del día de reposo. Lea materiales adecuados que le den un vocabulario de trabajo y conocimiento sobre estos temas, y posteriormente hable al respecto con su familia, amigos, compañeros de trabajo y vecinos.
b.     Orar diariamente por las autoridades civiles. Ore por la conversión de quienes no son salvos y por la fortaleza de los cristianos (1 Timoteo 2:1–2). Ore por avivamiento en la tierra. Clame a Dios: “Salva a tu pueblo y bendice a tu heredad. ¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos! Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos” (Salmos 28:9; 80:19). ¿Podría ser que una razón por la que vemos tan poco movimiento de Dios en la sociedad tenga relación con nuestras oraciones superficiales, nuestras mínimas expectativas de Dios y nuestra negligencia de visualizarnos como seres involucrados personalmente con los pecados de nuestra tierra? Cuando el Rey Eduardo (un creyente) murió súbitamente en Inglaterra, John Bradford declaró: “Él murió por mi pecado”. Bradford, como ciudadano cristiano, se visualizaba como parte de la nación, y por ello confesó su culpa por su falta de oración por un rey temeroso de Dios. Esta inclusión de nosotros mismos al orar por la nación es bíblica; por ejemplo, note la forma en que Daniel se incluye repetidamente en la confesión de la culpa colectiva nacional en su conocida oración en Daniel 9.
c.     Aprender cómo funciona su gobierno. Las instituciones políticas son imperfectas en este mundo caído, pero recuerde que Dios las ha puesto. Los gobiernos legislan por la moralidad. La pregunta es ¿cuál será la moralidad legislada? Si los cristianos ignoran lo que sucede en el gobierno y meten su cabeza bajo tierra, el país se deteriorará con más rapidez.
Con todo, note que la iglesia no ha de ser una institución política. La iglesia ayuda a traer gente a Cristo y los moldea para que sean como Él. Los creyentes motivados por el amor y la compasión de Cristo podrán entrar en la arena política bien equipados para mantenerse firmes por la justicia.
d.     Involucrarse. Escriba cartas a los líderes gubernamentales y editores de periódicos y otros medios que influencian los procesos políticos. Únase a organizaciones y apoye movimientos que sostienen la moralidad cristiana. Promuévase como servidor público, si Dios lo llama a hacerlo. De otra forma, apoye a otros cristianos que se han promovido como servidores públicos y sostienen opiniones bíblicas.
Finalmente, cuando considere levantar su voz en asuntos morales de actualidad, recuerde la famosa declaración de Lutero: “Si profeso en voz alta y con la más clara exposición cada porción de la verdad de Dios, con excepción precisamente de ese pequeño punto que el mundo y el diablo están atacando en ese momento, no estoy confesando a Cristo, sin importar con cuánta valentía profese a Cristo. La lealtad del soldado es probada en el campo de batalla”.
Vivir por Cristo
Pablo escribió a los Efesios: “Ni deis lugar al diablo” (4:27). No dejen aberturas para el diablo. Ocúpense de tal manera que no tengan tiempo para Satanás. No permitan espacios vacíos en su vida, pues el diablo seguramente los llenará. No sirvan a Satanás, pues es un paracaidista sin derechos en este mundo.
Como creyente, usted no tiene por qué inmiscuirse en el pecado o en vivir como un no creyente. Por la gracia de Dios, haga morir todo deseo, amargura y enojo. Viva para Cristo.
“Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?”, pregunta 2 Corintios 2:16. Durante años, creí que era una pregunta retórica para ser respondida con un “ciertamente, ni yo ni nadie”. Pero Pablo responde la pregunta seis versículos después: “No que seamos competentes por nosotros mismos como para pensar algo de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). En el poder de Cristo, podemos vivir una vida para la gloria de Dios que triunfe sobre la derrota de Satanás: personalmente, en la iglesia y en la nación. Viva para su Salvador quien sostiene al mundo, las naciones, la iglesia y a usted “incluyendo el detalle más pequeño” en sus manos todopoderosas llenas de gracia.
Permítame cerrar con una oración de Juan Calvino: “Gran y Poderoso Dios, como te place en gracia cada día poner ante nosotros tu segura y cierta voluntad, que se abran nuestros ojos y oídos y se levanten todos nuestros pensamientos a quien no solamente nos revela lo que es correcto, sino que también nos confirma en la mente sana, de modo que sigamos el camino de la verdadera religión, y nunca nos apartemos, sin importar las maquinaciones de Satanás y sus demonios en nuestra contra, sino que podamos mantenernos firmes y perseverar, hasta que habiendo terminado nuestra guerra, al final podremos entrar al descanso bendito que ha sido preparado para nosotros en el cielo por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
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