domingo, 29 de septiembre de 2013

La Cultura a la vista de la Biblia: La Biblia a la vista de la cultura

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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La cultura y la Biblia

Cuando Herman Melville escribió su novela Redburn, contó la historia de un joven que salió al mar por primera vez. Cuando salió con rumbo a Inglaterra, el padre de Redburn le dio un viejo mapa de la ciudad de Liverpool. Tras el largo viaje Redburn entró en Liverpool confiado en que el mapa de su padre le guiaría a través de la ciudad. Pero el mapa le falló. Se habían efectuado demasiados cambios desde que aquel mapa había sido hecho. Las viejas señales habían desaparecido, las calles habían cambiado de nombre y las viejas residencias ya no existían.
Algunos ven en la historia de Redburn la protesta privada de Melville en cuanto a la deficiencia de las antiguas Escrituras para guiarle a través de la vida. Aquel mismo sentido de protesta que nace de la frustración se halla en muchas personas hoy día.


El condicionamiento cultural y la Biblia
Un tema candente en el mundo cristiano se halla en relación con el sentido y grado en que la Biblia está condicionada por la cultura. ¿Fue escrita la Biblia solamente para los cristianos del primer siglo? ¿O fue escrita para gentes de toda época? Podríamos responder rápidamente en acuerdo con lo segundo, pero ¿podemos decirlo sin reserva? ¿Hay alguna parte de la Escritura que se encuentre limitada a su medio cultural y por ende limitada en su aplicación a su propio medio cultural?
A no ser que afirmemos que la Biblia cayó del cielo en un paracaídas, grabada por una pluma celestial en un lenguaje divino peculiar, singularmente adaptada como un vehículo para la revelación divina, o que la Biblia fue dictada directa e inmediatamente por Dios sin referencia a ninguna costumbre local, estilo, o perspectiva, tendremos que enfrentarnos a la zanja cultural. Es decir, la Biblia refleja la cultura de su época. Entonces la pregunta es: ¿Cómo puede tener autoridad sobre nosotros en esta época?
Una controversia eclesiástica de los años 1960 ilustra el problema de la cultura. En 1967 la Iglesia Presbiteriana Unida en los Estados Unidos adoptó una nueva confesión con la siguiente declaración con respecto a la Biblia:

  Las Escrituras, dadas bajo la guía del Espíritu Santo, son no obstante palabras de hombre, condicionadas por el hombre, formas de pensamiento, y estilos literarios de los lugares y tiempos en que fueron escritas. Reflejan puntos de vista en cuanto a la vida, historia, y el cosmos que eran entonces actuales. Por tanto, la iglesia tiene la obligación de acercarles a las Escrituras con un entendimiento literario e histórico. Así como Dios ha dado su palabra en diversas situaciones culturales, la iglesia está confiada en que continuará hablando a través de las Escrituras en un mundo cambiante y en toda forma de cultura humana.

Estas palabras de la Confesión de 1967 engendraron mucho diálogo, debate, y controversia durante la década de los sesenta. El debate estaba centrado no tanto en lo que la Confesión decía como en lo que no decía. Desgraciadamente la Confesión no detallaba lo que implicaba dicha declaración. Quedó mucho campo para extraer implicaciones y deducciones. Tomando en cuenta la declaración meramente en términos de lo que las palabras dicen explícitamente, ni el ortodoxo B. B. Warfield ni el existencialista Rudolf Bultmann podrían aprobarla. La autoridad que sería vista en la Escritura dependería grandemente de cómo se entendiera la palabra condicionado en el credo. Al tiempo del debate muchos conservadores manifestaron gran aflicción al pensar que la Biblia estuviera “condicionada” en cualquier sentido por la cultura antigua. Muchos liberales argüían que la Escritura no era solamente “condicionada” por la cultura sino que estaba “sujeta” a ella.
Además de la cuestión del sentido y grado de “condicionamiento” de la cultura en la Biblia se halla la cuestión del sentido y grado por el cual las Escrituras “reflejan los puntos de vista de la vida, historia, y cosmos” de la antigüedad. ¿Significa reflejar que la Biblia enseña como ciertos puntos de vista pasados de moda e incorrectos acerca de la vida, historia, y cosmos? ¿Es esta perspectiva cultural parte de la esencia del mensaje de la Escritura? ¿O significa reflejar que podemos leer entre líneas la Escritura notando cosas tales como el lenguaje fenomenal y ver un ambiente cultural en el que se da un mensaje que trasciende las formas de cultura? La manera en que contestemos estas preguntas revela mucho en cuanto a nuestro punto de vista general de la Escritura. Insistiendo la naturaleza de la Escritura nos afecta en su interpretación. Lo principal aquí es esto: ¿Hasta qué punto se encuentra limitada su aplicabilidad y autoridad por el cambio de las estructuras y perspectivas humanas en el texto bíblico?
Como ya hemos visto, para poder producir una exégesis exacta de un texto bíblico y entender lo que fue dicho y lo que se quiso decir, un estudiante debe tratar con cuestiones de lenguaje (griego, hebreo, arameo), estilo, sintaxis, contexto histórico y geográfico, autor, destino, y género literario. Este tipo de análisis es necesario para interpretar cualquier tipo de literatura, incluso la literatura contemporánea.
En pocas palabras, cuanto mejor entienda yo la cultura palestina del primer siglo, tanto más fácil me resultará obtener un entendimiento exacto de lo que se está diciendo. Pero la Biblia fue escrita hace mucho tiempo y en un ambiente cultural bastante diferente al nuestro, y no resulta siempre fácil unir el ancho abismo del tiempo entre el siglo primero y el siglo XX.

El condicionamiento cultural y el lector

El problema se vuelve más agudo cuando me doy cuenta de que no solamente la Biblia está condicionada a su ambiente cultural sino que yo también lo estoy. Con frecuencia me resulta difícil oír y entender lo que dice la Biblia porque le añado muchas suposiciones extrabíblicas. Este probablemente sea el problema más grande de “condicionamiento cultural” al que nos enfrentamos. Ninguno de nosotros escapa totalmente a ser una criatura de nuestra era. Estoy seguro de que sostengo y enseño puntos de vista que nada tienen que ver con el pensamiento cristiano pero son intrusiones en mi mente de mi propio fondo cultural. Si yo supiera cuáles de mis ideas no armonizan con la Escritura trataría de cambiarlas. Pero el seleccionar mis propios puntos de vista no resulta siempre fácil. Todos nosotros somos susceptibles de cometer los mismos errores vez tras vez. Nuestros puntos ciegos se llaman así debido a que no estamos conscientes de ellos.
El problema con los puntos ciegos subjetivos me llegó con un incidente que tuve relacionado con un proyecto para armar un aparato estereofónico. Compré el equipo y le pedí a un amigo, experto en electrónica, que me ayudara a armarlo. A la vez que yo leía las instrucciones, él unía componentes siguiendo más de doscientos pasos. Cuando terminamos, procedimos a conectarlo y nos sentamos a disfrutar de la música. Lo que oíamos parecía de otro mundo. ¡De hecho sonaba más como música de Venus que algo terrenal! La rara discordancia de sonidos era evidencia de que habíamos cometido un error.
Cuidadosamente, volvimos sobre cada paso. Repasamos la gráfica y la lista de verificación con las instrucciones un total de ocho veces. No encontramos ningún error. Al fin, desesperados, decidimos cambiar nuestras funciones. En esta ocasión mi amigo leyó las instrucciones y yo (todo un novato) verifiqué los alambres. Aproximadamente a la altura del paso número 134 encontré el error. Un alambre había quedado soldado a la terminal equivocada. ¿Qué sucedió? Mi amigo el experto cometió un error la primera vez. Cometió el mismo error ocho veces más. Lo más probable es que su perspectiva equivocada le cegó al error una y otra vez.
Esta es la forma en que con frecuencia nos acercamos a la Escritura. Esta es una razón por la cual debemos mitigar nuestro ardor al criticar la Escritura, permitiendo que la Escritura nos critique a nosotros: necesitamos darnos cuenta de que la perspectiva que le damos a la Palabra bien podría ser una distorsión de la verdad.
Estoy convencido de que el problema de la influencia de la mentalidad secular del siglo XX es un obstáculo mucho más tremendo para la interpretación bíblica exacta que el problema del condicionamiento de la cultura antigua. Esta es una de las razones básicas por la cual los reformadores trataban de acercarse a la exégesis en términos del ideal de la tabula rasa. Se esperaba que el intérprete se esforzara lo más posible por leer objetivamente el texto a través del método gramático-histórico. A pesar de que las influencias subjetivas siempre presentan un peligro de distorsión, se esperaba que el estudiante de la Biblia utilizara toda salvaguarda posible en la búsqueda del ideal, escuchando el mensaje de la Escritura sin mezclar sus propios prejuicios.
En años recientes nuevas formas de interpretación bíblica compiten por ser reconocidas. Uno de los enfoques más significativos es el “método existencial”. El método existencial se ha separado abruptamente del método clásico por medio de una nueva hermenéutica. Bultmann, por ejemplo, no sólo afirma que el planteamiento de la tabula rasa es inalcanzable sino que insiste en que es indeseable. Debido a que la Biblia fue escrita en una era precientífica y es sustancialmente el resultado de una influencia formativa de la situación en que se encontraba la comunidad cristiana primitiva, debe ser modernizada antes de que nos afecte. Bultmann demanda un “entendimiento previo” necesario antes de llegar al texto. Si el hombre moderno espera obtener respuestas válidas a sus preguntas acerca de la Biblia, primeramente deherá venir a la Biblia con las preguntas adecuadas. Esas preguntas solamente pueden venir a través de un entendimiento filosófico adecuado de la existencia humana. Sin embargo, tal entendimiento no debe ser extraído de la Escritura, sino que debe ser formulado antes de acercarse a ella.
Aquí la mentalidad del siglo XX flagrantemente condiciona y constriñe los textos del primer siglo (Bultmann encuentra su propio entendimiento anterior, dentro del mismo sistema de filosofía existencial o fenomenológico de Martín Heidegger.) El resultado neto es un método que avanza inexorablemente hacia una Biblia subjetiva apartada de su propia historia. Aquí el mensaje del primer siglo es tragado y absorbido por la mentalidad del siglo XX.
Aunque los intérpretes de la Biblia pudiesen llegar a un método de exégesis e incluso pudiesen estar de acuerdo con la exégesis misma, aún nos quedan las preguntas en cuanto a la aplicabilidad y la obligación impuesta por el texto. Si estamos de acuerdo en que la Biblia es inspirada por Dios y no meramente el producto de autores precientíficos, aun debemos afrontar las preguntas de su aplicación. ¿Puede aplicarse a nosotros hoy lo que la Biblia le ordena a los cristianos del primer siglo? ¿En qué sentido las Escrituras hoy en día tienen autoridad sobre nuestra conciencia?


El principio y la costumbre
En muchos círculos hoy en día el tema de discusión es el principio y la costumbre. A no ser que concluyamos que toda la Escritura es princìpio y por tanto obliga a personas de cualquier edad, o que toda la Escritura es costumbre local sin más aplicación que su contexto histórico inmediato nos veremos forzados a establecer alguna categoría y guías para discernir la diferencia.
Para ilustrar el problema veamos lo que sucede cuando afirmamos que toda la Escritura es principio y nada es un mero reflejo de la costumbre local. Si este es el caso, entonces deberán llevarse a cabo algunos cambios radicales en el evangelismo si vamos a ser obedientes a la Escritura. Jesús dice: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino” (Lc. 10:4). Si convertimos este texto en un principio transcultural, ¡entonces es hora de que Billy Graham empiece a predicar descalzo! Obviamente, lo principal de este texto no es el establecer un requisito perenne de evangelizar con los pies desnudos.
Sin embargo, otros asuntos no son tan obvios. Por ejemplo, los cristianos siguen divididos con respecto al rito del lavamiento de los pies. ¿Es este un mandato perpetuo para la iglesia de todos los tiempos o una costumbre local que ilustra un principio de servilismo humilde? ¿Permanece el principio y se desvanece la costumbre en una cultura calzada? ¿O permanece la costumbre con el principio sin tomar en cuenta el calzado?
Para ver la complejidad del dilema, examinemos el famoso pasaje de 1 Corintios 11 en cuanto a cubrirse la cabeza. Una versión en inglés traduce que a la mujer se le exige cubrirse la cabeza con un velo cuando profetiza. Al aplicar este mandato a nuestra cultura nos enfrentamos a cuatro opciones distintas:
1. Es enteramente costumbre. Todo el pasaje refleja una costumbre cultural que no tiene aplicabilidad hoy en día. El velo es una costumbre local; la cabeza descubierta refleja un signo de prostitución. El símbolo de la mujer subordinada al hombre es una costumbre judía que está pasada de moda a la luz de la enseñanza general del Nuevo Testamento. Ya que vivimos en una cultura diferente, deja de ser necesario para la mujer el cubrirse la cabeza con un velo; ya no es necesario que la mujer se cubra la cabeza con ninguna cosa; ya no es necesario que la mujer se someta a un hombre.
2. Es totalmente principio. En este caso todo el pasaje se considera como principio culturalmente trascendente. Esto significaría en la práctica que (a) la mujer debe ser sumisa al hombre durante la oración; (b) la mujer debe demostrar siempre esa sumisión cubriéndose la cabeza; (c) la mujer debe cubrirse la cabeza con un velo como el único símbolo apropiado.
3. Es parcialmente principio / parcialmente costumbre (opción A). En este acercamiento, una parte del pasaje se considera principio y por lo tanto obliga a todas las generaciones y, otra parte es vista como costumbre que ya no obliga. El principio de la sumisión femenina es transcultural, pero los medios para expresarlo (cubriéndose la cabeza con un velo) es costumbre y puede ser cambiada.
4. Es parcialmente principio (opción B). En esta última opción el principio de la sumisión femenina y el acto simbólico de cubrirse la cabeza deben ser perpetuos. El objeto para cubrirse puede variar de una cultura a otra. El velo puede ser reemplazado por una pañoleta o sombrero.
¿Cuál de estas alternativas agradaría más a Dios? Realmente desconozco la respuesta decisiva a esta pregunta. Preguntas como esta suelen ser exageradamente complejas y no se prestan a soluciones simplistas. No obstante, una cosa está clara. Necesitamos alguna clase de guías prácticas que nos ayuden a desenredar estos problemas. Estas preguntas frecuentemente requieren algún tipo de decisión activa y no pueden dejarse a un lado esperando que las futuras generaciones las resuelvan. Las siguientes guías prácticas podrán ayudarnos.


Guías prácticas

1. Examine la Biblia misma buscando aparentes áreas de costumbre. Escudriñando cuidadosamente las Escrituras podremos ver que muestran cierta latitud de costumbre. Por ejemplo, los principios divinos de la cultura del Antiguo Testamento son expuestos en forma modificada en el Nuevo Testamento, vemos que el núcleo común del principio supera la costumbre, cultura y convenio social. Al mismo tiempo, vemos algunos principios del Antiguo Testamento (tales como las leyes dietéticas del Pentateuco) revocados en el Nuevo Testamento. Esto no significa que las leyes dietéticas del Antiguo Testamento eran meramente asuntos de costumbre judía. Pero observamos una diferencia en la situación histórico-redentora en la cual Cristo abroga la ley antigua. Lo que debemos tener cuidado en observar es que ni la idea de traspasar todos los principios del Antiguo al Nuevo Testamento ni la de no guardar ninguno de ellos pueden ser justificadas por la Biblia misma.
¿Qué tipo de costumbres son capaces de adaptación cultural? El lenguaje es un factor obvio de fluidez cultural. Las leyes del Antiguo Testamento pudieron ser traducidas del hebreo al griego. Este asunto nos da cuando menos una pista de la naturaleza variable de la comunicación. Es decir, el lenguaje es un aspecto cultural abierto al cambio; no que el contenido de la Biblia pueda ser alterado lingüísticamente, sino que el evangelio puede ser predicado tanto en español como en griego.
Segundo, vemos que las modas en el vestir en el Antiguo Testamento no quedan perpetuamente fijadas para los hijos de Dios. Los principios de la modestia prevalecen, pero los estilos locales en cuanto a la ropa pueden cambiar. El Antiguo Testamento no establece un uniforme devoto que deba ser usado por los creyentes de todas las épocas. Otras diferencias culturales normales, tales como los sistemas monetarios, están claramente abiertos al cambio. Los cristianos no están obligados a utilizar denarios en vez del dólar u otra moneda.
Estos análisis en cuanto a estilos culturales de expresión pueden ser sencillos con respecto a la moda y el dinero, pero los asuntos de instituciones culturales resultan más difíciles. Por ejemplo, la esclavitud ha sido introducida con frecuencia en las controversias modernas con respecto a la obediencia civil, así como en debates relacionados con las estructuras de autoridad marital. En el mismo contexto en que Pablo pide a las mujeres que sean sumisas a sus maridos, les pide a los esclavos que sean sumisos a sus patronos. Algunos han alegado que ya que las semillas de la abolición de la esclavitud están sembradas en el Nuevo Testamento, asimismo lo están las semillas de la abolición de la subordinación femenina. De acuerdo con esta línea de razonamiento, ambas representan estructuras institucionales que están culturalmente condicionadas.
Aquí debemos tener cuidado de distinguir entre instituciones que la Biblia meramente reconoce como existentes, tales como “las autoridades que hay” (Ro. 13:1, VRV), y aquellas que la Biblia instituye positivamente, respalda, y ordena. El principio de la sumisión a las estructuras autoritarias existentes (tales como el gobierno romano) no conllevan una implicación necesaria de que Dios apruebe esas estructuras sino que meramente hace un llamado a la humildad y a la obediencia civil. Dios, en su máxima providencia secreta, puede ordenar que haya un César Augusto sin apoyar al César como un modelo de virtud cristiana. Aun así, la institución de las estructuras y los patrones de autoridad del matrimonio se dan en el contexto de institución positiva y respaldo en ambos Testamentos. El situar las estructuras bíblicas del hogar al mismo nivel de la cuestión de la esclavitud es oscurecer las muchas diferencias que existen entre ambos. Es decir, las Escrituras proporcionan una base para el comportamiento cristiano en medio de situaciones opresivas o perversas, así como las estructuras ordenadas que reflejan los buenos designios de la creación.
2. Considere las distinciones cristianas del primer siglo. Una cosa es buscar un entendimiento más lúcido del contenido bíblico investigando la situación cultural del primer siglo; otra es interpretar el Nuevo Testamento como si se tratara meramente de un eco de la cultura del primer siglo. Hacer esto sería no dar razón del serio conflicto que experimentó la iglesia cuando se enfrentó al mundo del primer siglo. Los cristianos no fueron arrojados a los leones por su inclinación a la conformidad.
Algunas formas muy sutiles de relativizar el texto ocurren cuando leemos en él consideraciones culturales que no deberían estar allí. Por ejemplo, con respecto al asunto de cubrirse la cabeza en Corinto, numerosos comentaristas de la epístola señalan que un símbolo local de la prostituta en Corinto era el descubrirse la cabeza. Por tanto, el argumento postula la razón por la que Pablo quería que las mujeres se cubriesen la cabeza: era para evitar una apariencia escandalosa en la mujer cristiana con una semejanza externa a la de las prostitutas.
¿Qué sucede con este tipo de especulación? Aquí el problema básico es que nuestro conocimiento reconstruido en cuanto al Corinto del primer siglo nos ha llevado a suministrarle a Pablo una razón fundamental ajena a la que él da. En otras palabras, no solamente estamos poniendo palabras en la boca del apóstol sino además ignorando las palabras que estaban allí. Si Pablo simplemente les dijo a las mujeres de Corinto que se cubriesen la cabeza sin darles una razón por la que ordenaba esto, nos veríamos fuertemente inclinados a proporcionarla con nuestro conocimiento cultural. Sin embargo, en este caso Pablo proporciona un motivo, el cual se basa en una apelación a la creación, no a la costumbre de las rameras corintias. Debemos tener cuidado y no permitir que nuestro celo por el conocimiento de la cultura oscurezca lo que realmente fue dicho. El sujetar la razón declarada por Pablo bajo nuestra razón concebida especulativamente es calumniar al apóstol y convertir la exégesis en eiségesis.
3. Las ordenanzas de la creación son indicadores del principio transcultural. Si hay principios bíblicos que traspasan los límites de la costumbre local, son las apelaciones derivadas de la creación. Las apelaciones a las ordenanzas de la creación reflejan estipulaciones, un pacto que Dios hace con el hombre como hombre. Las leyes de la creación no le son dadas al hombre como hebreo o como cristiano o como corintio sino que están arraigadas en la responsabilidad humana básica hacia Dios. El relegar los principios de la creación a costumbres locales es la peor clase de relativización y deshistorización del contenido bíblico. Pero es precisamente en este punto en el que muchos eruditos han relativizado los principios de la Escritura. Aquí vemos el método existencial operando de la manera más abierta.
Para ilustrar la importancia de las ordenanzas de la creación podemos examinar el trato que Jesús le da al divorcio. Cuando los fariseos tentaron a Jesús preguntándole si el divorcio era legal bajo alguna circunstancia, Jesús respondió citando la ordenanza de la creación del matrimonio: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará …? Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt. 19:4–6).
Si reconstruimos la situación de esta narración es fácil ver que la prueba de los fariseos era hacer que Jesús diera su opinión sobre un tema que dividía rigurosamente las escuelas rabínicas de Shammai e Hillel. En lugar de ponerse completamente de parte de uno, Jesús retrollevó el asunto a la creación para poner en perspectiva las normas del matrimonio. Es cierto que reconoció la modificación mosaica de la ley de la creación, pero rehusó debilitar más la norma cediendo a la presión del público o a las opiniones culturales de sus contemporáneos. La conclusión es que las ordenanzas de la creación son normativas a no ser que hayan sido modificadas explícitamente por revelación bíblica posterior.
4. En áreas de incertidumbre utilice el principio de la humildad. ¿Qué sucede si, tras una consideración cuidadosa de un mandato bíblico, seguimos dudando de su carácter como principio o costumbre? Si debemos decidirnos a tratarlo en una forma u otra pero no tenemos medios conclusivos para tomar la decisión, ¿qué podemos hacer? Aquí el principio bíblico de la humildad puede ser útil. El asunto es sencillo. ¿Sería mejor tratar una posible costumbre como un principio y pecar de ser excesivamente escrupulosos en nuestro propósito de obedecer a Dios? ¿O sería mejor tratar un posible principio como una costumbre y ser culpables de tener pocos escrúpulos degradando un requisito de Dios trascendente al nivel de un mero convenio humano? Espero que la respuesta sea obvia.
Si el principio de la humildad se aísla de otras guías mencionadas podría ser fácilmente interpretado como pretexto para el legalismo. No tenemos derecho a legislar las conciencias de los cristianos cuando Dios las ha dejado libres. No puede ser aplicado en forma absoluta donde la Escritura guarda silencio. El principio se aplica donde tenemos mandatos bíblicos cuya naturaleza queda incierta (como con las costumbres y los principios) cuando ya toda la ardua labor de la exégesis ha sido agotada.
Tomar un atajo en este asunto por medio de una escrupulosidad general oscurecería la diferencia entre la costumbre y el principio. Esta es una guía que se utiliza como último recurso y sería destructiva si se aplicara de entrada.
El problema del condicionamiento cultural es un problema real. Las barreras de tiempo, lugar, y lenguaje con frecuencia dificultan la comunicación. Con todo, las barreras de la cultura no son tan severas que nos conduzcan al escepticismo o la desesperanza de entender la Palabra de Dios. Es reconfortante saber que este libro realmente manifiesta una facultad peculiar para hablar a nuestras más profundas necesidades y comunicar el evangelio en forma efectiva a personas de todas las épocas, lugares, y costumbres. El obstáculo de la cultura no puede anular el poder de esta Palabra.









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Pasos a seguir en el estudio bíblico


Usualmente se reconoce que la observación, la interpretación y la aplicación representan tres pasos básicos en el estudio de la Biblia. La observación tiene que ver con notar las características de un libro de la Biblia, una sección, un párafo o un versículo. Los maestros comunmente dicen que la observación responde a la pregunta ¿Qué es lo que veo? Es decir, en este paso se esfuerza uno por examinar el texto bíblico detenida y comprensivamente a fin de reunir la información que ha de ser interpretada. De la misma manera, los que enseñan la Biblia reconocen que el próximo paso, la interpretación responde a la pregunta ¿qué significa? Para llegar a entender el sentido del texto bíblico uno hace preguntas interpretativas que ayudan a reconocer el significado de lo que hemos visto en el primer paso. Por fin cuando hemos interpretado el texto bíblico con precisión nos queda la tarea de aplicar los principios bíblicos que se hallan allí. La aplicación representa la meta del estudio de la Biblia y responde a la pregunta ¿qué debo hacer? Dios desea que hagamos lo que dice Su Palabra y no sólo que la entendamos.
Cada paso en el proceso edifica sobre el anterior. Para obedecer las Escrituras debemos comprenderlas. Y resulta imposible comprender sin primero reconocer la información que debemos entender. La buena interpretación se basa en observaciones precisas y resulta en y la aplicación edificativa de los principios bíblicos. Interesantemente estos pasos se usan en otras áreas de la vida. Por ejemplo, los doctores los utilizan cuando tratan con un paciente. ¿Qué pensaría de un médico que le recete medicinas sin primero hacerle un examen para determinar de que sufre usted? El doctor bueno primero examina cuidadosamente al paciente notando los síntomas y la condición del paciente. También hace varias pruebas. Esto corresponde al paso de observación. Después de reunir toda la información el médico la interpreta cuidadosamente hasta llegar a una conclusión. El paso de comprender lo que se ha observado representa la interpretación. Es sólo después de estos dos pasos que él entonces receta la medicina u ordena el tratamiento necesario. El comenzar con el último paso pudiera resultar en consecuencias graves. De la misma manera debemos realizar el estudio de la Biblia siguiendo los pasos en su órden debido y cuidadosamente. Así podremos facilitar la interpretación sana de las Escrituras.


La importancia de leer un libro por completo

El paso de la interpretación debe comenzar con la lectura de un libro completo de la Biblia sin interrupción. A primera vista parece ser un requisito difícil. Sin embargo es absolutamente esencial si vamos a comprender la Palabra de Dios. Además resultará ser una experiencia agradable (aunque requiere esfuerzo) ya que tal vez por primera vez usted comprenderá la Biblia como nunca antes. Qué tal si tres amigos suyos le envían a usted una carta cada uno. Piense que ocurriría si usted habre la primera carta y sólo lee las primeras cuatro líneas. Entonces toma la segunda carta y decide unicamente leer la conclusión de la misma. Al fin. habre la tercera carta y lee la porción en el medio sin considerar ni el principio ni el final. ¿Qué carta va a comprender? La respuesta debe ser obvia. ¡Ninguna de las tres! Sin embargo la mayoría de nosotros leemos la Biblia de la misma manera. Leemos unas pocos versículos por aquí y un capítulo o dos por allá. No nos debe sorprender que no entendamos las Escrituras. De la misma manera si deseamos ver alguna película cristiana o escuchar algún predicador favorito a todos nos gusta llegar al principio y escuchar o mirar sin interrupción hasta el final. Es la única manera de no perder el hilo. No hay otra opción.
Hay un sinnúmero de interpretaciones equivocadas que existen sencillamente por no tomar este paso esencial en la observación. Como ejemplo una vez escuché a un pastor predicar sobre el primer capítulo del libro del profeta Jonás en el Antiguo Testamento. Dios había ordenado a Jonás a ir a Nínive, ciudad de los asirios, enemigos de Israel reconocidos por su crueldad e idolatría. El predicador explicó que Jonás huyó a Tarsis, otro sitio al que Dios no le había enviado porque temía morir en Níneve a mano de los ninivitas feroces. Pero el pastor se equivocó. Cuando leemos el libro por completo aprendemos que Jonás no temía la muerte. Al contrario deseaba morir. No descubrimos hasta el último capítulo del libro la razón por la cual Jonás no quería ir a Nínive: él sabía que Dios en Su misericordia iba a salvar a los ninivitas. Sin embargo, Jonás quería que Dios los juzgara. Resultó estar tan molesto con las acciones misericordiosas del Señor que aun pide que Dios le quite su vida. Más bién que temer la muerte, Jonás prefería morir al ver que Dios le mostrara a los ninivitas Su misericordia. Si el pastor hubiera llegado hasta el último capítulo del libro de Jonás hubiera comprendido correctamente el primero. Nosotros podemos equivocarnos al igual que él.
Para poder cumplir con este paso debemos comenzar con un libro relativamente pequeño o uno que usted pueda completar sin interrupción. Se ha dicho que muchos libros de la Biblia caben la primera página de un diario o un períodico cualquiera. Rut, Ester, Jonás y Malaquías son libros relativamente cortos en el Antiguo Testamento y Tito, Santiago, Efesios, y Filemón del Nuevo Testamento se pueden leer facilmente. Vaya a algún sitio donde no tenga interrupciones de teléfonos o amigos que vengan a visitar. ¡Usted tal vez se maraville de las distracciones que surgen cuando tratamos de acercarnos al Señor por medio de Su Palabra! Por Fin, ore y comienze con el primer versículo del primer capítulo hasta llegar a la última línea del libro. Si usted tiene una Biblia de estudio con notas explicativas no interrumpa su lectura para leerlas. Mantenga su atención sobre el texto de la Biblia y reconozca que no todo lo que los eruditos escriben es confiable ni representa necesariamente la interpretación correcta de un pasaje. También debe llevar consigo un cuaderno para escribir observaciones que descubre o ideas que se le ocurran, pero no deje de leer. Siga adelante hasta lograr terminar el libro. Al final verá que bien se sentirá y cuanto más ha comprendido de la Biblia. Hay estudiantes de la Biblia que se leen los libros de la Biblia por completo varias veces antes de comenzar a estudiar de manera más detallada. Esto también lo recomendamos. Sin embargo lo mínimo que debe hacer es leerlo por completo una vez. Cuando haya completado este paso puede pasar al próximo paso en el proceso de la observación.


La ayuda que prestan las preguntas

Por años se ha reconocido que las preguntas representan algunos de nuestros mejores amigos en la tarea del aprendizaje. Hay ocho preguntas en particular que nos ayudan a examinar el texto bíblico que estamos estudiando y que a la vez dirigen el proceso de la observación. Por medio de dichas preguntas podemos ver detalles en el texto que de otra manera tal vez no notaríamos. Las ocho preguntas son: ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Qué?, ¿Cuándo?, ¿Hasta qué medida?, ¿Dónde?, ¿Por qué?, y ¿Cuánto? Después que practiquemos la interpretación de la Biblia por un tiempo estas preguntas llegarán a formar parte del proceso natural de nuestra investigación del texto bíblico. Sin embargo, al principio es buena idea tener una lista de ellas a mano a fin de que puedan guiarnos en nuestra observación de los libros que estamos estudiando. También debemos recordar que en este paso estamos tratando de examinar la Biblia sin prejuicios e ideas preconcebidas. La meta de la observación es descubrir lo que el texto dice en realidad antes de tratar de interpretarlo. Es decir nos acercamos a las Escrituras con una mente abierta y un corazón dispuesto a descubrir lo que la Biblia dice.
Para ver cómo estas preguntas nos ayudan en la interpretación miremos al siguiente texto a la luz de las mismas: Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (Romanos 4:4–5)
¿Quién?: El texto habla de aquel que obra, de aquel que no obra sino cree, de Aquel que justifica, y del impío.
¿Cómo?: La justificación no viene por obras, sino por fe a quien cree. El salario llega no como regalo, sino como deuda al que obra. La justificación llega como regalo al pecador que cree en Aquel que justifica al impío.
¿Qué?: El texto habla de un salario, del obrar, de la justificación del impío, y de la fe.
¿Cuándo?: Cuando “el que no obra” cree, en ese momento su fe es contada por justicia. Cuando el que obra trabaja, debe recibir su salario.
¿Hasta que medida?: La justicia es perfecta ya que Dios es quien la otorga. Por lo tanto, dicha justicia que Dios da es completa. La persona que cree es justificada por completo al creer. Este punto se acerca más a la interpretación que a la observación. Sin embargo, el texto aclara que Dios otorga la justicia por medio de la fe, sin mirar las obras. Estas tienen que incluir obras hechas ya sea antes, durante, o después de la fe. Si la justicia llegará a base de obras hechas antes de creer, entonces Dios no pudiera contar la fe por justicia. Tendría que contar o las obras o una mezcla de estas con la fe a fin de poder justificar al impío. Sin embargo, el texto hace un contraste definido entre el salario merecido por obras y la gracia inmerecida sin obras. Las palabras no permiten una mezcla de fe y obras. De la misma manera, si fuera a base de obras que ocurren simultáneas con la fe, esto también niega la afirmación del versículo cuatro. Al igual, si Dios justifica al impío a base de las obras subsiguientes a la fe, tampoco pudiera Dios contar sólo la fe del impío por justicia. La justicia de nuevo estaría basada en una mezcla de fe y obras. En cualquiera de los tres casos, la fe no sería suficiente para la justificación del impío. Pero el texto dice “su fe le es contada por justicia”.
¿Dónde?: Estos versículos no responden directamente a esta pregunta. Sin embargo la implicación es que donde quiera que alguien trabaja su salario no es un regalo sino algo merecido por el cual obró. De la misma manera el texto implica que en cualquier lugar en el cual el impío cree en Aquel que lo justifica, recibirá la justicia. Sin embargo, el texto no habla de un lugar en sí. Más bién habla de verdades aplicables universalmente.
¿Por qué?: La respuesta a esta pregunta se encuentra en parte en el versículo dos del mismo capítulo donde dice: “Porque si Abrahám fue justificado por las obras, tiene de que gloriarse, pero no para con Dios” Es decir, la respuesta incluye la realidad que la justicia por fe remueve cualquier motivo para gloriarse delante de Dios. Ya que la justicia es inmerecida, no hay ocasión para la jactancia de parte de la persona justificada. Dios merece toda la gloria.
¿Cuánto?: Todo el salario del que obra se le cuenta como deuda. De la misma manera, nada de la justificación del impío llega a base de las obras. Toda su justicia es a base de la fe. (En otra porción de la epístola a los Romanos [capítulo tres] aprendemos qué Dios nos puede ofrecer la justificación gratuitamente a base de la obra sacrificial de Jesucristo en la cruz. Alguien tuvo que pagar el precio por nuestra salvación. La Biblia claramente expresa que dicho pago lo hizo Jesús una vez para siempre en el cruz del Calvario. Cualquier intención de agregarle a ese sacrificio perfecto es implicar que tenemos que suplementar Su obra con las nuestras y que lo que Jesucristo hizo no fue suficiente para salvarnos.)
Por lo tanto podemos ver cómo es que estas ocho preguntas nos ayudan a poder interpretar la Biblia. Sin embargo, estas observaciones no nos dan la interpretación completa del pasaje. Aunque ya hemos interpretado un poco, ahora comenzamos a interpretar en serio. Para realizar este paso procedemos con preguntas adicionales. Dichas preguntas no intentan descubrir lo que contiene un pasaje sino más bien determinar el significado de la información contenida allí. Por lo tanto son preguntas interpretativas que enfatizan más el por qué de la información que vemos en los textos bíblicos más que dicha información en sí. Estas preguntas surgen a medida que examinamos el texto. Por esto es bueno tener un cuaderno a mano en el cual anotamos tanto nuestras observaciones como también estas preguntas que nos ayudarán a enfocar más en la interpretación.


El papel de las preguntas interpretativas

El buen estudiante de la Biblia, al igual que el detective eficaz sabe hacer preguntas, y hace bastantes. Estas preguntas le ayudan a determinar qué recursos adicionales necesita saber o qué información adicional necesita adquirir a fin de descubrir la interpretación correcta de un pasaje. Si tomamos el mismo pasaje que examinamos anteriormente (junto con el contexto más amplio de la epístola de Pablo a los Romanos) pudieramos hacer las siguientes preguntas:

  ¿Quién es “Aquel que justifica al impío”?
 
  ¿Qué significa ser justificado?
 
  ¿Cómo es posible que la fe sea contada por justicia sin tener que hacer obras?
 
  ¿Qué tiene que ver este pasaje con los trabajos y los salarios?
 


Y así pudieramos hacer muchas preguntas. La calidad y cantidad de nuestras observaciones nos ayudarán a responder a ellas. Las respuestas a estas preguntas merecen que reflexionemos antes de contestarlas. Para poder alcanzar las respuestas debemos leer la epístola completa (preferiblemente varias veces) y usar todos los recursos posibles con la excepción de uno. En este paso del proceso no debemos utilizar comentarios acerca de la Biblia o pedirle ayuda al pastor. Recuerde que es deseable llegar al texto bíblico con la mente abierta. Si comenzamos desde el principio a buscar opiniones de otros esto arruina el proceso del estudio personal. Después de haber llegado a algunas conclusiones e interpretaciones, sí debemos consultar los comentarios bíblicos siempre tomando en cuenta que no son inerrantes en sus respuestas. Es muy posible que usted tenga una interpretación mejor que algún erudito. De cualquier modo usted ya ha trabajado con el texto biblico de manera directa, y así estará en mejor posición para evaluar lo que otros piensan. Por tanto debemos hacer la mayor cantidad de trabajo en el estudio personal y dejar los comentarios hasta los últimos pasos en la interpretación de un pasaje. Ahora, aunque los comentarios acerca de la Biblia se utilizan al final del proceso interpretativo hay otros recursos que sí debemos usar antes que nos ayudan con la observación y la interpretación.


Recursos adicionales para el estudio de la Biblia

Los recursos más sencillos en el estudio de las Sagradas Escrituras son un cuaderno, un lapiz o bolígrafo, una Biblia (preferiblemente sin notas), un corazón y una mente abiertos al Señor y Su Palabra y el tiempo necesario para estudiar. No debemos utilizar una Biblia que sea un paráfrasis (como la Biblia al día) o alguna versión popularizada (como Dios habla hoy). La razón es que estas versiones son más interpretativas que otras y nosotros queremos ejercer el privilegio y la responsabilidad de la interpretación privada de la cual se habla en el capítulo 2. Por lo tanto la versión Reina Valera 1960 o 1995, la Antigua versión, y La Biblia de las Américas representan las mejores opciones para el estudio personal de la Biblia. También se puede utilizar la Nueva versión internacional aunque esta Biblia es más interpretativa que las otras y por lo tanto es menos preferible. Ya que tengamos nuestra Biblia, nuestro cuaderno, bolígrafo o lápiz, y el corazón y la mente preparados con la oración debemos tener suficiente tiempo para estudiar y reflexionar sobre el texto bíblico. A medida que hagamos esto nos vamos a dar cuenta que hay tres recursos más que necesitamos a fin de sacar el mayor provecho de nuestros estudios: una concordancia, un atlas bíblico, y un diccionario de la Biblia.
La concordancia es una herramienta que nos ayuda a encontrar palabras o frases específicas en la Biblia. Una concordancia exhaustiva contiene todas las palabras que aparecen en dada versión de la Biblia. Es decir, una concordancia de la versión Reina Valera por ejemplo, sirve para ayudarnos con dicha traducción pero no necesariamente nos ayuda con La Biblia de las Américas ya que son diferentes. La concordancia nos ayuda a comprender cómo un autor utiliza algún vocabulario específico en la Biblia. Es importante reconocer que la misma palabra puede tener un significado diferente en diferentes libros de la Biblia. Es igual en nuestro idioma popular. Si un chileno utiliza la palabra guagua es probable que está haciendo referencia a un bebé. Sin embargo, cuando un cubano dice guagua está hablando de un autobús. Si un chileno la habla a un cubano acerca de cambiarle los pañales a una guagua deben clarificar de qué se trata la conversación. Lo mismo ocurre en la Biblia. Cómo aprendimos en el capítulo cuatro la palabra salvación no solo significa el ser rescatado del infierno sino que puede señalar el ser librado de otros peligros. Por lo tanto debemos leer un libro por completo y considerar el contexto con cuidado para determinar el significado preciso en dado contexto. La epístola de Pablo a los Filipenses usa la palabra salvación en tres sentidos diferentes. Tengamos cuidado de no equivocarnos por confundir un sentido con otro aunque sea la misma palabra.
Por otro lado a veces los traductores traducen palabras que son diferentes en los idiomas originales de las Escrituras con la misma palabra en castellano. Como ejemplo hay dos palabras griegas diferentes que se traducen con el verbo “dormir”. Sin embargo, la palabra dormir se utiliza en tres maneras diferentes en las Escrituras: hace referencia al sueño físico, a la muerte de un cristiano, y al estar “dormido” moralmente. Esto es significativo porque en 1 Tesalonicenses por ejemplo, la palabra dormir se utiliza en dos de estos sentidos. En el 4:14 Pablo dice “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él”. Aquí Pablo hace referencia a cristianos que han muerto y el contexto aclara el significado cuando dice “y los muertos en Cristo resucitarán primero” (4:16). Sin embargo, en el capítulo cinco Pablo usa una palabra diferente que también se traduce dormir. Allí Pablo escribe: “Por lo tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (5:6–10). Queda en claro cuando consideramos el contexto que cuando Pablo dice “no durmamos como los demás” no está diciendo “no muramos como los demás”. La advertencia tiene que ver con el lapso moral y no con la muerte física. Esto se hace aun más aparente cuando observamos que Jesús “murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él”. El contraste no es entre vivir y morir sino entre velar, es decir vivir en obediencia y dormer, estar en desobediencia. Una buena concordancia muestra cual de las palabras que se traducen dormir se ha usado en dado contexto. Para asegurar que nuestro estudio resulte bien debemos seguir los siguientes pasos: En primer lugar debemos determinar la palabra precisa que deseamos estudiar, examinarla en su contexto inmediato, y hallarla en la concordancia (asegurándonos de buscar el término que representa la palabra en su idioma original. Esto garantiza que estamos estudiando la misma palabra y no diferentes palabras que son traducidas por el mismo término en castellano. En segundo lugar buscamos la misma palabra en el mismo libro de la Biblia que estamos estudiando. Esto es necesario porque a veces una palabra tiene un sentido técnico en un libro y otro diferente en otra parte de la Biblia. También se debe hacer porque a veces la misma palabra también se utiliza en diferentes sentidos en el mismo libro. Si queremos hacer un estudio más profundo entonces averiguamos cómo el mismo autor utiliza la palabra en otros de sus libros. Por ejemplo es interesante hacer un estudio de cómo Pablo usa la palabra “ira” en sus escritos. Además, averiguamos cómo otros autores bíblicos utilizan la misma palabra en otro de sus libros. Si hacemos bien el estudio descubriremos el significado de la palabra en su contexto inmediato (el uso más determinativo), la manera en la cual el autor la utiliza en su libro, la forma en qué la usa en todos sus escritos, y la manera en la cuál difiere de cómo otros escritores bíblicos la utilizan. La concordancia nos facilita en hacer estas tareas.
Otras ayudas necesarias son el atlas, los diccionarios bíblicos y los comentarios. Los diccionarios nos ayudan con información histórica, agrícola, política y del mundo de la naturaleza. Por ejemplo, si queremos saber en qué clase de casa o habitación vivían las personas en los tiempos de Jesús un buen diccionario bíblico nos daría esa información. Si queremos averiguar para qué se utilizaba el aposento alto en un hogar también pudiéramos descubrir algo acerca de esto. Por otro lado si deseamos saber dónde queda Capernaúm y dónde está Jerusalén necesitamos tener un atlas bíblico que nos dé esta información. También necesitamos ayuda para determinar cómo cambiaron los territorios en la Tierra Santa en los tiempos de Abraham por ejemplo comparados con la época de Pablo y la iglesia primitiva. Es interesante por ejemplo buscar a Nínive en un mapa de las tierras bíblicas a fin de saber dónde pudiera haber sido que el pez echó a Jonás de nuevo a tierra. Los diccionarios y los atlases bíblicos nos dan mucha información que nos ayuda en los pasos de observación e interpretación. Pero como ya hemos mencionado, los comentarios se utilizan después de que usted haya hecho la mayor cantidad de estudio usando los recursos descritos arriba. Es bueno considerar a los comentarios como compañeros con los cuales discutimos nuestras conclusiones después de haber nosotros hecho nuestros propios estudios en un libro de la Biblia. Consultamos los comentarios para comparar nuestros descubrimientos con aquellos de otros estudiantes. En el uso de los comentarios debemos evitar tres errores. Por un lado tenemos el error de depender tanto de los comentarios que no hacemos nuestro propio estudio personal. Por otro lado está el error de pensar que ya que tenemos la Biblia y el Espíritu Santo no necesitamos ni maestros ni comentarios. Debemos reconocer que Dios ha dotado a algunos en la iglesia con dones de enseñanza. El no prestar atención a los buenos maestros es una manera de despreciar los recursos que el Espíritu Santo ha provisto para nuestra edificación. Muchos buenos maestros han escrito sus conocimientos en los comentarios y por tanto debemos usar estos recursos. El tercer error está en pensar que todo lo que está escrito en un comentario bíblico está preciso y libre de error. Dios sólo inspiró los manuscritos originales de la Biblia. Por lo tanto los comentarios no son inerrantes. Sin embargo, pueden ser de gran ayuda si los usamos sabiamente dependiendo sobre todo en el Señor.


Conclusión


Es cierto que tenemos el privilegio y la responsabilidad de la interpretación privada. Para ayudarnos a sacar el mayor provecho de este gran privilegio debemos ser intérpretes sabios. Hay sabiduría en utilizar los principios de interpretación que han sido detallados en los capítulos anteriores. Recordemos que antes de interpretar debemos observar el texto a fin de reunir la información necesaria para la interpretación. También podemos adquirir información adicional en los diccionarios y atlases bíblicos. Además hay ocho preguntas que nos ayudan en el proceso de la observación y estas nos dirigen a preguntas interpretativas acerca de la información que destapamos. Las reglas de la interpretación, la reflexión, y la oración nos ayudan en el proceso de interpretación que le sigue a la observación. Después de haber determinado una interpretación a base de nuestro propio estudio es sabio comparar nuestras conclusiones con la de maestros sabios de la Biblia. Por fin, debemos realizar la meta del estudio de la Biblia: la aplicación o la obediencia a los principios que descubrimos en la Biblia. De esta manera seremos cada vez más como nuestro Señor Jesucristo.
 

La Interpretación Bíblica: Reglas que deben seguirse

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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Reglas prácticas para la interpretación bíblica


En este capítulo intentaremos exponer las reglas prácticas necesarias que considero más fundamentales para la interpretación de la Biblia. Estas reglas se apoyan en los principios expuestos en el capítulo anterior.


      Regla 1:      La Biblia debe leerse como cualquier otro libro

Esta regla es tan importante que encabeza la lista. Es fácil interpretar mal esta regla. Cuando digo que debemos leer la Biblia como leeríamos cualquier otro libro no quiero decir que la Biblia sea como cualquier otro libro en todo sentido. Yo creo que la Biblia es singularmente inspirada e infalible, y esto la coloca en una categoría especial por sí misma. Pero para asuntos de interpretación la Biblia no se reviste de alguna magia especial que cambie sus patrones literarios básicos de interpretación. Esta regla simplemente es la aplicación del principio del sensus literalis. En la Biblia un verbo es un verbo y un nombre común es un nombre común, igual que en cualquier otro libro.

Pero si la Biblia ha de ser interpretada como cualquier otro libro, ¿qué decir de la oración? ¿No deberíamos buscar la ayuda de Dios Espíritu Santo para interpretar el Libro? ¿No es prometida la iluminación divina a este libro en una forma que difiere de otros libros?

Cuando formulamos preguntas acerca de la oración y la iluminación divina, entramos a un terreno en el cual la Biblia es definitivamente diferente de otros libros. Para el beneficio espiritual de aplicar las palabras de la Escritura a nuestras vidas, la oración es enormemente útil. Para iluminar el significado espiritual de un texto el Espíritu Santo es esencialmente importante. Pero para discernir la diferencia entre la narración histórica y la metáfora, la oración no es de gran ayuda a no ser que implique una intensa súplica a Dios para que nos dé mentes claras y corazones puros para vencer nuestros prejuicios. La santificación del corazón es vital para que nuestras mentes sean libres a fin de oír lo que la Palabra nos está diciendo. También debemos orar pidiéndole a Dios que nos ayude a vencer nuestra inclinación a la pereza y que nos haga estudiantes diligentes de la Escritura. Pero las llamaradas místicas no suelen ser de mucha ayuda en el trabajo básico de la exégesis. Peor aun es el llamado método espiritual de la “picada de azar”.

La “picada de azar” se refiere al método de estudio bíblico por el cual una persona ora pidiendo la guía divina y después hace que su Biblia se abra donde sea. Entonces, con sus ojos cerrados, la persona “pica” con su dedo en la página y recibe la respuesta de Dios donde sea que el dedo apunte. Recuerdo a una muchacha cristiana que vino a mí en un estado de éxtasis durante su último año en la universidad. Ella experimentaba las angustias del “pánico del último año”, según se acercaba su graduación sin ninguna perspectiva de matrimonio. Ella había estado pidiéndole a Dios diligentemente un marido y al final recurrió a la picada de azar para encontrar una respuesta de Dios. Con este método su dedo se posó en Zacarías 9:9:

  Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.

Con esta palabra directa de Dios, la muchacha estaba segura de que iba en dirección al altar y que su príncipe venía en camino. Quizás no venía sobre un gran caballo, pero un burro era lo suficientemente parecido.

Esta no es una forma sabia de usar la Biblia. No creo que ni Zacarías ni el Espíritu Santo hayan tenido esto en mente cuando fueron escritas las palabras. Sin embargo, ¡me avergüenzo de decir que aproximadamente una semana después nuestra jovencita empezó a salir con un muchacho con quien se casó pocos meses después! Pienso que esto tenía que ver más con su nueva confianza en sí misma al tratar a los jóvenes, la cual adquirió más por un medio impropio que por la providencia de Dios confirmándole una promesa divina.

      Regla 2:      Lea la Biblia existencialmente

Menciono esta regla en un espíritu de temor y temblor. Esta regla podría ser muy malentendida, y resultar en más dificultad que ayuda. Antes de definir lo que trato de decir, permítaseme definir claramente lo que no intento decir.

No trato de decir que deberíamos utilizar el método “existencial” moderno de interpretar la Escritura, en el cual las palabras de la Escritura son extraídas de su propio contexto histórico para darles un significado subjetivo. Rudolph Bultmann, por ejemplo, apoya un tipo de hermenéutica existencial por medio de la cual busca lo que denomina la revelación “puntillosa”. Aquí la revelación acontece no en el plano de la historia sino en el momento de mi propia decisión personal. Dios me habla en el “hic et nunc” (el aquí y ahora). En este acercamiento, lo que realmente sucedió en la historia no es de primordial importancia. Lo que importa es una “teología sin limitación de tiempo”. Con frecuencia oímos a eruditos de esta escuela decirnos que realmente ni siquiera importa si Jesús vivió o no en la historia. Lo que nos importa ahora es el mensaje. Jesús puede “significar” no una persona en la historia sino un símbolo de “liberación”.

El problema con este punto de vista es que realmente sí nos importa si Jesús vivió, murió, y resucitó en la historia o no. Como discute Pablo en 1 Corintios 15, si Cristo no hubiera resucitado, “vana es nuestra fe”. Sin una verdadera resurrección histórica, quedamos con un salvador muerto y un evangelio sin poder. Las buenas nuevas terminarían con la muerte y no con la vida. De ninguna manera, pues, estoy apoyando el método moderno relativista, subjetivista, y antihistórico de interpretación de los existencialistas. Estoy usando el término existencial en un sentido diferente.
Lo que trato de decir es que según leemos la Biblia deberíamos encontrarnos pasional y personalmente envueltos en lo que leemos. Propongo esto no solamente con el propósito de la aplicación personal del texto sino para entendimiento también. Lo que estoy pidiendo es un tipo de comprensión por medio de la cual tratamos de “introducirnos en la piel” de los personajes acerca de los cuales estamos leyendo.

Mucha de la historia bíblica nos llega por medio de declaraciones exageradamente modestas y de asombrosa brevedad. Considérese la siguiente narración:

  Nadab y Abiu, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dice Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló. (Lv. 10:1–3)

¿Qué está sucediendo aquí? En tres cortos versículos se da cuenta del drama del pecado y la ejecución subsiguiente de los hijos de Aarón. Se dice poco acerca de la reacción de Aarón. Todo lo que leemos es que Moisés interpretó las razones del juicio de Dios y que Aarón, por lo tanto, guardó silencio. ¿Qué estaba pensando Aarón cuando vio a sus hijos aniquilados? ¿Podemos leer un poco entre líneas? Si él fuese como yo, él estaría pensando: “¿Qué está pasando? Vamos, Dios, te he servido durante tanto tiempo, sacrificando mi vida por ti y eliminas a mis hijos por una travesura infantil. No es justo”. Esa sería mi reacción. Pero si reaccionara de tal forma y el Dios santo de Israel me recordara severamente la santidad del altar y la seriedad de la tarea sacerdotal, diciendo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”, yo también me quedaría callado.

Si tratamos de ponernos en la situación de los personajes de la Escritura, podemos llegar a un mejor entendimiento de lo que estamos leyendo. Esta es la práctica de la comprensión: sentir las emociones de los personajes que estamos estudiando. Esta lectura entre líneas podrá no ser considerada como parte de la Escritura misma pero nos ayudará a entender el sabor de lo que está sucediendo.

En el libro Temor y temblor, Sören Kierkegaard especula sobre la narración del sacrificio por Abraham de su hijo Isaac. Se pregunta a sí mismo: ¿Por qué se levantó Abraham temprano en la mañana para sacrificar a su hijo? A esta pregunta él da una serie de posibles respuestas basadas en el texto. Cuando ha terminado, el lector siente que ha estado en el monte Moriah y de vuelta con Abraham. Aquí se capta el drama de la narración. Vale decir que tal especulación no añade nada a la interpretación autoritativa de lo que el texto realmente dice, pero nos da un instrumento para entenderlo. He aquí por qué el “leer entre líneas” es una empresa legítima en la predicación.

El tratamiento dramático que Kierkegaard le da a Abraham fue estimulado por la pregunta, ¿Por qué hizo Abraham lo que hizo? Leyendo la Escritura frecuentemente nos confundimos e incluso nos enfadamos por lo que leemos, particularmente cuando leemos algún ejemplo del juicio severo de Dios. Parece ser que de tiempo en tiempo Dios manda castigos crueles y poco usuales a sus hijos. Muchos de estos problemas pueden aclararse si simplemente nos detenemos y preguntamos calmadamente: ¿Por qué Dios hace esto? o ¿Por qué dice esto la Escritura? Cuando hacemos esto, nos ayudamos a eliminar el prejuicio que por naturaleza tenemos contra Dios.

Cuando me molesto con alguien generalmente me resulta difícil oír lo que está diciendo o entender lo que hace. Cuando estoy enojado tiendo a ver a la persona que es objeto de mi enojo en el peor aspecto posible. Obsérvese cuán frecuentemente hacemos eso con la Escritura. Cada vez que hago una disertación acerca de la elección divina, invariablemente alguien me dice: “¿Quiere usted decir que Dios arbitrariamente nos trata como marionetas?” Me siento ofendido de que alguien pueda llegar a la conclusión de que yo tuviera tal idea de Dios. Yo no lo había dicho, ni mis palabras tenían la intención de implicarlo; sin embargo, la noción de cualquier tipo de soberanía divina parece serle tan repugnante a la gente que la somete al peor juicio posible.

Estamos en presencia de una tendencia humana muy común de la cual todos somos culpables. Tendemos a enfocar las acciones y palabras de otros que nos desagradan a la peor luz posible y a ver nuestros propios defectos desde el mejor ángulo posible. Cuando alguien peca contra mí, respondo como si él fuese todo malicia; cuando yo peco contra él, yo “cometo un error de juicio”. Si estamos por naturaleza en enemistad con Dios, tenemos que cuidarnos de esta inclinación cuando nos acercamos a su Palabra.

A la luz de la controversia actual en cuanto al papel de la mujer en la iglesia, el apóstol Pablo se ha llevado una buena paliza. He leído literatura describiendo a Pablo como un chauvinista, un misógino, y un antifeminista. Algunas personas sienten tanta hostilidad hacia Pablo sobre este asunto que salen gotas de veneno de sus plumas y no pueden oír ni una palabra suya. Usando este método existencial de la comprensión podremos obtener un mejor entendimiento de Pablo el hombre, pero más importante aun, de lo que realmente está diciendo.

Adela Rogers St. John escribe acerca de un personaje ficticio que quería leer las epístolas del Nuevo Testamento por primera vez. Con el fin de experimentar una reacción “virgen” de ellas, quiso que su secretaria mecanografiara cada una de las epístolas, se la dirigieran a él, y se la mandara por correo a su casa. Entonces él leería cada epístola como si hubiese sido escrita para él. Tal es el método de la comprensión.


      Regla 3:      Las narraciones históricas deben ser interpretadas por el método didáctico

Ya hemos examinado las características básicas de la narración histórica. Antes de poder entender esta regla, debemos dar una definición de la forma didáctica. El término didáctico viene de la palabra griega que significa enseñar o instruir. La literatura didáctica es aquella que enseña o explica. Muchos de los escritos de Pablo presentan características didácticas. La relación entre el evangelio y las epístolas ha sido definida con frecuencia simplemente diciendo que tos evangelios registran lo que Jesús hizo y las epístolas interpretan su significado. Tal definición es demasiado simplista, toda vez que los evangelios en muchas porciones enseñan e interpretan a la vez que narran. Pero es cierto que el énfasis de los evangelios está en la crónica de eventos, mientras que las epístolas están más interesadas en interpretar el significado de esos eventos en términos de doctrina, exhortación, y aplicación.

Como que las epístolas son ampliamente interpretativas y vienen después de los evangelios en orden de organización, los reformadores mantenían el principio de que las epístolas deberían interpretar a los evangelios y no los evangelios a las epístolas. Esta regla no es absoluta aunque tiene aplicación práctica. Como norma de interpretación resulta confusa para muchos, ya que los evangelios registran no sólo los actos de Jesús sino también sus enseñanzas. ¿Significa esto que las palabras y enseñanzas de Jesús tienen menos autoridad que las de los apóstoles? Con toda seguridad esa no es la intención del principio. Ni las epístolas ni los evangelios fueron considerados unos con más autoridad que los otros por los reformadores. Más bien de igual autoridad, aunque pueda haber diferencia en materia de interpretación.

A partir de la erosión de confianza en la autoridad bíblica en nuestro día, ha estado de moda poner la autoridad de Jesús contra la autoridad de las epístolas, particularmente las epístolas de Pablo. La gente no parece darse cuenta de que no están enfrentando a Jesús contra Pablo sino a un apóstol, como Mateo o Juan, contra otro. Debemos recordar que Jesús no escribió ninguna parte del Nuevo Testamento, y dependemos del testimonio apostólico para nuestro conocimiento de lo que él hizo y dijo.

No hace mucho tiempo me reuní con un buen amigo de mis días en la universidad. No nos habíamos visto desde hacía casi veinte años, y charlamos para ponernos al corriente. En el curso de nuestra conversación me dijo cómo había cambiado su mentalidad en muchos aspectos. En particular mencionó cómo había cambiado su opinión en cuanto a la naturaleza y autoridad de la Escritura. Dijo que ya no creía que la Biblia fuese inspirada, y citó como razón algunas enseñanzas que se encuentran en ella, especialmente algunas de las enseñanzas de Pablo.

Le pregunté acerca de lo que seguía creyendo y que no había cambiado.
El respondió: “Todavía creo que Jesús es mi Señor y Salvador”.

“¿Cómo ejerce Jesús el señorío sobre tu vida?” le pregunté mansamente. Él no entendía bien a lo que yo trataba de llegar hasta que le refiné un poco la pregunta. Le pregunté cómo era que Jesús le transmitía la información que sería parte del contenido de su regla. Le dije: “Jesús dijo, ¡Si me amas, guarda mis mandamientos!” Yo veo que aún lo amas y quieres serle obediente, pero ¿dónde encuentras sus mandatos? Si Pablo no comunica la voluntad de Cristo con exactitud y si los otros apóstoles están igualmente equivocados, ¿cómo descubres la voluntad de tu Señor?”

Él titubeó un momento y después contestó: “En las decisiones de la iglesia cuando se reúnen en concilio”.

No me molesté en preguntarle cuál iglesia y cuál concilio, ya que muchas no están de acuerdo. Meramente le señalé que probablemente ya era hora de hacerle otra visita a la Dieta de Worms. Muchos protestantes se han olvidado de qué protestan y han llegado nuevamente al punto de elevar sus decisiones presentes a la iglesia más que a la autoridad de los apóstoles. Cuando esto sucede, tenemos una cristiandad de cabeza. Si podemos confiar en los escritores del evangelio, probablemente podremos confiar en su exactitud cuando consignan que Jesús llamó a los profetas y a los apóstoles los cimientos de la iglesia. En la mente de mis amigos aquellos cimientos han sido destruidos y se han colocado cimientos nuevos en su lugar: las opiniones contemporáneas de los laicos.

Si Pablo y Pedro y los demás autores del NuevoTestamento recibieron su autoridad como apóstoles del mismo Jesús, ¿cómo podemos criticarlos en su enseñanza y todavía afirmar que seguimos a Cristo? Esta es la misma cuestión que Jesús discutió con los fariseos. Ellos afirmaban orar a Dios mientras que rechazaban al Dios enviado y atestiguado. Afirmaban ser hijos de Abraham mientras que se lamentaban de aquel que causó regocijo a Abraham. Apelaban a la autoridad de Moisés mientras que rechazaban a aquel de quien Moisés escribió.

Ireneo introdujo la cuestión contra los gnósticos de la primera iglesia, quienes atacaron la autoridad de los apóstoles. El dijo, sí no obedecéis a los apóstoles no podéis ser obedientes a Dios, porque, si rechazáis a los apóstoles, rechazáis a aquel que los envió (Jesús); y, si rechazáis a aquel que envió a los apóstoles, rechazáis a aquel que lo envió (Dios Padre). Aquí, contra los gnósticos, Ireneo meramente llevó el argumento de Jesús con los fariseos un paso más allá.

Así pues, el principio de la interpretación de la narración por el método didáctico no está concebido para poner a un apóstol contra otro o a un apóstol contra Cristo. Es meramente para reconocer una de las tareas principales del apóstol: enseñar e interpretar la mente de Cristo para su rebaño.

Una de las principales razones por las que esta regla es importante es la de evitar el derivar demasiadas inferencias de los relatos acerca de lo que la gente hace. Por ejemplo: ¿Podemos realmente componer un manual de comportamiento cristiano puramente a base del análisis de cómo Jesús actuó? Con frecuencia cuando un cristiano se enfrenta a una situación problemática, se le dice que se pregunte a sí mismo: “¿Qué haría Jesús en esta situación?” Esta no es siempre una pregunta sabia. Una pregunta mejor sería: “¿Qué querría Jesús que yo hiciera en esta situación?”

¿Por qué es peligroso simplemente tratar de modelar nuestras vidas de acuerdo con lo que Jesús hizo? Si tratamos de modelar nuestras vidas precisamente de acuerdo con el ejemplo de Jesús, podremos tener varias clases de problemas. En primer lugar nuestros deberes como hijos de Dios obedientes no son exactamente los mismos que la misión de Jesús. Yo no fui enviado al mundo para salvar a los hombres de sus pecados. Jamás podré hablar con una absoluta autoridad de cualquier tema como lo hizo Jesús. No puedo ir a la iglesia con un látigo y echar a los laicos corruptos. No soy el Señor de la iglesia.

Segundo, y quizás no tan obvio, Jesús vivió bajo un período diferente de la historia redentora del que vivo yo. A Él se le exigió el cumplir todas las leyes del Antiguo Pacto incluyendo las leyes de dieta y ceremonia. Jesús estaba siendo perfectamente obediente al Padre cuando fue circuncidado como un rito religioso. Si yo fuese circuncidado, no por razones de salud e higiene sino como un rito formal religioso, estaría con ese rito, repudiando la obra final de Cristo y retrocediendo a la maldición de la Ley del Antiguo Testamento. En otras palabras, podríamos ser culpables de un serio pecado si tratáramos de imitar exactamente a Jesús. He aquí donde las epístolas son tan importantes. Nos llaman, cierto, a imitar a Cristo en muchos aspectos; pero nos ayudan a determinar cuáles son esos puntos y cuáles no.

Un tercer problema con imitar la vida de Jesús se presenta al hacer el cambio sutil de lo que es permitido a lo que es obligatorio. Por ejemplo, conozco personas que sostienen que es deber del cristiano efectuar visitas de misericordia en el día de descanso. El razonamiento es que Jesús lo hizo en el día sabático, y por lo tanto nosotros también debemos hacerlo así.

La sutilidad aquí está en lo siguiente: que Jesús hiciera estas cosas en el día del Sabath revela que tales actividades no violan el día de descanso y son buenas. Pero Jesús en ningún momento nos restringe a hacerlas en el día de descanso exclusivamente. Su ejemplo nos enseña que se puede hacer, pero no necesariamente que tienen que hacerse en ese día. Nos manda visitar a los enfermos, pero en ningún lugar estipula cuándo deben efectuarse esas visitas. El hecho de que Jesús no contrajo matrimonio demuestra que el celibato es bueno; pero su celibato no nos exige repudiar el matrimonio, como dejaron bíen sentado las epístolas.

Hay otro problema serio al tratar de derivar demasiadas inferencias de las narraciones. La Biblia registra no solamente las virtudes de los santos sino también sus vicios. Los retratos de los santos se pintan con verrugas y todo. Deberemos tener cuidado de no imitar las “verrugosidades”. En verdad, cuando leemos acerca de las actividades de David o Pablo podemos aprender mucho ya que estas son actividades de hombres que han alcanzado un alto grado de santificación. Pero ¿deberíamos imitar el adulterio de David o la desonestidad de Jacob? ¡Dios no lo permita!

Aparte de conjeturar en materia de carácter y ética en las narraciones, existe también el problema de extraer doctrina. Por ejemplo, en la narración de Abraham ofreciendo a Isaac sobre el monte Moriah, Abraham es detenido en el último instante por el ángel de Dios, quien le dice: “¡Abraham, Abraham! No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusas tu hijo, tu único” (Gn. 22:11–12). Nótense las palabras: “ya conozco”. ¿No sabía Dios de antemano lo que Abraham haría? ¿Se sentó en el cielo en un estado de ansiedad divina esperando el resultado del juicio de Abraham? ¿Caminó de un lado para otro por las moradas celestiales pidiendo boletines a sus ángeles en cuanto al progreso del drama? Por supuesto que no. Las porciones didácticas de la Escritura evitan estas inferencias. Pero, si establecemos nuestra doctrina de Dios puramente de narraciones tales como esta, tendríamos que concluir que nuestro Dios está siempre aprendiendo y nunca llegando a un conocimiento de la verdad.

El construir doctrina de narraciones solamente es un asunto peligroso. Me entristece decir que parece existir una fuerte tendencia hacia ello en la teología popular evangélica de nuestro día. Todos debemos ser cuidadosos y resistir esta tendencia.

El problema del lenguaje fenomenológico en la narración histórica. La Biblia está escrita en el lenguaje humano. Es el único tipo de lenguaje que podemos entender porque somos humanos. Las limitaciones del lenguaje humano se aplican a la Biblia. De hecho, mucho ha sido escrito en años recientes acerca de este problema. El escepticismo en ocasiones ha llegado al punto de declarar que todo lenguaje humano es inadecuado para expresar la verdad de Dios. Tal escepticismo no se justifica en el mejor de los casos y resulta cínico en el peor. Nuestro lenguaje podrá no ser perfecto, pero es adecuado.

No obstante, estas limitaciones se vuelven aparentes cuando tratamos con lenguaje fenomenológico, especialmente en las narraciones históricas. El lenguaje fenomenológico es aquel que describe las cosas tal y como aparecen a simple vista. Cuando los escritores de la Biblia describen el universo a su alrededor, lo hacen en términos de apariencias externas y no con miras a la precisión científica y tecnológica.

¿Cuántas acaloradas controversias ha habido sobre si la Biblia enseña o no que la Tierra y no el Sol es el centro del sistema solar? Recuerden a Galileo, quien fue excomulgado porque enseñó la heliocentricidad (el sistema solar centrado en el Sol) contra la geocentricidad (el sistema solar centrado en la Tierra), que la iglesia había aprobado. Esto dio origen a una gran crisis con respecto a la credibilidad de la Escritura. Aun así, en ningún pasaje encontramos una porción didáctica de la Escritura que nos enseñe que la Tierra es el centro del sistema solar. Cierto, en algunas narraciones el Sol se describe como moviéndose a través de los cielos. Este es el efecto que les causaba a las personas en la antigüedad, y este es el aspecto que tiene hoy.

En cierto modo me divierte la mixtura de jerigonza técnica y lenguaje fenomenológico que se utiliza en nuestro mundo moderno de la ciencia. Considérese el informe de cada noche acerca del tiempo. En nuestra ciudad ya no es un informe del tiempo sino un estudio meteorológico. En este estudio me quedo deslumbrado por las gráficas y los mapas y la nomenclatura tecnológica utilizada por el locutor. Oigo hablar de los centros de alta presión y las perturbaciones aeronáuticas. Aprendí en cuanto a la velocidad del viento y la presión barométrica. La predicción para el día siguiente se da en términos de cocientes de probabilidad de precipitación. Entonces, al final del estudio, el hombre dice; “Mañana saldrá el sol a las 6:45 A.M.” Me quedo maravillado. ¿Debería yo llamar por teléfono a la estación y protestar contra esta evidente conspiración por reconstruir la geocentricidad?

¿Protestaré contra el fraude y los errores del informe porque el locutor habla acerca de la salida a del sol? ¿Qué está sucediendo aquí? Cuando todavía hablamos del sol que se pone y el sol que sale, estamos hablando de apariencias y nadie nos llama mentirosos. ¿Puede usted imaginarse leyendo porciones de la narración de II Crónicas que contienen descripciones del mundo exterior en términos de presión barométrica y porcentajes de probabilidad de precipitación? Si leemos las narraciones de la Biblia como si se tratase de libros de texto científicos, estamos en un grave problema.

Esto no es afirmar que no hay porciones didácticas de la Escritura que lleguen a bordear abundantemente con lo científico. Ciertamente las hay, y en las mismas nos vemos a menudo en verdaderos conflictos en materias de psicología y teorías biológicas de la naturaleza y el origen del hombre. Pero muchos otros conflictos jamás surgirían si reconociéramos el carácter y el lenguaje fenomenológico de las narraciones.

      Regla 4:      Lo implícito ha de interpretarse por lo explícito

En materia de lenguaje distinguimos entre lo implícito y lo explícito. Con frecuencia la diferencia es cuestión de grado y la distinción se hace imprecisa. Pero generalmente podemos determinar la diferencia entre lo que realmente se dice y lo que queda sin decirse, aunque implícito. Estoy convencido de que si esta particular regla se siguiera concienzudamente por las comunidades cristianas, la vasta mayoría de las diferencias doctrinales que nos dividen se resolvería. Es en este punto de confusión entre lo implícito y lo explícito que es fácil caer en el descuido.

He leído numerosas referencias en cuanto a que los seres angelicales carecen de sexo. ¿En qué parte de la Biblia dice que los ángeles no tienen sexo? El pasaje que siempre se utiliza para apoyar esta contención es Marcos 12:25. Aquí Jesús dice que en el cielo ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que seremos como los ángeles. Esto implica que los ángeles no se casan, pero ¿implica también que no tienen sexo? ¿Significa esto que careceremos de sexo en el cielo? Pudiera ser como cuestión de hecho que los ángeles no tienen sexo y que esa sea la razón por la que no se casan; pero la Biblia no lo dice. ¿No sería posible creer que los ángeles no se casan por otros motivos que no sean el de no tener sexo? La deducción de la sexualidad angelical es una posible inferencia del texto, pero no es una inferencia necesaria. Hay mucho en la enseñanza bíblica de la naturaleza del hombre como masculina y femenina que sugiere enfáticamente que nuestra sexualidad será redimida pero no aniquilada.

Otro ejemplo del tratamiento descuidado de las implicaciones se puede observar en la naturaleza del cuerpo de resurrección de Jesús. Aquí también he visto yo descripciones del cuerpo glorificado de Jesús como la de ser un cuerpo con la capacidad de pasar sin impedimento a través de objetos sólidos. El fundamento bíblico de esta aseveración se encuentra en Juan 20:19: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por medio de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: “Paz a vosotros”. Lea cuidadosamente las palabras del texto. ¿Dice que Jesús “perdió su forma material” y flotó a través de la puerta? No; dice que las puertas estaban cerradas y que Jesús entró y se puso en medio de ellos. ¿Por qué menciona el autor que las puertas estaban cerradas? Posiblemente para indicar la forma sorprendente en que Jesús apareció. O, quizás meramente para acentuar lo que realmente dice, que los discípulos tenían miedo de los judíos. ¿Es posible que Jesús haya venido a sus atemorizados discípulos, quienes se encontraban amontonados tras las puertas cerradas, abriera la puerta, entrara, y empezara a hablarles? En esto también, quizás Jesús de hecho penetró a través de la puerta, pero el texto no dice eso. El construir una visión del cuerpo resucitado de Jesús sobre la base de este texto involucra una especulación sin fundamento y una exégesis descuidada.

Es obvio que se pueden implicar muchas cosas basadas en una lectura. Esto es tan fácil de hacer que el erudito más cuidadoso puede caer en ello. Una de las declaraciones confesionales más precisas que se hayan escrito es la Confesión de Fe de Westminster. El cuidado y la cautela desplegados por los clérigos de Westminster en el bosquejo del documento fueron extraordinarios. No obstante, en el documento original hay un ejemplo notorio de extender demasiado una implicación. La Confesión dice que no debemos orar por personas que hayan cometido pecado de muerte, y cita 1 Juan 5:16. El texto dice: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida”.

En este texto Juan exhorta a los lectores a orar por los hermanos cuyos pecados no sean de muerte. No prohibe orar por aquellos que hayan cometido pecado de muerte. El dice: “… por el cual yo no digo que se pida”. Esto no es lo mismo que decir: “Por el cual yo digo que no se pida”. La afirmación anterior es meramente la ausencia del mandato: la posterior es una prohibición positiva. Por tanto, si eruditos entrenados reunidos en solemne asamblea en un esfuerzo conjunto de exégesis pueden pasar por alto un punto sutil como este, ¿cuánto más cuidadosos no deberemos ser nosotros cuando tratemos con el texto a solas?

No solamente tenemos problemas cuando extraemos demasiadas implicaciones de un texto, sino que también nos enfrentamos al problema de cuadrar las implicaciones con lo que explícitamente se enseña. Cuando se deriva una implicación que se contradice con lo que está explícitamente afirmado, tal implicación deberá ser rechazada.

En el debate perenne entre calvinistas y arminianos las cuestiones van y vienen entre unos y otros. Sin tratar de enfrascarnos en una discusión completa acerca de estos temas, permítaseme ilustrar el punto de lo explícito y lo implícito con un problema recurrente. Con respecto a la cuestión de la habilidad moral del hombre caído para volverse a Cristo sin la ayuda del poder del Espíritu Santo, muchos alegan que está dentro del poder natural del hombre el inclinarse hacia Cristo. Innumerables pasajes, tales como “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:15), se mencionan en el debate. Si la Biblia dice: “todo aquel que cree”, ¿no implica esto que cual quiera puede creer y responder a Cristo por sí mismo? ¿No implica “todo aquel” una habilidad moral universal?

Tales pasajes pueden sugerir una implicación de aptitud universal, pero tales implicaciones deben ser rechazadas si están en conflicto con una enseñanza explícita.

Comencemos nuestro análisis de estos pasajes a lo que en realidad se dice explícitamente: “… todo aquel que en él cree, tiene vida eterna”. Este versículo nos enseña explícitamente que todos los que se hallan en la categoría de creyentes (A) estarán en la categoría de los que tienen vida eterna (B). Todos los que son A serán B. Pero ¿qué dice acerca de los que creerán, que estarán en la categoría A? No dice absolutamente nada. Nada se menciona acerca de lo que se requiere para creer o acerca de quién creerá y quién no creerá. En otra parte de la Escritura leemos: “Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Este pasaje no dice nada explícito acerca de la habilidad del hombre para venir a Cristo. La frase es una afirmación universalmente negativa con una cláusula exceptiva agregada. Es decir, el pasaje sencillamente afirma que nadie puede (es capaz) de venir a Cristo; la cláusula exceptiva dice, si no le fuere dado del Padre. Este versículo enseña explícitamente que se debe tener lugar un prerrequisito necesario antes de que una persona pueda venir a Cristo. El prerrequisito es que le debe ser “dado del Padre”. En verdad, el punto no es el de resolver la controversia entre los calvinistas y los arminianos sino el de demostrar que sobre esta cuestión lo que parece implicaciones no se puede utilizar para cancelar la enseñanza explícita.

También son problemáticas las deducciones extraídas de afirmaciones comparativas. Veamos un pasaje famoso de I Corintios que ha causado mucho tropiezo. Pablo dice con respecto a las virtudes del celibato y el matrimonio: “De manera que el que da a su hija virgen en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor” (7:38). ¿Cuántas veces no ha oído usted decir que Pablo se oponía al matrimonio o que él dijo que el matrimonio era malo? ¿Es eso en realidad lo que dice? Claro que no. Él hace una comparación entre lo bueno y lo mejor, no entre lo bueno y lo malo. Si una cosa se dice que es mejor que otra, eso no implica que una sea buena y la otra mala. Hay niveles comparativos de virtud.

El mismo problema de valores comparativos se presentó respecto a la cuestión de hablar en lenguas en los años 1960. Pablo dice: “Él que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica, pero el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación” (1 Co. 14:4–5). He oído a ambas partes en un debate sobre este tema torcer el sentido de este pasaje. Los que se oponen a las lenguas han escuchado a Pablo decir aquí que la profecía es buena y las lenguas malas. No entendieron la comparación entre lo bueno y lo mejor. He oído a aquellos a favor de hablar en lenguas expresarse como si esto fuese más importante que la profecía.

Fuertemente relacionada con la regla de interpretar lo implícito y lo explícito está la regla correlativa de interpretar lo oscuro a la luz de lo claro. Si interpretamos lo claro a la luz de lo oscuro, nos desviamos a un tipo de interpretación esotérica inevitablemente sectaria. La regla básica es la regla del cuidado: la lectura cuidadosa de lo que realmente está diciendo el texto nos salvará de mucha confusión y distorsión. No se necesitan grandes conocimientos de lógica, simplemente la sencilla aplicación de sentido común. A veces el acaloramiento de la controversia lleva a la pérdida del sentido común.

      Regla 5: Determine cuidadosamente el significado de las Palabras
Sea lo que fuere, la Biblia es un libro que comunica información verbal. Esto significa que está llena de palabras. Los pensamientos se expresan a través de la relación entre estas palabras. Cada palabra en particular contribuye algo a la totalidad del contenido expresado. Cuanto mejor entendamos las palabras utilizadas individualmente en las declaraciones bíblicas, tanto mejor seremos capaces de comprender el mensaje total de la Escritura.

La comunicación exacta y el entendimiento claro son difíciles cuando las palabras se utilizan de manera imprecisa o ambigua. El mal uso de las palabras y los malentendidos van de la mano. Todos hemos experimentado la frustración de tratar de comunicarle algo a alguien y no haber sido capaces de encontrar la combinación correcta de palabras para darnos a entender. También todos hemos experimentado la frustración de ser malentendidos cuando hemos usado las palabras correctamente, pero nuestros oyentes no las han entendido.

Los laicos con frecuencia se quejan de que los teólogos utilizan demasiadas palabras elevadas. El lenguaje técnico resulta a menudo irritante y confuso. Los términos técnicos pueden utilizarse para obtener una comunicación más exacta, pero también con la pretensión de darle importancia a lo que decimos y para impresionar a los demás con nuestra vasta inteligencia. Los eruditos, en cambio, tienden a desarrollar un lenguaje técnico dentro de su esfera con el fin de lograr precisión y no confusión. Nuestro lenguaje diario se usa en una forma tan amplia que nuestras palabras adquieren significados demasiado elásticos para ser útiles en una comunicación precisa.
Podemos ver la ventaja del lenguaje técnico en el campo médico, a pesar de que a veces nos sentimos incómodos con ello. Si me enfermo y le digo al doctor: “No me siento bien”, inmediatamente me pedirá que sea un poco más explícito. Si me hace un examen físico completo y me dice: “Su problema es un trastorno estomacal”, voy a querer que él sea más específico. Hay todo tipo de trastornos estomacales que van desde una ligera indigestión hasta un cáncer incurable. En la medicina, el ser específico y técnico es lo que salva vidas.

Si queremos ser entendidos, debemos aprender a decir a lo que nos referimos y referirnos a lo que decimos. En una ocasión escuché a un teólogo dar una conferencia acerca de la teología reformada. A la mitad de su charla un estudiante alzó su mano y le dijo: “Señor, ¿Debemos suponer según lo escuchamos hablar que es usted calvinista?” El erudito respondió: “Sí, por supuesto que lo soy” y prosiguió con la conferencia. Unos momentos después se detuvo a la mitad de una frase con una repentina mirada de entendimiento en sus ojos y enfocó su atención en el estudiante que le había formulado la pregunta. Dijo: “¿Qué piensas tú que es un calvinista?” El estudiante contestó: “Un calvinista es alguien que cree que Dios trae a su reino a algunas personas pataleando y gritando contra su voluntad, a la vez que otras quieren entrar desesperadamente”. A esto la boca del conferencista cayó abierta por la sorpresa y dijo: “Pues en ese caso, por favor no me consideres calvinista”. Si el profesor no le hubiera preguntado al estudiante lo que él entendía con aquel término, el hombre hubiera comunicado algo radicalmente diferente a lo que era su intención debido al gran malentendido del estudiante por las palabras que empleó. Cosas como esta pueden suceder, y de hecho suceden cuando estudiamos la Biblia.

Probablemente el más grande avance en el conocimiento bíblico que hemos visto en el siglo XX ha sido en el área de la lexicografía. O sea, que hemos incrementado notoriamente nuestro entendimiento del significado de las palabras contenidas en la Biblia. Yo considero que el instrumento exegético más valioso que tenemos en el presente es el Diccionario teológico del Nuevo Testamento por Kittel. Esta serie de estudios de palabras comprende gruesos volúmenes, cada uno con un costo aproximado de US$25, y como obra de referencia bien vale la pena. Comprende una serie de cuidadosos estudios del significado de las palabras clave encontradas en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, una palabra como justificar puede ser examinada en un volumen en particular. La palabra se somete a un análisis exhaustivo en cada texto conocido en que aparece. Su significado se sigue a través del período de Homero y la Grecia clásica, su uso correspondiente en la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), su uso en los evangelios, en las epístolas, y en la historia de la primera iglesia. Ahora un estudiante de la Biblia, en lugar de buscar una palabra en un diccionario normal donde pudiera encontrar una frase de definición con sus sinónimos correspondientes, puede recurrir al diccionario de Kittel y encontrar cuarenta o cincuenta páginas de explicación y delincación detallada de todos los usos y matices sutiles de la palabra. Podemos averiguar cómo Platón, Eurípides, Lucas, y Pablo usaban una palabra en particular. Esto agudiza grandemente nuestro entendimiento del lenguaje bíblico y también facilita la exactitud de las traducciones modernas de la Biblia.

Normalmente hay dos métodos básicos por medio de los cuales se definen las palabras: por etimología y por uso habitual. Vemos una palabra como hipopótamo y nos preguntamos lo que significa. Si supiéramos griego sabríamos que la palabra hipos significa “caballo” y la palabra potamos significa “río”. Por tanto, tenemos hipopótamo, o “caballo de río”. El estudio de las raíces y los significados originales de las palabras puede ser muy útil para sacarle jugo a un término. Por ejemplo, la palabra hebrea para gloria originalmente significaba “pesado” o “de mucho peso”. Así, la gloria de Dios tiene que ver con su “ponderosidad” o “significado”. No lo tomamos a la “ligera”. Pero el definir palabras meramente en términos de su significado original nos puede meter en todo tipo de problemas.

Además de los orígenes y las derivaciones, es extremadamente importante para nosotros estudiar el lenguaje en el contexto de su uso. Esto es necesario porque las palabras sufren cambios en su significado dependiendo de cómo se usen.

Palabras con múltiples significados. Hay gran cantidad de palabras en la Biblia que tienen múltiples significados. Solamente el contexto puede determinar el significado particular en que allí se usa. Por ejemplo, la Biblia habla frecuentemente acerca de la voluntad de Dios. Hay cuando menos seis diferentes formas en que esta palabra es utilizada. En algunas ocasiones la palabra voluntad se refiere a los preceptos que Dios ha revelado a sus hijos. O sea, su voluntad es su “mandato del deber prescrito a sus hijos”. El término voluntad se utiliza para describir “la acción soberana de Dios por medio de la cual Dios permite que acontezca lo que sea su voluntad que suceda”. A esto llamamos la voluntad eficaz de Dios porque afecta a lo que él quiere. Luego, hay un sentido de voluntad como “aquello que es agradable a Dios, en lo cual él se deleita”.

Veamos cómo un pasaje de la Escritura puede ser interpretado a la luz de estos tres diferentes significados de voluntad: está Dios “no queriendo que ninguno perezca” (2 P. 3:9, VRV). Esto podría significar: (1) Dios ha creado un precepto de que a nadie se le permite perecer; es contra la ley de Dios que nosotros perezcamos; (2) Dios ha decretado soberanamente, y ciertamente mantiene en vigor, que nadie perecerá; o (3) Dios no está complacido ni se deleita en que las personas perezcan. ¿Cuál de estas tres declaraciones cree usted que es la correcta? ¿Por qué? Si examinamos el contexto en que aparecen y seguimos la analogía de la fe tomando en consideración el contexto más largo de toda la Escritura, solamente uno de estos significados tiene sentido, es decir, el tercero.

Mi ejemplo favorito de palabras con múltiples sentidos es la palabra justificar. En Romanos 3:28 Pablo dice: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”. En Santiago 2:24 leemos: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. Si la palabra justificar significa lo mismo en ambos casos, tenemos una contradicción irreconciliable entre los dos escritores bíblicos sobre un asunto que concierne a nuestros destinos eternos. Lutero se refirió a la “justificación por la fe” como el tema sobre el cual la iglesia se mantiene firme o cae. El significado de la justificación y la pregunta de cómo se lleva a cabo no es una mera insignificancia. Sin embargo, Pablo dice que es por fe aparte de obras, y Santiago dice que es por obras y no por fe sola. Para complicar más el asunto, Pablo insiste en Romanos 4 en que Abraham es justificado cuando cree en la promesa de Dios antes de ser circuncidado. Tiene a Abraham justificado en Génesis 15. Santiago dice: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” (Sg. 2:21). Santiago no ve a Abraham justificado hasta Génesis 22.

Esta cuestión de la justificación se resuelve fácilmente si examinamos los posibles significados del término justificar y los aplicamos a los contextos de los pasajes respectivos. El término justificar puede significar (1) restaurar a un estado de reconciliación con Dios a aquellos que se hallan bajo el juicio de su Ley o, (2) demostrar o vindicar.

Jesús dice, por ejemplo: “La sabiduría es justificada por todos sus hijos” (Le. 7:35 VRV). ¿Qué trata de decir? ¿Trata de decir que la sabiduría restaura la comunión con Dios y salva de su ira? Obviamente no. El significado sencillo de sus palabras es que un acto sabio produce buen fruto. La reclamación de sabiduría es vindicada por el resultado. Una decisión demuestra ser sabia por sus resultados. Jesús habla en términos prácticos, no teológicos, cuando usa la palabra justificado de esta manera.

¿Cómo utiliza Pablo la palabra en Romanos 3? Aquí, no hay disputa. Pablo habla claramente acerca de la justificación en el máximo sentido teológico.

¿Y qué de Santiago? Si examinamos el contexto de Santiago podremos ver que está versando con una cuestión diferente a la de Pablo. Santiago dice en el 2:14: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” Santiago pregunta qué clase de fe es necesaria para salvación. Está diciendo que la fe viva lleva consigo obras. Él dice que una fe sin obras es una fe muerta, una fe sin vitalidad. El punto en cuestión es que la gente puede decir que tiene fe viva cuando en realidad no la tiene. La declaración es vindicada o justificada cuando se manifiesta por el fruto de la fe, o sea, las obras. Abraham es justificado o vindicado a nuestros ojos por sus frutos. En cierto modo, nuestra declaración de justificación de Abraham es justificada por sus obras. Los reformadores lo comprendieron así cuando afirmaron que “la justificación es por fe sola, pero la fe no va sola”.

Palabras cuyos significados se convierten en conceptos doctrinales. Hay una categoría de palabras que nos puede ocasionar delirios de interpretación. Es el grupo de palabras que ha venido a ser usado para conceptos doctrinales. Por ejemplo, hay la palabra salvo y el término correspondiente salvación. En el mundo bíblico una persona era “salva” si había experimentado un rescate de alguna clase de peligro o calamidad. Las personas rescatadas de una derrota militar, de una lesión en el cuerpo o enfermedad, de una difamación a la persona o calumnia, han experimentado lo que la Biblia llama “salvación”. Sin embargo, la salvación fundamental llega cuando somos rescatados del poder del pecado y la muerte y escapamos a la ira de Dios. Partiendo de esta clase específica de “salvación” hemos desarrollado una doctrina de la salvación. El problema se presenta cuando regresamos al Nuevo Testamento del cual hemos extrapolado una doctrina de salvación y hemos leído en cuanto al sentido máximo de la salvación en su totalidad en cada texto que utiliza el término salvación. Por ejemplo, Pablo dice en una ocasión que las mujeres se “salvarán engendrando hijos” (1 Tm. 2:15 VRV). ¿Significa esto que hay dos formas de obtener la salvación? ¿Necesitan los hombres ser salvados a través de Cristo, pero las mujeres pueden llegar al reino del cielo meramente teniendo hijos? Obviamente, Pablo se refiere a un nivel diferente de salvación cuando utiliza el término con respecto al engendramiento de los hijos.

De nuevo, leemos en 1 Corintios 7:14: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos”. Si tomamos en cuenta este pasaje desde la perspectiva de la santificación, ¿a qué conclusión llegaremos? Si la santificación llega tras la justificación y Pablo dice que el cónyuge es santificado, eso sólo puede significar que los cónyuges incrédulos también son justificados. Esto nos llevaría a la teoría por la que se aprovecha el éxito de otra persona para beneficio propio: si no crees en Cristo o no quieres seguirlo pero te preocupa ser excluido del reino si acaso Jesús es el Hijo de Dios, podría protegerte el casarte con un cristiano y tener lo mejor de ambos mundos. Esto significaría que probablemente hay tres caminos hacia la justificación: uno es por medio de la fe en Cristo, otro engendrando hijos, y otro a través del matrimonio con un creyente.

Esta clase de confusión teológica sucedería si interpretáramos la palabra santificar bajo su significado doctrinal completo. Pero la Biblia utiliza el término en otras formas. Primordialmente, santificar significa simplemente “apartar” o ser “consagrado”. Si dos paganos contraen matrimonio y uno se vuelve cristiano, el no creyente asume una relación especial con el cuerpo de Cristo por el bien de los hijos. Eso no significa que son redimidos.

Estos ejemplos deberían bastar para demostrar la importancia de adquirir un conocimiento cuidadoso de las palabras empleadas en la Escritura. Se ha producido un sinnúmero de controversias y han nacido herejías simplemente por no haber advertido la multitud de significados que con frecuencia tienen las palabras.

      Regla 6:      Note la presencia de paralelismos en la Biblia

Una de las características más fascinantes de la literatura hebrea es su uso de los paralelismos. El paralelismo en las lenguas antiguas del cercano oriente es común y relativamente fácil de reconocer. La habilidad para reconocerlo cuando ocurre ayudará mucho al lector a entender el texto.
La poesía hebrea, como otras formas de poesía, con frecuencia se construye en un compás particular. Sin embargo, con frecuencia el compás se pierde en la traducción. Los paralelismos no se pierden tan fácilmente en la traducción porque involucran, no tanto ritmo, palabras, y vocales como pensamientos. El paralelismo puede definirse como una relación entre dos frases o cláusulas que se corresponden en similitud o se relacionan. Hay tres tipos básicos de paralelismo: sinónimo, antitético y sintético.

El paralelismo sinónimo ocurre cuando diferentes partes de un pasaje presentan el mismo pensamiento en una forma de expresión ligeramente alterada. Por ejemplo:

  El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras no escapará (Pv. 19:5)

  Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. (Sl. 95:6)

El paralelismo antitético ocurre cuando las dos partes se encuentran en contraste la una con la otra. Pueden decir lo mismo pero en forma negativa:

  El hijo sabio recibe el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensibles. (Pv. 13:1)

  0:

  La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece. (Pv. 10:4)

El paralelismo sintético es un poco más complejo que las otras formas. Aquí la primera parte del pasaje crea un sentido de expectación, el cual se completa con la segunda parte. También puede avanzar en un movimiento progresivo “en escalinata”, hasta alcanzar una conclusión en la tercera línea:

  Porque he aquí tus enemigos, oh Jehová, porque he aquí perecerán tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad. (SI. 92:9)

Aunque Jesús no hablaba en poesía, la influencia de la forma de paralelismo se encuentra en sus palabras.

  Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo, rehuses. (Mt. 5:42)

  0:

  Pedir, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. (Mt. 7:7)

La habilidad para reconocer los paralelismos con frecuencia puede aclarar aparentes dificultades en el entendimiento de un texto. También puede enriquecer grandemente nuestra percepción de fondo de varios pasajes. En la versión de Reina Valera de la Biblia hay un pasaje que ha causado tropiezo a muchos. Isaías 45:6–7 dice:

  Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto.

Se me ha preguntado acerca de este versículo en muchas ocasiones. ¿No nos enseña claramente que Dios crea el mal? ¿No convierte esto a Dios en el autor del pecado? La resolución a este pasaje problemático es sencilla si reconocemos la presencia obvia de un paralelismo antitético en Él. En la primera parte encontramos la luz en contraste con la oscuridad. En la segunda parte, la paz se encuentra en contraste con el mal. ¿Qué es lo opuesto a la paz? La clase de “mal” es aquel mal que se opone, no a la bondad sino a la “paz”. En una reciente traducción inglesa, dice: “Causando el bien y creando calamidad”. Esta es una versión más exacta de este pensamiento expresado por paralelismo antitético. Lo importante de este pasaje es que finalmente Dios trae la bendición de bienestar y paz a los píos, pero les visita con calamidad cuando actúa con juicio. Esto dista mucho de ser originalmente el creador del mal.

Otro pasaje problemático que exhibe una forma de paralelismo se encuentra en la oración del Señor. Jesús instruye a sus discípulos a orar. “No nos metas en tentación” (Mt. 6:13) Santiago nos advierte: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios” (Sg. 1:13). ¿No nos sugiere la oración de Jesús que Dios puede tentarnos, o cuando menos meternos en tentación? ¿Nos está diciendo Jesús que le pidamos a Dios que no nos seduzca ni nos atrape en el pecado? En absoluto.
El problema desaparece rápidamente si examinamos las otras partes del paralelismo. El pasaje dice: “No nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Este es un ejemplo del paralelismo sinónimo. Las dos partes dicen virtualmente la misma cosa. El ser metidos en tentación equivale a estar expuestos al ataque furioso del maligno. La “tentación” no es del tipo de la que habla Santiago, la cual comienza con las inclinaciones internas de nuestra propia codicia pero con una ocasión externa de “prueba”. Dios sí pone a sus hijos a prueba como lo hizo con Abraham y Jesús en el desierto.

Otro problema con este texto es la traducción de la palabra mal. Este sustantivo está en el género masculino en el griego y su traducción más exacta sería la de “el maligno”. Simplemente “mal en general” quedaría en el género neutro. Jesús está diciendo: “Oh Padre, pon un muro a nuestro alrededor, protégenos de Satanás. No permitas que nos atrape. No nos dirijas hacia donde él nos pueda destruir”. Una vez más, la clave inicial para resolver el pasaje se encuentra en el paralelismo.
La apariencia de paralelismo también puede enriquecer nuestro conocimiento de los conceptos bíblicos. Por ejemplo, ¿cómo entendía la mente hebrea la noción de la bienaventuranza? Escuche las palabras clásicas de la bendición hebrea y trate de avistar su intención:

  Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro; y ponga en ti paz. (Nm. 6:24–26)

Si examinamos la estructura paralela de la bendición somos enriquecidos no sólo por un conocimiento más profundo de la bienaventuranza sino también por lo que tiene en mente un judío con la medida total de “paz”. Nótese que los términos paz, gracia y guardar se utilizan en forma sinónima. Paz significa más que la ausencia de guerra. Significa experimentar la gracia de Dios siendo protegido por Él. ¿Qué significa ser guardado a personas que viven una vida de carácter peregrino? La historia de los judíos es la historia del exiliado que constantemente se enfrenta a la inestabilidad de la vida. Ser bendecido por la gracia de Dios y experimentar paz se relacionan entre sí.
¿Pero qué es la bienaventuranza? Note que en las dos últimas partes de la bendición la bienaventuranza es por imágenes de contemplación del rostro de Dios: “El Señor haga resplandecer su rostro … [o] alce sobre ti su rostro”. Para el judío el grado máximo de bienaventuranza viene de estar tan cerca de Dios como para ver su rostro. Lo que se le prohibió al hombre en el Antiguo Testamento fue contemplar el rostro de Dios. Podía acercarse; Moisés pudo contemplar las espaldas de Dios; podía tener comunicación con Dios; pero su rostro no podía ser visto. Pero la esperanza de Israel -la bendición máxima y final- era la de ver a Dios cara a cara.

Para el cristiano nuestro máximo sentido de gloria se expresa en términos de la visión beatífica, la visión de Dios cara a cara. A la inversa, en las categorías hebreas, la noción de la maldición de Dios se expresa en el lenguaje figurado de Dios dando la espalda; apartando la vista. La cercanía a Dios es bendición; la ausencia de Dios es maldición.

      Regla 7:      Note la diferencia entre el proverbio y la ley
Un error muy común en la interpretación bíblica y la aplicación es darle a un proverbio el peso y la fuerza de un absoluto moral. Los proverbios son pequeños pareados capciosos diseñados para expresar truísmos prácticos. Reflejan principios de sabiduría para una vida devota No reflejan leyes morales que deban aplicarse a absolutamente toda situación concebible.

Para demostrar el problema de hacerlos absolutos, primeramente permítaseme ilustrarlo con proverbios ingleses. ¿Recuerda aquel famoso dicho, “Mira antes de saltar”? Este dicho está diseñado para enseñarnos algo acerca de la sabiduría de considerar las consecuencias de nuestras acciones. No deberíamos ser impetuosos, lanzándonos antes de saber lo que estamos haciendo. ¿Y qué del dicho, “Quien duda está perdido”? ¿Qué sucedería si estableciéramos que ambos dichos son absolutos? Por otra parte, si vacilamos estamos perdidos. Pero si debemos mirar antes de saltar, deberemos vacilar. La conclusión es: “¡Aquel que vacila en mirar antes de saltar está perdido!”

Lo mismo puede suceder con los proverbios bíblicos. Incluso puede suceder con algunos de los dichos sabios de Jesús. Jesús dice: “El que no es conmigo contra mí es” (Mt. 12:30). Pero Jesús también dijo: “El que no es contra nosotros, por nosotros es” (Le. 9:50). ¿Cómo pueden ambos ser ciertos? Todos sabemos que en algunas circunstancias el silencio otorga, y en otras indica hostilidad. En algunos casos la falta de oposición demuestra apoyo, en otros casos la falta de apoyo indica oposición.

En Proverbios 26:4–5 se ilustra claramente cómo los proverbios pueden contradecirse si se toman como absolutos sin ninguna excepción. El versículo 4 dice: “Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, no seas tú también como él”. El versículo 5 dice: “Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión”. Por lo tanto, hay veces en que es imprudente responderle a un necio de acuerdo con su insensatez, y hay ocasiones en que es sabio contestarle a un necio con necedad.

Según vamos distinguiendo entre el proverbio y la ley, también debemos distinguir entre los diferentes tipos de leyes. Los dos tipos básicos de ley que encontramos en la Biblia son la ley apodíptica y la ley casuística. La ley apodíctica expresa absolutos y va seguida de una forma directa personal tales como “harás” o “no harás”. Encontramos con claridad esta forma de ley en los Diez Mandamientos.

La ley casuística se expresa en la forma “si … entonces” de declaración condicional. Este es el fundamento de la llamada jurisprudencia. La forma casuística nos da una serie de “ejemplos” que actúan como pautas para hacer justicia. Esta forma es similar a nuestro uso y concepto del precedente en el sistema legal americano. Por ejemplo, Éxodo 23:4 instruye: “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo”. Nótese que la primera cláusula es casuística y la segunda apodíctica. Aquí se dan instrucciones explícitas en cuanto a devolverle al enemigo su buey o su asno. Pero si me encuentro con la vaca o el camello de mi enemigo descarriándose, ¿tengo que devolverlo? La ley no lo dice. La ley casuística nos da el principio con un ejemplo. Se incluye implícitamente a las vacas, camellos, gallinas, y caballos. Si la Biblia diese una regla explícita para cada eventualidad concebible, necesitaríamos bibliotecas inmensas para contener todos los volúmenes legales necesarios. La jurisprudencia proporciona la ilustración del principio, pero el principio tiene una gama de aplicabilidad obviamente más amplia.

      Regla 8: Observe la diferencia entre el espíritu y la letra de la ley

Todos conocemos la reputación de los fariseos en el Nuevo Testamento. Eran muy escrupulosos respecto a guardar la ley en forma literal mientras que burlaban su espíritu constantemente. Existen historias de israelitas que estiraban la regla de no poder viajar grandes distancias en el día sabático, astutamente alargando sus propios “viajes sabatinos”. Los rabinos establecieron que el viaje sabatino se limitaría a una distancia determinada midiendo a partir del lugar de residencia de cada uno. Por lo tanto, si un “legalista” quería viajar una distancia mayor a la establecida para el día sabático, durante la semana él o algún amigo viajero depositaría su cepillo de dientes o algún otro artículo personal bajo una roca a diferentes intervalos espaciados. De esta manera los legalistas tenían una residencia técnicamente establecida en cada lugar. Para viajar en el día sabático, todo lo que deberían hacer sería ir de una “residencia” a otra recogiendo sus objetos personales según avanzaban. Así, la letra de la ley era obedecida literalmente, pero el espíritu de la ley era quebrantado.

Había una gran variedad de legalistas en los tiempos del Nuevo Testamento. El primer y más famoso tipo es el que legislaba reglas y órdenes más allá de las que Dios había ordenado. Jesús reprendió a los fariseos por concederle a la tradición de los rabinos la misma autoridad que la Ley de Moisés. El atribuirle autoridad divina a las leyes humanas es el tipo máximo de legalismo que existe. Pero no solamente existe este tipo. El incidente del viaje en el día sabático ilustra el otro tipo de ley más frecuentemente encontrado. El obedecer la letra al mismo tiempo que se viola el espíritu lo convierte a uno técnicamente en justo pero realmente corrupto.

Otra manera en que se tuerce el sentido de la ley es obedeciendo el espíritu de la ley pero desconociendo la letra. La letra y el espíritu se encuentran inseparablemente ligados. Los legalistas destruyen el espíritu y el antinomiano destruye la letra.

La discusión de Jesús con respecto a la Ley mosaica en el Sermón del Monte ha sido lamentablemente abusada por los intérpretes. Por ejemplo, recientemente leí un artículo en el periódico, escrito por un prominente siquiatra, en el cual criticaba severamente las enseñanzas éticas de Jesús. El siquiatra decía que no podía entender por qué se le tenía en tanta estima a Jesús como un maestro ético siendo que su ética era tan càndida, refiriéndose en particular a las enseñanzas de Jesús en cuanto al crimen y el adulterio. El siquiatra interpretaba los comentarios de Jesús como igualando la severidad del crimen con la del enojo y el adulterio con la lascivia.

Cualquier maestro que piense que la ira es tan mala como el crimen o un pensamiento de lujuria tan malo como el adulterio, tiene un sentido de ética deformado. Prosiguió a demostrar cuánto más devastadores son los efectos del crimen y el adulterio que los de la ira y la lujuria. Si una persona está enfadada con otra, podría resultar perjudicial. Pero si el enojo lleva al crimen, las implicaciones son mucho mayores. La ira no le quita la vida a una persona ni deja a la esposa viuda y a los hijos huérfanos. El crimen sí. Si tengo un pensamiento de lujuria, puedo perjudicar la pureza de mi propia mente, pero no he comprometido a la mujer en un acto de infidelidad hacia su esposo que podría destruir el matrimonio y su hogar. Así el siquiatra prosiguió con su análisis diciendo que tales enseñanzas éticas eran un perjuicio hacia una vida responsable.

A un nivel de pensamiento más popular aparece el mismo malentendido del Sermón del Monte. Hay gente que alega: “Bueno, ya codicié a esa mujer (o a ese hombre). Más me vale seguir adelante y cometer adulterio ya que soy culpable del delito a los ojos de Dios”. Esta no es solamente una gran distorsión de lo que Jesús dijo, sino que combina la felonía de la lujuria con la medida total del pecado de adulterio.

Vea lo que Jesús dice al respecto y compruebe si es tan cándido como afirman sus críticos:

  Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que le diga: Necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. (Mt. 5:27–28)

También nótese:

  Oísteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mt. 5:27–28)

En ninguna parte de estos pasajes dice Jesús que la ira sea tan mala como el crimen o que la lujuria sea tan mala como el adulterio. Lo que sí dice es que si una persona se reprime de matar pero odia a su hermano o le insulta, no ha cumplido con el significado de la ley contra el crimen. El crimen es un pecado, pero también lo son el odio y la calumnia.

La clave de la enseñanza de Jesús es que la Ley tiene una aplicación más amplia que su letra. Si se mata a alguien se viola la letra de la ley; si se odia a alguien se viola el espíritu. Él dice: “Cualquiera que matare será culpable de juicio”. Es decir, que lo que Jesús dice es que tanto la ira como el crimen son pecado. No que sean iguales en cuanto a sus resultados perjudiciales ni que sean igualmente horrendos. Ni siquiera dice, como muchos han implicado, que el castigo para ambos sea igual. En verdad, él dice que si se calumnia a una persona llamándole necia, se es lo suficientemente culpable como para ir al infierno. Sin embargo, esto no conlleva la implicación de que todo castigo en el infierno sea igual. Lo que dice es que la calumnia es una ofensa lo suficientemente grande, siendo destructiva para la vida de otra persona, para merecer el infierno. Jesús subraya la gravedad de todo pecado. Pero ¿es igual el castigo en el infierno para todo pecado? Jesús no nos enseña esto. El Nuevo Testamento nos advierte contra “atesorar para sí mismo ira para el día de la ira” (Ro. 2:5). ¿Cómo puede “atesorarse ira” si el castigo de los pecadores en el infierno es equitativo? Jesús dice que Dios juzgará a los hombres de acuerdo con sus obras. Algunos recibirán pocos azotes y otros muchos (Lc. 12:47–48). El asunto es que todo pecado será castigado, no que todo castigo será el mismo. El principio bíblico de la justicia no establece diferencia entre grados de maldad y grados de castigo.

Con respecto al adulterio, Jesús dice que cuando hay lujuria, una persona ha cometido adulterio en su “corazón”. Lo importante es que, aunque la letra de la ley se haya guardado, el espíritu de la ley ha sido quebrantado; el pecado es más que un acto externo. Dios está interesado en nuestro corazón, así como en el acto. Los fariseos se jactaban de su rectitud engañándose a sí mismos al creer que guardaban toda la ley porque guardaban la letra.
Toda la idea de los comentarios de Jesús en cuanto a la Ley se introduce con esta declaración:

  No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. (Mt. 5:17–19)

Este pasaje nos enseña claramente que a Jesús le interesa que guardemos la letra de la ley. No es importante meramente la letra, sino que la más “pequeña letra” o “trazo” debe ser guardado y obedecido. Pero Jesús va más allá de la letra y se interesa por el espíritu. Él no pone al espíritu en contra de la letra o sustituye al espíritu por la letra, sino que añade el espíritu a la letra. Aquí está la clave: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). Los fariseos se percataron de la letra; los cristianos deben percatarse de la letra y del espíritu. Jesús pone este prerrequisito para la entrada a su reino. Sus comentarios en cuanto al crimen y el adulterio siguen este precepto y aclaran su principio.


      Regla 9:      Tenga cuidado con las parábolas

De todas las formas literarias que encontramos en la Escritura, la parábola con frecuencia se considera la más fácil de entender e interpretar. La gente suele disfrutar los sermones basados en parábolas. Como que las parábolas son historias concretas basadas en situaciones normales, parecen más fáciles de tratar que los conceptos abstractos. Sin embargo, desde el punto de vista del erudito del Nuevo Testamento, las parábolas presentan dificultades únicas de interpretación.

¿Qué es tan difícil acerca de las parábolas? ¿Por qué no pueden simplemente ser presentadas e interpretadas? Hay varias respuestas a estas preguntas. Primero, existe el problema de la intención original de la parábola. Es obvio que Jesús era afecto a usar la parábola como medio de enseñanza. Sin embargo, la pregunta enigmática es si utilizaba las parábolas para elucidar sus enseñanzas o para oscurecerlas. El debate se enfoca en las palabras misteriosas de Jesús encontradas en Marcos 4:10–12:

  Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: a vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; más a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.

Jesús procede a dar una explicación detallada de la parábola del sembrador a sus discípulos. ¿Qué trata de decir con que las parábolas no serán percibidas por aquellos a quienes no les haya sido dado el secreto del reino de Dios? Algunos traductores se han sentido tan ofendidos por este dicho que efectivamente han cambiado las palabras del texto para evitar el problema. Tal manipulación textual no tiene ninguna justificación literaria. Otros ven en estas palabras una alusión al juicio de Dios sobre los corazones endurecidos de Israel y son un eco de la comisión de Dios al profeta Isaías. En la famosa visión de Isaías en el templo (Is. 6:8–13) Dios le dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías se ofreció voluntario diciendo: “¡Heme aquí, envíame a mí!” Dios respondió a las palabras de Isaías diciendo:

  Anda, y di a este pueblo:
  oíd bien, y no entendáis;
  ved por cierto, mas no comprendáis.
  Engruesa el corazón de este pueblo,
  y agrava sus oídos,
  y ciega sus ojos,
  para que no vea con sus ojos,
  ni oiga con sus oídos,
  ni su corazón entienda,
  ni se convierta, y haya para él sanidad.

Aquí, el juicio de Dios involucra el darles a las personas “corazones gordos” como un juicio por su pecado. Es un castigo equitativo. La gente no quería escuchar a Dios, así que les quitó su capacidad para oírle.

Jesús frecuentemente utiliza las palabras: “Quien tenga oídos para oír, oiga”. La forma en que Jesús utiliza esta frase, enfáticamente sugiere que no todo aquel que “oye” sus palabras está oyéndolas en el sentido especial que Él quiere.

Si Jesús ha de ser tomado en serio con respecto a estas parábolas, debemos reconocer un elemento de encubrimiento en ellas. Pero esto no significa que el único propósito de una parábola sea el de oscurecer u ocultar el misterio del reino a los impenitentes. Una parábola no es una adivinanza. Fue compuesta para ser entendida, al menos por aquellos que estaban abiertos a su sentido. Asimismo, debe considerarse que los enemigos de Jesús sí tenían algún entendimiento de las parábolas. Por lo menos el suficiente para enfurecerse por ellas.

Al tratar el aspecto del “encubrimiento” de las parábolas, hay que tener en mente un factor muy importante. Las parábolas fueron dadas a personas que vivieron antes de la cruz y la resurrección. En aquel tiempo la gente no tenía el beneficio del Nuevo Testamento completo como fundamento que les ayudara en la interpretación de las parábolas. Gran parte del material parabólico se relaciona con el reino de Dios. Cuando las parábolas fueron dadas había muchas ideas falsas populares en cuanto al significado del reino en las mentes de los que escuchaban a Jesús. Por tanto, las parábolas no siempre eran fáciles de entender. Incluso los discípulos tenían que pedirle a Jesús una interpretación más detallada.

Otro problema con la interpretación de las parábolas se halla en la pregunta acerca de la relación entre la parábola y la alegoría. Cuando Jesús interpreta la parábola del sembrador lo hace en forma alegórica. Esto nos podría Ilevar a la conclusión de que todas las parábolas tienen un significado alegórico y que cada detalle tiene un significado “espiritual” específico. Si nos acercamos a las parábolas en esta forma, nos estaremos metiendo en problemas. Si tratamos a todas las parábolas como alegorías, en breve descubriremos que las enseñanzas de Jesús se convierten en una masa de confusión. Muchas de las parábolas simplemente no se prestan a una interpretación alegórica. Podrá ser divertido, especialmente en las predicaciones, permitir que nuestra imaginación vague libremente buscando el significado alegórico de los detalles de las parábolas, pero no será muy edificante.

La forma más segura y probablemente la más exacta de tratar las parábolas es la de hallar un punto central básico. Como método práctico, evito la alegoría de las parábolas a excepción de los lugares del Nuevo Testamento donde claramente se indica un significado alegórico. Algunas parábolas tales como el hijo pródigo obviamente tienen más de una intención. Algunas son símiles extensos; otras son historias comparativas; otras tienen una aplicación moral obvia. Inclusive mi regla empírica de “un significado central” no puede ser aplicada rígidamente. Una vez más, la regla básica es la de tener cuidado al tratar con las parábolas. Aquí es donde la consulta de varios comentarios será extremadamente útil y con frecuencia necesaria.

      Regla 10:      Tenga cuidado con la profecía vatídica

El trato de la profecía vatídica (que predice) tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento es una de las formas de interpretación bíblica que más ha sufrido el abuso. Las interpretaciones abarcan desde el método escéptico naturalista, el cual virtualmente elimina la profecía vatídica, al desorbitado método de ver en cada evento contemporáneo un cumplimiento “claro” de una profecía bíblica.

Los métodos de alta crítica funcionan a veces basados en la suposición de que todo cuanto sugiere predicción del futuro y cumplimiento de las profecías indica una interpolación posterior en el texto. La suposición implícita es que la predicción del futuro con resultados exactos es imposible. Por tanto, cualquier suceso relacionado debe indicar que la predicción fue inscrita o insertada en una fecha posterior a la del “cumplimiento”. Esto implica fraude teológico y no debe ser tomado en serio. El problema es el “prejuicio” en el sentido clásico del término; el texto ha sido “prejuzgado” partiendo de suposiciones injustificadas.

Por otra parte, algunos pensadores tradicionalistas insisten en que cada detalle de la profecía bíblica debe llevarse a cabo sin dejar lugar a predicciones simbólicas o que tengan una gama más amplia de significado.

Si examinamos la forma en que el Nuevo Testamento trata la profecía del Antiguo Testamento, descubriremos que en algunos casos se apela al cumplimiento de la letra (tal como el nacimiento del Mesías en Belén) y el cumplimiento de una gama más amplia (como el cumplimiento de la profecía de Malaquías en cuanto al regreso de Elías).

Examinemos la profecía de Malaquías y la forma en que es tratada en el Nuevo Testamento para vislumbrar la complejidad del problema de la profecía. En el último capítulo del Antiguo Testamento leemos lo siguiente:

  He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición (Ml. 4:5–6).

Con esta profecía del regreso de Elías termina el Antiguo Testamento. Después, durante cuatrocientos años no se escucha voz de profecía en la tierra de Israel. Entonces, de repente, Juan el Bautista aparece en escena. La especulación corre imperiosa en cuanto a la identidad. En el Evangelio de Juan leemos que los judíos enviaron una delegación de sacerdotes levitas de Jerusalén para inquirir acerca de la identidad de Juan (Jn. 1:19–28). Primero le preguntaron: “¿Eres tú el Mesías?” Y Juan respondió negativamente. La siguiente pregunta que se le formuló fue: “¿Eres Elías?” La respuesta de Juan fue inequívocamente: “No soy”. El problema de la relación de Juan el Bautista con Elías se combina en las palabras de Jesús acerca del asunto en Marcos 9:12, 13:

  Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea tenido en nada? Pero os digo que Elías ya vino, y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito en él.

Una vez más Jesús dice en Mateo 11:13–15: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir”.
Por tanto, tenemos a Juan el Bautista diciendo sencillamente que él no es Elías y a Jesús diciendo que sí lo es. Pero nótese cómo Jesús hace la declaración. La limitó precediendo sus palabras con “si queréis recibirlo”. Es evidente que Jesús tenía algo un tanto misterioso en mente. Acaso la respuesta a este enigma se encuentre en la anunciación del nacimiento de Juan por el ángel Gabriel: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías” (Lc. 1:17).

El enigma puede resolverse señalando que Juan no era realmente la reencarnación ni la reaparición de Elías. Pero en cierto sentido era Elías; vino en el espíritu y poder de Elías. Esto podría explicar el misterioso prólogo de Jesús, así como la negativa de Juan. Sin embargo, el punto significativo es la forma en que Jesús trató la profecía del Antiguo Testamento. Al menos en este caso, Jesús dio libertad para el cumplimiento y no insistió en cuanto a la verdadera identidad de Elías y Juan el Bautista.

De todos los tipos de profecía la apocalíptica es la más difícil de tratar. La literatura apocalíptica se caracteriza por un alto grado de imágenes simbólicas que en ocasiones nos son interpretadas y otras veces quedan sin interpretar. Los tres libros más prominentes que encajan dentro de esta categoría son los de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis. Es muy fácil confundirse con los símbolos de Daniel y el drama del Apocalipsis del Nuevo Testamento. Una clave importante para la interpretación de estas imágenes es la de buscar el significado general de tales conceptos en la Biblia misma. Por ejemplo, la mayoría de las imágenes en el libro del Apocalipsis se encuentran en otras partes de la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento.

La interpretación de la profecía puede resultar tan compleja que el proporcionar cualquier fórmula detallada para ese fin traspasa las barreras de este libro. El estudiante de la Escritura haría bien en realizar un estudio especial acerca de la categoría de esta literatura bíblica. Una vez más, el énfasis general está en ser cuidadoso. Debemos acercarnos a la profecía cuidadosamente, con una actitud sobria. Si lo hacemos, los resultados del estudio de los libros proféticos serán de gran provecho.

Estas reglas prácticas de interpretación no cubren cada problema técnico que encontramos en la Escritura. Son ayudas y guías para nuestro estudio. No ofrecen ninguna forma mágica para el éxito perfecto en el entendimiento de cada texto de la Biblia. Pero sí ofrecen ayuda no solamente para reconocer problemas especiales en la Biblia sino también para resolverlos.
 

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