Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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El conocimiento es el antídoto para el error
2 Pedro 1:1–4
Sin importar cuál sea la vocación de cada uno, la vida está llena de preguntas, dudas y decisiones. El albañil se preocupa de que la pared esté derecha, el que escribe una carta, un ensayo o un libro, se inquieta por que sus palabras estén bien escritas. En la cocina, la mujer se preocupa por la combinación exacta de las especias del platillo que está cocinando. En todos los casos, la única forma de saber lo que es correcto es consultando la norma escrita. Entonces, para la ortografía está el diccionario, para la pared está la plomada, y para el ama de casa, una receta o ¡tal vez el paladar!
Ahora bien, ¿qué de la vida moral y espiritual? Uno no puede evitar el error que propagan los falsos maestros a menos que sepa lo que es la verdad. La ignorancia es un camino que conduce a toda clase de percances, equivocaciones, esclavitud y rebeldía. En sus días, el apóstol Pedro vio esos síntomas en el horizonte y escribió la carta que estamos por estudiar, con el objeto de amonestar a los creyentes contra los falsos maestros. A la luz de un porvenir amenazador, les ofreció el antídoto: el conocimiento de la verdad. Su epístola nos hace recordar lo dicho por el Señor Jesucristo: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32). No se refiere sólo a la educación o a la acumulación de más información en un archivo. Tiene que haber una aceptación y asimilación de la verdad que Dios ha revelado y que nos motive a la obediencia. Nuestro Señor citó este principio cuando dijo: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17).
El resumen que Pedro ofrece al final de la carta es muy acertado: “Antes bien creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo…” (2 Pedro 3:18). Este es un consejo que convenía tanto a sus lectores de aquel entonces como nosotros, porque los falsos maestros siempre han existido.
Fuente del conocimiento para el creyente. 1:1–4
La carta: De quién y para quién (1:1–2). Siguiendo la forma acostumbrada en que se enviaban misivas en la época del primer siglo, ésta también empieza dando el nombre de su autor. Sin embargo, no es como las demás cartas del Nuevo Testamento, porque empieza dando dos nombres de la misma persona. Desde el principio, 2 Pedro es única.
Este hecho naturalmente refuerza la identidad del autor, sobre todo, cuando se considera que en un buen número de textos, aparece la forma original de “Simón” es decir, la forma hebraica “Simeón”. Ningún falsificador del segundo siglo hubiera introducido la forma no hebrea que aparece en la epístola. Por otro lado, sería muy natural que Pedro el apóstol sí la usara.
Pero si los nombres en sí no son suficientes para establecer la identidad del autor, ¿qué tal sus dos credenciales mencionadas en seguida, siervo y apóstol? “Siervo” es traducción de la palabra que se usaba para hablar de un esclavo. Sin embargo, no se refiere aquí a la servidumbre involuntaria, sino a alguien que con muy buena voluntad y hasta entusiasmo se rinde a su amo, en este caso el Maestro, el Señor Jesucristo. A esas alturas, Pedro ya no era el pescador impetuoso e independiente, sino un hombre maduro, totalmente sumiso a su Salvador y Señor.
La palabra “apóstol” coloca al autor en compañía muy selecta. Fueron pocos los que podían adjudicarse semejante título. Efectivamente, Pedro estaba entre los primeros escogidos por el Señor, juntamente con Juan y Jacobo. Él presenció los milagros del Jesucristo, escuchó sus grandes discursos, así como sus parábolas y sencillas lecciones. Anduvo con Cristo por las veredas de Tierra Santa, entró con él a Samaria y subió con él al monte de la Transfiguración. En la última semana de la vida terrenal de nuestro Señor, Pedro estuvo presente durante las grandes enseñanzas del aposento alto, y poco después, descendió al valle más oscuro de su vida, cuando entre los enemigos de Cristo negó a su Señor. Gracias a Dios, su biografía no termina allí.
También fue testigo de la resurrección triunfante y posteriormente fue totalmente restaurado. Entonces, cuando los apóstoles estudiaron (Hechos 1) el dilema de quién tomaría el lugar del traidor Judas, fue Pedro quien hizo una lista de los requisitos de apóstol. Luego, en el siguiente capítulo (Hechos 2), el mismo apóstol llegó a ser el intenso predicador del día de Pentecostés. Años después y estando a más de 2,300 kilómetros de distancia, en la ciudad de Roma, escribió la carta que estamos estudiando, cuyo autor es Pedro, apóstol de Jesucristo.
Los receptores de ésta, su última obra, se catalogan como “los que habéis alcanzado… una fe igualmente preciosa que la nuestra” (1:1). El versículo establece que eran creyentes, pero no indica directamente si eran gentiles o judíos. Tampoco establece el lugar geográfico donde se encontraban.
Si 2 Pedro 3:1, que dice: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento”, se refiere a 1 Pedro, entonces los destinatarios son los mismos que se mencionan en 1 Pedro 1:1: “…los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. En ese caso, quienes recibieron la segunda carta eran creyentes judíos (“los expatriados”) de Asia Menor.
Por otro lado, es posible que 2 Pedro 3:1 se refiera a otra carta (una ya perdida), es decir, a una que no llegó a formar parte del canon del Nuevo Testamento. Varios eruditos piensan de este modo. Si así fuera, no tendríamos ni la menor idea de quienes fueron los recipientes de 2 Pedro. Sabríamos de ellos únicamente por lo poco que la carta revela, que aunque es “poco”, es muy importante.
Habiendo “alcanzado… una fe” (1;1) indica que eran creyentes que lógicamente, habían aceptado a Cristo hacía relativamente poco tiempo, pero cuya salvación era igual a la de los que aceptaron antes; igual en el sentido de que tenía la misma fuente (la obra de Dios) y los mismos resultados.
Hay una importantísima expresión teológica en la frase “nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. Pocas, pero fuertes, son las referencias novotestamentarias donde se identifican directamente a “Dios” con “Jesucristo”. (Véase Juan 1:1; 20:28; Tito 2:13 y la explicación de Pablo en Colosenses 2:9.) No debe extrañar al estudiante del Nuevo Testamento que sea Pedro el que lo dice, reforzando lo que dice en su doxología de 3:18. Es de interés notar que en el Nuevo Testamento el término “Salvador” se aplica a Jesucristo unas 16 veces, 5 de las cuales aparecen en 2 Pedro.
El saludo “Gracia y paz os sean multiplicadas” (1:2) es igual al de 1 Pedro, pero como los saludos de Pedro no hay igual en todo el Nuevo Testamento. En los de Pablo, no se incluye el verbo como aquí, cuando dice: “sean multiplicadas”, siguiendo el estilo formal de los griegos. El uso del verbo, que es un estilo de composición más oriental, en este caso parece indicar que los destinatarios ya habían recibido esos elementos, pero, que a la luz de los maestros falsos que estaban entrando en el cuadro, los hermanos necesitarían una mayor cantidad de esos importantes ingredientes, la gracia y la paz.
No se debe pasar por alto la primera aparición en la carta de la palabra “conocimiento”. La palabra, los derivados de ella o términos análogos, se encuentran unas 16 veces en 2 Pedro, lo cual enfoca lo que él consideraba que era el antídoto para el veneno de los maestros falsos.
La causa: De dónde viene la vida (1:3)
La fuerza del versículo se capta en la paráfrasis, “¡Todos, absolutamente todos los recursos necesarios para disfrutar y demostrar la relación que el creyente sostiene con su Dios, él los ha dado ya!” Dios, siempre de acuerdo con todas sus demás perfecciones, planificó, ejecutó y soberanamente aplicó al individuo todo su poder. Y no le entregó solamente lo requerido para el inicio de la vida eterna, sino que también le proveyó todos los recursos necesarios para garantizar y desarrollar esa vida. Dios nos ha reclutado para ser sus soldados y para que entremos en la milicia bien equipados para la pelea.
Entonces, ¿a quiénes se refiere específicamente el pronombre “nos” (1:3)? Debido a la frase “por su gloria” se cree que el “nos” se refiere a los mismos apóstoles. Por cierto, los relativamente recién convertidos (en comparación con los apóstoles) a quienes Pedro escribió, no podían formar parte de ese “nos” por razón de tiempo y geografía. Ellos no habían visto la “gloria” del Señor Jesucristo. En cambio los apóstoles sí la vieron, algunos en el monte de la Transfiguración y todos en el Cristo resucitado. Por otro lado, la fuente de vida es la misma, ya se trate de los apóstoles, de los lectores de la carta, o de nosotros de la edad presente.
Por segunda vez en sólo dos versículos, el autor menciona “conocimiento”. La vida que complace a Dios no le pertenece al hombre caído por naturaleza; es un don de Dios. Y sus detalles se encuentran en la Biblia.