domingo, 15 de febrero de 2015

Es mejor hoy humillar nuestro corazón y mas bien darle lugar al Espíritu Santo que nos trate como el quiere

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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La trampa de Satanás

Hay una trampa muy deceptiva que el enemigo ha creado para alejarnos de la voluntad de Dios: la ofensa.
Al viajar por razones de ministerio a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, he podido observar una de las más mortales y engañosas trampas del enemigo. Es una trampa que atrapa a innumerable cantidad de cristianos, corta las relaciones y abre aún más las brechas que existen entre nosotros. Es la trampa de la ofensa.
Muchas personas no logran cumplir en forma efectiva su llamado debido a las heridas y los dolores que las ofensas han causado en sus vidas. Ese obstáculo los incapacita para funcionar en la plenitud de su potencial. La mayoría de las veces es otro creyente quien los ha ofendido, y esto hace que la persona que sufre la ofensa la viva como una traición. En el Salmo 55:12-14, David se lamenta:"Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios".
Estas son las personas con las que nos sentamos y con quienes cantamos, o quizá sea el que está predicando desde el púlpito. Pasamos nuestras vacaciones juntos, asistimos a las mismas reuniones sociales, y compartimos la misma oficina. O quizá sea algo aún más cercano. Crecemos con ellos, les confiamos nuestros secretos, dormimos con ellos. Cuanto más estrecha es la relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se encuentra entre las personas que alguna vez estuvieron unidas.
Los abogados pueden hablar de los peores casos que han manejado, y en su mayoría son los juicios de divorcio. Los medios nos informan continuamente sobre asesinatos cometidos por personas de una misma familia que han llegado a la desesperación. El hogar, que supuestamente debe ser un refugio para protección, provisión y crecimiento, donde aprendamos a dar y recibir amor, muchas veces es la raíz misma de nuestro dolor. La historia nos demuestra que las guerras más sangrientas son las guerras civiles. Hermano contra hermano. Hijo contra padre. Padre contra hijo.
Las posibilidades de ofensas son tan infinitas como la lista de relaciones existente, sean éstas sencillas o complejas. Esta antigua verdad aún es válida: sólo las personas a quienes amamos pueden herirnos. Siempre esperamos más de ellos, más grandes son las expectativas, más profunda es la caída.
En nuestra sociedad reina el egoísmo. Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que ellos desean, desatendiendo e hiriendo así a quienes los rodean. Esto no debe sorprendernos. La Biblia dice claramente que en los últimos días los hombres serán "amadores de sí mismos" (2 Timoteo 3:2). Es de esperar que así sean los no creyentes, pero Pablo aquí no está refiriéndose a quienes están fuera de la iglesia sino a quienes forman parte de ella. Muchos están heridos, lastimados, amargados. ¡Están ofendidos! Pero no comprenden que han caído en la trampa de Satanás.
¿Es nuestra la culpa? Jesús dijo muy claramente que es imposible vivir en este mundo sin que exista la posibilidad de ser ofendidos. Pero la mayoría de los creyentes se sienten conmocionados, asombrados y atónitos cuando esto sucede. Creemos que somos los únicos a quienes les ha sucedido. Esta actitud nos hace vulnerables a que crezca en nosotros una raíz de amargura. Por lo tanto, debemos estar preparados y armados para enfrentar las ofensas, porque la forma en que respondamos a ellas determinará cómo será nuestro futuro.

La trampa del engaño
La palabra griega que se utiliza en el texto de Lucas 7:1 para aludir al tropiezo (ofensa) se deriva de la palabra skandalizo. Esta palabra se refería, originalmente, a la parte de la trampa en la que se colocaba la carnada. De allí que la palabra signifique algo así como colocar una trampa en el camino de una persona. En el Nuevo Testamento muchas veces se la utiliza para referirse a una trampa colocada por el enemigo. La ofensa es una herramienta del diablo para llevar cautivas a las personas. Pablo instruía al joven Timoteo, diciéndole: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a la voluntad de él (2 Timoteo 2:24-26, itálicas agregadas).
Aquellos que luchan o se oponen caen en una trampa y son hechos prisioneros de la voluntad del diablo. Lo más alarmante es que no son conscientes de su estado. Como el hijo pródigo, deben volver en sí mismos y despertar para poder comprender cuál es su verdadera situación. No comprenden que están vertiendo agua amarga en un lugar de agua pura. Cuando una persona es engañada, cree que tiene la razón, aunque no sea así.
No importa cuál sea la situación, podemos dividir a todas la personas ofendidas en dos grandes categorías: 1) quienes han sido tratados injustamente, y 2) quienes creen que han sido tratados injustamente. Los que corresponden a esta segunda categoría creen con todo su corazón que han sido tratados en forma injusta. Muchas veces han sacado sus conclusiones basándose en una información inexacta. O su información es exacta, pero la conclusión está distorsionada. Sea cual sea el caso, están heridos, y su entendimiento está oscurecido. Juzgan basándose en presunciones, apariencias, y comentarios de terceros.

El verdadero estado del corazón
Una forma en que el enemigo mantiene a la persona atada a su estado es guardando la ofensa escondida, cubierta por el manto del orgullo. El orgullo impide que uno admita cuál es la verdadera situación.
Cierta vez, dos ministros hicieron algo que me hirió mucho. La gente me decía: "No puedo creer que te hayan hecho esto. ¿No te lastima lo que hicieron?"
Y yo respondía rápidamente: "No, estoy bien. No me causa dolor". Yo sabía que no era correcto sentirme ofendido, por lo cual negaba mi estado y lo reprimía. Me convencía a mí mismo de que no estaba ofendido, pero en realidad sí lo estaba. El orgullo cubría lo que verdaderamente sentía en mi corazón.
El orgullo impide que enfrentemos la verdad. Distorsiona nuestra visión. Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (ver 2 Timoteo 2:24-26).
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. Aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!

La cura
En el libro del Apocalipsis, Jesús se dirige a la iglesia de Laodicea diciéndole, en primer lugar, que ella misma se considera rica, poderosa, como si no necesitara nada; pero luego deja al descubierto cuál es su verdadera situación: un pueblo "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:4-20). Habían confundido su riqueza material con fortaleza espiritual. El orgullo les ocultaba su verdadero estado.
Hoy en día hay muchas personas así. No ven cuál es el verdadero estado de su corazón, de la misma manera que yo no podía ver el resentimiento que sentía hacia esos ministros. Me había convencido a mí mismo de que no estaba herido. Jesús le dijo a los de Laodicea cómo salir de ese engaño: comprar oro de Dios y ver cuál era su verdadera situación.

Comprar oro de Dios
La primera instrucción que les dio Jesús para ser libres del engaño fue: "...yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego" (Apocalipsis 3:18).
El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.). se vuelve duro, menos maleable, y más corrosivo. Esta mezcla se llama "aleación". Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro.
Inmediatamente vemos el paralelo: un corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Hebreos 3:13 dice que los corazones son endurecidos por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta producirá más fruto de pecado, como amargura, ira y resentimiento. Estas sustancias agregadas endurecen nuestros corazones de la misma manera que una aleación endurece el oro. Ello reduce o quita por completo la ternura, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz Dios se ve obstruida. Nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño.
El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite a fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas, o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinado con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. Observemos lo que dice Dios: "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción" (Isaías 48:10). También dijo: "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,..." (I Pedro 1:6,7).
Dios nos refina con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas tales como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia, y otras similares, del carácter de Dios en nuestras vidas.
El pecado se esconde fácilmente cuando no está al calor de las pruebas y las aflicciones. En tiempos de prosperidad y éxito, aun un hombre malvado parece amable y generoso. Pero bajo el fuego de las pruebas, las impurezas salen a la superficie.
Hubo un tiempo en mi vida en que pasé por pruebas intensas, como nunca antes había enfrentado. Me volví rudo y cortante con las personas que más cerca de mí estaban. Mi familia y mis amigos comenzaron a evitarme.
Entonces clamé a Dios: "¿De dónde sale toda esta ira? ¡No estaba aquí antes!"
El Señor me respondió: "Hijo, es cuando el oro se derrite que brotan las impurezas". Entonces me formuló una pregunta que cambió mi vida. "¿Puedes ver las impurezas en el oro antes de que sea puesto al fuego?" "No", respondí. "Pero eso no significa que no estén allí", dijo él. "Cuando te tocó el fuego de las pruebas, estas impurezas salieron a la superficie. Aunque estaban ocultas para ti, siempre fueron visibles para mí. Ahora tienes que tomar una decisión que afectará tu futuro. Puedes continuar enfadado, culpando a tu esposa, tus amigos, tu pastor y todas las personas con las que trabajas, o puedes reconocer la escoria de este pecado como lo que es y arrepentirte, recibir el perdón y tomar mi cucharón para quitar todas esas impurezas de tu vida".

Ver cuál es nuestro verdadero estado
Jesús dijo que nuestra capacidad para ver correctamente es otro elemento clave para ser liberados del engaño. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen. Algunas veces hasta nos resentimos con quienes nos recuerdan a otras personas que nos han herido. Por esta razón, Jesús aconsejó a la iglesia: "unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:18). ¿Ver qué? ¡Ver cuál es nuestro verdadero estado! Esa es la única forma en que podemos ser celosos y arrepentirnos, como Jesús ordena a continuación. Nos arrepentimos sólo cuando dejamos de culpar a los demás.
Cuando culpamos a los demás defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo. La revelación de la verdad es la que nos trae libertad. Cuando el Espíritu de Dios nos muestra nuestro pecado, siempre lo hace en una forma que parece separada de nosotros. De esta manera nos trae convicción, no condenación.
Mi oración es que la Palabra de Dios alumbre los ojos de su entendimiento para que pueda ver cuál es su verdadero estado y sea libre de cualquier ofensa que esté guardando en su interior. No deje que el orgullo le impida ver y arrepentirse. *

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Estamos en un mundo donde se libran batallas y Satanás pone trampas por todos lados para que nosotros no avancemos a lo que esta por delante y nos retrocedamos en prepararnos para el encuentro con nuestro Amado Señor pero ahora vamos identificar las siete trampas de Satanás para que estemos apercibidos de ellas y no caer en sus artimañas Esta carta trata de la apostasía de todo tiempo. 

"También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. 2Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, 3sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, 4traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, 5 que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita." (2 Timoteo 3:1-5). 

Los fieles han sido: 
1. Llamados. 
2. Santificados. 
3. Conservados. (v. 1). 

No obstante en Proverbios 24:16, leemos de siete caídas del creyente. 

I. ORGULLO
"...Es el que se admira, se felicita, se congratula de estar en pie..." (1 Corintios 10:12)
De no contarse con los que tienen miedo de contaminarse.
Confía en sus propias fuerzas, en su ciencia. (1 Corintios 8:1).
Hay peligros imprevistos: Pablo (2 Corintios 12:10); Pedro (Mat. 26:33-35). 

II. HINCHAZÓN (ENVANECIDO)
"...No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo..." (1 Timoteo 3:6).
El árbol debe crecer en dos direcciones: hacia arriba y hacia abajo. (Marcos 4:16, 17).
Es necesario unir a la conversión el conocimiento práctico. 

III. MAL TESTIMONIO
"...También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo..." (1 Timoteo 3:7).
El Diablo de continuo se asoma a las ventanas de la casa. Trata de enterarse de las faltas del pastor o de otros. 

IV. AMOR AL DINERO
"...Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición..." (1Timoteo 6:9).
No todo lo puede: Se pueden comprar medicamentos pero no la salud.
Se puede comprar comida, pero no apetito; esclavos, pero no amigos.
El dinero en sí no es malo, pero es el amor al dinero el que es malo.
Caerán porque tales riquezas son falsas. (Mateo 6:19-21). 
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 
20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 
21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. 

V. DESOBEDIENCIA
"...Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia..." (Hebreos 4:11).
En el señor tenemos descanso, salvación libertad y sanidad, èl es nuestro descanso El descanso es ofrecido por fe, podemos entrar inmediatamente.¿Por qué demoramos? ¿Por qué dar este triste ejemplo? Somos como Israel en el desierto, dando vueltas sin provecho. 

VI. FALTA DE PALABRA
"..Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación..." (Santiago 5:12).
Los que siempre se quejan de otros y de su propia suerte.
Caen en la repugnante costumbre de llamar a Dios por testigo.
Jurar no era malo, pero su frecuencia y abuso hizo que lo fuera.
"...Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. 34Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. 37Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede..." (Mateo 5:33-37). 

VII. FALTA DE AMOR
"...Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor..." (Apocalipsis 2:4)
Es el amor de los esponsales (2 Corintios 11:2, 3). Desleales a Jesús.
Las cualidades de este amor son dos: Pureza y Simplicidad.
Tenemos un Dios capaz de guardarnos. (v. 24; Filipenses 1:6; Hechos 20:32). 

Conclusión:
Debemos estar atento a no caer en estas trampas, del diablo para estas cosas te pueden hacer caer de la gracias de Dios y llevarte por el valle de la desesperación es mejor hoy humillar nuestro corazón y mas bien darle lugar al Espíritu Santo que nos trate como el quiere y decirle toma el control de mi vida te la entrego y ayúdame a luchar contra los ataques del enemigo
  • Se siente siempre obligado a compartir su versión de las cosas?
  • Lucha contra pensamientos de sospecha y desconfianza?
  • Está constantemente repasando heridas y ofensas del pasado?
  • Ha perdido la esperanza a causa de lo que alguien le hizo?
La trampa de Satanás pone al descubierto una de las trampas más deceptivas que el enemigo ha creado para alejarnos de la voluntad de Dios, la ofensa. Cristo dijo: "Imposible es que no vengan tropiezos" (Lucas 17:1). Aun así, la mayoría de las personas que están atrapadas por la trampa de Satanás no lo reconocen. (No se engañe a sí mismo! Sí se enfrentará a las ofensas, y depende de usted como va a permitir que eso afecte su relación con Dios. Su reacción determinará su futuro. No espere más, usted puede ser liberado de la trampa de Satanás, permanecer libre de las ofensas y escapar de la mentalidad de víctima.
Hay una trampa muy deceptiva que el enemigo ha creado para alejarnos de la voluntad de Dios: la ofensa.
Al viajar por razones de ministerio a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, he podido observar una de las más mortales y engañosas trampas del enemigo. Es una trampa que atrapa a innumerable cantidad de cristianos, corta las relaciones y abre aún más las brechas que existen entre nosotros. Es la trampa de la ofensa.
Muchas personas no logran cumplir en forma efectiva su llamado debido a las heridas y los dolores que las ofensas han causado en sus vidas. Ese obstáculo los incapacita para funcionar en la plenitud de su potencial. La mayoría de las veces es otro creyente quien los ha ofendido, y esto hace que la persona que sufre la ofensa la viva como una traición. En el Salmo 55:12-14, David se lamenta:"Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios".
Estas son las personas con las que nos sentamos y con quienes cantamos, o quizá sea el que está predicando desde el púlpito. Pasamos nuestras vacaciones juntos, asistimos a las mismas reuniones sociales, y compartimos la misma oficina. O quizá sea algo aún más cercano. Crecemos con ellos, les confiamos nuestros secretos, dormimos con ellos. Cuanto más estrecha es la relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se encuentra entre las personas que alguna vez estuvieron unidas.
Los abogados pueden hablar de los peores casos que han manejado, y en su mayoría son los juicios de divorcio. Los medios nos informan continuamente sobre asesinatos cometidos por personas de una misma familia que han llegado a la desesperación. El hogar, que supuestamente debe ser un refugio para protección, provisión y crecimiento, donde aprendamos a dar y recibir amor, muchas veces es la raíz misma de nuestro dolor. La historia nos demuestra que las guerras más sangrientas son las guerras civiles. Hermano contra hermano. Hijo contra padre. Padre contra hijo.
Las posibilidades de ofensas son tan infinitas como la lista de relaciones existente, sean éstas sencillas o complejas. Esta antigua verdad aún es válida: sólo las personas a quienes amamos pueden herirnos. Siempre esperamos más de ellos, más grandes son las expectativas, más profunda es la caída.
En nuestra sociedad reina el egoísmo. Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que ellos desean, desatendiendo e hiriendo así a quienes los rodean. Esto no debe sorprendernos. La Biblia dice claramente que en los últimos días los hombres serán "amadores de sí mismos" (2 Timoteo 3:2). Es de esperar que así sean los no creyentes, pero Pablo aquí no está refiriéndose a quienes están fuera de la iglesia sino a quienes forman parte de ella. Muchos están heridos, lastimados, amargados. ¡Están ofendidos! Pero no comprenden que han caído en la trampa de Satanás.
¿Es nuestra la culpa? Jesús dijo muy claramente que es imposible vivir en este mundo sin que exista la posibilidad de ser ofendidos. Pero la mayoría de los creyentes se sienten conmocionados, asombrados y atónitos cuando esto sucede. Creemos que somos los únicos a quienes les ha sucedido. Esta actitud nos hace vulnerables a que crezca en nosotros una raíz de amargura. Por lo tanto, debemos estar preparados y armados para enfrentar las ofensas, porque la forma en que respondamos a ellas determinará cómo será nuestro futuro.

La trampa del engaño
La palabra griega que se utiliza en el texto de Lucas 7:1 para aludir al tropiezo (ofensa) se deriva de la palabra skandalizo. Esta palabra se refería, originalmente, a la parte de la trampa en la que se colocaba la carnada. De allí que la palabra signifique algo así como colocar una trampa en el camino de una persona. En el Nuevo Testamento muchas veces se la utiliza para referirse a una trampa colocada por el enemigo. La ofensa es una herramienta del diablo para llevar cautivas a las personas. Pablo instruía al joven Timoteo, diciéndole: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a la voluntad de él (2 Timoteo 2:24-26, itálicas agregadas).
Aquellos que luchan o se oponen caen en una trampa y son hechos prisioneros de la voluntad del diablo. Lo más alarmante es que no son conscientes de su estado. Como el hijo pródigo, deben volver en sí mismos y despertar para poder comprender cuál es su verdadera situación. No comprenden que están vertiendo agua amarga en un lugar de agua pura. Cuando una persona es engañada, cree que tiene la razón, aunque no sea así.
No importa cuál sea la situación, podemos dividir a todas la personas ofendidas en dos grandes categorías: 1) quienes han sido tratados injustamente, y 2) quienes creen que han sido tratados injustamente. Los que corresponden a esta segunda categoría creen con todo su corazón que han sido tratados en forma injusta. Muchas veces han sacado sus conclusiones basándose en una información inexacta. O su información es exacta, pero la conclusión está distorsionada. Sea cual sea el caso, están heridos, y su entendimiento está oscurecido. Juzgan basándose en presunciones, apariencias, y comentarios de terceros.

El verdadero estado del corazón
Una forma en que el enemigo mantiene a la persona atada a su estado es guardando la ofensa escondida, cubierta por el manto del orgullo. El orgullo impide que uno admita cuál es la verdadera situación.
Cierta vez, dos ministros hicieron algo que me hirió mucho. La gente me decía: "No puedo creer que te hayan hecho esto. ¿No te lastima lo que hicieron?"
Y yo respondía rápidamente: "No, estoy bien. No me causa dolor". Yo sabía que no era correcto sentirme ofendido, por lo cual negaba mi estado y lo reprimía. Me convencía a mí mismo de que no estaba ofendido, pero en realidad sí lo estaba. El orgullo cubría lo que verdaderamente sentía en mi corazón.
El orgullo impide que enfrentemos la verdad. Distorsiona nuestra visión. Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (ver 2 Timoteo 2:24-26).
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. Aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!

La cura
En el libro del Apocalipsis, Jesús se dirige a la iglesia de Laodicea diciéndole, en primer lugar, que ella misma se considera rica, poderosa, como si no necesitara nada; pero luego deja al descubierto cuál es su verdadera situación: un pueblo "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:4-20). Habían confundido su riqueza material con fortaleza espiritual. El orgullo les ocultaba su verdadero estado.
Hoy en día hay muchas personas así. No ven cuál es el verdadero estado de su corazón, de la misma manera que yo no podía ver el resentimiento que sentía hacia esos ministros. Me había convencido a mí mismo de que no estaba herido. Jesús le dijo a los de Laodicea cómo salir de ese engaño: comprar oro de Dios y ver cuál era su verdadera situación.

Comprar oro de Dios
La primera instrucción que les dio Jesús para ser libres del engaño fue: "...yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego" (Apocalipsis 3:18).
El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.). se vuelve duro, menos maleable, y más corrosivo. Esta mezcla se llama "aleación". Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro.
Inmediatamente vemos el paralelo: un corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Hebreos 3:13 dice que los corazones son endurecidos por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta producirá más fruto de pecado, como amargura, ira y resentimiento. Estas sustancias agregadas endurecen nuestros corazones de la misma manera que una aleación endurece el oro. Ello reduce o quita por completo la ternura, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz Dios se ve obstruida. Nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño.
El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite a fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas, o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinado con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. Observemos lo que dice Dios: "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción" (Isaías 48:10). También dijo: "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,..." (I Pedro 1:6,7).
Dios nos refina con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas tales como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia, y otras similares, del carácter de Dios en nuestras vidas.
El pecado se esconde fácilmente cuando no está al calor de las pruebas y las aflicciones. En tiempos de prosperidad y éxito, aun un hombre malvado parece amable y generoso. Pero bajo el fuego de las pruebas, las impurezas salen a la superficie.
Hubo un tiempo en mi vida en que pasé por pruebas intensas, como nunca antes había enfrentado. Me volví rudo y cortante con las personas que más cerca de mí estaban. Mi familia y mis amigos comenzaron a evitarme.
Entonces clamé a Dios: "¿De dónde sale toda esta ira? ¡No estaba aquí antes!"
El Señor me respondió: "Hijo, es cuando el oro se derrite que brotan las impurezas". Entonces me formuló una pregunta que cambió mi vida. "¿Puedes ver las impurezas en el oro antes de que sea puesto al fuego?" "No", respondí. "Pero eso no significa que no estén allí", dijo él. "Cuando te tocó el fuego de las pruebas, estas impurezas salieron a la superficie. Aunque estaban ocultas para ti, siempre fueron visibles para mí. Ahora tienes que tomar una decisión que afectará tu futuro. Puedes continuar enfadado, culpando a tu esposa, tus amigos, tu pastor y todas las personas con las que trabajas, o puedes reconocer la escoria de este pecado como lo que es y arrepentirte, recibir el perdón y tomar mi cucharón para quitar todas esas impurezas de tu vida".

Ver cuál es nuestro verdadero estado
Jesús dijo que nuestra capacidad para ver correctamente es otro elemento clave para ser liberados del engaño. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen. Algunas veces hasta nos resentimos con quienes nos recuerdan a otras personas que nos han herido. Por esta razón, Jesús aconsejó a la iglesia: "unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:18). ¿Ver qué? ¡Ver cuál es nuestro verdadero estado! Esa es la única forma en que podemos ser celosos y arrepentirnos, como Jesús ordena a continuación. Nos arrepentimos sólo cuando dejamos de culpar a los demás.
Cuando culpamos a los demás defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo. La revelación de la verdad es la que nos trae libertad. Cuando el Espíritu de Dios nos muestra nuestro pecado, siempre lo hace en una forma que parece separada de nosotros. De esta manera nos trae convicción, no condenación.
Mi oración es que la Palabra de Dios alumbre los ojos de su entendimiento para que pueda ver cuál es su verdadero estado y sea libre de cualquier ofensa que esté guardando en su interior. No deje que el orgullo le impida ver y arrepentirse. *


-- Extracto tomado del libro, ahora también disponible en tamaño bolsillo, La trampa de Satanás de John Bevere. Una publicación de Casa Creación. Usado con permiso
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La trampa de Satanás

Hay una trampa muy deceptiva que el enemigo ha creado para alejarnos de la voluntad de Dios: la ofensa.
Al viajar por razones de ministerio a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, he podido observar una de las más mortales y engañosas trampas del enemigo. Es una trampa que atrapa a innumerable cantidad de cristianos, corta las relaciones y abre aún más las brechas que existen entre nosotros. Es la trampa de la ofensa.
Muchas personas no logran cumplir en forma efectiva su llamado debido a las heridas y los dolores que las ofensas han causado en sus vidas. Ese obstáculo los incapacita para funcionar en la plenitud de su potencial. La mayoría de las veces es otro creyente quien los ha ofendido, y esto hace que la persona que sufre la ofensa la viva como una traición. En el Salmo 55:12-14, David se lamenta:"Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios".
Estas son las personas con las que nos sentamos y con quienes cantamos, o quizá sea el que está predicando desde el púlpito. Pasamos nuestras vacaciones juntos, asistimos a las mismas reuniones sociales, y compartimos la misma oficina. O quizá sea algo aún más cercano. Crecemos con ellos, les confiamos nuestros secretos, dormimos con ellos. Cuanto más estrecha es la relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se encuentra entre las personas que alguna vez estuvieron unidas.
Los abogados pueden hablar de los peores casos que han manejado, y en su mayoría son los juicios de divorcio. Los medios nos informan continuamente sobre asesinatos cometidos por personas de una misma familia que han llegado a la desesperación. El hogar, que supuestamente debe ser un refugio para protección, provisión y crecimiento, donde aprendamos a dar y recibir amor, muchas veces es la raíz misma de nuestro dolor. La historia nos demuestra que las guerras más sangrientas son las guerras civiles. Hermano contra hermano. Hijo contra padre. Padre contra hijo.
Las posibilidades de ofensas son tan infinitas como la lista de relaciones existente, sean éstas sencillas o complejas. Esta antigua verdad aún es válida: sólo las personas a quienes amamos pueden herirnos. Siempre esperamos más de ellos, más grandes son las expectativas, más profunda es la caída.
En nuestra sociedad reina el egoísmo. Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que ellos desean, desatendiendo e hiriendo así a quienes los rodean. Esto no debe sorprendernos. La Biblia dice claramente que en los últimos días los hombres serán "amadores de sí mismos" (2 Timoteo 3:2). Es de esperar que así sean los no creyentes, pero Pablo aquí no está refiriéndose a quienes están fuera de la iglesia sino a quienes forman parte de ella. Muchos están heridos, lastimados, amargados. ¡Están ofendidos! Pero no comprenden que han caído en la trampa de Satanás.
¿Es nuestra la culpa? Jesús dijo muy claramente que es imposible vivir en este mundo sin que exista la posibilidad de ser ofendidos. Pero la mayoría de los creyentes se sienten conmocionados, asombrados y atónitos cuando esto sucede. Creemos que somos los únicos a quienes les ha sucedido. Esta actitud nos hace vulnerables a que crezca en nosotros una raíz de amargura. Por lo tanto, debemos estar preparados y armados para enfrentar las ofensas, porque la forma en que respondamos a ellas determinará cómo será nuestro futuro.

La trampa del engaño
La palabra griega que se utiliza en el texto de Lucas 7:1 para aludir al tropiezo (ofensa) se deriva de la palabra skandalizo. Esta palabra se refería, originalmente, a la parte de la trampa en la que se colocaba la carnada. De allí que la palabra signifique algo así como colocar una trampa en el camino de una persona. En el Nuevo Testamento muchas veces se la utiliza para referirse a una trampa colocada por el enemigo. La ofensa es una herramienta del diablo para llevar cautivas a las personas. Pablo instruía al joven Timoteo, diciéndole: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a la voluntad de él (2 Timoteo 2:24-26, itálicas agregadas).
Aquellos que luchan o se oponen caen en una trampa y son hechos prisioneros de la voluntad del diablo. Lo más alarmante es que no son conscientes de su estado. Como el hijo pródigo, deben volver en sí mismos y despertar para poder comprender cuál es su verdadera situación. No comprenden que están vertiendo agua amarga en un lugar de agua pura. Cuando una persona es engañada, cree que tiene la razón, aunque no sea así.
No importa cuál sea la situación, podemos dividir a todas la personas ofendidas en dos grandes categorías: 1) quienes han sido tratados injustamente, y 2) quienes creen que han sido tratados injustamente. Los que corresponden a esta segunda categoría creen con todo su corazón que han sido tratados en forma injusta. Muchas veces han sacado sus conclusiones basándose en una información inexacta. O su información es exacta, pero la conclusión está distorsionada. Sea cual sea el caso, están heridos, y su entendimiento está oscurecido. Juzgan basándose en presunciones, apariencias, y comentarios de terceros.

El verdadero estado del corazón
Una forma en que el enemigo mantiene a la persona atada a su estado es guardando la ofensa escondida, cubierta por el manto del orgullo. El orgullo impide que uno admita cuál es la verdadera situación.
Cierta vez, dos ministros hicieron algo que me hirió mucho. La gente me decía: "No puedo creer que te hayan hecho esto. ¿No te lastima lo que hicieron?"
Y yo respondía rápidamente: "No, estoy bien. No me causa dolor". Yo sabía que no era correcto sentirme ofendido, por lo cual negaba mi estado y lo reprimía. Me convencía a mí mismo de que no estaba ofendido, pero en realidad sí lo estaba. El orgullo cubría lo que verdaderamente sentía en mi corazón.
El orgullo impide que enfrentemos la verdad. Distorsiona nuestra visión. Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (ver 2 Timoteo 2:24-26).
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. Aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!

La cura
En el libro del Apocalipsis, Jesús se dirige a la iglesia de Laodicea diciéndole, en primer lugar, que ella misma se considera rica, poderosa, como si no necesitara nada; pero luego deja al descubierto cuál es su verdadera situación: un pueblo "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:4-20). Habían confundido su riqueza material con fortaleza espiritual. El orgullo les ocultaba su verdadero estado.
Hoy en día hay muchas personas así. No ven cuál es el verdadero estado de su corazón, de la misma manera que yo no podía ver el resentimiento que sentía hacia esos ministros. Me había convencido a mí mismo de que no estaba herido. Jesús le dijo a los de Laodicea cómo salir de ese engaño: comprar oro de Dios y ver cuál era su verdadera situación.

Comprar oro de Dios
La primera instrucción que les dio Jesús para ser libres del engaño fue: "...yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego" (Apocalipsis 3:18).
El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.). se vuelve duro, menos maleable, y más corrosivo. Esta mezcla se llama "aleación". Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro.
Inmediatamente vemos el paralelo: un corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Hebreos 3:13 dice que los corazones son endurecidos por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta producirá más fruto de pecado, como amargura, ira y resentimiento. Estas sustancias agregadas endurecen nuestros corazones de la misma manera que una aleación endurece el oro. Ello reduce o quita por completo la ternura, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz Dios se ve obstruida. Nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño.
El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite a fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas, o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinado con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. Observemos lo que dice Dios: "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción" (Isaías 48:10). También dijo: "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,..." (I Pedro 1:6,7).
Dios nos refina con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas tales como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia, y otras similares, del carácter de Dios en nuestras vidas.
El pecado se esconde fácilmente cuando no está al calor de las pruebas y las aflicciones. En tiempos de prosperidad y éxito, aun un hombre malvado parece amable y generoso. Pero bajo el fuego de las pruebas, las impurezas salen a la superficie.
Hubo un tiempo en mi vida en que pasé por pruebas intensas, como nunca antes había enfrentado. Me volví rudo y cortante con las personas que más cerca de mí estaban. Mi familia y mis amigos comenzaron a evitarme.
Entonces clamé a Dios: "¿De dónde sale toda esta ira? ¡No estaba aquí antes!"
El Señor me respondió: "Hijo, es cuando el oro se derrite que brotan las impurezas". Entonces me formuló una pregunta que cambió mi vida. "¿Puedes ver las impurezas en el oro antes de que sea puesto al fuego?" "No", respondí. "Pero eso no significa que no estén allí", dijo él. "Cuando te tocó el fuego de las pruebas, estas impurezas salieron a la superficie. Aunque estaban ocultas para ti, siempre fueron visibles para mí. Ahora tienes que tomar una decisión que afectará tu futuro. Puedes continuar enfadado, culpando a tu esposa, tus amigos, tu pastor y todas las personas con las que trabajas, o puedes reconocer la escoria de este pecado como lo que es y arrepentirte, recibir el perdón y tomar mi cucharón para quitar todas esas impurezas de tu vida".

Ver cuál es nuestro verdadero estado
Jesús dijo que nuestra capacidad para ver correctamente es otro elemento clave para ser liberados del engaño. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen. Algunas veces hasta nos resentimos con quienes nos recuerdan a otras personas que nos han herido. Por esta razón, Jesús aconsejó a la iglesia: "unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:18). ¿Ver qué? ¡Ver cuál es nuestro verdadero estado! Esa es la única forma en que podemos ser celosos y arrepentirnos, como Jesús ordena a continuación. Nos arrepentimos sólo cuando dejamos de culpar a los demás.
Cuando culpamos a los demás defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo. La revelación de la verdad es la que nos trae libertad. Cuando el Espíritu de Dios nos muestra nuestro pecado, siempre lo hace en una forma que parece separada de nosotros. De esta manera nos trae convicción, no condenación.
Mi oración es que la Palabra de Dios alumbre los ojos de su entendimiento para que pueda ver cuál es su verdadero estado y sea libre de cualquier ofensa que esté guardando en su interior. No deje que el orgullo le impida ver y arrepentirse. *

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