jueves, 29 de julio de 2010

Comentarios y Notas de la Biblia Plenitud


Comentarios y Notas de la Biblia Plenitud
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 6 MBytes | Idioma:Spanish |Categoría: Formación_Biblica

Las sucesivas oleadas de avivamiento y bendiciones han dejado huellas indelebles en la historia de la Iglesia. Estas señales de derramamiento del Espíritu Santo a través del mundo y a lo largo del tiempo han sido el resultado, como regla, del memorable uso que hizo Dios de personas ungidas cuyo liderazgo no solamente constituyó la punta de lanza que marcaría la irrupción de Dios en el mundo, sino que sus nombres designan hoy sus respectivos períodos de avivamiento. De acuerdo con ello, distinguimos las distintas etapas en la historia de la Iglesia mencionando nombres tales como Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Knox, Huss, Wesley, Finney y Moody.
 
 
 
Pero en los inicios del siglo veinte, de la fuente inagotable de la tradición sagrada brotó un avivamiento que se distinguió por dos cosas. En primer lugar, la ola de renovación a que dio lugar a nivel internacional en la Iglesia no ha cesado; por el contrario, ha continuado desarrollándose, incorporando a líderes y laicos pertenecientes a todas las denominaciones históricas y círculos contemporáneos del cristianismo. En segundo lugar, este avivamiento no se ha caracterizado por el liderazgo de ninguna personalidad destacada que defina su agenda o imponga su estilo. Un historiador ha llamado al avivamiento pentecostal-carismático de este siglo «un movimiento sin jefe», al notar el fenómeno de que la continua expansión de su influencia parece estar ligada a este factor. No se puede determinar con precisión las fronteras del movimiento, nadie puede acreditárselo, y ¿quién puede describirlo con otras palabras, sino con las que Pedro utilizó el día de Pentecostés: «Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: ... en los postreros días... Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne» (Hch 2.16, 17)?



Mientras se expanden las olas de este movimiento renovador, el común denominador de aquellos que se le unen no es tanto una posición doctrinal como el compartir juntos una nueva experiencia. Lo «nuevo» no es algo novedoso o que carezca de antecedentes, sino simplemente la recuperación de la sencillez y el poder inherente a la iglesia del Nuevo Testamento: la vida y el ministerio de Jesús que se prolonga en su cuerpo hoy en día a la manera del relato de Hechos. A causa de esto, ha sido siempre difícil preparar una simple Biblia de estudio que satisfaga a esta amplia comunidad. Sus concepciones sobre la persona de Jesucristo, su nacimiento virginal, su vida sin pecado, su muerte expiatoria, resurrección física y majestuosa ascensión son esencialmente coincidentes. Su visión de la autoridad de la Palabra de Dios y su inspiración divina es básicamente la misma. Y su experiencia de la actividad contemporánea del Espíritu —cuya plenitud, frutos, dones y prodigios son bienvenidos y se realizan hoy al igual que en los inicios de la Iglesia— es algo generalmente aceptado. Sin embargo, a causa de sus distintos antecedentes denominacionales, una amplia diversidad caracteriza estos grupos. Se les hallará en todos los puntos del espectro teológico en temas como: 1) Calvinismo versus arminianismo; 2) dispensacionalismo versus teología del pacto; 3) diferencias en torno al premilenarismo, posmilenarismo y amilenarismo; y hasta 4) sobre el significado de «hablar en lenguas» en relación con el bautismo inicial del creyente con el Espíritu Santo.

Lo sorprendente, dado la amplia diversidad de grupos, es que el movimiento en su conjunto no refleja una ausencia de convicciones firmes sobre aquellos aspectos en que las Escrituras y la experiencia se interpretan de forma diferente, sino que responden al llamado del Espíritu Santo que les conmina a ser respetuosos de las convicciones ajenas. Han decidido dejar que el amor fraternal prevalezca en la Iglesia, buscar la paz y perseverar en ella, y reconocer que la oración de nuestro Señor Jesús «que sean uno» nunca hallará respuesta en el marco de una teología, sino sobre la Mesa de Su Testimonio. Cuando recordamos su cruz —su cuerpo, al cual hemos sido llamados, su sangre, que nos ha redimido, limpiado y justificado de todo pecado— encontramos la unidad bajo su señorío. Aquí es donde nos mantenemos uno al lado del otro, «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo... siguiendo la verdad en amor» (Ef 4.13–15).
Hayford, Jack W., General Editor, Biblia Plenitud, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2010, c1994.
 
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