sábado, 26 de abril de 2014

La Salud: Levántate y vete—le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


LA SALUD CORPORAL, LA SALUD FÍSICA ¿CUÁL ES LO PRIMERO?

    Lucas 17:11–19: “Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia, gritaron:
           -¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
           Al verlos, les dijo:
           -Vayan a presentarse a los sacerdotes.
           Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios.
    Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano.
    -¿Acaso no quedaron limpios los diez?—preguntó Jesús—. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? Levántate y vete—le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado.”

Esta es una de las historias de sanidad más famosas en la Biblia. Enfermos de lepra—una enfermedad incurable que excluía a las personas afectadas de todo tipo de relación social—, y torturados por el temor, la ansiedad y la culpa, diez hombres se acercan a Jesús en el camino a Jerusalén. Rogando piedad, los parias son limpiados de su dolencia después de ser enviados de regreso a la ciudad y al templo. Agradecido, curado y alabando a Dios, uno de los leprosos cae a los pies de Jesús, quien le responde: “Levántate y vete; tu fe te ha sanado” (Lc. 17:19).
Bien, en estos días muchos en la comunidad científica—un grupo de personas bien conocido por su carácter cuestionador y crítico—están comenzando a pensar que este relato bien puede ser algo más que una parábola o un mito. Hay quienes pueden llegar a considerarlo como una prescripción para sanar muchos más traumas que aquellos que meramente afectan al cuerpo. La receta en cuestión estaría representada por las palabras de Jesús al samaritano: “Tu fe te ha sanado”.
En hospitales, universidades y centros de investigación a lo largo y a lo ancho del mundo y especialmente de los Estados Unidos, los investigadores están prestando una nueva atención a los efectos que la fe, la oración y la religión en general pueden tener sobre la salud y el bienestar integral de las personas. Si bien muchos científicos permanecen dubitantes, muchos otros están comenzando a considerar a un creciente cuerpo de información—reunido a lo largo de más de veinte años de estudios en prestigiosas universidades como Duke, Georgetown, Yale y Dartmouth—como poco menos que milagroso y sorprendente.
Este cúmulo de información parece sugerir algo asombroso. Cualquiera que sea la religión o la creencia que se tenga, las personas de una fe religiosa profunda y permanente, y cuya espiritualidad es una parte esencial de sus vidas, se enferman, discapacitan, angustian, desorganizan, tienen conflictos interpersonales, sucumben en la depresión y el desconcierto, y caen en crisis menos frecuentemente y mejoran más rápido que aquellos otros que carecen de esta fe. Los estudios científicos muestran que con la fe como su consuelo, estas personas presentan índices de menor presión arterial, menor ansiedad y menor aparición de muchas enfermedades relacionadas, incluyendo problemas de corazón e infarto, cáncer, depresión, suicidio y abuso de alcohol y drogas. Las personas de fe parecen más sociables, reconciliadoras y emocionalmente estables que quienes no tienen fe. En general, las personas religiosas parecen enfrentar con mayor solvencia las situaciones traumáticas personales y colectivas, las aflicciones de la vida, los cambios drásticos y otros males que afligen a la humanidad. El Dr. James Vacek, un cardiólogo de Kansas City en el Hospital St. Luke, ha señalado: “Pienso que ahora hay información convincente. La gente que tiene fuertes creencias religiosas la pasa mejor, incluso con una enfermedad seria”.
Por su parte, los críticos de esta evidencia señalan correctamente que el mundo está lleno de incontables individuos saludables y longevos, que son agnósticos, ateos o se adhieren a creencias menos dogmáticas o son sincretistas. Además, desde un punto de vista científico, hasta ahora no hay pruebas científicas definitivas y convincentes de que la fe por sí sola puede sanar, producir equilibrio emocional y espiritual, o ayudar a mejorar los conflictos y traumas sociales de todo tipo que afectan a la vida humana. Esto lleva a los investigadores a especular que los efectos positivos de la fe profunda pueden ser tan terrenales o naturales como la paz mental, el apoyo social y el desarrollo de estilos de vida temperantes (que evitan fumar, beber o comer en exceso), que por otro lado son alentados por muchas religiones. No deja de llamar la atención a muchos médicos el hecho comprobado que las monjas católicas, los monjes budistas y otros clérigos ascéticos gozan de vidas particularmente longevas y saludables.
Sin embargo, el siquiatra Martin W. Jones, quien da clases en la Escuela de Medicina de la Universidad Howard y estudia la correlación entre fe y sanidad, dice que una explicación científica completa y convincente del efecto positivo de la espiritualidad sobre la salud no es tan importante. Según él: “No entendemos el mecanismo de muchas drogas. Sabemos, por la observación de causa y efecto, que ellas operan. De igual modo, podemos ver los efectos de la consciencia espiritual de una persona sobre su resultado, así que ¿por qué no usarla? Es como el efecto de un placebo. ¿Por qué resultó? Por fe. Esta es una fuerza muy poderosa.”
El establishment médico o de otras profesiones orientadas al bienestar humano integral puede estar abrazando o apelando a la espiritualidad, porque de este modo ellos mismos pueden utilizar algo en lo que pueden creer, en profesiones que hoy están altamente dominadas por el cuidado gerenciado, un servicio manejado según las leyes del mercado y por una actitud comercial. En los últimos quince años, casi un tercio de todas las escuelas de medicina y la mayoría de las escuelas de enfermería en los Estados Unidos han comenzado a tomar en cuenta, e incluso a ofrecer cursos sobre salud y espiritualidad. Los investigadores sobre el tema son ahora conferencistas populares en el circuito hospitalario. Para mencionar apenas a algunos de los más taquilleros y de los que más gente atraen con sus conferencias sobre el tema, basta mencionar al Dr. Dale Matthews, un médico que enseña en la prestigiosa Georgetown University, y que es el autor del libro The Faith Factor (Viking Books). Uno de los que más han promovido la cuestión es el Dr. Harold G. Koenig, conocido siquiatra cristiano que enseña en la famosa Duke University, y es el autor del libro Is Religion Good for Your Health? (Haworth Press).
Hace poco más de una década atrás no había interés alguno sobre este tema. Desde entonces, la cuestión ha explotado y se ha transformado en uno de los temas de discusión más polémicos en los ambientes científicos relacionados con la medicina. Algo similar ha ocurrido en otros campos de las ciencias aplicadas al bienestar humano integral. La investigación en cuanto a los efectos positivos de la fe y la espiritualidad religiosas y devotas sobre la salud o la armonía total en la persona humana (incluyendo sus relaciones sociales y la sociedad humana misma) está en pleno desarrollo y crecimiento. Los científicos están investigando el efecto que la oración y especialmente la así llamada oración de intercesión tienen sobre pacientes que sufren del corazón. Otros están llevando a cabo estudios cualitativos, que procuran evaluar exactamente de qué manera los pacientes definen la fe y la espiritualidad en sus vidas, de modo que los profesionales de la salud puedan encontrar formas de apelar a ellas en el proceso terapéutico. Cada vez más, los pacientes le están diciendo a la comunidad médica: “No somos meros cuerpos físicos, somos seres espirituales. Y queremos ser reconocidos como tales”.
Sin embargo, en algunos casos parece que la iglesia se ha mostrado más reticente que la comunidad científica secular para reconocer el potencial de la fe y la oración para resolver la mayor parte de los problemas y enfermedades humanos. Si bien miles de hospitales, especialmente en los Estados Unidos y en América Latina, son conocidos por nombres religiosos y eclesiásticos—como San Juan, San Francisco, San José, San Juan Bautista, San Lucas, Santa Cecilia, Bautista, Metodista, Santa Trinidad, etc.—, y muchos de ellos fueron fundados por instituciones religiosas, el ejercicio de la medicina y del ministerio pastoral han permanecido tradicionalmente tan separados como el cuerpo y el alma.
No obstante, la iglesia ha recibido poder y autoridad de parte del Señor para cumplir una misión terapéutica en el mundo (Mt. 10:1; Mr. 3:14–15; 6:7; Lc. 9:1–2). Pero los cristianos debemos confesar nuestro pecado de segmentar y reducir el alcance de la misión que nos ha sido confiada, y de permitir al mundo hacer lo que nos fue encargado a nosotros hacer. La iglesia ha sido comisionada por Jesucristo para llevar a cabo la misión triple de echar fuera demonios, sanar a los enfermos y predicar el evangelio del reino de Dios (Lc. 9:1–2). Este es el corazón mismo de su naturaleza apostólica, de haber sido reunidos en un cuerpo por Jesucristo, de recibir su poder y autoridad, y de ser enviados al mundo como sus embajadores o representantes.

    Linda L. Treloar: “Las escrituras bíblicas proveen de una perspectiva ética crucial para comprender el papel y las acciones de la iglesia cristiana según estos influyen sobre las experiencias espirituales de las personas con discapacidades y sus familias. Hay dos imperativos que subyacen a esta perspectiva ética: el cristiano debe amar primero a Dios, y a su prójimo como a sí mismo (e.g., Mateo 22:37–40). La iglesia tiene un imperativo bíblico ético para el ministerio a y con otros (el Nuevo Testamento contiene múltiples pasajes que tienen que ver con el servicio de los cristianos los unos a los otros, e.g., Romanos 12:10–13). Mientras que el Espíritu Santo da los dones espirituales o las habilidades especiales a los cristianos con el propósito de edificar la iglesia, todos tienen ‘responsabilidades espirituales.”

Al confrontar los enormes desafíos y oportunidades que se plantean con el nuevo milenio, la iglesia necesita recuperar una comprensión dinámica de su misión integral como comunidad terapéutica. Cada vez más nos damos cuenta de la necesidad de una sólida reflexión bíblica, teológica, histórica, misiológica y pastoral sobre la misión de sanidad de la iglesia. Y esta reflexión debe ser hecha desde una perspectiva integral.


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