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jueves, 20 de agosto de 2015

Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar. Cualquier lugar que no os reciba ni os oiga, saliendo de allí, sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio contra ellos.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


CONSTRUYAMOS BOSQUEJOS PARA PREDICAR
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Jesús es rechazado en Nazaret 
BASE BÍBLICA 
MARCOS 6:1-6
1 Salió de allí y fue a su tierra, y sus discípulos le siguieron. 2 Y cuando llegó el sábado, él comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos quedaban atónitos cuando le oían, y decían: 
—¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!  3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros? 
Y se escandalizaban de él. 4 Pero Jesús les decía: 
—No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa. 
5 Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso, sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. 6 Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando. 


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La misión de los doce
MARCOS 6:7-12
7 Entonces llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos. Les daba autoridad sobre los espíritus inmundos. 8 Les mandó que no llevasen nada para el camino: ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinto, sino solamente un bastón; 9 pero que calzasen sandalias y que no vistiesen dos túnicas. 10 Y les decía: "Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar. 11 Cualquier lugar que no os reciba ni os oiga,  saliendo de allí, sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio contra ellos." 
12 Entonces ellos salieron y predicaron que la gente se arrepintiese. 13 Echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban. 


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La muerte de Juan el Bautista 
MARCOS 6:13-29
14 El rey Herodes oyó de Jesús, porque su nombre había llegado a ser muy conocido. Unos decían: "Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por esta razón operan estos poderes en él." 15 Otros decían: "Es Elías." Mientras otros decían: "Es profeta como uno de los profetas." 16 Pero cuando Herodes oyó esto, dijo: "¡Juan, a quien yo decapité, ha resucitado!"  17 Porque Herodes mismo había mandado prender a Juan y lo había encadenado en la cárcel por causa de Herodía, la mujer de su hermano Felipe; porque se había casado con ella. 18 Pues Juan le decía a Herodes: "No te es lícito tener la mujer de tu hermano." 
19 Pero Herodía le acechaba y deseaba matarle, aunque no podía; 20 porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía. Y al escucharle quedaba muy perplejo,  pero le oía de buena gana. 
21 Llegó un día oportuno cuando Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, dio una cena para sus altos oficiales, los tribunos y las personas principales de Galilea. 22 Entonces la hija de Herodía entró y danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey le dijo a la muchacha: 
—Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. 
23 Y le juró mucho: 
—Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino. 
24 Ella salió y dijo a su madre: 
—¿Qué pediré? 
Y ésta dijo: 
—La cabeza de Juan el Bautista. 
25 En seguida ella entró con prisa al rey y le pidió diciendo: 
—Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. 
26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los que estaban a la mesa, no quiso rechazarla. 27 Inmediatamente el rey envió a uno de la guardia y mandó que fuese traída su cabeza. Este fue, le decapitó en la cárcel 28 y llevó su cabeza en un plato; la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. 
29 Cuando sus discípulos oyeron esto, fueron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro. 

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Jesús alimenta a cinco mil 
MARCOS 6:30-52
30 Los apóstoles se reunieron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. 31 El les dijo: 
—Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. 
Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían oportunidad para comer. 32 Y se fueron solos en la barca a un lugar desierto. 33 Pero muchos les vieron ir y les reconocieron. Y corrieron allá a pie de todas las ciudades y llegaron antes que ellos.  34 Cuando Jesús salió, vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor. Entonces comenzó a enseñarles muchas cosas. 
35 Como la hora era ya muy avanzada, sus discípulos se acercaron a él y le dijeron: 
—El lugar es desierto, y la hora avanzada. 36 Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor y compren para sí algo que comer. 
37 El les respondió y dijo: 
—Dadles vosotros de comer. 
Le dijeron: 
—¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios,  y les demos de comer? 
38 El les dijo: 
—¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. 
Al enterarse, le dijeron: 
—Cinco, y dos pescados. 
39 El les mandó que hiciesen recostar a todos por grupos sobre la hierba verde. 40 Se recostaron por grupos, de cien en cien y de cincuenta en cincuenta. 41 Y él tomó los cinco panes y los dos pescados, y alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes. Luego iba dando a sus discípulos para que los pusiesen delante de los hombres, y también repartió los dos pescados entre todos. 
42 Todos comieron y se saciaron, 43 y recogieron doce canastas llenas de los pedazos de pan y de los pescados. 44 Y los que comieron los panes eran como cinco mil hombres. 
Jesús camina sobre el agua 
45 En seguida obligó a sus discípulos a subir en la barca para ir delante de él a Betsaida, en la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. 46 Y habiéndose despedido de ellos, se fue al monte a orar. 47 Al caer la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. 48 Viendo que ellos se fatigaban remando, porque el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia  de la noche, él fue a ellos caminando sobre el mar, y quería pasarlos de largo. 49 Pero cuando ellos vieron que él caminaba sobre el mar, pensaron que era un fantasma y clamaron a gritos; 50 porque todos le vieron y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos y les dijo: "¡Tened ánimo! ¡Yo soy! ¡No temáis!" 
51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento. Ellos estaban sumamente perplejos,  52 pues aún no habían comprendido lo de los panes; más bien, sus corazones estaban endurecidos. 


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Jesús sana a muchos en Genesaret 
MARCOS 6:53-56
53 Y cuando cruzaron a la otra orilla, llegaron a la tierra de Genesaret y amarraron la barca. 54 Pero cuando ellos salieron de la barca, en seguida le reconocieron. 55 Recorrieron toda aquella región, y comenzaron a traer en camillas a los que estaban enfermos a donde oían que él estaba. 56 Dondequiera que entraba, ya sea en aldeas o ciudades o campos, ponían en las plazas a los que estaban enfermos, y le rogaban que sólo pudiesen tocar el borde de su manto. Y todos los que le tocaban quedaban sanos. 

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¿Podemos confiar en el Siervo de Dios?
LA INCREDULIDAD
Marcos 6:1–56

Carlos Darwin dijo que creer es “la más completa de todas las distinciones entre el hombre y los animales inferiores”. Si esta observación es cierta, sugiere que la falta de fe de parte del hombre le pone al mismo nivel que los animales. El orador agnóstico, coronel Robert Ingersoll adoptó un punto de vista diferente, porque en una ocasión describió a un creyente como “un pájaro enjaulado sin canto”. Probablemente concordarás que sus palabras ¡describen mejor a un incrédulo!

Uno de los temas centrales de esta sección del Evangelio de Marcos es la incredulidad de la gente que tuvo contacto con el Siervo de Dios. Todas estas personas tuvieron toda razón para confiar en Jesucristo, sin embargo no todas lo hicieron, ¡incluyendo sus propios discípulos! 

Al estudiar este capítulo ten presente la solemne amonestación de Hebreos 3:12: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. Dios toma la incredulidad en serio, e igualmente debemos hacerlo nosotros.

  La incredulidad de sus conocidos (Marcos 6:1–6)

Jesús volvió a Nazaret en donde un año antes había sido rechazado por la gente y expulsado de la sinagoga (Lucas 4:16–30). Fue ciertamente un acto de gracia de parte de Jesús dar a la gente otra oportunidad para oír su palabra, creer y ser salvos; sin embargo, sus corazones seguían endurecidos. Esta vez no lo expulsaron; simplemente no lo tomaron en serio.

La reputación de nuestro Señor de nuevo le había precedido, así que se le permitió enseñar en la sinagoga. Ten presente que estaba ministrando a gente que le conocía bien, porque Nazaret era su tierra. Sin embargo, estos conocidos no tenían ninguna percepción espiritual. Es más, Jesús les recordó lo que les había dicho en su primera y dramática visita, que ningún profeta carece de honor sino en su propia tierra y entre su propia gente (Marcos 6:4; Lucas 4:24; Juan 4:44).

Dos cosas asombraron a esta gente: sus obras poderosas y su maravillosa sabiduría. En realidad Jesús no hizo ninguna obra poderosa mientras estuvo allí, así que la gente debe haberse estado refiriendo a lo que habían oído sobre sus milagros (Marcos 1:28, 45; 3:7–8; 5:20–21). De hecho, la incredulidad de ellos impidió que Jesús tuviera un mayor ministerio entre ellos.

¿Cuál era el problema de ellos? ¿Por qué no pudieron confiar en él y experimentar las maravillas de su poder y gracia como lo experimentaron otros? Ellos pensaban que en realidad le conocían. Después de todo, había sido su vecino por casi treinta años, le habían visto trabajar en la carpintería, y parecía ser nada más que otro nazareno. Era un hombre común y la gente no veía ninguna razón para entregarse a él.

“La familiaridad cría el desdén” es un dicho bien conocido que se remonta al sirio Publio, que vivió en el año 2 a de C. Esopo escribió una fábula para ilustrarlo. En la fábula de Esopo una zorra nunca había visto a un león, y cuando se encontró por primera vez con el rey de las bestias, la zorra casi se muere del susto. En el segundo encuentro, la zorra no se asustó tanto; y la tercera vez que vio al león, la zorra se le acercó y ¡hasta conversó con él! “Así resulta”, concluyó Esopo, “la familiaridad hace que hasta las cosas más aterradoras parezcan muy inofensivas”.

Sin embargo, hay que tomar el refrán con reservas. Por ejemplo, ¿puedes imaginarte a un esposo y esposa cariñosos pensando menos el uno del otro sólo porque se conocen muy bien? ¿O dos amigos que empiezan a detestarse uno al otro porque su amistad ha profundizado con el correr de los años? Phillips Brooks lo dice mejor: “La familiaridad cría el desdén, solo con cosas despreciables o entre gente despreciable”. El desdén que mostraron los nazarenos no dice nada de Jesús, ¡pero dice mucho de ellos!

Un turista, con ansia de ver todo en una galería de arte, volaba de un cuadro a otro, casi sin fijarse lo que estaba en los marcos. “No vi nada que sea muy especial allí”, dijo a unos de los guardas. “Señor”, le replicó el guarda, “no son los cuadros lo que está a juicio aquí, sino los visitantes”.

Un carpintero era un artesano muy respetado en esos días, pero nadie esperaba que un carpintero hiciera milagros o enseñara en la sinagoga verdades profundas. ¿De dónde recibía él todo ese poder y sabiduría? ¿De Dios o de Satanás? (Marcos 3:22). Y ¿por qué sus hermanos y hermanas no poseían el mismo poder y sabiduría? Todavía más, ¿por qué sus hermanos y hermanas no creían en él? La gente que lo llamó “hijo de María” en realidad lo estaban insultando; porque en ese día se identificaba a un hombre llamándolo hijo de su padre, no el hijo de su madre.

Los pobladores de Nazaret “se escandalizaban de él”, lo que literalmente quiere decir tropezaron en él. La palabra griega es raíz de la palabra escandalizarse del español. Kenneth Wuest escribió en su libro Wuest’s Word Studies (en inglés): “No pudieron explicarlo, así que le rechazaron”. Jesús fue ciertamente “piedra de tropiezo” para ellos debido a su incredulidad (Isaías 8:14; Romanos 9:32–33; 1 Pedro 2:8).

Dos veces en los evangelios se ve a Jesús maravillándose. Como este pasaje revela, Jesús se maravilló por la incredulidad de los judíos, y se maravilló por la gran fe de un centurión romano, un gentil (Lucas 7:9). En lugar de quedarse en Nazaret, Jesús se fue y dio otra vuelta por las poblaciones y aldeas de Galilea. Su corazón se quebrantó al ver la situación desesperada de la gente (Mateo 9:35–38), así que decidió enviar a sus discípulos a ministrar con su autoridad y poder.

  La incredulidad de sus enemigos (Marcos 6:7–29)

Cuando el Señor llamó originalmente a los doce apóstoles, su propósito fue enseñarles y adiestrarlos para que lo ayudaran, y con el tiempo pudieran tomar su lugar cuando él volviera al Padre (3:13–15). Antes de enviarlos, volvió a afirmar la autoridad de ellos para sanar y echar fuera demonios (v. 7); y les dio algunas instrucciones contundentes (en Mateo 10 encontrará un relato más detallado de este sermón).

Les dijo que llevaran sus posesiones, y que no salieran a comprar equipo especial para sus viajes. No debían sobrecargarse con equipaje adicional. (No es posible pasar por alto la nota de urgencia de este “sermón de comisión”.) Jesús quería que tuvieran suficientes provisiones, pero no al punto de dejar de vivir por fe. La palabra “alforja” quiere decir alforja de mendigo. Definitivamente no debían mendigar ni comida ni dinero.

Al ministrar de lugar en lugar, ellos encontrarían tanto hospitalidad como hostilidad, amigos y enemigos. Jesús les advirtió que se quedaran en una casa en cada población y que no escogieran con demasiado esmero con respecto a comida o alojamiento. Después de todo, debían ser siervos provechosos, no invitados mimados. Si alguna casa o población no los recibía, tenían el permiso de Jesús para declarar el juicio de Dios sobre esa gente. Era costumbre que los judíos sacudieran el polvo de sus pies cuando salían de territorio gentil, pero para los judíos hacerlo respecto a sus compatriotas judíos sería algo nuevo (Lucas 10:10–11; Hechos 13:51).

La palabra que se traduce “enviar” en el versículo 7 es el vocablo griego apostelo, y de allí se deriva la palabra apóstol. Quiere decir enviar a alguien con una comisión especial para representar a otro y realizar su trabajo. Jesús dio a estos doce hombres la autoridad apostólica y la capacidad divina para hacer el trabajo que les envió a hacer. No debían hacerlo dependientes de sus propias fuerzas; debían representarlo a él en todo lo que hicieran o dijeran.

Ya observamos (Marcos 3:16–19) que una comparación de las listas de los nombres de los apóstoles revela que los nombres son mencionados en pares: Pedro y Andrés, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé y así sucesivamente. Jesús los envió de dos en dos porque siempre es más fácil y más seguro que los siervos viajen y trabajen juntos. “Mejores son dos que uno” (Eclesiastés 4:9), y la Ley, como se observó previamente, requería dos testigos para verificar un asunto (Deuteronomio 17:6; 19:15; 2 Corintios 13:1). No sólo se ayudarían mutuamente; también aprenderían el uno del otro.

Los hombres se fueron e hicieron lo que Jesús les mandó. Es notable que un grupo de hombres comunes pudieran salir de esta manera para representar al Dios Todopoderoso, y que pudieran demostrar su autoridad al realizar milagros. Los mandamientos de Dios siempre incluyen su capacitación (2 Corintios 3:5–6). Ellos proclamaron las buenas nuevas del reino, llamaron a los pecadores al arrepentimiento, y sanaron a muchos enfermos (Marcos 6:12–13; Lucas 9:6).

Los informes del ministerio de Cristo, además de los de los discípulos (Lucas 9:7), llegaron aun al palacio del Herodes Antipas. Marcos le llama “rey”, que era el título que quería Herodes que le asignaran; pero en realidad, el impío Herodes era solamente un tetrarca, o sea, que gobernaba una cuarta parte de la nación. Cuando murió Herodes el Grande, los romanos dividieron su territorio entre sus tres hijos, y Antipas fue hecho tetrarca de Perea y Galilea.

Herodes Antipas se había casado con la hija del rey Aretas IV, y luego se había divorciado de ella para poder casarse con Herodías, esposa de su medio hermano, Herodes Felipe. Fue una unión perversa, contraria a la ley mosaica (Levítico 18:16; 20:21), y el valiente Juan el Bautista había denunciado al rey por sus pecados. Cuando Herodes oyó de las maravillosas obras de Jesús, estuvo seguro de que Juan el Bautista había vuelto de los muertos para acosarlo y condenarlo. La conciencia de Herodes le fastidiaba, pero no estaba dispuesto a enfrentar con franqueza sus pecados y arrepentirse.

En este punto Marcos echa un vistazo en retrospectiva para explicar cómo Juan el Bautista fue cruel e injustamente arrestado y ejecutado. Incluso en este breve relato sentimos la tensión que había en el palacio, porque Herodes temía a Juan, escuchándole predicar en privado, pero perplejo por lo que debía hacer. La reina Herodías, por su parte, aborrecía a Juan, quería matarlo y esperaba con paciencia el momento más conveniente. En su carácter perverso y obras malignas, estos dos nos recuerdan a Acab y Jezabel (1 Reyes 18–21).

El “día oportuno” llegó (Marcos 6:21) para que Herodías pusiera en marcha su plan: La celebración del cumpleaños de Herodes. Las fiestas reales eran extravagantes tanto en su ostentación de riqueza como en su provisión para el placer. Los judíos no hubieran permitido que una mujer danzara ante un grupo de hombres, y la mayoría de madres gentiles hubieran prohibido a sus hijas que hicieran lo que hizo la hija de Herodías. (La historia nos informa que la hija se llamaba Salomé.) Pero la muchacha era parte del plan de la madre para librarse de Juan el Bautista, y Salomé hizo su parte muy bien.

Cuando Herodes oyó la macabra petición de la muchacha, “se entristeció mucho” (14:34; en donde el mismo verbo se usa para referirse a Jesús); pero tenía que cumplir lo prometido o quedar mal ante un grupo de personas influyentes. La palabra “juramento” en el versículo 26 está en realidad en plural, a causa de sus muchos juramentos, porque Herodes repetidamente había expresado su deseo de recompensar a la muchacha por su presentación. Esta era una manera de impresionar a los invitados, pero el tiro le salió por la culata. Herodes no había tenido el valor suficiente como para obedecer la palabra de Juan, ¡pero ahora tenía que obedecer su propia palabra! El resultado fue la muerte de un hombre inocente.

Es notable que no hay evidencia de que algún líder judío hiciera algo por rescatar a Juan el Bautista después de ser detenido. La gente común consideraba a Juan como profeta enviado por Dios, pero los dirigentes religiosos no obedecieron el mensaje de Juan (Marcos 11:27–33). La muerte de Juan fue la primera de tres muertes violentas en la historia de Israel. Las otras dos son la crucifixión de Cristo y el apedreamiento de Esteban (Hechos 7). Para ver la significación de estos eventos repasa los comentarios sobre Marcos 3:22–30. Herodes había temido que los mensajes de Juan incitaran una revuelta entre el pueblo, lo cual él quería evitar. También quería complacer a su esposa, aun cuando eso significara asesinar a un hombre santo.

Se permitió a los discípulos de Juan recoger el cuerpo de él para sepultarlo. Luego ellos fueron a decir a Jesús lo que había ocurrido (Mateo 14:12). Sin duda los informes de la muerte de Juan conmovieron profundamente a nuestro Señor, porque él sabía que un día pondría su propia vida.

Vemos a Herodes Antipas una vez más en los Evangelios, cuando juzgó a Jesús y esperaba verle hacer algún milagro (Lucas 23:6–12). Jesús ni siquiera le dirigió palabra a este adúltero y asesino, y mucho menos le complacería haciendo algún milagro. Jesús llamó a Herodes “zorra” (Lucas 13:31–35), que fue una descrip-ción apropiada para este pillo. En el año 39 d. de C. Herodes Agripa (Hechos 12:1), sobrino de Antipas, denunció a su tío ante el emperador romano, y Antipas fue depuesto y enviado al exilio. “Porque ¿qué aprove-hará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36)


  La incredulidad de sus discípulos (Marcos 6:30–56)

Jesús llevó a sus discípulos a un lugar apartado para que pudieran descansar después de sus labores. Quería hablarles del ministerio y prepararlos para su próxima misión. El Siervo / Hijo de Dios necesitaba tiempo para descansar, tener comunión con sus amigos, y recibir renovación del Padre.

Otro factor era la oposición creciente de los dirigentes tanto políticos como religiosos. El asesinato de Juan el Bautista por parte de Herodes era evidencia suficiente de que la situación en el mundo estaba cambiando y que Jesús y sus discípulos debían andar con cuidado. En el siguiente capítulo encontraremos la hostilidad de los dirigentes religiosos judíos y, por supuesto, el entusiasmo político de las multitudes siempre fue un problema (Juan 6:15 ss). Lo mejor que se podía hacer era alejarse.

Pero las multitudes enardecidas no le dejaban tranquilo. Le siguieron hasta la región de Betsaida, esperando verle realizar algunos milagros (Lucas 9:10–11; Juan 6:1 ss). A pesar de la interrupción en sus planes, el Señor los recibió de buena acojida, les enseñó la palabra, y sanó a los afligidos. Habiendo experimentado interrupciones muchas veces en mi propia vida y ministerio, me asombra la paciencia y gracia del Señor Jesús. ¡Qué ejemplo para seguir!

Marcos registra dos milagros que Jesús realizó.
(1) La alimentación de los 5.000 (6:33–44). Jesús envió a los doce apóstoles a ministrar porque tenía compasión de las multitudes necesitadas (Mateo 9:36–38). Esta vez las multitudes necesitadas vinieron a ellos, y los discípulos querían que se fueran. Aún no habían aprendido a mirar la vida a través de los ojos de su Maestro. Para ellos, las multitudes eran un problema, tal vez hasta un fastidio, pero para Jesús, eran como ovejas sin pastor.

Cuando D. L. Moody estaba estableciendo su gran escuela dominical en Chicago, los niños venían de todas partes. Con frecuencia pasaban frente a otros templos y escuelas dominicales, con tal de estar con el Sr. Moody. Cuando preguntaron a un muchacho por qué caminaba tanta distancia para asistir a la escuela dominical de Moody, respondió: “Porque allí quieren a los muchachos”. Los niños pueden notar la diferencia.

Los discípulos tenían dos sugerencias para resolver el problema: O bien despachar a la gente para que fueran a buscar su propia comida, o recoger suficiente dinero como para comprar algo de pan para todos. En cuanto a los discípulos se refiere, ellos estaban en el lugar equivocado, en el momento equivocado, ¡y no se podía hacer nada! Con esa clase de enfoque, ¡habrían sido miembros ideales de un comité! Alguien ha definido un comité como un grupo de personas que individualmente no pueden hacer nada, y colectivamente deciden que no se puede hacer nada.

Jesús miró la situación, no como un problema, sino como una oportunidad para confiar en el Padre y glorificar su nombre. Un dirigente eficaz es el que ve potencial en los problemas y está dispuesto a responder por fe. Actuando a base de la sabiduría humana, los discípulos vieron el problema pero no el potencial. Cuántas veces el pueblo de Dios se ha quejado: “Si sólo tuviéramos suficiente dinero, ¡podríamos hacer algo!” Doscientas monedas (denarios) eran equivalentes a un año de salario para un obrero promedio. El primer paso no es medir nuestros recursos, sino determinar la voluntad de Dios y confiar en que él suplirá la necesidad.

Fue Andrés quien encontró a un muchacho con su almuerzo (Juan 6:8–9). El Señor hizo que la gente se sentara en grupos organizados, sobre la hierba (Salmo 23:2; 78:19), en agudo contraste a la fiesta ostentosa y sensual de Herodes. Jesús tomó el escaso alimento, lo bendijo, lo partió, y lo dio a los discípulos para que distribuyeran entre la gente con hambre. El milagro se realizó en sus manos, no en la de ellos; porque lo que damos a él, él puede bendecir y multiplicar. Nosotros no somos fabricantes, sino solo distribuidores.

Juan nos dice que Jesús usó este milagro como base para un sermón sobre “el pan de vida” (Juan 6:22 ss). Después de todo, Jesús no hizo milagros solo para suplir las necesidades humanas, aun cuando eso era importante. El quería que cada milagro fuera una revelación de sí mismo, un sermón en acción. En su mayoría, la gente se quedaba asombrada por los milagros, apreciaban la ayuda que les daba, pero no captaban el mensaje espiritual (Juan 12:37). Querían el regalo pero no al Dador, disfrutar de la bendición física pero no del enriquecimiento de las bendiciones espirituales.

(2) El apaciguamiento de la tormenta (6:45, 56). Varios milagros intervinieron en este evento: Jesús anduvo sobre el agua, Pedro anduvo sobre el agua (Marcos no anota esto; ve Mateo 14:28–32), Jesús calmó la tormenta, y al subir Jesús en el barco en seguida llegó a la orilla (Juan 6:21). ¡Fue por cierto una noche de maravillas para los doce!

¿Por qué obligó Jesús a sus discípulos a alejarse? Porque las multitudes se estaban intranquilizando, y corrían peligro de que pudiera estallar un levantamiento popular para hacer rey a Jesús (Juan 6:14–15). Los doce no estaban listos todavía para enfrentar este tipo de prueba, porque sus ideas del reino todavía eran demasiado nacionales y políticas.

Había otra razón: Jesús quería enseñarles una lección de fe que los prepararía para la obra que les esperaba cuando él se hubiera ido. Los discípulos acaban de completar una misión muy existosa, sanando a los enfermos y predicando el evangelio. Habían participado en la alimentación milagrosa de cinco mil personas. Se hallaban en una cumbre espiritual y esto en sí mismo es peligroso. Es bueno estar en la cumbre del monte, siempre y cuando no te descuides y te caigas por un precipicio.

Las bendiciones espirituales deben estar equilibradas por las cargas y las batallas; de otra manera podemos convertirnos en niños mimados en lugar de hijos e hijas maduros. En una ocasión previa Jesús había dirigido a sus discípulos a una tormenta después de un día emocionante de enseñanzas (Marcos 4:35–41). Ahora, después de una ocasión de ministerio milagroso, de nuevo los dirige a una tormenta. En el libro de Hechos es interesante ver que la tormenta de la persecución oficial empezó después de que los discípulos habían ganado a cinco mil personas para Cristo (Hechos 4:1–4). Tal vez, mientras los apóstoles se hallaban en la cárcel, recordaron la tormenta que siguió después de la alimentación de los cinco mil, y deben haberse sentido animados por la seguridad de que Jesús vendría a ellos y les sacaría adelante.

Cada nueva experiencia de prueba nos exige más fe y valentía. En la experiencia de la primera tormenta, los discípulos tenían a Jesús con ellos en el barco; pero esta ocasión él estaba en el monte orando por ellos. Estaba enseñándoles a vivir por fe. (A propósito, aun cuando él estaba en el barco con ellos, ¡tuvieron miedo!) La escena ilustra la situación del pueblo de Dios hoy: Estamos en medio de este mundo tormentoso, luchando a brazo partido y al parecer a punto de hundirnos, pero Jesús está en la gloria intercediendo por nosotros. Cuando la hora parece ser la más oscura, él vendrá a nosotros, ¡y llegaremos a la orilla!

Las olas que aterrorizaron a los discípulos (incluyendo a los pescadores en el grupo) fueron nada más que escalones para que el Señor viniera a ellos. El esperó hasta que su situación fuera tan desesperada que no podían hacer nada por sí mismos. Pero, ¿por qué actuó como si fuera a pasarlos de largo? Porque quería que ellos le reconocieran, confiaran en él, y le invitaran a subir al barco. No le reconocieron, sino más bien gritaron atemorizados, porque pensaron que era un fantasma.

Jesús les tranquilizó con estas palabras: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Marcos 6:50). En ese punto Pedro pidió a Jesús que le permitiera andar sobre las aguas; pero Marcos omite este detalle. La tradición dice que Marcos escribió como portavoz de Pedro, así que tal vez Pedro se sentía renuente a incluir esta experiencia para no dar la impresión equivocada. Es fácil criticar a Pedro por hundirse, pero ¿te hubieras tú siquiera bajado del barco?

Los discípulos fallaron la prueba porque no tuvieron la visión espiritual ni los corazones receptivos. El milagro de los panes y los peces no había hecho en ellos una impresión duradera. Después de todo, si Jesús podía multiplicar los alimentos y dar de comer a miles, entonces de seguro podría protegerlos en la tormenta. Aun un discípulo de Jesús puede tener un corazón duro si no responde a las lecciones espirituales que se debe aprender en el curso de la vida y el ministerio.

Al repasar estos dos milagros vemos que Jesús da provisión y protección. “Jehová es mi pastor; nada me faltará.… No temeré mal alguno” (Salmo 23:1, 4). Si confiamos en él, siempre tendremos suficiencia y seguridad, cualquiera que sea la situación en que nos hallemos. Lo importante es que confiemos en él.

Marcos concluye esta sección con una nota positiva al describir a la gente trayendo a Jesús a los enfermos para que los sanara. Esta gente tenía fe, y su fe fue recompensada. Esta escena está en contraste con la de Nazaret, en donde solo sanó a unos pocos debido a que la gente carecía de fe.

“Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). ¡Confía en el Siervo! El jamás falla.

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