martes, 31 de julio de 2012

satanas un gran estratega: Pero Dios tiene el Control Total Parte 4

biblias y miles de comentarios
 
TERRITORIALIDAD AHORA SEGÚN LA ANTROPOLOGÍA
A medida que el campo de la antropología cultural se ha ido desarrollando en nuestro siglo, un número cada vez mayor de científicos, tanto cristianos como no cristianos, han empezado a darse cuenta de que no es posible comprender plenamente el estilo de vida, los valores y los patrones de conducta de amplios segmentos de la población mundial sin reconciliarse con su visión sobrenaturalista de la vida. El antropólogo Charles H. Kraft, del Seminario Fuller, nos ha ayudado a comprender bien esto en su extraordinario libro Christianity with Power [Cristianismo con poder].
Kraft argumenta que los occidentales dividimos el mundo en «natural» y «sobrenatural» y luego procedemos a descuidar lo sobrenatural. Incluso los cristianos, explica, «afirmamos dar por sentado que Dios está implicado en todas nuestras actividades diarias, y sin embargo con frecuencia basamos nuestro razonamiento y nuestra conducta en suposiciones naturalistas casi tanto como lo hacen nuestros vecinos y amigos no cristianos».21 Esto tiende a oscurecer nuestro entendimiento de la gran mayoría de pueblos de la tierra para quienes lo sobrenatural está muy presente en la vida cotidiana.
Jacob Loewen es al mismo tiempo antropólogo y consejero de traducción bíblica, y considera que el Antiguo Testamento supone claramente la territorialidad de los espíritus demoniacos, llamados a menudo «deidades» Loewen cita, entre otros, al profeta Oseas, quien reprendía continuamente a Israel por pensar como los paganos y considerar a Jehová como un espíritu territorial en vez de como el Señor soberano de todo el universo. Luego dice:
«La situación descrita en el libro de Oseas es muy parecida a aquella que presentábamos de África, donde los conquistadores se sintieron obligados a aceptar a los dioses de los conquistados porque estas últimas deidades controlaban la tierra».22
Loewen cuenta que en América Central y Sudamérica se considera a los espíritus como los «propietarios» de los accidentes geográficos o topográficos. Los indios nómadas nunca viajan de un territorio a otro sin asegurarse primero el permiso del espíritu territorial que domina el área en la cual se preparan a entrar. «La gente nunca posee la tierra—dice Loewen—, sólo la utiliza con permiso de sus verdaderos propietarios espirituales quienes, en un sentido, los ‘adoptan’ a ellos».23
Cuando el antropólogo David Lan empezó a estudiar la guerra de guerrillas en Zimbabwe, se dio cuenta de que estaba muy relacionada con la actividad de los médiums espiritistas. Aquellos médiums se hallaban poseídos por los mhondoro, supuestamente espíritus de jefes muertos cada uno de los cuales «dominaba sobre un territorio específico que había conquistado o que le había sido regalado estando aún con vida». El los llama «provincias espirituales», y dice de aquella región que estaba estudiando: «Cada centímetro cuadrado forma parte de una u otra provincia espiritual».24
Aunque como antropólogo secular no intenta buscar aplicaciones bíblicas a su estudio, Lan por lo menos nos proporciona alguna base para creer que la cartografía espiritual puede tener validez tanto para la sociología como para la evangelización mundial.
TERRITORIALIDAD EN MÉXICO
Uno de los mejores estudios sobre la territorialidad espiritual en un campo de misión es el realizado por Vernon J. Sterk, que ha servido como misionero de la Iglesia Reformada de América durante veinte años entre los indios tzotziles, del sur de México. Sterk dice que cada una de las tribus tzotziles puede identificar por nombre deidades tribales específicas. También conocen los nombres de los espíritus malos a los que se les han asignado diversas clases de actividades perversas. Saben, por ejemplo, que Yajval Balamil controla la enfermedad, Poslom ataca a la gente con hinchazones nocturnas y los J’ic’aletic son saqueadores y violadores.25
Sterk dice que tanto los espíritus malos como los espíritus guardianes de los tzotziles «tienen denominaciones y tareas territoriales», y comenta: «El poder de esos espíritus está limitado a una cierta área geográfica, aunque el ámbito de los espíritus malos parece ser mayor que el de los espíritus guardianes o de los antepasados».26 Cuando el espíritu territorial es fuerte, por lo general obliga a los cristianos recién convertidos a salir del mismo. Y muchos tzotziles no abandonan su territorio por miedo a perder la protección de su espíritu guardián que no puede salir con ellos.
Vernon Sterk representa a un número cada vez mayor de misioneros que están empezando a ver que la verdadera batalla por la evangelización de sus regiones es espiritual. Aunque se lamenta de no haber sido nunca adiestrado para la guerra espiritual a nivel estratégico, tiene la mirada puesta en el futuro y no en el pasado, y cree que la oración de guerra producirá un cambio en la cosecha espiritual entre los tzotziles.
También habla por muchos de nosotros cuando dice con bastante franqueza: «Me gustaría poder decir que hemos tomado autoridad sobre esos espíritus en el nombre de Jesús y que el crecimiento está siendo fantástico. Pero ni nosotros, los misioneros, ni los expulsados cristianos zinacantecos habíamos considerado jamás este concepto de espíritus territoriales. Nunca hemos hecho otra cosa que oraciones generales contra el poder de Satanás en Nabenchauc, y el crecimiento de la iglesia ha sido por lo general lento y vacilante».27
Mi deseo es que Vern Sterk y miles de misioneros y evangelistas como él, con un corazón que late por la evangelización mundial, aprendan a hacer la oración de guerra de tal forma que produzcan un cambio mensurable en la extensión del reino de Dios por toda la tierra.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      ¿Le parece extraño que los teólogos del pasado no hayan prestado mucha atención a los espíritus territoriales? ¿Por qué?
2.      Este capítulo da varios ejemplos de espíritus conocidos que gobernaban sobre determinadas áreas en los días del Antiguo Testamento, ¿Cuántos otros podría aportar usted?
3.      ¿Cuál era el problema que había detrás del hecho de que los israelitas consideraran a Jehová Dios como un espíritu territorial? ¿Hay algún peligro de ello actualmente?
4.      ¿Piensa usted que estructuras sociales tales como gobiernos o industrias pueden estar controladas por demonios? ¿Qué ejemplos podría dar de ello basándose en su conocimiento o experiencia?
5.      ¿Cree usted que es válida la información que descubren los antropólogos entre diferentes pueblos de la tierra? ¿Conocen algunos pueblos «primitivos» más acerca del mundo espiritual que la mayoría de nosotros?
CAPÍTULO SEIS
El adiestramiento de los guerreros
Cuando los jóvenes se alistan en la marina, su primera parada es el campo de instrucción. Allí reciben un adiestramiento básico intensivo dirigido a hacerles pasar de la vida civil a la militar. El propósito principal del campo de instrucción es formar el carácter que sostendrá a un marino en las situaciones críticas del combate. Esto se lleva a cabo, en parte, mediante una disciplina física agotadora concebida para desarrollar tanto los músculos como el nervio del soldado. Pero más importante todavía es la preparación sicológica necesaria para asegurar que cada marinero crea en la misión de la Infantería de Marina, adquiera valor y autodisciplina, y esté plenamente preparado para someterse a la autoridad y obedecer a las órdenes sin hacer preguntas.
Sin ese adiestramiento básico del campo de instrucción, los marineros jamás ganarían una batalla y mucho menos una guerra.
EL CAMPO DE INSTRUCCIÓN ESPIRITUAL
La instrucción básica también se aplica a los cristianos que desean librar la guerra espiritual. Hay demasiados creyentes que quieren participar en la acción sin haberse sometido primero a esa disciplina necesaria para equipar a un guerrero para el combate. Y en la medida que lo hacen, quedan expuestos a serios ataques personales y corren el riesgo de traer descrédito al cuerpo de Cristo.
La guerra espiritual debe concebirse como una acción integrada por dos movimientos simultáneos: el uno hacia arriba y el otro hacia fuera. Algunos los llaman «hacia Dios» y «hacia Satanás». En un libro que ha llegado a ser un clásico cristiano, Quiet Talks on Prayer, [Pláticas silenciosas en la oración] S.D. Gordon señalaba, a principios de siglo, que «la oración es cosa de tres». En primer lugar tiene que ver con Dios, a quien oramos; luego, con la persona que hace la oración; y, por último, implica al maligno, contra quien se ora. «El propósito de la oración—dice Gordon—no es convencer a Dios o influir en sus decisiones, sino unir nuestras fuerzas con El en contra del enemigo». El unirnos con Dios y hacer frente al diablo es esencial en la oración. «El verdadero esfuerzo no se realiza hacia Dios, sino hacia Satanás»—explica Gordon.1
Aunque nuestro objetivo en la guerra espiritual es unirnos a Dios para derrotar al enemigo, jamás debemos olvidar que nosotros, por nosotros mismos, no tenemos ningún poder para vencer a este último. «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zacarías 4:6). El principio aquí es que resulta muy peligroso intentar avanzar demasiado hacia delante sin habernos movido antes lo suficiente hacia arriba. El movimiento hacia arriba constituye la enseñanza del campo de instrucción espiritual, mientras que el avance hacia delante es la batalla misma. Al igual que pasa con los marineros, no se puede ganar el combate sin haber hecho primero el período de instrucción.
A mí me resulta útil conceptuar lo que estoy diciendo por medio de un sencillo diagrama en el que he numerado arbitrariamente las escalas vertical y horizontal del 1 al 10. Aunque estos números sean muy subjetivos, el mejor consejo que puedo dar en cuanto a la guerra espiritual es asegurarse, en todo momento, de que se está obteniendo una mejor puntuación vertical que horizontal.
Este capítulo trata de la escala vertical del diagrama: nuestra propia instrucción espiritual básica. El resto del libro describirá con cierto detalle nuestro plan de combate y lo que significa moverse hacia Satanás. Pero el orden no puede invertirse: hemos de mirar primero hacia Dios.
LA ENSEÑANZA DE SANTIAGO
Un pasaje central para entender la relación existente entre las direcciones hacia arriba y hacia fuera es Santiago 4:7, 8:
Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
En el versículo 7, «someteos a Dios» es la relación hacia arriba, hacia Dios; y «resistid al diablo» es la que se dirige hacia fuera, hacia Satanás. Estos versículos detallan la acción hacia fuera destacando tres cosas que debemos hacer para resistir con éxito al diablo: (1) someternos a Dios; (2) acercarnos al Señor; y (3) limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones. Estas son tres partes esenciales de la enseñanza de un campo de instrucción espiritual ideado para equipar a los guerreros.
1.     Someterse a Dios
Vivimos en una sociedad permisiva donde casi todo vale. Muchos de los adultos de hoy crecieron en hogares disfuncionales, sin aprender lo que significaba tener un padre amoroso que guiara a la familia, proveyera para los suyos y los protegiera, se ganara el amor y el respeto de sus hijos, y esperara también que éstos le obedeciesen. Y no son sólo los no cristianos quienes se encuentran en esa situación, también a algunos cristianos les cuesta trabajo identificarse con el mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre» y con la amonestación bíblica de «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Efesios 6:1). A menudo, hoy en día, la rebelión parece ser una actitud más popular que la lealtad.
Los cristianos que jamás se sometieron voluntariamente a un padre natural, tienen con frecuencia dificultad para someterse a su Padre que está en los cielos. Buscan a Dios para que les dé amor, cariño, perdón y sanidad; pero retroceden ante sus demandas de obediencia y compromiso. Jamás se han reconciliado con la idea de que «Jesús es Señor». En la sociedad del primer siglo, cuando se escribió el Nuevo Testamento, nadie tenía la menor duda en su mente de que a un señor había que obedecerle sin protestar. Los cristianos que no están dispuestos a obedecer a Dios incondicionalmente no se hallan más preparados para la guerra espiritual que un marinero que se niega a cumplir las órdenes de sus superiores.
La Biblia utiliza un lenguaje bastante fuerte cuando se trata de la obediencia. ¿Cómo sabemos que conocemos a Dios? «En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3). El Nuevo testamento no permite una separación artificial entre el amar a Dios por un lado y el someterse a El como a un amo por el otro—como muchos creyentes desearían que fuese en la actualidad—, sino que dice claramente: «Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos» (1 Juan 5:3).
Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios.
El someterse a Dios es la primera lección en el campo de instrucción espiritual.
2.     Acercarse a Dios
La segunda lección consiste en acercarnos a Dios. Esto tiene que ver con nuestra vida de oración personal. La oración en general es un amplio tema con muchas facetas sumamente importantes, pero ninguna hay más valiosa para un cristiano que quiera tomar parte en la guerra espiritual de un modo efectivo que la oración personal.
¿Y por qué es tan importante la oración personal? Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios. Estoy de acuerdo con John Wimber cuando dice que «la intimidad con Dios en la oración es una de las principales metas de la vida cristiana». Jesús nos da el ejemplo. El mundo sabía que Jesús era auténtico porque sólo hacía lo que veía hacer al Padre (Juan 5:19). Wimber pregunta: «¿Y por qué es nuestra meta la intimidad con Dios?» A lo que responde perspicazmente que sólo manteniendo una íntima relación con el Padre «experimentamos perdón, renovación y poder para una vida recta. Únicamente en esa estrecha relación con Dios podemos oír su voz, conocer su voluntad y comprender su corazón».2
Le guste o no, el acercarse a Dios requiere tiempo. Si estamos motivados para orar, el primero y el más importante de los actos de autodisciplina que se precisan es apartar períodos específicos para ello. Una vez que ha presupuestado usted el tiempo, se pone en acción una especie de ley de Parkinson espiritual, y la oración tiende a expandirse hasta llenar todo el tiempo disponible. Aquellos que no separan tiempo, particularmente los que racionalizan su renuencia a hacerlo con la excusa de que «oran sin cesar», por lo general acaban orando muy poco.
Una de las razones por las cuales algunas personas no dedican mucho tiempo a la oración es porque no disfrutan de ella.
Mi hija Ruth aborrecía lavar los platos cuando estaba en casa. Era divertido para mí observar, a lo largo de los años, como las cosas que demandaban infinitamente más de su tiempo, y de una manera urgente y decisiva, venían justo después de terminar de cenar. Puesto que no le gustaba en absoluto lavar los platos, siempre había algo más prioritario que exigía su tiempo.
Muchos cristianos tienen la misma actitud hacia la oración personal. Siempre parece haber para ellos alguna cosa más urgente que hacer. Su tiempo para orar es escaso porque otras actividades tienen prioridad sobre ellos. Algunos llegan a declarar incluso que «la oración es un trabajo arduo». Me cuesta trabajo entender esto si la esencia de la oración es realmente una relación de intimidad con el Padre. Sería como decir: «Pasar tiempo con mi esposa, Doris, es un trabajo arduo». Jamás lo diría, por dos razones: primera porque no es arduo en absoluto, sino puro gozo; y segunda, que si lo dijera ella lo tomaría como un insulto, y con razón. ¿Acaso no tomará Dios una actitud como esa también como un insulto?
Disfrutar de la oración
¿Cómo puede convertirse la oración personal en algo más agradable?
Me propongo escribir más acerca de la plegaria personal en otro libro de la presente serie sobre la oración, pero ya que desarrollar hábitos robustos en este campo es tan esencial para la preparación de los guerreros espirituales para la batalla, mencionaré brevemente cinco principios que le ayudarán mucho si desea disfrutar más de la oración:
El lugar. Busque un sitio cómodo y tranquilo para convertirlo en su lugar habitual de oración. El estar en un ambiente agradable y conocido le hará entrar antes en una actitud de comunión con Dios. Para que le ayude a relajarse tome consigo una taza de café o un vaso de jugo. No hay nada malo en sentirse bien cuando uno está orando.
El tiempo. Estoy de acuerdo con Larry Lea en que una meta de tiempo razonable a largo plazo para la oración diaria es una hora. También comprendo que para muchos este será un objetivo para toda la vida el cual jamás alcanzarán de manera regular. Si está usted comenzando desde cero utilice objetivos a corto plazo y vaya aumentando el tiempo gradualmente. Si esto le parece muy dificil, intente empezar con cinco minutos y luego amplíelos a diez. En mi opinión, cinco minutos todos los días es mucho más valioso que quince cada tres días; aunque tanto lo uno como lo otro lo consideraría claramente inadecuado para la guerra espiritual a nivel estratégico.
La actitud. Concéntrese en hacer de su tiempo de oración una relación personal con Dios. Me gusta lo que dice el pastor John Bisagno: «La oración es una conversación, una unión, un entretejerse de dos personalidades. Dios habla conmigo y yo con Él». Muchos de nosotros precisaremos de cierto esfuerzo y experiencia para que esto suceda, ya que no estamos acostumbrados a escuchar a Dios. Bisagno dice: «Esperar en Dios no es un mero pasar el tiempo en abstracto, sino un ejercicio espiritual definido durante el cual, después de haberle hablado usted a Dios, es El quien le habla a usted».3 Pocas cosas harán más agradable la oración que el oír a Dios hablándole. Algunos expertos en ello toman incluso notas de lo que El les dice y llaman a esto «llevar el diario».
El formato. Recomiendo encarecidamente el uso del Padrenuestro como formato diario para todo el tiempo de oración. Este consejo se ha dado a menudo desde la época de Martín Lutero. En cuanto a manuales de oración modernos, el que mejor me parece es Could You Not Tarry One Hour?, [¿No podrías tardar una hora?] de Larry Lea (Creation House).
La calidad. La experiencia demuestra que la calidad de la oración es por lo general resultado de su cantidad, y no viceversa. Mientras desarrolla su vida de oración personal no se preocupe en demasía por la somnolencia o porque a veces se encuentre soñando despierto. La calidad llegará con el tiempo. Una vez oí decir a Mike Bickel, que si uno aparta sesenta minutos para la oración, puede conseguir cinco buenos minutos; pero luego esos cinco se convierten en diez; más tarde en veinte … y la calidad aumenta.
El ayuno. De tanto en tanto, cuando los discípulos de Jesús tenían problemas tratando de echar fuera demonios, Él había de enseñarles que ciertos tipos solo salen mediante ayuno y oración (véase Mateo 17:21). Y en nuestro caso, así como nos es necesario el acercarnos a Dios por medio de la oración, también lo es hacerlo a través del ayuno. Parte del adiestramiento del campo de instrucción consiste en aprender a ayunar.
Muchos de los que leen este libro serán ayunadores experimentados y practicantes. Esta sección no es para ellos, sino para los que se están preguntando cómo empezar a hacerlo.
Aunque hay muchas clases de ayunos, el más corriente, y el que recomiendo para empezar, es abstenerse de comida, pero no de bebida por un período de tiempo determinado. En cuanto a la bebida, todo el mundo está de acuerdo en que el agua es fundamental. Algunos añaden a ésta café o té, y otros jugos de frutas. Pero todos concuerdan en que un batido de leche por ejemplo, es demasiado y no respeta el espíritu del ayuno. Como sea, ayunar constituye una práctica intencional de negación de uno mismo, y esta disciplina espiritual ha sido reconocida a lo largo de los siglos como un medio de abrirnos a Dios y de acercarnos a El.
Yo creo que el ayuno debería practicarse tanto de forma regular como esporádica, según se precise o se acuerde. Personalmente soy sólo un principiante, de modo que he decidido disciplinarme a no comer nada entre la cena del martes y la comida del mediodía del miércoles. He descubierto que esto no es dificil de hacer. La peor parte fue tomar la decisión de hacerlo. Este es mi ayuno regular y ha quitado de mí toda retinencia en cuanto a esa práctica. Con esta base, los ayunos ocasionales más largos me resultan mucho más fáciles. Hace algún tiempo, por ejemplo, me invitaron a un retiro en el que habíamos de orar y ayunar todo el día y gracias al hábito que había adquirido no tuve ningún problema en hacerlo.
Algunas veces no animamos a ayunar a otros miembros del cuerpo de Cristo porque recordamos la reprensión de Jesús a los fariseos que pecaban haciendo un alarde público del ayuno (véase Mateo 6:16–18). Sólo porque debamos ayunar en secreto ello no significa, en mi opinión, que tengamos que hacer del ayuno un secreto o no debamos animar a otros a practicarlo con nuestro ejemplo. Es por esto por lo que comparto mis presentes hábitos en cuanto al ayuno en este libro. ¡Necesitamos hablar más del ayuno y practicarlo más!
A medida que ayunar se vaya convirtiendo más en una norma de nuestra vida cristiana diaria, como individuos y como congregaciones, seremos más eficaces en la guerra espiritual.
El acercarnos a Dios mediante la oración y el ayuno es la segunda lección importante del campo de instrucción espiritual.
3.     Limpiar las manos y purificar los corazones
En sus instrucciones para que nos sometamos a Dios, Jesús dice: «Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones» (Santiago 4:8). La limpieza de las manos tiene que ver con lo que uno hace y la purificación del corazón con lo que uno piensa o siente. Juntas constituyen un llamamiento a la santidad, y ésta incluye tanto la actitud como la acción.
Adquirir santidad es algo básico para un guerrero espiritual. Por desgracia varios aspectos de la santidad se han sacado tanto de su proporción bíblica en estos tiempos, que en lugar de ser una bendición para la guerra espiritual, tal y como Dios quería, se ha convertido en una barrera para la misma. Este es un aspecto tan importante del adiestramiento en el campo de instrucción, que creo que debemos dedicarle bastante atención en este capítulo.
LA TRAMPA DEL “BENDÍCEME”
En agosto de 1990 se reunieron 25.000 carismáticos en la «Hossier Dome» de Indianápolis para el tercer gran congreso de este tipo. Algunos observadores pensaron entonces que aquel encuentro representaba una especie de punto crítico para el movimiento. Un editorial de Christianity Today comentó con aprobación que esa vez los carismáticos no se habían reunido sólo para levantar las manos, orar con fervor y cantar exhuberantemente como en el pasado. En Indianápolis, los participantes fueron desafiados a entregarse a un evangelismo agresivo tanto en los Estados Unidos como en el extranjero, poniendo especial énfasis en los pobres.
Christianity Today fue lo suficientemente atrevida como para sugerir que Indianápolis era una indicación de que el movimiento carismático está «madurando».4
¿Qué es lo que puede hacer que algunos evangélicos y otros grupos consideren inmaduro al movimiento carismático después de treinta años de existencia? Vinson Synan, director del congreso y presidente del Comité del Servicio de Renovación Norteamericano que patrocinaba el encuentro, lo indicó probablemente cuando dijo: «Esta no ha sido una conferencia para ‘recibir bendición’».5
Synan estaba comparando las 50.000 personas que asistieron al congreso de Kansas City en 1977, y los 35.000 participantes en la convención de Nueva Orleans en 1987, con los 25.000 de Indianápolis. Tanto el encuentro de Kansas City como el de Nueva Orleans eran considerados por el liderazgo como conferencias ‘para recibir bendición’. El tema de Indianápolis, sin embargo, era «Evangelizar el Mundo—¡Ahora!»
La opinión de Synan es que cuando el énfasis cambió de la bendición propia a la del prójimo, el interés de los carismáticos descendió considerablemente, al igual que su asistencia.
Los carismáticos, desde luego, no tienen la exclusiva del cristianismo del «bendíceme», a pesar del desproporcionado relieve que ha adquirido alguna aplicación bastante cuestionable de las enseñanzas sobre la curación y la prosperidad. Millares y millares de iglesias no carismáticas sufren también casos graves de «koinonitis» o legítima comunión cristiana venida a menos. Los carteles que proclaman «Bienvenidos visitantes» en las puertas de los templos no quieren decir en demasiados casos prácticamente nada. La trampa del «bendíceme» no reconoce fronteras denominacionales.
Naturalmente, las iglesias deberían bendecirme. Poca gente asistiría a las mismas si no hubiese en ello ningún beneficio personal. Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Invitamos a los cultos a nuestros amigos que sufren para que puedan experimentar una sanidad emocional, fisica y espiritual. En un sentido real y legítimo la iglesia se considera como una especie de hospital para el cuidado de los heridos.
Al tiempo que funciona de esa manera, la iglesia debe también verse como un cuartel para los guerreros. Se trata de un lugar para enseñar, adiestrar, equipar y acondicionar espiritualmente; donde la gente sea llena del Espíritu Santo y poder, no sólo para bendecirme, sino para ser testigos de Jesús en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. La iglesia realiza las curaciones necesarias, pero la función principal de estas es aumentar las tropas para que pasen a primera línea en todo tipo de ministerio del Reino.
SANTIDAD PARA LA GUERRA
La santidad es tan indispensable para el guerrero espiritual como la buena vista para un piloto de combate. La mayoría de los dirigentes cristianos están de acuerdo con esto, pero algunos se quedan en el nivel de escuela primaria desarrollando el concepto de santidad. Proporcionan la leche de la palabra en cuanto a este tema, pero no parecen poder llegar a la carne. Otros, en su encomiable deseo de enfatizar la santidad, tienden a irse a un extremo convirtiéndola en un fin en sí misma. Si Dios nos bendice con la santidad suficiente, si ponemos todo nuestro empeño en abrillantar a los cristianos hasta que consigan estar lo bastante lustrosos, entonces el ministerio eficaz brotará supuestamente por sí solo. Esto tal vez sea una caricatura, pero constituye uno de los enfoques actuales que puede llevarnos fácilmente a la trampa del «bendíceme». Para ser efectivos en la guerra espiritual necesitamos comprender algunas de las implicaciones más profundas de la santidad.
Relaciones y reglas
Las dos facetas más importantes de la santidad cristiana son: (1) las relaciones y (2) la obediencia. Ambas se destacan en el libro de Gálatas, escrito expresamente para ayudar a los creyentes a vivir la vida cristiana como Dios quiere.
Las iglesias de Galacia eran una mezcla de creyentes de dos trasfondos distintos. Algunos eran judíos que habían recibido a Jesús como su Mesías, otros paganos que lo habían reconocido como su Señor. Los judíos lo sabían todo acerca de la obediencia a la ley, y Pablo tuvo que amonestarlos a no volver a la idea de que el guardar la ley agradaría por sí solo a Dios. «¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu ahora vais a acabar por la carne?» (Gálatas 3:3). Los judíos necesitaban que se les recordara que la base de nuestra santidad es la relación personal que tenemos con Dios como hijos suyos.
Por otro lado, los paganos sabían todo lo concerniente a los seres espirituales—en su caso los principados, las potestades y los malos espíritus—, y Pablo tuvo que amonestarlos a que no se volvieran nuevamente a las fuerzas demoniacas en momentos de necesidad o de crisis. «Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?» (Gálatas 4:9). A los paganos había que recordarles que la base de nuestra santidad no es sólo una relación, sino también la obediencia a Dios como nuestro dueño.
¿Cómo se armonizan entonces las relaciones y las reglas?
Creo que la respuesta a esta decisiva pregunta queda clara cuando consideramos tres aspectos vitales de nuestra relación con Dios.
1. Dios es nuestro Padre. Empezamos por una relación de amor con Cristo. Somos hijos y decimos: «¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:6).
2. Dios es nuestro dueño. Tenemos un amoroso deseo de obedecer la voluntad de Cristo. Somos esclavos y obedecemos: «Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo» (Gálatas 4:1).
3. Jesús es nuestro modelo. Queremos ser semejantes a Cristo. Pablo se dirigía con estas palabras a los creyentes gálatas: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4:19). La santidad es ver a Cristo en nuestra persona.
La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere Él.
Toda relación, del tipo que sea, tiene sus demandas. Mi esposa Doris y yo mantenemos una buena relación desde hace más de cuarenta años. Pero eso no sucede automáticamente. Cada uno de nosotros tiene su propia personalidad y su juego de normas que la acompañan. Hemos descubierto que nuestra relación es mejor si observamos cada uno el conjunto de normas del otro. Y lo mismo sucede en nuestra relación con Jesús. Cuanto antes aprendemos las reglas y las guardamos, tanto mejor nos llevamos con El.
Los principales pasajes del Nuevo testamento acerca de la santidad, tales como Efesios 4:17–32 y Colosenses 3:5–24, enuncian dichas reglas con cierto detalle. En Gálatas, Pablo menciona tanto las obras de la carne (Gálatas 5:19–21) como el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23).
La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere El. La relación es fundamental, pero ¿cómo sabemos si nos estamos relacionando adecuadamente con Jesús? «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3).
¿Quién es santo?
Si la santidad es un requisito previo para la guerra espiritual, ¿puede ser una persona realmente santa? ¿Puedo declarar que he alcanzado la santidad? Y si no … ¿por qué seguimos exhortándonos unos a otros a ser santos?
Al principio estas preguntas pueden parecer desconcertantes, pero el desconcierto se desvanece si hacemos dos preguntas en vez de una. La primera es: ¿Puede alguien ser santo? La respuesta es sí. Todos los cristianos son santos. La segunda: ¿Puede ser alguien lo bastante santo? Esta vez la contestación es no. Ningún cristiano es suficientemente santo.
Es importante, naturalmente, asegurarnos de que comprendemos lo que significa la palabra «santidad». El término griego hagios quiere decir «ser apartado». Bíblicamente el sentido es «ser apartado para Dios» y es sinónimo de «santificación». Pero el énfasis de la Biblia está más en la relación que en el ser apartado.
En el sentido de ser apartado para Dios, cada cristiano ha sido hecho santo por medio del nuevo nacimiento. Pedro nos llama «real sacerdocio» (1 Pedro 2:5) y «nación santa» (1 Pedro 2:9). Y Jesús nos presentará «santos y sin mancha e irreprensibles delante de él» (Colosenses 1:22). Pablo recuerda a los creyentes de Corinto: «Ya habéis sido santificados … por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11). Si ha nacido usted de nuevo, puede decir verdaderamente: «Sí, soy santo».
Lo que no puede decir es: «Soy lo bastante santo». Posicionalmente, como hijo de Dios, ya no practica usted el pecado: «Todo aquel que permanece en él, no peca» (1 Juan 3:6). Pero aunque el deseo de su corazón, motivado por el Espíritu Santo, es no seguir practicando el pecado como estilo de vida, todavía no es usted perfecto. De hecho peca, y será mejor que lo reconozca: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Por eso nos dice Jesús que oremos a diarlo: «Perdónanos nuestras deudas …»
Madurar en santidad
Pero si no podemos ser nunca lo bastante santos, ¿podemos ser más santos de lo que éramos, por ejemplo, el año pasado? ¡Desde luego! Creo que puedo decir honestamente que en 1990 era más santo que en 1980. Espero, planeo y pretendo de todo corazón ser aún más santo de aquí a diez años. Y dentro de veinte, según las tablas del seguro, al fin seré probablemente lo bastante santo, ¡ya que estaré en la presencia de Jesús!
En su entusiasmo por alcanzar una mayor santidad, algunos han caído en la tentación que Pablo estaba tratando de advertir a los Gálatas. Han seleccionado ciertas acciones externas o experiencias como pruebas visibles de haber alcanzado la santidad, o la santificación, o la plenitud del Espíritu. Los miembros de algunas iglesias se guiñan el ojo unos a otros y expresan: «Yo tuve mi experiencia en 1986. ¿Cuándo la tuviste tú?»
Hace algunos años, mientras me cortaba el pelo, el barbero me dijo que había tenido su experiencia hacía catorce años y que desde entonces no había pecado. El alcanzar unos ciertos niveles exteriores, por buenos que éstos sean, no constituye un criterio bíblico para medir la santidad. Mucho más importante es la santidad interna o del corazón. La dirección en la que uno va tiene más significación que los logros externos, como indican claramente las palabras de Jesús a los fariseos en Mateo 6.
La razón de las normas externas
¿Para qué sirven entonces las normas externas? Nos ayudan de tres maneras en nuestra búsqueda de la santidad:
Primeramente, aunque como ya hemos visto que no podemos definir la presencia de santidad en nuestras vidas por el cumplimiento de las normas externas, éstas sí nos son útiles para detectar la ausencia de santidad. Si utilizamos en vano de manera habitual el nombre del Señor, si tenemos relaciones sexuales extramatrimoniales o si falsificamos informes económicos—por dar tres ejemplos—, podemos estar seguros de que no somos santos.
En segundo lugar, las normas externas son indicadores de madurez. Dios es un buen padre que comprende a sus hijos espirituales, pero también espera de ellos que crezcan, al igual que nosotros con nuestros hijos naturales. ¿Qué padre no ha dicho a su hijo en el primer año de enseñanza elemental: «¡Deja de comportarte como un niño de dos años!»? Algunas veces Dios tiene que decirnos eso a nosotros. Pablo estaba manifestando su frustración con los corintios cuando les dijo con hastío: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo» (1 Corintios 3:1). Tenga en cuenta que esta madurez espiritual se hará más evidente a través de rasgos maduros del carácter que marcando con una equis las casillas de alguna lista de reglas.
En tercer lugar, los niveles más altos en el Nuevo testamento son para los dirigentes. Como reflejan los requisitos de los ancianos y diáconos en las epístolas pastorales, las acciones externas y los testimonios visibles, manifiestos y públicos, son condiciones necesarias, no para evitar la excomunión de la iglesia, sino para ser apto para posiciones de liderato.
¿Cuánta santidad se precisa?
Aunque los cristianos no sean nunca lo bastante santos, si pueden crecer en santidad. ¿Hasta dónde deberán progresar para poder ejercer el ministerio? ¿Cuánta purificación necesitan los soldados antes de ser enviados al frente?
Al contestar a estas preguntas es preciso evitar cuatro peligros:
1.     El esperar a ser perfecto antes de lanzarse. Esto da como resultado la parálisis en el ministerio, ya que nadie llega nunca a la perfección en esta vida.
2.     Considerar la santidad como un fin en sí mismo, lo cual tiene como consecuencia el síndrome del «bendíceme» que tantos están tratando de evitar en estos días.
3.     Esperar que el ministerio se autogenere desde una vida santa. El resultado de esto es que el viaje interior llega a convertirse en un callejón sin salida. El ministerio requiere motivación e iniciativa sea cual sea el nivel de santidad alcanzado.
4.     Relacionar la eficacia en el ministerio con el cumplimiento de ciertos indicadores externos de santidad. Esto lleva al orgullo y al egocentrismo.
PRINCIPIOS PARA LA GUERRA ESPIRITUAL
Hablemos ahora de los principios. Queremos ser buenos guerreros espirituales, de modo que sabemos que hemos de adquirir santidad y evitar al mismo tiempo la trampa del «bendíceme» y la parálisis en el ministerio. He aquí cinco principios que nos ayudarán a equiparnos para la batalla:
1.     Asegúrese de estar en la debida relación con Dios.
Lo fundamental es saber que uno ha nacido de nuevo, que tiene una vida de oración personal satisfactoria y que está lleno del Espíritu Santo.
Observación: Esta es la forma de evaluar una relación adecuada con Dios, no una relación perfecta. La prueba decisiva es que su corazón desee conocer más íntimamente a Dios y agradarle en todo.
2.     Confiese todos sus pecados conocidos.
Los creyentes más maduros saben cuándo han pecado, pero para llevar simplemente un control periódico utilice como punto de partida la lista de obras de la carne que aparece en Gálatas 5:19–21 u otras relaciones bíblicas de pecados. Francis Frangipane advierte: «Si intenta usted atar a un principado o una potestad albergando pecado en su corazón, seguramente será derrotado».6
Observación: No se entregue a la autoflagelación espiritual—esa es también una obra de la carne—. ¡Si usted no se encuentra bien a menos de sentirse culpable es que algo va mal! Permita que sea el Espíritu Santo quien le convenza de pecado.
3.     Busque la sanidad de pautas de pecado persistentes.
Si su corazón ama a Dios pero un pecado especial se manifiesta de continuo en su vida, se trata de una enfermedad espiritual de la cual debe ser sanado; del mismo modo que buscaría la sanidad de una infección de vesícula o de la diabetes.
Observación: Por lo general necesitará ayuda externa para esta sanidad interior. Consiga esa ayuda antes de entrar en cualquier clase de ministerio, pero especialmente si va a participar en la guerra espiritual.
4.     Permita que otros lean su barómetro espiritual.
Relaciónese estrechamente con cierto número de personas cuya espiritualidad respete y que le conozcan lo bastante bien como para ser francas con usted.
Observación: También una franqueza demasiado frecuente, sobre todo en público, puede hacerse patológica; pero si se guarda todo para sí no tendrá forma de comprobar la exactitud de sus autoevaluaciones.
5.     Cuanto más alto le llame Dios en el liderato, más alto deberá ser su nivel de santidad.
Muchos niveles de ministerio cristiano no requieren una cota excesiva de santidad, aunque la santidad madura sea un objetivo para todo creyente. Algunas formas de servicio cristiano son como jugar al fútbol con niños pequeños en el parque. No exigen demasiado. Pero otros niveles de ministerio son como participar en la Liga Nacional de Primera División, requieren unas condiciones espirituales considerablemente por encima del promedio.
Observación: La guerra espiritual en el nivel estratégico debería considerarse más bien dentro de esta categoría. Si cree usted que está dotado y tiene un llamamiento para esta clase de ministerio, sea especialmente estricto consigo mismo.
Si su puntuación en esta lista de control resulta satisfactoria, está preparado para el ministerio. No separe el carácter santo de los dones o del ministerio, pues de otro modo acabará cayendo en la hipocresía. Al mismo tiempo, no espere hasta haber llegado a ser un supersanto para ejercer el ministerio o acabará en la trampa del «bendíceme».
TODA LA ARMADURA DE DIOS
Un manual que me gusta para equipar a los guerreros es The Weapons of Your Warfare, de Larry Lea. En este libro, Lea menciona la sangre de Jesús, la oración, toda la armadura de Dios, la alabanza, el hablar la Palabra, el nombre de Jesús y la perseverancia como «el arsenal de Dios». El espacio no me permitiría hablar aquí de cada una de esas cosas, de modo que sólo recomendaré The Weapons of Your Warfare [Armas de su guerra espiritual] como libro de texto para su período de instrucción.
Sin embargo, sí quiero mencionar «toda la armadura de Dios» antes de concluir este capítulo. En su libro, Larry utiliza como ilustración la mentalidad norteamericana del «vestirse para el éxito». Muchos manuales de «hágalo usted mismo» enseñan a los aspirantes a hombres de negocios que ciertas prendas de vestir les proporcionan una apariencia la cual les permitirá ascender más rápido en la escala profesional. Luego, Lea sigue diciendo que el ponerse toda la armadura de Dios es «la única forma de vestirse para el éxito en el Señor, ya que toda la armadura de Dios es un requisito previo para ‘arrebatar’ el Reino de Dios».7
La metáfora que hace Pablo de la armadura del legionario romano nos proporciona una lista de elementos imprescindibles para la preparación de los guerreros espirituales. Nuestros lomos necesitan estar ceñidos con la verdad. Jesús mismo es el camino, la verdad y la vida. Nos ponemos la coraza de justicia. Nuestro corazón se halla protegido por la santidad que trae el limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones como vimos anteriormente. El escudo de la fe nos protege de los ardos de fuego de Satanás. Y el yelmo de la salvación nos recuerda que pertenecemos a Jesús y que tenemos asegurada la victoria final en la batalla.
Después de leer extensamente sobre el tema de la guerra espiritual, me siento perplejo por el considerable número de autores que necesitan subrayar que todas las partes de la armadura de Dios tienen carácter defensivo. El hecho es que un guerrero no sólo viste armadura y sostiene un escudo, sino que lleva una espada en la mano derecha. La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, constituye ciertamente un arma ofensiva. Me encanta el comentario que hace Walter Wink: «Es gracioso ver como va y viene de un erudito a otro la declaración de que todas las armas son ‘defensivas’. El Pentágono dice lo mismo acerca de los misiles nucleares».8
Pienso que algunas personas quieren creer «esperanza contra esperanza» que ya que Cristo ha derrotado a Satanás en la cruz, lo único que tenemos que hacer es «estar firmes». Si nos quedamos mirando con las manos en los bolsillos, el mal, de alguna manera, no nos molestará ni a nosotros ni a nuestra sociedad. Pero, en mi opinión, eso no es lo que Pablo tenía en mente cuando escribió Efesios 6. Clinton Arnold plantea la cuestión de si «estar firmes» es algo estático o dinámico, y dice: «¿Se hace también un llamamiento al lector para que emprenda una acción más ofensiva, tal como la de proclamar el mensaje de redención a la humanidad esclavizada por el diablo?» Y su conclusión es: «El flujo del contexto revela también que el autor concibe el «estar firmes» como algo de carácter ofensivo».9
Por tanto usando toda la armadura de Dios estamos listos, no sólo para protegernos de los furiosos ataques de Satanás, sino también para vencer al hombre fuerte y hacer progresar el reino de Dios.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      Hable de las escalas «hacia arriba» y «hacia fuera». Explique con sus propias palabras lo que significan.
2.      Si tuviera que hacerse a sí mismo un examen sobre su sumisión a Dios y su acercarse a El, ¿qué nota sacaría?
3.      ¿Está usted de acuerdo con que los cristianos deberían ponerse como meta una hora diaria de oración personal o le parece poco realista?
4.      ¿Tiene usted alguna experiencia en ayunar? En tal caso descríbala y desarróllela.
5.      ¿Es usted más santo que antes? ¿Cómo lo sabe?
21 Charles H. Kraft, Christianity with Power (Ann Arbor, MI: Vine Books, Servant Publications, 1989), p. 27.
22 Jacob Loewen, “Which God Do Missionaries Preach?”, Engaging the Enemy, C. Peter Wagner, ed., (Ventura, CA: Regal Books, 1991), p. 173.
23 Ibid., p. 169.
24 David Lan, Guns and Rain: Guerrillas and Spirit Mediums in Zimbabwe (Berkeley: University of California Press, 1985), p. 34.
25 Vernon J. Sterk “Territorial Spirits and Evangelization in Hostile Environments”, Engaging the Enemy, C. Peter Wagner, ed., (Ventura, CA: Regal Books, 1991), p. 149.
26 Ibid., pp. 149–150.
27 Ibid., pp. 155–156.
1 S. D. Gordon, Quiet Talks on Prayer (Nueva York, NY: Fleming H. Revell Company, 1904), p. 120.
2 John Wimber, “Prayer: Intimacy with God”, Equiping the Saints, noviembre-diciembre de 1987, p. 3
3 John Bisagno, The Power of Positive Praying (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1965), p. 71.
4 Timothy K. Jones, “Hands Up in the Hoosier Dome”, Christianity Today, 24 de septiembre de 1990, p. 23.
5 Ibid.
6 Francis Frangipane, The House of the Lord (Lake Mary, FL: Creation House, 1991), p. 147.
7 Larry Lea, The Weapons of Your Warfare (Altamonte Springs, FL: Creation House, 1989), p. 93.
8 Walter Wink, Naming the Powers (Philadelphia, PA: Fortress Press, 1984), p. 86.
9 Clinton E. Arnold, Ephesians: Power and Magic (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1989), 119, 120.



satanas un gran estratega: Pero Dios tiene el Control Total Parte 3

biblias y miles de comentarios
 
TERRITORIALIDAD AHORA SEGÚN LA ANTROPOLOGÍA
A medida que el campo de la antropología cultural se ha ido desarrollando en nuestro siglo, un número cada vez mayor de científicos, tanto cristianos como no cristianos, han empezado a darse cuenta de que no es posible comprender plenamente el estilo de vida, los valores y los patrones de conducta de amplios segmentos de la población mundial sin reconciliarse con su visión sobrenaturalista de la vida. El antropólogo Charles H. Kraft, del Seminario Fuller, nos ha ayudado a comprender bien esto en su extraordinario libro Christianity with Power [Cristianismo con poder].
Kraft argumenta que los occidentales dividimos el mundo en «natural» y «sobrenatural» y luego procedemos a descuidar lo sobrenatural. Incluso los cristianos, explica, «afirmamos dar por sentado que Dios está implicado en todas nuestras actividades diarias, y sin embargo con frecuencia basamos nuestro razonamiento y nuestra conducta en suposiciones naturalistas casi tanto como lo hacen nuestros vecinos y amigos no cristianos».21 Esto tiende a oscurecer nuestro entendimiento de la gran mayoría de pueblos de la tierra para quienes lo sobrenatural está muy presente en la vida cotidiana.
Jacob Loewen es al mismo tiempo antropólogo y consejero de traducción bíblica, y considera que el Antiguo Testamento supone claramente la territorialidad de los espíritus demoniacos, llamados a menudo «deidades» Loewen cita, entre otros, al profeta Oseas, quien reprendía continuamente a Israel por pensar como los paganos y considerar a Jehová como un espíritu territorial en vez de como el Señor soberano de todo el universo. Luego dice:
«La situación descrita en el libro de Oseas es muy parecida a aquella que presentábamos de África, donde los conquistadores se sintieron obligados a aceptar a los dioses de los conquistados porque estas últimas deidades controlaban la tierra».22
Loewen cuenta que en América Central y Sudamérica se considera a los espíritus como los «propietarios» de los accidentes geográficos o topográficos. Los indios nómadas nunca viajan de un territorio a otro sin asegurarse primero el permiso del espíritu territorial que domina el área en la cual se preparan a entrar. «La gente nunca posee la tierra—dice Loewen—, sólo la utiliza con permiso de sus verdaderos propietarios espirituales quienes, en un sentido, los ‘adoptan’ a ellos».23
Cuando el antropólogo David Lan empezó a estudiar la guerra de guerrillas en Zimbabwe, se dio cuenta de que estaba muy relacionada con la actividad de los médiums espiritistas. Aquellos médiums se hallaban poseídos por los mhondoro, supuestamente espíritus de jefes muertos cada uno de los cuales «dominaba sobre un territorio específico que había conquistado o que le había sido regalado estando aún con vida». El los llama «provincias espirituales», y dice de aquella región que estaba estudiando: «Cada centímetro cuadrado forma parte de una u otra provincia espiritual».24
Aunque como antropólogo secular no intenta buscar aplicaciones bíblicas a su estudio, Lan por lo menos nos proporciona alguna base para creer que la cartografía espiritual puede tener validez tanto para la sociología como para la evangelización mundial.
TERRITORIALIDAD EN MÉXICO
Uno de los mejores estudios sobre la territorialidad espiritual en un campo de misión es el realizado por Vernon J. Sterk, que ha servido como misionero de la Iglesia Reformada de América durante veinte años entre los indios tzotziles, del sur de México. Sterk dice que cada una de las tribus tzotziles puede identificar por nombre deidades tribales específicas. También conocen los nombres de los espíritus malos a los que se les han asignado diversas clases de actividades perversas. Saben, por ejemplo, que Yajval Balamil controla la enfermedad, Poslom ataca a la gente con hinchazones nocturnas y los J’ic’aletic son saqueadores y violadores.25
Sterk dice que tanto los espíritus malos como los espíritus guardianes de los tzotziles «tienen denominaciones y tareas territoriales», y comenta: «El poder de esos espíritus está limitado a una cierta área geográfica, aunque el ámbito de los espíritus malos parece ser mayor que el de los espíritus guardianes o de los antepasados».26 Cuando el espíritu territorial es fuerte, por lo general obliga a los cristianos recién convertidos a salir del mismo. Y muchos tzotziles no abandonan su territorio por miedo a perder la protección de su espíritu guardián que no puede salir con ellos.
Vernon Sterk representa a un número cada vez mayor de misioneros que están empezando a ver que la verdadera batalla por la evangelización de sus regiones es espiritual. Aunque se lamenta de no haber sido nunca adiestrado para la guerra espiritual a nivel estratégico, tiene la mirada puesta en el futuro y no en el pasado, y cree que la oración de guerra producirá un cambio en la cosecha espiritual entre los tzotziles.
También habla por muchos de nosotros cuando dice con bastante franqueza: «Me gustaría poder decir que hemos tomado autoridad sobre esos espíritus en el nombre de Jesús y que el crecimiento está siendo fantástico. Pero ni nosotros, los misioneros, ni los expulsados cristianos zinacantecos habíamos considerado jamás este concepto de espíritus territoriales. Nunca hemos hecho otra cosa que oraciones generales contra el poder de Satanás en Nabenchauc, y el crecimiento de la iglesia ha sido por lo general lento y vacilante».27
Mi deseo es que Vern Sterk y miles de misioneros y evangelistas como él, con un corazón que late por la evangelización mundial, aprendan a hacer la oración de guerra de tal forma que produzcan un cambio mensurable en la extensión del reino de Dios por toda la tierra.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      ¿Le parece extraño que los teólogos del pasado no hayan prestado mucha atención a los espíritus territoriales? ¿Por qué?
2.      Este capítulo da varios ejemplos de espíritus conocidos que gobernaban sobre determinadas áreas en los días del Antiguo Testamento, ¿Cuántos otros podría aportar usted?
3.      ¿Cuál era el problema que había detrás del hecho de que los israelitas consideraran a Jehová Dios como un espíritu territorial? ¿Hay algún peligro de ello actualmente?
4.      ¿Piensa usted que estructuras sociales tales como gobiernos o industrias pueden estar controladas por demonios? ¿Qué ejemplos podría dar de ello basándose en su conocimiento o experiencia?
5.      ¿Cree usted que es válida la información que descubren los antropólogos entre diferentes pueblos de la tierra? ¿Conocen algunos pueblos «primitivos» más acerca del mundo espiritual que la mayoría de nosotros?
CAPÍTULO SEIS
El adiestramiento de los guerreros
Cuando los jóvenes se alistan en la marina, su primera parada es el campo de instrucción. Allí reciben un adiestramiento básico intensivo dirigido a hacerles pasar de la vida civil a la militar. El propósito principal del campo de instrucción es formar el carácter que sostendrá a un marino en las situaciones críticas del combate. Esto se lleva a cabo, en parte, mediante una disciplina física agotadora concebida para desarrollar tanto los músculos como el nervio del soldado. Pero más importante todavía es la preparación sicológica necesaria para asegurar que cada marinero crea en la misión de la Infantería de Marina, adquiera valor y autodisciplina, y esté plenamente preparado para someterse a la autoridad y obedecer a las órdenes sin hacer preguntas.
Sin ese adiestramiento básico del campo de instrucción, los marineros jamás ganarían una batalla y mucho menos una guerra.
EL CAMPO DE INSTRUCCIÓN ESPIRITUAL
La instrucción básica también se aplica a los cristianos que desean librar la guerra espiritual. Hay demasiados creyentes que quieren participar en la acción sin haberse sometido primero a esa disciplina necesaria para equipar a un guerrero para el combate. Y en la medida que lo hacen, quedan expuestos a serios ataques personales y corren el riesgo de traer descrédito al cuerpo de Cristo.
La guerra espiritual debe concebirse como una acción integrada por dos movimientos simultáneos: el uno hacia arriba y el otro hacia fuera. Algunos los llaman «hacia Dios» y «hacia Satanás». En un libro que ha llegado a ser un clásico cristiano, Quiet Talks on Prayer, [Pláticas silenciosas en la oración] S.D. Gordon señalaba, a principios de siglo, que «la oración es cosa de tres». En primer lugar tiene que ver con Dios, a quien oramos; luego, con la persona que hace la oración; y, por último, implica al maligno, contra quien se ora. «El propósito de la oración—dice Gordon—no es convencer a Dios o influir en sus decisiones, sino unir nuestras fuerzas con El en contra del enemigo». El unirnos con Dios y hacer frente al diablo es esencial en la oración. «El verdadero esfuerzo no se realiza hacia Dios, sino hacia Satanás»—explica Gordon.1
Aunque nuestro objetivo en la guerra espiritual es unirnos a Dios para derrotar al enemigo, jamás debemos olvidar que nosotros, por nosotros mismos, no tenemos ningún poder para vencer a este último. «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zacarías 4:6). El principio aquí es que resulta muy peligroso intentar avanzar demasiado hacia delante sin habernos movido antes lo suficiente hacia arriba. El movimiento hacia arriba constituye la enseñanza del campo de instrucción espiritual, mientras que el avance hacia delante es la batalla misma. Al igual que pasa con los marineros, no se puede ganar el combate sin haber hecho primero el período de instrucción.
A mí me resulta útil conceptuar lo que estoy diciendo por medio de un sencillo diagrama en el que he numerado arbitrariamente las escalas vertical y horizontal del 1 al 10. Aunque estos números sean muy subjetivos, el mejor consejo que puedo dar en cuanto a la guerra espiritual es asegurarse, en todo momento, de que se está obteniendo una mejor puntuación vertical que horizontal.
Este capítulo trata de la escala vertical del diagrama: nuestra propia instrucción espiritual básica. El resto del libro describirá con cierto detalle nuestro plan de combate y lo que significa moverse hacia Satanás. Pero el orden no puede invertirse: hemos de mirar primero hacia Dios.
LA ENSEÑANZA DE SANTIAGO
Un pasaje central para entender la relación existente entre las direcciones hacia arriba y hacia fuera es Santiago 4:7, 8:
Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
En el versículo 7, «someteos a Dios» es la relación hacia arriba, hacia Dios; y «resistid al diablo» es la que se dirige hacia fuera, hacia Satanás. Estos versículos detallan la acción hacia fuera destacando tres cosas que debemos hacer para resistir con éxito al diablo: (1) someternos a Dios; (2) acercarnos al Señor; y (3) limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones. Estas son tres partes esenciales de la enseñanza de un campo de instrucción espiritual ideado para equipar a los guerreros.
1.     Someterse a Dios
Vivimos en una sociedad permisiva donde casi todo vale. Muchos de los adultos de hoy crecieron en hogares disfuncionales, sin aprender lo que significaba tener un padre amoroso que guiara a la familia, proveyera para los suyos y los protegiera, se ganara el amor y el respeto de sus hijos, y esperara también que éstos le obedeciesen. Y no son sólo los no cristianos quienes se encuentran en esa situación, también a algunos cristianos les cuesta trabajo identificarse con el mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre» y con la amonestación bíblica de «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Efesios 6:1). A menudo, hoy en día, la rebelión parece ser una actitud más popular que la lealtad.
Los cristianos que jamás se sometieron voluntariamente a un padre natural, tienen con frecuencia dificultad para someterse a su Padre que está en los cielos. Buscan a Dios para que les dé amor, cariño, perdón y sanidad; pero retroceden ante sus demandas de obediencia y compromiso. Jamás se han reconciliado con la idea de que «Jesús es Señor». En la sociedad del primer siglo, cuando se escribió el Nuevo Testamento, nadie tenía la menor duda en su mente de que a un señor había que obedecerle sin protestar. Los cristianos que no están dispuestos a obedecer a Dios incondicionalmente no se hallan más preparados para la guerra espiritual que un marinero que se niega a cumplir las órdenes de sus superiores.
La Biblia utiliza un lenguaje bastante fuerte cuando se trata de la obediencia. ¿Cómo sabemos que conocemos a Dios? «En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3). El Nuevo testamento no permite una separación artificial entre el amar a Dios por un lado y el someterse a El como a un amo por el otro—como muchos creyentes desearían que fuese en la actualidad—, sino que dice claramente: «Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos» (1 Juan 5:3).
Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios.
El someterse a Dios es la primera lección en el campo de instrucción espiritual.
2.     Acercarse a Dios
La segunda lección consiste en acercarnos a Dios. Esto tiene que ver con nuestra vida de oración personal. La oración en general es un amplio tema con muchas facetas sumamente importantes, pero ninguna hay más valiosa para un cristiano que quiera tomar parte en la guerra espiritual de un modo efectivo que la oración personal.
¿Y por qué es tan importante la oración personal? Nuestra vida de oración personal es el principal barómetro para medir la calidad de nuestra relación con Dios. Estoy de acuerdo con John Wimber cuando dice que «la intimidad con Dios en la oración es una de las principales metas de la vida cristiana». Jesús nos da el ejemplo. El mundo sabía que Jesús era auténtico porque sólo hacía lo que veía hacer al Padre (Juan 5:19). Wimber pregunta: «¿Y por qué es nuestra meta la intimidad con Dios?» A lo que responde perspicazmente que sólo manteniendo una íntima relación con el Padre «experimentamos perdón, renovación y poder para una vida recta. Únicamente en esa estrecha relación con Dios podemos oír su voz, conocer su voluntad y comprender su corazón».2
Le guste o no, el acercarse a Dios requiere tiempo. Si estamos motivados para orar, el primero y el más importante de los actos de autodisciplina que se precisan es apartar períodos específicos para ello. Una vez que ha presupuestado usted el tiempo, se pone en acción una especie de ley de Parkinson espiritual, y la oración tiende a expandirse hasta llenar todo el tiempo disponible. Aquellos que no separan tiempo, particularmente los que racionalizan su renuencia a hacerlo con la excusa de que «oran sin cesar», por lo general acaban orando muy poco.
Una de las razones por las cuales algunas personas no dedican mucho tiempo a la oración es porque no disfrutan de ella.
Mi hija Ruth aborrecía lavar los platos cuando estaba en casa. Era divertido para mí observar, a lo largo de los años, como las cosas que demandaban infinitamente más de su tiempo, y de una manera urgente y decisiva, venían justo después de terminar de cenar. Puesto que no le gustaba en absoluto lavar los platos, siempre había algo más prioritario que exigía su tiempo.
Muchos cristianos tienen la misma actitud hacia la oración personal. Siempre parece haber para ellos alguna cosa más urgente que hacer. Su tiempo para orar es escaso porque otras actividades tienen prioridad sobre ellos. Algunos llegan a declarar incluso que «la oración es un trabajo arduo». Me cuesta trabajo entender esto si la esencia de la oración es realmente una relación de intimidad con el Padre. Sería como decir: «Pasar tiempo con mi esposa, Doris, es un trabajo arduo». Jamás lo diría, por dos razones: primera porque no es arduo en absoluto, sino puro gozo; y segunda, que si lo dijera ella lo tomaría como un insulto, y con razón. ¿Acaso no tomará Dios una actitud como esa también como un insulto?
Disfrutar de la oración
¿Cómo puede convertirse la oración personal en algo más agradable?
Me propongo escribir más acerca de la plegaria personal en otro libro de la presente serie sobre la oración, pero ya que desarrollar hábitos robustos en este campo es tan esencial para la preparación de los guerreros espirituales para la batalla, mencionaré brevemente cinco principios que le ayudarán mucho si desea disfrutar más de la oración:
El lugar. Busque un sitio cómodo y tranquilo para convertirlo en su lugar habitual de oración. El estar en un ambiente agradable y conocido le hará entrar antes en una actitud de comunión con Dios. Para que le ayude a relajarse tome consigo una taza de café o un vaso de jugo. No hay nada malo en sentirse bien cuando uno está orando.
El tiempo. Estoy de acuerdo con Larry Lea en que una meta de tiempo razonable a largo plazo para la oración diaria es una hora. También comprendo que para muchos este será un objetivo para toda la vida el cual jamás alcanzarán de manera regular. Si está usted comenzando desde cero utilice objetivos a corto plazo y vaya aumentando el tiempo gradualmente. Si esto le parece muy dificil, intente empezar con cinco minutos y luego amplíelos a diez. En mi opinión, cinco minutos todos los días es mucho más valioso que quince cada tres días; aunque tanto lo uno como lo otro lo consideraría claramente inadecuado para la guerra espiritual a nivel estratégico.
La actitud. Concéntrese en hacer de su tiempo de oración una relación personal con Dios. Me gusta lo que dice el pastor John Bisagno: «La oración es una conversación, una unión, un entretejerse de dos personalidades. Dios habla conmigo y yo con Él». Muchos de nosotros precisaremos de cierto esfuerzo y experiencia para que esto suceda, ya que no estamos acostumbrados a escuchar a Dios. Bisagno dice: «Esperar en Dios no es un mero pasar el tiempo en abstracto, sino un ejercicio espiritual definido durante el cual, después de haberle hablado usted a Dios, es El quien le habla a usted».3 Pocas cosas harán más agradable la oración que el oír a Dios hablándole. Algunos expertos en ello toman incluso notas de lo que El les dice y llaman a esto «llevar el diario».
El formato. Recomiendo encarecidamente el uso del Padrenuestro como formato diario para todo el tiempo de oración. Este consejo se ha dado a menudo desde la época de Martín Lutero. En cuanto a manuales de oración modernos, el que mejor me parece es Could You Not Tarry One Hour?, [¿No podrías tardar una hora?] de Larry Lea (Creation House).
La calidad. La experiencia demuestra que la calidad de la oración es por lo general resultado de su cantidad, y no viceversa. Mientras desarrolla su vida de oración personal no se preocupe en demasía por la somnolencia o porque a veces se encuentre soñando despierto. La calidad llegará con el tiempo. Una vez oí decir a Mike Bickel, que si uno aparta sesenta minutos para la oración, puede conseguir cinco buenos minutos; pero luego esos cinco se convierten en diez; más tarde en veinte … y la calidad aumenta.
El ayuno. De tanto en tanto, cuando los discípulos de Jesús tenían problemas tratando de echar fuera demonios, Él había de enseñarles que ciertos tipos solo salen mediante ayuno y oración (véase Mateo 17:21). Y en nuestro caso, así como nos es necesario el acercarnos a Dios por medio de la oración, también lo es hacerlo a través del ayuno. Parte del adiestramiento del campo de instrucción consiste en aprender a ayunar.
Muchos de los que leen este libro serán ayunadores experimentados y practicantes. Esta sección no es para ellos, sino para los que se están preguntando cómo empezar a hacerlo.
Aunque hay muchas clases de ayunos, el más corriente, y el que recomiendo para empezar, es abstenerse de comida, pero no de bebida por un período de tiempo determinado. En cuanto a la bebida, todo el mundo está de acuerdo en que el agua es fundamental. Algunos añaden a ésta café o té, y otros jugos de frutas. Pero todos concuerdan en que un batido de leche por ejemplo, es demasiado y no respeta el espíritu del ayuno. Como sea, ayunar constituye una práctica intencional de negación de uno mismo, y esta disciplina espiritual ha sido reconocida a lo largo de los siglos como un medio de abrirnos a Dios y de acercarnos a El.
Yo creo que el ayuno debería practicarse tanto de forma regular como esporádica, según se precise o se acuerde. Personalmente soy sólo un principiante, de modo que he decidido disciplinarme a no comer nada entre la cena del martes y la comida del mediodía del miércoles. He descubierto que esto no es dificil de hacer. La peor parte fue tomar la decisión de hacerlo. Este es mi ayuno regular y ha quitado de mí toda retinencia en cuanto a esa práctica. Con esta base, los ayunos ocasionales más largos me resultan mucho más fáciles. Hace algún tiempo, por ejemplo, me invitaron a un retiro en el que habíamos de orar y ayunar todo el día y gracias al hábito que había adquirido no tuve ningún problema en hacerlo.
Algunas veces no animamos a ayunar a otros miembros del cuerpo de Cristo porque recordamos la reprensión de Jesús a los fariseos que pecaban haciendo un alarde público del ayuno (véase Mateo 6:16–18). Sólo porque debamos ayunar en secreto ello no significa, en mi opinión, que tengamos que hacer del ayuno un secreto o no debamos animar a otros a practicarlo con nuestro ejemplo. Es por esto por lo que comparto mis presentes hábitos en cuanto al ayuno en este libro. ¡Necesitamos hablar más del ayuno y practicarlo más!
A medida que ayunar se vaya convirtiendo más en una norma de nuestra vida cristiana diaria, como individuos y como congregaciones, seremos más eficaces en la guerra espiritual.
El acercarnos a Dios mediante la oración y el ayuno es la segunda lección importante del campo de instrucción espiritual.
3.     Limpiar las manos y purificar los corazones
En sus instrucciones para que nos sometamos a Dios, Jesús dice: «Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones» (Santiago 4:8). La limpieza de las manos tiene que ver con lo que uno hace y la purificación del corazón con lo que uno piensa o siente. Juntas constituyen un llamamiento a la santidad, y ésta incluye tanto la actitud como la acción.
Adquirir santidad es algo básico para un guerrero espiritual. Por desgracia varios aspectos de la santidad se han sacado tanto de su proporción bíblica en estos tiempos, que en lugar de ser una bendición para la guerra espiritual, tal y como Dios quería, se ha convertido en una barrera para la misma. Este es un aspecto tan importante del adiestramiento en el campo de instrucción, que creo que debemos dedicarle bastante atención en este capítulo.
LA TRAMPA DEL “BENDÍCEME”
En agosto de 1990 se reunieron 25.000 carismáticos en la «Hossier Dome» de Indianápolis para el tercer gran congreso de este tipo. Algunos observadores pensaron entonces que aquel encuentro representaba una especie de punto crítico para el movimiento. Un editorial de Christianity Today comentó con aprobación que esa vez los carismáticos no se habían reunido sólo para levantar las manos, orar con fervor y cantar exhuberantemente como en el pasado. En Indianápolis, los participantes fueron desafiados a entregarse a un evangelismo agresivo tanto en los Estados Unidos como en el extranjero, poniendo especial énfasis en los pobres.
Christianity Today fue lo suficientemente atrevida como para sugerir que Indianápolis era una indicación de que el movimiento carismático está «madurando».4
¿Qué es lo que puede hacer que algunos evangélicos y otros grupos consideren inmaduro al movimiento carismático después de treinta años de existencia? Vinson Synan, director del congreso y presidente del Comité del Servicio de Renovación Norteamericano que patrocinaba el encuentro, lo indicó probablemente cuando dijo: «Esta no ha sido una conferencia para ‘recibir bendición’».5
Synan estaba comparando las 50.000 personas que asistieron al congreso de Kansas City en 1977, y los 35.000 participantes en la convención de Nueva Orleans en 1987, con los 25.000 de Indianápolis. Tanto el encuentro de Kansas City como el de Nueva Orleans eran considerados por el liderazgo como conferencias ‘para recibir bendición’. El tema de Indianápolis, sin embargo, era «Evangelizar el Mundo—¡Ahora!»
La opinión de Synan es que cuando el énfasis cambió de la bendición propia a la del prójimo, el interés de los carismáticos descendió considerablemente, al igual que su asistencia.
Los carismáticos, desde luego, no tienen la exclusiva del cristianismo del «bendíceme», a pesar del desproporcionado relieve que ha adquirido alguna aplicación bastante cuestionable de las enseñanzas sobre la curación y la prosperidad. Millares y millares de iglesias no carismáticas sufren también casos graves de «koinonitis» o legítima comunión cristiana venida a menos. Los carteles que proclaman «Bienvenidos visitantes» en las puertas de los templos no quieren decir en demasiados casos prácticamente nada. La trampa del «bendíceme» no reconoce fronteras denominacionales.
Naturalmente, las iglesias deberían bendecirme. Poca gente asistiría a las mismas si no hubiese en ello ningún beneficio personal. Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Invitamos a los cultos a nuestros amigos que sufren para que puedan experimentar una sanidad emocional, fisica y espiritual. En un sentido real y legítimo la iglesia se considera como una especie de hospital para el cuidado de los heridos.
Al tiempo que funciona de esa manera, la iglesia debe también verse como un cuartel para los guerreros. Se trata de un lugar para enseñar, adiestrar, equipar y acondicionar espiritualmente; donde la gente sea llena del Espíritu Santo y poder, no sólo para bendecirme, sino para ser testigos de Jesús en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. La iglesia realiza las curaciones necesarias, pero la función principal de estas es aumentar las tropas para que pasen a primera línea en todo tipo de ministerio del Reino.
SANTIDAD PARA LA GUERRA
La santidad es tan indispensable para el guerrero espiritual como la buena vista para un piloto de combate. La mayoría de los dirigentes cristianos están de acuerdo con esto, pero algunos se quedan en el nivel de escuela primaria desarrollando el concepto de santidad. Proporcionan la leche de la palabra en cuanto a este tema, pero no parecen poder llegar a la carne. Otros, en su encomiable deseo de enfatizar la santidad, tienden a irse a un extremo convirtiéndola en un fin en sí misma. Si Dios nos bendice con la santidad suficiente, si ponemos todo nuestro empeño en abrillantar a los cristianos hasta que consigan estar lo bastante lustrosos, entonces el ministerio eficaz brotará supuestamente por sí solo. Esto tal vez sea una caricatura, pero constituye uno de los enfoques actuales que puede llevarnos fácilmente a la trampa del «bendíceme». Para ser efectivos en la guerra espiritual necesitamos comprender algunas de las implicaciones más profundas de la santidad.
Relaciones y reglas
Las dos facetas más importantes de la santidad cristiana son: (1) las relaciones y (2) la obediencia. Ambas se destacan en el libro de Gálatas, escrito expresamente para ayudar a los creyentes a vivir la vida cristiana como Dios quiere.
Las iglesias de Galacia eran una mezcla de creyentes de dos trasfondos distintos. Algunos eran judíos que habían recibido a Jesús como su Mesías, otros paganos que lo habían reconocido como su Señor. Los judíos lo sabían todo acerca de la obediencia a la ley, y Pablo tuvo que amonestarlos a no volver a la idea de que el guardar la ley agradaría por sí solo a Dios. «¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu ahora vais a acabar por la carne?» (Gálatas 3:3). Los judíos necesitaban que se les recordara que la base de nuestra santidad es la relación personal que tenemos con Dios como hijos suyos.
Por otro lado, los paganos sabían todo lo concerniente a los seres espirituales—en su caso los principados, las potestades y los malos espíritus—, y Pablo tuvo que amonestarlos a que no se volvieran nuevamente a las fuerzas demoniacas en momentos de necesidad o de crisis. «Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?» (Gálatas 4:9). A los paganos había que recordarles que la base de nuestra santidad no es sólo una relación, sino también la obediencia a Dios como nuestro dueño.
¿Cómo se armonizan entonces las relaciones y las reglas?
Creo que la respuesta a esta decisiva pregunta queda clara cuando consideramos tres aspectos vitales de nuestra relación con Dios.
1. Dios es nuestro Padre. Empezamos por una relación de amor con Cristo. Somos hijos y decimos: «¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:6).
2. Dios es nuestro dueño. Tenemos un amoroso deseo de obedecer la voluntad de Cristo. Somos esclavos y obedecemos: «Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo» (Gálatas 4:1).
3. Jesús es nuestro modelo. Queremos ser semejantes a Cristo. Pablo se dirigía con estas palabras a los creyentes gálatas: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4:19). La santidad es ver a Cristo en nuestra persona.
La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere Él.
Toda relación, del tipo que sea, tiene sus demandas. Mi esposa Doris y yo mantenemos una buena relación desde hace más de cuarenta años. Pero eso no sucede automáticamente. Cada uno de nosotros tiene su propia personalidad y su juego de normas que la acompañan. Hemos descubierto que nuestra relación es mejor si observamos cada uno el conjunto de normas del otro. Y lo mismo sucede en nuestra relación con Jesús. Cuanto antes aprendemos las reglas y las guardamos, tanto mejor nos llevamos con El.
Los principales pasajes del Nuevo testamento acerca de la santidad, tales como Efesios 4:17–32 y Colosenses 3:5–24, enuncian dichas reglas con cierto detalle. En Gálatas, Pablo menciona tanto las obras de la carne (Gálatas 5:19–21) como el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23).
La santidad no consiste en amar a Jesús y hacer lo que uno quiere, sino en amarle y hacer lo que quiere El. La relación es fundamental, pero ¿cómo sabemos si nos estamos relacionando adecuadamente con Jesús? «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan 2:3).
¿Quién es santo?
Si la santidad es un requisito previo para la guerra espiritual, ¿puede ser una persona realmente santa? ¿Puedo declarar que he alcanzado la santidad? Y si no … ¿por qué seguimos exhortándonos unos a otros a ser santos?
Al principio estas preguntas pueden parecer desconcertantes, pero el desconcierto se desvanece si hacemos dos preguntas en vez de una. La primera es: ¿Puede alguien ser santo? La respuesta es sí. Todos los cristianos son santos. La segunda: ¿Puede ser alguien lo bastante santo? Esta vez la contestación es no. Ningún cristiano es suficientemente santo.
Es importante, naturalmente, asegurarnos de que comprendemos lo que significa la palabra «santidad». El término griego hagios quiere decir «ser apartado». Bíblicamente el sentido es «ser apartado para Dios» y es sinónimo de «santificación». Pero el énfasis de la Biblia está más en la relación que en el ser apartado.
En el sentido de ser apartado para Dios, cada cristiano ha sido hecho santo por medio del nuevo nacimiento. Pedro nos llama «real sacerdocio» (1 Pedro 2:5) y «nación santa» (1 Pedro 2:9). Y Jesús nos presentará «santos y sin mancha e irreprensibles delante de él» (Colosenses 1:22). Pablo recuerda a los creyentes de Corinto: «Ya habéis sido santificados … por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11). Si ha nacido usted de nuevo, puede decir verdaderamente: «Sí, soy santo».
Lo que no puede decir es: «Soy lo bastante santo». Posicionalmente, como hijo de Dios, ya no practica usted el pecado: «Todo aquel que permanece en él, no peca» (1 Juan 3:6). Pero aunque el deseo de su corazón, motivado por el Espíritu Santo, es no seguir practicando el pecado como estilo de vida, todavía no es usted perfecto. De hecho peca, y será mejor que lo reconozca: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Por eso nos dice Jesús que oremos a diarlo: «Perdónanos nuestras deudas …»
Madurar en santidad
Pero si no podemos ser nunca lo bastante santos, ¿podemos ser más santos de lo que éramos, por ejemplo, el año pasado? ¡Desde luego! Creo que puedo decir honestamente que en 1990 era más santo que en 1980. Espero, planeo y pretendo de todo corazón ser aún más santo de aquí a diez años. Y dentro de veinte, según las tablas del seguro, al fin seré probablemente lo bastante santo, ¡ya que estaré en la presencia de Jesús!
En su entusiasmo por alcanzar una mayor santidad, algunos han caído en la tentación que Pablo estaba tratando de advertir a los Gálatas. Han seleccionado ciertas acciones externas o experiencias como pruebas visibles de haber alcanzado la santidad, o la santificación, o la plenitud del Espíritu. Los miembros de algunas iglesias se guiñan el ojo unos a otros y expresan: «Yo tuve mi experiencia en 1986. ¿Cuándo la tuviste tú?»
Hace algunos años, mientras me cortaba el pelo, el barbero me dijo que había tenido su experiencia hacía catorce años y que desde entonces no había pecado. El alcanzar unos ciertos niveles exteriores, por buenos que éstos sean, no constituye un criterio bíblico para medir la santidad. Mucho más importante es la santidad interna o del corazón. La dirección en la que uno va tiene más significación que los logros externos, como indican claramente las palabras de Jesús a los fariseos en Mateo 6.
La razón de las normas externas
¿Para qué sirven entonces las normas externas? Nos ayudan de tres maneras en nuestra búsqueda de la santidad:
Primeramente, aunque como ya hemos visto que no podemos definir la presencia de santidad en nuestras vidas por el cumplimiento de las normas externas, éstas sí nos son útiles para detectar la ausencia de santidad. Si utilizamos en vano de manera habitual el nombre del Señor, si tenemos relaciones sexuales extramatrimoniales o si falsificamos informes económicos—por dar tres ejemplos—, podemos estar seguros de que no somos santos.
En segundo lugar, las normas externas son indicadores de madurez. Dios es un buen padre que comprende a sus hijos espirituales, pero también espera de ellos que crezcan, al igual que nosotros con nuestros hijos naturales. ¿Qué padre no ha dicho a su hijo en el primer año de enseñanza elemental: «¡Deja de comportarte como un niño de dos años!»? Algunas veces Dios tiene que decirnos eso a nosotros. Pablo estaba manifestando su frustración con los corintios cuando les dijo con hastío: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo» (1 Corintios 3:1). Tenga en cuenta que esta madurez espiritual se hará más evidente a través de rasgos maduros del carácter que marcando con una equis las casillas de alguna lista de reglas.
En tercer lugar, los niveles más altos en el Nuevo testamento son para los dirigentes. Como reflejan los requisitos de los ancianos y diáconos en las epístolas pastorales, las acciones externas y los testimonios visibles, manifiestos y públicos, son condiciones necesarias, no para evitar la excomunión de la iglesia, sino para ser apto para posiciones de liderato.
¿Cuánta santidad se precisa?
Aunque los cristianos no sean nunca lo bastante santos, si pueden crecer en santidad. ¿Hasta dónde deberán progresar para poder ejercer el ministerio? ¿Cuánta purificación necesitan los soldados antes de ser enviados al frente?
Al contestar a estas preguntas es preciso evitar cuatro peligros:
1.     El esperar a ser perfecto antes de lanzarse. Esto da como resultado la parálisis en el ministerio, ya que nadie llega nunca a la perfección en esta vida.
2.     Considerar la santidad como un fin en sí mismo, lo cual tiene como consecuencia el síndrome del «bendíceme» que tantos están tratando de evitar en estos días.
3.     Esperar que el ministerio se autogenere desde una vida santa. El resultado de esto es que el viaje interior llega a convertirse en un callejón sin salida. El ministerio requiere motivación e iniciativa sea cual sea el nivel de santidad alcanzado.
4.     Relacionar la eficacia en el ministerio con el cumplimiento de ciertos indicadores externos de santidad. Esto lleva al orgullo y al egocentrismo.
PRINCIPIOS PARA LA GUERRA ESPIRITUAL
Hablemos ahora de los principios. Queremos ser buenos guerreros espirituales, de modo que sabemos que hemos de adquirir santidad y evitar al mismo tiempo la trampa del «bendíceme» y la parálisis en el ministerio. He aquí cinco principios que nos ayudarán a equiparnos para la batalla:
1.     Asegúrese de estar en la debida relación con Dios.
Lo fundamental es saber que uno ha nacido de nuevo, que tiene una vida de oración personal satisfactoria y que está lleno del Espíritu Santo.
Observación: Esta es la forma de evaluar una relación adecuada con Dios, no una relación perfecta. La prueba decisiva es que su corazón desee conocer más íntimamente a Dios y agradarle en todo.
2.     Confiese todos sus pecados conocidos.
Los creyentes más maduros saben cuándo han pecado, pero para llevar simplemente un control periódico utilice como punto de partida la lista de obras de la carne que aparece en Gálatas 5:19–21 u otras relaciones bíblicas de pecados. Francis Frangipane advierte: «Si intenta usted atar a un principado o una potestad albergando pecado en su corazón, seguramente será derrotado».6
Observación: No se entregue a la autoflagelación espiritual—esa es también una obra de la carne—. ¡Si usted no se encuentra bien a menos de sentirse culpable es que algo va mal! Permita que sea el Espíritu Santo quien le convenza de pecado.
3.     Busque la sanidad de pautas de pecado persistentes.
Si su corazón ama a Dios pero un pecado especial se manifiesta de continuo en su vida, se trata de una enfermedad espiritual de la cual debe ser sanado; del mismo modo que buscaría la sanidad de una infección de vesícula o de la diabetes.
Observación: Por lo general necesitará ayuda externa para esta sanidad interior. Consiga esa ayuda antes de entrar en cualquier clase de ministerio, pero especialmente si va a participar en la guerra espiritual.
4.     Permita que otros lean su barómetro espiritual.
Relaciónese estrechamente con cierto número de personas cuya espiritualidad respete y que le conozcan lo bastante bien como para ser francas con usted.
Observación: También una franqueza demasiado frecuente, sobre todo en público, puede hacerse patológica; pero si se guarda todo para sí no tendrá forma de comprobar la exactitud de sus autoevaluaciones.
5.     Cuanto más alto le llame Dios en el liderato, más alto deberá ser su nivel de santidad.
Muchos niveles de ministerio cristiano no requieren una cota excesiva de santidad, aunque la santidad madura sea un objetivo para todo creyente. Algunas formas de servicio cristiano son como jugar al fútbol con niños pequeños en el parque. No exigen demasiado. Pero otros niveles de ministerio son como participar en la Liga Nacional de Primera División, requieren unas condiciones espirituales considerablemente por encima del promedio.
Observación: La guerra espiritual en el nivel estratégico debería considerarse más bien dentro de esta categoría. Si cree usted que está dotado y tiene un llamamiento para esta clase de ministerio, sea especialmente estricto consigo mismo.
Si su puntuación en esta lista de control resulta satisfactoria, está preparado para el ministerio. No separe el carácter santo de los dones o del ministerio, pues de otro modo acabará cayendo en la hipocresía. Al mismo tiempo, no espere hasta haber llegado a ser un supersanto para ejercer el ministerio o acabará en la trampa del «bendíceme».
TODA LA ARMADURA DE DIOS
Un manual que me gusta para equipar a los guerreros es The Weapons of Your Warfare, de Larry Lea. En este libro, Lea menciona la sangre de Jesús, la oración, toda la armadura de Dios, la alabanza, el hablar la Palabra, el nombre de Jesús y la perseverancia como «el arsenal de Dios». El espacio no me permitiría hablar aquí de cada una de esas cosas, de modo que sólo recomendaré The Weapons of Your Warfare [Armas de su guerra espiritual] como libro de texto para su período de instrucción.
Sin embargo, sí quiero mencionar «toda la armadura de Dios» antes de concluir este capítulo. En su libro, Larry utiliza como ilustración la mentalidad norteamericana del «vestirse para el éxito». Muchos manuales de «hágalo usted mismo» enseñan a los aspirantes a hombres de negocios que ciertas prendas de vestir les proporcionan una apariencia la cual les permitirá ascender más rápido en la escala profesional. Luego, Lea sigue diciendo que el ponerse toda la armadura de Dios es «la única forma de vestirse para el éxito en el Señor, ya que toda la armadura de Dios es un requisito previo para ‘arrebatar’ el Reino de Dios».7
La metáfora que hace Pablo de la armadura del legionario romano nos proporciona una lista de elementos imprescindibles para la preparación de los guerreros espirituales. Nuestros lomos necesitan estar ceñidos con la verdad. Jesús mismo es el camino, la verdad y la vida. Nos ponemos la coraza de justicia. Nuestro corazón se halla protegido por la santidad que trae el limpiar nuestras manos y purificar nuestros corazones como vimos anteriormente. El escudo de la fe nos protege de los ardos de fuego de Satanás. Y el yelmo de la salvación nos recuerda que pertenecemos a Jesús y que tenemos asegurada la victoria final en la batalla.
Después de leer extensamente sobre el tema de la guerra espiritual, me siento perplejo por el considerable número de autores que necesitan subrayar que todas las partes de la armadura de Dios tienen carácter defensivo. El hecho es que un guerrero no sólo viste armadura y sostiene un escudo, sino que lleva una espada en la mano derecha. La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, constituye ciertamente un arma ofensiva. Me encanta el comentario que hace Walter Wink: «Es gracioso ver como va y viene de un erudito a otro la declaración de que todas las armas son ‘defensivas’. El Pentágono dice lo mismo acerca de los misiles nucleares».8
Pienso que algunas personas quieren creer «esperanza contra esperanza» que ya que Cristo ha derrotado a Satanás en la cruz, lo único que tenemos que hacer es «estar firmes». Si nos quedamos mirando con las manos en los bolsillos, el mal, de alguna manera, no nos molestará ni a nosotros ni a nuestra sociedad. Pero, en mi opinión, eso no es lo que Pablo tenía en mente cuando escribió Efesios 6. Clinton Arnold plantea la cuestión de si «estar firmes» es algo estático o dinámico, y dice: «¿Se hace también un llamamiento al lector para que emprenda una acción más ofensiva, tal como la de proclamar el mensaje de redención a la humanidad esclavizada por el diablo?» Y su conclusión es: «El flujo del contexto revela también que el autor concibe el «estar firmes» como algo de carácter ofensivo».9
Por tanto usando toda la armadura de Dios estamos listos, no sólo para protegernos de los furiosos ataques de Satanás, sino también para vencer al hombre fuerte y hacer progresar el reino de Dios.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1.      Hable de las escalas «hacia arriba» y «hacia fuera». Explique con sus propias palabras lo que significan.
2.      Si tuviera que hacerse a sí mismo un examen sobre su sumisión a Dios y su acercarse a El, ¿qué nota sacaría?
3.      ¿Está usted de acuerdo con que los cristianos deberían ponerse como meta una hora diaria de oración personal o le parece poco realista?
4.      ¿Tiene usted alguna experiencia en ayunar? En tal caso descríbala y desarróllela.
5.      ¿Es usted más santo que antes? ¿Cómo lo sabe?
CAPÍTULO SIETE
La remisión del pecado de las naciones
Francis Frangipane plantea una cuestión decisiva al observar: «Muchos santos se preguntan si los cristianos tienen autoridad para orar en contra de los principados y las potestades». Estoy seguro de que algunos de ustedes que leen este libro se están haciendo la misma pregunta. Se trata ciertamente de una pregunta legítima y de punto de partida necesario.
Estoy de acuerdo con la respuesta de Frangipane. «La posición de la Escritura—dice—no es sólo que contamos con la autoridad para librar una guerra contra esas potestades de las tinieblas, sino también ¡que tenemos la responsabilidad de hacerlo!» Y concluye: «Si no oramos contra nuestros enemigos espirituales, nos acabaremos convirtiendo en su presa».1
LA PROCLAMACION DE LIBERTAD DE LINCOLN
Muchos cuestionan lo apropiado de hablar de ofensiva espiritual contra principados y potestades puesto que la Biblia enseña que esos poderes ya han sido derrotados. Se nos dice que Jesús en la cruz despojó «a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente» (Colosenses 2:5). Si ya han sido derrotados, ¿quiénes somos nosotros para pensar que podemos añadir algo a la obra de Cristo en la cruz?
Naturalmente que no se puede añadir nada a la sangre de Jesús vertida en el Calvario. Su sacrificio se hizo una vez por todas. Satanás ha sido derrotado, Jesús ha vencido al mundo y el resultado de la guerra no está más en duda. Sin embargo, mientras tanto, tenemos que llevar a cabo operaciones de «limpieza». El reino de Dios está aquí y nosotros somos parte del mismo, pero no llegará en su plenitud hasta la segunda venida de Cristo. Entonces, y sólo entonces, Satanás será echado al abismo insondable y por último al lago de fuego. Hasta ese momento, él sigue siendo el príncipe de la potestad del aire, aunque se trate de un príncipe derrotado que tenga que retroceder constantemente mientras el evangelio se extiende por toda la tierra.
Para entender esto, pensemos en la Proclamación de Libertad para los Esclavos pronunciada por Abraham Lincoln y que entró en vigor el 1 de enero de 1863—hace 130 años—. Desde 1863, los negros norteamericanos gozan de libertad plena, ciudadanía e igualdad social con los demás estadounidenses. Nadie pone en tela de juicio la legalidad del decreto de Lincoln y toda la autoridad del Gobierno federal de los Estados Unidos lo respalda.
Sin embargo, los norteamericanos en su totalidad reconocen, y se sienten avergonzados de ello, que los afroestadounidenses son un grupo social que no disfruta en realidad de la plena igualdad con el resto de los ciudadanos del país. Ha requerido tiempo el llevar a la práctica lo que la firma del presidente Lincoln convirtió en ley de una vez por todas.
Durante muchos años, la vida no cambió en absoluto para las multitudes de negros que trabajaban en las plantaciones del Sur. Fue preciso casi un siglo para que algunos estados, de manera global, se deshicieran de las leyes de Jim Crow que prohibían a los negros votar y entrar en ciertos restaurantes, y que les obligaban a viajar en la parte de atrás de los autobuses.
Fue necesario que se incendiaran los ghettos urbanos en 1960 para que Estados Unidos empezase a comprender que la Proclamación de Libertad tenía que ser llevada a la práctica de un modo todavía más completo. Los dirigentes del movimiento de derechos civiles y los planificadores sociales son lo bastante realistas como para saber que sólo mediante un esfuerzo tenaz y concienzudo por parte de todos los norteamericanos se llegará a nivelar nuestra situación social en Estados Unidos con la intención legal plena de la Declaración de Libertad. Nadie sabe cuánto tiempo tardará en hacerse esto.
Entretanto, yo quiero ser de los norteamericanos que se esfuerzan ahora por conseguir la igualdad y la justicia social completa tanto para los afroestadounidenses como para cualquier otro grupo minoritario. La guerra de liberación se ganó en 1863, pero yo quiero también tomar parte en las batallas «de limpieza» por los derechos civiles en la década de los 90.
La muerte de Jesús en la cruz fue la proclamación de libertad para toda la raza humana, sin embargo, dos mil años más tarde hay aún multitudes sin salvar y enormes segmentos de la población mundial que viven en zonas de catástrofe social. De igual manera que quiero ver a las víctimas de la injusticia social en los Estados Unidos recibir su legítima libertad, deseo también ver a las víctimas de la opresión satánica en todo el mundo ser liberadas de sus garras malignas.
No obstante, para hacer tanto lo uno como lo otro, no basta con mirar hacia atrás a la legítima transacción legal que se realizó hace 130 o 2.000 años. El mal es demasiado grande y demasiado agresivo. Tom White, de Frontline Ministries [Ministerios de primera línea] dice: «Con demasiada frecuencia la iglesia actúa al contragolpe en esta invasión. Pero el papel de los redimidos es golpear primero, con valor, ideando estrategias que penetren y debiliten la influencia del mal y llevándolas a efecto».2
LA LUJURIA DE SATANÁS POR LAS NACIONES
Una de las cosas que Dios utilizó para mover a Cindy Jacobs a que estableciera su ministerio de Generales de la Intercesión, fue la necesidad desesperada que tenemos los cristianos de una estrategia propia. Jacobs expresa: «Vi claramente que el enemigo tenía una estrategia para cada nación y ministerio».3
Las Escrituras son muy claras en cuanto a la codicia que tiene Satanás por el poder sobre las naciones. En Apocalipsis 20 leemos que un día el diablo será atado durante mil años, y el texto menciona cierto efecto que tendrá ese aprisionamiento de Satanás cuando dice: «Para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años» (Apocalipsis 20:3).
Una vez que hayan transcurrido los mil años, Satanás será liberado, y lo único que se menciona es que saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra» (Apocalipsis 20:8, cursivas del autor).
Sabemos por el Antiguo Testamento que las naciones pueden ser culpables de pecados colectivos. Eso no era solamente cierto en el caso de ciertas naciones gentiles, sino también en el de Israel.
Ya he mencionado anteriormente a la ramera que controla a pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas (véase Apocalipsis 17:15). Cuando la malvada ciudad de Babilonia es derribada, uno de los grandes gritos de regocijo que se oyen es que sus hechicerías no engañarán más a todas las naciones (véase Apocalipsis 18:23).
Satanás codicia ese poder sobre las naciones, o podría decirse que siente lujuria por dichas naciones. La razón para emplear este término es que más de una vez se nos dice que el espíritu malo al que se llama la «ramera» comete fornicación con los líderes políticos que tienen autoridad sobre las naciones (véase Apocalipsis 17:2; 18:3). Aunque esa fornicación sea en sentido figurado, la connotación no es ni más ni menos que de lujuria.
Esas naciones que Satanás desea controlar son los mismos reinos que él ofreció a Jesús cuando le tentó en el desierto y aquellas a las que el Señor hizo referencia en la Gran Comisión: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). Jesús nos ordena que vayamos en su autoridad a recuperar las naciones que el diablo tiene bajo su dominio. No es extraño que nos encontremos en la guerra espiritual cuando nos entregamos con seriedad a la evangelización del mundo. Estamos amenazando a Satanás en un punto muy sensible y emocional para él: ¡Le estamos separando de sus amantes!
21 Charles H. Kraft, Christianity with Power (Ann Arbor, MI: Vine Books, Servant Publications, 1989), p. 27.
22 Jacob Loewen, “Which God Do Missionaries Preach?”, Engaging the Enemy, C. Peter Wagner, ed., (Ventura, CA: Regal Books, 1991), p. 173.
23 Ibid., p. 169.
24 David Lan, Guns and Rain: Guerrillas and Spirit Mediums in Zimbabwe (Berkeley: University of California Press, 1985), p. 34.
25 Vernon J. Sterk “Territorial Spirits and Evangelization in Hostile Environments”, Engaging the Enemy, C. Peter Wagner, ed., (Ventura, CA: Regal Books, 1991), p. 149.
26 Ibid., pp. 149–150.
27 Ibid., pp. 155–156.
1 S. D. Gordon, Quiet Talks on Prayer (Nueva York, NY: Fleming H. Revell Company, 1904), p. 120.
2 John Wimber, “Prayer: Intimacy with God”, Equiping the Saints, noviembre-diciembre de 1987, p. 3
3 John Bisagno, The Power of Positive Praying (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1965), p. 71.
4 Timothy K. Jones, “Hands Up in the Hoosier Dome”, Christianity Today, 24 de septiembre de 1990, p. 23.
5 Ibid.
6 Francis Frangipane, The House of the Lord (Lake Mary, FL: Creation House, 1991), p. 147.
7 Larry Lea, The Weapons of Your Warfare (Altamonte Springs, FL: Creation House, 1989), p. 93.
8 Walter Wink, Naming the Powers (Philadelphia, PA: Fortress Press, 1984), p. 86.
9 Clinton E. Arnold, Ephesians: Power and Magic (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1989), 119, 120.
1 Francis Frangipane, The House of the Lord (Lake Mary, FL: Creation House, 1991), p. 153.
2 Thomas B. White, The Believer’s Guide to Spiritual Warfare (Ann Arbor, MI: Servant Publications, 1990), p. 15.
3 Cindy Jacobs, Possessing the Gates of the Enemy (Tarrytown, NY: Chosen Books, 1991), p. 32.

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