sábado, 3 de mayo de 2014

Refresquemos nuestra memoria: Él también participó de lo mismo.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

Al llegar a la primera parte del versículo 14, nos encontramos con lo que podríamos considerar el resumen de la idea principal del autor en esta sección: Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo.
Refresquemos nuestra memoria. El autor está hablando de la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, del hecho glorioso y misterioso de que el Hijo eterno de Dios tomase forma humana y se rebajara a una posición que, en principio, es un poco inferior a la de los ángeles. Esto representaba cierta dificultad para los primeros lectores hebreos. Estaban en peligro de pensar que los seres angelicales y la Ley traída por ellos eran superiores al Señor Jesucristo y a su evangelio. Por lo tanto, el autor ahora está planteando el carácter provisional de la humillación del Señor Jesucristo, y las razones que la hicieron imprescindible.
Ya hemos visto varias de estas razones. En realidad, lo que el autor está haciendo en este capítulo es un repaso de la doctrina de nuestra salvación desde diferentes ángulos o puntos de vista. Desde cada ángulo nos explica que ésta es otra razón más por la que el Señor Jesucristo tenía que tomar forma humana.
Hemos visto la salvación en términos de sustitución. Es decir, Jesucristo tomó nuestro lugar en la Cruz (v. 9): Por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos. Ahora bien, cae por su propio peso que Dios no puede morir mientras tenga forma de Dios. Por lo tanto, si ha de morir como nuestro sustituto, debe tomar forma humana. La primera causa de la encarnación del Hijo es, pues, su muerte expiatoria.
Luego hemos visto al Señor Jesucristo como el Pionero de nuestra salvación (v. 10), el que nos ha forjado el camino a Dios y va delante de nosotros a la Tierra Prometida, llevándonos a la gloria. Y puesto que no se trata de un camino geográfico, sino más bien de un peregrinaje espiritual, conviene que el Hijo comparta nuestra humanidad. De otro modo, no sería modelo y patrón adecuado para nosotros. Por lo tanto, era necesario que tomase forma humana a fin de caminar Él mismo por este camino de aflicción que conduce a la gloria.
En tercer lugar, hemos visto la salvación en términos de santificación (v. 11). El autor nos ha dicho que el que santifica y los que son santificados, de uno son todos. El testimonio del Antiguo Testamento establece una estrecha relación de parentesco entre Cristo y los que son salvos por Él. Por esto también es necesario que Él participe de nuestra humanidad. Conviene que el que santifica sea de una misma naturaleza con los que son santificados.
Así pues, hemos contemplado al Señor Jesucristo como Sustituto, como Pionero, como Santificador, y en cada caso hemos visto que era necesario que el Señor Jesús se humanara. Ahora el autor resume esta idea, diciendo: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo (v. 14). Llama hijos a los creyentes porque así han sido llamados en la cita de Isaías: Yo y los hijos que Dios me dio, y en la definición del propósito del Padre, la de llevar muchos hijos a la gloria (v. 10). Sin duda alguna, los hijos participamos de carne y sangre. Para ser nuestro adecuado Sustituto, Líder y Santificador, era necesario que Jesús participara de lo mismo.
Ahora, en el resto del capítulo, el autor seguirá con sus explicaciones. Nos enfocará la salvación desde dos nuevos ángulos. En primer lugar (vs. 14–16), contemplará a Jesús como el Libertador, el que nos rescata de la esclavitud. En segundo lugar, lo contemplará como Sumo Sacerdote, el que hace expiación por los pecados. Así nos proporcionará dos matices más en respuesta a la pregunta: ¿por qué era necesario que Jesucristo tomara forma humana?
Por lo tanto, en este hermoso capítulo veremos al menos cinco maneras diferentes de contemplar la salvación que nuestro Señor Jesucristo nos trae y cinco razones por las que era necesario que Él «participara» de nuestra humanidad.
Hemos de recordar la hermosura de esta palabra, participar. En griego, tiene que ver con la idea de comunión. Nosotros tenemos comunión con carne y sangre; es la condición que todos nosotros compartimos, que todos tenemos en común. Por lo tanto, a fin de rescatarnos, el Señor Jesucristo toma esta misma naturaleza. Entra en comunión con nosotros.
En su segunda epístola, el apóstol Pedro nos da la contrapartida de esta acción de Jesucristo, tal y como ya hemos dicho. Nos señala que por el nuevo nacimiento el creyente llega a participar de la naturaleza divina de Jesucristo.

    «Todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad nos han sido dadas por su divino poder,… por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:3–4).

La nueva humanidad, con la que volvemos a nacer por medio de la regeneración por el Espíritu Santo, es una humanidad conforme a la de Jesucristo. Por lo tanto, dice Pedro, somos partícipes de la naturaleza divina. En otras palabras, vemos por un lado que Jesús toma forma humana a fin de tener comunión con nuestra humanidad y, por otro lado, que lo hace a fin de que nosotros podamos tener comunión con su naturaleza divina y participar en ella.
Resumiendo, pues, esta primera parte del versículo 14, podemos decir que la razón por la que Jesús tomó forma humana fue que quiso identificarse plenamente con la condición humana de los que venía a salvar. Esta identificación fue necesaria por causa de la clase de salvación que Él traía. Esto es lo que ya hemos visto y lo que seguiremos viendo en el resto del capítulo.


EL IMPERIO DE LA MUERTE

Contemplemos, pues, a Jesús como nuestro Libertador. En la segunda parte del versículo 14, el autor nuevamente nos sitúa ante la salvación, pero con este nuevo enfoque. Ahora ve nuestra condición humana en términos de un imperio tiránico en el cual antes vivíamos como esclavos. Este imperio tiene un príncipe, el diablo. Y nosotros vivíamos en la oscuridad de nuestra esclavitud, sin posibilidad de librarnos por nosotros mismos. Nos hacía falta un libertador.
Cuando el hombre cayó en el pecado, decidió asumir el criterio del diablo y renunciar al de Dios. Seguramente sin darse cuenta del alcance de su desobediencia, se sometió voluntariamente a la autoridad del diablo. Dios había puesto al hombre en el huerto como su mayordomo y virrey. Allí ejercía plena autoridad sobre la naturaleza, autoridad concedida por Dios y que debía ser ejercida solamente bajo la soberanía de Dios. Pero al acatar el criterio y la filosofía del diablo, en abierta desobediencia al mandato divino, se sometió a éste. Lo hizo creyendo que con ello alcanzaría una mayor libertad; pero de hecho se encontró en la más triste esclavitud.
Como consecuencia, aquella autoridad sobre el mundo creado que pertenecía solamente al hombre bajo el dominio de Dios, llegó a ser ejercida por el hombre bajo el dominio del diablo. Así el diablo se convirtió en lo que nunca tendría que haber sido: el príncipe de este mundo. Esta descripción del diablo la encontramos en varias ocasiones en labios del mismo Señor Jesucristo.
El diablo ya previamente había usurpado el aire, es decir, el espacio intermedio entre la esfera divina y la esfera temporal de los hombres. No sabemos cómo fue. No nos es dado entender lo que ocurrió. Pero de alguna manera el diablo ya ejercía una hegemonía sobre una parte de los seres espirituales, por lo cual se convirtió en el príncipe de la potestad del aire. Con la caída de Adán y Eva llegó a ser también príncipe de este mundo. Y no sólo esto. También se constituyó en emperador del imperio de la muerte.
Ahora, es cierto que Dios es el Señor legítimo de nuestras vidas, controla nuestras circunstancias y nuestro destino, nuestros tiempos están en su mano, y Él decide el momento en el que nos corresponde morir. En ese sentido Dios es el Señor de la muerte.
Pero en otro sentido lo es el diablo. Lo es porque él es el autor del pecado. Al traer al hombre bajo el dominio del pecado, se constituye también en árbitro de la muerte del hombre, por cuanto el pecado que el diablo ha sembrado conduce a la muerte. Así pues, el diablo tiene el imperio de la muerte por ser el tentador e instigador de nuestro pecado, el cual nos hace reos de muerte y nos coloca bajo el poder de la muerte.
Pero también es el príncipe de este imperio porque nos zarandea con el temor de la muerte y utiliza este temor para sus propios fines durante nuestra vida. Él no tiene autoridad para hacer morir a nadie. Nuestros tiempos y nuestro enjuiciamiento están firmemente en manos de Dios. Pero si nos encontramos bajo el juicio de Dios, es gracias a la tentación y la traición del diablo (sin que esto elimine nuestra responsabilidad personal). El diablo es un tirano tan mezquino que, después de habernos tendido la trampa por la cual caímos bajo el juicio de la muerte, nos pone en vilo con el terror que esta muerte nos provoca.
En realidad el diablo se burla mucho de nosotros. Empieza tentándonos y luego disfruta al vernos caer. Después de nuestra caída, se vuelve contra nosotros y nos acusa, disfrutando de la angustia que provoca en nuestras conciencias. Disfruta también sembrando en nosotros todo tipo de alteraciones psíquicas, emocionales, sociales, incluso físicas, consecuencia de nuestra mala conciencia. Y luego, para colmo, disfruta colocando delante de nosotros el temor a la muerte, recordándonos cuál es nuestro destino final. Nos inculca este temor. En resumidas cuentas, el diablo no solamente nos cierra las puertas a la vida eterna, sino también nos estropea la vida actual con sus acusaciones y temores.
Así es el príncipe de este mundo. Y nosotros somos sus esclavos (v. 15). Vivimos durante toda la vida sujetos a servidumbre. Desde que la raza humana pecó, vive bajo la sombra de la muerte, asediada por el temor a la muerte. Sólo hace falta echar un vistazo a las diversas filosofías, ideologías y religiones que ha habido en la historia para darnos cuenta de cómo la muerte pesa sobre nosotros, aun de formas bastante inconscientes, y de cómo, detrás de mucho de nuestro comportamiento, hay un gran temor a la muerte.
Quizás alguien diga: Bueno, pero el temor a la muerte también tiene un efecto muy sano, no solamente porque nos induce a protegernos como mecanismo de defensa, sino porque Dios mismo lo utiliza para despertar en nosotros arrepentimiento y la búsqueda de la salvación; por lo cual, ¿no es más bien la táctica del demonio distraernos con diversas preocupaciones y placeres precisamente para que no sintamos el temor a la muerte y busquemos la salvación?
Efectivamente. Pero, aunque parece un contrasentido, creo que de hecho el diablo utiliza las dos tácticas en diferentes momentos. A veces inculca el pánico ante la muerte; y a veces evita mediante toda clase de distracciones que pensemos en ella.
Ciertamente hay un temor sano, un temor que conduce a la salvación. Pero no es de este temor del que ahora nuestro autor está hablando. Más bien contempla aquel temor que conduce a trastornos emocionales, a la desesperación y a toda clase de evasión. Porque en realidad, las distracciones de las que hemos hablado no son sino otra manifestación del temor. Sólo unos pocos reaccionan ante la muerte con sentimientos terroríficos de desespero. La mayoría reacciona creando vías de evasión, viviendo vidas de frivolidad llenas de placeres superficiales, a fin de no tener que contemplar la cruel realidad que les espera.
Para rehuir este temor, el hombre inventa toda clase de filosofías y religiones. Pero sus invenciones finalmente no son eficaces. Normalmente son otras tantas esclavitudes. Otros, en cambio, intentan abordar la muerte «con filosofía». Pero la resignación no es muy consoladora.
Los muchos que, de una manera u otra, intentan evitar la realidad de la muerte mediante la evasión, lo logran sólo durante un tiempo, pero tarde o temprano tienen que volver a mirar de frente este fantasma.
Todos con el tiempo empezamos a acusar achaques en cuanto a nuestra salud que nos recuerdan nuestra mortalidad. Todos vemos cómo mueren seres queridos o conocidos, y la muerte ajena también suele ser un recordatorio de nuestra propia mortalidad. Por lo tanto, aunque el hombre pretenda ser avestruz y esconderse de la realidad de la muerte, le resulta difícil. Y cuando a la fuerza tiene que contemplarla, le produce un gran escalofrío de desesperación.
Bertrand Russell, uno de los pensadores de este siglo que más ha contribuido a sembrar la incredulidad y el escepticismo ateo, escribió las palabras siguientes:

    «Corta e impotente es la vida del hombre. Sobre él y sobre toda su raza se avecina el destino lento, pero seguro, oscuro y sin misericordia. La materia omnipotente, ciega al bien y al mal, despreocupada por sus estragos, forja inexorablemente su camino. Al hombre, condenado hoy a perder a sus seres más queridos, mañana a pasar él mismo por las puertas de las tinieblas, sólo le queda atesorar, antes de que el golpe fatal le alcance, los pensamientos exaltados que ennoblecen su pequeño día, y adorar al santuario construido por sus propias manos».

Según Russell, la materia es omnipotente, porque es lo único que hay. La fe, Dios, los valores espirituales y eternos son una patética ilusión inventada por hombres que no se atreven a afrontar la terrible realidad de la existencia. La materia nos arrastra a todos en su desarrollo inexorable y sin sentido, creándonos para luego eliminarnos. Nuestra existencia no tiene mayor sentido que éste. Ésta es la realidad que debemos asimilar y según la cual debemos vivir. El único punto de luz que puede iluminar nuestra existencia absurda, antes de que seamos aplastados por la marcha de la materia, es aquella gloria efímera que nosotros mismos logramos crear a través del arte, de la ciencia, de la fraternidad y convivencia, todo aquello que nosotros somos capaces de forjar por nosotros mismos. Esto es lo mejor que el mundo ha sabido inventar.
Así es el credo humanista. Huelga decir que, para poder aceptarlo, hay que tener una fe y un pesimismo tan grandes que muy pocos son capaces de confrontarlo. Pero, si la revelación bíblica fuera falsa, sin duda Russell tendría razón. La muerte da al traste con todo sentido en la vida. Esta visión de la marcha inexorable de la materia, con sus ciclos de fecundidad y degeneración, de la vida que se dirige hacia la exterminio, es otra manera más de dar expresión al temor de la muerte. Tras las palabras sofisticadas y «valientes», descubrimos la misma desesperación de la que habla el autor de Hebreos, la de ver mi vida truncada por una sentencia de muerte insoslayable. ¿Qué es nuestra existencia? Nada más que un contrasentido.
Salomón lo dijo mucho antes: si la vida no queda iluminada por las promesas de la revelación divina, vanidad de vanidades, todo es vanidad (Eclesiastés 1:2). Y Pablo refuerza esta idea:

    «Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres… Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (1 Corintios 15:14, 19, 32).

O bien el Evangelio, con su promesa de vida eterna, es cierto; o bien demos la razón al diablo y entreguémonos al temor de la muerte. Mientras no le llega al hombre el mensaje de salvación, la vida es un contrasentido y el hombre hace bien en desesperarse.


CRISTO EL LIBERTADOR

En medio de este panorama de desolación irrumpe el Señor Jesucristo como nuestro Libertador. Él viene para rescatarnos del imperio de la muerte, de la tiranía del diablo. ¿Cómo lo hace?
Olvidémonos momentáneamente del texto y de lo que sabemos de la revelación bíblica. Imaginemos qué estrategia emplearíamos nosotros, si de nosotros dependiera. ¿Cómo efectuaríamos el rescate si nosotros fuésemos Dios?
Pienso en el mito de San Jorge: Allí está la princesa, hecha prisionera del dragón. ¿Cómo vamos a rescatarla? ¡Muy fácil! Nos montamos en un caballo y vamos con nuestra lanza a luchar contra el dragón, matarlo y rescatar a la princesa.
¿No es éste el camino a seguir? Para ello ni siquiera hace falta la encarnación. Basta con enviar a un ángel para hacerlo. De hecho, ¿no es esto lo que propone la Palabra de Dios?

    «Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él» (Apocalipsis 12:7–9).

Si esto puede pasar en el cielo, ¿por qué no se emplea este método para eliminar al diablo de la tierra? ¿No sería lo más sencillo? ¿Para qué involucrar al Hijo de Dios si lo pueden hacer sus siervos?
La pregunta no es descabellada, porque un día será así:

    «Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 20:10).

Si el Señor Jesucristo un día va a enviar a sus ángeles para luchar contra el dragón y eliminarle, ¿por qué no lo hizo así desde el principio? ¿Por qué, según nuestro texto, era necesario que Cristo muriese a fin de destruir el imperio del temor a la muerte? ¿Por qué era necesario que Él tomara forma humana?
Porque nuestro caso no es exactamente el de la princesa en la historia de San Jorge. No somos meramente las víctimas inocentes del rapto del dragón. Por nuestro pecado, nos hemos sometido voluntariamente a su hegemonía, y así nos encontramos bajo su autoridad legítima. (Legítima, por supuesto, no porque Dios se la haya concedido, sino porque nosotros nos hemos colocado bajo ella). En nuestro caso, el dragón podría decir a San Jorge: «La princesa es mía por derecho; si tú peleas contra mí, tú mismo serás injusto y habrás trastornado las leyes morales del universo que tú mismo estableciste».
Lo que es más, si en estas condiciones Jesús envía a sus ángeles para militar contra el dragón y los suyos, nuestra suerte queda sellada. No seremos liberados, sino que compartiremos la suerte de aquel que es nuestro señor legítimo, el diablo. Nos hemos sometido a él. Si él es eliminado, nosotros lo seremos también.
Si, pues, va a haber liberación para nosotros, tendrá que ser por otro camino. El camino de la fuerza valdrá en el día de juicio, pero no puede servir para nuestra liberación. Ésta tendrá que ser lograda por la vía de la redención. Para poner en libertad a un cautivo se ha de pagar el precio de su rescate. ¿Qué precio corresponde a la vida de un ser humano? No puede ser menos que otra vida humana. ¿Y qué si se trata de muchos hijos que han de ser rescatados y llevados a la gloria? ¿Cuánto valen ellos? Nada menos que la vida del Hijo del Dios eterno.
Digámoslo de otra manera. El poder del diablo sobre nosotros es un poder relativo. El Señor sigue siendo el Señor, pero el derecho del diablo sobre nosotros es real. No es sólo una cuestión abstracta de derechos cósmicos, sino algo que experimentamos diariamente: el dominio del maligno sobre nuestras vidas (Efesios 2:2). Si nuestra liberación va a ser eficaz, si el diablo va a perder su ascendencia sobre nosotros, algo íntimo en esta relación tendrá que ser roto. Tendrá que hallarse solución para aquello que le concede la ascendencia sobre nosotros: el pecado.
¿Cómo se puede hacer? ¿Y si el Hijo pudiera lograr que de alguna manera el hombre quedara exento de la culpa del pecado? Entonces sobrarían las acusaciones del diablo. Entonces quedaría anulada la sentencia de muerte. El pecador sería perdonado y no tendría que morir eternamente. Quedarían eliminados los dos principios –pecado y muerte– por los que el diablo ejerce su derecho legítimo sobre nosotros. El pecador se vería librado del imperio de la muerte.
Hace falta, pues, un camino por el cual nosotros podamos quedar exentos de culpa y libres de la sentencia de muerte. A partir de aquel momento, el diablo nunca podrá aducir que le pertenezcamos ni que tenga derechos legítimos sobre nosotros.
¿Cómo puede nuestro Libertador eximirnos de la culpa de la muerte? Toda la sabiduría del cielo sólo ha encontrado una respuesta: que el Hijo de Dios se haga hombre, tomando sobre sí una naturaleza que puede ser sujeta a la muerte, y muera voluntariamente en nuestro lugar, llevando sobre sí nuestra culpa y nuestro castigo. Así nuestro pecado recibe su merecido y nuestra sentencia de muerte queda cumplida… en la persona de nuestro Sustituto, el Señor Jesucristo. Ya no puede haber más acusaciones de parte del diablo en la corte del cielo. Ya la muerte no es una sentencia eterna, sino el umbral de una nueva vida. El diablo no tiene derecho sobre nosotros. Hemos sido librados de su imperio tiránico.
El Hijo, pues, se hace hombre a fin de someterse a la humillación de sucumbir ante el imperio del diablo, de permitir que el diablo haga su placer en Él. Pero, en realidad, es por su muerte que libra de culpa y de muerte a los que creen en Él. Por lo tanto, les libra del temor de la muerte. Él despoja al imperio de la muerte en el mismo momento de sufrirla Él mismo.
Por esto era necesario que Jesús tomara forma humana y muriese: a fin de poder rescatarnos del imperio de la muerte. Es una cuarta razón que el autor nos da.
La naturaleza paradójica de esto la vemos en el lenguaje del versículo 14: para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte.
Si queremos un buen comentario sobre esto, nada mejor que acudir a lo que Pablo dice en Colosenses 2:13:

    «Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne,…»

Allí está el instrumento que el diablo empleaba para ejercer su dominio sobre nosotros: el pecado y su consecuencia, la sentencia de muerte.

    «…[Dios] os dio vida juntamente con [Cristo], perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,…»

Aquel acta que el acusador de los hermanos tanto disfrutaba en citar, ya no puede ser citada en contra nuestra. El diablo es conocedor de la ley de Dios y sabe citarla piadosamente con tal de lograr la condenación de un alma. Y por una vez él no es mentiroso, sino tiene toda la razón, al decir a Dios: Según tu ley, éste es pecador y ha de morir. Pero a partir de la muerte del Hijo de Dios, su denuncia es en vano. Porque en la Cruz nuestro pecado recibió su pago y la acusación de la ley fue satisfecha. Ahora en vano el acusador prepara su prosecución. El abogado de la defensa se ríe de sus argumentos. Él mismo ha sufrido el castigo de todo aquello de lo cual la prosecución nos acusa. Por lo tanto, toma el acta de nuestros pecados y la clava en la Cruz. La Cruz anula el acta.

    «… y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:13–15).

La boca del diablo se cierra:

    «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo es el que murió» (Romanos 8:33–34).

La muerte de Jesús hace callar toda acusación contra aquellos que por ella han sido justificados.
La consecuencia de esta liberación de Jesucristo es doble. Por un lado el imperio del diablo queda, en palabras de Colosenses, despojado. O como dice aquí en Hebreos, el diablo mismo queda destruido. Ahora, esta última es una palabra que necesitamos matizar, porque es cierto que el diablo todavía no está destruido del todo. Si lo estuviera, Pedro no tendría que avisarnos de que es como un león rugiente que busca devorar a quienes pueda de entre los creyentes.
No nos engañemos, pues; no ha sido destruido del todo. La palabra más bien quiere decir neutralizado o desarmado. Es en este sentido que el diablo ha sido hecho impotente: al justificarnos por su muerte, al haber llevado nuestros pecados, solucionado nuestra culpa y pagado nuestra sentencia en la Cruz, al eliminar las acusaciones contra nosotros y anular el acta que había contra nosotros, Cristo ha abierto la puerta de la fortaleza de este tirano para que todo aquel que lo desee pueda salir de ella y vivir en libertad. El diablo tiene las manos atadas, sin poder impedir que nosotros ahora salgamos si creemos el evangelio. Por supuesto, él hará todo lo que pueda para impedir que escuchemos el evangelio, y sembrará toda clase de dudas en cuanto a su eficacia y verdad. Pero si por la gracia de Dios respondemos al evangelio con fe, no puede impedir nuestra liberación.
Es a esto a lo que se refiere la Biblia cuando dice que el diablo está atado (Mateo 12:29). No quiere decir, ni mucho menos, que no sea activo en nuestro mundo. Sí quiere decir que el diablo se ha quedado impotente para impedir que todo aquel que crea en el Señor Jesucristo reciba por su muerte la justificación, salga por las puertas de la fortaleza del imperio de Satanás y entre en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
En este sentido ha sido destruido el imperio diabólico de la muerte. Finalmente no será destruido hasta aquel día en que el diablo sea echado en el lago de fuego, pero mientras tanto ha quedado abierta una brecha en sus murallas que el diablo es impotente para cerrar. Por así decirlo, Jesús ha entrado en su fortaleza, que antes tenía las puertas bien cerradas, y le ha quitado las llaves de la puerta. Y ahora el Señor Jesucristo es aquel que dice:

    «No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Apocalipsis 1:17–18).

La primera consecuencia, pues, de la obra de Cristo es que la fortaleza del diablo ha sido despojada, y quien quiere puede salir de la servidumbre.
La segunda consecuencia es que la muerte pierde su temor para el creyente. Evidentemente, la muerte de un ser querido sigue siendo motivo de profunda tristeza. Pero, si se trata de un creyente, es la tristeza de una separación temporal, no de una pérdida definitiva.
Con los medios de comunicación de hoy, el mundo se ha vuelto pequeño. Puedes llegar a cualquier parte en un par de días como mucho. Pero antes no era así, y cuando una persona dejaba a su familia para emigrar a otro país, los familiares tenían que despedirse de ella pensando que no la volverían a ver en esta vida. La tristeza que sentían no era la de un fallecimiento, pero era sumamente dolorosa por la probable duración de la separación. Lo mismo sigue siendo cierto para el creyente ante la muerte. Cuando pierde a un ser querido, sabe que durante el resto de su vida terrenal conocerá el vacío de esta separación y que no hay nadie ni nada que pueda llenar esta laguna.
La tristeza sí que está allí. De hecho el autor no dice que la muerte haya sido abolida, ni que la tristeza de la muerte haya desaparecido, sino que Jesucristo ha quitado a la muerte su terror. La muerte ha perdido su aguijón. Porque antes ¿qué era la muerte? Era la puerta a lo desconocido o a la condenación eterna. Pero ahora lo desconocido se ha hecho conocido en el Señor Jesucristo, y en Él la condenación se cambia en vida eterna.
Ya sabemos cómo es el camino más allá de la muerte porque Jesús lo ha mostrado en su propia persona. Antes la muerte era el fin de nuestra humanidad, ahora es el principio de una humanidad plenamente restaurada. Antes era el fin de todos nuestros bienes, ahora es el principio de una gloriosa herencia. Antes era ir a la nada, ahora es ir a la presencia de Dios, es ir a casa, a la casa del Padre. Antes la muerte era la negación de todo propósito en la vida, la demostración de lo absurdo que es vivir; ahora es un estímulo para que vivamos santa y sobriamente, por cuanto nos recuerda que esta vida es breve y debe ser aprovechada al máximo para nuestro crecimiento en la fe.

    «Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Corintios 15:54–55).

Gracias a Dios, hay victoria sobre la muerte. Hay quien ha ganado la victoria, no enviando al arcángel Miguel y sus huestes para eliminar al diablo, sino tomando forma humana Él mismo, sometiéndose a la vergüenza y humillación de las consecuencias más terribles del imperio de la muerte en su propia persona, a fin de abrir las puertas de su terrible fortaleza y permitir que todo aquel que lo desee salga de la potestad de las tinieblas y sea trasladado al reino del Hijo.
Por esto era necesario que el Hijo se hiciese hombre y muriese.

sábado, 26 de abril de 2014

Enseñando para cambiar vidas: Escuela Dominical

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información


DOWNLOAD HERE>>>

Formación para Maestros de Escuela Dominical

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información


La Escuela Dominical: Todo un reto para la Congregación

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Enseñar la Biblia puede volverse una tarea monótona si no puedes llevar las historias al nivel de tu audiencia. Estas palabras fueron escritas hace miles de años, e incluso las traducciones contemporáneas del antiguo texto podrían no tener sentido para el lector moderno. Cuando enseñes la Biblia, incorpora actividades diferentes que le den vida a las historias para tus alumnos.
 

Representaciones

Los estudiantes pueden actuar una historia bíblica que sea el foco de la lección. Actúen una historia bíblica usando un giro moderno de la misma. Otra alternativa es enfocar la obra en el tema de tu lección; por ejemplo, representen la parábola del hijo pródigo, que muestra que así como el padre no le da la espalda a su hijo caprichoso que finalmente regresa a casa, igual es el amor incondicional de Dios para sus hijos. De esta manera, los alumnos pueden entender mejor el punto clave.

Historia secular

Incluir una historia secular además del contenido bíblico le dará vida a la Biblia. Por ejemplo, podrían haber escuchado sobre la caída del Imperio Romano y otras cosas que sucedieron durante los tiempos antiguos. Usar la Biblia y la historia del mundo secular como paralelos -por ejemplo, comparar las historias de la caída misteriosa del Imperio Romano con una historia anacrónica pero también antigua de la destrucción de Sodoma y Gomorra- enriquecerá la comprensión de los estudiantes de la importancia de la Biblia. Le dará vida a la cultura en la que vivían los personajes bíblicos, y ayudará a que las historias sean más reales para los alumnos.

Lecciones objeto

Las lecciones con objetos-es decir, usar utilería para poner foco en las lecciones- permiten a los alumnos visualizar la vestimenta de un personaje bíblico seleccionado. Por ejemplo, si enseñas una lección sobre la armadura de Dios de Efesios 6, viste a un alumno o maniquí como un soldado romano. Enseña sobre los detalles del aspecto espiritual de cada parte de la armadura incluyendo el Casco de Salvación, el Peto de la Justicia y el Cinto de la Verdad. Una lección con objetos ayudará a los alumnos a poner las historias de la Biblia en contexto.

Imágenes

Al hablar sobre una parte particular del mundo bíblico, busca fotos en Internet de la zona, imprímelas y muéstraselas a la clase. Las imágenes de Jerusalén, el Monte Sinaí, Belén y otros lugares de las Escrituras ayudarán a los alumnos a ver el tipo de lugar donde vivían los personajes bíblicos. Si bien la arquitectura podría no representa una réplica exacta, los estudiantes pueden obtener una mejor comprensión del clima y el contexto ambiental.
 
 Al vivir la Biblia, los creyentes afirman que sus lecciones son dinámicas, válidas para todos los tiempos y todos los lugares. Sin embargo, ya que muchas de las historias de la Biblia están redactadas en la cultura del antiguo Cercano Oriente, es un concepto difícil de aceptar para muchas personas modernas. Usando lo mejor de pensamiento y la cultura moderna para demostrar cómo las lecciones de la Biblia son relevantes hoy en día en un ambiente lleno de energía, atractivo y abierto, los profesores pueden hacer los textos que ellos aman cobren vida para crear toda una nueva generación de creyentes.
 

Instrucciones

    Preparación

  1. 1
    Lee la Biblia para encontrar una historia que sientas que pueda resonar con tus estudiantes, y elige una lección fundamental de ella. Un ejemplo podría ser la historia de José y la lección del perdón.
  2. 2
    Busca fuentes para esta misma lección y su opuesto. La historia de José se hace fácil con la película "Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat", pero otros ejemplos incluyen la actitud de Harry transformada con Snape después de conocer su verdadera naturaleza en el final de la serie "Harry Potter", como un ejemplo de perdón para una mayor evidencia, o la carga del Rey David en su lecho de muerte a Salomón para castigar a todos los enemigos restantes, como un contraejemplo de perdón bíblico. Los escritos de psicólogos y filósofos también son un gran material de discusión.
  3. 3
    Escriba preguntas basado en estos materiales para tu discusión. Para José y el perdón, las preguntas podrían ser: ¿Tenía razón en perdonar a sus hermanos? ¿Era justo para él probarlos como lo hizo? ¿Tu lo habrías hecho? ¿Cómo difieren estas circunstancias con David? ¿Cómo se comparan las situaciones de Harry y Snape con José y sus hermanos? ¿Qué habría dicho Jung sobre esta historia?
  4. 4
    Haz copias de la historia de la Biblia, los temas de discusión y otros recursos, si es posible, para que los estudiantes puedan tener los materiales para ellos, toma notas sobre esto, y cítalos fácilmente.

    Lección

  1. 1
    Reparte el principal material bíblico. Después de darle a los estudiantes la oportunidad de leerlo y reflexionar sobre ello, pregunta sobre sus reacciones.
  2. 2
    Introduce un incidente personal de tu vida que involucre a la lección y compáralo con el ejemplo expuesto en la historia. Una vez que hayas terminado, anima a los estudiantes a hacer lo mismo.
  3. 3
    Reparte o exhibe los materiales de discusión. Dale a los estudiantes una oportunidad de leerlos y pensar sobre ellos.
  4. 4
    Guía la conversación en torno a la lección fundamental que hay que aprender, y participa en el diálogo. El punto de una clase dinámica sobre la Biblia no es decir a los estudiantes que deben ser más indulgentes tanto como conseguir que los estudiantes piensen críticamente sobre estas cuestiones en relación con su propia vida y su visión del mundo.

    Ser un profesor de clases bíblicas puede resultar una actividad gratificante. Sin embargo, también puede ser un desafío el lograr llegar a una variedad de formas para enseñar historias de la Biblia y los conceptos bíblicos de una manera en que los estudiantes pueden disfrutar y mantener su atención, sobre todo los jóvenes y los niños. Una opción es acercarse a la enseñanza de las clases de la Biblia con una actitud animada pero respetuosa, incorporando una variedad de técnicas para presentar la materia.

    Música

    La música es una forma efectiva de enseñarles a los estudiantes de todas las edades. Una de las maneras más eficaces de utilizar la música es encontrar himnos o canciones con temas bíblicos que se relacionan con la lección que estás enseñando. Hay varias opciones para la incorporación de un himno o una canción a la lección. Puedes hacer que los alumnos interpreten una canción al final de la clase que refuerce la lección. Para introducir un tema, haz que los alumnos canten un himno o una canción adecuada al comienzo de la clase. Enséñale a la clase un nuevo himno o canción como parte de la lección, o bien, lleva a un invitado especial para que interprete y discuta su elección de canción. Luego, dirige un debate sobre el tema con los estudiantes.

    Ayudas visuales

    Tableros de franela, láminas de fotos, muñecas de papel, películas o tiras de película se pueden utilizar para apoyar las lecciones. Las ayudas visuales son particularmente útiles en la enseñanza de los niños más pequeños. Los conceptos bíblicos pueden resultar muy abstractos a veces, de modo que representar visualmente las lecciones que enseñas los pueden volver más concretos. Los niños pequeños disfrutan especialmente ayudando a presentar el material. Por ejemplo, ellos pueden sostener las imágenes, mover las muñecas de papel o ayudar a poner piezas en un tablero de franela cuando sea apropiado.

    Actuación y juegos de rol

    Los estudiantes de todas las edades pueden disfrutar de representar las historias bíblicas o dramatizar los conceptos bíblicos. Esta es una buena manera de hace que todos los estudiantes participen en la clase. Puedes hacer que los estudiantes actúen un guión escrito o puedes hacer que los estudiantes improvisen el material a medida que avanzan. Si dejas que los estudiantes improvisen, ten en cuenta el tiempo y no dudes en intervenir para acelerar el proceso o dirigir la acción.

    Aplicación

    Asegúrate de estudiar tus lecciones primero y aplicarlas en tu propia vida. Esto te dará la oportunidad de compartir con los estudiantes lo que has aprendido de la lección personalmente. Además, ayudarás a los alumnos a ver cómo las lecciones bíblicas se pueden aplicar a sus propias vidas. En la mitad del proceso pregúntales a los estudiantes cómo piensan que la lección se aplica a sus vidas y cambia el proceso de aplicación hacia una conversación.

    Las clases de la escuela dominical son una oportunidad para los niños de interactuar con otros niños de la misma iglesia, mientras aprenden sobre la Biblia y el Cristianismo. La decoración del salón de clases de la escuela dominical puede ayudar a incentivar su aprendizaje, a la vez que ofrece un ambiente agradable y seguro para que el niño se supere. Existen distintas maneras de decorar el salón de la escuela dominical, muchas de las cuales son económicas y sencillas.

    Instrucciones

    1. 1
      Pinta las paredes con el color de tu preferencia. Utiliza colores brillantes para estimularlos mentalmente, tales como el amarillo y el azul. Una simple capa de pintura es una manera muy efectiva de hacer que el salón se vea como nuevo. Para involucrar a los niños, escoje algunos colores que estén previamente aprobados y pide a los estudiantes que te ayuden a tomar una decisión a través del voto o algún otro método. Una vez que estés listo para pintar, pinta las paredes con brochas o rodillos. Asegúrate de colocar lona sobre el piso para evitar cualquier desastre.
    2. 2
      Instala varias pizarras blancas y ten varios marcadores para pizarras. Las pizarras son magnéticas y si no se están utilizando durante una lección, se les puede colocar trabajos artísticos y otros papeles. Coloca las pizarras a una altura a la que los niños también puedan utilizarlas.
    3. 3
      Coloca varias carteleras en las paredes. Éstas se pueden utilizar para colocar trabajos de los estudiantes o para hacer la cartelera del tema del mes. Coloca en cada cartelera el borde decorativo para que se vea parecida al marco de una fotografía. Las carteleras sirven también como un buen recurso informacional. Deja que los niños te ayuden a decidir sobre el tema del mes para incentivarlos a interactuar.
    4. 4
      Realiza un mural, si es posible. Si no posees habilidades artísticas, pide a los padres que te ayuden. Si no es posible realizar el mural, dile a los niños que dejen huellas con sus manos pintadas con pinturas lavables. Cada niño puede escribir su nombre debajo de su huella junto con su verso favorito de la biblia. Los niños que se vayan incorporando a la clase, pueden ir agregando sus huellas en la pared.
    5. 5
      Pide a los niños que decoren un envase de plástico grande o encuentra alguna otra caja decorativa y úsala para las Biblias. Llena la caja con Biblias (utiliza Biblias especiales para niños) mientras enseñas las lecciones. Aunque muchos niños llevan su Biblia personal, estas Biblias pueden utilizarse en caso de que algún niño olvide la suya o no tenga.
    6. 6
      Permite que los estudiantes te ayuden con cualquier decoración cuando sea posible. Si los estudiantes se involucran directamente con la decoración, lo más probable es que inviten a otros amiguitos. Además, los estudiantes se sentirán orgullosos de las decoraciones y sentirán satisfacción. También los niños podrán absorber más la información que se les da si el ambiente para el aprendizaje es agradable.

      Cómo crear planes de clases para la escuela dominical. 
      La enseñanza de una clase de escuela dominical requiere una preparación y un plan de clases. La clave para un exitoso plan de lecciones está en utilizar una diversión interactiva y una discusión que incluya a los estudiantes. Seguir un plan de formato estándar hace que la tarea de enseñar a cualquier clase de escuela dominical sea más manejable incluso para la primera vez del profesor.

      Instrucciones

      1. 1
        Considera el nivel de grado y edad de los estudiantes de la escuela dominical. La lección debe ser apropiada para la edad. Por ejemplo, las clases de los niños se centran en actividades y oficios, mientras que las clases para adultos son basadas en el debate.
      2. 2
        Señala los objetivos y metas de la lección en el plan de lecciones. Los objetivos de la escuela dominical van desde aprender versos e historias bíblicas para niños hasta la aplicación de los Diez Mandamientos a la vida cotidiana de los adultos. Consulta a la Biblia para versículos específicos e historias.
      3. 3
        Determina qué materiales requieren cada actividad. Utiliza una pizarra y marcadores para facilitar las discusiones entre adultos. Marcadores, pegamento, lápices de colores y marionetas ayudan a mantener entretenido a un niño en la lección.
      4. 4
        Resalta el procedimiento de la lección de las Escrituras del plan y la lista y otras lecturas que forman parte de la lección. Explica las actividades paso a paso para que ayuden a enseñar la lección.
      5. 5
        Anota las preguntas para hacer durante la discusión y resumir la lección. Incorpora hechos e información que se centren en ayudar a los estudiantes a recordar los detalles de las historias. Asimismo, usa preguntas analíticas y personalizadas para ayudar a los estudiantes a pensar más profundamente sobre el texto e interiorizar el mensaje en sus vidas.
      6. 6
        Cierra el plan de la lección con tiempo de reflexión para que los alumnos expresen lo que han aprendido. Finaliza las lecciones de escuela dominicana con una oración. Para los estudiantes más jóvenes utiliza este tiempo para enseñar nuevas oraciones.

        Sin importar el tamaño de tu iglesia, hay formas efectivas de aumentar tu Escuela Dominical, incluyendo usar el poder de la oración. Los maestros de la Escuela deberían orar regularmente por nuevos alumnos. Observa el programa de tu Escuela Dominical y descubre qué es lo que más le gusta a los alumnos, luego aumenta las actividades más populares.

        Membresía a la iglesia

        Cuando aumentas el número general de tu iglesia, el número de niños en la Escuela Dominical también aumentará automáticamente. Considera varios programas de evangelización y opciones de publicidad para aumentar la gente. Pon un anuncio en el periódico local o pide a un reportero que escriba sobre tus maravillosas clases de Escuela Dominical. Ten un evento de clase abierta e invita a toda la comunidad.

        Boca a boca

        Alienta a los niños que ya van a la Escuela a que le cuenten a otros niños acerca de ella. Explícales cómo pueden compartir lo que hacen en la Escuela Dominical con otros niños en la escuela y su vecindario. Pídele a los niños que marquen una meta personal de invitar al menos a un niño a la Escuela Dominical de la semana próxima. Esta también es una oportunidad para que los niños compartan su fe en general.

        Buena bienvenida

        Los niños querrán volver una y otra vez si se sienten aceptados y queridos en la Escuela. Asegúrate que cuando un niño vaya por primera vez a la Escuela Dominical reciba la mejor bienvenida. Preséntalo al grupo y haz que los demás niños lo reciban en voz alta. Asigna a otro niño que lo acompañe para que automáticamente tenga un amigo. Dale una bolsa de bienvenida que incluya una tarjeta de bienvenida, un mapa de la iglesia y una lista de divertidas actividades de la Escuela Dominical.

        Evangelizacion del vecindario

        Los maestros de Escuela Dominical y otros voluntarios de la iglesia pueden reclutar nuevos alumnos yendo a las familias en la comunidad. Ve de puerta en puerta en el vecindario y preséntate a las familias. Entrega folletos o volantes sobre las actividades de la Escuela Dominical y las creencias de la iglesia. Responde todas las preguntas que tengan los padres, que pueden estar más dispuestos a enviar a sus hijos a la Escuela Dominical cuando han tenido contacto personal con alguien de la iglesia.
         

La Salud: Levántate y vete—le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


LA SALUD CORPORAL, LA SALUD FÍSICA ¿CUÁL ES LO PRIMERO?

    Lucas 17:11–19: “Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia, gritaron:
           -¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
           Al verlos, les dijo:
           -Vayan a presentarse a los sacerdotes.
           Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios.
    Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano.
    -¿Acaso no quedaron limpios los diez?—preguntó Jesús—. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete—le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado.”

Esta es una de las historias de sanidad más famosas en la Biblia. Enfermos de lepra—una enfermedad incurable que excluía a las personas afectadas de todo tipo de relación social—, y torturados por el temor, la ansiedad y la culpa, diez hombres se acercan a Jesús en el camino a Jerusalén. Rogando piedad, los parias son limpiados de su dolencia después de ser enviados de regreso a la ciudad y al templo. Agradecido, curado y alabando a Dios, uno de los leprosos cae a los pies de Jesús, quien le responde: “Levántate y vete; tu fe te ha sanado” (Lc. 17:19).
Bien, en estos días muchos en la comunidad científica—un grupo de personas bien conocido por su carácter cuestionador y crítico—están comenzando a pensar que este relato bien puede ser algo más que una parábola o un mito. Hay quienes pueden llegar a considerarlo como una prescripción para sanar muchos más traumas que aquellos que meramente afectan al cuerpo. La receta en cuestión estaría representada por las palabras de Jesús al samaritano: “Tu fe te ha sanado”.
En hospitales, universidades y centros de investigación a lo largo y a lo ancho del mundo y especialmente de los Estados Unidos, los investigadores están prestando una nueva atención a los efectos que la fe, la oración y la religión en general pueden tener sobre la salud y el bienestar integral de las personas. Si bien muchos científicos permanecen dubitantes, muchos otros están comenzando a considerar a un creciente cuerpo de información—reunido a lo largo de más de veinte años de estudios en prestigiosas universidades como Duke, Georgetown, Yale y Dartmouth—como poco menos que milagroso y sorprendente.
Este cúmulo de información parece sugerir algo asombroso. Cualquiera que sea la religión o la creencia que se tenga, las personas de una fe religiosa profunda y permanente, y cuya espiritualidad es una parte esencial de sus vidas, se enferman, discapacitan, angustian, desorganizan, tienen conflictos interpersonales, sucumben en la depresión y el desconcierto, y caen en crisis menos frecuentemente y mejoran más rápido que aquellos otros que carecen de esta fe. Los estudios científicos muestran que con la fe como su consuelo, estas personas presentan índices de menor presión arterial, menor ansiedad y menor aparición de muchas enfermedades relacionadas, incluyendo problemas de corazón e infarto, cáncer, depresión, suicidio y abuso de alcohol y drogas. Las personas de fe parecen más sociables, reconciliadoras y emocionalmente estables que quienes no tienen fe. En general, las personas religiosas parecen enfrentar con mayor solvencia las situaciones traumáticas personales y colectivas, las aflicciones de la vida, los cambios drásticos y otros males que afligen a la humanidad. El Dr. James Vacek, un cardiólogo de Kansas City en el Hospital St. Luke, ha señalado: “Pienso que ahora hay información convincente. La gente que tiene fuertes creencias religiosas la pasa mejor, incluso con una enfermedad seria”.
Por su parte, los críticos de esta evidencia señalan correctamente que el mundo está lleno de incontables individuos saludables y longevos, que son agnósticos, ateos o se adhieren a creencias menos dogmáticas o son sincretistas. Además, desde un punto de vista científico, hasta ahora no hay pruebas científicas definitivas y convincentes de que la fe por sí sola puede sanar, producir equilibrio emocional y espiritual, o ayudar a mejorar los conflictos y traumas sociales de todo tipo que afectan a la vida humana. Esto lleva a los investigadores a especular que los efectos positivos de la fe profunda pueden ser tan terrenales o naturales como la paz mental, el apoyo social y el desarrollo de estilos de vida temperantes (que evitan fumar, beber o comer en exceso), que por otro lado son alentados por muchas religiones. No deja de llamar la atención a muchos médicos el hecho comprobado que las monjas católicas, los monjes budistas y otros clérigos ascéticos gozan de vidas particularmente longevas y saludables.
Sin embargo, el siquiatra Martin W. Jones, quien da clases en la Escuela de Medicina de la Universidad Howard y estudia la correlación entre fe y sanidad, dice que una explicación científica completa y convincente del efecto positivo de la espiritualidad sobre la salud no es tan importante. Según él: “No entendemos el mecanismo de muchas drogas. Sabemos, por la observación de causa y efecto, que ellas operan. De igual modo, podemos ver los efectos de la consciencia espiritual de una persona sobre su resultado, así que ¿por qué no usarla? Es como el efecto de un placebo. ¿Por qué resultó? Por fe. Esta es una fuerza muy poderosa.”
El establishment médico o de otras profesiones orientadas al bienestar humano integral puede estar abrazando o apelando a la espiritualidad, porque de este modo ellos mismos pueden utilizar algo en lo que pueden creer, en profesiones que hoy están altamente dominadas por el cuidado gerenciado, un servicio manejado según las leyes del mercado y por una actitud comercial. En los últimos quince años, casi un tercio de todas las escuelas de medicina y la mayoría de las escuelas de enfermería en los Estados Unidos han comenzado a tomar en cuenta, e incluso a ofrecer cursos sobre salud y espiritualidad. Los investigadores sobre el tema son ahora conferencistas populares en el circuito hospitalario. Para mencionar apenas a algunos de los más taquilleros y de los que más gente atraen con sus conferencias sobre el tema, basta mencionar al Dr. Dale Matthews, un médico que enseña en la prestigiosa Georgetown University, y que es el autor del libro The Faith Factor (Viking Books). Uno de los que más han promovido la cuestión es el Dr. Harold G. Koenig, conocido siquiatra cristiano que enseña en la famosa Duke University, y es el autor del libro Is Religion Good for Your Health? (Haworth Press).
Hace poco más de una década atrás no había interés alguno sobre este tema. Desde entonces, la cuestión ha explotado y se ha transformado en uno de los temas de discusión más polémicos en los ambientes científicos relacionados con la medicina. Algo similar ha ocurrido en otros campos de las ciencias aplicadas al bienestar humano integral. La investigación en cuanto a los efectos positivos de la fe y la espiritualidad religiosas y devotas sobre la salud o la armonía total en la persona humana (incluyendo sus relaciones sociales y la sociedad humana misma) está en pleno desarrollo y crecimiento. Los científicos están investigando el efecto que la oración y especialmente la así llamada oración de intercesión tienen sobre pacientes que sufren del corazón. Otros están llevando a cabo estudios cualitativos, que procuran evaluar exactamente de qué manera los pacientes definen la fe y la espiritualidad en sus vidas, de modo que los profesionales de la salud puedan encontrar formas de apelar a ellas en el proceso terapéutico. Cada vez más, los pacientes le están diciendo a la comunidad médica: “No somos meros cuerpos físicos, somos seres espirituales. Y queremos ser reconocidos como tales”.
Sin embargo, en algunos casos parece que la iglesia se ha mostrado más reticente que la comunidad científica secular para reconocer el potencial de la fe y la oración para resolver la mayor parte de los problemas y enfermedades humanos. Si bien miles de hospitales, especialmente en los Estados Unidos y en América Latina, son conocidos por nombres religiosos y eclesiásticos—como San Juan, San Francisco, San José, San Juan Bautista, San Lucas, Santa Cecilia, Bautista, Metodista, Santa Trinidad, etc.—, y muchos de ellos fueron fundados por instituciones religiosas, el ejercicio de la medicina y del ministerio pastoral han permanecido tradicionalmente tan separados como el cuerpo y el alma.
No obstante, la iglesia ha recibido poder y autoridad de parte del Señor para cumplir una misión terapéutica en el mundo (Mt. 10:1; Mr. 3:14–15; 6:7; Lc. 9:1–2). Pero los cristianos debemos confesar nuestro pecado de segmentar y reducir el alcance de la misión que nos ha sido confiada, y de permitir al mundo hacer lo que nos fue encargado a nosotros hacer. La iglesia ha sido comisionada por Jesucristo para llevar a cabo la misión triple de echar fuera demonios, sanar a los enfermos y predicar el evangelio del reino de Dios (Lc. 9:1–2). Este es el corazón mismo de su naturaleza apostólica, de haber sido reunidos en un cuerpo por Jesucristo, de recibir su poder y autoridad, y de ser enviados al mundo como sus embajadores o representantes.

    Linda L. Treloar: “Las escrituras bíblicas proveen de una perspectiva ética crucial para comprender el papel y las acciones de la iglesia cristiana según estos influyen sobre las experiencias espirituales de las personas con discapacidades y sus familias. Hay dos imperativos que subyacen a esta perspectiva ética: el cristiano debe amar primero a Dios, y a su prójimo como a sí mismo (e.g., Mateo 22:37–40). La iglesia tiene un imperativo bíblico ético para el ministerio a y con otros (el Nuevo Testamento contiene múltiples pasajes que tienen que ver con el servicio de los cristianos los unos a los otros, e.g., Romanos 12:10–13). Mientras que el Espíritu Santo da los dones espirituales o las habilidades especiales a los cristianos con el propósito de edificar la iglesia, todos tienen ‘responsabilidades espirituales.”

Al confrontar los enormes desafíos y oportunidades que se plantean con el nuevo milenio, la iglesia necesita recuperar una comprensión dinámica de su misión integral como comunidad terapéutica. Cada vez más nos damos cuenta de la necesidad de una sólida reflexión bíblica, teológica, histórica, misiológica y pastoral sobre la misión de sanidad de la iglesia. Y esta reflexión debe ser hecha desde una perspectiva integral.


https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html