miércoles, 2 de septiembre de 2015

El siervo de Dios y del Señor Jesucristo, los saluda...

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Preparemos nuestro sermón
Santiago 1:

1 Santiago,  siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus de la dispersión:  Saludos. 



  SALUTACIÓN, 1:1
En cuanto a si este versículo, junto con Santiago 2:1, son adiciones poscristianas hechas a un escrito precristiano

Entonces dije: Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque el conocimiento del pobre sea menospreciado y sus palabras no sean escuchadas. Las palabras del sabio, oídas con sosiego, son mejores que el grito del que gobierna entre los necios. Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo pecador destruye mucho bien (Ecl. 9:16–18).

La pieza de literatura conocida como “Epístola universal de Santiago” es una obra de literatura de sabiduría, quizá la única en su estilo en todo el NT. Es una obra pequeña, de pretensiones humildes, casi insignificante frente a las imponentes obras de la literatura paulina; pero es una obra densa, importante y muy significativa desde el punto de vista de un cristiano comprometido que quiere de veras vivir como Jesús.

La epístola de Santiago es obra densa, oscura, indigesta, llena de implicaciones y connotaciones. Es un signo que indica en múltiples direcciones, es una red de significados, es una obra para leer lentamente, como los proverbios, uno por día y nada más. Santiago es un escrito para leer pausadamente, para meditar, para pensar. Cada frase, cada palabra, cada expresión tiene un significado pleno que lucha por ser comprendido.


LAS DIFICULTADES EN SANTIAGO
Diversas dificultades se presentan a quien accede a la lectura de Santiago desde el español. La primera de ellas es que se acerca a la obra a partir de una traducción. Las traducciones, a la vez que permiten a un lector llegar a la obra que, si no hubiese estado traducida, le quedaría prohibida; por otro lado oscurecen el texto que se traduce con la insoslayable oscuridad cultural del idioma al que es traducido.

Un ejemplo. En el capítulo primero de Santiago se usa seis veces el término griego peirasmos 3986. Sólo en el versículo 13 se lo utiliza tres veces. En la dos primera apariciones (1:2 y 1:12), la palabra se traduce “pruebas”, “prueba”. Pero en el versículo 13 la misma palabra se traduce “sea tentado”, “soy tentado”, “no es tentado”, “no tienta”, y en el versículo 14 “es tentado”. Si esto nos parece extraño, para agregar a los dolores de cabeza, en el versículo 12 hay una expresión española que parece provenir del mismo término griego, pero que en realidad proviene de otro. “Haya sido probado” no proviene del griego peirasmos 3986, sino de dokimos 1348, que significa algo que ha sido probado, “verificado” decimos hoy, y ha salido aprobado, airoso de la prueba.

Si aun en el propio griego es difícil comprender cabalmente el campo semántico que cubre la palabra peirasmos 3986, cuánto más en el español, en el que no hay una palabra que lo represente completamente, y menos aún cuando las palabras utilizadas para su traducción tienen significados e implicaciones teológicas tan distintas como “prueba” y “tentación”. Esta es una primera dificultad que todo lector del NT debe reconocer cuando lee en una lengua no original. Las dificultades de traducción son especialmente importantes en la lectura y estudio de Santiago.

Otro tipo de dificultades que se enfrentan al estudiar a Santiago nacen de la propia naturaleza del género literario en que está escrito. Santiago puede ser clasificado sin dudas como literatura de sabiduría. Si bien algunos autores han clasificado a Santiago como literatura “parenética” es decir educativa y exhortativa; y otros la han clasificado como “diatriba” o sea diálogo con supuestos oponentes; estas clasificaciones no echan por tierra la naturaleza sabia del escrito. 

Las dificultades propias de la literatura de sabiduría le pertenecen. La naturaleza del proverbio, aparentemente desconectado de su contexto inmediato; la naturaleza del dicho experiencial, que aparentemente no pretende enseñar sino decir la cosa tal cual es; la naturaleza del dicho didáctico, y del dicho artístico, de los mandatos y prohibiciones, de las enseñanzas “de tu padre” y “de tu madre”; todas ellas deben ser tomadas en cuenta al analizar el género literario de esta epístola.

Un tercer tipo de dificultad nace del análisis literario de la obra. Santiago usa continuamente y a la vez hebraísmos y helenismos, lo cual es extraño, como veremos más adelante. También utiliza aliteraciones, familias de palabras y relaciones semánticas muchas veces imposibles de traducir y explicar para quien no está habituado a comprender otro idioma que no sea el propio.

También hay dificultades teológicas. Estas quizá son las más graves. Algunos grandes cristianos, como Lutero, renegaron de esta obra, tildándola de “epístola de hojarasca, que no tiene nada del evangelio en ella”, porque parecía debatir la validez de la sola fide, incluyendo el valor de las obras para la salvación. No sólo en la historia de la iglesia, temprana y tardía, se ha leído a Santiago con sigilo y un poco de menosprecio, también actualmente hay muchos cristianos que no se atreven a leer la carta completa.

Otros han objetado que esta epístola tiene una cristología “pobre”, que sólo incluye 12 referencias al “Señor”, que sólo en dos ocasiones menciona el nombre de Jesús, y que tampoco tiene referencias a la cruz ni a la resurrección, lo cual la hace teológicamente objetable. Quienes hagan esta acusación no podrán dejar de reconocer, sin embargo, que esta carta es el documento neotestamentario que más menciona los dichos de Jesús, aparte de los cuatro Evangelios, y que se parece muchísimo en estilo y contenido al Sermón del monte, una de las piezas clásicas de Jesús.

Las dificultades no empobrecen la obra, por el contrario, la enriquecen. Las dificultades confieren a Santiago el carácter de una obra con una densidad específica muy alta, y la hacen muy rica a la vez que muy difícil al momento de su interpretación. Las dificultades pueden ser muchas, sin embargo, cualquier lector que lea este libro detenidamente y con la convicción que da el Espíritu Santo, no podrá negar su profundo sentir cristiano y su alto valor teológico.

Por eso, estudiar Santiago no es para desesperar al estudioso, sino que recordemos que para aclarar las dificultades es que se han escrito los comentarios, y esperamos que éste no sea la excepción. Las dificultades pueden ser muchas y nuestra luz poca, pero no debemos esquivar el desafío de arremeter contra ellas lo mejor que podamos. De los resultados verá si le hemos ayudado a comprender mejor el texto y a relacionar lo aparentemente inconexo, por lo cual nos sentiremos profundamente recompensados.


LAS LLAMADAS EPÍSTOLAS “CATÓLICAS”
Todas las Biblias, de las cuales RVA no es la excepción, clasifican a la Epístola de Santiago entre las llamadas epístolas “católicas”. Estas epístolas generales, universales o “católicas” tienen algunas características distintas del resto de las epístolas del NT.

Por ejemplo, por el estudio de las epístolas paulinas, uno está acostumbrado a esperar que una carta trate circunstancias concretas y específicas de la comunidad a la que fue dirigida. Pero con las epístolas generales, quizá con la excepción de las tres cartas juaninas, tales expectativas se ven altamente frustradas. Tan es así que algunos comentaristas han propuesto que estas epístolas no sean consideradas como tales, sino como tratados, diatribas o parénesis.

Lo mismo pasa con la epístola de Santiago. La falta de entendimiento sobre el carácter de este texto hace difícil la reconstrucción del contexto en el que fue dado. Esto debe ser muy tenido en cuenta en su interpretación, y considerar toda tesis sobre el carácter de este texto como provisional e hipotético.

Como Santiago no trata con problemas específicos de una iglesia en particular sino con diversos problemas de las diversas sinagogas de la época temprana del cristianismo en que fue escrita, muchos no quieren considerarla como carta. Sin embargo, en la consideración de las características literarias y teológicas de este escrito esperamos poder demostrar claramente no sólo que fue una carta, sino que fue una carta circular, que fue escrita tempranamente, siendo quizá uno de los escritos más tempranos de todo el NT, y que fue escrita por Santiago, el medio hermano de nuestro Señor Jesucristo, durante su largo ministerio pastoral al frente de la primera iglesia cristiana de Jerusalén.


CARACTERÍSTICAS LITERARIAS
Como ya hemos dicho, esta epístola tiene un carácter general o universal. Le falta un destinatario específico. La dirección: “a las doce tribus de la dispersión” (1:1) acentúa su carácter general, “católico”, circular.

Por esta razón el comentarista James H. Ropes, entre otros, afirma que esta epístola se trata de una diatriba, un género muy popular en el tiempo del NT, en el cual se atacan ideas, personas o acciones. Según este comentarista y otros, Santiago tiene perfectamente el diseño y el perfil de una diatriba.

Otros han considerado a Santiago como un gran resumen de apuntes de homilías, al igual que el Sermón del monte. Así, por ejemplo, el comentarista Martín Dibelius afirma que el carácter de Santiago es parenético. La parénesis, descrita por el mismo Dibelius, es un depósito de tradición del judeocristianismo de la época, que contiene amonestaciones para la vida diaria de los creyentes. Desde este punto de vista Santiago sería un compendio de refranes o dichos morales populares con el propósito no tanto de juntar información, sino de provocar en sus oyentes el sano deseo de comportarse como Jesucristo lo ordenó.

Además, el texto denota un autor de origen hebreo. Varios comentaristas coinciden en esto. El texto imita la literatura de sabiduría hebraica, con referencias frecuentes a los libros de sabiduría del AT, inclusive los deuterocanónicos Sabiduría y Eclesiástico. El texto destila una atmósfera como del AT. Si bien las citas directas son sólo 5, a saber: 1:11 a Isaías 40:7; 2:8 a Levítico 19:18; 2:11 a Éxodo 20:13; 2:23 a Génesis 15:6; 4:6 a Proverbios 3:34, el texto tiene una gran cantidad de instancias en que el griego recuerda la fraseología hebraica. El texto denota paralelismos, una figura poética hebraica: 1:9, 10; 1:15, 17; 1:19, 20, 22; 5:11, 12. 

Aliteración y asonancia, es decir, repetición de uno o varios sonidos semejantes en una palabra o enunciado, para producir un efecto poético: 1:2; 3:5; 3:8; 5:7. Repetición de palabras de la misma familia: 1:4; 1:13; 1:19; 3:6; 3:7; 3:18; 4:8; 4:11; y pleonasmo, una figura literaria que emplea vocablos innecesarios o repetición de palabras (redundancia) para dar mayor énfasis o expresividad, o para reforzar el sentido: 1:7; 1:8; 1:19; 1:23.

Sin embargo, y esto es lo extraño, pocos comentaristas pueden explicar el hecho de que el texto se exprese en un griego muy fino y pulido, lo que muestra un conocimiento profundo de la literatura griega (la lengua griega y el texto griego de la LXX). De modo que, aunque las principales ideas del texto son judías, el modo de expresarlas es eminentemente griego, con expresiones, sentencias y aun ideas del ámbito griego de la época del NT.

El texto mantiene el género literario sapiencial, caracterizado por sentencias breves y proverbiales, lo cual, unido a las abundantes referencias a los temas del Sermón del monte, le dan una cercanía muy especial al género usado por nuestro Señor Jesucristo. Por el otro lado, el texto también mantiene un carácter profético (4:2 ss., 4:7; 5:1), extraño en la literatura de sabiduría del AT. En Santiago, sin embargo, ambas características literarias no parecen estar en competencia, sino en una tensión creativa.

Por las características literarias podemos afirmar que Santiago es un cristiano de trasfondo judío escribiendo para otros cristianos que, por causa de la dispersión originada por la muerte de Esteban (Hech. 8:2; 11:19), se esparcieron por todo el mundo conocido llevando consigo el evangelio de Jesucristo. Estas comunidades en muchos casos incluían personas de trasfondo no judío, especialmente griegos. 

El griego pulido de su texto puede deberse a algún amanuense que Santiago tuviera en la primera iglesia de Jerusalén, dada la íntima relación que existe entre esta carta y la enviada por el Concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles (Hech. 15:23–29), relación que discutiremos más adelante como prueba de la paternidad literaria de Santiago, el medio hermano de nuestro Señor.


CARACTERÍSTICAS TEOLÓGICAS
Las características teológicas de la carta de Santiago también nos ayudan en su ubicación general. Por su estudio podemos inferir que esta es una de las cartas más tempranas, si no la más temprana del NT. Es posible que nos encontremos frente al primer escrito cristiano de todos los que forman el NT.

En primer lugar, la segunda venida del Señor está viviéndose como algo real e inminente, “¡He aquí, el Juez ya está a las puertas!” (5:9), un tema predilecto del cristianismo temprano.

Además, en la iglesia hay un orden “incompleto”. Los cristianos se reúnen todavía en la sinagoga, sunagoge 4864, (2:2); se mencionan “ancianos” (5:14), pero no obispos ni diáconos; hay multitud de maestros, lo cual no sólo preocupa a Santiago (3:1), sino que demuestra la falta de sistematización de la iglesia, una de las características de los comienzos del cristianismo.

Tampoco se menciona en la carta el Concilio de Jerusalén, realizado en el año 49, ni la admisión de los gentiles en la iglesia realizada inmediatamente después del Concilio, ni la caída de Jerusalén en el año 70, elementos que se hubieran mencionado si la carta hubiera sido escrita después de ellos, ya que convienen a muchos de los argumentos de la misma.
Un hecho teológico de importancia que Santiago muestra es el estado miserable de los cristianos, su aflicción, sus luchas internas, y su persecución por causa de los principales judíos. En la más pura tradición judeocristiana, Santiago defiende al pobre, al desvalido, al perseguido injustamente, al injuriado, al denigrado, al afrentado por su fe y su esperanza, al ultrajado en sus creencias y derechos; sufrimientos que, como cristianos, nos recuerdan el “final del Señor”, y nos llaman a “la perseverancia de Job” (5:11).

La ausencia de alguna referencia directa al Mesías, o a la muerte y resurrección del Señor, hicieron que muchos tomaran a este libro como de dudoso valor para el cristianismo, lo cual seguramente afectó su canonicidad. Sin embargo, como ya hemos dicho, su mensaje es fuertemente cristocéntrico, su interés es la promoción moral y espiritual de sus oyentes según la propia enseñanza de Jesucristo, de quien el autor, aunque fuera su medio hermano, se considera su siervo y esclavo.


ORIGEN Y DESTINATARIOS
La teoría tradicional ha sido considerar a Santiago como una epístola “católica” o universal, tanto por su alcance como por su canonicidad. Eusebio de Cesarea (265 d. de J.C.) la calificó de “católica”, citando a Clemente de Alejandría (150 d. de J.C.), quien la había calificado como “general, encíclica y circular”.

La teoría tradicional, sin embargo, no ha sostenido necesariamente la paternidad literaria de Santiago el medio hermano del Señor, aunque se podría considerar que esa es su presuposición principal. Algunas variantes de la teoría tradicional afirman que en realidad el autor fue otro de los Santiagos del NT, así Erasmo de Rotterdam y el comentarista Moffatt. Para otros, como el comentarista Lowther Clarke (1952), Santiago representa resúmenes de homilías de algún judío cristiano del primer siglo, que hablaba griego y que ponía sus resúmenes en forma de epístolas tradicionales para darles autoridad. El escrito sería entonces, pseudónimo.

En el siglo XIX, dos comentaristas trabajando paralelamente, el alemán Friedrich Spitta (1896) y el francés L. Massebiau (1985), cada uno por su lado afirmaron que Santiago es un documento originalmente judío al que se “cristianizó” con las inclusiones de 1:1 y 2:1. Según ellos, y muchos otros que hasta el día de hoy los siguen, la gran afinidad con lo judío y con lo cristiano quedaría así explicada.

Para algunos otros, como el comentarista Burkitt (1924), Santiago es una traducción libre de una carta aramea que sí fue escrita por Jacobo el hermano del Señor a alguna iglesia particular, y luego fue traducida y editada por algún griego de su tiempo que hizo las referencias específicamente griegas.

Según el comentarista alemán Martín Dibelius (1964), Santiago tiene un carácter parenético. Una parénesis es un “depósito de tradición”, es decir, es un escrito que recoge dichos de muchos autores compilados según un tema general que los reúne. No sería raro que los cristianos primitivos hayan usado la epístola de Santiago, entre otras epístolas, con propósitos de instrucción moral y discipulado, sin embargo, pensar que Santiago es un depósito de tradición anterior al cristianismo no se compadece con algunas enseñanzas específicamente cristianas que la epístola tiene (1:18; 1:25; 2:7; 2:14–26).

Hay muchas razones por las cuales se originaron estas teorías. Sin embargo, de todas las razones que puedan investigarse, ninguna parece más necesaria, ni explica mejor el origen de este escrito que la teoría tradicional. Por esta razón seguimos sosteniendo que el autor de esta carta circular fue Santiago, el primer pastor de la iglesia de Jerusalén. Santiago se sentía responsable no sólo por su iglesia local sino por todos aquellos que habían aceptado a Jesucristo como su Señor. 

Su obra pastoral no podía restringirse a la localidad de Jerusalén, por eso escribe una carta con extractos de sus homilías dominicales, y la envía como muestra de afecto, interés y deseos de educar a un público más general. Evita los localismos, trata de ser lo más inclusivo posible, y escribe uno de los escritos más bellos y profundos del NT.

Santiago mismo identifica sus destinatarios como “las doce tribus de la dispersión” (1:1), una frase que merece explicación ya que define sus destinatarios. Para poder entenderla, hay que relacionar este versículo con el siguiente: “tenedlo por sumo gozo cuando os encontréis en diversas pruebas” (1:2). ¿Quiénes eran estos “de la dispersión” que estaban pasando por diversas pruebas? 

Evidentemente, son los cristianos que, por causa de la persecución de Esteban, se habían dispersado por todo el mundo conocido. El texto de Hechos 11:19–21 es más que iluminador: “Entre tanto, los que habían sido esparcidos a causa de la tribulación que sobrevino en tiempos de Esteban fueron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin comunicar la palabra a nadie, excepto sólo a los judíos. Pero entre ellos había unos hombres de Chipre y de Cirene, quienes entraron en Antioquía y hablaron a los griegos anunciándoles las buenas nuevas de que Jesús es el Señor. La mano del Señor estaba con ellos, y un gran número que creyó se convirtió al Señor”. Este es el grupo de primeros creyentes a quienes Santiago dirige su carta.

Queda, sin embargo, la pregunta: ¿Por qué llamarles las “doce tribus”? Por falta de más evidencia, los comentaristas generalmente atribuyen a Pablo el concepto del “nuevo Israel” para referirse a los cristianos (ver Rom. 4; 9:7, 8; >1 Cor. 10:18; 11:25; Gál. 4:21–31; 6:15, 16; Fil. 3:3). Sin embargo, el concepto no necesariamente debió haber nacido con Pablo. Jesús mismo eligió a doce discípulos, claro símbolo de las doce tribus de Israel. 

Esta analogía del “nuevo Israel” con el antiguo debió haber sido pan cotidiano entre los primeros cristianos de Jerusalén, de trasfondo judío. Referencias indirectas a esta idea también pueden verse en los escritos del apóstol Pedro (1 Ped. 2:9, 10), del autor de Hebreos (Heb. 8:10) y del apóstol Juan (Apoc. 21:21). No es extraño entonces que Santiago, primer pastor de la primera iglesia cristiana de la historia, se refiera a su rebaño como “las doce tribus”. La referencia no es directa a Israel como nación, sino alegórica al “nuevo Israel” o al “Israel de Dios” (Gál. 6:16) todos aquellos que, habiendo recibido a Jesucristo como su Señor, ahora son hijos de Dios, herederos y coherederos con todos los santos, miembros y ciudadanos del Israel de Dios.

La carta está dirigida entonces a todos aquellos primeros cristianos que por causa de la persecución de Esteban fueron dispersados por todo el mundo conocido. A ellos Santiago, pastor preocupado por su bienestar espiritual y emocional, les escribe una carta de aliento, de recomendaciones pastorales, de amistad y cariño, una carta genuinamente pastoral.


AUTOR
El comentarista inglés Adam Clarke (1853), comienza su comentario sobre Santiago afirmando que “Ha habido más dudas y más diversidad de opinión sobre la autoría de esta carta que sobre cualquier otra parte del NT”. Por el versículo 1 del primer capítulo sabemos que el supuesto autor se llamaba Santiago, y que se consideraba a sí mismo “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. La pregunta sin embargo, subsiste: ¿significa eso algo para determinar la autoría de esta epístola? Las teorías sobre la autoría que se han propuesto son varias.

Quizá la teoría más generalizada sea la teoría pseudoepigráfica. Sostenida desde antaño, según se desprende de algunas citas de Eusebio y Jerónimo, y que es sostenida actualmente por muchos comentaristas. Martín Dibelius, por ejemplo, afirma: “Es natural que algún cristiano de la época que haya querido que su trabajo tenga resonancia, eligiera autodenominarse hermano del Señor”.

Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero, por su parte, sostuvieron que esta epístola fue escrita por “alguien llamado Santiago”, que no sabemos quién era. No debemos olvidar que Jacobo o Santiago era un nombre muy común entre los judíos de la época del NT. Lutero afirmó que debiéramos considerar al autor de esta epístola como “alguien bueno, piadoso, sincero, que tomó y recopiló muchos de los dichos de los apóstoles”.

Obviamente, si el autor fue algún “Santiago”, el NT tiene varios para ofrecer. El primer “Santiago” que podemos considerar es Santiago, “el de Judas” (lit. en Luc. 6:16; Hech. 1:13; Jud. 1:1). Este fue pariente del apóstol Judas, no el Iscariote. No parece muy probable, sin embargo, que este Santiago haya sido el autor de la epístola, al menos no es más probable que el medio hermano del Señor.

Otro “Santiago” fue el hijo de Alfeo (Mat. 10:3; Mar. 3:18; Luc. 6:15; Hech. 1:13) y hermano de Mateo (Mar. 2:14). Un tercer “Santiago” fue Santiago, “el menor”, o “el pequeño” (Mat. 27:56; Mar. 15:40; Juan 19:2). Un cuarto “Santiago” fue Santiago, el hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Mat. 10:2; Mar. 3:17; Luc. 6:14; Hech. 1:13). 

Este Santiago siempre aparece en el Evangelio junto a su hermano (Mat. 4:21; 17:1 y otros), y fue el primero en ser martirizado por Herodes Agripa en el año 44 d. de J.C. (Hech. 12:2), lo cual es una mediana prueba de que no pudo haber sido el autor de la epístola, porque es casi imposible fecharla tan temprano. 

Sin embargo, el códice Corbiense, del siglo X, titula esta carta como: “Epístola de Jacobo hijo de Zebedeo” y la tradición española, desde Isidro de Sevilla (636 d. de J.C.), ha sido inspirada por el patriotismo religioso de identificar a su patrono, Santiago de Compostela, como el hijo de Zebedeo y autor de esta epístola. No parece demasiado probable que alguno de estos “Santiagos” haya sido el autor, al menos no parece más probable que la teoría tradicional. Por esa razón es que la sostenemos.

El único “Santiago” que nos queda es Santiago “el hermano del Señor” (Mat. 13:55; Mar. 6:3). Sabemos que en vida de Jesús sus hermanos lo negaron (Mat. 12:46–50; Mar. 3:21, 31–35). Es más, ni aun creían en él (Juan 7:3–9). Pero en Hechos 1:14 la situación ha cambiado. De allí en adelante se menciona a este Santiago como el que toma la directiva en la iglesia de Jerusalén. 

Como tal, preside el Concilio de Jerusalén (Hech. 15:1 ss.), Pablo lo visita (Hech. 21:18), y lo reconoce como apóstol (Gál. 1:19) y “pilar” (Gál. 2:9).
Pablo sabe de la aparición del Cristo resucitado a Santiago (1 Cor. 15:5–7) y por ello es compatible que lo considere como apóstol (Hech. 1:22 y 1 Cor. 9:1), si bien lo distingue específicamente de los “doce” o “todos los apóstoles”.

Extrabíblicamente, sabemos que Eusebio cita a Hegesipo (apologista judío del siglo II) como reconociendo a Santiago como primer obispo de Jerusalén. También Clemente de Alejandría agrega que fue elegido por Pedro y Juan, Jerónimo dice que “fue ordenado obispo de Jerusalén inmediatamente después de la pasión por 30 años”, y las Recogniciones Clementinas relatan que en la aparición de 1 Corintios 15:7, Jesús le ordenó levantar una “huelga de hambre” que Santiago había prometido bajo juramento, de que no comería nada desde la hora “en que bebiera la copa del Señor hasta verlo levantado de los muertos”. La historia es evidentemente ficticia, ya que toma a Santiago como presente en la última cena. Lo único que emerge como histórico de todo este marco extrabíblico es el hecho de que este Santiago fue martirizado en Jerusalén en el año 61 d. de J.C.

Como puede parecer casi obvio ya, ésta última teoría es la más posible. Aunque no se puede afirmar con un 100% de certeza, lo más creíble es que esta epístola general o universal haya sido escrita por Santiago, el medio hermano del Señor, durante su ministerio como pastor en la primera iglesia de Jerusalén, a los cristianos que, dispersados por las persecuciones de los judíos nacidas después de la muerte de Esteban, estaban sufriendo ataques de todo tipo mientras continuaban reuniéndose en las sinagogas judías.

Consideremos ahora brevemente algunos argumentos en contra y a favor de esta última teoría. Algunos comentaristas afirman que es de esperarse con razón que en una epístola escrita por Santiago el “hermano del Señor” hubiera mencionado ese hecho. Si no lo hubiera hecho por su propio peso, quizá lo hubiera hecho porque le daría mayor autoridad y prestigio. 

Otros han comentado que si efectivamente esta carta fue escrita por un medio hermano del Señor, es notable la ausencia de toda referencia a los grandes eventos sobresalientes conectados con la persona de Jesús de Nazaret, su manera de vida, su sufrimiento y muerte, su resurrección y ascensión. También la omisión de toda referencia directa a Cristo como el Mesías de la profecía veterotestamentaria es vista por algunos como un dato que desestima la autoría del medio hermano del Señor.

Los argumentos anteriores, sin embargo, no son afirmativos, sino negativos. No afirman nada, sólo niegan. Son usualmente llamados “argumentos de silencio”. Los argumentos de silencio no desacreditan la autoría de Santiago, sólo prueban que Santiago como autor estaba más interesado en los problemas teológicos y humanos de sus miembros que en relatar hechos periodísticos. Santiago no está interesado en detalles, va al grano, quiere hacer una tarea de fondo. No menciona al Señor, menciona sus enseñanzas. No se acuerda de los detalles, sintetiza sus grandes enseñanzas, comparte su consuelo, le muestra a Jesús como Dios y Señor.

Otro argumento que se opone a esta teoría afirma que es muy improbable que un hombre de extracción humilde como un vecino galileo, hijo de María y José, sea capaz de escribir una epístola con un griego tan pulido. Esta es una teoría que ha ganado respetabilidad no tanto por lo que afirma sino por el calibre de los autores que la han propuesto. 

Sin embargo, debiera notarse que en la época de Santiago eran muy comunes los escribas o amanuenses, personas que se dedicaban profesionalmente al arte de escribir documentos. Siendo Santiago una persona “sin letras y del vulgo” (Hech. 4:13), es altamente probable que con asiduidad haya usado los servicios de un escriba o amanuense para las tareas pastorales que requerían la producción de algún documento, del mismo modo que hoy en día alguien puede apelar a un corrector de estilo, o más comúnmente, a un programa especializado de computador personal en corregir la ortografía y gramática.

La gran similitud estilística de Santiago con otra carta que también salió de su pluma más o menos para la misma época (Hech. 15:23–29), indica la gran probabilidad de que ambas hayan sido escritas por el mismo amanuense. Es muy probable además que Santiago, por la múltiple cantidad de visitas que recibía, por haber pasado tanto tiempo discutiendo con cristianos y no cristianos de todo el mundo que venían a Jerusalén a visitarle, hubiera ganado un conocimiento respetable del griego, del mismo modo que hoy en día no es raro encontrar personas que, por razones de trabajo o familiares, dominan a la perfección una segunda lengua.

Quizá el argumento más fuerte en contra de la paternidad literaria del medio hermano del Señor tenga que ver con la teología de esta epístola. Aparentemente, la actitud del hermano del Señor hacia la observación de la ley, en la controversia entre Pablo y los judaizantes, fue una actitud religiosa y conservadora. Algunos comentaristas han señalado que, aunque Santiago tomó una posición mediadora y conciliadora en el concilio de Jerusalén, en Gálatas 2:12 aparece como un estricto observador de la ley, ya que hasta el propio apóstol Pedro le teme. 

La cuestión era si tales “obras” de la ley como la circuncisión, las reglas de la dieta y la observación del sábado, eran o no requisitos para la justificación en Cristo. El tema, como sabemos, se trató extensivamente en el Concilio de Jerusalén (Hech. 15). En la epístola, sin embargo, todas estas cuestiones quedan sin tratar. Los intereses del autor parecen ser otros, de modo que Santiago, el medio hermano del Señor, dicen, no pudo haberla escrito.

Para contrarrestar este argumento, debemos darnos cuenta de que la expresión “algunos de parte de Jacobo” en Gálatas 2:12 no debe tomarse como que fue el propio Santiago quien envió los emisarios, sino que vinieron algunos de la iglesia que pastoreaba Jacobo. Además, el autor de Santiago hace una extensa discusión de la relación entre la fe y las obras, como anticipando el tema que habría de tratarse en el Concilio de Jerusalén. De modo que el hecho de que el autor no trate directamente temas como la circuncisión, la dieta o el sábado, no debe tomarse como que los ignora, sino que, dirigiéndose a comunidades cristianas que incluían también a griegos, decidió evitarlos por el bien del conjunto.

Entre los argumentos a favor de la autoría de Santiago, el medio hermano del Señor, podemos señalar primeramente el carácter general de la epístola, propio de una carta que viniera de la pluma de una personalidad como quien fuera el primer obispo o pastor de la iglesia de Jerusalén. El carácter eminentemente hebraico de su autor, y su excelente dominio del griego, hacen este documento propio de quien seguramente estaba día a día, por casi 30 años, discutiendo con cristianos y no cristianos de todo el mundo que venían a Jerusalén a visitarle, como hicieron Pedro y Pablo (Hech. 21:18; Gál. 1:19).

También el género literario de “sabiduría profética”, propio de quien debe ser pastor de una comunidad tan importante y variada como la jerosolimitana, favorece la autoría del medio hermano del Señor. Las expresiones “hermanos”, “mis hermanos”, usadas 14 veces, “¡gente adúltera!”, “pecadores”, “hombre vano”, y otras por el estilo, marcan la personalidad de quien está realmente acostumbrado a la continua predicación, como seguramente Santiago lo estaba.

Quizá la mayor indicación de la autoría de Santiago sea la íntima relación que existe entre el lenguaje de esta carta y el lenguaje de la carta enviada por el Concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles. Las coincidencias más visibles son las siguientes:
a. El saludo jairein 5463, usado en 1:1 y Hechos 15:23, representaba una forma educada de saludo epistolar. Sólo en estos dos casos, y en la carta de Claudio Lysias en Hech. 23:26, aparece esta forma en todo el NT.

b. La expresión “el buen nombre que ha sido invocado sobre vosotros”, usado en 2:7 y en Hechos 15:17 también representa un paralelo único en el NT.

c. El término hermano adelfos 80, ampliamente usado en Santiago 1:2, 9, 16, 19; 2:5, 15; 3:1; 4:11; 5:7, 9, 10, 12, 19, aparece también en la carta de Hechos 15:23, y en el modo de expresión de Santiago a la asamblea, en Hechos 15:13.

d. Otras coincidencias verbales que se pueden anotar son visitar episkepteszai 1980, usado en 1:27, y por Santiago en Hech. 15:14; guardarse terein 5083 kai diaterein 1301, usado en 1:27 y en Hechos 15:29; volver, convertirse epistrefein 1994, usado en 5:19, 20 y en Hechos 15:19; y amados agapetos 27, usado en 1:16, 19; 2:5 y en Hechos 15:25.

Estas coincidencias de lenguaje son evidencia innegable de que la misma persona que produjo esta carta es la que trabajó en la carta enviada como resultado del Concilio de Jerusalén, todo lo cual coincide interesantemente con el modo de hablar de Santiago según lo registra Lucas en el libro de Los Hechos.

Por todo lo anterior se hace necesario defender la teoría tradicional de que el autor de la carta de Santiago fue el medio hermano del Señor, pastor de la iglesia de Jerusalén.


FECHA
El problema de la fecha está íntimamente ligado al de la autoría. Por ejemplo, una teoría pseudoepigráfica necesitaría una fecha tardía, en el siglo II. Nuestra suposición de que el autor es Santiago, el medio hermano del Señor, nos hace suponer una fecha más bien temprana, es decir, aproximadamente entre el año 40, cuando fuera nombrado pastor de la iglesia, y el año 61, cuando según la tradición fue martirizado.

La mayoría de los comentaristas que favorecen la autoría de Santiago piensan que lo correcto sería la última fecha posible, es decir el año 61; ya que las principales doctrinas del cristianismo están dadas como supuestas en el texto. Sin embargo, las características teológicas ya mencionadas en esta introducción favorecen una fecha más bien temprana. Por ejemplo, la segunda venida del Señor está viviéndose como muy real e inminente (5:7–9), hay un orden “incompleto” de la iglesia, ya que se mencionan ancianos, pero no obispos ni diáconos (5:14), los cristianos están reuniéndose todavía en la sinagoga, sunagoge 4864, (2:2), hay muchos maestros que discuten entre sí, lo que preocupa a Santiago (3:1), todas estas son características de los comienzos del cristianismo.

También hay argumentos de silencio para fechar esta epístola tempranamente, como el hecho de que no se menciona el Concilio de Jerusalén ni la admisión de los gentiles en la iglesia, tampoco la caída de Jerusalén, todo ello sumado al estado de aflicción y lucha interna entre los cristianos, y la persecución por parte de los judíos. Estos argumentos de silencio, sin embargo, son muy precarios para poder fechar la epístola con objetividad.

La verdadera importancia de esta epístola no descansa en el hecho de que se haya escrito en el año 40 ó 60. La epístola está interesada en animar y desafiar a los cristianos de su época. La misma epístola muestra el poco desarrollo del pensamiento cristiano en aquellas primeras décadas. Santiago está interesado en poner un fundamento ético a la teología, señalando que la verdadera vida cristiana se fundamenta en lo moral, en lo que se hace, no tanto en lo que se dice. Eso tendría igual sentido con una fecha temprana o tardía.

En resumen, como hemos optado por la paternidad del medio hermano del Señor, en cuanto a fecha nos quedamos con la tradicional también. En la tradicional hay dos opciones, o la más tardía que Santiago permite, es decir, el año 61 d. de J.C., o una más temprana, siempre después del Concilio de Jerusalén. 

Si fechamos el Concilio para el año 42, Santiago tendría que ser fechado más o menos para la misma fecha, quizás un poco anterior al Concilio, ya que no lo menciona. Del mismo modo que algunos intérpretes han considerado a Gálatas como una preparación argumental hecha por el apóstol Pablo para el Concilio de Jerusalén, igualmente podríamos considerar a Santiago, como un preparativo argumental que el primer pastor de la iglesia de Jerusalén realiza para sí mismo con miras al encuentro con los grandes apóstoles y con la iglesia para decidir estos importantísimos argumentos de inclusión y consuelo.


EL PROPÓSITO DE LA CARTA
Con los comentarios anteriores llegamos a imaginar cuál fue el propósito de esta carta universal. Tres propósitos parecen muy apropiados: animar a las iglesias, corregir los excesos y exponer la necesidad de tener en todo la sabiduría de lo alto.

El primer propósito de Santiago es animar a las iglesias. Basta leer los primeros cuatro versículos para darse cuenta de que habla de gozo en medio de las pruebas, la fe que sostiene al creyente, la paciencia que es su fruto, y la sabiduría que se produce como resultado de las pruebas. En varias instancias de la epístola estos temas de ánimo se repiten, siendo quizá el fin de la carta, la segunda parte del capítulo 5, la que más claramente pueda ser clasificada como alentadora, confortadora y consoladora.

El segundo propósito de Santiago es el de corregir los excesos que estas tempranas congregaciones cristianas sin duda estaban experimentando. El problema de la palabrería sin base en la realidad, el de la acepción de personas, el de los múltiples maestros, el de la fe sin obras, el de la amistad con el mundo, el de la vanagloria, el de la riqueza mal habida y de la opresión de los pobres, todos ellos eran un signo, para Santiago, de que las comunidades habían olvidado lo principal, por lo cual debía llamarles la atención y llamarlos a la corrección.

El propósito final de Santiago es señalar la sabiduría de lo alto y animar a sus oyentes a vivir en ella. El centro y eje de la epístola está en el pasaje de 3:13–18. En ellos Santiago descubre la verdad esencial del cristianismo: vivir cada día en la sabiduría que viene de Dios. 

Las comunidades a quienes dirige su carta, sin duda espejo de la propia comunidad que Santiago pastoreaba en Jerusalén, necesitaban escuchar de su pastor y maestro la enseñanza que corregiría sus vidas para llevarlas a una correcta relación con Dios, autor y dador de toda sabiduría. A exponer esta sabiduría y detallar las 10 advertencias que Santiago dirige a sus contemporáneos nos dedicaremos en las siguientes páginas.


BOSQUEJO DE SANTIAGO

    I.      SALUTACIÓN, 1:1
      1.      Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, 1:1a
      2.      “A las doce tribus de la dispersión”, 1:1b
      3.      Saludos, 1:1c

    II.      CUIDADO CON EL DOBLE ÁNIMO QUE PUEDE VENIR CON LAS PRUEBAS-TENTACIONES, 1:2–18
      1.      Las pruebas-tentaciones, 1:2–4
         (1)      “Sumo gozo”, 1:2
         (2)      Paciencia, 1:3
      2.      La verdadera sabiduría de la vida, 1:5–8
      3.      El destino del ser humano, 1:9–11
      4.      La bienaventuranza de la integridad, 1:12–15
      5.      La naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, 1:16–18

    III.      CUIDADO CON LA FALSA RELIGIÓN DEL DECIR PERO NO HACER, 1:19–27
      1.      Ser pronto para oír, 1:19a
      2.      Ser lento para hablar, lento para la ira, 1:19b
      3.      Despojarse de toda inmundicia y toda maldad, 1:21a
      4.      Recibir con mansedumbre la palabra implantada, 1:21b
      5.      Ser hacedor de la palabra, 1:22–24
      6.      Prestar atención a la perfecta ley de la libertad, 1:25a      
      7.      Perseverar en la perfecta ley de la libertad, 1:25b
      8.      Sólo quien siga estos pasos es dichoso, 1:25c
      9.      Sólo quien siga estos pasos tiene un servicio religioso puro e incontaminado que no es el exterior de las formas, 1:26, 27

    IV.      CUIDADO CON HACER ACEPCIÓN DE PERSONAS Y HACERSE A UNO MISMO JUEZ, 2:1–13
      1.      El juicio verdadero nace de un espíritu imparcial, 2:1–4
      2.      El juicio verdadero se sustenta en la obediencia a la ley real, 2:5–9
      3.      El juicio verdadero culmina en la misericordia, 2:10–13

    V.      CUIDADO CON LA “FE” SIN OBRAS, 2:14–26
      1.      La fe sin obras está muerta en sí misma, 2:14–17
      2.      La fe y las obras se necesitan mutuamente, 2:18–20
      3.      La fe y las obras obran conjuntamente la justificación, 2:21–26

    VI.      CUIDADO CON LO QUE UNO DICE, Y CON HACERSE A UNO MISMO MAESTRO, 3:1–12
      1.      “No os hagáis muchos maestros”, 3:1, 2
      2.      Ejemplos prácticos, 3:3–12
         (1)      Los caballos, 3:3–4
         (2)      Los barcos, 3:4
         (3)      El fuego, 3:5
         (4)      La lengua y sus efectos, 3:6–12

    VII.      TEMA CENTRAL: LA SABIDURÍA DE LO ALTO, 3:13–18
      1.      La sabiduría de abajo, 3:14–16
      2.      La sabiduría de lo alto, 3:17
      3.      Los frutos de ambas sabidurías, 3:18

    VIII.      CUIDADO CON LAS PASIONES ENGAÑOSAS, 4:1–12
      1.      Las pasiones dominan nuestra vida, 4:1
      2.      Cuidado con la codicia y las pasiones, 4:2, 3
         (1)      “Codiciáis pero no tenéis”, 4:2a
         (2)      “Matáis y ardéis de envidia, pero no podéis obtener”, 4:2b
         (3)      “Combatís y hacéis guerra”, 4:2c
         (4)      “No tenéis, porque no pedís…”, 4:2d, 3
      3.      Cuidado con el adulterio espiritual, 4:4–6
      4.      Diez imperativos de la vida cristiana, 4:7–10
         (1)      Primera dupla, 4:7
         (2)      Segunda dupla, 4:8
         (3)      Tercera dupla, 4:9
         (4)      Cuarta y última dupla, 4:10
      5.      Las pasiones y los hermanos, 4:11, 12

    IX.      CUIDADO CON LA VANAGLORIA, 4:13–17
      1.      La vanagloria y jactancia, 4:13
      2.      El futuro, 4:14
      3.      La solución a la jactancia y la vanagloria, 4:15, 16
      4.      Corolario, 4:17

    X.      OCTAVA ADVERTENCIA: CUIDADO CON LA RIQUEZA Y CON OPRIMIR AL POBRE, 5:1–6
      1.      Recomendación inicial, 5:1
      2.      Riquezas que se han podrido…, 5:2, 3
      3.      Clama el jornal de los obreros, 5:4–6

    XI.      CUIDADO CON EL DESÁNIMO Y EL DESALIENTO, 5:7–12
      1.      Primera recomendación, 5:7, 8
      2.      La paciencia y la murmuración, 5:9
      3.      La paciencia y el camino de la felicidad, 5:10, 11
      4.      La paciencia y la integridad de espíritu, 5:12

    XII.      CUIDADO CON NO CONSIDERARNOS LOS UNOS A LOS OTROS, 5:13–20
      1.      La vida en comunidad nos ayuda en todos nuestros estados de ánimo, 5:13
      2.      La vida en comunidad nos ayuda en nuestra necesaria sanidad, 5:14–18
         (1)      Nos pone en circunstancias de que nuestros pecados sean perdonados, 5:16a
         (2)      Se fortifica en la oración del justo, 5:16b-18
      3.      La comunidad hace volver a la verdad a aquellos que estan extraviados, 5:19, 20

    XIII.      CONCLUSIÓN.

La primera palabra de la Epístola distingue a su escritor: Santiago. Este nombre era una forma helenizada del hebreo Iakob 8290, un nombre bastante común entre los judíos de todos los tiempos. Jacobo.

Es interesante notar que su nombre no vuelve a aparecer en el resto de la carta. No sólo que no aparece su nombre, tampoco aparece otra referencia personal a su escritor. A diferencia de Pablo, Juan, y otros escritores bíblicos que sí las hacen, Santiago no hace referencias directas o indirectas a su persona en toda su epístola, salvo en este primer versículo. Esto ha llevado a algunos a pensar que quien realmente escribió esta carta no era ningún Santiago, sino que fue atribuida a Santiago, especialmente teniendo en cuenta que Santiago fue el primer pastor de la iglesia de Jerusalén y, que por esta causa una carta de su autoría gozaría de mucha autoridad y popularidad.

Sin embargo, como ya hemos dicho en la Introducción, los argumentos de silencio no prueban nada en contra de los argumentos escritos. Como la epístola comienza identificando a su autor por nombre, mientras no se tengan argumentos sólidos y convincentes que prueben lo contrario, es correcto sostener que la autoría de esta epístola corresponde a alguien de nombre Santiago. En cuanto a quién de todos los Santiagos del NT corresponda, también ha sido discutido en la Introducción. La posición que hemos tomado es la tradicional: que el autor de esta epístola fue el medio hermano de nuestro Señor, de nombre Jacobo, o Santiago.


  1. Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, 1:1a
Además de identificarse por su nombre, Santiago se llama a sí mismo siervo de Dios y del Señor Jesucristo. La primera cosa que puede llamar la atención con esta descripción es que, siendo Santiago medio hermano del Señor, no haga referencia directa a ello. Esto no debe de extrañarnos, ya que tampoco Judas se distingue a sí mismo como medio hermano del Señor, aunque sabemos que lo fue, pero sí como hermano de Santiago (Jud. 1). Pero ambos, Santiago y Judas, se llaman a sí mismos siervo de Jesucristo.

Santiago no se llama a sí mismo apóstol, ni obispo de Jerusalén, ni utiliza otro tipo de título o referencia que le distinga. La iglesia cristiana a través de los siglos, sin embargo, lo ha considerado un apóstol de Jesucristo. El título que Santiago utiliza para sí es el de siervo, doulos 1401, palabra que distingue a quien es un esclavo en el sentido de haberse convertido en propiedad de un amo (Mat. 8:9). En esto se iguala Santiago a Pablo (Rom. 1:1; Fil. 1:1; Tito 1:1), quien también fue considerado apóstol por la iglesia a pesar de no haber sido de los doce.

Santiago se reconoce como siervo de Dios y del Señor Jesucristo. Textualmente, esta frase podría también traducirse de Jesucristo, Dios y Señor. Siendo esta epístola de fecha tan temprana, llama la atención que Santiago equipara a Jesucristo con Dios. Es un reconocimiento implícito del mesianismo de Jesucristo. Jesús es el Señor, Jesús es Dios, Jesús es el Mesías, el Cristo de Dios.

Jesús es el Señor. El título Señor, Kurios 2962, lo toma Santiago de la LXX, donde se lo usa como traducción de Elohim 430 y Jahweh 3068, los nombres de Dios. También hay que recordar que los romanos aplicaban este título al emperador, a quien asignaron durante algún tiempo, especialmente durante Nerón, atributos divinos. Jesús es el Cristo. 

La palabra Cristo, Cristos 5547, es la traducción griega del término hebreo para Mesías. Ambos términos significan “ungido”. Jesús es el ungido de Dios. Tan difícil como pueda parecer en una época tan temprana del cristianismo, Santiago comienza su epístola reconociendo la divinidad de Jesús, el Cristo de Dios.

  2. “A las doce tribus de la dispersión”, 1:1b
La epístola va dirigida a las doce tribus de la dispersión. Para una discusión del significado de esta frase, ver la Introducción. Baste recordar que no hay razón para pensar que esta carta estuviera dirigida solamente a los creyentes de entre los judíos. Siendo esta una época muy temprana del desarrollo del cristianismo, los creyentes estaban reuniéndose todavía en las sinagogas, lo cual hace difícil distinguir taxativamente entre judíos y no judíos. La carta fue escrita para todo aquel que supiera leer, y particularmente a quienes tenían a Jesucristo como su Señor. 

De la misma manera que parece raro aceptar que en una época tan temprana Santiago hubiera asignado divinidad a Jesucristo, también parece raro aceptar el que se haya referido a los cristianos como el nuevo Israel en época tan temprana, sin embargo, esto no es raro para un hombre iluminado que no teme llamarse siervo de su propio medio hermano, a quien le reconoce su divinidad.

  3. Saludos, 1:1c
Saludos es una mejor traducción del griego jairein 5463 que “salud”. El verbo saludar, jairo 5463, como expresión de saludo se encuentra sólo cuatro veces en el NT (las otras tres son en Hech. 15:23; 23:26; 2 Jn. 11). La aparición aquí está íntimamente ligada con la de Hechos 15:23, una carta también escrita por Santiago, o al menos por su amanuense personal (ver Introducción). El uso de esta palabra como saludo es una prueba más de la autoría de Santiago el medio hermano del Señor.

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martes, 1 de septiembre de 2015

Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos...hasta lo último de la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Información 

Preparemos nuestro sermón
Texto Bíblico
Hechos 1:6-8
6 Por tanto, los que estaban reunidos le preguntaban diciendo: 
—Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo? 
7 El les respondió: 
—A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad. 
8 Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. 


  La Autoridad de Dios actuando, 
Hechos 1:6-8

La pregunta de los apóstoles de si por fin iba a restablecer el reino a Israel parece estar sugerida por la anterior promesa del Señor de que, pasados pocos días, serían bautizados en el Espíritu Santo. A través de todo su ministerio Jesús trabajó dentro de un concepto del reino de Dios completamente diferente del de los líderes del judaísmo (pensamiento religioso judío) del primer siglo. 

Es interesante hacer notar cómo los discípulos, después de varios años de convivencia con el Maestro, seguían aún esperando una restauración temporal de la realeza davídica, con dominio de Israel sobre los otros pueblos. Por tanto, así interpretaban lo dicho por los profetas sobre el reino mesiánico (ver Isa. 11:12; 14:2; 49:23; Eze. 11:17; Ose. 3:5; Amós 9:11–15; Sal. 2:8; 110:2–5), a pesar de que ya Jesús, en varias ocasiones, les había declarado la naturaleza espiritual de ese reino (ver Mat. 16:21–28; 20:26–28; Luc. 17:20, 21; 18:31–34; Juan 18:36).

Los discípulos no negaban con esta pregunta su fe en Jesús, antes al contrario, viéndole ahora resucitado y triunfante, se sentían más confiados y unidos a él. Sin embargo, tenían aún muy firme la concepción políticomesiánica que tantas veces se encuentra en los Evangelios (ver Mat. 20:21; Luc. 24:21; Juan 6:15) y que exigía a Jesús suma prudencia al manifestar su carácter de Mesías, a fin de no provocar alzamientos peligrosos que impidieran su misión (ver Mat. 13:13; 16:20; Mar. 3:11, 12; 9:9). 

Solamente la iluminación del Espíritu Santo logrará corregir estos prejuicios judaicos de los apóstoles, dándose a conocer la verdadera naturaleza del evangelio y así del reino. Dios es un Dios que realiza sus propósitos. La historia no es un rompecabezas de hechos desconectados, presididos por el azar; es un proceso dirigido por un Dios actuante y capaz de ver el fin en el principio.

En esta ocasión, Jesús no considera oportuno volver a insistir sobre el particular, y se contenta con responder a la cuestión cronológica. Les informa que el pleno establecimiento del reino mesiánico, de cuya naturaleza él ahora no va a especificar, es de la sola competencia del Padre, que es quien ha fijado los diversos tiempos: de preparación (Hech. 17:30; Rom. 3:26; 1 Ped. 1:11), de inauguración (Mar. 1:15; Gál. 4:4; 1 Tim. 2:6), de desarrollo (Mat. 13:30; Rom. 11:25; 1 Cor. 1:7, 8), y ahora de consumación final (Mat. 24:33–36; 25:31–46; Rom. 2:5–11; 2 Tes. 1:6–10). 

En tal ignorancia, lo que a ellos toca, una vez recibida la fuerza del Espíritu Santo, es obrar por ese restablecimiento, manifestándose como testigos de los hechos y enseñanzas de Jesús, primero en Jerusalén, luego en toda Palestina, y finalmente hasta lo último de la tierra (es decir, en medio del mundo gentil).

Ahora, en el v. 8, se ve claramente lo que es el reino (la soberanía) de Dios actuando. La declaración en este versículo, … me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra, se había aceptado comúnmente como el bosquejo de Los Hechos y la indicación del propósito de Lucas. 

Desde luego esto provee algún plan dentro del cual escribió Lucas, pero en ninguna manera representa su interés principal. Contrario a lo expuesto por varios comentarios, antiguos y recientes, Lucas no demostró cómo el evangelio se extendía de Jerusalén a Roma. Hasta hoy día no conocemos cómo el evangelio alcanzó a Roma, a Damasco, a Chipre, a Cirene, a Efeso, a Troas, a Corinto, a Creta y a innumerables otros lugares. Aparentemente, Lucas no dio estos datos porque su propósito iba en otra dirección.

Esto no quiere decir que en Los Hechos no encontramos mucha atención dedicada a la expansión geográfica; obviamente todo lo contrario, los cristianos se presentaban moviéndose constantemente. Se preconiza aquí, sin embargo, que estar demasiado preocupado con este factor es perder un asunto más importante, aquello que aparentemente Lucas quería presentar. Las fronteras más difíciles de cruzar —en aquel entonces como hoy en día— eran las religiosas, nacionales, raciales y de clase social, y no los límites geográficos. 

Es más fácil hoy día enviar misioneros a Africa que establecer y mantener una fraternidad que cruce las líneas raciales, nacionales y de clase social en la casa de uno. En el libro de Los Hechos es obvio que el cristianismo marchó de Jerusalén, Judea y Samaria, y hasta lo último de la tierra, pero al hacer esto se precipitaba el tema que resultó en la ruptura entre la sinagoga y la iglesia, y en la autoexclusión del mismo pueblo en quien vio la luz el cristianismo.

En la carta de Pablo a los efesios él nos comparte sus pensamientos sobre esta soberanía de Dios actuando. Cuando Pablo escribió esta epístola de la prisión, estaba dando testimonio personal a los primeros treinta años de la historia en la iglesia temprana, la que se halla en el libro de Los Hechos:

Bosquejo homilético
Poder en el Espíritu Santo
Hechos 1:8
Introducción: 
Tenemos grandes represas en varios países que han sido construidas con el fin de traer trabajo y riqueza. Pero aunque todo esté listo: los canales y tuberías, las compuertas y túneles, los motores y generadores, si falta el agua para producir la energía y poder, de nada van a servir dichas obras de la ingeniería moderna. Podemos tener todo en la iglesia, pero si no tenemos el Espíritu Santo, no produciremos nada efectivo.

  I.      La certeza de la promesa.
    1.      Pero recibiréis poder…; esto quiere decir, habilidad, potestad. 
    2.       Cuando el Espíritu Santo haya venido…; necesitamos el poder de Dios y no el poder del hombre.

  II.      El objeto de la promesa.
    1.      Darnos poder y libertad.
    2.      Darnos osadía y dependencia en él.

  III.      El resultado de la promesa.
    1.       Me seréis testigos…; en todas partes.
    2.      Testigos de los hechos gloriosos de Jesucristo

Conclusión: 
Una vez una persona trató de manejar un auto; trató de hacerlo arrancar varias veces y no pudo lograrlo. Al fin levantó la cubierta del motor y se dio cuenta que el motor del vehículo había sido robado. Reflexionemos en nuestra propia experiencia cristiana: ¿Estamos usando el motor del Espíritu Santo en nuestras vidas? 


Por revelación me fue dado a conocer este misterio… Por tanto… podréis entender cuál es mi comprensión en el misterio de Cristo. En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido revelado ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, a saber: que en Cristo Jesús los gentiles son coherederos, incorporados en el mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del evangelio (Ef. 3:3–6).

En su escrito a las iglesias de Galacia Pablo habla aun más explícitamente de lo que quiere decir el ministerio de Cristo (la soberanía de Dios actuando): Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gál. 3:28).

 Tesoro bíblico
 Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (1:8).


¿Fue el cristianismo fiel al judaísmo? En su Evangelio y en el libro de Los Hechos Lucas demuestra que en verdad el cristianismo fue fiel al judaísmo. El cristianismo nació dentro del judaísmo más estricto. 

No abandonó las sinagogas o el templo en el principio del movimiento cristiano. Sin embargo los cristianos fueron excluidos de las sinagogas y del templo, porque el cristianismo incluía cualquiera que por fe seguía a Jesucristo. Vemos el interés verdadero de Jesús por toda la gente, no sólo por los judíos. A él le interesaban todas las necesidades de toda la gente. 

A Jesús no le interesaban las instituciones de la religión judía tales como el sábado, el ayuno, los ritos de purificación y otras por el estilo. Su interés estaba en Dios y en la gente. El definió su sentido de misión, tanto en su sermón en la sinagoga de Nazaret (Luc. 4:14–30) como en su respuesta a los mensajeros del encarcelado Juan el Bautista (Luc. 7:18–23). 

La crucifixión de Jesús resultó de este conflicto básico entre él y la religión institucional, tanto de los fariseos como de los saduceos. Jesús no dejó la sinagoga o el templo porque él quiso dejarlos, sino que fue echado de la sinagoga en Nazaret (Luc. 4:29) y fue rechazado en Jerusalén (Luc. 19:41–48; 23:1, 2).

La comunidad cristiana en los días de Lucas no había quitado la fe en el verdadero judaísmo ni en Cristo Jesús. Al llegar a ser una comunión de personas que pasa por alto las distinciones de nacionalidad, raza y ritos, el cristianismo es fiel a las enseñanzas de Cristo. El movimiento cristiano estaba logrando el pacto que Dios hizo con Abram y Moisés, los fundadores del pueblo de Dios (ver Gén. 12:3; Exo. 19:6–8; 1 Ped. 2:9, 10).

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