domingo, 29 de septiembre de 2013

La Interpretación Bíblica: Reglas que deben seguirse

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Reglas prácticas para la interpretación bíblica


En este capítulo intentaremos exponer las reglas prácticas necesarias que considero más fundamentales para la interpretación de la Biblia. Estas reglas se apoyan en los principios expuestos en el capítulo anterior.


      Regla 1:      La Biblia debe leerse como cualquier otro libro

Esta regla es tan importante que encabeza la lista. Es fácil interpretar mal esta regla. Cuando digo que debemos leer la Biblia como leeríamos cualquier otro libro no quiero decir que la Biblia sea como cualquier otro libro en todo sentido. Yo creo que la Biblia es singularmente inspirada e infalible, y esto la coloca en una categoría especial por sí misma. Pero para asuntos de interpretación la Biblia no se reviste de alguna magia especial que cambie sus patrones literarios básicos de interpretación. Esta regla simplemente es la aplicación del principio del sensus literalis. En la Biblia un verbo es un verbo y un nombre común es un nombre común, igual que en cualquier otro libro.

Pero si la Biblia ha de ser interpretada como cualquier otro libro, ¿qué decir de la oración? ¿No deberíamos buscar la ayuda de Dios Espíritu Santo para interpretar el Libro? ¿No es prometida la iluminación divina a este libro en una forma que difiere de otros libros?

Cuando formulamos preguntas acerca de la oración y la iluminación divina, entramos a un terreno en el cual la Biblia es definitivamente diferente de otros libros. Para el beneficio espiritual de aplicar las palabras de la Escritura a nuestras vidas, la oración es enormemente útil. Para iluminar el significado espiritual de un texto el Espíritu Santo es esencialmente importante. Pero para discernir la diferencia entre la narración histórica y la metáfora, la oración no es de gran ayuda a no ser que implique una intensa súplica a Dios para que nos dé mentes claras y corazones puros para vencer nuestros prejuicios. La santificación del corazón es vital para que nuestras mentes sean libres a fin de oír lo que la Palabra nos está diciendo. También debemos orar pidiéndole a Dios que nos ayude a vencer nuestra inclinación a la pereza y que nos haga estudiantes diligentes de la Escritura. Pero las llamaradas místicas no suelen ser de mucha ayuda en el trabajo básico de la exégesis. Peor aun es el llamado método espiritual de la “picada de azar”.

La “picada de azar” se refiere al método de estudio bíblico por el cual una persona ora pidiendo la guía divina y después hace que su Biblia se abra donde sea. Entonces, con sus ojos cerrados, la persona “pica” con su dedo en la página y recibe la respuesta de Dios donde sea que el dedo apunte. Recuerdo a una muchacha cristiana que vino a mí en un estado de éxtasis durante su último año en la universidad. Ella experimentaba las angustias del “pánico del último año”, según se acercaba su graduación sin ninguna perspectiva de matrimonio. Ella había estado pidiéndole a Dios diligentemente un marido y al final recurrió a la picada de azar para encontrar una respuesta de Dios. Con este método su dedo se posó en Zacarías 9:9:

  Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.

Con esta palabra directa de Dios, la muchacha estaba segura de que iba en dirección al altar y que su príncipe venía en camino. Quizás no venía sobre un gran caballo, pero un burro era lo suficientemente parecido.

Esta no es una forma sabia de usar la Biblia. No creo que ni Zacarías ni el Espíritu Santo hayan tenido esto en mente cuando fueron escritas las palabras. Sin embargo, ¡me avergüenzo de decir que aproximadamente una semana después nuestra jovencita empezó a salir con un muchacho con quien se casó pocos meses después! Pienso que esto tenía que ver más con su nueva confianza en sí misma al tratar a los jóvenes, la cual adquirió más por un medio impropio que por la providencia de Dios confirmándole una promesa divina.

      Regla 2:      Lea la Biblia existencialmente

Menciono esta regla en un espíritu de temor y temblor. Esta regla podría ser muy malentendida, y resultar en más dificultad que ayuda. Antes de definir lo que trato de decir, permítaseme definir claramente lo que no intento decir.

No trato de decir que deberíamos utilizar el método “existencial” moderno de interpretar la Escritura, en el cual las palabras de la Escritura son extraídas de su propio contexto histórico para darles un significado subjetivo. Rudolph Bultmann, por ejemplo, apoya un tipo de hermenéutica existencial por medio de la cual busca lo que denomina la revelación “puntillosa”. Aquí la revelación acontece no en el plano de la historia sino en el momento de mi propia decisión personal. Dios me habla en el “hic et nunc” (el aquí y ahora). En este acercamiento, lo que realmente sucedió en la historia no es de primordial importancia. Lo que importa es una “teología sin limitación de tiempo”. Con frecuencia oímos a eruditos de esta escuela decirnos que realmente ni siquiera importa si Jesús vivió o no en la historia. Lo que nos importa ahora es el mensaje. Jesús puede “significar” no una persona en la historia sino un símbolo de “liberación”.

El problema con este punto de vista es que realmente sí nos importa si Jesús vivió, murió, y resucitó en la historia o no. Como discute Pablo en 1 Corintios 15, si Cristo no hubiera resucitado, “vana es nuestra fe”. Sin una verdadera resurrección histórica, quedamos con un salvador muerto y un evangelio sin poder. Las buenas nuevas terminarían con la muerte y no con la vida. De ninguna manera, pues, estoy apoyando el método moderno relativista, subjetivista, y antihistórico de interpretación de los existencialistas. Estoy usando el término existencial en un sentido diferente.
Lo que trato de decir es que según leemos la Biblia deberíamos encontrarnos pasional y personalmente envueltos en lo que leemos. Propongo esto no solamente con el propósito de la aplicación personal del texto sino para entendimiento también. Lo que estoy pidiendo es un tipo de comprensión por medio de la cual tratamos de “introducirnos en la piel” de los personajes acerca de los cuales estamos leyendo.

Mucha de la historia bíblica nos llega por medio de declaraciones exageradamente modestas y de asombrosa brevedad. Considérese la siguiente narración:

  Nadab y Abiu, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dice Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló. (Lv. 10:1–3)

¿Qué está sucediendo aquí? En tres cortos versículos se da cuenta del drama del pecado y la ejecución subsiguiente de los hijos de Aarón. Se dice poco acerca de la reacción de Aarón. Todo lo que leemos es que Moisés interpretó las razones del juicio de Dios y que Aarón, por lo tanto, guardó silencio. ¿Qué estaba pensando Aarón cuando vio a sus hijos aniquilados? ¿Podemos leer un poco entre líneas? Si él fuese como yo, él estaría pensando: “¿Qué está pasando? Vamos, Dios, te he servido durante tanto tiempo, sacrificando mi vida por ti y eliminas a mis hijos por una travesura infantil. No es justo”. Esa sería mi reacción. Pero si reaccionara de tal forma y el Dios santo de Israel me recordara severamente la santidad del altar y la seriedad de la tarea sacerdotal, diciendo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”, yo también me quedaría callado.

Si tratamos de ponernos en la situación de los personajes de la Escritura, podemos llegar a un mejor entendimiento de lo que estamos leyendo. Esta es la práctica de la comprensión: sentir las emociones de los personajes que estamos estudiando. Esta lectura entre líneas podrá no ser considerada como parte de la Escritura misma pero nos ayudará a entender el sabor de lo que está sucediendo.

En el libro Temor y temblor, Sören Kierkegaard especula sobre la narración del sacrificio por Abraham de su hijo Isaac. Se pregunta a sí mismo: ¿Por qué se levantó Abraham temprano en la mañana para sacrificar a su hijo? A esta pregunta él da una serie de posibles respuestas basadas en el texto. Cuando ha terminado, el lector siente que ha estado en el monte Moriah y de vuelta con Abraham. Aquí se capta el drama de la narración. Vale decir que tal especulación no añade nada a la interpretación autoritativa de lo que el texto realmente dice, pero nos da un instrumento para entenderlo. He aquí por qué el “leer entre líneas” es una empresa legítima en la predicación.

El tratamiento dramático que Kierkegaard le da a Abraham fue estimulado por la pregunta, ¿Por qué hizo Abraham lo que hizo? Leyendo la Escritura frecuentemente nos confundimos e incluso nos enfadamos por lo que leemos, particularmente cuando leemos algún ejemplo del juicio severo de Dios. Parece ser que de tiempo en tiempo Dios manda castigos crueles y poco usuales a sus hijos. Muchos de estos problemas pueden aclararse si simplemente nos detenemos y preguntamos calmadamente: ¿Por qué Dios hace esto? o ¿Por qué dice esto la Escritura? Cuando hacemos esto, nos ayudamos a eliminar el prejuicio que por naturaleza tenemos contra Dios.

Cuando me molesto con alguien generalmente me resulta difícil oír lo que está diciendo o entender lo que hace. Cuando estoy enojado tiendo a ver a la persona que es objeto de mi enojo en el peor aspecto posible. Obsérvese cuán frecuentemente hacemos eso con la Escritura. Cada vez que hago una disertación acerca de la elección divina, invariablemente alguien me dice: “¿Quiere usted decir que Dios arbitrariamente nos trata como marionetas?” Me siento ofendido de que alguien pueda llegar a la conclusión de que yo tuviera tal idea de Dios. Yo no lo había dicho, ni mis palabras tenían la intención de implicarlo; sin embargo, la noción de cualquier tipo de soberanía divina parece serle tan repugnante a la gente que la somete al peor juicio posible.

Estamos en presencia de una tendencia humana muy común de la cual todos somos culpables. Tendemos a enfocar las acciones y palabras de otros que nos desagradan a la peor luz posible y a ver nuestros propios defectos desde el mejor ángulo posible. Cuando alguien peca contra mí, respondo como si él fuese todo malicia; cuando yo peco contra él, yo “cometo un error de juicio”. Si estamos por naturaleza en enemistad con Dios, tenemos que cuidarnos de esta inclinación cuando nos acercamos a su Palabra.

A la luz de la controversia actual en cuanto al papel de la mujer en la iglesia, el apóstol Pablo se ha llevado una buena paliza. He leído literatura describiendo a Pablo como un chauvinista, un misógino, y un antifeminista. Algunas personas sienten tanta hostilidad hacia Pablo sobre este asunto que salen gotas de veneno de sus plumas y no pueden oír ni una palabra suya. Usando este método existencial de la comprensión podremos obtener un mejor entendimiento de Pablo el hombre, pero más importante aun, de lo que realmente está diciendo.

Adela Rogers St. John escribe acerca de un personaje ficticio que quería leer las epístolas del Nuevo Testamento por primera vez. Con el fin de experimentar una reacción “virgen” de ellas, quiso que su secretaria mecanografiara cada una de las epístolas, se la dirigieran a él, y se la mandara por correo a su casa. Entonces él leería cada epístola como si hubiese sido escrita para él. Tal es el método de la comprensión.


      Regla 3:      Las narraciones históricas deben ser interpretadas por el método didáctico

Ya hemos examinado las características básicas de la narración histórica. Antes de poder entender esta regla, debemos dar una definición de la forma didáctica. El término didáctico viene de la palabra griega que significa enseñar o instruir. La literatura didáctica es aquella que enseña o explica. Muchos de los escritos de Pablo presentan características didácticas. La relación entre el evangelio y las epístolas ha sido definida con frecuencia simplemente diciendo que tos evangelios registran lo que Jesús hizo y las epístolas interpretan su significado. Tal definición es demasiado simplista, toda vez que los evangelios en muchas porciones enseñan e interpretan a la vez que narran. Pero es cierto que el énfasis de los evangelios está en la crónica de eventos, mientras que las epístolas están más interesadas en interpretar el significado de esos eventos en términos de doctrina, exhortación, y aplicación.

Como que las epístolas son ampliamente interpretativas y vienen después de los evangelios en orden de organización, los reformadores mantenían el principio de que las epístolas deberían interpretar a los evangelios y no los evangelios a las epístolas. Esta regla no es absoluta aunque tiene aplicación práctica. Como norma de interpretación resulta confusa para muchos, ya que los evangelios registran no sólo los actos de Jesús sino también sus enseñanzas. ¿Significa esto que las palabras y enseñanzas de Jesús tienen menos autoridad que las de los apóstoles? Con toda seguridad esa no es la intención del principio. Ni las epístolas ni los evangelios fueron considerados unos con más autoridad que los otros por los reformadores. Más bien de igual autoridad, aunque pueda haber diferencia en materia de interpretación.

A partir de la erosión de confianza en la autoridad bíblica en nuestro día, ha estado de moda poner la autoridad de Jesús contra la autoridad de las epístolas, particularmente las epístolas de Pablo. La gente no parece darse cuenta de que no están enfrentando a Jesús contra Pablo sino a un apóstol, como Mateo o Juan, contra otro. Debemos recordar que Jesús no escribió ninguna parte del Nuevo Testamento, y dependemos del testimonio apostólico para nuestro conocimiento de lo que él hizo y dijo.

No hace mucho tiempo me reuní con un buen amigo de mis días en la universidad. No nos habíamos visto desde hacía casi veinte años, y charlamos para ponernos al corriente. En el curso de nuestra conversación me dijo cómo había cambiado su mentalidad en muchos aspectos. En particular mencionó cómo había cambiado su opinión en cuanto a la naturaleza y autoridad de la Escritura. Dijo que ya no creía que la Biblia fuese inspirada, y citó como razón algunas enseñanzas que se encuentran en ella, especialmente algunas de las enseñanzas de Pablo.

Le pregunté acerca de lo que seguía creyendo y que no había cambiado.
El respondió: “Todavía creo que Jesús es mi Señor y Salvador”.

“¿Cómo ejerce Jesús el señorío sobre tu vida?” le pregunté mansamente. Él no entendía bien a lo que yo trataba de llegar hasta que le refiné un poco la pregunta. Le pregunté cómo era que Jesús le transmitía la información que sería parte del contenido de su regla. Le dije: “Jesús dijo, ¡Si me amas, guarda mis mandamientos!” Yo veo que aún lo amas y quieres serle obediente, pero ¿dónde encuentras sus mandatos? Si Pablo no comunica la voluntad de Cristo con exactitud y si los otros apóstoles están igualmente equivocados, ¿cómo descubres la voluntad de tu Señor?”

Él titubeó un momento y después contestó: “En las decisiones de la iglesia cuando se reúnen en concilio”.

No me molesté en preguntarle cuál iglesia y cuál concilio, ya que muchas no están de acuerdo. Meramente le señalé que probablemente ya era hora de hacerle otra visita a la Dieta de Worms. Muchos protestantes se han olvidado de qué protestan y han llegado nuevamente al punto de elevar sus decisiones presentes a la iglesia más que a la autoridad de los apóstoles. Cuando esto sucede, tenemos una cristiandad de cabeza. Si podemos confiar en los escritores del evangelio, probablemente podremos confiar en su exactitud cuando consignan que Jesús llamó a los profetas y a los apóstoles los cimientos de la iglesia. En la mente de mis amigos aquellos cimientos han sido destruidos y se han colocado cimientos nuevos en su lugar: las opiniones contemporáneas de los laicos.

Si Pablo y Pedro y los demás autores del NuevoTestamento recibieron su autoridad como apóstoles del mismo Jesús, ¿cómo podemos criticarlos en su enseñanza y todavía afirmar que seguimos a Cristo? Esta es la misma cuestión que Jesús discutió con los fariseos. Ellos afirmaban orar a Dios mientras que rechazaban al Dios enviado y atestiguado. Afirmaban ser hijos de Abraham mientras que se lamentaban de aquel que causó regocijo a Abraham. Apelaban a la autoridad de Moisés mientras que rechazaban a aquel de quien Moisés escribió.

Ireneo introdujo la cuestión contra los gnósticos de la primera iglesia, quienes atacaron la autoridad de los apóstoles. El dijo, sí no obedecéis a los apóstoles no podéis ser obedientes a Dios, porque, si rechazáis a los apóstoles, rechazáis a aquel que los envió (Jesús); y, si rechazáis a aquel que envió a los apóstoles, rechazáis a aquel que lo envió (Dios Padre). Aquí, contra los gnósticos, Ireneo meramente llevó el argumento de Jesús con los fariseos un paso más allá.

Así pues, el principio de la interpretación de la narración por el método didáctico no está concebido para poner a un apóstol contra otro o a un apóstol contra Cristo. Es meramente para reconocer una de las tareas principales del apóstol: enseñar e interpretar la mente de Cristo para su rebaño.

Una de las principales razones por las que esta regla es importante es la de evitar el derivar demasiadas inferencias de los relatos acerca de lo que la gente hace. Por ejemplo: ¿Podemos realmente componer un manual de comportamiento cristiano puramente a base del análisis de cómo Jesús actuó? Con frecuencia cuando un cristiano se enfrenta a una situación problemática, se le dice que se pregunte a sí mismo: “¿Qué haría Jesús en esta situación?” Esta no es siempre una pregunta sabia. Una pregunta mejor sería: “¿Qué querría Jesús que yo hiciera en esta situación?”

¿Por qué es peligroso simplemente tratar de modelar nuestras vidas de acuerdo con lo que Jesús hizo? Si tratamos de modelar nuestras vidas precisamente de acuerdo con el ejemplo de Jesús, podremos tener varias clases de problemas. En primer lugar nuestros deberes como hijos de Dios obedientes no son exactamente los mismos que la misión de Jesús. Yo no fui enviado al mundo para salvar a los hombres de sus pecados. Jamás podré hablar con una absoluta autoridad de cualquier tema como lo hizo Jesús. No puedo ir a la iglesia con un látigo y echar a los laicos corruptos. No soy el Señor de la iglesia.

Segundo, y quizás no tan obvio, Jesús vivió bajo un período diferente de la historia redentora del que vivo yo. A Él se le exigió el cumplir todas las leyes del Antiguo Pacto incluyendo las leyes de dieta y ceremonia. Jesús estaba siendo perfectamente obediente al Padre cuando fue circuncidado como un rito religioso. Si yo fuese circuncidado, no por razones de salud e higiene sino como un rito formal religioso, estaría con ese rito, repudiando la obra final de Cristo y retrocediendo a la maldición de la Ley del Antiguo Testamento. En otras palabras, podríamos ser culpables de un serio pecado si tratáramos de imitar exactamente a Jesús. He aquí donde las epístolas son tan importantes. Nos llaman, cierto, a imitar a Cristo en muchos aspectos; pero nos ayudan a determinar cuáles son esos puntos y cuáles no.

Un tercer problema con imitar la vida de Jesús se presenta al hacer el cambio sutil de lo que es permitido a lo que es obligatorio. Por ejemplo, conozco personas que sostienen que es deber del cristiano efectuar visitas de misericordia en el día de descanso. El razonamiento es que Jesús lo hizo en el día sabático, y por lo tanto nosotros también debemos hacerlo así.

La sutilidad aquí está en lo siguiente: que Jesús hiciera estas cosas en el día del Sabath revela que tales actividades no violan el día de descanso y son buenas. Pero Jesús en ningún momento nos restringe a hacerlas en el día de descanso exclusivamente. Su ejemplo nos enseña que se puede hacer, pero no necesariamente que tienen que hacerse en ese día. Nos manda visitar a los enfermos, pero en ningún lugar estipula cuándo deben efectuarse esas visitas. El hecho de que Jesús no contrajo matrimonio demuestra que el celibato es bueno; pero su celibato no nos exige repudiar el matrimonio, como dejaron bíen sentado las epístolas.

Hay otro problema serio al tratar de derivar demasiadas inferencias de las narraciones. La Biblia registra no solamente las virtudes de los santos sino también sus vicios. Los retratos de los santos se pintan con verrugas y todo. Deberemos tener cuidado de no imitar las “verrugosidades”. En verdad, cuando leemos acerca de las actividades de David o Pablo podemos aprender mucho ya que estas son actividades de hombres que han alcanzado un alto grado de santificación. Pero ¿deberíamos imitar el adulterio de David o la desonestidad de Jacob? ¡Dios no lo permita!

Aparte de conjeturar en materia de carácter y ética en las narraciones, existe también el problema de extraer doctrina. Por ejemplo, en la narración de Abraham ofreciendo a Isaac sobre el monte Moriah, Abraham es detenido en el último instante por el ángel de Dios, quien le dice: “¡Abraham, Abraham! No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusas tu hijo, tu único” (Gn. 22:11–12). Nótense las palabras: “ya conozco”. ¿No sabía Dios de antemano lo que Abraham haría? ¿Se sentó en el cielo en un estado de ansiedad divina esperando el resultado del juicio de Abraham? ¿Caminó de un lado para otro por las moradas celestiales pidiendo boletines a sus ángeles en cuanto al progreso del drama? Por supuesto que no. Las porciones didácticas de la Escritura evitan estas inferencias. Pero, si establecemos nuestra doctrina de Dios puramente de narraciones tales como esta, tendríamos que concluir que nuestro Dios está siempre aprendiendo y nunca llegando a un conocimiento de la verdad.

El construir doctrina de narraciones solamente es un asunto peligroso. Me entristece decir que parece existir una fuerte tendencia hacia ello en la teología popular evangélica de nuestro día. Todos debemos ser cuidadosos y resistir esta tendencia.

El problema del lenguaje fenomenológico en la narración histórica. La Biblia está escrita en el lenguaje humano. Es el único tipo de lenguaje que podemos entender porque somos humanos. Las limitaciones del lenguaje humano se aplican a la Biblia. De hecho, mucho ha sido escrito en años recientes acerca de este problema. El escepticismo en ocasiones ha llegado al punto de declarar que todo lenguaje humano es inadecuado para expresar la verdad de Dios. Tal escepticismo no se justifica en el mejor de los casos y resulta cínico en el peor. Nuestro lenguaje podrá no ser perfecto, pero es adecuado.

No obstante, estas limitaciones se vuelven aparentes cuando tratamos con lenguaje fenomenológico, especialmente en las narraciones históricas. El lenguaje fenomenológico es aquel que describe las cosas tal y como aparecen a simple vista. Cuando los escritores de la Biblia describen el universo a su alrededor, lo hacen en términos de apariencias externas y no con miras a la precisión científica y tecnológica.

¿Cuántas acaloradas controversias ha habido sobre si la Biblia enseña o no que la Tierra y no el Sol es el centro del sistema solar? Recuerden a Galileo, quien fue excomulgado porque enseñó la heliocentricidad (el sistema solar centrado en el Sol) contra la geocentricidad (el sistema solar centrado en la Tierra), que la iglesia había aprobado. Esto dio origen a una gran crisis con respecto a la credibilidad de la Escritura. Aun así, en ningún pasaje encontramos una porción didáctica de la Escritura que nos enseñe que la Tierra es el centro del sistema solar. Cierto, en algunas narraciones el Sol se describe como moviéndose a través de los cielos. Este es el efecto que les causaba a las personas en la antigüedad, y este es el aspecto que tiene hoy.

En cierto modo me divierte la mixtura de jerigonza técnica y lenguaje fenomenológico que se utiliza en nuestro mundo moderno de la ciencia. Considérese el informe de cada noche acerca del tiempo. En nuestra ciudad ya no es un informe del tiempo sino un estudio meteorológico. En este estudio me quedo deslumbrado por las gráficas y los mapas y la nomenclatura tecnológica utilizada por el locutor. Oigo hablar de los centros de alta presión y las perturbaciones aeronáuticas. Aprendí en cuanto a la velocidad del viento y la presión barométrica. La predicción para el día siguiente se da en términos de cocientes de probabilidad de precipitación. Entonces, al final del estudio, el hombre dice; “Mañana saldrá el sol a las 6:45 A.M.” Me quedo maravillado. ¿Debería yo llamar por teléfono a la estación y protestar contra esta evidente conspiración por reconstruir la geocentricidad?

¿Protestaré contra el fraude y los errores del informe porque el locutor habla acerca de la salida a del sol? ¿Qué está sucediendo aquí? Cuando todavía hablamos del sol que se pone y el sol que sale, estamos hablando de apariencias y nadie nos llama mentirosos. ¿Puede usted imaginarse leyendo porciones de la narración de II Crónicas que contienen descripciones del mundo exterior en términos de presión barométrica y porcentajes de probabilidad de precipitación? Si leemos las narraciones de la Biblia como si se tratase de libros de texto científicos, estamos en un grave problema.

Esto no es afirmar que no hay porciones didácticas de la Escritura que lleguen a bordear abundantemente con lo científico. Ciertamente las hay, y en las mismas nos vemos a menudo en verdaderos conflictos en materias de psicología y teorías biológicas de la naturaleza y el origen del hombre. Pero muchos otros conflictos jamás surgirían si reconociéramos el carácter y el lenguaje fenomenológico de las narraciones.

      Regla 4:      Lo implícito ha de interpretarse por lo explícito

En materia de lenguaje distinguimos entre lo implícito y lo explícito. Con frecuencia la diferencia es cuestión de grado y la distinción se hace imprecisa. Pero generalmente podemos determinar la diferencia entre lo que realmente se dice y lo que queda sin decirse, aunque implícito. Estoy convencido de que si esta particular regla se siguiera concienzudamente por las comunidades cristianas, la vasta mayoría de las diferencias doctrinales que nos dividen se resolvería. Es en este punto de confusión entre lo implícito y lo explícito que es fácil caer en el descuido.

He leído numerosas referencias en cuanto a que los seres angelicales carecen de sexo. ¿En qué parte de la Biblia dice que los ángeles no tienen sexo? El pasaje que siempre se utiliza para apoyar esta contención es Marcos 12:25. Aquí Jesús dice que en el cielo ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que seremos como los ángeles. Esto implica que los ángeles no se casan, pero ¿implica también que no tienen sexo? ¿Significa esto que careceremos de sexo en el cielo? Pudiera ser como cuestión de hecho que los ángeles no tienen sexo y que esa sea la razón por la que no se casan; pero la Biblia no lo dice. ¿No sería posible creer que los ángeles no se casan por otros motivos que no sean el de no tener sexo? La deducción de la sexualidad angelical es una posible inferencia del texto, pero no es una inferencia necesaria. Hay mucho en la enseñanza bíblica de la naturaleza del hombre como masculina y femenina que sugiere enfáticamente que nuestra sexualidad será redimida pero no aniquilada.

Otro ejemplo del tratamiento descuidado de las implicaciones se puede observar en la naturaleza del cuerpo de resurrección de Jesús. Aquí también he visto yo descripciones del cuerpo glorificado de Jesús como la de ser un cuerpo con la capacidad de pasar sin impedimento a través de objetos sólidos. El fundamento bíblico de esta aseveración se encuentra en Juan 20:19: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por medio de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: “Paz a vosotros”. Lea cuidadosamente las palabras del texto. ¿Dice que Jesús “perdió su forma material” y flotó a través de la puerta? No; dice que las puertas estaban cerradas y que Jesús entró y se puso en medio de ellos. ¿Por qué menciona el autor que las puertas estaban cerradas? Posiblemente para indicar la forma sorprendente en que Jesús apareció. O, quizás meramente para acentuar lo que realmente dice, que los discípulos tenían miedo de los judíos. ¿Es posible que Jesús haya venido a sus atemorizados discípulos, quienes se encontraban amontonados tras las puertas cerradas, abriera la puerta, entrara, y empezara a hablarles? En esto también, quizás Jesús de hecho penetró a través de la puerta, pero el texto no dice eso. El construir una visión del cuerpo resucitado de Jesús sobre la base de este texto involucra una especulación sin fundamento y una exégesis descuidada.

Es obvio que se pueden implicar muchas cosas basadas en una lectura. Esto es tan fácil de hacer que el erudito más cuidadoso puede caer en ello. Una de las declaraciones confesionales más precisas que se hayan escrito es la Confesión de Fe de Westminster. El cuidado y la cautela desplegados por los clérigos de Westminster en el bosquejo del documento fueron extraordinarios. No obstante, en el documento original hay un ejemplo notorio de extender demasiado una implicación. La Confesión dice que no debemos orar por personas que hayan cometido pecado de muerte, y cita 1 Juan 5:16. El texto dice: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida”.

En este texto Juan exhorta a los lectores a orar por los hermanos cuyos pecados no sean de muerte. No prohibe orar por aquellos que hayan cometido pecado de muerte. El dice: “… por el cual yo no digo que se pida”. Esto no es lo mismo que decir: “Por el cual yo digo que no se pida”. La afirmación anterior es meramente la ausencia del mandato: la posterior es una prohibición positiva. Por tanto, si eruditos entrenados reunidos en solemne asamblea en un esfuerzo conjunto de exégesis pueden pasar por alto un punto sutil como este, ¿cuánto más cuidadosos no deberemos ser nosotros cuando tratemos con el texto a solas?

No solamente tenemos problemas cuando extraemos demasiadas implicaciones de un texto, sino que también nos enfrentamos al problema de cuadrar las implicaciones con lo que explícitamente se enseña. Cuando se deriva una implicación que se contradice con lo que está explícitamente afirmado, tal implicación deberá ser rechazada.

En el debate perenne entre calvinistas y arminianos las cuestiones van y vienen entre unos y otros. Sin tratar de enfrascarnos en una discusión completa acerca de estos temas, permítaseme ilustrar el punto de lo explícito y lo implícito con un problema recurrente. Con respecto a la cuestión de la habilidad moral del hombre caído para volverse a Cristo sin la ayuda del poder del Espíritu Santo, muchos alegan que está dentro del poder natural del hombre el inclinarse hacia Cristo. Innumerables pasajes, tales como “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:15), se mencionan en el debate. Si la Biblia dice: “todo aquel que cree”, ¿no implica esto que cual quiera puede creer y responder a Cristo por sí mismo? ¿No implica “todo aquel” una habilidad moral universal?

Tales pasajes pueden sugerir una implicación de aptitud universal, pero tales implicaciones deben ser rechazadas si están en conflicto con una enseñanza explícita.

Comencemos nuestro análisis de estos pasajes a lo que en realidad se dice explícitamente: “… todo aquel que en él cree, tiene vida eterna”. Este versículo nos enseña explícitamente que todos los que se hallan en la categoría de creyentes (A) estarán en la categoría de los que tienen vida eterna (B). Todos los que son A serán B. Pero ¿qué dice acerca de los que creerán, que estarán en la categoría A? No dice absolutamente nada. Nada se menciona acerca de lo que se requiere para creer o acerca de quién creerá y quién no creerá. En otra parte de la Escritura leemos: “Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Este pasaje no dice nada explícito acerca de la habilidad del hombre para venir a Cristo. La frase es una afirmación universalmente negativa con una cláusula exceptiva agregada. Es decir, el pasaje sencillamente afirma que nadie puede (es capaz) de venir a Cristo; la cláusula exceptiva dice, si no le fuere dado del Padre. Este versículo enseña explícitamente que se debe tener lugar un prerrequisito necesario antes de que una persona pueda venir a Cristo. El prerrequisito es que le debe ser “dado del Padre”. En verdad, el punto no es el de resolver la controversia entre los calvinistas y los arminianos sino el de demostrar que sobre esta cuestión lo que parece implicaciones no se puede utilizar para cancelar la enseñanza explícita.

También son problemáticas las deducciones extraídas de afirmaciones comparativas. Veamos un pasaje famoso de I Corintios que ha causado mucho tropiezo. Pablo dice con respecto a las virtudes del celibato y el matrimonio: “De manera que el que da a su hija virgen en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor” (7:38). ¿Cuántas veces no ha oído usted decir que Pablo se oponía al matrimonio o que él dijo que el matrimonio era malo? ¿Es eso en realidad lo que dice? Claro que no. Él hace una comparación entre lo bueno y lo mejor, no entre lo bueno y lo malo. Si una cosa se dice que es mejor que otra, eso no implica que una sea buena y la otra mala. Hay niveles comparativos de virtud.

El mismo problema de valores comparativos se presentó respecto a la cuestión de hablar en lenguas en los años 1960. Pablo dice: “Él que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica, pero el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación” (1 Co. 14:4–5). He oído a ambas partes en un debate sobre este tema torcer el sentido de este pasaje. Los que se oponen a las lenguas han escuchado a Pablo decir aquí que la profecía es buena y las lenguas malas. No entendieron la comparación entre lo bueno y lo mejor. He oído a aquellos a favor de hablar en lenguas expresarse como si esto fuese más importante que la profecía.

Fuertemente relacionada con la regla de interpretar lo implícito y lo explícito está la regla correlativa de interpretar lo oscuro a la luz de lo claro. Si interpretamos lo claro a la luz de lo oscuro, nos desviamos a un tipo de interpretación esotérica inevitablemente sectaria. La regla básica es la regla del cuidado: la lectura cuidadosa de lo que realmente está diciendo el texto nos salvará de mucha confusión y distorsión. No se necesitan grandes conocimientos de lógica, simplemente la sencilla aplicación de sentido común. A veces el acaloramiento de la controversia lleva a la pérdida del sentido común.

      Regla 5: Determine cuidadosamente el significado de las Palabras
Sea lo que fuere, la Biblia es un libro que comunica información verbal. Esto significa que está llena de palabras. Los pensamientos se expresan a través de la relación entre estas palabras. Cada palabra en particular contribuye algo a la totalidad del contenido expresado. Cuanto mejor entendamos las palabras utilizadas individualmente en las declaraciones bíblicas, tanto mejor seremos capaces de comprender el mensaje total de la Escritura.

La comunicación exacta y el entendimiento claro son difíciles cuando las palabras se utilizan de manera imprecisa o ambigua. El mal uso de las palabras y los malentendidos van de la mano. Todos hemos experimentado la frustración de tratar de comunicarle algo a alguien y no haber sido capaces de encontrar la combinación correcta de palabras para darnos a entender. También todos hemos experimentado la frustración de ser malentendidos cuando hemos usado las palabras correctamente, pero nuestros oyentes no las han entendido.

Los laicos con frecuencia se quejan de que los teólogos utilizan demasiadas palabras elevadas. El lenguaje técnico resulta a menudo irritante y confuso. Los términos técnicos pueden utilizarse para obtener una comunicación más exacta, pero también con la pretensión de darle importancia a lo que decimos y para impresionar a los demás con nuestra vasta inteligencia. Los eruditos, en cambio, tienden a desarrollar un lenguaje técnico dentro de su esfera con el fin de lograr precisión y no confusión. Nuestro lenguaje diario se usa en una forma tan amplia que nuestras palabras adquieren significados demasiado elásticos para ser útiles en una comunicación precisa.
Podemos ver la ventaja del lenguaje técnico en el campo médico, a pesar de que a veces nos sentimos incómodos con ello. Si me enfermo y le digo al doctor: “No me siento bien”, inmediatamente me pedirá que sea un poco más explícito. Si me hace un examen físico completo y me dice: “Su problema es un trastorno estomacal”, voy a querer que él sea más específico. Hay todo tipo de trastornos estomacales que van desde una ligera indigestión hasta un cáncer incurable. En la medicina, el ser específico y técnico es lo que salva vidas.

Si queremos ser entendidos, debemos aprender a decir a lo que nos referimos y referirnos a lo que decimos. En una ocasión escuché a un teólogo dar una conferencia acerca de la teología reformada. A la mitad de su charla un estudiante alzó su mano y le dijo: “Señor, ¿Debemos suponer según lo escuchamos hablar que es usted calvinista?” El erudito respondió: “Sí, por supuesto que lo soy” y prosiguió con la conferencia. Unos momentos después se detuvo a la mitad de una frase con una repentina mirada de entendimiento en sus ojos y enfocó su atención en el estudiante que le había formulado la pregunta. Dijo: “¿Qué piensas tú que es un calvinista?” El estudiante contestó: “Un calvinista es alguien que cree que Dios trae a su reino a algunas personas pataleando y gritando contra su voluntad, a la vez que otras quieren entrar desesperadamente”. A esto la boca del conferencista cayó abierta por la sorpresa y dijo: “Pues en ese caso, por favor no me consideres calvinista”. Si el profesor no le hubiera preguntado al estudiante lo que él entendía con aquel término, el hombre hubiera comunicado algo radicalmente diferente a lo que era su intención debido al gran malentendido del estudiante por las palabras que empleó. Cosas como esta pueden suceder, y de hecho suceden cuando estudiamos la Biblia.

Probablemente el más grande avance en el conocimiento bíblico que hemos visto en el siglo XX ha sido en el área de la lexicografía. O sea, que hemos incrementado notoriamente nuestro entendimiento del significado de las palabras contenidas en la Biblia. Yo considero que el instrumento exegético más valioso que tenemos en el presente es el Diccionario teológico del Nuevo Testamento por Kittel. Esta serie de estudios de palabras comprende gruesos volúmenes, cada uno con un costo aproximado de US$25, y como obra de referencia bien vale la pena. Comprende una serie de cuidadosos estudios del significado de las palabras clave encontradas en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, una palabra como justificar puede ser examinada en un volumen en particular. La palabra se somete a un análisis exhaustivo en cada texto conocido en que aparece. Su significado se sigue a través del período de Homero y la Grecia clásica, su uso correspondiente en la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), su uso en los evangelios, en las epístolas, y en la historia de la primera iglesia. Ahora un estudiante de la Biblia, en lugar de buscar una palabra en un diccionario normal donde pudiera encontrar una frase de definición con sus sinónimos correspondientes, puede recurrir al diccionario de Kittel y encontrar cuarenta o cincuenta páginas de explicación y delincación detallada de todos los usos y matices sutiles de la palabra. Podemos averiguar cómo Platón, Eurípides, Lucas, y Pablo usaban una palabra en particular. Esto agudiza grandemente nuestro entendimiento del lenguaje bíblico y también facilita la exactitud de las traducciones modernas de la Biblia.

Normalmente hay dos métodos básicos por medio de los cuales se definen las palabras: por etimología y por uso habitual. Vemos una palabra como hipopótamo y nos preguntamos lo que significa. Si supiéramos griego sabríamos que la palabra hipos significa “caballo” y la palabra potamos significa “río”. Por tanto, tenemos hipopótamo, o “caballo de río”. El estudio de las raíces y los significados originales de las palabras puede ser muy útil para sacarle jugo a un término. Por ejemplo, la palabra hebrea para gloria originalmente significaba “pesado” o “de mucho peso”. Así, la gloria de Dios tiene que ver con su “ponderosidad” o “significado”. No lo tomamos a la “ligera”. Pero el definir palabras meramente en términos de su significado original nos puede meter en todo tipo de problemas.

Además de los orígenes y las derivaciones, es extremadamente importante para nosotros estudiar el lenguaje en el contexto de su uso. Esto es necesario porque las palabras sufren cambios en su significado dependiendo de cómo se usen.

Palabras con múltiples significados. Hay gran cantidad de palabras en la Biblia que tienen múltiples significados. Solamente el contexto puede determinar el significado particular en que allí se usa. Por ejemplo, la Biblia habla frecuentemente acerca de la voluntad de Dios. Hay cuando menos seis diferentes formas en que esta palabra es utilizada. En algunas ocasiones la palabra voluntad se refiere a los preceptos que Dios ha revelado a sus hijos. O sea, su voluntad es su “mandato del deber prescrito a sus hijos”. El término voluntad se utiliza para describir “la acción soberana de Dios por medio de la cual Dios permite que acontezca lo que sea su voluntad que suceda”. A esto llamamos la voluntad eficaz de Dios porque afecta a lo que él quiere. Luego, hay un sentido de voluntad como “aquello que es agradable a Dios, en lo cual él se deleita”.

Veamos cómo un pasaje de la Escritura puede ser interpretado a la luz de estos tres diferentes significados de voluntad: está Dios “no queriendo que ninguno perezca” (2 P. 3:9, VRV). Esto podría significar: (1) Dios ha creado un precepto de que a nadie se le permite perecer; es contra la ley de Dios que nosotros perezcamos; (2) Dios ha decretado soberanamente, y ciertamente mantiene en vigor, que nadie perecerá; o (3) Dios no está complacido ni se deleita en que las personas perezcan. ¿Cuál de estas tres declaraciones cree usted que es la correcta? ¿Por qué? Si examinamos el contexto en que aparecen y seguimos la analogía de la fe tomando en consideración el contexto más largo de toda la Escritura, solamente uno de estos significados tiene sentido, es decir, el tercero.

Mi ejemplo favorito de palabras con múltiples sentidos es la palabra justificar. En Romanos 3:28 Pablo dice: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”. En Santiago 2:24 leemos: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. Si la palabra justificar significa lo mismo en ambos casos, tenemos una contradicción irreconciliable entre los dos escritores bíblicos sobre un asunto que concierne a nuestros destinos eternos. Lutero se refirió a la “justificación por la fe” como el tema sobre el cual la iglesia se mantiene firme o cae. El significado de la justificación y la pregunta de cómo se lleva a cabo no es una mera insignificancia. Sin embargo, Pablo dice que es por fe aparte de obras, y Santiago dice que es por obras y no por fe sola. Para complicar más el asunto, Pablo insiste en Romanos 4 en que Abraham es justificado cuando cree en la promesa de Dios antes de ser circuncidado. Tiene a Abraham justificado en Génesis 15. Santiago dice: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” (Sg. 2:21). Santiago no ve a Abraham justificado hasta Génesis 22.

Esta cuestión de la justificación se resuelve fácilmente si examinamos los posibles significados del término justificar y los aplicamos a los contextos de los pasajes respectivos. El término justificar puede significar (1) restaurar a un estado de reconciliación con Dios a aquellos que se hallan bajo el juicio de su Ley o, (2) demostrar o vindicar.

Jesús dice, por ejemplo: “La sabiduría es justificada por todos sus hijos” (Le. 7:35 VRV). ¿Qué trata de decir? ¿Trata de decir que la sabiduría restaura la comunión con Dios y salva de su ira? Obviamente no. El significado sencillo de sus palabras es que un acto sabio produce buen fruto. La reclamación de sabiduría es vindicada por el resultado. Una decisión demuestra ser sabia por sus resultados. Jesús habla en términos prácticos, no teológicos, cuando usa la palabra justificado de esta manera.

¿Cómo utiliza Pablo la palabra en Romanos 3? Aquí, no hay disputa. Pablo habla claramente acerca de la justificación en el máximo sentido teológico.

¿Y qué de Santiago? Si examinamos el contexto de Santiago podremos ver que está versando con una cuestión diferente a la de Pablo. Santiago dice en el 2:14: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Santiago pregunta qué clase de fe es necesaria para salvación. Está diciendo que la fe viva lleva consigo obras. Él dice que una fe sin obras es una fe muerta, una fe sin vitalidad. El punto en cuestión es que la gente puede decir que tiene fe viva cuando en realidad no la tiene. La declaración es vindicada o justificada cuando se manifiesta por el fruto de la fe, o sea, las obras. Abraham es justificado o vindicado a nuestros ojos por sus frutos. En cierto modo, nuestra declaración de justificación de Abraham es justificada por sus obras. Los reformadores lo comprendieron así cuando afirmaron que “la justificación es por fe sola, pero la fe no va sola”.

Palabras cuyos significados se convierten en conceptos doctrinales. Hay una categoría de palabras que nos puede ocasionar delirios de interpretación. Es el grupo de palabras que ha venido a ser usado para conceptos doctrinales. Por ejemplo, hay la palabra salvo y el término correspondiente salvación. En el mundo bíblico una persona era “salva” si había experimentado un rescate de alguna clase de peligro o calamidad. Las personas rescatadas de una derrota militar, de una lesión en el cuerpo o enfermedad, de una difamación a la persona o calumnia, han experimentado lo que la Biblia llama “salvación”. Sin embargo, la salvación fundamental llega cuando somos rescatados del poder del pecado y la muerte y escapamos a la ira de Dios. Partiendo de esta clase específica de “salvación” hemos desarrollado una doctrina de la salvación. El problema se presenta cuando regresamos al Nuevo Testamento del cual hemos extrapolado una doctrina de salvación y hemos leído en cuanto al sentido máximo de la salvación en su totalidad en cada texto que utiliza el término salvación. Por ejemplo, Pablo dice en una ocasión que las mujeres se “salvarán engendrando hijos” (1 Tm. 2:15 VRV). ¿Significa esto que hay dos formas de obtener la salvación? ¿Necesitan los hombres ser salvados a través de Cristo, pero las mujeres pueden llegar al reino del cielo meramente teniendo hijos? Obviamente, Pablo se refiere a un nivel diferente de salvación cuando utiliza el término con respecto al engendramiento de los hijos.

De nuevo, leemos en 1 Corintios 7:14: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos”. Si tomamos en cuenta este pasaje desde la perspectiva de la santificación, ¿a qué conclusión llegaremos? Si la santificación llega tras la justificación y Pablo dice que el cónyuge es santificado, eso sólo puede significar que los cónyuges incrédulos también son justificados. Esto nos llevaría a la teoría por la que se aprovecha el éxito de otra persona para beneficio propio: si no crees en Cristo o no quieres seguirlo pero te preocupa ser excluido del reino si acaso Jesús es el Hijo de Dios, podría protegerte el casarte con un cristiano y tener lo mejor de ambos mundos. Esto significaría que probablemente hay tres caminos hacia la justificación: uno es por medio de la fe en Cristo, otro engendrando hijos, y otro a través del matrimonio con un creyente.

Esta clase de confusión teológica sucedería si interpretáramos la palabra santificar bajo su significado doctrinal completo. Pero la Biblia utiliza el término en otras formas. Primordialmente, santificar significa simplemente “apartar” o ser “consagrado”. Si dos paganos contraen matrimonio y uno se vuelve cristiano, el no creyente asume una relación especial con el cuerpo de Cristo por el bien de los hijos. Eso no significa que son redimidos.

Estos ejemplos deberían bastar para demostrar la importancia de adquirir un conocimiento cuidadoso de las palabras empleadas en la Escritura. Se ha producido un sinnúmero de controversias y han nacido herejías simplemente por no haber advertido la multitud de significados que con frecuencia tienen las palabras.

      Regla 6:      Note la presencia de paralelismos en la Biblia

Una de las características más fascinantes de la literatura hebrea es su uso de los paralelismos. El paralelismo en las lenguas antiguas del cercano oriente es común y relativamente fácil de reconocer. La habilidad para reconocerlo cuando ocurre ayudará mucho al lector a entender el texto.
La poesía hebrea, como otras formas de poesía, con frecuencia se construye en un compás particular. Sin embargo, con frecuencia el compás se pierde en la traducción. Los paralelismos no se pierden tan fácilmente en la traducción porque involucran, no tanto ritmo, palabras, y vocales como pensamientos. El paralelismo puede definirse como una relación entre dos frases o cláusulas que se corresponden en similitud o se relacionan. Hay tres tipos básicos de paralelismo: sinónimo, antitético y sintético.

El paralelismo sinónimo ocurre cuando diferentes partes de un pasaje presentan el mismo pensamiento en una forma de expresión ligeramente alterada. Por ejemplo:

  El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras no escapará (Pv. 19:5)

  Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. (Sl. 95:6)

El paralelismo antitético ocurre cuando las dos partes se encuentran en contraste la una con la otra. Pueden decir lo mismo pero en forma negativa:

  El hijo sabio recibe el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensibles. (Pv. 13:1)

  0:

  La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece. (Pv. 10:4)

El paralelismo sintético es un poco más complejo que las otras formas. Aquí la primera parte del pasaje crea un sentido de expectación, el cual se completa con la segunda parte. También puede avanzar en un movimiento progresivo “en escalinata”, hasta alcanzar una conclusión en la tercera línea:

  Porque he aquí tus enemigos, oh Jehová, porque he aquí perecerán tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad. (SI. 92:9)

Aunque Jesús no hablaba en poesía, la influencia de la forma de paralelismo se encuentra en sus palabras.

  Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo, rehuses. (Mt. 5:42)

  0:

  Pedir, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. (Mt. 7:7)

La habilidad para reconocer los paralelismos con frecuencia puede aclarar aparentes dificultades en el entendimiento de un texto. También puede enriquecer grandemente nuestra percepción de fondo de varios pasajes. En la versión de Reina Valera de la Biblia hay un pasaje que ha causado tropiezo a muchos. Isaías 45:6–7 dice:

  Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto.

Se me ha preguntado acerca de este versículo en muchas ocasiones. ¿No nos enseña claramente que Dios crea el mal? ¿No convierte esto a Dios en el autor del pecado? La resolución a este pasaje problemático es sencilla si reconocemos la presencia obvia de un paralelismo antitético en Él. En la primera parte encontramos la luz en contraste con la oscuridad. En la segunda parte, la paz se encuentra en contraste con el mal. ¿Qué es lo opuesto a la paz? La clase de “mal” es aquel mal que se opone, no a la bondad sino a la “paz”. En una reciente traducción inglesa, dice: “Causando el bien y creando calamidad”. Esta es una versión más exacta de este pensamiento expresado por paralelismo antitético. Lo importante de este pasaje es que finalmente Dios trae la bendición de bienestar y paz a los píos, pero les visita con calamidad cuando actúa con juicio. Esto dista mucho de ser originalmente el creador del mal.

Otro pasaje problemático que exhibe una forma de paralelismo se encuentra en la oración del Señor. Jesús instruye a sus discípulos a orar. “No nos metas en tentación” (Mt. 6:13) Santiago nos advierte: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios” (Sg. 1:13). ¿No nos sugiere la oración de Jesús que Dios puede tentarnos, o cuando menos meternos en tentación? ¿Nos está diciendo Jesús que le pidamos a Dios que no nos seduzca ni nos atrape en el pecado? En absoluto.
El problema desaparece rápidamente si examinamos las otras partes del paralelismo. El pasaje dice: “No nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Este es un ejemplo del paralelismo sinónimo. Las dos partes dicen virtualmente la misma cosa. El ser metidos en tentación equivale a estar expuestos al ataque furioso del maligno. La “tentación” no es del tipo de la que habla Santiago, la cual comienza con las inclinaciones internas de nuestra propia codicia pero con una ocasión externa de “prueba”. Dios sí pone a sus hijos a prueba como lo hizo con Abraham y Jesús en el desierto.

Otro problema con este texto es la traducción de la palabra mal. Este sustantivo está en el género masculino en el griego y su traducción más exacta sería la de “el maligno”. Simplemente “mal en general” quedaría en el género neutro. Jesús está diciendo: “Oh Padre, pon un muro a nuestro alrededor, protégenos de Satanás. No permitas que nos atrape. No nos dirijas hacia donde él nos pueda destruir”. Una vez más, la clave inicial para resolver el pasaje se encuentra en el paralelismo.
La apariencia de paralelismo también puede enriquecer nuestro conocimiento de los conceptos bíblicos. Por ejemplo, ¿cómo entendía la mente hebrea la noción de la bienaventuranza? Escuche las palabras clásicas de la bendición hebrea y trate de avistar su intención:

  Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro; y ponga en ti paz. (Nm. 6:24–26)

Si examinamos la estructura paralela de la bendición somos enriquecidos no sólo por un conocimiento más profundo de la bienaventuranza sino también por lo que tiene en mente un judío con la medida total de “paz”. Nótese que los términos paz, gracia y guardar se utilizan en forma sinónima. Paz significa más que la ausencia de guerra. Significa experimentar la gracia de Dios siendo protegido por Él. ¿Qué significa ser guardado a personas que viven una vida de carácter peregrino? La historia de los judíos es la historia del exiliado que constantemente se enfrenta a la inestabilidad de la vida. Ser bendecido por la gracia de Dios y experimentar paz se relacionan entre sí.
¿Pero qué es la bienaventuranza? Note que en las dos últimas partes de la bendición la bienaventuranza es por imágenes de contemplación del rostro de Dios: “El Señor haga resplandecer su rostro … [o] alce sobre ti su rostro”. Para el judío el grado máximo de bienaventuranza viene de estar tan cerca de Dios como para ver su rostro. Lo que se le prohibió al hombre en el Antiguo Testamento fue contemplar el rostro de Dios. Podía acercarse; Moisés pudo contemplar las espaldas de Dios; podía tener comunicación con Dios; pero su rostro no podía ser visto. Pero la esperanza de Israel -la bendición máxima y final- era la de ver a Dios cara a cara.

Para el cristiano nuestro máximo sentido de gloria se expresa en términos de la visión beatífica, la visión de Dios cara a cara. A la inversa, en las categorías hebreas, la noción de la maldición de Dios se expresa en el lenguaje figurado de Dios dando la espalda; apartando la vista. La cercanía a Dios es bendición; la ausencia de Dios es maldición.

      Regla 7:      Note la diferencia entre el proverbio y la ley
Un error muy común en la interpretación bíblica y la aplicación es darle a un proverbio el peso y la fuerza de un absoluto moral. Los proverbios son pequeños pareados capciosos diseñados para expresar truísmos prácticos. Reflejan principios de sabiduría para una vida devota No reflejan leyes morales que deban aplicarse a absolutamente toda situación concebible.

Para demostrar el problema de hacerlos absolutos, primeramente permítaseme ilustrarlo con proverbios ingleses. ¿Recuerda aquel famoso dicho, “Mira antes de saltar”? Este dicho está diseñado para enseñarnos algo acerca de la sabiduría de considerar las consecuencias de nuestras acciones. No deberíamos ser impetuosos, lanzándonos antes de saber lo que estamos haciendo. ¿Y qué del dicho, “Quien duda está perdido”? ¿Qué sucedería si estableciéramos que ambos dichos son absolutos? Por otra parte, si vacilamos estamos perdidos. Pero si debemos mirar antes de saltar, deberemos vacilar. La conclusión es: “¡Aquel que vacila en mirar antes de saltar está perdido!”

Lo mismo puede suceder con los proverbios bíblicos. Incluso puede suceder con algunos de los dichos sabios de Jesús. Jesús dice: “El que no es conmigo contra mí es” (Mt. 12:30). Pero Jesús también dijo: “El que no es contra nosotros, por nosotros es” (Le. 9:50). ¿Cómo pueden ambos ser ciertos? Todos sabemos que en algunas circunstancias el silencio otorga, y en otras indica hostilidad. En algunos casos la falta de oposición demuestra apoyo, en otros casos la falta de apoyo indica oposición.

En Proverbios 26:4–5 se ilustra claramente cómo los proverbios pueden contradecirse si se toman como absolutos sin ninguna excepción. El versículo 4 dice: “Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, no seas tú también como él”. El versículo 5 dice: “Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión”. Por lo tanto, hay veces en que es imprudente responderle a un necio de acuerdo con su insensatez, y hay ocasiones en que es sabio contestarle a un necio con necedad.

Según vamos distinguiendo entre el proverbio y la ley, también debemos distinguir entre los diferentes tipos de leyes. Los dos tipos básicos de ley que encontramos en la Biblia son la ley apodíptica y la ley casuística. La ley apodíctica expresa absolutos y va seguida de una forma directa personal tales como “harás” o “no harás”. Encontramos con claridad esta forma de ley en los Diez Mandamientos.

La ley casuística se expresa en la forma “si … entonces” de declaración condicional. Este es el fundamento de la llamada jurisprudencia. La forma casuística nos da una serie de “ejemplos” que actúan como pautas para hacer justicia. Esta forma es similar a nuestro uso y concepto del precedente en el sistema legal americano. Por ejemplo, Éxodo 23:4 instruye: “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo”. Nótese que la primera cláusula es casuística y la segunda apodíctica. Aquí se dan instrucciones explícitas en cuanto a devolverle al enemigo su buey o su asno. Pero si me encuentro con la vaca o el camello de mi enemigo descarriándose, ¿tengo que devolverlo? La ley no lo dice. La ley casuística nos da el principio con un ejemplo. Se incluye implícitamente a las vacas, camellos, gallinas, y caballos. Si la Biblia diese una regla explícita para cada eventualidad concebible, necesitaríamos bibliotecas inmensas para contener todos los volúmenes legales necesarios. La jurisprudencia proporciona la ilustración del principio, pero el principio tiene una gama de aplicabilidad obviamente más amplia.

      Regla 8: Observe la diferencia entre el espíritu y la letra de la ley

Todos conocemos la reputación de los fariseos en el Nuevo Testamento. Eran muy escrupulosos respecto a guardar la ley en forma literal mientras que burlaban su espíritu constantemente. Existen historias de israelitas que estiraban la regla de no poder viajar grandes distancias en el día sabático, astutamente alargando sus propios “viajes sabatinos”. Los rabinos establecieron que el viaje sabatino se limitaría a una distancia determinada midiendo a partir del lugar de residencia de cada uno. Por lo tanto, si un “legalista” quería viajar una distancia mayor a la establecida para el día sabático, durante la semana él o algún amigo viajero depositaría su cepillo de dientes o algún otro artículo personal bajo una roca a diferentes intervalos espaciados. De esta manera los legalistas tenían una residencia técnicamente establecida en cada lugar. Para viajar en el día sabático, todo lo que deberían hacer sería ir de una “residencia” a otra recogiendo sus objetos personales según avanzaban. Así, la letra de la ley era obedecida literalmente, pero el espíritu de la ley era quebrantado.

Había una gran variedad de legalistas en los tiempos del Nuevo Testamento. El primer y más famoso tipo es el que legislaba reglas y órdenes más allá de las que Dios había ordenado. Jesús reprendió a los fariseos por concederle a la tradición de los rabinos la misma autoridad que la Ley de Moisés. El atribuirle autoridad divina a las leyes humanas es el tipo máximo de legalismo que existe. Pero no solamente existe este tipo. El incidente del viaje en el día sabático ilustra el otro tipo de ley más frecuentemente encontrado. El obedecer la letra al mismo tiempo que se viola el espíritu lo convierte a uno técnicamente en justo pero realmente corrupto.

Otra manera en que se tuerce el sentido de la ley es obedeciendo el espíritu de la ley pero desconociendo la letra. La letra y el espíritu se encuentran inseparablemente ligados. Los legalistas destruyen el espíritu y el antinomiano destruye la letra.

La discusión de Jesús con respecto a la Ley mosaica en el Sermón del Monte ha sido lamentablemente abusada por los intérpretes. Por ejemplo, recientemente leí un artículo en el periódico, escrito por un prominente siquiatra, en el cual criticaba severamente las enseñanzas éticas de Jesús. El siquiatra decía que no podía entender por qué se le tenía en tanta estima a Jesús como un maestro ético siendo que su ética era tan càndida, refiriéndose en particular a las enseñanzas de Jesús en cuanto al crimen y el adulterio. El siquiatra interpretaba los comentarios de Jesús como igualando la severidad del crimen con la del enojo y el adulterio con la lascivia.

Cualquier maestro que piense que la ira es tan mala como el crimen o un pensamiento de lujuria tan malo como el adulterio, tiene un sentido de ética deformado. Prosiguió a demostrar cuánto más devastadores son los efectos del crimen y el adulterio que los de la ira y la lujuria. Si una persona está enfadada con otra, podría resultar perjudicial. Pero si el enojo lleva al crimen, las implicaciones son mucho mayores. La ira no le quita la vida a una persona ni deja a la esposa viuda y a los hijos huérfanos. El crimen sí. Si tengo un pensamiento de lujuria, puedo perjudicar la pureza de mi propia mente, pero no he comprometido a la mujer en un acto de infidelidad hacia su esposo que podría destruir el matrimonio y su hogar. Así el siquiatra prosiguió con su análisis diciendo que tales enseñanzas éticas eran un perjuicio hacia una vida responsable.

A un nivel de pensamiento más popular aparece el mismo malentendido del Sermón del Monte. Hay gente que alega: “Bueno, ya codicié a esa mujer (o a ese hombre). Más me vale seguir adelante y cometer adulterio ya que soy culpable del delito a los ojos de Dios”. Esta no es solamente una gran distorsión de lo que Jesús dijo, sino que combina la felonía de la lujuria con la medida total del pecado de adulterio.

Vea lo que Jesús dice al respecto y compruebe si es tan cándido como afirman sus críticos:

  Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que le diga: Necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. (Mt. 5:27–28)

También nótese:

  Oísteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mt. 5:27–28)

En ninguna parte de estos pasajes dice Jesús que la ira sea tan mala como el crimen o que la lujuria sea tan mala como el adulterio. Lo que sí dice es que si una persona se reprime de matar pero odia a su hermano o le insulta, no ha cumplido con el significado de la ley contra el crimen. El crimen es un pecado, pero también lo son el odio y la calumnia.

La clave de la enseñanza de Jesús es que la Ley tiene una aplicación más amplia que su letra. Si se mata a alguien se viola la letra de la ley; si se odia a alguien se viola el espíritu. Él dice: “Cualquiera que matare será culpable de juicio”. Es decir, que lo que Jesús dice es que tanto la ira como el crimen son pecado. No que sean iguales en cuanto a sus resultados perjudiciales ni que sean igualmente horrendos. Ni siquiera dice, como muchos han implicado, que el castigo para ambos sea igual. En verdad, él dice que si se calumnia a una persona llamándole necia, se es lo suficientemente culpable como para ir al infierno. Sin embargo, esto no conlleva la implicación de que todo castigo en el infierno sea igual. Lo que dice es que la calumnia es una ofensa lo suficientemente grande, siendo destructiva para la vida de otra persona, para merecer el infierno. Jesús subraya la gravedad de todo pecado. Pero ¿es igual el castigo en el infierno para todo pecado? Jesús no nos enseña esto. El Nuevo Testamento nos advierte contra “atesorar para sí mismo ira para el día de la ira” (Ro. 2:5). ¿Cómo puede “atesorarse ira” si el castigo de los pecadores en el infierno es equitativo? Jesús dice que Dios juzgará a los hombres de acuerdo con sus obras. Algunos recibirán pocos azotes y otros muchos (Lc. 12:47–48). El asunto es que todo pecado será castigado, no que todo castigo será el mismo. El principio bíblico de la justicia no establece diferencia entre grados de maldad y grados de castigo.

Con respecto al adulterio, Jesús dice que cuando hay lujuria, una persona ha cometido adulterio en su “corazón”. Lo importante es que, aunque la letra de la ley se haya guardado, el espíritu de la ley ha sido quebrantado; el pecado es más que un acto externo. Dios está interesado en nuestro corazón, así como en el acto. Los fariseos se jactaban de su rectitud engañándose a sí mismos al creer que guardaban toda la ley porque guardaban la letra.
Toda la idea de los comentarios de Jesús en cuanto a la Ley se introduce con esta declaración:

  No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. (Mt. 5:17–19)

Este pasaje nos enseña claramente que a Jesús le interesa que guardemos la letra de la ley. No es importante meramente la letra, sino que la más “pequeña letra” o “trazo” debe ser guardado y obedecido. Pero Jesús va más allá de la letra y se interesa por el espíritu. Él no pone al espíritu en contra de la letra o sustituye al espíritu por la letra, sino que añade el espíritu a la letra. Aquí está la clave: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). Los fariseos se percataron de la letra; los cristianos deben percatarse de la letra y del espíritu. Jesús pone este prerrequisito para la entrada a su reino. Sus comentarios en cuanto al crimen y el adulterio siguen este precepto y aclaran su principio.


      Regla 9:      Tenga cuidado con las parábolas

De todas las formas literarias que encontramos en la Escritura, la parábola con frecuencia se considera la más fácil de entender e interpretar. La gente suele disfrutar los sermones basados en parábolas. Como que las parábolas son historias concretas basadas en situaciones normales, parecen más fáciles de tratar que los conceptos abstractos. Sin embargo, desde el punto de vista del erudito del Nuevo Testamento, las parábolas presentan dificultades únicas de interpretación.

¿Qué es tan difícil acerca de las parábolas? ¿Por qué no pueden simplemente ser presentadas e interpretadas? Hay varias respuestas a estas preguntas. Primero, existe el problema de la intención original de la parábola. Es obvio que Jesús era afecto a usar la parábola como medio de enseñanza. Sin embargo, la pregunta enigmática es si utilizaba las parábolas para elucidar sus enseñanzas o para oscurecerlas. El debate se enfoca en las palabras misteriosas de Jesús encontradas en Marcos 4:10–12:

  Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: a vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; más a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.

Jesús procede a dar una explicación detallada de la parábola del sembrador a sus discípulos. ¿Qué trata de decir con que las parábolas no serán percibidas por aquellos a quienes no les haya sido dado el secreto del reino de Dios? Algunos traductores se han sentido tan ofendidos por este dicho que efectivamente han cambiado las palabras del texto para evitar el problema. Tal manipulación textual no tiene ninguna justificación literaria. Otros ven en estas palabras una alusión al juicio de Dios sobre los corazones endurecidos de Israel y son un eco de la comisión de Dios al profeta Isaías. En la famosa visión de Isaías en el templo (Is. 6:8–13) Dios le dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías se ofreció voluntario diciendo: “¡Heme aquí, envíame a mí!” Dios respondió a las palabras de Isaías diciendo:

  Anda, y di a este pueblo:
  oíd bien, y no entendáis;
  ved por cierto, mas no comprendáis.
  Engruesa el corazón de este pueblo,
  y agrava sus oídos,
  y ciega sus ojos,
  para que no vea con sus ojos,
  ni oiga con sus oídos,
  ni su corazón entienda,
  ni se convierta, y haya para él sanidad.

Aquí, el juicio de Dios involucra el darles a las personas “corazones gordos” como un juicio por su pecado. Es un castigo equitativo. La gente no quería escuchar a Dios, así que les quitó su capacidad para oírle.

Jesús frecuentemente utiliza las palabras: “Quien tenga oídos para oír, oiga”. La forma en que Jesús utiliza esta frase, enfáticamente sugiere que no todo aquel que “oye” sus palabras está oyéndolas en el sentido especial que Él quiere.

Si Jesús ha de ser tomado en serio con respecto a estas parábolas, debemos reconocer un elemento de encubrimiento en ellas. Pero esto no significa que el único propósito de una parábola sea el de oscurecer u ocultar el misterio del reino a los impenitentes. Una parábola no es una adivinanza. Fue compuesta para ser entendida, al menos por aquellos que estaban abiertos a su sentido. Asimismo, debe considerarse que los enemigos de Jesús sí tenían algún entendimiento de las parábolas. Por lo menos el suficiente para enfurecerse por ellas.

Al tratar el aspecto del “encubrimiento” de las parábolas, hay que tener en mente un factor muy importante. Las parábolas fueron dadas a personas que vivieron antes de la cruz y la resurrección. En aquel tiempo la gente no tenía el beneficio del Nuevo Testamento completo como fundamento que les ayudara en la interpretación de las parábolas. Gran parte del material parabólico se relaciona con el reino de Dios. Cuando las parábolas fueron dadas había muchas ideas falsas populares en cuanto al significado del reino en las mentes de los que escuchaban a Jesús. Por tanto, las parábolas no siempre eran fáciles de entender. Incluso los discípulos tenían que pedirle a Jesús una interpretación más detallada.

Otro problema con la interpretación de las parábolas se halla en la pregunta acerca de la relación entre la parábola y la alegoría. Cuando Jesús interpreta la parábola del sembrador lo hace en forma alegórica. Esto nos podría Ilevar a la conclusión de que todas las parábolas tienen un significado alegórico y que cada detalle tiene un significado “espiritual” específico. Si nos acercamos a las parábolas en esta forma, nos estaremos metiendo en problemas. Si tratamos a todas las parábolas como alegorías, en breve descubriremos que las enseñanzas de Jesús se convierten en una masa de confusión. Muchas de las parábolas simplemente no se prestan a una interpretación alegórica. Podrá ser divertido, especialmente en las predicaciones, permitir que nuestra imaginación vague libremente buscando el significado alegórico de los detalles de las parábolas, pero no será muy edificante.

La forma más segura y probablemente la más exacta de tratar las parábolas es la de hallar un punto central básico. Como método práctico, evito la alegoría de las parábolas a excepción de los lugares del Nuevo Testamento donde claramente se indica un significado alegórico. Algunas parábolas tales como el hijo pródigo obviamente tienen más de una intención. Algunas son símiles extensos; otras son historias comparativas; otras tienen una aplicación moral obvia. Inclusive mi regla empírica de “un significado central” no puede ser aplicada rígidamente. Una vez más, la regla básica es la de tener cuidado al tratar con las parábolas. Aquí es donde la consulta de varios comentarios será extremadamente útil y con frecuencia necesaria.

      Regla 10:      Tenga cuidado con la profecía vatídica

El trato de la profecía vatídica (que predice) tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento es una de las formas de interpretación bíblica que más ha sufrido el abuso. Las interpretaciones abarcan desde el método escéptico naturalista, el cual virtualmente elimina la profecía vatídica, al desorbitado método de ver en cada evento contemporáneo un cumplimiento “claro” de una profecía bíblica.

Los métodos de alta crítica funcionan a veces basados en la suposición de que todo cuanto sugiere predicción del futuro y cumplimiento de las profecías indica una interpolación posterior en el texto. La suposición implícita es que la predicción del futuro con resultados exactos es imposible. Por tanto, cualquier suceso relacionado debe indicar que la predicción fue inscrita o insertada en una fecha posterior a la del “cumplimiento”. Esto implica fraude teológico y no debe ser tomado en serio. El problema es el “prejuicio” en el sentido clásico del término; el texto ha sido “prejuzgado” partiendo de suposiciones injustificadas.

Por otra parte, algunos pensadores tradicionalistas insisten en que cada detalle de la profecía bíblica debe llevarse a cabo sin dejar lugar a predicciones simbólicas o que tengan una gama más amplia de significado.

Si examinamos la forma en que el Nuevo Testamento trata la profecía del Antiguo Testamento, descubriremos que en algunos casos se apela al cumplimiento de la letra (tal como el nacimiento del Mesías en Belén) y el cumplimiento de una gama más amplia (como el cumplimiento de la profecía de Malaquías en cuanto al regreso de Elías).

Examinemos la profecía de Malaquías y la forma en que es tratada en el Nuevo Testamento para vislumbrar la complejidad del problema de la profecía. En el último capítulo del Antiguo Testamento leemos lo siguiente:

  He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición (Ml. 4:5–6).

Con esta profecía del regreso de Elías termina el Antiguo Testamento. Después, durante cuatrocientos años no se escucha voz de profecía en la tierra de Israel. Entonces, de repente, Juan el Bautista aparece en escena. La especulación corre imperiosa en cuanto a la identidad. En el Evangelio de Juan leemos que los judíos enviaron una delegación de sacerdotes levitas de Jerusalén para inquirir acerca de la identidad de Juan (Jn. 1:19–28). Primero le preguntaron: “¿Eres tú el Mesías?” Y Juan respondió negativamente. La siguiente pregunta que se le formuló fue: “¿Eres Elías?” La respuesta de Juan fue inequívocamente: “No soy”. El problema de la relación de Juan el Bautista con Elías se combina en las palabras de Jesús acerca del asunto en Marcos 9:12, 13:

  Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea tenido en nada? Pero os digo que Elías ya vino, y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito en él.

Una vez más Jesús dice en Mateo 11:13–15: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir”.
Por tanto, tenemos a Juan el Bautista diciendo sencillamente que él no es Elías y a Jesús diciendo que sí lo es. Pero nótese cómo Jesús hace la declaración. La limitó precediendo sus palabras con “si queréis recibirlo”. Es evidente que Jesús tenía algo un tanto misterioso en mente. Acaso la respuesta a este enigma se encuentre en la anunciación del nacimiento de Juan por el ángel Gabriel: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías” (Lc. 1:17).

El enigma puede resolverse señalando que Juan no era realmente la reencarnación ni la reaparición de Elías. Pero en cierto sentido era Elías; vino en el espíritu y poder de Elías. Esto podría explicar el misterioso prólogo de Jesús, así como la negativa de Juan. Sin embargo, el punto significativo es la forma en que Jesús trató la profecía del Antiguo Testamento. Al menos en este caso, Jesús dio libertad para el cumplimiento y no insistió en cuanto a la verdadera identidad de Elías y Juan el Bautista.

De todos los tipos de profecía la apocalíptica es la más difícil de tratar. La literatura apocalíptica se caracteriza por un alto grado de imágenes simbólicas que en ocasiones nos son interpretadas y otras veces quedan sin interpretar. Los tres libros más prominentes que encajan dentro de esta categoría son los de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis. Es muy fácil confundirse con los símbolos de Daniel y el drama del Apocalipsis del Nuevo Testamento. Una clave importante para la interpretación de estas imágenes es la de buscar el significado general de tales conceptos en la Biblia misma. Por ejemplo, la mayoría de las imágenes en el libro del Apocalipsis se encuentran en otras partes de la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento.

La interpretación de la profecía puede resultar tan compleja que el proporcionar cualquier fórmula detallada para ese fin traspasa las barreras de este libro. El estudiante de la Escritura haría bien en realizar un estudio especial acerca de la categoría de esta literatura bíblica. Una vez más, el énfasis general está en ser cuidadoso. Debemos acercarnos a la profecía cuidadosamente, con una actitud sobria. Si lo hacemos, los resultados del estudio de los libros proféticos serán de gran provecho.

Estas reglas prácticas de interpretación no cubren cada problema técnico que encontramos en la Escritura. Son ayudas y guías para nuestro estudio. No ofrecen ninguna forma mágica para el éxito perfecto en el entendimiento de cada texto de la Biblia. Pero sí ofrecen ayuda no solamente para reconocer problemas especiales en la Biblia sino también para resolverlos.
 

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