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miércoles, 19 de agosto de 2015

Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote...a ti te digo, levántate

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES
MARCOS 
5: 21-43



Jesús sana a una mujer 

21 Cuando Jesús había cruzado de nuevo en la barca a la otra orilla, se congregó alrededor de él una gran multitud. Y él estaba junto al mar. 22 Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo. Cuando le vio, se postró a sus pies 23 y le imploró mucho diciendo: 
—Mi hijita está agonizando. ¡Ven! Pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva. 
24 Jesús fue con él. Y le seguía una gran multitud, y le apretujaban. 
25 Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años. 26 Había sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor. 27 Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto, 28 porque ella pensaba: "Si sólo toco su manto, seré sanada." 29 Al instante, se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote. 30 De pronto Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: 
—¿Quién me ha tocado el manto? 
31 Sus discípulos le dijeron: 
—Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: "¿Quién me tocó?" 
32 El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. 33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. 
34 El le dijo: 
—Hija, tu fe te ha salvado.  Vete en paz y queda sanada de tu azote. 

Jesús resucita a la hija de Jairo 

35 Mientras él aún hablaba, vinieron de la casa del principal de la sinagoga, diciendo: 
—Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestas más al Maestro? 
36 Pero Jesús, sin hacer caso a esta palabra  que se decía, dijo al principal de la sinagoga: 
—No temas; sólo cree. 
37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. 38 Llegaron  a la casa del principal de la sinagoga, y él vio el alboroto y los que lloraban y lamentaban mucho. 39 Y al entrar, les dijo: 
—¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 
40 Ellos se burlaban de él. Pero él los sacó a todos y tomó al padre y a la madre de la niña y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Tomó la mano de la niña y le dijo: 
—Talita, cumi  -que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate-. 
42 Y en seguida la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y quedaron atónitos. 43 El les mandó estrictamente que nadie lo supiese y ordenó que le diesen a ella de comer. 
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Resurrección de la hija de Jairo (5:21–43)

En la sección que está ante nosotros se describen “dos estupendos milagros”. 

Son únicos, en el sentido que uno interrumpe el progreso del otro sin frustrarlo. 

El primero representa a aquellos que buscan ayuda. 

El segundo a aquellos que la reciben mediante la instrumentalidad de otros. 

Uno ilustra el poder de Cristo sobre la enfermedad; el otro, su poder sobre la muerte.

a. El clamor de un padre (5:21–24). 
Regresando del lado oriental del mar de Galilea y la experiencia con el endemoniado gergeseno, Jesús pasó otra vez en una barca (21) al más poblado lado occidental. En agudo contraste con la hostil recepción entre los gergesenos, se reunió alrededor de él una gran multitud tan pronto como desembarcó en la costa cercana a Capernaum.

El primero en romper la curiosa muchedumbre fue uno de los más distinguidos miembros de la comunidad, uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo (22). Era algo así como el jefe de la congregación “en todo lo relacionado con el culto público y sus varias partes de oración, lectura de las Escrituras y exhortación”. 

En su desesperación, Jairo olvidó sus “prejuicios… dignidad… orgullo… amigos”. Y cayó a los pies de Jesús. Ningún hombre realmente ora hasta que está aplastado sobre sus rodillas.

Mi hija (en griego está en diminutivo, lenguaje peculiar de Marcos y era un término cariñoso) está agonizando… ven y pon las manos sobre ella (23). 

Jairo tenía una gran fe en Jesús y debe haber conocido su poder para sanar. Es una atractiva especulación que “puede haber pertenecido a los ancianos de los judíos” que buscaron a Jesús para que curara al siervo de un amigable centurión de Capernaum (Lc. 7:2–5).

Aunque presionado por todas partes y por los que le apretaban (24), Jesús fue con el atribulado padre, llevando la esperanza de que su hija sería salva.

b. Una patética interrupción (5:25–34)
Entre los que apretaban a Jesús (24), mientras se dirigía a la casa de Jairo, había una mujer (25) “que había tenido flujo de sangre durante 12 años” (Amp. N. T.). 

Su dolencia eran tan antigua como la edad de la niña que en esos momentos yacía “a punto de muerte” (23). La anónima mujer había buscado ayuda y sufrido… de muchos médicos (26) y nada había aprovechado, antes le iba peor. 

Marcos es descortés y nada lisonjero con los médicos de su tiempo. La mujer había sufrido mucho en sus manos y gastado todo lo que tenía y estaba peor. 

Lucas, el médico amado, es un poco más amigable con los de su profesión y nota que la enfermedad “no había podido ser curada” (Lc. 8:43).

El aprieto de la mujer era patético—“presumiblemente una de esas hemorragias crónicas, debilitantes, embarazosas, empobrecedoras… desanimadoras”. 

No es de sorprender que cuando oyó hablar de Jesús (27), cuya fama ya se había divulgado, buscara la liberación por su intermedio. Esperando “robar un milagro”, se puso entre la multitud detrás de Jesús y tocó su manto.

La práctica de la sanidad generalmente ha sido asociada con un toque. Ya hemos notado como Jesús “movido a compasión puso su mano sobre un leproso y le sanó” (1:41). Las multitudes a menudo “caían sobre él” para poder tocarle (3:10). Esto también concuerda con Santiago que da instrucciones con respecto a la oración por los enfermos (Stg. 5:14). 

Si tocare tan solamente su manto (28), pensó ella con una profunda esperanza, seré salva. Se exigía que los hombres de Israel llevaran un ribete en sus vestiduras: “en cada franja de los bordes, un cordón azul” (Nm. 15:38). Quizá sea esto lo que ella tocó (Lc. 8:44).

Y en seguida (adverbio favorito de Marcos, euthus) la fuente de su sangre (cf. Lv. 12:7) se secó (29); y sintió en el cuerpo que estaba sana de ese azote. La palabra traducida estaba sana es iatai y está en el tiempo perfecto e implica que “los resultados permanecen”.

Por el momento, el indecible gozo de la mujer se tornó en alarma, porque Jesús conociendo en sí mismo el poder (dynamis) que “había salido de él” (30, RSV), volviéndose a la multitud dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? 

¿Por qué hizo Jesús esta pregunta? Probablemente para ayudar a la mujer a hacer una confesión abierta, asunto tan importante para la salvación (Ro. 10:10); y también para aclarar que el objeto de su fe, era El mismo y no su ropa.

Los discípulos evidentemente se sorprendieron y se exasperaron un poco por la pregunta de Jesús cuando la multitud le estaba apretando por todos lados: ¿Quién me ha tocado? (31). La interrogación no era muy respetuosa, pero sí un poco sarcástica. Empero, nos demuestra que la fuente de Marcos era digna de confianza.

La sanidad de la mujer nos recuerda que “hay un mundo de diferencia entre apretar a Jesús y tocarle con fe personal”.

Ignorando el comentario de sus discípulos, Jesús miraba alrededor (32) para ver quién había hecho esto. Nuevamente tenemos el detalle que sólo puede provenir de un testigo ocular. 

Marcos nos presenta un cuadro vivido de Jesús escudriñando los rostros de la multitud, como en 3:5, con excepción de que en esta ocasión era con bondad y no con ira.

Perfectamente consciente de que ella había hecho que Jesús quedara ceremonialmente inmundo (Lv. 15:19) y temblando por la incertidumbre de ignorar si El estaría enojado, la mujer, “sin embargo vino y le dijo toda la verdad” (33, RSV). 

Las palabras bondadosas de Jesús mitigaron su espíritu temeroso. 
Hija, tu fe te ha hecho salva (34). 

Ningún grupo puede ganar más por servir a Cristo, o tener más que perder por rechazarle, que las mujeres del mundo.

Jesús aclaró que era la fe de la mujer en El, no nada mágico al tocar sus ropas, lo que la había sanado. Sus palabras también fueron una confirmación exterior de lo que había acontecido en ella.

Vé en paz, y queda sana. Ahora que ella sabía que ya estaba sana y era libre de su azote, la mujer podía irse en paz. Las bendiciones de la buena salud y el consecuente sentir de bienestar son dones de Dios. En sustancia, Jesús dijo: “Que tu preocupación nunca más vuelva a afligirte.”

Marcos así ha preservado para todos los tiempos otra de las poderosas obras de Jesús, “porque él es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (He. 13:8).

c. Vida desde la muerte (5:35–43)
Uno puede imaginar la intensa ansiedad de Jairo durante la interrupción descrita en los versos 25–34. Si abrigó tales temores, éstos fueron confirmados cuando una persona endurecida apareció mientras él [Jesús] aún hablaba (35) a la mujer, para informarle: Tu hija ha muerto. 

Su pregunta: ¿para qué molestar más al Maestro? implica que Jairo le estaba importunando. Ellos no esperaban una resurrección.

Después de oir lo que se decía (36), pero ignorando la implicación, Jesús rápidamente le dijo a Jairo: No temas, cree solamente. ¡Cuán a menudo Jesús reprendía el temor y fortalecía la fe!

En ese momento hizo volver a la curiosa muchedumbre y no permitió que le siguiese nadie, excepto los del círculo íntimo, Pedro, Jacobo y Juan su hermano. El privilegio de estos tres de ser testigos de éste y otros acontecimientos notables (la transfiguración, 9:2; la agonía de Getsemaní, 14:33) fue equilibrado por las posteriores responsabilidades. Pedro fue el principal orador del día de Pentecostés; Jacobo fue uno de los primeros mártires y Juan ejerció una inmensa influencia con su apostolado de amor.

Cuando por fin Jesús y los que le acompañaban llegaron a casa del principal de la sinagoga (38), se había hecho un alboroto y grande confusión causada por el llanto a gritos y los lamentos. Era costumbre emplear lamentadores profesionales, aunque no hay duda de que estaban presentes los amigos cercanos que lloraban con dolor sincero.

Posiblemente apenado por causa de algunos que lloraban y lamentaban por ganancia, Jesús entrando a la casa o en el atrio, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? (39, lit.: “por qué hacéis un tumulto”), “la niña no está muerta, está durmiendo” (39, NEB).

La muerte de la niña tiene que haber sido real, porque el relato es el clímax de las “obras poderosas”. Para el poder de Dios en Jesús su muerte no era un obstáculo mayor si hubiera sido una persona dormida. “El otro mundo… está dentro de los límites de la voz del Salvador.”

Seguros de que la niña no estaba dormida sino realmente muerta, los lamentadores se burlaban de él (40). El término kategelon implica escarnio. “Ellos… le escarnecían” (Amp. N. T.). La mofa no sirve para contribuir a la atmósfera de fe, de modo que Jesús los echó fuera a todos. “Sólo los verdaderos dolientes tenían que ser confortados; únicamente ellos lo necesitaban.”

Acompañado por los tres discípulos, Jesús hizo un verdadero servicio pastoral, tal como lo hace a menudo un buen ministro de Jesucristo. Tomó al padre y a la madre… y entró donde estaba la niña. La presencia de otros con Jesús en la habitación tendría el valor de la evidencia y satisfaría la insistencia judía en la manera correcta de proceder.

Con un movimiento característico, (cf. 1:31), Jesús tomó la mano a la niña (41) y la llamó como generalmente lo hacían los padres cuando estaba dormida: “ ‘Levántate, hijita’ ” (NEB). Talitha cumi son probablemente las palabras arameas que Jesús hablo, porque ese era su idioma. La respuesta de la niña fue inmediata. Luego (42)… se levantó y andaba. Marcos nota que la niña tenía doce años, es decir, que tenía edad para caminar.

Una vez más nos enteramos de la reacción emocional de los testigos del poder divino de Jesús. Y se espantaron grandemente, es decir, “quedaron completamente maravillados” (42, Goodspeed). “La gente quedó muy admirada” (VP.); “se asombraron con grande asombro” (VM.). “La gran realidad de la vida cristiana es que aquello que es completamente imposible para los hombres, es posible para Dios.”

Por supuesto que era imposible ocultar el hecho de que se había realizado un tremendo milagro a pesar de que Jesús les había ordenado que nadie lo supiese (43). Nuestro Señor se negaba a inflamar las falsas esperanzas de los judíos de que El era el Mesías político que ellos esperaban. La historia termina con una nota de la consideración y sentido práctico de Jesús: Y dijo que se le diese de comer. Esto también serviría para demostrar la realidad del milagro efectuado. “La muerta ahora estaba viva y comiendo.”

Este capítulo pinta a “Cristo el Vencedor”: 
(1) Sobre los demonios, 1–20; 
(2) Sobre la enfermedad, 25–34; 
(3) Sobre la muerte, 35–43.


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martes, 18 de agosto de 2015

Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas ha hecho el Señor por ti, y cómo tuvo misericordia de ti.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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CONSTRUCCIÓN DE SERMONES
Jesús sana a un endemoniado 
Marcos 5:1-20

1Fueron a la otra orilla del mar a la región de los gadarenos.  2 Apenas salido él de la barca, de repente le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo. 3 Este tenía su morada entre los sepulcros. Y nadie podía atarle ni siquiera con cadenas, 4 ya que muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero él había hecho pedazos las cadenas y desmenuzado los grillos. Y nadie lo podía dominar. 5 Continuamente, de día y de noche, andaba entre los sepulcros y por las montañas, gritando e hiriéndose con piedras. 

6 Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y le adoró. 7 Y clamando a gran voz dijo: 
—¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. 
8 Pues Jesús le decía: 
—Sal de este hombre, espíritu inmundo. 
9 Y le preguntó: 
—¿Cómo te llamas? 
Y le dijo: 
—Me llamo Legión, porque somos muchos. 
10 Y le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región. 
11 Allí cerca de la montaña estaba paciendo un gran hato de cerdos. 12 Y le rogaron  diciendo: 
—Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. 

13 Jesús les dio permiso. Y los espíritus inmundos salieron y entraron en los cerdos, y el hato se lanzó al mar por un despeñadero, como dos mil cerdos, y se ahogaron en el mar. 
14 Los que apacentaban los cerdos huyeron y dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y fueron para ver qué era lo que había acontecido. 15 Llegaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo. 16 Los que lo habían visto les contaron qué había acontecido al endemoniado y lo de los cerdos, 17 y ellos comenzaron a implorar a Jesús que saliera de sus territorios. 

18 Y mientras él entraba en la barca, el que había sido poseído por el demonio le rogaba que le dejase estar con él. 19 Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: 
—Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas ha hecho el Señor por ti, y cómo tuvo misericordia de ti. 
20 El se fue y comenzó a proclamar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él, y todos se maravillaban. 


Bosquejo homilético
Jesús el libertador
Marcos 5:1–20
Introducción
Este pasaje, en particular el hato de cerdos dominado por los espíritus inmundos y que cae por el despeñadero, presenta algunas dificultades para nuestra mentalidad contemporánea. Sin embargo, este detalle puede hacer que olvidemos el tema central de este relato: un hombre que estaba completamente arruinado es transformado en un ser humano feliz por el poder de Jesús.

        I.      Jesús trae vida a los que viven en sepulcros (v. 15).
    1.      Jesús lo liberó del que tenía dominio sobre la muerte (Heb. 2:14, 15).
    2.      Jesús libera a los que viven como muertos en vida.

        II.      Jesús trae libertad a los que viven en cadenas (v. 4).
    1.      Jesús lo liberó del que tenía engrillada su felicidad (Juan 8:31–47).
    2.      Jesús libera a los que viven esclavos de pecados y vicios.

        III.      Jesús trae paz a los que viven hiriéndose (v. 5).
    1.      Jesús lo liberó del que arruinaba su existencia (Juan 10:10).
    2.      Jesús libera a los que viven angustiados y atormentados.

Conclusión: 
El relato termina diciendo que: “Él se fue y comenzó a proclamar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él” (Mar. 5:20). Si usted se atreve a confiar, también podrá decir las maravillas que Jesús hará en su ser: vida verdadera, libertad y paz.

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Jesús llega con sus discípulos a la otra orilla, aunque estos no van a tener una participación activa en el desarrollo de la acción. Desembarcaron en tierra de gadarenos, aunque la ubicación concreta es bastante imprecisa, siendo probable que fuera tierra de los gerasenos. En cualquier caso, ambas poblaciones se encuentran en la región de Decápolis, cuya población era mayoritariamente gentil.

En esta ocasión, la acción de Jesús tiene que ver con la aparición de un hombre con espíritu inmundo (akáthartos169) que de manera sorprendente viene a él desde los sepulcros (mneméion3419). Estos sepulcros eran unas cuevas en las montañas que podían ser naturales o fruto del la excavación humana, en las que una persona se podía poner en pie. A veces servían de cobijo a personas sin casa, aunque el hecho de que en ellas se hubieran depositados cadáveres en algún momento las convertía en lugares impuros y, por lo tanto, indeseables por la mayoría de las personas. No sorprende, pues, que alguien con un espíritu inmundo habitase en una de ellas, sumado al hecho de que su condición les hacía vivir apartados del resto de la sociedad. El texto podría estar describiendo a alguien que consulta a los muertos y que está fuera de sí, mentalmente enajenado; de día y de noche deambula por los sepulcros, gritando e hiriéndose. Su fuerza física está por encima de lo normal, tanto que los intentos de los vecinos de controlarle atándole con cadenas resultan fallidos, pues el endemoniado las rompe. Este último elemento resulta bastante gráfico, pues este hombre sufre por causa de ataduras espirituales (poseído por demonios) y físicas (encadenado por sus vecinos).

En la descripción del encuentro entre Jesús y el endemoniado el contraste es tan desproporcionado como la misma descripción de este. El mismo que vocifera fuera de sí por los sepulcros, aquel que está fuera del control de sí mismo y de los que le rodean, ahora aparece postrado a los pies de Jesús. La expresión que describe la acción del hombre es ambigua (proskunéo4352), traduciéndose como adoración aunque sería más adecuado pensar en un gesto de respeto o reverencia ante una figura de autoridad. Las propias palabras del endemoniado reflejan un reproche impropio de alguien que está en actitud y posición de adoración. Cabría la opción de reconocer en el gesto del hombre una acción cuerda dentro del conflicto interno que vive entre su propio yo y el demonio que está en él.

El hombre dirigió su reproche a Jesús por venir a él. Jesús es percibido en control de la situación y como alguien hostil. El demonio en el hombre sabe quién es Jesús y lo que su poder supone para él. Recurre, una vez más (cf. 1:24), al intento de control sobre Jesús por medio del reconocimiento de su identidad. Aquí lo identifica como Hijo del Dios Altísimo, expresión usada tanto en el contexto del judaísmo de la diáspora como del mundo gentil. La expresión alude al Dios soberano sobre toda la creación (cf. Deut. 32:8; Dan. 4:17), lo cual viene a ser el reconocimiento del poder de Dios en tierra de gentiles; aquí está implícito el reconocimiento adelantado de la derrota del demonio ante la presencia y poder de Jesús.
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    El endemoniado gadareno 
(Marcos 5:1–20)


Notamos aquí:
* La persona necesitada (1–6) que salió a su encuentro al llegar a destino, al este del Mar de Galilea.

Si agregamos los detalles de los pasajes paralelos se completa un cuadro trágico de este hombre pues estaba desnudo (Lc. 8:27) y era el terror de la región (Mt. 8:28), el enemigo público número uno. Los vv. 3 y 4 revelan gráficamente la impotencia de todo esfuerzo—aparte del evangelio—para domar, controlar o transformar el corazón “salvaje” del ser humano, esclavizado por el pecado.

Humanamente hablando parecía no haber ninguna esperanza para este hombre, que además se estaba autodestruyendo (v. 5). ¡Gracias a Dios que no hay ningún caso demasiado difícil para él!

A pesar de todo, al ver a Jesús corrió y se arrodilló ante él (v. 6), reconociéndolo como Hijo de Dios (v. 7). ¿Cómo se explica esto? ¿Acaso reconocía en Jesús a quien venía a “atar” al diablo (3:27) y a derrotarlo? Al arrodillarse no lo hacía como un acto de adoración sino como un homenaje.

* La palabra de poder (7, 8) en respuesta a las palabras del endemoniado, haciendo referencia a su naturaleza como “Hijo del Dios Altísimo”. Esto demuestra tanto comunidad de esencia como identidad con el Padre. La expresión “Dios Altísimo” era empleada por los judíos para distinguir al verdadero Dios de todos los falsos dioses. En este caso la preocupación de los demonios era que Jesucristo, como Hijo de Dios, no precipitara o anticipara la ruina final de ellos. Al mismo tiempo no debemos olvidar la verdad de Stg. 2:19.

Ni una legión de demonios podía hacer frente a la voz de mando del Señor (v. 8). Así hoy el evangelio es “la palabra de esta salvación” (Hch. 13:26) y es “poder de Dios para salvación” (Ro. 1:16). Además, los hombres sólo son “renacidos … por la Palabra de Dios” (1 P. 1:23).
También el Señor puede echar fuera los otros males del temor, egoísmo, odio, envidia, orgullo, prejuicio, impureza, etc. de todos aquellos que acuden a él en fe.

* La petición extraña (9–12) hecha por los demonios. En este pasaje se nos muestra su poder (4), conocimiento (7), unidad (9) y sujeción (10).

Ante la pregunta del Señor: “¿Cómo te llamas?”, los demonios al unísono le contestan: “Legión me llamo; porque somos muchos”. Una legión romana estaba compuesta de nada menos que seis mil hombres, lo que nos da una idea del grado de posesión de este hombre. Le atormentaban como una fuerza combinada.

* El permiso concedido (13, 14). Esto revela que los demonios no pueden hacer libremente lo que quieren, y además que no sabían lo que les sucedería. Además indica que Satanás y sus huestes sólo pueden conocer los planes de Dios si él se los revela.

Es interesante notar que sólo Marcos señala el número de cerdos. A menudo se ha criticado al Señor por causar la destrucción de estos animales. Sin embargo, debemos destacar que:
1. El no causó su destrucción sino que la permitió (13a). El poder destructivo de Satanás         hizo que se precipitaran al mar.
2. El alma de este hombre valía más que todos los cerdos del mundo.
3. Además, el endemoniado podía así estar seguro de que los espíritus inmundos habían         efectivamente salido de él.

* El poder desplegado (14, 15). El hombre liberado, que había sido tan salvaje y violento, ahora estaba en su sano juicio y en paz. Su cuerpo, antes desnudo, estaba vestido y él había tomado su lugar de adoración y gratitud a los pies de Jesús (ver 2 Co. 5:17). Tan completa fue la transformación que los habitantes de esa región tuvieron temor.

* El pedido increíble (16–17). Aquí hallamos lo más asombroso de todo este incidente. A pesar del milagro que habían visto en la liberación del endemoniado, consideraban a Jesús como un huésped inconveniente, y le pidieron que se marchara. Daban más importancia a la pérdida material que a la bendición recibida por este hombre. Y el Señor no se queda donde no es bienvenido.

Aun hoy incontables multitudes prefieren mantener a Cristo alejado por temor de que su presencia pueda ocasionar alguna pérdida social, económica o personal. Al querer salvar sus posesiones, pierden su alma.

* La predicación convincente (18–20). En contraste con 1:44, en esta ocasión Jesús mandó que predicara y anunciara. A pesar de que su petición específica de permanecer con Jesús no fue concedida, el hombre obedeció.

Si deseamos agradar al Señor y amarnos a nuestros seres queridos, hoy también el evangelismo debe comenzar por la esfera del hogar. A menudo éste es el lugar más difícil para testificar.

ACTIVIDAD DEMONIACA EN EL SER HUMANO
  1. Lo lleva a una vida depravada e inmunda (vv. 2, 8) (Mt. 10:1; Mr. 1:27; 3:1)
  2. Lo aisla de la compañía de los demás (v. 3)
  3. Proporciona fuerza excepcional (v. 4)
  4. Lo atormenta destruyendo la paz y armonía interior (v. 7) y produciendo aflicción, recelo       y ansiedad.
  5. Puede llevarlo a la locura (v. 4)
  6. Puede conducirlo a la autodestrucción (v. 5)
  7. Le hace tener una personalidad múltiple (v. 7) debido a la presencia de fuerzas                     demoníacas.
  8. Lo vuelve consciente de que su destino está en las manos de Dios (v. 7)
  9. Puede llevarlo al conocimiento del futuro (Hch. 16:16–18)
  10. Lo aleja de Dios, llevándolo a resistir la Escritura y conduciéndolo a la incredulidad 
      (1 Ti. 4:1, 2; 1 Jn. 4:1–3).
  

LOS TRES PODERES CONTRASTADOS
  1. El poder de Satanás—que posee y destruye al hombre (vv. 2–7). 
      Este hombre perdió su hogar, la comunión, la decencia (ver Jn. 10:10).
  2. El poder de la sociedad—que nada podía hacer a favor del endemoniado (v. 4).
  3. El poder del Salvador—(vv. 8, 12, 13, 15; ver Lc. 19:10).
  
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¡Cuán tranquilas eran las palabras, Vinieron al otro lado del mar! (1). Sin embargo, cuánto más sabios y fuertes deben haber sido los discípulos tras la reciente experiencia (cf. 4:35–41). “Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después…” (He. 12:11). Cuando Jesús y sus discípulos vinieron… a la región de los gadarenos, dejando atrás un mar embravecido, inmediatamente tuvieron que hacer frente a un alma sacudida también por la tormenta, un hombre con un espíritu inmundo (2).

La descripción del endemoniado gadareno (3–5) es la de un cuadro de la miseria y brutalidad del pecado. Su morada [estaba] en los sepulcros (3), algo muy posible, porque las tumbas a menudo estaban ubicadas en las concavidades de las cuevas. Nadie podía atarle, ni aun con cadenas. Las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos (4). El endemoniado era simplemente incontrolable. (Una serie de negativos en el lenguaje griego nos llevan a esta conclusión). Su gran fuerza sólo le producía miseria porque de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, hiriéndose con piedras (5).

El “Pecado Es el Enemigo Público Número 1”, porque significa: 
(1) Suicidio—morada en el lugar de los muertos, 3; 
(2) Locura, 4; 
(3) Autodestrucción, 5.

Aquí vemos nuevamente el misterioso reconocimiento de la naturaleza de Jesús por aquellos que estaban poseídos por demonios. Aunque había alguna distancia desde la costa, cuando el endemoniado vio… a Jesús… corrió, y se arrodilló ante él (6), es decir, cayó postrado ante El. Aun los discípulos no habían llegado todavía a comprender quién era Jesús, pero el endemoniado gritaba: “Qué tienes que hacer conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?” (7, Amp. N. T.). 

La expresión Dios altísimo refleja un nombre para Dios dado en el Antiguo Testamento, que los “no israelitas empleaban especialmente para referirse al Dios de Israel”. Las palabras: Te conjuro por Dios pertenecen al lenguaje de uno que echa demonios. ¿Es este algún atentado de exorcismo a la inversa? No me atormentes probablemente refleja las batallas de los demonios que Jesús iba a echar fuera (cf. Mt. 8:29). El atormentador estaba clamando para escapar del tormento; “Jesús le decía ‘Espíritu inmundo, sal de este hombre’ ” (8, Goodspeed).

Quizá con el propósito de ayudar a esta alma desequilibrada a volver en sí, Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? (9). Se creía que cuando un adversario obtenía el nombre de su opositor ya había dado el primer paso para dominarlo. Y respondió… Legión me llamo; porque somos muchos. El intercambio de nosotros y yo en la conversación del endemoniado sugiere la extensión de su múltiple personalidad debido a la presencia de fuerzas demoníacas. Estaba vencido por “un conglomerado de malas fuerzas”, y los 4.000 ó 6.000 de una legión romana pueden haber sido un cuadro exacto de su condición.

El desesperado clamor de los demonios para que Jesús no los enviase fuera de aquella región (10) evidentemente refleja sus temores del castigo eterno (cf. Lc. 8:31, “al abismo” o al “abismo sin fondo”, Amp. N. T.). Reconociendo la autoridad de Jesús y su propia derrota, le rogaron todos los demonios (12) que los dejara ir entre un gran hato de cerdos paciendo (11) y entrar en ellos.

La historia de allí en adelante “está erizada de dificultades” (Cranfield) porque Jesús les dio permiso (13). Los numerosos espíritus inmundos dejaron a su víctima y entraron en los cerdos; y el hato que eran como dos mil… se precipitó en el mar y se ahogaron.

¿Por qué permitió Jesús que se perdiera esa propiedad? Algunos eruditos procurando suavizar la ofensa sostienen que el último grito salvaje de los demonios asustó a los animales y causó el desastre. Otros lo describen como un legendario cuento judío.

La historia permanece como parte integral del registro de los Sinópticos y debe tener una verdad significativa. Quizá la mejor explicación sea que el pobre demente gadareno necesitaba alguna evidencia exterior de su liberación. La huida y destrucción de los cerdos, “eran una demostración ocular para el ex-endemoniado de que los demonios ya habían salido de él”. También es interesante la observación de Barclay.

  ¿Cómo podía jamás compararse el destino de los cerdos con el del alma inmortal de un hombre?… Hay un sentimentalismo barato que languidece triste por la pena de un animal y que no destinaría un cabello para el miserable estado de millones de los hombres y mujeres de Dios. En la escala de proporciones del Señor, no hay nada tan importante como el alma humana.

“Los porqueros huyeron y se fueron a la ciudad y al campo” (14, RSV), y contaron aquello que había sucedido (14). ¿En dónde más podían contar su historia? Vienen a Jesús (15), pero vieron al ex-endemoniado y que había tenido la legión y “realmente se asustaron” (15, Phillips). ¡Miedo de la sanidad! El que otrora vagaba herido por las tumbas, “sin ropas” (Lc. 8:27), ahora está completamente razonable, sentado, tranquilamente vestido y en su juicio cabal (de una palabra que significa “sano de la mente”).

La poderosa obra de Jesús produjo asombro y miedo en aquellos que la contemplaban. Recordamos que los discípulos “temieron con gran temor” cuando fueron testigos de la calma de la tempestad en Galilea (4:41). Los hombres siempre han sentido un misterium tremendum en la presencia de Dios. Moisés quitó su calzado ante la zarza ardiendo (Ex. 3:5); Isaías clamó: “¡Ay de mí!” (Is. 6:5) en el templo lleno de la gloria; y cuando Juan vio al Cristo glorificado “cayó a sus pies como muerto” (Ap. 1:17). Marcos quiere que al leer sus palabras sintamos que Jesús es el Cristo, “el Hijo de Dios” (1:1).

Cuando los testigos oculares describieron la liberación del que había estado endemoniado y la destrucción de los cerdos, los moradores de Gerar comenzaron a rogarle (17) (“suplicar”, “implorar”) que se fuera de sus contornos. Quizá temían que pudiera ocurrir una pérdida mayor de cualquier otra cosa. No dispuesto a quedarse donde no lo querían, Jesús “les concedió lo que pedían pero envió flaqueza a sus almas” (Sal. 106:15). Se ha dicho que ningún otro milagro de Jesús tuvo jamás resultados tan negativos.

En agudo contraste estaba el elocuente clamor del hombre que había estado endemoniado (18). Al entrar él [Jesús] en la barca (mejor, “mientras estaba entrando al bote” RSV), le rogaba (imploraba) que le dejase estar con él. Jesús puso bastante responsabilidad sobre el gergeseno, tan joven en la fe y no se lo permitió (19). Vete a tu casa… y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho… y cómo ha tenido misericordia de ti. Los que habían expulsado a Jesús de sus contornos tendrían así un mensajero predicando en su lugar.

Valiente y vigorosamente, el ex-endemoniado obedeció, aparentemente al momento y comenzó a publicar (20) en Decápolis53 cuán grandes cosas había hecho Jesús. Note que los geresenos identificaban al Señor con Jesús (19–20, vea Lc. 8:39). Su indisputable testimonio provocó sorpresa. Y todos se maravillaban.
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