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viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo que depra el 11-11-11: Evangelio de Tomás

biblias y miles de comentarios
 
EVANGELIO SEGÚN TOMÁS (texto copto de Nag Hammadi)
Estas son las palabras secretas que pronunció Jesús el Viviente y que Dídimo Judas Tomás consignó por escrito.
1. Y dijo: «Quien encuentre el sentido de estas palabras no gustará la muerte».
2. Dijo Jesús: «El que busca no debe dejar de buscar hasta tanto que encuentre. Y cuando encuentre se estremecerá, y tras su estremecimiento se llenará de admiración y reinará sobre el universo».
3. Dijo Jesús: «Si aquellos que os guían os dijeren: Ved, el Reino está en el cielo, entonces las aves del cielo os tomarán la delantera. Y si os dicen: Está en la mar, entonces los peces os tomarán la delantera. Mas el Reino está dentro de vosotros y fuera de vosotros. Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos y caeréis en la cuenta de que sois hijos del Padre Viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la pobreza y sois la pobreza misma».
4. Dijo Jesús: «No vacilará un anciano a su edad en preguntar a un niño de siete días por el lugar de la vida, y vivirá; pues muchos primeros vendrán a ser últimos y terminarán siendo uno solo».
5. Dijo Jesús: «Reconoce lo que tienes ante tu vista y se te manifestará lo que te está oculto, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifiesto».
6. Le preguntaron sus discípulos diciéndole: «¿Quieres que ayunemos? ¿Y de qué forma hemos de orar y dar limosna, y qué hemos de observar  respecto a la comida?» Jesús dijo: «No mintáis ni hagáis lo que aborrecéis, pues ante el cielo todo está patente, ya que nada hay oculto que no termine por quedar manifiesto y nada escondido que pueda mantenerse sin ser revelado».
7. Jesús dijo: «Dichoso el león que al ser ingerido por un hombre se hace hombre; abominable el hombre que se deja devorar por un león y éste se hace hombre».
8. Y dijo: «El hombre se parece a un pescador inteligente que echó su red al mar y la sacó de él llena de peces pequeños. Al encontrar entre ellos un pez grande y bueno, aquel pescador inteligente arrojó todos los peces pequeños al mar y escogió sin vacilar el pez grande».
9. Dijo Jesús: «He aquí que el sembrador salió, llenó su mano y desparramó. Algunos (granos de simiente) cayeron en el camino y vinieron los pájaros y se los llevaron. Otros cayeron sobre piedra y no arraigaron en la tierra ni hicieron germinar espigas hacia el cielo. Otros cayeron entre espinas —éstas ahogaron la simiente— y el gusano se los comió. Otros cayeron en tierra buena y (ésta) dio una buena cosecha, produciendo 60 y 120 veces por medida».
10. Dijo Jesús: «He arrojado fuego sobre el mundo y ved que lo mantengo hasta que arda».
11. Dijo Jesús: «Pasará este cielo y pasará asimismo el que está encima de él. Y los muertos no viven ya, y los que están vivos no morirán. Cuando comíais lo que estaba muerto, lo hacíais revivir; ¿qué vais a hacer cuando estéis en la luz? El día en que erais una misma cosa, os hicisteis dos; después de haberos hecho dos, ¿qué vais a hacer?».
12. Los discípulos dijeron a Jesús: «Sabemos que tú te irás de nuestro lado; ¿quién va a ser el mayor entre nosotros?» Díjoles Jesús: «Dondequiera que os hayáis reunido, dirigíos a Santiago el Justo, por quien el cielo y la tierra fueron creados».
13. Dijo Jesús a sus discípulos: «Haced una comparación y decidme a quién me parezco». Dijóle Simón Pedro: «Te pareces a un ángel justo». Díjole Mateo: «Te pareces a un filósofo, a un hombre sabio». Díjole Tomás: «Maestro, mi boca es absolutamente incapaz de decir a quién te pareces». Respondió Jesús: «Yo ya no soy tu maestro, puesto que has bebido y te has emborrachado del manantial que yo mismo he medido». Luego le tomó consigo, se retiró y le dijo tres palabras. Cuando Tomás se volvió al lado de sus compañeros, le preguntaron éstos: «¿Qué es lo que te ha dicho Jesús?» Tomás respondió: «Si yo os revelara una sola palabra de las que me ha dicho, cogeríais piedras y las arrojaríais sobre mí: entonces saldría fuego de ellas y os abrasaría».
14. Díjoles Jesús: «Si ayunáis, os engendraréis pecados; y si hacéis oración, se os condenará ; y si dais limosnas, haréis mal a vuestros espíritus. Cuando vayáis a un país cualquiera y caminéis por las regiones, si se os recibe, comed lo que os presenten (y) curad  a los enfermos entre ellos. Pues lo que entra en vuestra boca no os manchará, mas lo que sale de vuestra boca, eso sí que os manchará».
15. Dijo Jesús: «Cuando veáis al que no nació de mujer, postraos sobre vuestro rostro y adoradle: Él es vuestro padre».
16. Dijo Jesús: «Quizá piensan los hombres que he venido a traer paz al mundo, y no saben que he venido a traer disensiones sobre la tierra: fuego, espada, guerra . Pues cinco habrá en casa: tres estarán contra dos y dos contra tres, el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y todos ellos se encontrarán en soledad».
17. Dijo Jesús: «Yo os daré lo que ningún ojo ha visto y ningún oído ha escuchado y ninguna mano ha tocado y en ningún corazón humano ha penetrado».
18. Dijeron los discípulos a Jesús: «Dinos cómo va a ser nuestro fin». Respondió Jesús: «¿Es que habéis descubierto ya el principio para que preguntéis por el fin? Sabed que donde está el principio, allí estará también el fin. Dichoso aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no gustará la muerte».
19. Dijo Jesús: «Dichoso aquel que ya existía antes de llegar a ser. Si os hacéis mis discípulos (y) escucháis mis palabras, estas piedras se pondrán a vuestro servicio. Cinco árboles tenéis en el paraíso que ni en verano ni en invierno se mueven y cuyo follaje no cae: quien los conoce no gustará la muerte».
20. Dijeron los discípulos a Jesús: «Dinos a qué se parece el reino de los cielos». Díjoles: «Se parece a un grano de mostaza, que es (ciertamente) la más exigua de todas las semillas, pero cuando cae en tierra de labor hace brotar un tallo (y) se convierte en cobijo para los pájaros del cielo».
21. Dijo Mariham a Jesús: «¿A qué se parecen tus discípulos ?» Él respondió: «Se parecen a unos muchachos que se han acomodado en una parcela ajena. Cuando se presenten los dueños del terreno les dirán: Devolvednos nuestra finca. Ellos se sienten desnudos en su presencia al tener que dejarla y devolvérsela». Por eso os digo: «Si el dueño de la casa se entera de que va a venir el ladrón, se pondrá a vigilar antes de que llegue y no permitirá que éste penetre en la casa de su propiedad y se lleve su ajuar. Así, pues, vosotros estad también alerta ante el mundo, ceñid vuestros lomos con fortaleza para que los ladrones encuentren cerrado el paso hasta vosotros; pues (si no) darán con la recompensa  que vosotros esperáis. ¡Ojalá surja de entre vosotros un hombre sabio que —cuando la cosecha hubiere madurado— venga rápidamente con la hoz en la mano y la siegue! El que tenga oídos para oír, que oiga».
22. Jesús vio unas criaturas que estaban siendo amamantadas y dijo a sus discípulos: «Estas criaturas a las que están dando el pecho se parecen a quienes entran en el Reino». Ellos le dijeron: «¿Podremos nosotros —haciéndonos pequeños— entrar en el Reino?» Jesús les dijo: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una, y de configurar lo interior con lo exterior, y lo exterior con lo interior, y lo de arriba con lo de abajo, y de reducir a la unidad lo masculino y lo femenino, de manera que el macho deje de ser macho y la hembra hembra; cuando hagáis ojos de un solo ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie y una imagen  en lugar de una imagen, entonces podréis entrar [en el Reino]».
23. Dijo Jesús: «Yo os escogeré uno entre mil y dos entre diez mil; y resultará que ellos quedarán como uno solo».
24. Dijeron sus discípulos: «Instruyenos acerca del lugar donde moras, pues sentimos la necesidad de indagarlo». Díjoles: «El que tenga oídos, que escuche: en el interior de un hombre de luz hay siempre luz y él ilumina todo el universo; sin su luz reinan las tinieblas».
25. Dijo Jesús: «Ama a tu hermano como a tu alma; cuídalo como la pupila de tu ojo».
26. Dijo Jesús: «La paja en el ojo de tu hermano, sí que la ves; pero la viga en el tuyo propio, no la ves. Cuando hayas sacado la viga de tu ojo, entonces verás de quitar la paja del ojo de tu hermano».
27. (Dijo Jesús): «Si no os abstenéis del mundo, no encontraréis el Reino; si no hacéis del sábado sábado, no veréis al Padre».
28. Dijo Jesús: «Yo estuve en medio del mundo y me manifesté a ellos en carne. Los hallé a todos ebrios (y) no encontré entre ellos uno siquiera con sed. Y mi alma sintió dolor por los hijos de los hombres, porque son ciegos en su corazón y no se percatan de que han venido vacíos al mundo y vacíos intentan otra vez salir de él. Ahora bien: por el momento están ebrios, pero cuando hayan expulsado su vino, entonces se arrepentirán».
29. Dijo Jesús: «El que la carne haya llegado a ser gracias al espíritu es un prodigio; pero el que el espíritu (haya llegado a ser) gracias al cuerpo, es prodigio [de prodigios]. Y yo me maravillo cómo esta gran riqueza ha venido a alojarse en esta pobreza».
30. Dijo Jesús: «Dondequiera que hubiese tres dioses, dioses son; dondequiera que haya dos o uno, con él estoy yo».
31. Dijo Jesús: «Ningún profeta es aceptado en su aldea; ningún médico cura a aquellos que le conocen».
32. Dijo Jesús: «Una ciudad que está construida (y) fortificada sobre una alta montaña no puede caer ni pasar inadvertida».
33. Dijo Jesús: «Lo que escuchas con uno y otro oído, pregónalo desde la cima de vuestros tejados; pues nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín o en otro lugar escondido, sino que la pone sobre el candelero para que todos los que entran y salen vean su resplandor».
34. Dijo Jesús: «Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo».
35. Dijo Jesús: «No es posible que uno entre en la casa del fuerte y se apodere de ella (o de él) de no ser que logre atarle las manos a éste: entonces sí que saqueará su casa».
36. Dijo Jesús: «No estéis preocupados desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana (pensando) qué vais a poneros».
37. Sus discípulos dijeron: «¿Cuándo te nos vas a manifestar y cuándo te vamos a ver?» Dijo Jesús: «Cuando perdáis (el sentido de) la vergüenza y —cogiendo vuestros vestidos— los pongáis bajo los talones como niños pequeños y los pisoteéis, entonces [veréis] al Hijo del Viviente y no tendréis miedo».
38. Dijo Jesús: «Muchas veces deseasteis escuchar estas palabras que os estoy diciendo sin tener a vuestra disposición alguien a quien oírselas. Días llegarán en que me buscaréis (y) no me encontraréis».
39. Dijo Jesús: «Los fariseos y los escribas recibieron las llaves del conocimiento y las han escondido: ni ellos entraron, ni dejaron entrar a los que querían. Pero vosotros sed cautos como las serpientes y sencillos como las palomas».
40. Dijo Jesús: «Una cepa ha sido plantada al margen del Padre y —como no está firmemente arraigada— será arrancada de cuajo y se malogrará».
41. Jesús dijo: «A quien tiene en su mano se le dará; y a quien nada tiene —aun aquello poco que tiene— se le quitará».
42. Dijo Jesús: «Haceos pasajeros».
43. Le dijeron sus discípulos: «¿Quién eres tú para decirnos estas cosas?» [Jesús respondió]: «Basándoos en lo que os estoy diciendo, no sois capaces de entender quién soy yo; os habéis vuelto como los judíos, ya que éstos aman el árbol y odian su fruto, aman el fruto y odian el árbol».
44. Dijo Jesús: «A quien insulte al Padre, se le perdonará; y a quien insulte al Hijo, (también) se le perdonará. Pero quien insulte al Espíritu Santo no encontrará perdón ni en la tierra ni en el cielo».
45. Dijo Jesús: «No se cosechan uvas de los zarzales ni se cogen higos de los espinos, (pues) éstos no dan fruto alguno. [Un] hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro; un hombre malo saca cosas malas del mal tesoro que tiene en su corazón y habla maldades, pues de la abundancia del corazón saca él la maldad».
46. Dijo Jesús: «Desde Adán hasta Juan el Bautista no hay entre los nacidos de mujer nadie que esté más alto que Juan el Bautista, de manera que sus ojos no se quiebren. Pero yo he dicho: Cualquiera de entre vosotros que se haga pequeño, vendrá en conocimiento del Reino y llegará a ser encumbrado por encima de Juan».
47. Dijo Jesús: «No es posible que un hombre monte dos caballos y tense dos arcos; no es posible que un esclavo sirva a dos señores, sino que más bien honrará a uno y despreciará al otro. A ningún hombre le apetece —después de haber bebido vino añejo— tomar vino nuevo; no se echa vino nuevo en odres viejos, no sea que éstos se rompan, y no se echa vino añejo en odre nuevo para que éste no le eche a perder. No se pone un remiendo viejo en un vestido nuevo, pues se produciría un rasgón».
48. Dijo Jesús: «Si dos personas hacen la paz entre sí en esta misma casa, dirán a la montaña: ¡Desaparece de aquí! Y ésta desaparecerá».
49. Dijo Jesús: «Bienaventurados los solitarios y los elegidos: vosotros encontraréis el Reino, ya que de él procedéis (y) a él tornaréis».
50. Dijo Jesús: «Si os preguntan: ¿De dónde habéis venido?, decidles: Nosotros procedemos de la luz, del lugar donde la luz tuvo su origen por sí misma; (allí) estaba afincada y se manifestó en su imagen. Si os preguntan: ¿Quién sois vosotros.?, decid: Somos sus hijos y somos los elegidos del Padre Viviente. Si se os pregunta: ¿Cuál es la señal de vuestro Padre que lleváis en vosotros mismos?, decidles: Es el movimiento y a la vez el reposo».
51. Le dijeron sus discípulos: «¿Cuándo sobrevendrá el reposo de los difuntos y cuándo llegará el mundo nuevo?» Él les dijo: «Ya ha llegado (el reposo) que esperáis, pero vosotros no caéis en la cuenta».
52. Sus discípulos le dijeron: «24 profetas alzaron su voz en Israel y todos hablaron de tí». El les dijo: «Habéis dejado a un lado al Viviente (que está) ante vosotros ¡y habláis de los muertos!».
53. Sus discípulos le dijeron: «¿Es de alguna utilidad la circuncisión o no?» Y él les dijo: «Si para algo valiera, ya les engendraría su padre circuncisos en el seno de sus madres; sin embargo, la verdadera circuncisión en espíritu ha sido de gran utilidad».
54. Dijo Jesús: «Bienaventurados los pobres, pues vuestro es el reino de los cielos».
55. Dijo Jesús: «Quien no odie a su padre y a su madre, no podrá ser discípulo mío. Y (quien no) odie a sus hermanos y hermanas (y no cargue) con su cruz como yo, no será digno de mí».
56. Dijo Jesús: «Quien haya comprendido (lo que es) el mundo, ha dado con un cadáver. Y quien haya encontrado un cadáver, de él no es digno el mundo».
57. Dijo Jesús: «El Reino del Padre se parece a un hombre que tenía una [buena] semilla. Vino de noche su enemigo y sembró cizaña entre la buena semilla. Este hombre no consintió que ellos (los jornaleros) arrancasen la cizaña, sino que les dijo: No sea que vayáis a escardar la cizaña y con ella arranquéis el trigo; ya aparecerán las matas de cizaña el día de la siega, (entonces) se las arrancará y se las quemará».
58. Dijo Jesús: «Bienaventurado el hombre que ha sufrido: ha encontrado la vida».
59. Dijo Jesús: «Fijad vuestra mirada en el Viviente mientras estáis vivos, no sea que luego muráis e intentéis contemplarlo y no podáis».
60. (Vieron) a un samaritano que llevaba un cordero camino de Judea y dijo a sus discípulos : «(¿Qué hace) éste con el cordero?» Ellos le dijeron: «(Irá) a sacrificarlo para comérselo.» Y les dijo: «Mientras esté vivo no se lo comerá, sino sólo después de haberlo degollado, cuando (el cordero) se haya convertido en un cadáver». Ellos dijeron: «No podrá obrar de otro modo». El dijo: «Vosotros aseguraos un lugar de reposo para que no os convirtáis en cadáveres y seáis devorados».
61. Dijo Jesús: «Dos reposarán en un mismo lecho: el uno morirá, el otro vivirá». Dijo Salomé: «¿Quién eres tú, hombre, y de quién? Te has subido a mi lecho y has comido de mi mesa». Díjole Jesús: «Yo soy el que procede de quien (me) es idéntico; he sido hecho partícipe de los atributos de mi Padre». (Salomé dijo): «Yo soy tu discípula». (Jesús le dijo): «Por eso es por lo que digo que si uno ha llegado a ser idéntico, se llenará de luz; mas en cuanto se desintegre, se inundará de tinieblas».
62. Dijo Jesús: «Yo comunico mis secretos a los que [son dignos] de ellos. Lo que hace tu derecha, no debe averiguar tu izquierda lo que haga».
63. Dijo Jesús: «Había un hombre rico que poseía una gran fortuna, y dijo: Voy a emplear mis
riquezas en sembrar, cosechar, plantar y llenar mis graneros de frutos de manera que no me falte de nada. Esto es lo que él pensaba en su corazón; y aquella noche se murió. El que tenga oídos, que oiga».
64. Dijo Jesús: «Un hombre tenía invitados. Y cuando hubo preparado la cena, envió a su criado a avisar a los huéspedes. Fue (éste) al primero y le dijo: Mi amo te invita. Él respondió: Tengo (asuntos de) dinero con unos mercaderes; éstos vendrán a mí por la tarde y yo habré de ir y darles instrucciones; pido excusas por la cena. Fuese a otro y le dijo: Estás invitado por mi amo. Él le dijo: He comprado una casa y me requieren por un día; no tengo tiempo. Y fue a otro y le dijo: Mi amo te invita. Y él le dijo: Un amigo mío se va a casar y tendré que organizar el festín. No voy a poder ir; me excuso por lo de la cena. Fuese a otro y le dijo: Mi amo te invita. Éste replicó: Acabo de comprar una hacienda (y) me voy a cobrar la renta; no podré ir, presento mis excusas. Fuese el criado (y) dijo a su amo: Los que invitaste a la cena se han excusado. Dijo el amo a su criado: Sal a la calle (y) tráete a todos los que encuentres para que participen en mi festín; los mercaderes y hombres de negocios [no entrarán] en los lugares de mi Padre».
65. El dijo: «Un hombre de bien poseía un majuelo y se lo arrendó a unos viñadores para que lo trabajaran y así poder percibir de ellos el fruto. Envió, pues, a un criado para que éstos le entregaran la cosecha del majuelo. Ellos prendieron al criado y le golpearon hasta casi matarlo. Éste fue y se lo contó a su amo, quien dijo: Tal vez no les reconoció; y envió otro criado. También éste fue maltratado por los viñadores. Entonces envió a su propio hijo, diciendo ¡A ver si respetan por lo menos a mi hijo! Los viñadores —a quienes no se les ocultaba que éste era el heredero del majuelo— le prendieron (y) le mataron. El que tenga oídos, que oiga».
66. Dijo Jesús: «Mostradme la piedra que los albañiles han rechazado; ésta es la piedra angular».
67. Dijo Jesús: «Quien sea conocedor de todo, pero falle en (lo tocante a) sí mismo, falla en todo».
68. Dijo Jesús: «Dichosos vosotros cuando se os odie y se os persiga, mientras que ellos no encontrarán un lugar allí donde se os ha perseguido a vosotros».
69. Dijo Jesús: «Dichosos los que han sufrido persecución en su corazón: éstos son los que han reconocido al Padre de verdad». (Dijo Jesús): «Dichosos los hambrientos, pues el estómago de aquellos que hambrean se saciará».
70. Dijo Jesús: «Cuando realicéis esto en vosotros mismos, aquello que tenéis os salvará; pero si no lo tenéis dentro, aquello que no tenéis en vosotros mismos os matará».
71. Dijo Jesús: «Voy a des[truir esta] casa y nadie podrá [re]edificarla».
 
72. [Un hombre] le [dijo]: «Di a mis hermanos que repartan conmigo los bienes de mi padre». El replicó: «¡Hombre! ¿Quién ha hecho de mí un repartidor?» Y se dirigió a sus discípulos, diciéndoles: «¿Es que soy por ventura un repartidor?».
73. Dijo Jesús: «La cosecha es en verdad abundante, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor que envíe obreros para la recolección».
74. El dijo: «Señor, hay muchos alrededor del aljibe, pero no hay nadie dentro del aljibe».
75. Dijo Jesús: «Muchos están ante la puerta, pero son los solitarios los que entrarán en la cámara nupcial».
76. Dijo Jesús: «El reino del Padre se parece a un comerciante poseedor de mercancías, que encontró una perla. Ese comerciante era sabio: vendió sus mercancías y compró aquella perla única. Buscad vosotros también el tesoro imperecedero allí donde no entran ni polillas para devorar(lo) ni gusano para destruir(lo)».
77. Dijo Jesús: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad una piedra y allí me encontraréis».
78. Dijo Jesús: «¿A qué salisteis al campo? ¿Fuisteis a ver una caña sacudida por el viento? ¿Fuisteis a ver a un hombre vestido de ropas finas? [Mirad a vuestros] reyes y a vuestros magnates: ellos son los que llevan [ropas] finas, pero no podrán reconocer la verdad».
79. Le dijo una mujer de entre la turba: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». El [le] respondió: «Bienaventurados aquellos que han escuchado la palabra del Padre (y) la han guardado de verdad, pues días vendrán en que diréis: Dichoso el vientre que no concibió y los pechos que no amamantaron».
80. Dijo Jesús: «El que haya reconocido al mundo, ha encontrado el cuerpo. Pero de quien haya encontrado el cuerpo, de éste no es digno el mundo».
81. Dijo Jesús: «Quien haya llegado a ser rico, que se haga rey; y quien detente el poder, que renuncie».
82. Dijo Jesús: «Quien esté cerca de mí, está cerca del fuego; quien esté lejos de mí, está lejos del Reino».
83. Dijo Jesús: «Las imágenes se manifiestan al hombre, y la luz que hay en ellas permanece latente en la imagen de la luz del Padre. Él se manifestará, quedando eclipsada su imagen por su luz».
84. Dijo Jesús: «Cuando contempláis lo que se os parece, os alegráis; pero cuando veáis vuestras propias imágenes hechas antes que vosotros —imperecederas y a la vez invisibles—, ¿cuánto podréis aguantar?».
85. Dijo Jesús: «El que Adán llegara a existir se debió a una gran fuerza y a una gran riqueza; (sin embargo), no llegó a ser digno de vosotros, pues en el supuesto de que hubiera conseguido ser digno, [no hubiera gustado] la muerte».
86. Dijo Jesús: «[Las zorras tienen su guarida] y los pájaros [su] nido, pero el Hijo del hombre no tiene lugar donde reclinar su cabeza (y) descansar».
87. Dijo Jesús: «Miserable es el cuerpo que depende de un cuerpo, y miserable es el alma que depende de entrambos».
88. Dijo Jesús: «Los ángeles y los profetas vendrán a vuestro encuentro y os darán lo que os corresponde; vosotros dadles asimismo lo que está en vuestra mano, dádselo (y) decíos: ¿Cuándo vendrán ellos a recoger lo que les pertenece?».
89. Dijo Jesús: «¿Por qué laváis lo exterior del vaso? ¿Es que no comprendéis que aquel que hizo el interior no es otro que quien hizo el exterior?».
90. Dijo Jesús: «Venid a mí, pues mi yugo es adecuado y mi dominio suave, y encontraréis reposo para vosotros mismos».
91. Ellos le dijeron: «Dinos quién eres tú, para que creamos en ti». El les dijo: «Vosotros observáis el aspecto del cielo y de la tierra, y no habéis sido capaces de reconocer a aquel que está ante vosotros ni de intuir el momento presente».
92. Dijo Jesús: «Buscad y encontraréis: mas aquello por lo que me preguntabais antaño —sin que yo entonces os diera respuesta alguna— quisiera manifestároslo ahora, y vosotros no me hacéis preguntas en este sentido».
93. [Dijo Jesús]: «No echéis las cosas santas a los perros, no sea que vengan a parar en el muladar; no arrojéis las perlas a los puercos, para que ellos no las [....]».
94. [Dijo] Jesús: «El que busca encontrará, [y al que llama] se le abrirá».
95. [Dijo Jesús]: «Si tenéis algún dinero, no lo prestéis con interés, sino dádselo a aquel que no va a devolvéroslo».
96. [Dijo] Jesús: «El reino del Padre se parece a [una] mujer que tomó un poco de levadura, la [introdujo] en la masa (y) la convirtió en grandes hogazas de pan. Quien tenga oídos, que oiga».
97. Dijo Jesús: «El reino del [Padre] se parece a una mujer que transporta(ba) un recipiente lleno de harina. Mientras iba [por un] largo camino, se rompió el asa (y) la harina se fue desparramando a sus espaldas por el camino. Ella no se dio cuenta (ni) se percató del accidente. Al llegar a casa puso el recipiente en el suelo (y) lo encontró vacío».
98. Dijo Jesús: «El reino del Padre se parece a un hombre que tiene la intención de matar a un gigante: desenvainó (primero) la espada en su casa (y) la hundió en la pared para comprobar la fuerza de su mano. Entonces dio muerte al gigante».
99. Los discípulos le dijeron: «Tus hermanos y tu madre están afuera». El les dijo: «Los aquí (presentes) que hacen la voluntad de mi Padre, éstos son mis hermanos y mi madre; ellos son los que entrarán en el reino de mi Padre».
100. Le mostraron a Jesús una moneda de oro, diciéndole: «Los agentes de César nos piden los impuestos». El les dijo: «Dad a César lo que es de César, dad a Dios lo que es de Dios y dadme a mí lo que me pertenece».
101. (Dijo Jesús): «El que no aborreció a su padre y a su madre como yo, no podrá ser [discípulo] mío; y quien [no] amó [a su padre] y a su madre como yo, no podrá ser [discípulo] mío; pues mi madre, la que [...], pero [mi madre] de verdad me ha dado la vida».
102. Dijo Jesús: «¡Ay de ellos, los fariseos, pues se parecen a un perro echado en un pesebre de bueyes!: ni come, ni deja comer a los bueyes».
103. Dijo Jesús: «Dichoso el hombre que sabe [por qué] flanco van a entrar los ladrones, de manera que (le dé tiempo a) levantarse, recoger sus [...] y ceñirse los lomos antes de que entren».
104. [Le] dijeron: «Ven, vamos hoy a hacer oración y a ayunar». Respondió Jesús: «¿Qué clase de pecado he cometido yo, o en qué he sido derrotado? Cuando el novio haya abandonado la cámara nupcial, ¡que ayunen y oren entonces!».
105. Dijo Jesús: «Quien conociere al padre y a la madre, será llamado hijo de prostituta».
106. Dijo Jesús: «Cuando seáis capaces de hacer de dos cosas una sola, seréis hijos del hombre; y si decís: ¡Montaña, trasládate de aquí!, se trasladará».
107. Dijo Jesús: «El Reino se parece a un pastor que poseía cien ovejas. Una de ellas —la más grande— se extravió. Entonces dejó abandonadas (las) noventa y nueve (y) se dio a la búsqueda de ésta hasta que la encontró. Luego —tras la fatiga— dijo a la oveja: Te quiero más que a (las) noventa y nueve».
108. Dijo Jesús: «Quien bebe de mi boca, vendrá a ser como yo; y yo mismo me convertiré en él, y lo que está oculto le será revelado».
109. Dijo Jesús: «El Reino se parece a un hombre que tiene [escondido] un tesoro en su campo sin saberlo. Al morir dejó el terreno en herencia a su [hijo, que tampoco] sabía nada de ello: éste tomó el campo y lo vendió. Vino, pues, el comprador y —al arar— [dio] con el tesoro; y empezó a prestar dinero con interés a quienes le plugo».
110. Dijo Jesús: «Quien haya encontrado el mundo y se haya hecho rico, ¡que renuncie al mundo!».
111. Dijo Jesús: «Arrollados serán los cielos y la tierra en vuestra presencia, mientras que quien vive del Viviente no conocerá muerte ni (...); pues Jesús dice: Quien se encuentra a sí mismo, de él no es digno el mundo».
112. Dijo Jesús: «¡Ay de la carne que depende del alma! ¡Ay del alma que depende de la carne!».
113. Le dijeron sus discípulos: «¿Cuándo va a llegar el Reino?» (Dijo Jesús): «No vendrá con expectación. No dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven».
114. Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo».


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REVELACIÓN
LA ESCRITURA ES LA PALABRA DE DIOS
Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada sobre las tablas.
Éxodo 32:16
El cristianismo es el verdadero culto y servicio al verdadero Dios, Creador y Redentor de la umanidad. Es una religión que se apoya en la revelación: nadie sabría la verdad acerca de Dios, ni se podría relacionar con Él de una manera personal, si Él no hubiera actuado primero para darse a conocer. Pero Dios ha actuado así, y los sesenta y seis libros de la Biblia, treinta y nueve escritos antes de venir Cristo, y veintisiete después de que hubo venido, constituyen juntos el registro escrito, interpretación, expresión y prototipo de su autorrevelación. Dios y la santidad son los temas que unen toda la Biblia.
Desde un punto de vista, las Escrituras (Escrituras significa “escritos”) son el fiel testimonio de los santos a favor del Dios al que ellos amaron y sirvieron; desde otro punto de vista, y por un ejercicio exclusivo mediante el cual Dios dominó su composición, son el testimonió y las enseñanzas del propio Dios, con forma humana. La Iglesia les llama “Palabra de Dios” a estos escritos, porque tanto su autor como su contenido son divinos.
La seguridad decisiva de que las Escrituras proceden de Dios y están compuestas en su totalidad por su sabiduría y verdad, procede de Jesucristo, y de sus apóstoles, que enseñaron en su nombre. Jesús, Dios encarnado, consideraba su Biblia (nuestro Antiguo Testamento) como las instrucciones escritas de su Padre celestial, que Él tenía que obedecer tanto como los demás (Mateo 4:4, 7, 10; 5:19–20; 19:4–6; 26:31, 52–54; Lucas 4:16–21; 16:17; 18:31–33; 22:37; 24:25–27, 45–47; Juan 10:35), y que había venido a cumplir (Mateo 5:17–18; 26:24; Juan 5:46). Pablo describe el Antiguo Testamento como totalmente “inspirado por Dios”; esto es, producto del Espíritu (“aliento”) de Dios, de la misma manera que el cosmos (Salmo 33:6; Génesis 1:2) y escrito para enseñar a la cristiandad (2 Timoteo 3:15–17; Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11). Pedro sostiene el origen divino de las enseñanzas bíblicas en 2 Pedro 1:21 y 1 Pedro 1:10–12, y esto mismo hace con la forma en que cita los textos el autor de la epístola a los Hebreos (Hebreos 1:5–13; 3:7; 4:3; 10:5–7. 15–17; cf. Hechos 4:25; 28:25–27).
Puesto que las enseñanzas de los apóstoles sobre Cristo son en sí mismas verdad revelada en palabras enseñadas por Dios (1 Corintios 2:12–13), con todo derecho, la iglesia considera los escritos apostólicos auténticos como aquellos que completan las Escrituras. Pablo ya se refería a las cartas de Pablo como parte de las Escrituras (2 Pedro 3:15–16), y es evidente que Pablo está llamando Escrituras al evangelio de Lucas en 1 Timoteo 5:18, donde cita las palabras de Lucas 10:7.
La idea de unas líneas directrices escritas procedentes de Dios mismo, como base para una vida santa, se remonta al acto divino de escribir el Decálogo en tablas de piedra, e indicarle después a Moisés que escribiera sus leyes y la historia de su trato con su pueblo (Éxodo 32:15–16; 34:1, 27–28; Números 33:2; Deuteronomio 31:9). Interiorizar este material, y vivir de acuerdo con él, fue siempre central en la consagración genuina de Israel, tanto para los líderes como para la gente común y corriente (Josué 1:7–8; 2 Reyes 17:13; 22:8–13; 1 Crónicas 22:12–13; Nehemías 8; Salmo 119). El principio de que todo debe ser gobernado por las Escrituras; esto es, por el Antiguo Testamento y el Nuevo tomados en conjunto, es igualmente básica para el cristianismo.
Lo que dicen las Escrituras, es Dios quien lo dice, porque, de una manera sólo comparable al misterio de la Encarnación, más profundo aún, la Biblia es al mismo tiempo humana por completo, y divina por completo. Por consiguiente, debemos recibir todo su variado contenido—historias, profecías, poemas, cánticos, escritos sapienciales, sermones, estadísticas, cartas y cualquier otra cosa—como procedente de Dios, y debemos reverenciar todo cuanto enseñan los escritores de la Biblia como instrucción de origen divino y poseedora de toda autoridad. Los cristianos nos debemos sentir agradecidos a Dios por el don de su Palabra escrita, y aplicarnos con ahínco a fundamentar nuestra fe y nuestra vida total y exclusivamente en ella. De no hacerlo así, nunca lo podremos honrar ni agradar como Él nos llama a hacerlo.
LOS CRISTIANOS PODEMOS
COMPRENDER LA PALABRA DE DIOS
Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón.
Salmo 119:34
Todos los cristianos tienen el deber y el derecho, no sólo de aprender de la herencia de fe de la Iglesia, sino también de interpretar las Escrituras por sí mismos. La Iglesia de Roma tiene dudas sobre esto, y alega que a la persona sola le es fácil hacer una interpretación errónea de las Escrituras. Esto es cierto, pero las siguientes reglas, si se observan con fidelidad, ayudarán a impedir que esto suceda.
Todos los libros de las Escrituras son de composición humana, y a pesar de que siempre se los debe venerar como Palabra de Dios, su interpretación debe comenzar por su carácter humano. Por consiguiente, la alegorización, que no tiene en cuenta el significado expresado por el escritor humano, no es adecuada nunca.
Ninguno de sus libros está escrito de manera codificada, sino de una forma que podían entender los lectores a los cuales iba dirigido. Esto es cierto, incluso con respecto a los libros que usan primariamente del simbolismo: Daniel, Zacarías y Apocalipsis. El argumento principal siempre está claro, aunque los detalles aparezcan nublados. Por eso, cuando comprendemos las palabras utilizadas, el fondo histórico y las convenciones culturales del escritor y de sus lectores, vamos por buen camino para captar los pensamientos que se están presentando. No obstante, la comprensión espiritual—esto es, el discernimiento de la realidad de Dios, sus formas de tratar a la humanidad, su voluntad presente y nuestra propia relación con Él ahora y para el futuro—nunca nos alcanzará a partir del texto, hasta que sea quitado el velo de nuestro corazón y podamos compartir la pasión del propio autor por conocer, agradar y honrar a Dios (2 Corintios 3:16; 1 Corintios 2:14). Aquí hace falta orar para que el Espíritu de Dios engendre esta pasión en nosotros y nos muestre a Dios en el texto. (Véanse Salmo 119:18–19, 26–27. 33–34, 73, 125, 144, 169; Efesios 1:17–19; 3:16–19).
Cada uno de los libros tiene su lugar dentro del progreso de la revelación de su gracia por parte de Dios, que comenzó en el Edén y alcanzó su punto cimero en Jesucristo, Pentecostés y el Nuevo Testamento apostólico. Debemos tener presente ese lugar cuando estudiemos el texto. Por ejemplo, los Salmos, que sirven de modelo para el corazón de los santos de todas las épocas, expresan sus oraciones y alabanzas en función de las realidades típicas (reyes y reinos terrenales, salud, riquezas, guerra, larga vida) que circunscribían la vida de la gracia en la era precristiana.
Todos y cada uno de los libros proceden de la misma mente divina, de manera que las enseñanzas de los sesenta y seis libros que componen la Biblia serán complementarias entre sí, y tendrán coherencia interna total. Si no somos capaces de ver esto, el fallo está en nosotros, y no en las Escrituras. Es cierto que las Escrituras no se contradicen entre sí en ningún lugar; al contrario, los pasajes se explican unos a otros. Este sólido principio de interpretar las Escrituras por medio de otras Escrituras recibe algunas veces el nombre de “analogía de las Escrituras”, o “analogía de la fe”.
Cada uno de los libros presenta verdades inmutables con respecto a Dios, a la humanidad, a la santidad y la impiedad, aplicadas a situaciones concretas en las cuales se hallaron ciertas personas y grupos humanos, y ejemplificadas por ellas. La etapa final en la interpretación bíblica consiste en reaplicar estas verdades a nuestra propia situación vital; ésta es la forma de discernir lo que Dios nos está diciendo desde as Escrituras a nosotros en este momento. Tenemos ejemplos de aplicaciones así en el momento en que Josías se da cuenta de la ira de Dios porque Judá no ha sabido observar su ley (2 Reyes 22:8–13), o cuando Jesús razona a partir de Génesis 2:24 (Mateo 19:4–6), o Pablo usa Génesis 15:6 y el Salmo 32:1–2 para mostrar la realidad de la justicia presente por la fe (Romanos 4:1–8).
No se debe tratar de hallar en las Escrituras, ni imponerles tampoco, significado alguno que no se pueda sacar con toda certeza de las mismas Escrituras; esto es, que no sea expresado de manera inequívoca por uno o más de sus escritores humanos.
La minuciosa y piadosa observancia de estas reglas es distintivo de todo aquel cristiano que “usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).


sábado, 21 de mayo de 2011

Comentario a Las Epístolas de Pablo: Material para Capacitar a Obreros y Estudiantes



Comentario a Las Epístolas de Pablo: Material para Capacitar a Obreros y Estudiantes
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 2,00MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Estudios Ministeriales
Información
GÁLATAS! 10
Acerca de mezclar las obras con la gracia! 11
Gálatas 1:1-10! 11
Pablo, el apóstol! 14
Gálatas 1:11-24! 14
Confirmación del Evangelio de la gracia! 17
Gálatas 2:1-13! 17
Justificados sólo por Cristo! 20
Gálatas 2:14-21! 20
El justo por la fe vivirá! 23
Gálatas 3:1-12! 23
Justificación por la promesa, no por la ley!26
Gálatas 3:13-29! 26
Cristo nos redimió de la ley! 30
Gálatas 4:1-11! 30
Cristo formado en vosotros! 33
GNacidos libres! 37
Gálatas 4:21-31! 37
La libertad de la gracia! 41
Gálatas 5:1-12! 41
Andad en el Espíritu, no en la carne! 45
Gálatas 5:13-26! 45
Buenos consejos! 49
Gálatas 6:1-10! 49
Y en conclusión...! 53
Gálatas 6:11-18! 53
EFESIOS! 56
La libre gracia de Dios en Cristo! 57
Efesios 1:1-14! 57
La oración de Pablo por los efesios! 60
Efesios 1:15-23! 60
Salvación por gracia soberana! 63
Efesios 2:1-10! 63álatas 4:12-20! 33
Ya no aj enos , s ino hi jos! 67
Efesios 2:11-22! 67
El misterio de Cristo revelado! 70
Efesios 3:1-8! 70
Sagrado tesoro en vasijas de barro! 73
Efesios 3:8-21! 73
Un andar digno de nuestro llamamiento! 76
Efesios 4:1-7! 76
La obra del ministerio! 79
Efesios 4:8-16! 79
Despojaos del viejo hombre y vestíos del
nuevo! 82
Efesios 4:17-32! 82
Sed imitadores de Dios como hijos suyos! 85
Efesios 5:1-17! 85
Obediencia: autoridad y amor! 89
Efesios 5:18-33! 89
Teología para todos los días! 93
Efesios 6:1-10! 93
Toda la armadura de Dios! 96
Efesios 6:11-24! 96
FILIPENSES! 100
Una carta de Pablo a los filipenses! 101
Filipenses 1:1-11! 101
Aliento durante la prueba! 105
Filipenses 1:12-30! 105
Unidad cristiana y humildad! 109
Filipenses 2:1-14! 109
La importancia de los ministros fieles! 113
Filipenses 2:14-30! 113
No teniendo confianza en la carne! 116
Filipenses 3:1-11! 116
Olvidando el pasado, viviendo el presente,
aFilipenses 3:12-21! 120
En esto pensad! 123
Filipenses 4:1-8! 123
El sostenimiento de misioneros y
predicadores! 127
Filipenses 4:9-23! 127
COLOSENSES! 130
La carta a los colosenses! 131
Colosenses 1:1-8! 131
Hechos aptos para el cielo! 135
Colosenses 1:9-17! 135
Cristo, la Cabeza de la iglesia! 138
Colosenses 1:18-29! 138
Completos en Él! 142
Colosenses 2:1-7! 142
Completos en Él (2)! 145
Colosenses 2:8-13! 145 Anhelando el futuro! 120
Cristo o ceremonia! 148
Colosenses 2:14-23! 148
Cristo es todo! 151
Colosenses 3:1-11! 151
Gracias cristianas! 155
Colosenses 3:12-16! 155
La norma común de todas nuestras acciones! 158
Colosenses 3:17-25! 158
Hablando a Dios y a los hombres! 162
Colosenses 4:1-18! 162

Un comentario explicativo, versículo por versículo, de las epístolas de Gálatas, Efesios, Filipenses, y Colosenses.  De gran utilidad para los que necesitan una ayuda en sus devociones personales pero no tienen tiempo para estudiar comentarios más extensos; para los cristianos que necesitan una presentación clara del mensaje de las epístolas; para los que necesitan una explicación rápida de un pasaje o versículo; para los que enseñan en clases bíblicas, Escuela Dominical o grupos de jóvenes.

Henry T. Mahan preparó estos comentarios motivado por su interés pastoral hacia su propia congregación y los dirigentes de la misma.  El autor tiene una amplia experiencia en el ministerio pastoral, habiendo permanecido en su pastorado actual durante más de treinta años.  También se le conoce ampliamente en diversos lugares como conferenciante y evangelista.

Pablo había establecido varias iglesias en Galacia, y ahora estaba prisionero en Roma.  Unos falsos maestros habían apartado, mediante engaño, a algunos de esos gálatas del Evangelio de la libre gracia predicado por Pablo, persuadiéndolos de que la observancia de las ceremonias levíticas era necesario para la salvación, y que las justificación delante de Dios era en parte por medio de la fe en Cristo y en parte por sus propias obras.  También decían que Pablo no era realmente un apóstol como los otros apóstoles que habían estado con Cristo durante su ministerio terrenal y, por consiguiente, la doctrina de Pablo no había de ser aceptada.  Pablo escribió a los gálatas para convencerlos de su error, para volverlos a Cristo solo y para recalcarles los deberes de una vida santa.
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viernes, 25 de marzo de 2011

Consejos De Dios Para El Día De Ruina: La Alerta Está Decretada


Consejos De Dios Para El Día De Ruina

Por Hamilton Smith


  • Introducción
  • Roboam
  • Jeremías
  • Daniel

Introducción

Los creyentes que desean andar en el camino de la obediencia a Dios, tendrán siempre a su disposición la luz de las Escrituras, aun en los tiempos más oscuros y difíciles de la historia de la Iglesia. Algunos quizás evitan este camino por ignorancia o por voluntad propia; otros tal vez sean indiferentes a él por falta de devoción; y aun otros, quizás por falta de fe, se apartan del mismo; sin embargo, la luz necesaria para poder andar en dicho camino siempre estará disponible para los que desean y buscan caminar en obediencia a la Palabra.
Encontramos esta luz en las instrucciones del Nuevo Testamento y en las ilustraciones del Antiguo Testamento. De este último consideraremos tres escenas que nos ayudarán a conocer los grandes e invariables principios de Dios que pueden guiarnos en tiempos de divisiones y dispersiones en el pueblo de Dios.

Roboam (2.º Crónicas 11)

El pueblo de Israel constituyó un solo reino que permaneció unido hasta los días de Roboam, pero cuando éste comenzó a reinar se produjo una división. Al estudiar la historia de esta división, ¿no hallaremos la luz necesaria para comprender cómo se producen las terribles divisiones que fragmentan al pueblo de Dios en nuestros días? ¡Por supuesto que sí!
En primer lugar deberíamos preguntarnos: ¿Cuándo se originó dicha división? Ella tuvo lugar en los días de Roboam, pero para descubrir su origen deberíamos retroceder hasta los días de Salomón. Y algo similar sucede con las  divisiones del pueblo de Dios, ya que el verdadero origen de éstas se encuentra muchas veces en un pasado lejano. En el primer libro de los Reyes, capítulo 10, versículos 26 a 29 y en el capítulo 11, hallamos los dos componentes de la raíz de la gran división que se produciría tiempo después en Israel: la falta de fidelidad a Dios y la desobediencia a su Palabra. Para comprender la verdadera causa de este fracaso debemos recordar que la ley de Moisés tenía advertencias muy precisas que todo rey según Dios debía obedecer. Estas instrucciones, que hallamos en Deuteronomio 17: 14-20, indicaban que el rey no tenía que vivir una vida mundana ni debía apartarse de la Palabra de Dios. El rey tampoco debía multiplicar para sí caballos, y no debía incitar al pueblo a retornar a Egipto, porque el Señor había dicho: “No volváis nunca por este camino”. De la misma manera se le advertía que no tuviera muchas esposas ni que multiplicara para sí oro y plata. Además, recibía otra importante instrucción: “Escribirá para sí en un libro una copia de esta ley... y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley”.
Al leer los capítulos 10 y 11 del primer libro de los Reyes, observamos que el rey Salomón violó cada una de estas ordenanzas. Él multiplicó sus caballos; dio ocasión a que el pueblo regresara a Egipto; multiplicó esposas para sí mismo y acrecentó grandemente su fortuna en oro y plata. Y si bien mucho se ha escrito acerca de las riquezas, sabiduría y magnificencia de Salomón, no hallamos ningún texto que diga que él haya leído dicha ley. Por todo esto, el Señor tuvo que decirle: “No has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé” (1.º Reyes 11: 11).
La mundanalidad no juzgada que impide una sincera devoción a Dios, y la desobediencia a su Palabra constituyen la raíz de la división que se produjo en Israel y, por qué no, la de todas las divisiones que se producen en el pueblo de Dios.
A causa de todas esas cosas, Dios le dice a Salomón que su reino será dividido. No obstante, debemos reconocer que dicha división no se produjo sólo por la desobediencia del rey, sino también por la de todo el pueblo. Cuando el profeta Ahías le advierte a Jeroboam que el reino será dividido, él no hace mención del fracaso de Salomón, sino que se refiere únicamente al fracaso del pueblo. Dios anuncia los motivos de la división: “Me han dejado, y han adorado a Astoret... y no han andado en mis caminos para hacer lo recto delante de mis ojos, y mis estatutos y mis decretos” (1.º Reyes 11: 31-33).
Aquí encontramos mencionadas otra vez las mismas causas que originaron la división: una vida mundana que lleva a adorar a otros dioses y la desobediencia a la Palabra de Dios; pero esta vez la acusación recae sobre el pueblo. Por grandes que fueran la locura y el fracaso de los líderes, no se produciría una división en un pueblo cuyo estado espiritual fuera bueno. “Por cuanto ha habido esto en ti” (v. 11) es la acusación individual para el líder; “Me han dejado” (v. 33) indica la baja condición espiritual del pueblo, que no depende del fracaso del líder.        
Luego de considerar el origen de la división, meditemos cómo ésta se produjo en la práctica. El relato lo hallamos en 1.º Reyes 12 y 2.º Crónicas 10. Luego de la muerte del rey Salomón lo sucedió en el trono su hijo Roboam. Inmediatamente se desató una crisis. Durante los años precedentes el pueblo había vivido bajo una mano dura y soportando una dolorosa servidumbre; ahora, gran parte de este pueblo se levantaba para protestar. ¿Cómo actuó este nuevo líder? Los ancianos del pueblo, ricos en experiencia, le aconsejaron a Roboam lo siguiente: “Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre” (2.º Crónicas 12:7). ¿No nos hace pensar en Romanos 15: 1-4? El primer versículo nos enseña que debemos “soportar las flaquezas de los débiles” antes que poner sobre ellos un doloroso yugo; los versículos 2 y 3 nos enseñan que tenemos que “agradar al prójimo en lo que es bueno, para edificación” en vez de agradarnos a nosotros mismos; y en el versículo 4 hallamos las buenas palabras que nos dan “consolación” y “esperanza”.
Tal fue la advertencia espiritual de los ancianos. Muy diferente fue el consejo carnal dado por los “hombres jóvenes”. Ellos le aconsejaron a Roboam que mantuviera una línea de conducta rigurosa, altamente recomendable desde el punto de vista carnal, porque supuestamente esto mantendría en alto la autoridad y la majestad real. Lamentablemente, ¡Roboam siguió estos consejos carnales! Él asumió una actitud dominante e irracional, amenazando a los manifestantes con una disciplina extrema y violenta (1.º Reyes 12: 12-15). La violencia del rey es contestada con la violencia del pueblo; un oficial del rey es apedreado, y, como resultado final, se produce la división (1.º Reyes 12: 16-19).
Sin embargo, si considerásemos que la división se produjo únicamente por la locura de Roboam, perderíamos de vista el pensamiento de Dios. El pueblo de aquel entonces, al considerar todos los hechos que tenían ante sí, podía llegar a la conclusión de que la división era producto de la locura de Roboam. Este pueblo podía argüir: «Si Roboam no hubiera tomado una actitud tan dominante e irracional, si no hubiera intentado subyugarnos, no se hubiera producido la división.» No obstante, este argumento que a la mente carnal le puede parecer razonable, es totalmente falso. Es cierto que la locura de Roboam fue la causa inmediata de la división, pero la palabra de Dios que anunció el juicio había sido pronunciada mucho antes que las violentas palabras del rey, y la poderosa mano de Dios dispuesta a ejecutar su disciplina estaba detrás de la débil mano del monarca. El santo gobierno de Dios había rasgado el reino; y detrás de la pobre condición espiritual del pueblo estaba la disciplina de Dios.
La división se produjo, y a partir de este hecho la historia de Roboam será para nosotros muy instructiva; nos enseñará a no caer en ciertas trampas y cómo debemos comportarnos ante las divisiones que se producen en el pueblo de Dios.
Roboam comenzó a trabajar de inmediato para unir nuevamente a todo el pueblo de Dios; y para lograr su propósito, decidió utilizar un método muy adecuado para esa época: reunió un gran ejército. Sin dudas, esta idea de unir otra vez al pueblo estaba en concordancia con los pensamientos de Dios. Cuando este pueblo había comenzado a andar en los caminos de Dios estaba unido, y lo estará en el futuro según las palabras del profeta: “Y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos” (Ezequiel 37:22). Esto parecería justificar los esfuerzos de Roboam para terminar con la división y unir otra vez al pueblo de Dios.
Sin embargo, Roboam y todo Israel tenían que aprender que, a pesar de la división, los integrantes de las diez tribus seguían siendo sus hermanos, y que no debían “ir y pelear contra ellos”. Semaías, varón de Dios, anunció a Roboam que debían desistir de atacar a sus hermanos porque Dios había dicho: “Esto lo he hecho yo”. Dios había rechazado a Salomón por su mundanalidad y su desobediencia a la Palabra de Dios, y le dijo: “Por cuanto ha habido esto en ti ... romperé de ti el reino”. El fracaso de Roboam en su intento de unir al pueblo se convirtió en una situación propicia para que Dios le aclarara el porqué de la división: “Esto lo he hecho yo”. Tratar de deshacer las cosas malas que había hecho Salomón podía ser una intención correcta, pero ignorar los actos gubernamentales de Dios ciertamente era un serio error (véase 1.º Reyes 11:11 y 2.º Crónicas 11:4). Roboam y sus compañeros tenían que aprender, como también nosotros tenemos que aprender en medio de las divisiones que nuestra locura ha provocado, que el gobierno de Dios no puede tomarse a la ligera.
Roboam y las dos tribus mostraron una gran sabiduría al desistir de sus esfuerzos, según lo que está escrito de ellos: “Oyeron la palabra de Jehová, y se volvieron” (2.º Crónicas 11:4). Aceptaron la humillación y la tristeza que causaba la división y se inclinaron bajo la mano disciplinaria del Señor.
A partir de entonces Roboam permaneció dentro de la limitada esfera que imponía la división; leemos que “habitó Roboam en Jerusalén”. ¿Significaba esto que él se entregaba a una vida despreocupada e inactiva? ¿Ya no le concernían los intereses del pueblo de Dios? Por el contrario, leemos que él comenzó a desempeñarse como edificador: “Edificó ciudades para fortificar a Judá” (2.º Crónicas 11: 5-10). Como diríamos en nuestros días, él «resguardó las cosas que quedaban». Además, se encargó de que no faltaran “provisiones, vino y aceite” (v. 11). Es decir, se ocupó de que el pueblo de Dios tuviera alimento.
¿Cuál fue el resultado de este accionar? Judá se convirtió en un refugio para todo el pueblo de Dios. Leemos que “los sacerdotes y levitas que estaban en todo Israel, se juntaron a él desde todos los lugares donde vivían”, y “acudieron también de todas las tribus de Israel los que habían puesto su corazón en buscar a Jehová Dios de Israel”; “Así fortalecieron el reino de Judá” (versículos 13, 16 y 17). Esta prosperidad continuó durante tres años, pero, ¡Roboam olvidó la ley del Señor, y el desastre sobrevino rápidamente! (2.º Crónicas 12:1). Si él hubiera persistido en la obediencia, ¡cuánta prosperidad más hubiera disfrutado! ¿No es ésta una seria advertencia para nosotros que en estos días sufrimos tantas divisiones en el pueblo de Dios? Muchos esfuerzos realizados para terminar con las divisiones, a menudo terminaron provocando más confusión. ¿No deberíamos ser sabios y reconocer el gobierno que Dios ejerce sobre nuestras vidas, inclinándonos bajo la disciplina de Dios y cargando con la tristeza y el oprobio de la división? ¿No tendríamos que permanecer en el terreno de Dios, obedientes a la Palabra, buscando fortalecer las cosas que quedan, y alimentando al pueblo de Dios? ¿No deberíamos hacer todas estas cosas con devoción y fidelidad a Dios para que la gente angustiada del pueblo de Dios venga desde todas partes a encontrar refugio?

JEREMÍAS (Jeremías 42 y 43:1-7)

Desde la gran división que se produjo en Israel hasta los eventos relatados en estos capítulos transcurrieron cuatrocientos años. En esa época no sólo hallamos al pueblo de Dios dividido, sino también dispersado. Ciento treinta años antes, las diez tribus habían caído en la cautividad para luego dispersarse entre las naciones. En cuanto a Judá, reiteradas cautividades fueron reduciendo sus dominios hasta que finalmente el reino dejó de existir.
Sin embargo, en la tierra de Dios todavía se hallaba un remanente. En los primeros versículos del capítulo 42, leemos que este remanente recurrió al profeta en busca de luz para conducirse en medio de la dispersión. “(Vino) todo el pueblo desde el menor hasta el mayor”. No obstante, contando a todos, desde los menores hasta los mayores, sólo daba como resultado un pequeño resto; ellos mismos confirmaban esto con sus palabras: “De muchos hemos quedado unos pocos” (v. 2). Este pequeño resto expresó al profeta su deseo: “Que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer” (v. 3).
Ellos reconocían que la nación estaba en ruina, y que sólo habían quedado unos pocos. En medio de dicha ruina, confesando su debilidad, se juntaron para preguntarle al Señor cuál era el camino que debían seguir, y cómo tenían que obrar. ¿Qué actitud podría haber sido más acertada para este pequeño remanente— y en semejantes  circunstancias— que volverse al Señor para buscar su guía?
Jeremías aceptó orar al Señor por ellos y transmitirles todos Sus pensamientos  sin reservarse nada (v. 4). Como consecuencia de la promesa del profeta este remanente declara solemnemente: “Sea bueno, sea malo, a la voz de Jehová nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos”. Además, ellos sabían con precisión las consecuencias benditas de actuar así: “Para que obedeciendo a la voz de Jehová nuestro Dios nos vaya bien”.  Por espesas que sean las tinieblas, por grande que sea la ruina, ciertamente les irá bien a los que escuchan la voz del Señor (v. 5 y 6).
Sin embargo, una cosa estropearía esta hermosa declaración. La continuación de esta historia nos revela que por detrás de las hermosas palabras proferidas, estaba trabajando la voluntad propia de estas personas. Ellos ya habían decidido andar por su propio camino. La voluntad de su carne se puso de manifiesto porque ellos, llenos de confianza en sí mismos, prometieron obedecer con prontitud a la voz del Señor. Cuántas veces se manifiesta nuestra carne cuando, tan seguros de nosotros mismos, proferimos palabras que dejan al descubierto la voluntad propia de nuestro corazón. ¡Cuántas veces nos encontramos con personas que, al igual que este remanente, dicen: «¡Si nos dan las Escrituras, si nos dan la Palabra del Señor, nos inclinaremos ante ella!» Bien podemos percibir que detrás de estas palabras tan convincentes se esconde la voluntad propia.
No obstante todo esto, Jeremías acude al Señor, quien le daría una respuesta diez días después. Durante ese tiempo el profeta no se comunicó con el pueblo, ni se aventuró a darles su opinión en cuanto a cómo debería ser su andar. Él esperaría las claras directivas del Señor (v. 7).
Los caminos del Señor son muy claros. Si este pequeño remanente deseaba ser edificado y establecido, y si quería disfrutar de la presencia del Señor y sus misericordias, había una condición que debería cumplir: “Si os quedareis quietos en esta tierra”. Aun cuando había sido tan grande el fracaso y completa la ruina, estaba reservada una bendición para el pequeño remanente —unos pocos de muchos— que permaneciera en el terreno que Dios había preparado para su pueblo. Su rey y sus líderes huirían, la casa del Señor sería quemada hasta sus cimientos y los muros de Jerusalén serían derribados (Jeremías 52: 7, 8 y 13) sin embargo, estaba asegurada una bendición para aquellos que permanecieran en la tierra. Esta tierra era el sitio donde debía estar todo Israel, pero la mayoría de las personas habían sido cautivadas y dispersadas entre las naciones; este remanente, en cambio, tenía que permanecer en dicha tierra para seguir gozando de todas las bendiciones de Dios (42: 9-12).
Deberíamos detenernos y considerar la historia de este pueblo y los eventos que han tenido lugar hace tantos años, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Tiene esta historia lecciones para aquellos que hoy día, en pequeñez y debilidad, buscan conocer “el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer” (v.3) en medio de tantas divisiones y dispersiones en el pueblo de Dios? ¿No nos brinda acaso una gran lección el hecho de que, aun cuando la ruina es muy grande y el pueblo de Dios está dividido y esparcido, hay bendición para aquellos que permanecen en el terreno que Dios ha establecido para su pueblo? En otras palabras, para gozar de la bendición de Dios, debemos seguir caminando —a pesar del fracaso— en la luz de lo que es verdadero en cuanto a la Iglesia o Asamblea de Dios, y rechazar la posibilidad de andar en cualquier otro terreno.
Ninguna falla de nuestra parte nos exime de la responsabilidad de caminar y actuar de acuerdo a la verdad de Dios en cuanto a su Iglesia, ya sea en el aspecto local o universal. Los principios que deberían guiar a la Asamblea siguen vigentes y están expuestos con toda su fuerza en la primera epístola a los Corintios. En cuanto a esto, debemos tener en cuenta lo que un hermano dijo alguna vez: «No debemos imitar los eventos de aquellos capítulos, ni tratar de actuar como los Corintios como si tuviéramos todos sus dones. Tampoco debemos suponer que constituimos la única luz en el lugar donde estamos, como fue el caso de la iglesia que estaba en Corinto. No obstante, debemos reconocer que la dispersión de los testimonios o el juicio de los candeleros no significa que el Espíritu Santo se haya retirado... Debemos aferrarnos a los principios de Dios en el lugar o escenario donde nos toca vivir... Aun cuando tuviéramos un enorme poder corporativo como el de aquel entonces, el juicio divino caería igual sobre el candelero. No debemos renunciar a los sanos principios porque nos rodea la corrupción, ni debemos ceder ante ella porque los esfuerzos para afirmarla nos desalientan. “Antes bien, sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4). No debemos abandonar dichos principios ni porque son vehementemente atacados, ni porque son débilmente enseñados. Los principios sobrevivieron a miles de ataques que intentaban evitar que se enseñaran. La luz no puede ser juzgada porque brilla a través de una lámpara sucia...  Yo puedo afligirme y desalentarme porque la lámpara ha estado, por así decirlo, bajo un almud; pero debo recordar siempre que dicha lámpara sigue siendo útil para alumbrar toda la casa” (J.G.B.).
Volvamos a los días de Jeremías y a la historia del remanente, en la cual encontramos advertencias e instrucciones muy útiles para nosotros. Jeremías les había dado la palabra del Señor a fin de que ellos recibieran bendiciones; ahora, el profeta procedería a pronunciar palabras de advertencia (42:13-17). Si el remanente dijera: «No habitaremos en la tierra porque no queremos enfrentar conflictos, sobresaltarnos por el  sonido de las trompetas, ni pasar hambre; por lo tanto, hemos decidido abandonar la tierra y escapar de todas estas cosas huyendo hacia otro lugar», entonces les sucedería lo que Dios les había advertido: aquellas cosas que ellos querían evitar los alcanzarían. Además, lo más grave era que no sólo no gozarían de la presencia del Señor ni de sus bendiciones, sino que tendrían que soportar sobre ellos la mano del Señor ejecutando su gobierno. El Señor les había advertido: “No habrá de ellos quién quede vivo, ni quien escape delante del mal que traeré yo sobre ellos” (42:17).
¿No es una advertencia para nosotros? En estos días que nos tocan vivir, ¿no nos sentimos tentados a abandonar el «agobiador» camino de Dios y buscar —en algún sistema humano con métodos y principios mundanos— la forma de evitar un continuo ejercicio de la fe? ¿No nos sentimos muchas veces agobiados ante los continuos conflictos para mantener la verdad? ¿No nos sobresalta el llamado de las trompetas que nos advierten de un ataque? ¿No somos propensos a pensar que si debemos enfrentar conflictos permanentemente, terminaremos por carecer de espiritualidad? ¿No son nuestros pensamientos atacados terriblemente por la idea de renunciar a la verdad de Dios en relación con su Iglesia? Si llegaran a surgir en nuestros corazones semejantes argumentos, o si fueren sugeridos por otros, recordemos las serias advertencias que el Señor le hizo al remanente de la época de Jeremías.
En primer lugar, dar un paso en falso para escapar de los problemas es un camino seguro hacia los mismos problemas que hemos querido evitar. Abandonar el terreno de Dios para escapar de las dificultades del camino de la fe, nos conducirá a enredarnos en el mundo y a sentirnos abrumados por las dificultades que nos acarreará nuestra propia voluntad. En segundo lugar, aquellos que han sido advertidos por Dios y aun así toman este camino deben escuchar una seria advertencia: “No veréis más este lugar” (42:18). Ésta es una solemne enseñanza para los que han caminado por algún tiempo a la luz de la verdad de Dios en cuanto a su Iglesia, y que luego la han abandonado para encontrar un camino más fácil en algún sistema humano, de donde raramente podrán ser recuperados. Ellos “no verán más ese lugar”, y cuando Dios, ejerciendo su gobierno, dice “nunca más”, quiere decir que la cuestión llegó a su fin.
Pero, increíblemente, aquellos a quienes habló Jeremías ¡rechazaron las enseñanzas y las advertencias del Señor! Jeremías no ignoraba el motivo de este rechazo, pues él les dijo: “¿Por qué hicisteis errar vuestras almas?” o, como  leemos en varias traducciones, “os engañáis a vosotros mismos” (42:20). Ellos habían sido engañados por su propia voluntad, que los llevó a transitar un camino equivocado. No hay nada como la voluntad propia para deformar el conocimiento de la verdad e impedir su aprehensión. Ella no verá lo que no le conviene ver. Además, detrás de la voluntad propia está, como siempre, el orgullo que no reconocerá el error; leemos que “los varones soberbios dijeron a Jeremías: Mentira dices; no te ha enviado Jehová nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto para morar allí” (Jeremías 43: 2). Y para colmar su necedad, acusaron a Jeremías de no ser guiado por Dios, sino por el hombre (v. 3). Ellos concretamente le dijeron, «nosotros te hemos pedido palabra del Señor, y tú simplemente nos dices lo que Baruc te ha mandado para que terminemos siendo esclavos» (cf. 43:1-3). Engañados a sí mismos por su voluntad propia y su orgullo, ellos se apartaron de las instrucciones del Señor y de Su camino. Dejaron el terreno que Dios designó para su pueblo y eligieron su propio camino; en consecuencia, Dios les dijo: “No veréis más este lugar”.
Debemos saber “el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer”, y obedecer al Señor y “quedarnos quietos en esta tierra”. Consideremos seriamente las instrucciones del Señor y no nos apartemos de su camino, de lo contrario, Él nos dirá a nosotros también: “no veréis más este lugar”.

Daniel (Daniel 9)

El remanente abandonó la tierra de Dios y terminó en la dispersión. Pasaron cincuenta años para que Dios, en su gracia, permitiera un avivamiento para que unos  pocos de Su pueblo fueran liberados de la cautividad y pudieran retornar a su tierra. En la oración de Daniel están expuestas las experiencias de los que regresaron, y los principios que ellos debían haber seguido. Estas mismas instrucciones tienen vigencia hoy en día para aquellos que son liberados de los sistemas humanos para caminar en la luz de la Iglesia de Cristo.
Los días en que vivimos actualmente son muy diferentes a los días de Daniel; sin embargo, moralmente hay muchas cosas que coinciden en ambos períodos.
En primer lugar, Daniel consideró los fracasos del pueblo de Dios que habían ocurrido en los mil años precedentes, retrocediendo incluso hasta cuando Dios sacó al pueblo de Egipto, y afirmó lo que desde esa época venía haciendo este pueblo: “hemos pecado, hemos hecho impíamente” (v. 15).
En segundo lugar, en los capítulos 7 y 8 vemos que Daniel mira hacia el futuro y que allí también puede observar los fracasos y sufrimientos por los que tendría que pasar el pueblo de Dios. Él pudo avistar el poder gentil que sojuzgaría a los santos; el sacrificio continuo quitado; la verdad echada por tierra; el santuario pisoteado; el poderoso pueblo de Dios  destruido y el enemigo grandemente prosperado (Daniel 7:21; 8:11, 12, 13, 24).
En tercer lugar, Daniel pudo ver que el pueblo de Dios no sería librado de esta larga historia de fracasos hasta que viniera el Hijo del Hombre a establecer su reinado (Daniel 7: 13, 14).
En este momento, Daniel observaba un pasado marcado por el fracaso, un futuro lleno de angustias y grandes caídas, y ninguna esperanza de liberación para el pueblo de Dios hasta el tiempo en que el Rey viniera.
Ante estas cosas, Daniel se sintió profundamente afligido, sus pensamientos lo turbaron, su rostro se demudó, y estuvo enfermo y quebrantado por algunos días (Daniel 7: 28; 8: 27). En la actualidad quizá no distinguimos los hechos que podía discernir Daniel. Sin embargo, si analizáramos los últimos doscientos años del testimonio del pueblo de Dios podríamos ver sus fracasos; y deberíamos saber también que en el breve tiempo que nos resta aquí abajo observaremos un marcado incremento de la ruina en el profesante pueblo de Dios. El apóstol Pablo nos dice que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos... los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor... porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina... y apartarán de la verdad el oído” (2.ª Timoteo 3: 1, 13; 4: 3,4).  El apóstol Pedro también nos advierte que “habrá entre vosotros  falsos maestros... y que éstos “aun negarán al Señor que los rescató” (2.ª Pedro 2:1)  En tercer lugar, Daniel observó algo que  también para nosotros debería ser lo suficientemente claro porque está enseñado en las Escrituras: el hecho de que la unidad visible del pueblo de Dios no será recuperada hasta el retorno del Señor.
Pero ésta no es la única coincidencia que encontramos entre los hechos de nuestros días y los de la época de Daniel. Él aprende, además, que a pesar de todo el fracaso del pasado y de la ruina venidera, Dios había predicho que habría un pequeño avivamiento en la mitad de los años. Daniel aprendió por la Palabra de Dios dada a Jeremías que después de setenta años habría cierta recuperación en la desolada Jerusalén. Y así nosotros podemos mirar en las Escrituras que en medio de la corrupción y muerte espiritual que manifiesta la cristiandad, la cual se expone en los mensajes a Tiatira y Sardis, hay un avivamiento como el que se expone en el mensaje dirigido a Filadelfia.
Este avivamiento tiene cuatro importantes características. El Señor le dice a Filadelfia: 1º, “tienes poca fuerza”; 2º, “has guardado mi Palabra”; 3º, “no has negado mi Nombre”; y 4º, “has guardado la palabra de mi paciencia”. En esta época en la cual la religión de la carne se despliega con gran poder, según el modelo que tenemos en la Gran Babilonia, los creyentes que son despertados por Dios se caracterizan por su debilidad externa. Cuando en todas partes se desprecia la Palabra de Dios, ellos la guardan en toda su pureza e integridad. Mientras que la persona de Cristo es atacada, ellos no niegan su nombre. Más aún, mientras los hombres buscan desesperadamente arreglar las divisiones de la cristiandad, estos fieles guardan la palabra de Su paciencia. Ellos esperan al Señor, quien sanará las divisiones y llevará a su pueblo unido a su presencia.
Ahora bien, hay consecuencias benditas cuando obedecemos la Palabra y no negamos el nombre de Cristo. Si en este tiempo que estamos aquí abajo nos sujetamos a las Escrituras y le damos a Cristo el lugar que se merece, estaremos en condiciones de disfrutar de las verdades concernientes a Cristo y su Iglesia, al llamamiento celestial, la venida de Cristo, y otros temas importantes.
No obstante, los fieles corren el serio peligro de apartarse de las verdades que han sido recuperadas, por lo cual es necesaria la advertencia: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”; notemos de paso que esta exhortación está dirigida “al que venciere”.
Pero, ¿cómo podemos retener lo que tenemos y, además, ser vencedores? Es evidente que no lo podemos conseguir con nuestras propias fuerzas. Sólo podemos lograrlo si permanecemos firmes en la gracia que es en Cristo Jesús. Debemos mirar al Señor Jesús y elevarle nuestras oraciones.  La oración y la búsqueda de su gracia deben estar acompañados también con una condición moral aceptable ante Él, y esto nos conduce a la confesión. En relación con estas dos cosas, oración y confesión, podemos aprender mucho de Daniel. Él observó lo que había sucedido en el pasado y consideró la condición en la que se encontraba en ese momento el pueblo de Dios; y todo esto lo afligió sobremanera. Pero, en medio de su aflicción él hizo dos cosas: en primer lugar, apartó su mirada de los hombres y la dirigió hacia Dios para elevar su oración, como está escrito en Daniel 9:3: “Volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego”. En segundo lugar, hizo otra cosa muy importante: “Hice confesión” (v. 4).
Ahora, consideremos los resultados de su oración y confesión a Dios. En primer lugar, Daniel percibió intensamente la grandeza, la santidad y la fidelidad de Dios. Daniel fue conciente de su propia debilidad y de la pequeñez del hombre, por eso pudo expresar con confianza “Señor, Dios grande” (v. 4). Más aún, él comprendió que Dios es fiel a su Palabra, y que si el pueblo guarda su Palabra y le ama hallará misericordia a pesar de todas sus flaquezas.
El segundo resultado de la oración y confesión de Daniel, fue que él pudo comprender profundamente la ruina total en la que se encontraba el pueblo de Dios. Pudo reconocer que la baja condición moral y espiritual de este pueblo era la raíz de todas sus divisiones y de su dispersión. Daniel no intentó echar las culpas de las divisiones a algunas personas que efectivamente tenían un alto grado de responsabilidad y que habían pervertido la verdad y conducido a muchos al error; él miró más allá de los fracasos individuales y le adjudica la culpa de los fracasos al pueblo de Dios como un todo. Daniel afirmó: “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad... no hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra” (Daniel 9:5-6). Daniel no tuvo nada que ver con los sucesos que habían provocado la dispersión setenta años antes; sin embargo, el hecho de no haber tenido responsabilidades en eventos que habían tenido lugar mucho tiempo atrás, no lo indujo  a ignorar la división o a buscar culpables; por el contrario, ante Dios él se identifica con el pueblo: “Hemos pecado”.
El pueblo de Israel, lleno de fracasos y en una condición espiritual deplorable, exigía tener un rey; y tuvieron muchos reyes que los llevaron por mal camino. Sucedió lo mismo en la historia de la Iglesia. En los capítulos 3 y 4 de 1.ª  Corintios el apóstol Pablo explica claramente que la causa de las divisiones que ocurrían en el pueblo de Dios tenían como raíz el accionar de la carne. Esta actitud carnal era la que también los llevó a someterse a la conducción de ciertos líderes. El mismo apóstol Pablo había anticipado estas cosas: “Yo sé que después de mi partida... de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29-30).
Podemos concluir entonces que la raíz de toda división, sea en Israel o en la Iglesia, puede ser hallada en la baja condición moral del pueblo de Dios visto como un todo, y no simplemente considerando los fracasos individuales. Por este motivo, la confesión debe involucrar a todo el pueblo de Dios. Además, Daniel no tuvo en cuenta solamente lo sucedido en la ciudad de Jerusalén (aunque esta ciudad podía tener la mayor cantidad de fracasos), sino que involucró a “todo Israel”; tampoco limitó sus pensamientos a los israelitas que estaban “cerca”; en cambio, consideró a “los de cerca y los de lejos” (Daniel 9:7). Todos estos ejemplos, ¿no deberían impulsarnos a tener una actitud de confesión y humillación? Y aunque nosotros no podemos solucionar el problema de las divisiones, tenemos la posibilidad de encomendar estas cosas al Señor —a quien le hemos fallado tristemente—, con el fin de que seamos restaurados moralmente y colocados a la altura de nuestro llamamiento celestial, del que nos hemos desviado.
La tercera consecuencia de la oración y confesión de Daniel fue que él aprendió un principio muy importante: Dios ejerce su gobierno ineludiblemente. Debemos aceptar que las divisiones forman parte de la santa disciplina de Dios y que no son simples consecuencias de la locura o la debilidad de algunos. Esto puede observarse con claridad en la división que ocurrió en Israel. Es cierto que el principal instrumento de aquel cisma fue la locura de Roboam, pero Dios expresó con precisión: “Yo he hecho esto” (2.º Crónicas 11:4). Cuatrocientos cincuenta años después de estos eventos, mientras el pueblo de Dios estaba dividido y esparcido entre las naciones, Daniel pudo reconocer este gran principio: “Tuya es Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti”. Y siguó refiriéndose al accionar de Dios: “Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal”; por último afirmó: “Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros” (Daniel 9: 7, 12, 14). De esta manera, Daniel demostró que no estaba considerando la locura y la debilidad de los hombres. Él no mencionó nombres, no habló de Joacim y “las abominaciones que hizo”, ni de Sedequías y sus locuras; tampoco mencionó la crueldad de Nabucodonosor. Más allá de todos los hombres, él observaba en medio de la dispersión la mano de su Dios justo.
Poco tiempo después, Zacarías escucharía la palabra del Señor dirigida a los sacerdotes, y a todo el pueblo, diciendo: “Los esparcí con torbellino por todas las naciones que ellos no conocían” (Zacarías 7: 5-14). De la misma manera, Nehemías conocía muy bien las palabras que el Señor había dado por medio de Moisés: “Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos” (Nehemías 1: 8).
Estos hombres de Dios sabían muy bien cómo obraba Dios mediante su disciplina. Ni siquiera se atrevían a decir que Dios «permitía» que su pueblo fuese dispersado o conducido a lugares lejanos, sino que afirmaban claramente que Dios mismo había dispersado al pueblo y traído el mal sobre ellos.
En cuarto lugar, aprendemos otro gran principio que surge de la oración y confesión: Dios es el único que puede reunir y bendecir a su pueblo. Cuando reconocemos que Dios trata con nosotros mediante su disciplina, también comprendemos que, por medio de ésta, Él nos brinda la esperanza de tener un avivamiento espiritual o la recuperación de lo que se ha perdido; porque cuando miramos a Dios, miramos al que puede dividir, pero también al que puede unir; al que puede esparcir, pero que puede juntar; al que puede herir, pero que puede vendar (Oseas 6:1). El hombre puede dividir, esparcir y herir; pero no puede unir, juntar ni sanar. Dios puede hacer las dos cosas, y de forma justa. Esto también lo aprendemos de la confesión de Daniel: “Tuya es, Señor la justicia... los has echado a causa de su rebelión... Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho” (Daniel 9:7 y 14). Luego, Daniel menciona por tercera vez la justicia de Dios, pero esta vez en relación con Sus bendiciones y con Su misericordia: “Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor” (v. 16).
Daniel puede elevar su ruego con absoluta confianza porque a pesar de que el pueblo había sido desobediente y merecía ser disciplinado, aun así, seguía siendo el pueblo de Dios. El profeta puede expresar: “Tu ciudad Jerusalén... tu santo monte... y tu pueblo... son el oprobio de todos en derredor nuestro... oye la oración de tu siervo... tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado” (v.16-17). Daniel rogó que la bendición fuese concedida “por amor del Señor”. Además, él imploró al Señor por “sus muchas misericordias” y, finalmente, invocó el nombre del Señor exclamando: “Tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (v. 19).
Hasta aquí hemos visto algunos de los grandes principios que deberían ser nuestra segura guía en medio de la confusión y de la ruina.
Primero, necesitamos volver a Dios para orar y confesar todo nuestro mal, y considerar ante su misma presencia su grandeza, santidad y gracia que siempre están a favor de aquellos que desean guardar su Palabra. (v. 3 y 4).
Segundo, debemos confesar nuestro fracaso y aceptar que nuestra ruina es total. (v. 5 al 15).
Tercero, tenemos que reconocer y aceptar el justo gobierno que Dios ejerce sobre nosotros (v. 7, 14, 15).
Cuarto, debemos recurrir a la justicia y la misericordia de Dios por los cuales Él puede permitir un avivamiento en su pueblo.                          
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